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Channel: ALEX BLAME – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “Cuento de Navidad. Tercera parte.” (POR ALEX BLAME)

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Tercera Estrofa

Elena llegó a la oficina aun con una sensación rara recorriendo su cuerpo. Julia le estaba esperando. Antes de darle la agenda del día le recordó que su vuelo para Chicago salía en poco más de veinticuatro horas. Se sentó tras su escritorio y con un gesto invitó a Julia a retirarse.

Justo antes de que la joven abandonase el despacho, llevada por impulso, le preguntó:

—A propósito. ¿Qué tal está tu hijo? —dijo Elena fingiendo interés por la respuesta.

—Oh, bien señora presidenta. Crece muy rápido. —dijo Julia .

—Me alegro. Debe ser un chico muy duro.

—Desde luego. —respondió la madre orgullosa.

—Creo que nunca me has contado qué ocurrió.

—Mala suerte. Cuando era apenas un bebe cogió la tos ferina. Estuvo gravísimo. Los médicos lograron salvarle la vida, pero la falta de oxígeno le dejó como secuela una parálisis cerebral. —dijo la joven provocando en Elena un escalofrío.

Apenas fue consciente de que su asistente se había ido cerrando la puerta tras ella. Elena estaba concentrada intentando recordar dónde podía haberse enterado del origen de la enfermedad del hijo de Julia. Quizás en una comida, o una conversación telefónica… Lo tenía que haber oído en algún sitio y luego su mente lo había introducido en el sueño, pero por más que se devanaba los sesos no recodaba ni cuándo ni dónde.

Pasó la jornada un con aquel desagradable asunto revoloteando por su mente, afectando a su concentración. Finalmente poniendo como excusa que tenía que preparar el equipaje para el día siguiente, se fue a casa una hora antes de lo que tenía planeado.

Así y todo, cuando llegó, eran más de la una de la mañana. Tratando de no pensar en nada se duchó, se puso un camisón limpio y se metió en la cama. La única manera de convencerse de que todo aquello no era más que un mal sueño era dormir y comprobar que no habría nuevas visitas aquella noche.

Con una mezcla de temor y expectación Elena cerró los ojos.

Cuando los volvió abrir, un rostro delgado y sonriente la estaba observando con atención.

—Buenas noches —dijo el muchacho— Soy el fantasma de las navidades presentes y tú y yo vamos a dar una vuelta, nena.

Elena miró al joven que vestido con una camiseta y una cazadora de cuero raída esperaba jugueteando con un cigarrillo. No podía creerlo ¿Cuántas posibilidades había de experimentar esos extraños sueños dos noches seguidas.

—Créeme, nena. No estás soñando —dijo el joven espectro guiñando un ojo y posando su mano sobre la de Elena.

De nuevo aquel torbellino, de nuevo oscuridad… Cuando las tinieblas se disiparon, Elena miró a su alrededor estaban en el recibidor de la habitación de un hotel. La moqueta sucia y los muebles gastados le indicaron que debía ser un motel barato. Unos susurros y unos suaves gemidos provenían de una de las dos puertas que daban a los dormitorios llamaron su atención.

Cuando atravesó la pared y vio quién estaba en la cama no pudo evitar soltar un gemido de sorpresa.

—¡Joder! ¡Será hijoputa el macaco este! —estalló Elena al ver a su marido acariciando el cuerpo desnudo de una mulata— ¡Te vas a enterar! ¡Voy a pedir el divorcio y te voy a dejar en bolas!

—Aguanta y observa, nena que esto se pone mejor. Y recuerda antes de contratar a los abogados que esto pasara mañana. Tendrás que esperar veinticuatro horas.

—Un hijoputa es un hijoputa. —replicó Elena un poco más controlada.

Mientras tanto, Arturo ajeno al cabreo de su esposa, estaba recorriendo el cuerpo desnudo de la mujer. Besando su piel caramelo, acariciando unos pechos grandes y tiesos con unos pezones negros y duros.

Elena no quería mirar pero los gemidos de la prostituta atraían lo más morboso de su personalidad y al final sucumbió a la curiosidad.

Cuando volvió a mirar, Arturo estaba tumbado entre las esbeltas piernas de la joven acariciándolas con suavidad con la mirada perdida en el bello rostro de la joven mulata.

Elena observó con envidia aquellos labios gruesos y rojos, los ojos grandes color avellana y las pestañas largas y rizadas. Todo el conjunto estaba rematado por una nariz pequeña y ancha y unos dientes pequeños y blancos como perlas que le daban un aire pícaro e irresistible al conjunto.

La mujer gemía y se estremecía con cada caricia mirándole con ojos hambrientos. Su marido agarró a la mujer por las caderas y le besó el vientre oscuro y terso y su pubis depilado. La joven se estremeció de nuevo y abrió aun más sus piernas, tensando sus potentes muslos y librándose de los incómodos tacones de dos patadas.

Arturo se lo tomó con tranquilidad y siguió besando y acariciando el pubis desplazándose poco a poco hasta llegar a su sexo. Con suavidad separó los labios vaginales descubriendo la delicada entrada de su coño, húmeda y rosada. Con parsimonia Arturo acercó la punta de la lengua y recorrió toda la sensible superficie. La mulata agitó las caderas gimiendo y acariciando la cabeza de Arturo, intentando atraerla hacia ella.

De repente Arturo separó los muslos de la mujer y enterró la lengua en el interior de su coño. La mujer soltó un grito de sorpresa y se dobló en dos. Arturo no le dio tregua y la penetró con sus dedos con violencia.

Elena pensaba que parte de todo aquello debía ser teatro. La mujer se retorcía y gemía desesperadamente arqueando su espalda de manera que sus pechos resultaban aun más apetitosos.

Arturo también su fijo y lanzándose sobre la mujer como una fiera hambrienta le agarró los pechos y se los chupó y mordisqueó hasta que la mujer comenzó a suplicarle que le follara.

Esta vez su marido no se hizo de rogar. La polla que tanto conocía resbaló con suavidad dentro de la mulata mientras esta acariciaba el rostro de Arturo y le decía lo grande y sabroso que era su miembro. Con delicadeza, le envolvió las caderas con sus piernas mientras respondía con gemidos y caricias los rápidos e intensos embates de su amante de turno.

Los muelles crujían y el cabecero de la cama golpeaba al ritmo de los empujones de su esposo. Elena vio como la joven se abrazaba a él y le clavaba las uñas fingiendo un monumental orgasmo.

Arturo se retiró un instante y observó el cuerpo estremecido y brillante de sudor, recreándose en la belleza de aquella mercenaria. Tras unas últimas caricias la puso de lado y se acostó tras ella penetrándola de nuevo. La mujer ronroneó y agarró las manos de Arturo para colocarlas sobre sus pechos. Esta vez los empujones fueron más suaves. La joven movía las caderas y cruzó las piernas intentando aprisionar aquella polla lo más estrechamente posible.

La prostituta sabía lo que hacía. Gemía suavemente mientras Arturo la follaba y deslizaba sus manos por su cuerpo. Parecía que iban a continuar así para siempre, pero en un determinado momento la joven se separó y tomando la iniciativa comenzó a comerle la polla. Los ruidos de los chupetones y el golpeo de la polla de Arturo en el fondo de la garganta de la puta le devolvieron a Elena a tiempos en los que sentía la intensa necesidad de proporcionar placer a su marido.

No pudo aguantar más y apartó la mirada justo cuando Arturo se corría impregnando el suave cutis de la joven con su espesa y cálida semilla.

—¡Guau! Ha estado de puta madre. No está mal para un carroza. —dijo el espectro encendiendo el cigarrillo con aire satisfecho—Pero escucha, ahora viene lo mejor.

Se habían acostado los dos, uno al lado del otro. La joven se limpió los restos de semen con un clínex y con una sonrisa traviesa los tiró a la papelera.

—Has estado fantástico mi amor.—le aduló ella—No entiendo como un tipo como tú no tiene nada mejor que hacer en Nochebuena.

—Ya, si te soy sincero yo tampoco. Yo tenía una vida normal, con mujer e hijos, pero sin saber muy bien cómo, me he encontrado totalmente solo. Mi mujer está en un viaje de negocios en Chicago y mis hijos de fiesta en una estación de esquí.

—No lo entiendo. Si yo tuviese tanto dinero como tú. Reuniría todos los años a mi familia en una gran fiesta.

—Lo sé. Yo también lo deseo. Pero no sé muy bien por qué, mi mujer se ha ido alejando de mí poco a poco. Me acuerdo cuando éramos jóvenes y no nos podíamos sacar las manos de encima, pero en algún momento, después de tener a los niños cambiaron sus prioridades. Los negocios la absorbían cada vez más, alejándola de mí hasta convertirla en una desconocida. No recuerdo la última vez que hicimos el amor.

—Vaya mi amor. Qué historia más triste. ¿Sabes qué? —dijo subiéndose a horcajadas sobre la Arturo— El próximo corre de mi cuenta. ¡Qué demonios! ¡Es Navidad!

—Será gilipollas. —dijo Elena soltando un bufido— Esa puta no tiene mucho futuro. Puede sacarle todo el dinero que quiera y le ofrece un polvo gratis…

—Quizás sea porque para la mayoría de la gente el dinero no lo es todo. —le interrumpió el espectro dando una calada al cigarrillo y haciendo que el humo atravesase su cabeza— En esta habitación solo hay una persona dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero.

Elena no respondió nada y encajó el golpe como mejor pudo. Nunca se había parado a pensar en cómo afectaba a su familia su adicción al trabajo. Estaba tan ensimismada que ni siquiera se dio cuenta cuando el joven rozó sus manos.

Cuando volvió a la realidad se encontraba en una enorme y lujosa cabaña de madera. En el centro estaban sus hijos rodeados por los restos de una fiesta.

—¡Jo tía! Tus hijos sí que se lo saben montar. ¡Vaya fiestorro! —dijo el espectro señalando varios tangas esparcidos por el suelo.

Elena miró a sus hijos dispuesto a pedirles una explicación, pero su aspecto le produjo más tristeza que enojo. Estaban tumbados, los dos, borrachos y con la mirada perdida no se sabía muy bien dónde.

Hablaban despacio y en susurros. Pero lo peor de todo es que estaban solos. Elena se había imaginado que estarían en alguna fiesta comiendo y disfrutando de la compañía de amigos, pero estaban tan solos como su marido. Después de la fiesta todos los asistentes probablemente se habrían ido a su casa a celebrar la Navidad con sus familias.

Las lágrimas empezaron a correr por su rostro. De repente sintió una intensa necesidad de abrazarlos y protegerlos. ¿Sería demasiado tarde para intentar recuperarlos?

El espectro aun no pensaba darle tregua y antes de que pudiese acercarse para ver de que hablaban sus hijos volvió a cogerla de la muñeca.

El ambiente de aquel lugar era totalmente distinto. La casa era un humilde piso a casi una hora del centro. Un enorme pino de navidad con un nacimiento al pie presidian un comedor profusamente adornado y abarrotado de gente sonriente. Y entre ellos, el que más sonreía era un chico de unos doce años que estaba postrado en una silla de ruedas demasiado pequeña para su tamaño.

Julia apareció por la puerta llevando en la bandeja una gran fuente de dulces. Estaba muy guapa y no era por el vestido negro, ni por los tacones, si no por el aire relajado y distendido que mostraba su rostro y que nunca mostraba en su presencia.

La gente se sirvió los dulces y el marido de Julia… ya no recordaba cómo se llamaba, abrió la botella de cava barato. Todos los presentes aplaudieron y el marido se apresuró a servir el cava. Incluso el chico recibió un pequeño sorbito para celebrarlo.

—Por los amigos, por la familia y por la navidad. —dijo el padre de Julia alzando la copa.

—Y por el ogro, que ha permitido con su magnanimidad, que nuestra querida Julia solo tenga que trabajar un par de horas el día de Navidad. —dijo el marido de Julia con evidente mala leche.

—¡Por el ogro! —dijeron todos a coro.

—Vale no os paséis tanto. —dijo Julia— Gracias a ella podemos celebrar esta navidad y pagar las facturas.

—Sí, todavía le tendremos que estar agradecidos por que te tenga catorce horas fuera de casa y te haga trabajar como una esclava por un sueldo irrisorio. Si no te ha despedido ya es porque le resultas insustituible. Ella sería la que debería darte las gracias. —dijo el marido de Julia.

Por un momento la habitación se quedó en un incómodo silencio. Durante unos segundos se miraron todos unos a otros sin saber cómo romper aquella incómoda sensación…

—¡Turrón! —gritó Pablo haciendo a todos reír y rompiendo con la tensión de la escena.

Elena observó a la familia comer, cantar, reír y gritar. Le dolía tanto la felicidad de aquella familia como lo acertado de las palabras de aquel hombre. Como podía considerarse la mujer más rica del mundo careciendo de todo aquello. Ahora pensaba que tal vez amasar dinero no merecía tanto la pena.

Cuando despertó se dio cuenta de que había vuelto a pasar. Era el día veinticuatro de diciembre y tenía que coger un vuelo a Chicago. Aquella noche sus hijos se pillarían un colocón y su marido se consolaría en los brazos de otra mujer…. Unas navidades perfectas.

Esta vez no se impuso la lógica. A pesar de repetirse una y otra vez que aquello era solo un sueño estaba sumida en un mar de dudas.

Cuando llegó al comedor su marido ya estaba desayunando. Observó como leía el periódico. A pesar de la edad se conservaba bastante bien y las canas que adornaban sus sienes aumentaban su atractivo.

—¿Pasa algo cariño? —preguntó al darse cuenta de que su mujer le miraba fijamente.

—Oh no. Nada. —respondió sorprendida— Solo me preguntaba qué harías esta noche.

—Poca cosa. Después del trabajo voy a ir a tomar unas copas con los chicos del bufete y luego volveré a casa. Creo que veré una película, haré unas cuantas llamadas para felicitar a los amigos y me iré a la cama.

—¿Quieres venir a Chicago conmigo? —preguntó ella.

—Y pasarme las navidades entre aviones y jet lag, ni de coña mi amor. No te preocupes por mí, sobreviviré.

Desayunaron rápido y en silencio. Mientras más observaba a su marido más convencida estaba de que era incapaz de hacerle eso. Poco a poco sus dudas fueron esfumándose y cuando subió al coche ya estaba convencida de que todo aquello eran paparruchas.


Relato erótico: “Cuento de Navidad. Cuarta parte” (POR ALEX BLAME)

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Cuarta Estrofa

Cuando llegó a la oficina y la vio desierta, sin Julia por ninguna parte, se sintió un poco desnuda y estuvo a punto de arrepentirse de haberle dado el día libre. Se acercó a la mesa y observó como la joven le había dejado todos los documentos que necesitaría en Chicago pulcramente ordenados en una carpeta. Ojeándolos pudo imaginar lo tarde que habría llegado a casa anoche.

Apenas tenía nada que hacer hasta el vuelo así que optó por echar un rápido vistazo a sus inversiones. A pesar una de las tareas más gratificantes, aquel día tampoco podía concentrarse. Cada poco su mente se perdía en las desazonadoras imágenes de los sueños de las noches anteriores. Cada vez que se imaginaba a su marido encima de la mulata las columnas de números bailaban y toda su satisfacción por las ganancias acumulabas se esfumaba.

El problema era que, no sabía cómo, había empezado a tratar a su marido como una pertenencia más y no de las más preciadas, con lo que no se había dado cuenta de que era una persona que tenía unas necesidades, que no tenían por qué coincidir con las suyas propias.

La alarma del móvil le reveló que era la hora de coger el vuelo. Durante un instante pensó en aplazarlo todo y pasar la Nochebuena con su marido, pero en ese momento entró Marce con un montón de papeles en el regazo y soltando una catarata de agradecimientos por tener la oportunidad de hacer ese viaje. Marce era un becaria soltera y se moría por hacer méritos para continuar en la empresa así que no tenía problema en pasar las navidades fuera.

En cuestión de minutos estaban subiendo a la escalerilla del Gulfstream. Una azafata rubia y sonriente le recibió con una copa de Champán francés. Se arrellanaron en los cómodos asientos y tras un par de miradas airadas Marce finalmente se calló y se enfrascó en los papeles que había llevado consigo.

Al principio el vuelo fue entretenido, pero tras treinta minutos más o menos llegaron al mar y el paisaje se volvió de un monótono azul. Eran aun las seis de la tarde pero el aburrimiento y el champán le produjeron un ligero sopor y no tardó mucho en quedarse dormida.

No esperaba que el tercer espectro fuese la muerte en persona. Se quedó congelada de terror mientras la figura embozada en la negra túnica, con la capucha ensombreciendo su cadavérico rostro, se acercó y la rozó con un dedo huesudo.

Cuando sus ojos abandonaron la oscuridad se encontraban en un cementerio. El césped que cubría el suelo estaba totalmente agostado y las lápidas refulgían al la intensa luz del sol. Ni una nube se veía en el cielo. Un par de filas más adelante una familia se reunía en torno a una modesta tumba.

Se acercó un poco más y pudo distinguir a su asistente entre los presentes, vestida con un sobrio vestido negro. Se acercó un poco más y la observó más de cerca. Había engordado un poco y algunas hebras grises se intercalaban en su cabellera. Sin embargo lo que más le llamó la atención fue la cara, el dolor que se reflejaba en su rostro le recordó a La Piedad de Miguel Ángel. Sintiéndose una intrusa, a pesar de saber que no era visible para los presentes, se acercó a la lápida. Pablo Arbás había muerto con apenas veintidós años.

—Era un luchador. —dijo de repente un anciano que debía de ser su abuelo— A pesar de que nunca pudo disfrutar de los mejores cuidados, nunca se quejó ni pareció mostrar ninguna señal de desaliento.

—Sí. — dijo su padre— Cuando salió vivo de la tos ferina, lo primero que pensé fue que quizás hubiese sido mejor que hubiese muerto, pero ahora atesoro cada recuerdo que tengo de él. Nuestra vida nunca volverá a ser la misma y me parece increíble que no pueda volver a ver aquella sonrisa. La más sincera que haya visto jamás en un ser humano.

Durante un buen rato la familia de Pablo se reunió en torno a la tumba a rezar y a recordar. Antes de abandonar la tumba la mujer se agachó y dejo un pequeño Papa Noel sobre la lápida. En ese momento Elena se dio cuenta:

—¿Es Navidad? ¿Cómo es posible? Todos van en manga corta.

Las preguntas quedaron en suspenso cuando Julia le dijo a su familia que esperasen un momento y a pesar de las malas caras de todos se acercó a un enorme mausoleo de mármol negro.

El enorme monumento parecía abandonado estaba lleno de pintadas obscenas y la hierbas se incrustaban en las juntas de la piedra. Se acercó un poco más. Ningún adorno, ninguna señal de que alguien se acordase del ocupante de aquella tumba.

Al ver su nombre grabado en la piedra se le encogió el corazón.

—¡Déjalo ya! —gritó el marido de Julia— Esa mujer no merece más que pudrirse en el infierno. Buena parte de lo que ocurre en este país se debe a su intervención y tú deberías saberlo mejor que nadie.

Finalmente Julia se volvió hacia su familia y se unió a ella caminando de vuelta a casa.

Elena sintió ganas de preguntarle a la muerte qué era lo que había hecho, pero una mirada bastó para saber que ella mía conocía la respuesta. Todos los impedimentos que ponía en las reuniones sobre el cambio climático para favorecer a las empresas contaminantes , el abaratamiento de los sueldos. La sustitución de la mano de obra por computadoras, todo eso solo podía llevar al caos.

En vez de desplazarse a otro lugar, la muerte lo guio entre las hileras de tumbas. Cuando creyó que caminaban sin rumbo fijo el espectro se paró y señalo otro panteón más modesto que el anterior. Frente a él estaba un hombre que le costó reconocer como su hijo. Estaba delgado vestía ropas baratas. Cuando se acercó a la lápida vio que allí estaba enterrado su marido y Fabián el mayor de sus hijos. Al parecer habían muerto el mismo día.

—Un accidente de tráfico. —dijo la muerte rompiendo por fin su silencio—Tu marido llevaba a tus hijos a un centro de desintoxicación cuando un camionero exhausto tras doce horas conduciendo se quedó dormido chocando contra ellos. Solo Ricardo sobrevivió.

—¿Y dónde estaba yo? —preguntó Elena al borde de las lágrimas.

—De viaje, como siempre. Para entonces tu marido ya se había divorciado de ti y era el único que se preocupaba por los chicos. Tú para no sentirte culpable les dabas todo lo que querían haciendo la labor de Arturo aun más difícil.

La muerte se acercó a ella. Podía oler el intenso hedor a moho y podredumbre que emanaba de su cuerpo. Finalmente sintió el frío roce de sus dedos y todo se volvió oscuridad de nuevo.

Abrió los ojos de golpe y no pudo evitar un escalofrío a pesar de que el calor allí era infernal. Giró la cabeza para descubrir que esta vez era su tío el que la acompañaba.

—¡Ah! Sí, querida sobrina. Esto es lo que te espera. —dijo el fantasma mostrando los abismos hirvientes en los que miles de almas pecadoras eran torturadas hasta el fin de los días—Dios no solo es amor, también es justicia. Y una justicia severa con los que más le decepcionan. Porque tú tenías capacidad para hacer un gran servicio a la comunidad.

—Tú fuiste el que me guio… —replicó ella intentando justificarse.

—¡No te atrevas a echarme la culpa! —rugió el fantasma de César— Nunca nadie ha logrado que hicieses nada que tú no deseases hacer, así que no me eches la culpa de tus defectos.

Elena se encogió, intentaba cerrar los ojos y taparse los oídos para aislarse de aquella realidad, pero todo era inútil.

—Bueno, quizás me equivoqué y no tengas remedio. —dijo su tío acercándose y empujándola hacia la grieta.

Elena intentó oponer resistencia, pero César la fue empujando inexorablemente hasta que se despeñó por la grieta. Elena cayó entre la multitud de brazos anhelantes que tiraban de su cuerpo arrancándole la ropa con gritos desgarradores. Elena se cubrió la cabeza con las manos intentando protegerse del intenso calor, pero nada podía evitar que el fuego de la avaricia la consumiese…

Despertó y apenas pudo contener el grito de espanto. Había tenido pesadillas antes, pero ninguna comparable a esta. Cuando al fin se recobró había tomado una decisión.

Le bastaron unos minutos para averiguar dónde estaba el instituto de investigación líder en parálisis cerebral y desvió el vuelo hacia Atlanta.

El viaje fue maratoniano. Llegaron a Atlanta a la medianoche y tras unas llamadas, el director del proyecto accedió a concederle unos minutos aquella noche a cambio de una jugosa donación.

La conversación fue rápida y provechosa para ambas partes. Ante la confusa mirada de pilotos y ayudantes ordenó la vuelta a casa lo antes posible.

Llegó a casa destrozada, pero aun estaba a tiempo. Solo eran las diez de la mañana. Unas pocas llamadas más y la mejor ortopedia de la capital estuvo abierta solo para ella. Escogió una silla adecuada y dándole la gracias al dueño se la llevó ayudada por dos operarios.

La cara de sorpresa e incredulidad que puso toda la familia cuando Elena se presentó en casa de Julia con la silla de ruedas fue la mejor fuente de placer que había experimentado en su vida.

—Sé que no he sido la jefa que debería. —dijo Helena antes de que nadie pudiese decir nada— Pero algo me ha abierto los ojos, me he mirado al espejo y no me ha gustado nada de lo que he visto. Por eso no quiero que me deis las gracias.

—Yo… —intentó decir Julia.

—No, por favor, aun no he terminado. —le interrumpió Elena— También quiero decirte que te voy subir el sueldo un setenta por ciento y que voy a dedicar parte de mis recursos para dotar una fundación que se dedique a la investigación y tratamiento de la parálisis cerebral.

Tras un momento de suspense toda la familia de Julia la rodeó para darle las gracias. Montaron a Pablo en la silla de ruedas y este pronto se olvidó de ellos dedicándose a dar vueltas por el apartamento gritando de alegría.

La invitaron a la comida de navidad, pero Elena dijo que tenía cosas que hacer.

—¿Ves como no era tan mala? —dijo el marido de Julia dándole un codazo muerto de risa.

***

La casa estaba en total silencio. Creyó que no había nadie, pero Viola salió a recibirla.

—El señor llegó tarde. Aun está en la cama. No la esperábamos hasta mañana, ¿Algún problema señora?

—Oh, no. Gracias Viola y feliz Navidad. Puedes tomarte un par de días de permiso no te necesitaremos. Y esto es para ti. —dijo dándole a la sirvienta un abultado sobre.

—Gracias señora, es muy generosa.

—Eso no es nada. Te lo mereces por aguantarme y ahora pasa un feliz día de Navidad con tu familia.

La mujer salió y se esfumó rápidamente sin poder creer del todo lo que pasaba. Cuando llegó a la habitación de Arturo, le escuchó roncar suavemente un instante antes de que su presencia le despertase.

—Ah eres tú. —dijo un poco desorientado— ¿No estabas en América?

—Debería, pero me he dado cuenta de que dónde debería estar es con mi familia. Vamos vístete he quedado con los chicos en Zúrich. Vamos a tener una comida navideña y tenemos el tiempo justo para llegar.

Arturo enarcó las cejas sorprendido pero no dijo nada.

—Sé que estos últimos tiempos he sido una esposa nefasta. Lo entenderé si crees que lo nuestro no tiene remedio, pero me gustaría empezar de nuevo.

Su marido se quedó mirándola estupefacto un instante, luego se acercó poco a poco mirándola a los ojos y la besó suavemente.

—Todos tenemos de qué arrepentirnos.

De repente Elena sintió un irresistible impulso de abrazar a aquel hombre. El calor y la firmeza de su cuerpo despertó en ella deseos que hacía tiempo que no sentía. Miró el reloj. Aun tenía tiempo. El avión esperaría.

Su marido no se lo pensó tanto y levantándola en el aire la sentó sobre la cómoda. Elena colgó los brazos del cuello de su marido y le besó de nuevo, esta vez con más intensidad. Sus bocas se juntaron ansiosas y sus lenguas contactaron. El viejo y conocido sabor a tabaco de Arturo inundó su boca excitándola.

Abrió las piernas permitiendo que su marido acariciase sus muslos y su sexo por debajo de la falda. Con un tirón impaciente, Arturo le rompió los pantis y acarició con sus dedos la entrada de su coño. Elena se tensó y gimió un instante antes de bajar las manos y bajarle el pijama a Arturo. Durante un instante Elena bajó la mirada para observar como la polla de su marido entraba en ella colmándola de placer.

Solo entonces levantó la vista y mirándole a los ojos dejó que él la penetrara. Sus empeñones eran duros y secos llegando con ellos hasta lo más profundo de sus entrañas. Con las piernas entorno a sus caderas Elena le abrió el pijama acariciando su torso velludo. Él no fue tan paciente, le arrancó la blusa a tirones y le bajó las copas del sostén para poder besar sus pechos.

Arturo liberó años de frustración castigando a su esposa con todas sus fuerzas. Ella gemía y se agarraba a él con desesperación totalmente rendida.

Volviendo a cogerla en el aire la llevó hasta la cama y la depositó sobre ella. Elena se separó y se quitó lo que quedaba de su ropa mostrando a su marido un cuerpo aun atractivo con unos pechos grandes unas caderas rotundas y unas piernas torneadas por los ejercicios matinales.

Antes de que Arturo se acercara, ella se dio la vuelta dejando que la tomase como más le gustaba. En un instante estaba a cuatro patas soportando el peso de su marido que la follaba con todas sus fuerzas soltando roncos gemidos.

Sintió como el placer ahogaba todas sus dudas y vacilaciones. Aun amaba a ese hombre, aun amaba a su familia. Arturo la envolvió con sus brazos agarrando sus pechos. Notó como el sudor de su marido se mezclaba con el suyo anegando su espalda.

El calor, la excitación y el placer se mezclaron haciendo que el orgasmo fuese brutal. Su marido se dio cuenta y la penetró aun como más intensidad hasta correrse en su interior, provocando nuevos y más prolongados relámpagos de placer hasta caer rendido sobre ella.

Tras unos instantes se levantaron y se dirigieron a la ducha. Ahora el tiempo era todavía más justo.

—Tengo que confesarte algo. —dijo Arturo poniéndose serio.

—Me imagino lo que quieres contarme y no me importa. —le interrumpió ella poniéndole un dedo en los labios— Ahora lo que quiero es salvar mi matrimonio y mi familia. Si quieres contármelo para descargar tu conciencia hazlo, si no quedará olvidado para siempre.

Arturo la miró y fue lo suficientemente caballeroso para evitarle el mal trago. Cogiendo una esponja la impregnó de gel y la pasó por el sudoroso cuerpo de su esposa.

Elena se dejó arrullar por el agua caliente y las suaves caricias de su marido pensando que el futuro no estaba escrito…

FIN

Sin título

Relato erótico: “En la estrella de la muerte” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

EN LA ESTRELLA DE LA MUERTE

La princesa Leia, aliada con la causa rebelde en contra del malvado Emperador Palpatine, tras una cruenta batalla, consigue robar los planos de la estrella de la muerte.

En su desesperada huida, camino del sistema Alderaan, es interceptada por la armada imperial en las inmediaciones del planeta Tatooine. En el último momento, la princesa consigue poner los planos a salvo en la superficie del desértico planeta, pero no puede evitar caer prisionera de las tropas imperiales.

Inmediatamente, es conducida a la estrella de la muerte, donde el destino le espera para jugarle una mala pasada…

Aquella chica era un maldito incordio. Darth Vader se estiró la túnica, ajustó los graves de su micrófono manipulando un par de diales de su pechera y entro en la sala de torturas. Como había imaginado +KP2, la flamante unidad de tortura de última generación del almirante Piett, no había conseguido nada de aquella testaruda joven.

Estaba seguro de que había robado los planos de la estrella de la muerte y pretendía llevarlos a la base rebelde con la vana esperanza de encontrar un punto débil en aquella fenomenal arma de destrucción total y antes de su detención los había escondido, pero ese montón de chatarra no había conseguido extraer ni lo uno ni lo otro de aquella valiente joven rebelde.

—¡No tiene derecho a mantenerme aquí encerrada! —exclamó la joven con la voz firme como si ninguna de las torturas que le habían aplicado hubiese causado efecto en su determinación— Soy la princesa Leia Organa, miembro del Senado Imperial. Voy en misión diplomática a Alderaan. ¡Esto es una infamia! ¡Tendrá noticias de ello el Emperador!

—¡Basta! —rugió Darth Vader con una voz grave y metálica— No hace falta que sigas con esta impostura. Sé perfectamente que apoyas a la causa rebelde y voy a conseguir que me digas dónde guardas los planos de esta nave y sobre todo, dónde está la base rebelde.

Darth Vader echó un rápido vistazo a la muchacha que se había erguido y mantenía un gesto adusto. No había nada destacable en ella. Su rostro era vulgar aunque tenía unos ojos grandes y castaños que revelaban una feroz determinación. La fina túnica blanca no podía disimular un cuerpo esbelto y voluptuoso a pesar de su juventud.

Pero lo que más le sorprendió fue lo intensa que era la fuerza en ella. Mientras se acercaba a ella amenazador, se recordó a si mismo que debía hacer un recuento de midiclorianos de los restos ensangrentados del robot de tortura.

—Princesa Leia, por última vez. ¿Dónde está la base rebelde?

Aquel hosco silencio y la mirada dura de la joven despertaron algo en él, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Quizás fuese el parecido con su ya casi olvidada Padme. Perdida de una forma absurda. ¡Perdida porque él no pudo mantener su promesa! Perdida por culpa de aquel maldito Obi Wan Kenobi que le metió absurdas ideas en la cabeza…

Sintió como la ira calentaba su cuerpo, como el reverso oscuro de la fuerza le envolvía y le proporcionaba un poder aun más extraordinario hasta el punto de sentir la necesidad de hacerle experimentar a aquella joven el terrible poder que poseía.

Con lentitud levantó un brazo y haciendo un pequeño gesto consiguió levantar a la joven por el aire a la vez que cerraba su garganta. La princesa emitió un estertor, pero no apartó la firme mirada. Tampoco se debatió, consciente de la inutilidad de toda resistencia.

—Veo que eres una mujer valiente, quizás lo que debo hacer es cambiar de táctica. —dijo Vader soltando una risa cascada.

Aflojando la presión en la garganta, pero manteniendo a la princesa indefensa en el aire con un nuevo gesto hizo que la frágil túnica volara desintegrada en mil retazos.

La joven intentó tapar su cuerpo desnudo, pero Darth Vader ya se había adelantado y la mantenía totalmente paralizada. Por fin, mientras admiraba aquellos pechos pálidos y turgentes y aquella suave mata de pelo oscuro y rizado cubriendo su pubis, vio un destello de miedo en sus ojos.

—No sé qué es lo que pretendes, cerdo, pero te aseguro que nada de lo que me hagas podrá acabar con mi determinación de liberar a la galaxia de tu oscura presencia y de la del Emperador.

—Sí, sigue así. Siento como la ira y el miedo crecen en ti. Deja que la oscuridad te envuelva y te de fuerzas.

—No me das ningún miedo, cabeza de Minock, sabandija de los pantanos de Dagobah…

Darth Vader la ignoró y dio una vuelta alrededor del cuerpo paralizado, pensando que aquella joven ganaba bastante desnuda. Sus piernas eran largas y atléticas y su culo era tan apetitoso que no pudo evitar quitarse uno de sus guantes y acariciarlo con suavidad con una mano artificial.

La joven princesa crispó todo su cuerpo al notar el contacto. Era como si algo oscuro y venenoso, como un gusano geonosiano reptara por su culo amenazando con convertir su cuerpo en una yaga purulenta.

Lo que quedaba de los labios del maestro oscuro sonrieron con malicia bajo la máscara al ver la reacción de repugnancia de la joven. Con un gesto la depositó de nuevo en el suelo, aun paralizada. Quitándose el otro guante acercó una mano sarmentosa, cargada de cicatrices de las terribles quemaduras sufridas en un mundo olvidado. Acarició la espalda y el culo de la princesa, que soportaba impotente aquella nueva tortura, recorrió con sus dedos ásperos sus pechos y pellizcó sus pezones hasta que estuvieron erectos.

Leia se mordió los labios intentando mantener el control sobre sí misma. El dolor de sus pezones y la respiración metálica e intimidante hicieron que no pudiese evitar que se le escapase una solitaria lagrima que Darth Vader se apresuró a recoger con una de sus frías garras.

El húmedo calor de la lágrima de la princesa calentó su dedo. Sintió como la fuerza corría a raudales por aquella minúscula gota y la observó hipnotizado por un instante. Aquella mujer era una amenaza, tanto por su potencial para convertirse en una Jedi como por su capacidad para parir nuevos individuos con esa enorme concentración de midiclorianos… Aunque bien pensado… que mejor aprendiz que un hijo de las dos personas vivientes con mayor concentración de esas microscópicas criaturas en la galaxia. Un hijo al que poder criar y adiestrar en el reverso oscuro de la fuerza desde su más tierna infancia. Durante unos segundos fantaseó con el poder que podría acumular aquella criatura cuando fuese adulto.

Antes de que la joven se diese cuenta, salió de su ensimismamiento y acercó sus manos con desesperante lentitud a su cuerpo paralizado e indefenso, disfrutando del terror de la jovencita. Si la concepción se producía en un entorno en el que la ira y el miedo era intensos el poder de la criatura sería aun mayor.

—Es hora que sepas que tienes mucho que aprender jovencita. —dijo Darth Vader soltando una tétrica carcajada.

Manteniendo a la joven princesa inmovilizada, se abrió la túnica extrayendo de su interior un miembro negro y brillante como la carbonita. Levantando su antebrazo hasta la altura de su cintura, puso la palma de la mano hacia arriba y fue cerrando poco a poco el puño con fuerza a medida que lo levantaba ligeramente.

La polla de Darth Vader comenzó a crecer y endurecerse al mismo ritmo hasta alcanzar un grosor y tamaño considerables.

Leia miró aquella polla negra y hambrienta palpitar en busca de su coño. Si hubiese podido, hubiese salido corriendo, pero a pesar de sus esfuerzos estaba totalmente paralizada.

Cuando Darth Vader estuvo totalmente empalmado, su atención se fijo en la joven que miraba su miembro con ojos grandes y asustados, forcejeando con sus invisibles ataduras.

Aquella joven de piel tierna y cremosa le excitaba sobremanera. Con un ligero gesto hizo que el sexo de Leia se hinchase y se volviese tan sensible que hasta una leve corriente de aire conseguía estimularlo. Con un pequeño giro de muñeca hizo que la fuerza estrujase su clítoris y se introdujese por su coño expandiéndolo hasta alcanzar el límite. La joven crispó todos sus músculos al sentir como una presencia extraña la invadía y tuvo que morderse el labio para no gritar asaltada por un intenso placer.

Aquella criatura maligna la estaba violando sin apenas tocarla y lo peor de todo es que había un lado oscuro en ella que estaba disfrutando con ello. Cuando aquel hombre sin rostro se acercó y la penetró físicamente con su enorme polla, no pudo evitar un apagado suspiro. Aquella polla era fría y grande, pero sobre todo era una inmensa fuente de placer. Cuando se dio cuenta estaba tumbada sobre la mesa de torturas con las piernas abiertas deseando más.

El general imperial metía y sacaba su miembro de ella usando sus garras para estrujar sus pechos y pellizcar sus pezones mientras la invitaba a unirse al lado oscuro de la fuerza.

Leia no tuvo más opción que rendirse al placer para poder seguir concentrada en evitar la terrible tentación de sucumbir al mal.

Darth Vader estaba satisfecho. La mujer, a pesar de resistir sus intentos para unirse a él, también en mente, además de en cuerpo, estaba sucumbiendo a la lujuria, una de las más poderosas fuentes de poder del reverso oscuro de la fuerza. Su vástago sería oscuro y poderoso.

—Hijo de puta. Nunca seré tuya. —dijo la princesa entre gemidos—Puedes torturarme. Puedes dominar mi cuerpo y convertirlo en un guiñapo hambriento de sexo, pero mi espíritu está muy lejos, con mis seres queridos.

El hombre interrumpió el discurso con dos poderosos embates. El cuerpo de la mujer, al fin libre de moverse, se retorció extasiado mientras ella apretaba los dientes y soltaba un grito ahogado.

Hacía tiempo que Leia había perdido todo control sobre su cuerpo, que se estremecía aguijoneado por intensos relámpagos de placer. En ese momento, el Lord de la oscuridad la levantó en el aire y agarrándola por aquel culo terso y cremoso y separó sus cachetes.

Con su coño aun ensartado por el enorme falo de aquel espectro negro Leia sintió como algo pugnaba por penetrar en su virginal ojete.

Tras un par de tanteos sintió como una presencia atravesaba sus esfínter sin contemplaciones. Con un alarido recibió aquella presencia ardiente mientras la polla de Darth Vader seguía machacando su coño sin piedad.

Fuego y hielo, placer y dolor. Luz y profunda oscuridad. Aquel contraste era tan placentero que tardó apenas uno segundos en correrse. Su cuerpo se estremeció su culo se contrajo dolorido y su sexo vibró estrujando la polla de Darth Vader lo que a ella le pareció una eternidad.

Las oleadas de placer se sucedían mientras Darth Vader reía con voz cascada y empujaba dentro de aquel cuerpo joven e inocente con una insistencia sobrenatural.

El control sobre la fuerza le permitía machacar a la princesa todo el tiempo que le pareciese. Le preguntó una y otra vez por el planeta donde estaba la base rebelde hasta que la joven en un momento de debilidad, asaltada por un mezcla de intenso dolor y placer, susurró el planeta Dantooine.

—¿Es cierto eso? —preguntó Darth Vader dándole dos brutales empujones.

—Sí, Sí. —respondió ella entre alaridos de placer.

—Eres una perra mentirosa. —dijo él consciente de que la princesa le mentía— Pero yo voy a decirte algo que inmediatamente sabrás que es verdad; Princesa Leia, yo soy tu padre.

En ese momento un arrasador torrente de semen inundó su coño. Entre lágrimas de dolor y miedo sintió como le golpeaban cada una de las palabras amenazando con llevarla al borde de la locura, a la vez que sentía como aquella presencia maligna inundaba e impregnaba todas su entrañas buscando echar raíces en ellas para formar una nueva vida…

Continuará…

Relato erótico: “Leia entre asteroides.” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

LEIA ENTRE ASTEROIDES

Ayudados por el caballero Jedi Obi Wan Kenobi. Han Solo, Chewbacca y Luke Skywalker logran rescatar a la princesa Leia Organa de las garras de Darth Vader.

Durante la operación, Darth Vader logra derrotar a Obi Wan, que desaparece antes de que el lacayo del Emperador consiga darle la estocada final.

El pequeño grupo rebelde huye en un viejo carguero corelliano aprovechando que el rayo tractor de la estrella de la muerte está temporalmente inutilizado, perseguidos muy de cerca por varios Tie Fighter imperiales…

Mierda de Rancor. Estaba totalmente jodida. Huía en un montón de chatarra de los cazas imperiales en compañía de un zumbado que se creía un caballero Jedi, el contrabandista más cotroso y poco confiable de toda la galaxia y un enorme y peludo Wookiee.

Un nuevo impacto en la cola hizo temblar aquella lata interespacial haciéndola temerse lo peor.

—Princesa, apártese y no moleste demasiado. —dijo Han Solo dirigiéndose a uno de los turboláser mientras indicaba a Luke Skywalker que ocupase el otro.

—De eso nada, —replicó Leía dando un empujón a aquel chico medio tonto— Tu eres piloto, vete a la cabina y sácanos de aquí. Yo necesito matar a alguien.

La sesión de sexo con su padre y la destrucción del planeta Alderaan la habían puesto de un pésimo humor. Tenía ganas de matar a alguien. Habían logrado escapar por los pelos de las garras de Darth Vader, pero cada vez estaba más convencida de que albergaba una nueva vida en su seno. Llevaba la semilla de su padre en sus entrañas.

Se sentía perdida. Como princesa no podía presentarse ante la causa rebelde como la mujer que llevaba la semilla del mal en su cuerpo. Pero no pensaba renunciar a su hijo así que tenía que conseguir un padre para él antes de que su embarazo se hiciese patente. Y la perspectiva no era muy halagüeña. Si sobrevivían lo suficiente para no ser desintegrados, tendría que elegir entre un yogurín con ínfulas y un gilipollas al que media galaxia quería ver muerto. El único que parecía tener algo de sesera era Chewbacca, lástima que los Wookiees estuviesen totalmente descartados.

—Espero que tengas tanta puntería como mal genio, princesa. Necesitamos quitarnos a esos hijos de puta de encima. —dijo Solo sentándose y activando el armamento.

El láser era un viejo modelo KTTO de doble tubo y mira GH. Lo activó y se puso los auriculares para poder escuchar al otro artillero. Antes de que estuviese en posición, dos Tie Fighters pasaron aullando peligrosamente cerca mientras dejaban un nuevo rastro de explosiones en el maltrecho escudo de energía de la nave.

—Ya puedes darte prisa encanto si no quieres que acabemos como pedacitos de escoria estelar. —oyó decir a Han en el auricular.

—¿Por qué no te callas y disparas a esos dos que se te acercan por la izquierda?

—¡Mierda! Se me han escapado y vuelven a la carga por tu lado. Dales duro, cielo.

—Como vuelvas a llamarme cielo, babosa de azufre, te arranco la cabeza. —dijo Leia dejándose llevar por la intuición y apretando el gatillo.

El doble cañón laser escupió una ráfaga que acertó a uno de los cazas imperiales en pleno centro. La explosión fue tan brusca y cercana que Leia tuvo que cerrar los ojos para no quedar deslumbrada. Un instante después llevada por un nuevo impulso abrió los ojos y apretó de nuevo el gatillo arrancando de cuajo una de las alas de otro Tie Fighter que se alejó dando tumbos sin control hasta estrellarse con un pequeño asteroide unos par de segundos luz más allá.

—Joder con la princesita. No sé si te rescatamos a ti de las tropas imperiales o le hemos salvado a esos pobres de una muerte segura. —dijo Solo soltando un grito de triunfo.

En ese momento pasó un nuevo caza por su lado y evitando de nuevo los disparos del contrabandista, volvió a realizar dos nuevos disparos que alcanzaron la nave.

—¿Podrías dejar de hacer el payaso y cargarte el caza que queda? ¿O voy a tener que hacerlo yo todo?

El tiempo se les acababa. Si no se libraban del caza restante, el sacrificio del viejo encapuchado no serviría de nada. Afortunadamente, cuando estaba a punto de sacar a patadas de su puesto a aquel jodido inútil, Han Solo estornudó en el momento en que disparaba una nueva ráfaga, consiguiendo un tiro perfecto y haciendo volar el último Tie Fighter en pedazos.

—¡Has visto, nena! ¡Un tiro perfecto! Sí señor.

Leia bufó por toda respuesta y se dirigió hacia la cabina para ver cómo le iba a los otros dos idiotas.

—¿Cómo va eso? ¿Cuándo alcanzaremos la velocidad de la luz? —preguntó.

—Cuando Chewbacca consiga arreglar los impulsores. —dijo Luke dejando que Solo tomase los mandos— Este trasto es un montón de chatarra.

—Y mientras tanto, ¿qué hacemos? ¿Esperamos a que uno de esos destructores imperiales nos alcance y nos convierta en un montón de carbón intergaláctico?

—No, nos esconderemos. —dijo Han con una sonrisa.

—¿Qué demonios dices? ¿Dónde… —un frío sudor corrió por la espalda de la princesa al darse la vuelta y ver por las pantallas el campo de asteroides.

—Sí, cariño vamos allá —dijo Solo ignorando el grito de angustia del wookiee que trasteaba todo lo rápido que podía con los impulsores.

Nada más entrar en el campo de asteroides supo que no sobrevivirían. Aquel inútil en vez de evitar los asteroides parecía que quería jugar al billar con ellos. Afortunadamente Luke le apartó de los mandos y demostró lo que el Halcón Milenario era capaz de hacer.

El instinto de aquel chico era impecable. A pesar de evitar los pedazos de roca y algún que otro tiro lejano de un destructor, que era lo suficientemente estúpido para seguirlos por aquel laberinto, el chico parecía estar divirtiéndose. Han permanecía con de brazos cruzados observando con aire de entendido cómo su nave pasaba limpiamente entre los apretujados asteroides sin llegar a rozarlos.

Leia aprovechó la concentración de ambos para compararlos. Era evidente que Han Solo era un perfecto idiota, pero esa era su principal atracción; estaba segura de que no le costaría hacerle creer a aquel pánfilo que el niño era suyo. Además tenía que reconocer que ese pelo castaño y esa sonrisa de gañan le atraían irremediablemente.

Luke sin embargo, a pesar de ser evidente que estaba un poco pa allá con el rollo ese de los caballeros Jedis y esos cuentos de vieja sobre la Fuerza, parecía bastante más espabilado y más capaz de liderar la causa rebelde a su lado. Además sus increíbles dotes como piloto y esas miradas tímidas pero cargadas de deseo que le lanzaba eran la mar de excitantes.

—Ese destructor imperial se acerca. Creo que va a conseguir alcanzarnos. —dijo Luke.

—Esos gilipollas se están arriesgando a perder una nave como esa por alcanzarnos… Debemos gustarles un montón. —dijo el bocazas de Han.

En ese momento vio a su derecha un gran asteroide con un agujero en el que cabía la nave. Solo hizo falta señalárselo a Luke para que este diese un largo rodeo detrás de otros dos planetoides para salir del campo visual del destructor y maniobrando con elegancia girar la nave ciento ochenta grados y meterse en el oscuro agujero.

El Halcón Milenario aterrizó suavemente en el fondo del orificio. Tanto el wookiee como Han Solo y los dos androides salieron de la nave para terminar de reparar los impulsores mientras Luke y Leia se quedaban descansando.

Leia vio la oportunidad y se acercó a Luke acariciando su pelo rubio.

—Has estado muy bien. Eres un piloto extraordinario. —dijo Leia acercándose aun más para que Luke pudiese oler el aroma de su cuerpo.

—Yo… esto… no es nada… un caballero Jedi no…

La timidez que mostraba el joven la estaba poniendo aun más caliente. Acariciando la mejilla del joven, acercó su cabeza e interrumpió sus balbuceos con un beso. El chico, al principio se quedó como helado, pero cuando la princesa introdujo la lengua entre sus labios inundándole con su sabor reaccionó devolviéndole el beso con ansia.

Por la torpeza de sus besos era evidente que aquel chico nunca había estado con una mujer, eso la excitó aun más. Tomando la iniciativa, Leia deshizo el beso y empujando al joven contra el casco de la nave se arrodilló frente a él.

Con una sonrisa traviesa, acarició el interior del los muslos a la vez que dejaba caer una de las mangas de su vestido enseñándole una buena porción de su escote. Luke se quedó quieto dejando que ella le acariciase el miembro a través del tejido de los pantalones, mirando hipnotizado el cremoso escote de aquella desconocida.

—¡Joder! —dijo Leía en un susurro al ver crecer una mancha de humedad en la entrepierna de Luke.

—Lo siento… —fue todo lo que acertó a decir el chico con el rostro rojo como la grana.

—No importa. —dijo ella sacando el miembro de Luke aun goteando semen.

Observó aquel miembro un instante mientras lo sostenía entre sus manos. Tenía algo en su forma y tamaño que le resultaba vagamente familiar. Le hubiese gustado escarbar un poco más en su mente, pero el miembro de Luke estaba empezando a menguar. Fingiendo acariciarla quitó los restos de semen de su superficie y se la metió en la boca.

Aquella mujer era una diosa. A pesar de que aparentaba tener la misma edad que él, parecía mucho más experimentada. Los labios de la princesa se cerraban en torno a su miembro mientras su lengua jugaba con su glande y su boca chupaba haciendo que la polla creciese y palpitase amenazando con volver a reventar de un momento a otro.

No sabía si era la Fuerza, pero con un par de chupadas el miembro del chico volvía a estar como una piedra. Cuando se dio cuenta, Luke le estaba agarrándola por las trenzas e hincándole profundamente el miembro en su garganta.

Con un empujón apartó la cabeza. El miembro de Luke brillaba cubierto de una espesa capa de su saliva. Con una mueca lasciva acercó la lengua a la punta del miembro y cogiendo un hilo de saliva jugueteó con él dejando finalmente que cayese entre sus pechos.

Luke soltó un gemido y le arrancó el tenue vestido de un tirón. El cuerpo de la mujer era tan atractivo y rotundo que tuvo que contenerse para no empujarla contra la pared y follarla sin contemplaciones.

Leía estaba tan caliente que lo único que deseaba es que aquel parado la empujase contra la pared y la follase sin contemplaciones. Reprimiendo un gesto de contrariedad se levantó y poniendo la cara más sucia posible se acarició las caderas y se sobó los pechos, pellizcándose los pezones hasta que se pusieron duros mientras le indicaba que se desnudase.

Luke notaba como sus huevos hormigueaban de deseo al ver como Leia se acariciaba de forma impúdica su cuerpo desnudo… Pero, ¿Era verdaderamente aquel el camino de un Jedi?

Leía no le dejó terminar el hilo de sus pensamientos. Acercándose a él le abrazó pegando su pubis contra la polla erecta y caliente de Luke.

Por fin aquel paleto campesino de Tatooine reaccionó y levantándola en volandas la penetró. La polla de Luke llenó su sexo embargándola con un placer indescriptible. Agarrándose a su cuello comenzó a balancear sus caderas mientras el joven hundía la cara entre sus pechos lamiendo y mordisqueando su piel.

El coño de la princesa era cálido y estrecho y todo su cuerpo vibraba y se estremecía con sus empeñones. Deseando tomar el control, Luke se separó y empujó a la joven contra la mesa de ajedrez galáctico.

Leia solo tuvo tiempo de apoyar las manos contra la mesa antes de sentir el miembro de Luke resbalando en su interior y colmándola con su calor. Con un grito de salvaje alegría dejó que el hombre la follara con una fuerza que amenazaba con arrancar de cuajo la vieja mesa.

Cuando se dio cuenta tenía todos los músculos de su cuerpo contraídos y cubiertos de sudor. El joven aprendía rápido y cuando Leia estaba a punto de correrse se separó. La princesa gruñó frustrada y le pidió entre gemidos y jadeos que continuase.

Luke, sin embargo, se dedicó a admirar aquel cuerpo esbelto y jadeante brillando de sudor a la luz de los fluorescentes. Hipnotizado por el espectáculo, acarició el cuerpo de la joven, besando y lamiendo aquí y allá, impregnándose de su potente sabor.

Dándola la vuelta la sentó sobre la mesa y enterró la boca entre sus muslos. Leía pegó un grito y encogió todo su cuerpo estremecida por el intenso placer antes de que Luke con la boca saturada con el sabor de su sexo y su sudor, le separase las piernas para volver a penetrarla.

Leia pegó un largo gemido acompañando la entrada de aquel poderoso miembro en su seno. Era una lástima que el hijo no fuese suyo… Un nuevo empujón le obligó a dejar de lado cualquier pensamiento que no fuese la pura lujuria. Mirándole a los ojos siguió gimiendo cada vez con más desesperación hasta que una avalancha de sensaciones la derribó. Su cuerpo se descontroló impidiéndole hasta la respiración durante un instante.

—¡Vamos! ¡Fóllame fuerte cabrón! —exclamó presa de un indescriptible placer— ¡Córrete dentro de mí! ¡Hazme tu…

—¡Joder! ¡Basta ya! ¡Mecagüen el lado oscuro! —dijo Obi Wan apareciendo como por ensalmo en el momento que Luke estaba a punto de correrse.

Los dos jóvenes exclamaron sorprendidos. Luke se separó trastabillando y cayendo de culo sobre el suelo de la nave.

—He sentido una fuerte conmoción en la fuerza y he aparecido creyendo que estabas en peligro y te encuentro follando con… tu hermana.

—¿Qué coños dice este viejo? —dijo Leia tapando su cuerpo desnudo con los restos de su vestido.

—Obi Wan me estás diciendo que…

—En efecto le interrumpió el anciano Jedi. Tu y Leia fuisteis separados al nacer por vuestra seguridad ya que la fuerza era intensa en vosotros.

—Joder que puta mala suerte. —pensó Leia—Follarse a su hermano, después de follarse a su padre, no era lo que necesitaba una princesa para parecer honorable. Ahora qué coño iba a hacer. Después de aquel viaje iba a necesitar una buena temporada en un centro psiquiátrico.

Un par de ligeros temblores y ver a Han Solo corriendo precipitadamente camino de la cabina de mandos, hizo que todos sus pensamientos se esfumasen.

—Señores más vale que se ajusten los cinturones, tenemos un problemilla sin importancia. —dijo Solo en el instante en que aceleraba el vetusto trasto para salir del agujero.

Se sentaron todos rápidamente en sus puestos. Solo Obi Wan se quedó de pie al lado de Leia.

—Es conveniente para el equilibrio mental del joven Skywalker que no sepa por ti la identidad de sus progenitores. En este momento tan delicado podría dejarse llevar por el lado oscuro. —susurró el caballero Jedi— Y por el amor de la Fuerza, no vuelvas a tocarle. —añadió desapareciendo en el aire.

Los gritos de Solo y el Wookiee le devolvieron a la realidad. Parecía ser que el escondite era la madriguera de un hambriento gusano espacial. Luke se estremeció y prometió no volver a entrar en ningún agujero si se libraba de esa.

Mientras tanto, Leia no paraba de pensar en qué demonios iba a hacer con el niño que crecía día a día en sus entrañas. Cada vez le quedaba menos tiempo y menos opciones.

Continuará…

Relato erótico: “Amor en Yavin” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

AMOR EN YAVIN

Huyendo de la flota imperial Han Solo, Chewbacca, Luke Skyewalker y Leia Organa llegan a la base rebelde en Yavin.

DarthVader los persigue a través de la galaxia y gracias a un dispositivo buscador colocado previamente en el Halcón milenario localiza su destino.

La base rebelde se enfrenta a la batalla final por su supervivencia. Los X-Wing se preparan para un ataque desesperado sobre la estrella de la muerte fiándolo todo a la destreza de sus pilotos…

¿Qué demonios estaba pasando? Se encontraba de nuevo en la estrella de la muerte. Huyendo por aquel laberinto de pasillos, vistiendo un horrible mono que se ajustaba a su cuerpo haciendo que cualquier movimiento fuese una invitación a la lujuria.

De una esquina salió un soldado imperial apuntándola con su pistola láser. Como un relámpago echó mano a sus caderas, pero donde debía haber estado su cartuchera no había nada. Se dio la vuelta, preparada para volver por donde había venido, pero otros dos soldados más le cortaban el paso. Con un gesto contrariado levantó las manos en señal de rendición.

Uno de los soldados se acercó y antes de que pudiese decir nada le atizó con la culata de su pistola en la sien haciendo que todo se volviese negro.

Cuando despertó y abrió los ojos una intensa luz la deslumbró, los cerró con fuerza intentando concentrarse a pesar del intenso dolor que atravesaba todo el lado izquierdo de su cabeza. Tras respirar un par de veces profundamente, volvió a abrir los ojos. Intentó mover los brazos para protegerse de la intensa luz, pero estaba totalmente paralizada. Un par de soldados imperiales entraron en la sala y apagando el mecanismo paralizante que colgaba de su cuello la ayudaron a levantarse para tras maniatarla, colgar sus brazos del techo de manera que apenas podía tocar el suelo con la punta de sus delicados pies. Intentó librarse de las ataduras, pero descubrió que tenía los brazos firmemente atados . Forcejeó desesperada durante un par de minutos hasta que finalmente se dio cuenta de que no conseguiría liberarse, con lo que optó por volver a cerrar los ojos y tratar de no pensar en lo que le esperaba.

La puerta se abrió dando paso a Darth Vader, que entró acompañado por un acólito vestido totalmente de negro. Los movimientos y la constitución del acólito le resultaron familiares, pero al llevar la capucha echada sobre su rostro no logró identificarle.

—Bien. Querida hija. Estoy encantado de verte de nuevo.—dijo Darth Vader haciendo que su voz metálica reverberase por toda la estancia— La última vez que nos vimos quedaron algunas cosas pendientes.

—Cerdo. Ni te atrevas a acercarte a mí. Tú no eres mi padre. Mi padre era Anakin Skywalker un caballero Jedi. Como mi hermano…

Una risa bronca de la oscura figura interrumpió la contestación de la joven princesa. Vader se acercó a ella y con un gesto de su mano volvió a pulverizar sus ropas dejándola totalmente desnuda de nuevo.

Ya estaba empezando a mosquearse. Aquel hijoputa estaba empeñado en dejarla en pelotas cada vez que la veía. Poniendo la cara de mayor desprecio posible observó impotente como se acercaba y comenzaba a acariciar su cuerpo, utilizando la Fuerza para excitarla contra su voluntad.

Las enguantadas yemas de los dedos de aquel ser recorrían su cuerpo dejando rastros de helada lujuria sobre su piel. Leia forcejeó con sus ataduras solo para que el dolor que le infringían las ligaduras al resistirse contrarrestasen el intenso placer.

En ese momento la figura encapuchada se movió y se colocó a su espalda comenzando a acariciarla, besarla y mordisquearla con suavidad.

Leia no pudo con el nuevo ataque y se vio obligada a claudicar al fin soltando un largo gemido. El desconocido agarró su culo y hundió los dedos en el masajeándolo con fuerza y dándole dolorosos cachetes hasta que quedó rojo como la grana.

—¿Te gusta mi nuevo aprendiz? —preguntó Vader— Ya sé que es un poco brusco, pero ya sabes, el entusiasmo de la juventud.

Leia se sentía como una especie de objeto blando al que dos maníacos estaban acariciando y pellizcando. Pronto sintió como toda su piel ardía, sus pezones palpitaban y su sexo chorreaba. Ni siquiera la incómoda postura y la repugnancia que le causaba el contacto con aquellos dos cuerpos que exudaban maldad podía evitar que se sintiese profundamente excitada.

Darth Vader se apartó un instante y le hizo señas a su acólito para que se acercara . El aprendiz se colocó a la derecha de su maestro y a una señal ambos abrieron sus capas mostrándole sendas pollas.

La polla oscura y bulbosa del maestro contrastaba con el miembro rosado y palpitante de vitalidad de su acólito. Aquel miembro le resultó tan familiar como el de Darth Vader aunque no era capaz de recordar a quién podía pertenecer. Intentó estrujarse un poco más el cerebro, pero la forma en la que se acercaron los dos hombres a ella le hicieron olvidar sus elucubraciones.

Los dos hombres la rodearon y se aproximaron tanto que pudo sentir las puntas de sus miembros rozando sus muslos. Instintivamente intentó alejarse, pero solo logró atraerlos aun más con sus cuerpo tenso y el bamboleo de sus pechos.

Finalmente la abrazaron, uno por delante y el otro por detrás, frotando sus pollas contra su cuerpo y ensuciándolo con sus asquerosas secreciones.

Se sentía tan sucia como lujuriosa. A pesar del profundo asco no podía evitar sentir una tremenda excitación y cuando el acólito cogió uno de sus pechos y se lo metió en la boca deseo tener libres la manos para poder bajar aquella ominosa capucha y revolver el pelo de su violador.

Por detrás, Darth Vader se limitaba a acariciar su cuerpo emitiendo su metálica respiración muy cerca de su oído, recordándole que la polla que tanto le estaba excitando pertenecía al segundo ser más odiado de la galaxia…

Sin esperar más, el oscuro aprendiz se irguió y cogiendo una de las piernas de Leia, la puso sobre su hombro y la penetró. Leia se agarró a las ligaduras de las que colgaba e intentó que no se notase el intenso placer que sentía. El desconocido comenzó a moverse en su interior colmándola de un placer tan intenso que no pudo aguantarse más y terminó soltando un largo gemido.

Darth Vader soltó una risa cascada a la vez que frotaba la polla contra su culo y su espalda.

No había resistencia posible , sus últimas defensas cayeron y cuando se dio cuenta estaba gimiendo y disfrutando como una loca.

En ese momento Vader separó sus cachetes y cometió la humillación final. Extrañamente no sintió ningún dolor. Siempre había pensado que sería muy doloroso, pero a pesar de que aquel hijoputa le metió la polla hasta es fondo de su culo lo único que sintió fue placer.

Leia se dejó llevar jadeando y gimiendo mientras era empalada por aquellas dos fenomenales pollas una y otra vez llenándola y llevándole al éxtasis que no tardó en llegar arrasándola.

Cuando volvió a ser consciente de lo que pasaba a su alrededor alguien había cortado la cuerda que la mantenía unida al techo y se encontró tumbada encima del acólito que no paraba de moverse bajo ella mientras Vader la sodomizaba a un ritmo endiablado. De la máscara del hombre solo escapaba un risa profunda y cascada.

Durante unos minutos más estuvieron maltratando sus genitales hasta que no pudieron contenerse más y se corrieron llenando sus agujeros con su cálido semen. En ese momento el acolito retiró la capucha que cubría su rostro y con horror pudo ver la cara de su hermano… o lo que quedaba de él.

En su rostro estaba marcado el efecto del reverso oscuro de la fuerza. Había perdido casi todo el pelo y sus iris azules estaban rodeados de un cerco rojo y unas profundas ojeras.

—Sí, soy tu hermano, Leia. Ven y únete a mí, a nosotros y experimenta el poder del lado oscuro de la fuerza.

Leía se quedó quieta chorreando semen y cubierta por el sudor de aquellos dos terribles seres mientras Luke se acercaba intentando seducirla.

Leia quería negarse, pero la tentación era muy fuerte. Luchó con todas sus fuerzas, pero aquellos ojos fríos, llenos de ira y soberbia la tenía atenazada. Solo era cuestión de unos instantes y sería esclava del lado oscuro…

Se despertó con un gritó, totalmente desorientada hasta que se giró en la habitación y se dio cuenta de que estaba en la base rebelde de Yavin, justo el día previo a la batalla que decidiría el destino de la causa rebelde.

Estaba suspirando de alivio cuando la puerta se abrió y Han Solo entró con la pistola preparada.

—¿Te encuentras bien, princesa? —preguntó Solo exhibiendo su típica sonrisa de rufián.

—Sí, solo era una pesadilla.

—Sera mejor que te tapes. —dijo señalando con el dedo el vaporoso camisón de la joven que con la pesadilla había quedado a la vista—Las noches en este planeta son frescas.

La primera intención de Leia fue hacerle caso y despedirle, pero de repente se dio cuenta. Aquel inútil podía ser su salvación. A pesar de que no había hecho nada, se había llevado la fama del escape de la estrella de la muerte y había ganado cierta reputación entre el ejército rebelde.

Sabía que quería largarse para pagar un deuda con Jabba el Hutt que le tenía en el filo de la navaja, pero estaba convencida de que si insistía suficiente lograría que se uniese al ataque suicida que estaban preparando contra la estrella de la muerte para la mañana siguiente

Sí lo pensaba bien era perfecto, solo tenía que follárselo esa noche hacerle unos cariñitos delante de todo el ejercicio y despedirle para que con su habilidad a bordo del Halcón Milenario acabase desintegrado por alguno de los turboláser de la estrella de la muerte. Así ella sería una especie de viuda y no tendría que dar enojosas explicaciones sobre la criatura que crecía en su interior.

—Perdón. ¿Qué decías? —preguntó Leia volviendo a la conversación.

—Que en fin —tartamudeó el contrabandista señalando sus pezones erectos—Que estas cogiendo frío.

—¿De veras que esto es por el frío? —replicó Leia pellizcándose los pezones a través de la suave tela del camisón.

Solo hizo un gesto de indecisión. Era evidente que la deseaba, pero no se atrevía a dar el paso. Ocultando su exasperación la princesa dejó que resbalara uno de los tirantes mostrando al contrabandista un pecho grande cremoso y turgente rematado por un pezón rosado que le desafiaba erecto.

—Creí que era Luke el que te gustaba. —dijo Han acercándose.

—Vamos, no seas tonto. El chico es guapo, pero a mí me gustan hombres un poco más hechos, que tengan mundo. Él apenas acaba de salir de las faldas de su madre. —replicó Leia poniendo morritos.

Eso fue lo único que necesitó Solo para desnudarse y meterse en la cama con ella. En cuestión de segundos estaba sobre ella acariciándola y besándola.

Tenía que reconocer que todo lo que tenía de gañan lo tenía de buen amante y además estaba bastante bien dotado. Las manos del piloto resbalaron por su cuerpo acariciándolo con suavidad, excitándola y haciendo que olvidase la turbadora pesadilla que acababa de experimentar.

Con un empujón lo apartó y se puso en pie. Con lentitud se fue bajando el camisón hasta quedar totalmente desnuda. Han Solo se quedó observándola embobado y ella, consciente de que en cuestión de horas le pediría que arriesgase la vida por él, se esforzó al máximo. Se contoneó ante él mientras deshacía las trenzas dejando que una espesa mata de pelo que le llegaba hasta la cintura se derramase sobre su pálida piel.

Han Solo tragó saliva y se levantó. Su enorme erección le causó a Leia un escalofrío de placer anticipado. Quizás no fuera mala idea. Dándose la vuelta volvió a apartarse de él jugando con su deseo un poco más. Finalmente la atrapó por las caderas y la acercó hacia él. Pudo sentir como Han acariciaba su pelo mientras la dirigía contra la pared de la habitación.

Las manos del contrabandista se deslizaron por sus costillas, agarraron sus pechos y se los estrujaron. Leia suspiró mientras frotaba su culo contra la erección de Solo que sonreía satisfecho.

El hombre fue bajando poco a poco las manos a la vez que se arrodillaba. En pocos segundos sintió como tras acariciar su culo le separó los cachetes y comenzó a comerle el coño.

Leia gimió y retrasó el culo mientras sentía la lengua de Han evolucionando por su sexo acariciando su clítoris, la abertura de su ano y recogiendo los flujos que escapaban de su cada vez más anhelante coño.

No podía aguantar más, necesitaba polla. Con las mejillas ruborizadas Leia se dio la vuelta y tirando del pelo de aquel rufián le obligó a levantarse . Han se hizo el remolón y aun se quedó unos instantes besando y chupando sus pezones haciendo que su deseo fuese casi angustioso.

Con esa sonrisilla de triunfo que tanto detestaba separó las caderas de Leia de la pared y la penetró. Leia no se cortó deseosa de que toda la base se enterase y pegó un grito de placer al sentir como el miembro de Solo colmaba su sexo. La joven levantó una de sus piernas y la colocó sobre la cadera de él. Han comenzó a moverse con suavidad a la vez que le acariciaba la pierna y la besaba con suavidad.

Los movimientos se hicieron más rápidos y bruscos. Leia gimió y clavo las uñas en el peludo pecho de Solo sintiendo como cada embate la llevaba más cerca del orgasmo.

Agarrándola por el culo Solo la levantó en el aire y la posó con delicadeza sobre la cama antes de seguir follándola. Leia abrió las piernas y las estiró todo lo que pudo a la vez que alzaba las caderas para sentir los golpes del pubis de su amante en el suyo propio cada vez que le metía la polla hasta el fondo.

Agarrando a Leia por los hombros Han la folló con todas sus fuerzas hasta que se derramó en su interior. La princesa sintió un cálido torrente derramarse en su interior y no tardó en correrse también.

Instantes después Han se separó, pero Leia quería que aquella noche fuese memorable. De un empujón tumbó al hombre boca arriba y se colocó a cuatro patas sobre él. Con lentitud comenzó a retrasar su cuerpo procurando que su piel le rozase suavemente la polla. Cuando la tuvo a la altura de sus pechos comenzó a bambolearlos golpeando delicadamente aquel miembro haciendo que volviese a crecer poco a poco.

Los apagados gemidos de Han la animaron y tras demorarse unos instantes siguió bajando hasta que tuvo el pene a la altura de su boca. Tras besarlo un instante sonrió y apartó la cabeza dejando que su larga melena lo acariciara.

El contrabandista jamás había experimentado nada parecido. La suave y oscura melena de la joven acariciaba su miembro haciéndole sentir un placer desconocido. Bajo aquella espesa capa de pelo la princesa cogió su verga y comenzó a masturbarle usando su pelo como si fuese un suave guante.

Han tensó todo su cuerpo y soltó un ronco gemido. Satisfecha acercó su boca y le lamió y le mordisqueó la polla chupando con fuerza, sintiéndola palpitar en su garganta.

A continuación se apartó de nuevo y acariciándole de nuevo la polla con su melena le masturbó una vez más antes de subirse a horcajadas y meterse aquel miembro hasta el fondo de su sexo.

Solo se dejó hacer mientras la princesa saltaba con violencia y gemía y gritaba presa de un placer irrefrenable. En pocos minutos estaba jadeando y cubierta de sudor, pero no dejó de subir y bajar por la verga de él a un ritmo endemoniado hasta que no aguantó más y todo su cuerpo se crispó asaltada por un tremendo orgasmo.

El contrabandista, sin darle respiro, la puso a cuatro patas sobre la cama y la volvió a penetrar con fuerza, prolongando su orgasmo y corriéndose de nuevo en su interior con un grito de triunfo.

—¿Quién lo diría? —dijo Solo tumbándose a lado de una Leia aun jadeante— Mi madre siempre me dijo que jamás llegaría a nada y aquí me ves. Yo, un líder de la causa rebelde y follándome a una senadora imperial. ¡Chúpate esa doña perfecta!

—Creí que te irías a pagar esa deuda que tienes pendiente… —dijo Leia haciendo dibujitos con sus uñas en el pecho del contrabandista

—Verás cielo. Esa era mi intención, pero me lo he pensado mejor y creo que vais a necesitar mi ayuda. Ese chico, Luke, me cae bien y no me gustaría que le pasase nada allá arriba.

—¡Ah! ¡Qué bien! —dijo Leia cubriéndole de besos— Creo que voy a hacer que te nombren general del ejército rebelde.

Como esperaba, aquel gilipollas se hinchó como un pavo. A partir de aquel momento supo que lo tenía en el bote. Ahora solo tenía que cumplir e ir directo a una muerte segura.

Doce horas después en los alrededores de la estrella de la muerte…

—Grrr, buuf, grrr, guau, guau.

—Joder Chewbacca, ya sé que estamos en un lío. No hace falta que me lo digas. Calla y desvía la energía a los cañones de proa, tenemos que cargarnos esa torre laser si no queremos acabar convertido en una bonita bola de fuego.

—Brrr, buuuf, grrr, guau, guau.

—No soy ningún gilipollas encoñado. Soy un general rebelde y como sigas tocándome lo cojones te voy a montar un consejo de guerra que te vas a cagar, bola de pelo apestosa….

FIN

Relato erótico: “Hércules. Prólogo” (POR ALEX BLAME)

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PRÓLOGO

Pam le apartó la melena de la cara y le clavó con intensidad esos ojazos azules y profundos. Hércules nunca sabía en qué pensaba. Aquella mujer le desconcertaba tanto como le atraía. Quizás por eso la amaba tanto.

Aquellas manos de dedos finos y suaves acariciaron su nuca y sus labios se fundieron con los de Hércules en un beso largo y profundo que en pocos instantes se hizo ansioso. Las manos de él se deslizaron por su espalda y agarraron su culo apretando el voluptuoso cuerpo de la joven contra él.

Pam se estremeció ante el contacto y separó los labios un instante para respirar. Hércules aprovechó para bajar la cabeza, besar su cuello y mordisquear el tatuaje de su hombro.

Al contrario que con Akanke, el sexo con Pam siempre era intenso y lujurioso. Sería por su oficio, pero el caso es que le gustaban las emociones fuertes. Le encantaba follar en lugares públicos, siempre en peligro de ser descubiertos y las discotecas le volvían loca. El montón de gente saltando, bailando y frotando sus cuerpos sudorosos, en medio del sonido atronador de la música tecno, hacía que la mujer entrara en una especie de éxtasis.

Con un movimiento sorpresivo se dio la vuelta y comenzó a menear sus caderas al ritmo de la música, pegando su culo contra la entrepierna de Hércules, dejando que él repasara su ceñido vestido de lentejuelas. Pam levantó los brazos y los dirigió hacia atrás rodeando la cabeza de Hércules y cerrando los ojos; dejándose llevar por la música y sintiendo como la polla de su novio crecía en contacto con su culo.

Esta vez fue Hércules el que no aguantó más y cogiendo a la joven por los brazos la empujó delante de él, siempre pegado a su cuerpo, a través del gentío, a uno de los reservados. Sin contemplaciones la tiró sobre el sofá. Ella se dio la vuelta y se sentó con esa mirada desafiante que tanto le ponía. Se sentó a su lado y comenzó a besarla de nuevo, metiendo la mano por debajo de su falda. El interior de sus muslos estaba cálido y ligeramente húmedo.

Pam sonrió y abrió sutilmente las piernas, dejando que la mano de su novio avanzase hasta alcanzar su sexo. La joven se sobresaltó al sentir los dedos de Hércules explorando su pubis y jugando con su sexo, pero no dejó de besarle ni acariciarle el pecho por debajo de la camiseta.

Con un movimiento apresurado, montó sobre Hércules mientras hurgaba en sus pantalones desabrochando botones y bajando cremalleras. Los dos sexos se tocaron y se frotaron con fuerza haciendo que los dos amantes suspirasen ahogadamente a la vez.

Hércules cogía uno de los pechos de Pam con sus manos y lo estrujaba con fuerza a través del vestido justo en el momento en que dos chicas se asomaron al reservado. Él levantó la cabeza y las jóvenes se retiraron con una sonrisa nerviosa.

Pam aprovechó el momentáneo despiste para enterrar la polla de él dentro de su coño. La sensación fue deliciosa. Hércules se agarró a las caderas de la joven mientras ella le cabalgaba al ritmo de la música jadeando, revolviéndose el pelo y acariciándose el cuerpo, disfrutando de cada golpe de cadera.

Inclinándose sobre él y mirando a un lado y a otro, se bajó el escote palabra de honor, liberando un pecho y acercándoselo a la boca. Hércules lo chupó con fuerza y lo mordisqueó. Pam soltó un gritito y moviéndose aun más rápido.

La levantó en el aire y la arrinconó contra la pared. Pam apretó sus piernas contra las caderas de Hércules y comenzó a morderle los lóbulos de las orejas gimiendo cada vez más rápida e intensamente.

Consciente de que estaba a punto de correrse Hércules la dio más fuerte y más profundo, agarrándola con suavidad por el cuello y obligándole a mirarle a los ojos, hundiéndose profundamente en ellos sin parar de moverse dentro de la joven.

Hércules fue el primero en correrse eyaculando en el coño de Pam, inundándolo con su calor y provocando que ella se corriese a su vez. El cuerpo de la joven tembló en sus brazos, recorrido por un intenso placer. Hércules no se separó de ella hasta que los últimos relámpagos de placer se extinguieron dejándola exhausta y complacida.

Pam se recolocó el vestido con una sonrisa traviesa y se sentó de nuevo. Hércules, tras abrocharse los pantalones, se sentó a su lado. La música llegaba amortiguada y las luces quedaban lejos, haciendo el ambiente más tranquilo y recogido. Pam se colgó de su cuello y le besó de nuevo. Le miró a los ojos de esa forma inquisitiva que le ponía tan nervioso.

—Me gusta cómo me haces el amor. —empezó acariciándole distraídamente el cuello— En realidad me gusta todo de ti…

—¿Pero?

—Que tu sabes prácticamente todo de mí mientras que yo apenas se nada de ti. y debería ser al revés. Aun tienes que explicarme lo de tu paso por los tribunales. Si quieres que esta relación funcione tendrás que contármelo todo.

—En realidad no hay mucho que contar. —respondió Hércules evasivo.

—No digas tonterías. Soy guardia civil. No me engañarás tan fácilmente. Solo me hace falta observar esos ojos grandes que me miran a veces con una intensa lujuria y otras veces con una inexplicable melancolía para saber que hay algo en tu pasado que debo saber para poder comprenderte y amarte como deseo.

Hércules frunció los labios pensativo y ella le acosó con besos cortos y superficiales sin dejar de hacerle preguntas.

—Vamos, Pam, este no es el lugar adecuado…

—Estupendo, estoy totalmente de acuerdo. Vamos a mi casa. De todas formas, ya hemos bailado suficiente. —dijo la joven levantándose y agitando sus caderas con sensualidad.

Antes de que pudiese volver a negarse, Pam tiró del brazo de Hércules y lo arrastró con decisión, fuera de la discoteca.

***

—Adelante, ahora estamos tranquilos en casa. —dijo ella en cuanto cerró la puerta tras ella— Cuéntame tu historia.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué tal por el principio? —le sugirió ella preparando rápidamente un par de gin tonics y alargándole uno a Hércules.

—Bueno, supongo que es tan buena idea como otra cualquiera. Ponte cómoda porque esto va a durar un buen rato.

—Prometo escucharte y no interrumpirte durante todo el rato. —dijo Pam sacándose los tacones y acurrucándose en los brazos de su amante dispuesta a escuchar.

Hércules acogió su cuerpo menudo con los brazos y empezó a narrar su historia. Contándolo en tercera persona, como si el hombre que era ahora y el que había sido en el pasado fuesen dos personas distintas.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, lo antes posible, publicaré en la categoría entrevistas/info el índice de capítulos y una breve guía de personajes

SIGUIENTE CAPÍTULO AUTOSATISFACCIÓN.

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 1. El capricho de Zeus.” (POR ALEX BLAME)

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PRIMERA PARTE: CONCEPCIÓN

Capítulo 1: El capricho de Zeus

La joven sonreía agarrada al cuello de Piper, acoplándose a sus movimientos y dejando que su larga melena castaña ondease al viento. Los pantalones de montar se ceñían a su culo grande y musculoso haciendo que todas las promesas del dios se tambalearan.

Hacía siglos que no veía una mujer tan deliciosa. Sabía de su existencia desde pequeña. Sus ojos grandes y grises y su cara angelical de nariz pequeña y labios gruesos habían sido la delicia de la familia y el objeto de las carantoñas de amigos y conocidos. Con el tiempo, esos rasgos adorables habían dado lugar a una belleza arrebatadora cuando llegó a la mayoría de edad.

Tan atractivo como su exterior, era su carácter dulce y apasionado, siempre buscando una causa que defender y su debilidad eran los animales. Desde pequeña siempre había deseado tenerlos a su alrededor, perros, gatos, tortugas, peces… hasta que con su decimoquinto cumpleaños, su padre le regaló un espléndido hannoveriano de seis años al que llamó Piper.

Desde el primer instante se estableció una indisoluble relación entre la joven y el animal. Juntos aprendieron los rudimentos del salto de obstáculos y la perseverancia de la joven, junto con el gran instinto del animal y las indicaciones de un buen entrenador, convirtieron a la pareja en un tándem ganador.

Pero se podía ver a la legua que para Diana los trofeos y los premios, aunque reconfortantes, eran secundarios. De lo que realmente disfrutaba era de las largas cabalgadas a pelo por la finca familiar, agarrada al cuello del animal, sintiendo toda su potencia y haciéndole sentir al caballo sus deseos con leves movimientos de su cuerpo.

—¿Ya estás vigilándola otra vez? —le preguntó Hera con tono agrio— Te recuerdo que hace siglos hicimos el solemne juramento de no volver a inmiscuirnos en la vida de los mortales, incluso a costa de que nos olvidasen y dejasen de venerarnos.

Zeus gruñó y asintió distraídamente, pero no podía evitar el fuerte hormigueo que crecía en sus testículos, que ni siquiera la más bella de las ninfas del Olimpo y menos su celosa esposa, podían aplacar.

Mientras observaba a la mujer desmontar y llevar a su caballo de vuelta al establo, no dejaba de pensar con satisfacción, que no tenía más remedio que romper su juramento. Una cosa era no inmiscuirse en la vida de la humanidad y otra era dejar que esta se fuese al carajo. En cuanto Hera se dio la vuelta, Zeus volvió a fijar su atención en la joven. Con las mejillas arreboladas y su deliciosa boca arqueada en una alegre sonrisa estaba arrebatadora. De tener que saltarse el juramento, por lo menos hacer que fuese inolvidable.

Zeus se revolvió en su trono y siguió a la esbelta joven hasta el interior de las caballerizas donde una mujer vestida con un mono vaquero le ayudó a lavar y a refrescar a Piper.

***

Siempre que salía con Piper volvía llena de energía, era como recargar las pilas tras un día de intenso trabajo en los negocios de su padre. Mientras cepillaba y refrescaba a su montura dejaba que su mente volara y se perdiera en fantasías y ensoñaciones, olvidándose de los problemas del día a día y concentrándose únicamente en su próxima competición. Cuando volvió a la realidad, se encontró, como siempre, con los ojos oscuros y profundos de Angélica, la joven encargada de los establos, fijos en ella.

En cuanto la mujer se dio cuenta de que estaba provocando su incomodidad se disculpó y se alejó llevándose consigo a Piper camino de su box. Diana la observó alejarse, era una chica extraña. Su padre la había contratado por la recomendación de un amigo que le había dicho que a pesar de su timidez y juventud tenía muy buena mano con los caballos. Y era cierto. En cierta forma Diana la envidiaba porque el vinculo que ella había forjado con Piper Angélica lo establecía con cualquier animal casi inmediatamente y sin esfuerzo.

Sin embargo con las personas no era demasiado buena. Hablaba poco y era cortante. Decía siempre lo que pensaba y eso le había acarreado más de un disgusto, o eso creía Diana, porque jamás la había visto cambiar su hierático gesto.

Mientras abandonaba las caballerizas, Diana pensó en la joven, en su eterno mono vaquero, su pelo negro ensortijado y enmarañado y su mirada intensa y sonrió pensando que, a pesar de llevar varios años viéndose casi a diario, podía contar con los dedos de las manos las veces en que habían tenido una conversación.

Cuando entró en la casa, su padre ya le estaba esperando para cenar.

—Como siempre que sales con ese condenado bicho llegas tarde a la cena. —dijo su padre abriendo sus brazos en un gesto inequívoco— A veces pienso que quieres más a ese jamelgo que a mí.

—No seas idiota papá, deja que me aseé un poco y cenamos. —replicó ella abrazando a su padre.

—De eso nada, Lupe ya tiene servida la cena y como vi que tardabas he ordenado que la sirvan en el porche de atrás, así no harás que apeste todo el comedor con el sudor de ese bicho.

Diana le dio a su padre su suave puñetazo en el hombro y le acompañó resignada al porche donde otras tres personas más, su madre, y un par de vecinos conversaban y esperaban pacientemente a que todos estuviesen a la mesa.

La joven llegó sonriendo, saludó a los presentes y le dio un par de besos a su madre que resopló como siempre que la veía con el traje de montar. Siempre había sido una remilgada y a pesar de que la quería, odiaba que su hija se dedicase a montar a caballo y correr con su descapotable en vez de acudir a fiestas para conseguir un buen marido y darle un nieto que continuase con su ilustre estirpe.

Lupe era una cocinera magnifica y pronto todos estuvieron comiendo como lobos y bebiendo como camellos después de una larga travesía en el desierto. Diana, a pesar de no seguir el ritmo de los mayores, pronto se sintió mareada por el vino y la opípara cena.

Cuando terminaron con el helado de té verde y caramelo los hombres se sirvieron unas generosas medidas de Coñac Jenssen Arcana y encendieron unos habanos. Cuando comenzaron a contar chistes subidos de tono, su madre se retiró poniendo mala cara, pero Diana se quedó solo por llevarle la contraria.

La velada fue larga y los hombres, que ya conocían a Diana, intentaron sonrojarla con historias subidas de tono. La joven no mostró ninguna incomodidad aunque las historias unidas a la larga cabalgada hicieron que empezase a sentir un incómodo calor en sus entrañas.

Diana intentó relajarse y pensar en otra cosa, pero las imágenes de parejas follando con furia y en estrambóticas posturas que le sugerían los relatos de los hombres la estaban poniendo tan caliente que decidió irse a sus habitaciones antes de que su cara delatase su excitación.

Con una excusa dejó a los tres hombres, medio piripis, contando guarradas y subió apresuradamente las escaleras hasta su habitación.

Como una exhalación atravesó la pequeña sala de estar y el dormitorio sacándose la ropa por el camino y se metió en la ducha. Con un suspiro dejó que el agua tibia golpease su cara y escurriese por su ardiente cuerpo. Al contrario de lo que esperaba, en vez de aliviar el calentón, los chorros de la ducha golpeando su cuello y sus pechos la excitaron aun más. Era como si alguna fuerza extraña la excitase y la incitase a aliviar esa ansia creciente. Entreabrió la boca y dejó que el fuerte chorro tibió golpease sus labios y su lengua imaginando que eran los apresurados besos de un fornido atleta.

Se cogió la melena y la enjabonó delicadamente mientras escupía agua de su boca y se lamía los labios. Con la espuma restante se frotó el cuello y los pechos haciendo que finos relámpagos de placer recorriesen su cuerpo. Con la respiración agitada se abrazó y elevó su busto lo justo para poder llegar a acariciar sus pezones con la punta de su lengua. El placer era cada vez más intenso y sus manos se deslizaron por su vientre terso y mojado hasta el interior de su piernas.

Con un suspiro salió de la ducha y se miró al gigantesco espejo. Observó sus pechos grandes y tiesos con los pezones rosados erizados. Se giró ligeramente y contempló su vientre plano, con su pubis rasurado tapado por las manos que jugueteaban en él. Se puso de puntillas maravillándose con sus piernas largas y sus muslos y su culo potentes y musculosos. Sin dejar de acariciarse con una mano se agarró el culo con la otra, imaginando que era un amante el que lo hacía.

Pronto notó como su coño se inundaba con los líquidos provenientes de su excitación e introdujo sus dedos en él, soltando un apagado gemido. Sus manos comenzaron a moverse con suavidad penetrando en su sexo una y otra vez. Cuando las retiró pudo ver como su vulva enrojecida e hinchada estaba entreabierta y de ella asomaba un fino hilo de flujos. Lo recogió con sus dedos y se lo llevó a la boca saboreando su excitación.

Con un suspiro se tumbó en la cama abriendo las piernas y acariciándose el interior de los muslos con una mano mientras que con la otra se estrujaba los pechos. Cerró los ojos e imaginó que eran las manos de otro las que lo hacían. Su mano resbaló de entre sus muslos hasta internase de nuevo en su sexo.

Esta vez lo hizo con violencia, haciendo que su palma golpease contra su clítoris. El intenso placer le obligó a morder la almohada para ahogar sus gemidos.

A punto de correrse, apartó sus manos y respiró profundamente. Con un gesto ansioso se dio la vuelta y a gatas se acercó a la mesita de noche, hurgando unos segundos en el cajón hasta que encontró el consolador.

Era un cacharro grande y dorado que una amiga le había regalado en su cumpleaños, medio en broma, medio en serio, al ver el lamentable historial de novios que había tenido últimamente. Giró el interruptor y el suave zumbido le confirmó que aun tenía pilas.

No tenía lubricante y tras dudar un momento, se lo metió en la boca, sintiéndose un poco tonta. Lo metió y lo sacó de la boca, lo embadurnó con su saliva recorriendo toda su bruñida longitud con placer anticipado.

Con un movimiento lento y sinuoso, lo sacó de su boca y recorrió su cuello, sus pechos y su vientre con la punta del aparato dejando un rastro de excitación allí por donde pasaba.

Dándose la vuelta, se puso a cuatro patas y se lo metió en su anegada vagina que se distendió para abrazar el rugiente aparato, emitiendo relámpagos de placer por todo su cuerpo. Con un suspiro enterró de nuevo la cabeza entre las sabanas gimiendo con intensidad.

Con una mano se apuñalaba con el trasto dorado mientras que con la otra se acariciaba el clítoris con tal intensidad que no tardó más de dos minutos en correrse. El grito salvaje de satisfacción quedó ahogado por la ropa de cama. Diana cayó de lado en posición fetal, gimiendo y jadeando con el vibrador enterrado en su coño, zumbando como una abeja furiosa.

***

Zeus se recostó en su trono satisfecho, al menos de momento. Le encantaba recurrir a esos trucos para aumentar la sed de sexo de la joven. Sabía que masturbarse no sería suficiente para aplacar el deseo de la mujer. Tarde o temprano caería en la tentación y aquella joven de incomparable belleza caería en sus brazos.

El único problema era su jodida mujer. Cada vez que se calzaba una tipa, su esposa se enteraba y la amante de turno acababa convertida en vaca… o en algo peor. La única forma en que podía hacerlo era disfrazarse, pero en qué… La repuesta le vino a la cabeza casi instantáneamente.

***

Dos semanas después.

Había hecho un recorrido impecable. Dos trancos más y superó el vertical con solvencia. Dando un apagado grito de animo a Piper, giró a la izquierda y encaró el triple; cuatro trancos salto, dos trancos y el segundo obstáculo quedo atrás, pero cuando afrontaba el tercero Diana sintió que algo iba mal.

El segundo transcurrido entre el despegue del suelo y el aterrizaje al otro lado del obstáculo le pareció eterno. Piper aterrizó con la pata delantera izquierda encogida y su casco se hincó en el suelo descargando todo el peso de animal y jinete en él. Tanto articulación como hueso no lo resistieron y se rompieron con un crujido que se escuchó en todo el estadio sobrecogiendo a todos los asistentes.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

SIGUIENTE CAPÍTULO LÉSBICOS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 2. La muerte de Piper.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 2: La muerte de Piper.

Zeus observó como la joven amazona se lanzaba sobre el cuello de su montura con sus hermosos ojos arrasados en lágrimas. El pobre animal trataba inútilmente levantarse sin conseguirlo y Zeus no pudo evitar sentirse un poco culpable por haber provocado el accidente.

Ese sentimiento le duró poco tiempo. La perspectiva de poseer aquel cuerpo joven e indescriptiblemente hermoso le ayudó a olvidar aquella desagradable, pero necesaria parte de sus planes, centrarse en la forma de eludir la mirada vigilante de Hera y abandonar el Olimpo para llenar a la joven humana con su amor.

***

El veterinario del torneo llegó en menos de un minuto y se arrodilló junto al animal. Solo necesitó un vistazo para saber que el animal era un caso perdido, aun así, con la ayuda de su asistente, le colocó un gotero con morfina para que el animal no sufriese.

Diana le miró con un gesto esperanzado, aunque ella misma sabía de la gravedad de la lesión. Por respeto a la joven exploró el miembro del animal con suavidad. No hacía falta una radiografía para saber que tenía rota la caña y la peor parte se la había llevado la articulación de la primera falange que estaba hecha astillas. No había arreglo posible. Aquel animal no volvería a andar.

—Lo siento, hija. —dijo el veterinario cuando finalizó su exploración— No puedo hacer nada por él. Será mejor pensar en ahorrarle un largo sufrimiento…

El veterinario pudo ver como el último vestigio de esperanza se borraba de los hermosos ojos de la joven. Diana se abrazó de nuevo al animal y lloró en silencio mientras el veterinario se encargaba de dirigir a los operarios para que retiraran al animal del patio de saltos procurando que sufriese lo menos posible.

El veterinario quería sacrificarlo lo antes posible, pero Diana insistió y le suplicó que le dejase pasar una última noche con Piper antes de dormirlo para siempre. El veterinario no era partidario de ello, pero la joven le convenció y se limitó a colocarlo en un box lo más cómodo posible dándole una nueva dosis de calmantes para que se sintiese lo más cómodo posible. A continuación estrechó el hombro de Diana manifestándole su tristeza por no poder hacer nada más por el animal y les dejó solos.

—Hola, Diana. Lo siento muchísimo. —dijo Angélica desde el umbral de la puerta del box — Estaba viéndoos en la tele y en cuanto lo vi cogí el coche y he venido directa. ¿Cómo te encuentras?

—No mucho mejor que él. —respondió ella con voz entrecortada— el veterinario vendrá mañana a sacrificarlo.

—Si hay algo que pueda hacer por ti…

—En realidad hay algo. No quiero pasar esta noche sola con Piper. Sé que te quiere casi tanto como a mí. ¿Podrías pasar con nosotros esta noche?

—Claro, —dijo Angélica— no hay ningún problema.

Diana miró a Angélica con una sonrisa de agradecimiento que casi la derritió. Tras un incómodo silencio la joven sonrió y se recostó sobre el heno al lado del animal, invitando a Angélica a tumbarse a su lado. Obediente, se recostó a las espaldas de Diana y la abrazó suavemente. Fuera, la noche empezaba a caer y pronto el box estuvo sumido en la oscuridad y el silencio. Angélica no se durmió hasta que estuvo segura de que la respiración de Diana era suave y acompasada.

No sabía qué hora era, abrió los ojos desorientada, pero no pudo distinguir nada, la oscuridad aun era profunda. Tras un instante Angélica se dio cuenta de donde estaba y el suave temblor y el apagado sollozo de Diana le indicaron el origen de su desvelo.

Aproximó sus manos temblorosas al cuerpo de la joven y tanteando con suavidad exploró su cuerpo hasta encontrar sus hombros y estrechárselos con suavidad. Angélica no podía creer que estuviese tocando a la joven.

Cuando le propusieron trabajar para aquella familia de millonarios pretenciosos estuvo a punto de rechazar el trabajo, pero por educación había ido a la entrevista que le había concertado su tío. Angélica paseó por las enormes caballerizas ocultando a duras penas su desprecio hasta que por la puerta apareció ella, con el traje de amazona llevando a Piper de las riendas.

Jamás había visto a una mujer tan hermosa. Diana era casi tan alta como ella, el ajustado pantalón revelaba unas piernas largas y fuertes y un culo grande y redondo. Con una audacia impropia de ella, Angélica fue subiendo la vista recorriendo la cintura estrecha y el opulento busto de la joven hasta llegar a aquella cara angelical, de labios gruesos y nariz pequeña, dominada por unos ojos grandes, color gris perla y enmarcados por unas pestañas grandes y rizadas.

Diana se acercó a ella, apartando su larga trenza castaña y saludándola con una amplia sonrisa. Angélica le estrechó la mano con timidez incapaz de decir nada más que un lacónico encantada.

Veinte minutos después estaba firmando un contrato de media jornada por un sueldo más que generoso, consciente de que después de conocer a Diana, hubiese trabajado gratis solo por el placer de ver a la joven aunque solo fuese de vez en cuando.

En más de una ocasión, había intentado iniciar una conversación, pero al final se sentía tan abrumada por sus sentimientos que apenas podía hilar un par de frases sin sentido antes de escabullirse como un ratoncillo asustado.

Ahora estaba abrazando a la mujer que era el centro de su existencia e intentando consolarla inútilmente. Lo único que pudo hacer fue estrecharla fuertemente y acariciar su melena, intentando transmitirle su cariño y su preocupación.

Diana se agarró a los fuertes brazos de Angélica y poco a poco se fue relajando hasta que agotada por las emociones de la jornada se quedó dormida.

El veterinario se presentó en el establo con las primeras luces del día. Piper le saludó con un suave relincho, pero no intentó levantarse. Las dos mujeres se sacudieron el heno de la ropa y le saludaron.

El veterinario colgó un gotero con el eutanásico y se preparó para el cometido más desagradable de cualquier hombre de su profesión. Con palabras tranquilas invitó a las dos jóvenes a abandonar el box y así evitarles el mal trago, pero ambas rehusaron la invitación. El hombre se limitó a encogerse de hombros y cogiendo una vía la conectó al gotero y dejó que las drogas comenzasen a irrumpir en el torrente sanguíneo de Piper.

Diana observó abrazada a su cuello como Piper le abandonaba, poco a poco, apaciblemente, sin ningún gesto de dolor. Finalmente el caballo dejó de respirar y Angélica se inclinó para coger a Diana por los hombros y ayudarla a incorporarse.

Con un gesto de amargura el veterinario vio como las dos jóvenes salían abrazadas de las caballerizas.

Angélica se llevó a la joven y la ayudó a entrar en su pick up. El viaje de vuelta a casa transcurrió en silencio, con una de las manos de Diana cerrada en torno a una de las suyas. Angélica la estrechaba con fuerza intentando darle ánimos.

Entraron en la finca y Angélica enfiló en dirección a la mansión, pero Diana le pidió que le llevase a las caballerizas. La joven entró en el edificio con Angélica pisándole los talones, A pesar de ser bastante temprano ya empezaba a hacer calor y el polvo del heno que se le había colado dentro del peto junto con el sudor hacía que todo el cuerpo le picase.

Observó como Diana pasaba sobre los estantes donde descansaban los arreos y la silla del animal, acariciándolos y conteniendo a duras penas las lagrimas. Finalmente llegó al box. Angélica lo tenía en perfecto estado, como siempre. Siempre había sido partidaria de las camas naturales y la paja que cubría es suelo era abundante y tenía un aspecto impecable.

Sin poder contenerse más, Diana se estremeció y comenzó a llorar desconsoladamente. Angélica dudó un momento, pero tras unos segundos la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza enterrando su cara en la melena de la joven.

Aspiró con fuerza su pelo, un denso y turbador aroma a flores la invadió mareándola ligeramente.

Diana se abrazó a ella con desespero y lloró hasta que no le quedaron lágrimas que derramar.

—Lo siento —dijo la joven separándose un poco turbada por la intimidad con la que había tratado a una mujer que era prácticamente una desconocida.

Angélica no dijo nada y miró a Diana a los ojos acariciándole las mejillas con infinita ternura.

La joven sintió las manos ásperas de la mujer en sus mejillas mientras observaba los ojos grandes y marrones acercarse poco a poco. Segundos después unos labios finos y suaves acariciaron los suyos.

Angélica le cogió por la nuca y presionó suavemente, con lo labios cerrados para a continuación comenzar a darle suaves besos en los labios y en la comisura de su boca.

Diana nunca hubiese pensado en encontrarse en una situación semejante, pero en ese momento la encontró de lo más natural y comenzó a devolverle los besos, primero con timidez, luego entreabrió los labios y dejó que Angélica explorase su boca.

Su lengua sabía a heno y chicle de menta. Colgándose de su cuello le devolvió el beso con ansia y dejó que las manos de la mujer la explorasen despertando en su cuerpo sensaciones hace tiempo olvidadas.

Angélica avanzó lentamente, sin apresurarse, sin poder quitarse de la cabeza la desagradable sensación de que se estaba aprovechando de un momento de debilidad de la joven, pero sin poder evitarlo.

Con lentitud fue desplazando las manos por la espalda de Diana recorriendo su columna hasta dejarlas descansar en su culo. Lo acarició sintiendo su firmeza a través de los blancos pantalones de montar. La joven abrió los ojos un poco sorprendida pero suspiró y se dejó hacer.

Angélica apretó el culo de la amazona y la besó de nuevo antes de subir sus manos y acariciar sus costados y su cuello. Con extrema lentitud bajó las manos y empezó a desabotonarle la blusa siguiendo con sus labios el recorrido de sus dedos, besando cada milímetro de piel que quedaba a la vista. Con satisfacción notó que la respiración de Diana se hacía más ansiosa. Sin dejar que la magia se esfumase, Angélica se apresuró a quitarle la blusa y desabrocharle el sostén descubriendo unos pechos grandes, redondos y cubiertos de lunares. Acercó sus labios a uno de sus pezones y lo rozó con suavidad antes de metérselo en la boca.

Diana gimió sintiendo como su pezón crecía en el interior de la boca de Angélica enviando relámpagos de placer. Con ansiedad asió los rizos de la mujer y los apretó contra sus pechos animándola a chupar con más fuerza.

En cuestión de segundos estaban tumbadas sobre la paja, totalmente desnudas, acariciando y besando su cuerpos. Diana observó el cuerpo de Angélica, más macizo y con menos curvas, unos segundos antes de tumbarse sobre ella. La besó profundamente mientras deslizaba el muslo entre sus piernas y comenzaba a frotar su sexo.

Angélica estaba excitada y tan deseosa de dar placer a su amante que aprovechándose de su fuerza la volteó antes de enterrar la cabeza entre sus piernas. Besó su vientre liso y suave y jugueteó con la pequeña mata de pelo que cubría su pubis antes de separar sus piernas. Su sexo estaba hinchado e hipersensible y el suave roce de sus labios hizo que todo el cuerpo de Diana se estremeciese.

Con una sonrisa malévola Angélica lamió y mordisqueó la vulva de Diana sin apartar los ojos de su cara. Disfrutando de los gestos de placer de la joven, como si el placer fuese el suyo propio. Notó como su sexo se empapaba a la misma velocidad que el de la joven y sin dejar de explorarla con su boca, introdujo una de sus manos entre sus piernas y comenzó a masturbarse.

Diana gemía, jamás había sentido nada parecido. Angélica, como mujer sabía exactamente cuánto presionar y dónde para hacer que el placer la enloqueciese. Abrió las piernas un poco más y enterró las manos en los rizos de su amante acariciándolos y jugando con ellos mientras la lengua y los dedos de la mujer la penetraban incansables.

El orgasmo la golpeó, sorpresivo y brutal, haciendo que todo su cuerpo se combase. Inconscientemente se agarró los pechos y se los estrujó con fuerza incapaz de hacer otra cosa que gemir y retorcerse sin control.

Tras unos segundos los relámpagos pasaron y finalmente pudo incorporarse. Apartó la cara de Angélica de su sexo y la besó con intensidad saboreando la mezcla de saliva de la mujer y sus propios flujos orgásmicos.

Con un empujón, Diana tumbó a su amante y ahora fue ella la que se colocó encima. Acarició sus pequeñas tetas, beso con suavidad los pezones y sin apresurarse avanzó con sus labios por su cuerpo, demostrando a Angélica que no solo ella sabía se los lugares que hacían que una mujer se derritiese.

Sin dejar de besar su musculoso vientre deslizó sus manos por su torso y su cuello e introdujo sus dedos en su boca. Angélica respondió chupándolos y lamiéndolos justo antes de que Diana los retirara para introducirlos en su coño.

Angélica soltó un ronco suspiro al sentir los dedos de su amante explorando sus entrañas. Los dedos de la joven eran cálidos y suaves y sus movimientos un poco torpes, lo que a ella le parecía aun más excitante. Disfrutó de las caricias sin dejar de observar el cuerpo de la mujer, viendo como pequeñas gotas de sudor emergían de su cuello y sus axilas escurrían por sus pechos bamboleantes para caer sobre su cuerpo.

Cuando se dio cuenta estaba jadeando y a punto de correrse. Con un supremo esfuerzo agarró a Diana por los hombros y la apartó tumbándola hacia atrás a la vez que entrelazaba sus piernas con las de la joven amazona.

La sensación de los dos pubis golpeándose y frotándose fue apoteósica. Los sexos de las dos mujeres se agitaron frenéticos mientras se acariciaban y besaban las piernas y los pies mutuamente. Angélica fue la primera en correrse, con un único grito su cuerpo se crispó por completo durante unos segundos mientras Diana seguía frotándose como una abeja furiosa y se corría segundos después. Justo en ese momento un relámpago cayó a escasos metros de las caballerizas sobresaltando sus agotados cuerpos con el estruendo.

Angélica se levantó inmediatamente sacudiéndose la paja de su cuerpo sudoroso y se acercó a la ventana, observando confundida el cielo totalmente raso. Un pequeño roble hendido y humeante demostraba que no lo habían soñado. Se encogió de hombros dándole la espalda a la ventana en el momento justo en que Diana se levantaba y se acercaba a ella.

Su belleza virginal le hizo sentirse una aprovechada. Diana sonrió y le quitó unas cuantas briznas de paja enredadas en sus rizos.

—Ahora entiendo porque no decías nada. —dijo Diana acercándose aun más— Son tus caricias las que se expresan.

—Yo…

—Sshh… no digas nada. —dijo tapándole la boca con un dedo y dándole un suave beso— Ha sido delicioso. No sabía que se pudiese sentir nada parecido y tú lo has hecho.

—¿No crees que me haya aprovechado? Soy mayor que tú. Has sufrido una perdida devastadora…

—Al contrario, —respondió Diana serena— has estado a mi lado cuando te lo he pedido, y has hecho que un día horrible se haya transformado en una nueva promesa de felicidad y te estoy agradecida por ello.

—Yo… estoy enamorada de ti desde el momento en que te conocí. —dijo Angélica sin saber muy bien porque.

—Ahora lo sé. —replico Diana besándole de nuevo.

***

No se había podido contener, ese marimacho se le había adelantado y estaba a punto de estropear sus planes. Estuvo a punto de volatilizar el cobertizo entero, pero finalmente desvió el rayo en el último momento y lo dejó caer sobre el arbolillo.

Había pensado dejar que la joven se hundiese en la tristeza y la desesperanza y luego aparecería él disfrazado para seducirla sin apenas esfuerzo, ahora tendría que cambiar sus planes y librarse de su nueva competidora, al menos temporalmente.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO ZOOFILIA

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 4. La Venganza de Hera..” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 4: La Venganza de Hera.

Todo fue como un sueño. El animal se alejó en la oscuridad de la noche y ella volvió a casa desnuda en un estado de casi total ausencia. Cuando volvió a ser consciente de lo que le rodeaba estaba de nuevo en casa. Miró a su alrededor sorprendida y se abrazó. Estaba helada. Con pasos inseguros se metió en la ducha y abrió el chorro del agua caliente. La ducha se llevó la suciedad y los restos de semen del caballo, pero no se llevó la inquietud ni el sordo escozor que dominaba su bajo vientre.

Se levantó al día siguiente y vistiéndose apresuradamente atravesó la desierta casa camino de las caballerizas. Sin dejar de mirar a su alrededor entró en el edificio y sacando a Lava, una vieja yegua torda que era la que usaba Angélica normalmente para dar paseos por la finca, le puso los arreos y salió a inspeccionar la finca. Revisó todo el cercado sin encontrar ningún lugar por donde hubiese podido colarse nada más grande que un ratón.

Continuó inspeccionando el resto de la finca y preguntó a toda la gente ocupada del mantenimiento, pero acababan de llegar a trabajar y no habían visto nada inusual ni sabían nada de la compra de un nuevo caballo.

Finalmente llamó a su padre. Casi podía ver su sonrisa permanente y sus mejillas enrojecidas por el frío de Zúrich. Le contestó apresuradamente porque estaba a punto de coger un avión que les llevaría a Milán para hacer unas compras. Le preguntó que tal estaba y le aseguró que ni él ni su madre habían comprado un caballo en las últimas horas para sustituir la pérdida de Piper.

Durante los siguientes tres días, hasta la vuelta de Angélica, recorrió la finca día y noche rastreándola, primero por cuadrículas y luego en paseos aleatorios sin volver a ver el animal, se había esfumado. Y con él se fue esfumando su desazón.

Angélica no sabía que pasaría cuando volviese junto a Diana, el accidente de sus padres, no por inevitable, había sido menos inoportuno. Tras dos días de intenso trabajo había logrado establecer a sus padres en el pequeño apartamento que tenía alquilado en la ciudad y les había ayudado con el papeleo para que pudiesen cobrar el seguro lo antes posible.

Cuando logró marcharse, su madre le dio las gracias entre sollozos mientras que su padre se limitó a mirarle con los ojos entrecerrados como preguntándose a dónde diablos iba con tanta prisa.

Durante todo el camino las dudas le asaltaron. Había hablado con Diana un par de veces, pero se había mostrado evasiva y ligeramente distraída y Angélica no se había atrevido a sacar el tema de sus sentimientos. Cuando se separaron no hubo tiempo de hablar así que todo había quedado en suspenso. ¿Se lo habría pensado mejor Diana y no querría saber nada de ella? ¿Pensaría que todo había sido un error? ¿Se habrían enterado sus padres de su relación y la habrían obligado a apartarse de ella?

Durante tres largas horas siguió torturándose hasta que al llegar a la casa la puerta se abrió y Diana salió corriendo con una sonrisa que no le cabía en la cara. Angélica se bajó de la pick up con el tiempo justo de abrir los brazos y recibir el abrazo de Diana. Sus labios se fundieron en un beso tan dulce como intenso. Solo la falta de oxígeno las obligó a separarse.

Diana disimuló su alivio lanzándose como una loba sobre Angélica que apenas pudo hacer otra cosa que llevar a la joven subida a sus caderas hasta la habitación y hacerla el amor durante el resto del día.

***

Hacía mucho tiempo que Hera no se dejaba llevar por los celos, pero liarse con una humana saltándose todos sus juramentos y encima disfrazado, pensando que el mismo y estúpido truco de siempre le serviría para eludir su vigilancia, la había puesto de un pésimo humor.

Hubiese deseado fulminar a aquella jovencita convertirla en una rana, en árbol, en una mierda de grillo, pero al contrario que él, se tomaba en serio sus juramentos y prefería no mancharse las manos. Necesitaba un aliado alguien que le hiciese el trabajo sucio, alguien que no hubiese hecho el juramento porque no le interesaba el mundo de los mortales.

Sacó la moneda y la puso en las manos de Caronte que alargó una mano para ayudarle a subir a la barca.

—¡Qué placer tan inesperado! —dijo Hades recibiéndola en la misma orilla del rio Estigia.

Hera sonrió y depositó dos suaves besos en las mejillas de Hades antes de adelantarse a él dirigiéndose a las puertas del infierno y dejando que el resplandor rojo que escapaba de ellas atravesase el fino tejido de su clámide perfilando su cuerpo.

El palacio de Hades era el más grande y lujoso de todos los dioses, pero eso no lograba compensar sus terribles vistas. Hades chasqueó los dedos y dos mujeres de aspecto triste y torturado le sirvieron sendas copas de ambrosía.

—¿Qué es lo que te trae a mi humilde morada? —dijo el Dios cuando las mujeres hubieron desaparecido— No, no me lo digas. Puedo ver la ira y el resentimiento en tu cara… Ya sé, Zeus te la ha vuelto a pegar.

—Sí y quiero vengarme, pero no puedo hacerlo, juré no intervenir en el mundo humano.

—También lo hizo Zeus, haz como él. —dijo Hades con una sonrisa despectiva.

—No yo no soy como él…

—Y por eso en vez de hacerlo tú misma me vas a utilizar a mí. —le interrumpió Hades— ¿Qué quieres de mí?

—Ya sabes que solo hay una cosa que le guste más que follar mortales y es dejarlas preñadas. Estoy seguro de que está putilla no es la excepción. Quiero que hagas sufrir a su vástago. No hay nada que le pueda sentar peor.

—¿Y yo, que saco a cambio? —preguntó Hades con una mirada calculadora.

Hera sonrió segura de sí misma y con dos elegantes movimiento dejó resbalar su Clámide quedando totalmente desnuda ante él. Al contrario que otras ninfas o las esclavas del Erebo su mirada era altiva y segura de sí misma.

Hades observó su cuerpo no tan esbelto como el de su esposa Perséfone, pero increíblemente voluptuoso, con unos grandes pechos firmes y cremosos y unos muslos gruesos y apetecibles. Hades se incorporó y acercándose a ella selló el trato con un beso. Hera le devolvió un beso cargado de lascivia, su lengua exploró y saboreó la boca del dios del inframundo ignorando el tenue sabor a azufre. Las manos de la Diosa se cerraron sobre la copa de ambrosía y vertieron su contenido sobre su torso dejando que el fragante licor mojase sus pechos y escurriese por su vientre para acabar goteando de su sexo.

Hades se inclino y agarró uno de los pechos de Hera chupando el pezón erecto y recorriendo con su lengua la dulce y rosada areola. Con un gemido de placer la Diosa se cogió los pechos y los apretó el uno contra el otro poniendo los pezones juntos al alcance de Hades.

Los chupetones resonaron y formaron ecos en el mármol y el alabastro que cubría las paredes. Hera gemía y golpeaba la cara de Hades con su pechos, disfrutando tanto de la boca del Dios como del hecho de pensar que le estaba poniendo los cuernos a su odiado esposo.

Hades continuó recorriendo todo su cuerpo y recogiendo con su boca la ambrosía que había derramado sobre ella. Hades sintió como su polla estaba ansiosa por cobrarse el tributo.

Con un suspiro Hera se apartó y dándose la vuelta se agarró a una de las columnas de fino alabastro. El tacto frío y suave la hizo estremecerse y apartar ligeramente el cuerpo para no estar en contacto con la piedra. Mientras tanto, por detrás sintió el ardiente cuerpo del Dios del Tántalo acercarse. Fijando la mirada en la columna separó ligeramente las piernas expectante. En pocos instantes la polla de hades golpeó con suavidad el interior de sus muslos cálida y excitante.

Hera elevó sus caderas y giró la cabeza desafiando al Dios a que la penetrase. Los ojos de Hades fulguraron un instante y mirando a la Diosa directamente a los ojos separó sus poderosas nalgas y le metió la polla de un solo golpe. Hera se estremeció asaltada por un intenso placer y se vio obligada a ponerse de puntillas para no perder el contacto con el suelo mientras se agarraba desesperadamente a la resbaladiza columna hincando sus uñas en ella.

Hera no apartó la mirada y mordiéndose los labios para ahogar los gritos de placer miró altiva a su amante mientras este enterraba su polla con golpes duros y secos en lo más profundo de su coño.

Las manos de Hades se agarraron a las caderas de la Diosa, estrujaron sus pechos y pellizcaron sus pezones con violencia sin dejar de follarla hasta que Hera perdió el control y comenzó a gemir y gritar víctima de un placer cada vez más intenso.

Con un golpe en el pecho apartó a Hades y se arrodilló ante él. Con sus grandes ojos azules fijos en las oscuras pupilas de Hades cogió su polla y se la metió profundamente en su boca chupando y lamiendo hasta que fue él el que ahora tenía dificultades para contenerse.

Gimiendo roncamente posó la mano sobre el cabello de la Diosa y acompañó sus chupadas con violentos movimientos de sus caderas hasta que tuvo que separase evitando correrse antes de tiempo.

Dándole la mano la ayudó a incorporarse y besando y acariciando su boca y sus pechos la guio hasta el lecho. Con más suavidad abrió sus piernas, acarició su vulva y jugueteó con su clítoris antes de penetrarla de nuevo, esta vez con más suavidad mientras Hera ceñía sus piernas en torno a la cintura de su amante.

La polla de Hades entraba suavemente, cada vez un poco más profunda y rápida que la anterior. Hera jadeaba y gemía clavando las uñas en la espalda del Dios de las tinieblas hasta que un sensacional orgasmo le asaltó. Lamiendo el sudor y los restos de ambrosía que quedaban entre sus pechos Hades siguió follándola sin descanso hasta que con dos bestiales empujones eyaculó en su coño haciendo que se corriese de nuevo.

Con las uñas clavadas en la musculosa espalda de Hades sintió como la semilla espesa y abrasadora como la lava del Santorini invadía su coño provocándole un nuevo orgasmo, tan fuerte como el anterior. Satisfecha Hera se quedó quieta dejando menguar la polla de Hades poco a poco hasta que finalmente se separaron.

Con un gesto rápido tomó aire y se levantó para recoger la clámide que yacía en el suelo.

—No olvides que tenemos un acuerdo, —dijo Hera vistiéndose— quiero que la nueva criatura que está por nacer pierda a su primer amor y mientras más dolorosa sea la pérdida mejor.

***

Nueve semanas después.

Cuando tuvo la primera falta Diana no se asustó, a veces el periodo, sobre todo en momentos de estrés, se volvía irregular, pero cuando el segundo periodo tampoco apareció se asustó y compró un test de embarazo.

El asombró dio lugar al miedo, un miedo a lo desconocido. Hacía más de seis meses que no tenía relaciones con un hombre y solo había dos opciones o había sido víctima de la inmaculada concepción o aquel caballo la había dejado preñada. Ninguna de las dos alternativas la gustaba, pero la segunda le aterraba. ¿Qué pasaría si daba a luz un monstruo? ¿Y qué haría Angélica? La posibilidad de que la mujer le abandonara hacía que un escalofrío recorriera su cuerpo.

Intentó varias veces abortar pero cada vez que salía de casa con destino a la clínica, sin saber muy bien cómo, se perdía y volvía a casa. Al llegar, sorprendida y agotada, se derrumbaba en un sofá y se limitaba a ver la tele en una especie de estado catatónico que le duraba un par de horas y del que ni siquiera Angélica la lograba sacar.

Finalmente, unos días después, cuando ya no pudo ocultar las nauseas se lo contó a Angélica. Evidentemente no le dijo la verdad y le contó una historia sobre una noche de borrachera con un desconocido. La idea era que la ayudase a ir a una clínica para abortar, pero Angélica se mostró tan ilusionada que no escuchó ninguna de las torpes excusas de Diana y la arrastró a la clínica pero para hacerse una ecografía y poder ver a su hijo.

Temblando de la cabeza a los pies, sin poder imaginar qué diablos estaría creciendo en su vientre entró en la consulta.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO : TRIOS

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 5. Un buen partido..” (POR ALEX BLAME)

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SEGUNDA PARTE: HÉRCULES

Capítulo 5: Un buen partido

El partido iba a empezar. Desde que tenía ocho años, cada fin de semana, se sentaban emocionadas para ver a su hijo evolucionar en el campo. Al principio rezando para que no se le cruzaran los cables y mandase alguna pelota a la segunda luna de Júpiter, luego cuando Hércules demostró que había entendido las instrucciones de sus madres de que no debía llamar demasiado la atención, se limitaban a disfrutar de los partidos.

Parecía que fue ayer cuando salió aliviada de la clínica con la ecografía que mostraba un feto de doce semanas totalmente normal. Angélica no preguntó más por el origen de la criatura y Diana nunca volvió a pensar en ello hasta que el niño empezó a demostrar unas ciertas dotes sobrenaturales.

No era el más listo, ni el más bueno, tampoco el más guapo, con la cara un poco alargada y los dientes un poco salientes, pero era afectuoso y tenía una fuerza inaudita. Con menos de seis meses ya correteaba por la casa y cuando en una rabieta lanzó una cómoda por la ventana supieron que su hijo era especial.

A partir de aquel momento, con mucha paciencia y amor lograron hacerle entender que no debía exhibir sus poderes, que no era bueno llamar la atención. El niño lo entendió y salvo por un par de incidentes solventados sin problemas con el dinero del abuelo no tuvieron más sobresaltos.

Ahora, con diecinueve años, había empezado la carrera de Ingeniería Industrial y había dejado el futbol para apuntarse al club de rugby de la universidad. Pronto destacó como un Flanker veloz y con instinto y a pesar de su tamaño, con su cintura era capaz de romper la defensa de cualquier rival. Por si fuera poco, su potente patada había sacado de apuros al equipo más de una vez.

***

Hércules levantó la mirada hacia la zona de las gradas donde sus madres ocupaban dos de los mejores asientos observando sus evoluciones sobre el campo. En cualquier otro caso sería un fastidio, pero sus madres eran comprensivas y desde que era pequeño se habían limitado a observarle sin montar el numerito ni atosigarle, dejando que fuese a celebrar sus triunfos y sus derrotas con sus compañeros de equipo.

Al final se habían convertido en una especie de fetiche como los calcetines usados y sucios de Toro o las palabras de ánimo que la novia de Mascara de Hierro rotulaba primorosamente en su pecho.

El pitido del árbitro le sacó de sus pensamientos y le obligó a ocupar su sitio en la melé. Mientras bajaba la cabeza y empujaba no podía evitar pensar con una sonrisa que si quería hubiese podido empujar a aquella piña de músculos y arrastrarla hasta la línea de marca con una mano atada a la espalda.

Un nuevo pitido y todos los jugadores se pusieron en tensión esperando la introducción del balón. Como siempre, Hércules se dejó llevar esperando que alguien liberase el balón. El apertura cogió el balón y lo liberó rápidamente hacia su derecha. La melé se deshizo en un instante mientras el equipo contrario atacaba por la otra ala presionando una y otra vez en dirección a la línea de marca.

Afortunadamente Soto consiguió placar al hombre que llevaba el balón obligando al ataque a reorganizarse. Aquel equipo con terreno por delante era peligroso, pero le costaba avanzar en los ataques estáticos. Tras intentar avanzar sin éxito un par de minutos optaron por una patada hacia el lateral haciendo que botase justo antes de la línea y así intentar robar el balón en touche cerca de la línea de marca.

Se acercaron todos sudando, jadeando y jurando. Hércules se colocó en su lugar en la touche esperando el rechace del balón para salir zumbando. Antes del pitido miró de nuevo al público. En primera fila había dos chicas que le miraban fijamente. Cuando se dieron cuenta de que las había visto se giraron y empezaron a cuchichear entre ellas ocultando su boca con la mano como si el fuese capaz de escuchar nada en medio de aquel griterío.

La pelirroja hecho la cabeza hacia atrás mostrando un cuello largo y pálido y soltó una carcajada para a continuación prorrumpir en carcajadas. Juntando sus cabezas compartieron una mirada cómplice antes de lanzar hacia él otra cargada de sensual ambigüedad.

La pelota le sorprendió y le dio en la cabeza perdiéndose de nuevo en la línea lateral provocando la hilaridad de las dos jóvenes y la ira de sus compañeros. Golpeó el suelo con la bota y sin decir nada encajó las críticas como mejor pudo y se colocó de nuevo en la touche, dispuesto a que no se volviese a repetir el error.

El equipo rival puso el balón en movimiento y ganaron la touche, pero Hércules perfectamente colocado se lanzó sobre el hombre que acababa de recibir el balón y de un manotazo se lo arrebató antes de que lo tuviese totalmente controlado.

Girando sobre sí mismo aprovechó el impulso para levantarse y recoger el balón comenzando una rápida carrera. Esquivó con facilidad a los dos primeros defensores y apartó un tercero con el brazo atravesando la primera línea defensiva.

Corrió otros veinte metros hasta que en la línea de veintidós convergieron tres defensores sobre él. Justo antes de que le placaran lanzó el balón hacia, atrás y a la izquierda para que Toro con toda la defensa desplazada hiciese una fácil carrera hasta le línea de ensayo.

Hércules se levantó restregándose el costado como si le doliera tras la refriega y se acercó a felicitar a su compañero. A continuación una patada bien dirigida colocó el siete a cero en el marcador poniendo el prólogo a una fácil victoria.

Hércules miró el marcador y giró la cabeza hacia las chicas, viendo con satisfacción que habían dejado de reír y le miraban con interés.

Tras charlar un par de minutos con sus madres se despidió y se dirigió al vestuario, donde todo el equipo estaba cantando y gritando bajo el agua de la ducha.

Cuando salieron del estadio el equipo contrario ya le estaba esperando para salir de juerga. Se les veía un poco alicaídos, no esperaban perder por tantos puntos, pero ambos equipos sabían que el disgusto no duraría mucho tiempo.

La cervecería era enorme y estaba casi vacía hasta que llegaron ellos. En cuanto Máscara de Hierro entró, lo primero que hizo fue coger el mando de la tele y poner el partido de la liga neozelandesa, mientras el resto se acercaban como una horda de camellos sedientos a la barra.

Con su caña de Spaten negra Hércules se sentó en un taburete y se puso a comentar con el hombre al que había robado el balón el desarrollo del partido. Poco después llegaron los aficionados y los amigos de los jugadores haciendo que el local quedase atestado.

Un roce casual le hizo apartar la cabeza del televisor para ver un vestido blanco alejarse en dirección al fondo del local. Cuando levantó la mirada del apretado culo reconoció la melena en llamas de la pelirroja que se había reído de él hacia un rato. De la mano iba su rubia confidente, un poco más gordita pero igualmente apetecible.

Tuvieron suerte y encontraron una mesa libre. En cuanto se sentaron las chicas, fijaron la mirada en él.

Se despidió apresuradamente de los colegas y se acercó a las dos mujeres con una nueva cerveza en la mano.

Las saludó y ellas sonrieron mostrando unas dentaduras blancas y perfectas. Se sentó despacio a su lado aprovechando para echar un rápido vistazo a las dos mujeres. Nina, la rubia era un poco más gordita y tímida, tenía el cuerpo moreno y el vestido largo que llevaba, de un color oscuro resaltaba sus generosas curvas. Cuando la hablaba directamente apartaba los ojos grandes y color miel y solo abría la boca para decir monosílabos. Lo que más le gustó de ella eran el aire de inocencia que le daba su actitud, junto con su boca pequeña de labios gruesos y sus ojos grandes como permanentemente sorprendidos.

Bianca, la pelirroja en cambio era un volcán con una cara perfectamente ovalada unos ojos verde aguamarina, una nariz respingona y una boca amplia con unos labios gruesos y turgentes que eran una tentación permanente. Su piel era blanca y estaba salpicada de una miríada de pecas que no se molestaba en ocultar.

—¿Os gusta el rugby? —preguntó Hércules para que la conversación no decayese.

—En realidad no mucho. Fuimos a ver tíos grandes y fuertes pegándose por una pelota en forma de melón como si fuesen niños malcriados. —dijo Bianca con desfachatez.

—Ya veo, no entendéis nada.

—¿Qué es lo que hay que entender? Ni siquiera es como el futbol, aquí no hay reglas…

—Claro que las hay. —le interrumpió Hércules— En realidad siempre se ha dicho que el futbol es un juego de caballeros jugado por villanos, mientras que el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros. ¿Qué pasaría si dos equipos de futbol que acaban de jugar un partido se reuniesen en el mismo bar? —dijo señalando a los dos equipos mezclados en la barra compartiendo bromas y cervezas.

Las mujeres miraron y se quedaron pensando sin decir nada y Hércules aprovechó para continuar con su alegato:

—Mirad al televisor. ¿De veras los jugadores de futbol os dan la misma sensación de sacrificio y entrega? En un partido de rugby nunca veréis a ningún jugador simular una falta o quedarse quieto viendo como sus compañeros defienden una jugada a menos que este agotado o lesionado…

Poco a poco notó como las mujeres cambiaban de opinión y se interesaban un poco más por el juego y por su reglas.

Cuando vio que la conversación no daba para más las invitó a ir a otro sitio más tranquilo. Bianca se adelantó antes de que Nina pudiese inventar una excusa y siguieron la estela que Hércules generaba al abrirse paso en la apretada multitud que atestaba el local.

Una vez fuera, agarró a las dos chicas por la cintura con naturalidad. Bianca se dejó asir y rápidamente acercó su cuerpo al de él mientras que Nina, más reticente, lo hizo con más lentitud y un pelín temblorosa.

Tras un corto paseo se metieron en un pub. Era jueves y el local estaba casi vacío así que pudieron elegir el sitio más cómodo. Pidió tres gin tonics y se sentaron charlando e intercambiando miradas enigmáticas en la penumbra.

La música cambió y se hizo más lenta. Bianca, siempre tomando la iniciativa, se dirigió a una pequeña pista de baile tirando del brazo de Hércules. Dándole la espalda comenzó a bailar agitando su cuerpo enfundado en su apretado vestido blanco. Bianca era menuda, y a pesar de llevar unos tacones de vértigo apenas le llegaba a Hércules por la barbilla, así que este tuvo que inclinarse ligeramente para asir sus caderas y moverse intentando seguir los insinuantes movimientos de la joven.

La música pronto dejó de ser importante. Hércules solo estaba concentrado en el redondo culo de la jovencita frotándose contra la parte delantera de su cuerpo y en acariciar sus costados intentado controlarse para no estrujar los pechos pecosos que asomaban por el escote del vestido.

Con la mirada perdida se giró hacia Nina que les observaba con una mirada triste de quién sabía que no tenía nada que hacer con una amiga tan atractiva y aventurera. Pero Hércules no estaba dispuesto a renunciar a ella, separándose un instante de Bianca se acercó a Nina y tiró de ella con suavidad hasta que se reunieron los tres en el centro de la pista. Nina era más alta y más corpulenta. Hércules midió con sus manos el largo vestido negro que se ajustaba a sus curvas resaltando sus grandes pechos y su culo grande y redondo.

Empezó agarrando a ambas por las caderas, bailando con una mujer a cada lado para luego ir girándose poco a poco hacia Nina y bailar estrechamente abrazado a ella, frotándose contra su cuerpo y explorándolo con una mano mientras invitaba a Bianca apretarse contra su espalda.

Cuando la música terminó volvieron a la mesa y terminaron sus copas. Hércules notaba en la mirada de las dos chicas que la excitación las dominaba.

Salieron del pub, ni siquiera el aire fresco de la noche disipó su deseo. Hércules les invitó a su casa tomar la última. Las dos chicas dudaron mirándose a los ojos como invitando a la otra a dejarle el campo libre…

—Vamos chicas. Sois amigas. —dijo Hércules con una sonrisa seductora— No me digáis que no estáis dispuestas a compartirme. Os prometo que no os defraudaré a ninguna de las dos.

Las jóvenes se miraron una vez más y convencidas de que la otra no cedería se encogieron de hombros y se agarraron una a cada brazo de Hércules mientras se dirigían a buscar el taxi más cercano.

—Esto es una estupidez —dijo Nina mientras esperaban a que bajase el ascensor— Me voy a …

Hércules no le dejó terminar. Girándola, la puso frente a él de espaldas al ascensor y acaricio su cara. Sus dedos tocaron con suavidad la línea de sus cejas, sus pómulos, su nariz pequeña y traviesa y sus labios. Nina suspiró y entreabrió sus labios con la mente en blanco. Hércules aprovechó para besarla suavemente, deslizando sus manos por sus mejillas y la línea de su mandíbula para acabar agarrando su nuca.

La lengua de Hércules entró suave y profundamente en la boca de Nina explorándola y acariciándola y cuando se dio cuenta la chica estaba respondiendo ansiosa al beso. Las puertas del ascensor se abrieron y Hércules la empujó al interior.

Bianca entró con ellos y se puso a su lado. Hércules despegó los labios de Nina y sin dejar de acariciar su cuello y su espalda besó a Bianca. La pelirroja no fue tan remilgada y respondió inmediatamente con lascivia. Sus manos rodearon al joven palpando su culo y acariciando su paquete.

Las dos chicas sabían totalmente distinto. Hércules volvió a besar a Nina disfrutando del sabor dulce y aromático de su boca que contrastaba con el más fuerte a ginebra y tabaco de su amiga. Las puertas del ascensor se abrieron y agarrando a las dos jóvenes las llevó casi en volandas hasta la puerta de su piso.

A punto estuvo de tirar la puerta de su piso abajo de pura impaciencia, pero finalmente se contuvo y rebuscó en los bolsillos mientras las dos chicas exploraban su cuerpo entre risas.

Finalmente la puerta se abrió y en cuanto hubieron pasado la cerró de golpe mientras se abalanzaba sobre Bianca como un lobo hambriento.

—¡Hey! ¿No decías que nos ibas a invitar a la última copa? —dijo la pelirroja entre risas mientras dejaba que Hércules le arrancase la ropa a tirones hasta dejarla totalmente desnuda.

Hércules hundió sus manos en la ardiente melena de la joven y la besó. Sus labios se desplazaron por su boca y su cuello mientras sus manos y las de Nina acariciaban sus pechos, sus caderas y su espalda.

Pronto la joven empezó a suspirar y gemir excitada. Las manos de Hércules bajaron por su vientre y se enredaron en el pequeño triangulo de bello rojo que cubría su sexo. Bianca dio un respingo y separó las piernas excitada.

Con un gesto rápido le dio la vuelta poniéndola de cara a su amiga. Bianca miró a Nina, pero no como siempre, si no con una mirada cargada de deseo y excitación. Hércules no se paró a ver como los cuerpos de las jóvenes se fundían en un estrecho abrazo y se dedicó a repasar la espalda y el culo de la joven mordisqueando y lamiendo cada lunar y cada peca mientras se desembarazaba de su ropa.

Se volvió a erguir y pegó su cuerpo contra la espalda de Bianca. Dejo que su erección descansase entre el culo y la espalda de la joven y apartó su pelo para mordisquear sus orejas.

La joven sintió el falo duro y ardiente y gimió y se puso de puntillas haciendo que descansase en la raja de su culo. Hércules frotó su polla contra ella y con una mano la dirigió hacia la entrada de su coño.

Bianca apartó sus labios de los de Nina y agarrándose a sus caderas retrasó ligeramente su culo para hacer más fácil la penetración.

El menudo cuerpo de la pelirroja se estremeció ante el seco golpe con el que Hércules la penetró. Gimiendo de placer apoyó la cabeza en el busto de Nina mientras recibía los ansiosos embates del joven deportista.

El coño de Bianca era estrecho y resbaladizo y Hércules gozó a lo grande penetrando a la joven con golpes duros y secos mientras acariciaba sus caderas y sus pechos. Ella, temblando de placer, gemía, acariciaba y mordisqueaba los pechos de Nina a través del suave tejido del vestido.

Con un grito de frustración por parte de la joven, Hércules se apartó para agarrar a Nina y levantarle al falda del vestido. Sin ceremonias la arrinconó contra la pared besando su boca y magreando su voluptuoso cuerpo mientras acariciaba sus piernas enfundadas en unas medias de fantasía. Nina se sobresaltó asustada cuando Hércules las separó y poniendo una pierna en torno a sus caderas le quito el vestido por la cabeza y dirigió su polla al interior de su sexo.

Nina suspiró excitada y nerviosa a la vez. Sintió la polla de aquel hombre deslizarse por su interior cada vez más rápida embargándola con un intenso placer. Sin pensar cerró los ojos y le rodeo sus caderas con sus piernas. El hombre la levantó y la separó de la pared, elevándola en el aire y dejándola caer con una facilidad pasmosa. Nina disfrutó tanto del placer que le proporcionaba aquella polla dura y caliente abriéndose paso en su coño como de la sensación de estar entre aquellos brazos capaces de manejar su cuerpo como el suyo con la misma facilidad con la que manejaría el de una muñeca.

Ni siquiera sintió como su amiga le soltaba el sujetador dejando libres sus enormes pechos. Hércules llevó a la joven hasta la cama y la tumbó en el borde. Bianca se abalanzó sobre ella metiendo la cabeza entre sus piernas a la vez que ponía las suyas a ambos lados de su cabeza. Hércules observó a las dos mujeres lamiendo y chupando recíprocamente sus sexos mientras se acariciaba suavemente el miembro.

Con suavidad Hércules tiró de la melena de Bianca para erguir su tronco y le dio un largo beso. Saboreó la mezcla de sexo saliva y sudor que inundaba su boca. Sin dejar de besarla le metió de nuevo la polla a Nina y comenzó a penetrarla esta vez más suavemente. El ligero cuerpo de Bianca comenzó a moverse sobre la boca de su amiga apagando sus gemidos mientras que la lengua de Hércules apagaba los suyos formando un triangulo de ahogado placer.

Nina no aguantó más y se corrió agitándose con fuerza y lamiendo y chupando con violencia el coño de Bianca hasta que el orgasmo pasó dejándola exhausta. Hércules, con su polla balanceándose aun hambrienta empujó a Bianca tirándola en la cama justo por encima de la cabeza de Nina y la penetró antes de que la pelirroja pudiese hacer nada. La polla del hombre se abrió paso en el estrecho y encharcado sexo de la pelirroja. Bianca gemía y jadeaba hincando las uñas en la espalda de Hércules y besando todo lo que quedaba a su alcance. Por detrás Nina sin cambiar de postura le acariciaba el ano, y besaba y chupaba sus huevos, obligando a Hércules a concentrarse para no correrse inmediatamente.

Bianca no aguantaba más, sus pechos ardían ante los apresurados besos y caricias de Hércules y su coño, asaltado sin piedad por su incansable polla empezó a emitir relámpagos de placer que se extendían por todo su cuerpo, haciéndose cada vez más intensos hasta que el orgasmo la arrasó. Tardo unos segundos hasta que se dio cuenta de que estaba gritando con todas sus fuerzas. El placer fue disminuyendo poco a poco mientras Hércules sacaba la polla de su coño inundado de jugos orgásmicos para meterla en la boca de Nina.

Hércules comenzó a follarse la boca de Nina hincándole la polla profundamente mientras la joven la acariciaba con su lengua. Tras unos segundos atrasó un poco el cuerpo y con la polla recubierta de saliva la enterró entre los gordos pechos de Nina comenzando a moverla mientras acariciaba y pellizcaba los pezones. Nina le miraba a los ojos y apretaba sus pechos contra la polla de Hércules tratando de captar su atención.

A punto de correrse Hércules se separó y se puso de pie dejando que las dos jóvenes chupasen y pajeasen su miembro hasta que tumbándolas sobre el suelo, eyaculó sobre la cara y los pechos de Bianca y sobre las medias de Nina con broncos gemidos.

Las jóvenes suspiraron pensando que la noche había terminado, pero Hércules no estaba ni mucho menos satisfecho. Cogiendo a Nina por el pelo la tiró de nuevo en la cama dispuesto a empezar de nuevo…

El sol de la mañana le sorprendió agotado y somnoliento, pero no dormido. La habitación apestaba a sexo y sudor mientras las jóvenes dormían abrazadas en una esquina de la cama.

Las observó un rato con un gesto satisfecho y se levantó para preparar un café bien cargado. El aroma de la infusión despertó a las dos jóvenes que se desperezaron con todos los músculos atenazados por el intenso ejercicio de la noche anterior.

Tomaron el café en la cocina, en silencio. Sin atreverse a expresar lo que los tres pensaban. Las dos amigas se querían mucho, pero no estaban dispuestas a compartirle y Hércules, ni por un segundo había pensado en romper esa amistad. Unas miradas bastaron para saber que esa noche no se repetiría. Sin embargo compartieron el desayuno tranquilamente y se vistieron con lentitud, dejando que el joven las observase por última vez antes de desaparecer de su vida.

Bianca y Nina se despidieron con sendos besos, largos y húmedos que despertaron en el joven los intensos recuerdos de la noche anterior. Con una sonrisa traviesa desparecieron de su vida para siempre.

Aun era un poco pronto para correr, apenas había salido el sol, pero ya estaba despierto así que decidió adelantar sus planes y salir a estirar un poco las piernas. En cuestión de un par de minutos estaba saliendo de casa.

Le gustaba aquel polígono abandonado porque apenas había gente y podía desatar toda sus fuerzas lejos de miradas curiosas. Tras una rápida carrera atravesó el polígono y se internó en una estrecha senda que discurría a un lado de la autovía. Desde allí abajo podía correr midiendo su velocidad con la de los coches que pasaban sin que los ocupantes de los vehículos pudiesen verle a él.

A aquella horas los coches que pasaban por allí eran escasos así que cuando oyó a uno se preparó para competir con él. Sin embargo el coche no pasó rápidamente. Iba despacio como buscando algo y cuando llegó al puente sobre el río frenó en seco. Hércules se acercó a la orilla, bajo el puente y esperó.

En pocos segundos vio como un cuerpo caía desmadejado al río mientras el coche arrancaba con un chirrido de neumáticos y se alejaba.

Hércules no se lo pensó y se tiró al agua. De dos potentes brazadas llegó al centro del río y atrapó el cuerpo que comenzaba a sumergirse. Lo más rápido que pudo lo sacó a la orilla y lo observó por primera vez. Era una mujer de color, salvajemente maltratada. Parecía que no respiraba. Con incertidumbre acercó el oído a su pecho…

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO EROTISMO Y AMOR

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 3. La rendición de Diana” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 3: La Rendición de Diana

Hera no era tonta. Zeus estaba inusualmente alegre esa mañana. Lo vigiló como un halcón mientras pudo, pero no hizo nada fuera de lo común. Le hubiese gustado seguirle a todas partes aquel día, pero a pesar de ser una diosa y estar en el Olimpo tenía cosas que hacer y se vio obligada a dejarle.

Zeus esperó, consciente de que mientras su mujer le vigilase no podía hacer nada. Cuando finalmente se quedó solo fijó su atención en Angélica. La relación entre las dos jóvenes se había establecido tan rápida y con tal fuerza que necesitaba librarse de ella por unos días. Esta vez fue más sutil y generó una tormenta sobre la ciudad de los padres de Angélica, “desgraciadamente” un rayo impacto en la casa de los ancianos destruyéndola por completo y obligando a la mujer a acudir para ayudarlos a establecerse en su diminuto piso mientras el seguro les pagaba la indemnización. Diana se ofreció a acompañarla, pero Angélica prefirió hacerlo sola, asegurándole que estaría de vuelta en dos o tres días.

Zeus se levantó de su trono y sonrió satisfecho.

***

Angélica había recibido la noticia aquella misma tarde. Afortunadamente sus padres no estaban en casa y no les había pasado nada, pero su casa estaba prácticamente destruida y habían tenido que quedarse en casa de unos amigos hasta que Angélica fuese a buscarlos.

Diana se quedó de pie en el camino, mirando como la pick up de Angélica se alejaba. Apenas se había separado de ella y ya sentía como una abrumadora soledad le envolvía como la bruma que emergía del arroyo.

Estaba a punto de girarse y volver cabizbaja a la casa cuando algo se movió a la izquierda justo en la dirección de la cantarina corriente de agua. Entrecerró los ojos, intentando traspasar la tenue neblina con la mirada y lo que vio le hizo sentirse totalmente confundida. Entre la bruma creyó distinguir una figura que se desplazaba rauda como el viento, abriendo un tajo en la neblina.

Se dirigió corriendo hacia el lugar, pero el animal había desaparecido. Hubiese creído que todo era una alucinación, pero las huellas de cascos en la orilla del arroyo eran inconfundibles.

Se agachó y las tocó para asegurarse de que eran reales y tras incorporarse miró en todas direcciones. No había un alma. Suspiró y se dirigió a casa.

La enorme casa se le hizo más grande aun, ahora que estaba sola. Mientras recorría el pasillo intentaba encontrar una explicación a lo que había visto. En un primer momento pensó que sus padres le habían comprado otro caballo inmediatamente, pero estaban de vacaciones en Zúrich y no volverían hasta la semana siguiente y desde luego no creía a su padre capaz de comprar un caballo por internet.

Se tumbó en la cama y se quedó pensando con los ojos clavados en el techo. ¿Podía ser un animal extraviado? No lo creía. Sus vecinos no tenían ese tipo de animales y la finca estaba aislada por un cercado que rodeaba todo su perímetro. No había explicación y eso era lo que más le intrigaba.

Se sacudió la cabeza intentando librase de aquellos extraños pensamientos y se quitó la ropa. Se acercó desnuda al armario buscando un camisón para pasar la noche. Su cuerpo desnudo se reflejo en el espejo. Recorrió las marcas y chupetones producto de veinticuatro horas de intensa intimidad con Angélica. La echaba de menos horrores.

Finalmente eligió un vaporoso camisón gris perla de tirantes que le llegaba hasta los tobillos. Se miró al espejo y observó el efecto que producía la luz atravesando la fina tela y perfilando las curvas de su cuerpo desnudo y deseó que su amante estuviese allí para verla.

Un relincho interrumpió sus pensamientos. Diana se acercó a la ventana y esta vez no tuvo ninguna duda, un espectacular semental angloárabe de color negro piafaba y golpeaba el suelo bajo la ventana con uno de sus cascos.

Hipnotizada por la belleza del animal, Diana salió de la casa y se acercó a él. El semental resopló retrasando las orejas nervioso. Ella, fascinada, le susurró palabras tranquilizadoras y aproximó sus manos un poco. El animal dio dos pasos hacia atrás, contrayendo toda su espectacular musculatura dispuesto a huir al galope a la menor señal de peligro.

Diana volvió a intentarlo susurrando y mostrando con sus gestos que no quería hacerle daño. Finalmente consiguió posar las manos sobre su cuello. Las caricias y los susurros lograron calmar al animal que poco a poco estiró las orejas y las movió curiosas escuchando los suaves susurros de la joven.

Diana acarició el hocico, el cuello, y los musculosos flancos del animal. Con suavidad fue acariciando la pata delantera izquierda desde la espalda hacia el casco y con habilidad, tal como le habían enseñado, empujó con su cuerpo y tiró de la extremidad para examinar el casco. Estaba sin herrar, de allí no iba a sacar ninguna pista de quién podía ser su propietario.

Tampoco tenía ninguna marca que lo identificase. Lo único que pudo averiguar al examinar la dentadura es que tenía alrededor de ocho años, la plenitud de su vida.

Desplazó la mano por su dorso y sin saber muy bien por qué se subió al animal. Nunca había montado a pelo con su sexo desnudo sobre un caballo. El calor del cuerpo del animal unido al suave pelaje hicieron que un ligero hormigueo de placer recorriese su cuerpo.

Lentamente se inclinó sobre el cuello del purasangre y le golpeó los ijares con sus talones. El caballo empezó a trotar lentamente. Diana comenzó a saltar sobre el animal a medida que se iba adaptando a su ritmo. Su pubis desnudo golpeaba rítmicamente contra el lomo del semental. Diana se aferró a sus flancos con las piernas sintiendo con creciente placer cada golpe hasta que no pudo evitar un gemido.

El animal percibió su nerviosismo y aceleró el ritmo haciendo que los golpes se acelerasen. Su coño pronto comenzó a segregar jugos que escapaban de su vulva mezclándose con el sudor del animal y empapando el pelo de su dorso.

Con un grito se agarró al cuello, inclinándose aun más, invitando al animal a lanzarse al galope tendido. El animal soltó un relincho y se lanzó hacia delante levantando trozos de césped con sus pezuñas.

Aquel animal era rapidísimo, jamás había sentido nada semejante montada en un caballo. Sentía cada músculo contraerse desplegando toda su potencia. Con un grito salvaje se desembarazó del camisón y agarrada con una mano a las crines del animal lo levantó en alto dejando que el viento lo desplegase como una bandera.

La euforia y la excitación hicieron que casi perdiese el equilibrio al entrar en el bosquecillo. Soltó el camisón que quedó prendido en una rama mientras se agarraba al cuello del animal. Increíblemente, el animal aceleró un poco más justo antes de sortear dos enormes árboles caídos. El impacto de su cuerpo contra el animal cuando este aterrizó tras el portentoso salto hizo que su sexo hinchado y excitado vibrase emitiendo sensacionales relámpagos de placer.

Exultante, casi no se dio cuenta de que el animal se había detenido en un pequeño claro iluminado por la luna, justo después de los troncos caídos.

La joven se incorporó dejando resbalar su coño por el lomo del animal aun excitada hasta que finalmente desmontó. Acarició el animal hasta que descubrió su erección. Fascinada observó el miembro del animal grande y grueso balancearse hambriento.

El caballo se movió ligeramente y recorrió su cuerpo con el sensible hocico olfateando y acariciando. Diana sintió el contacto de los belfos y los ollares del animal con sus pechos. Sus pezones se erizaron hipersensibles obligándola a retorcerse de placer.

Bajando el hocico olfateó su sexo y probó su flujos frunciendo los belfos en un gesto típico de excitación sexual.

Con la cola en alto la rodeo mientras ella se mantenía quieta en pie, sintiéndose extrañamente observada y valorada.

Finalmente la empujó ligeramente por la espalda llevándola suavemente hasta el tronco caído. Llevada por un ardor que luego le resultaría inexplicable, se inclinó y apoyó las manos sobre el tronco caído, separando ligeramente las piernas.

El animal apoyó los cascos delanteros en el tronco y acercó su enorme polla al sexo de la joven que esperaba con sus piernas temblando victima de la excitación y el miedo. Dos ligeros golpes del glande del caballo sobre su pubis hicieron que el placer evaporase su temores justo antes de que el enorme pene entrase en su interior.

El miembro del caballo resbaló con más facilidad de la esperada en su coño colmándolo y estirandolo, produciéndole un placer increíble. La áspera corteza se le clavó en las manos al soportar los rápidos embates del animal. Diana gritaba extasiada recibiendo cada embate con una tormenta de sensaciones que la embargaban y amenazaban con hacerla perder el equilibrio.

Con un relincho el animal se corrió inundando su coño con una prodigiosa cantidad de semen cálido y espeso que le provocó un brutal orgasmo. Diana gritó al sentir como la monumental polla del caballo abandonaba su cuerpo y el semen caliente escurría por sus piernas como un torrente…

***

—Maldito gilipollas. —pensó Hera iracunda y decepcionada— No se podía fiar de ese viejo verde salido. Incluso después de tres mil años de promesas seguía siendo el mismo cerdo salido. Pero se lo haría pagar, tardaría un tiempo, pero sabía exactamente como hacer daño a ese viejo cabrón.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

SIGUIENTE CAPÍTULO HETETO-INFIDELIDAD

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 6. Akanke.” (POR ALEX BLAME)

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Capitulo 6: Akanke

Unos latidos débiles y apresurados le dieron un hilo de esperanza. Apartando el pelo negro de la cara magullada de la joven, sujetó su nuca, le abrió la boca y pegó sus labios a los de ella para insuflarle aire. Una, dos, tres veces, comprobando a cada instante que el corazón seguía latiendo.

Finalmente la joven reaccionó. Hércules la puso de lado, dejando que vomitara el agua que había tragado hasta que sus pulmones solo contuvieron aire.

La desconocida soltó un gemido ronco y trató de abrir el ojo que no tenía totalmente cerrado por la hinchazón.

—¿Cómo te encuentras? —dijo Hércules cogiendo el móvil para llamar al 112.

—No, por favor. —susurro la joven con un fuerte acento subsahariano— No llame a nadie… Me matarán…

Hércules iba a preguntarle de que demonios hablaba, pero la joven se había vuelto a desmayar. Se quedó allí mirándola con cara de tonto, sin saber qué hacer. Finalmente se inclinó sobre ella para examinarla y buscar una identificación.

Por toda indumentaria llevaba una escueta minifalda que apenas ocultaba un tanga blanco transparente y un corsé blanco salpicado de sangre. La cacheó con timidez, pero no encontró nada y tampoco en los gastados zapatos de tacón que calzaba. Tenía toda la pinta de ser una prostituta con la que un cliente se había pasado tres pueblos.

Pensó llamar a emergencias de todas maneras, pero el rostro hinchado y el cuerpo maltratado de la joven hacían que pareciese tan débil en indefensa que no pudo evitar compadecerse de ella.

Después de asegurarse de que no había nadie en los alrededores, envolvió a la joven con la chaqueta de su chándal y la llevó en brazos con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente era fin de semana y pudo llegar casi hasta su casa sin cruzarse con nadie. Cuando llegó a calles más transitadas la depositó en el suelo y cogiéndola por la cintura le puso la capucha del chándal para que no se viese su cara magullada y la llevó medio en volandas como si fuese una chica que se había pasado con las copas la noche anterior.

En cuanto entró en su piso la llevó directamente al baño. Con cuidado le quitó la poca ropa que tenía. La joven tenía la piel de gallina y estaba tiritando semiinconsciente. Tenía un cuerpo bonito, esbelto y bien proporcionado con un culo redondo y musculoso y unas tetas bastante grandes con los pezones pequeños y negros como el carbón. Examinó su cuerpo y encontró un buen numero de golpes, escoriaciones y moratones, pero no parecía tener heridas graves ni ningún hueso roto.

Lo que peor pinta tenía era la cara; parecía que alguien se había ensañado con ella a conciencia. Tenía un ojo terriblemente hinchado y el otro casi cerrado. Uno de sus gruesos labios estaban partidos y de la nariz bajaba un pequeño reguero de sangre seca. Dejó a la joven envuelta en toallas mientras preparaba un baño de agua tibia. Añadió unas sales e introdujo a la joven poco a poco en él.

El calor del agua surtió efecto rápidamente y la joven se despertó desorientada.

—No, por favor. No me pegue más. —dijo aterrada retrocediendo hasta topar con el borde de la bañera.

—Tranquila. Estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. —dijo Hércules intentado tranquilizarla.

Con suavidad apoyó la mano en el hombro de la joven y la invitó a introducirse en el agua caliente. La mujer suspiró y se dejó hacer mansamente.

—Soy Hércules, te encontré en el río, y te he traído a mi casa. Aquí estas a salvo. ¿Cómo te llamas?

—Yo, me llamo, mi nombre… Akanke, me llamo Akanke. —respondió la prostituta como si hiciese mucho tiempo que nadie la llamaba así.

—Es un nombre muy bonito. —dijo Hércules cogiendo una esponja y gel de baño y ofreciéndoselos a la joven.

Akanke cogió la esponja, pero sus manos le temblaban y apenas podía sostenerla víctima del dolor y la extenuación. Hércules se la quitó de las manos con delicadeza y puso una dosis de gel. Acercando la esponja con lentitud, la aplicó con suavidad al rostro borrando con toda el cuidado de que era capaz los rastros de sangre de la nariz y de los arañazos de su rostro.

La joven apretó los dientes y aguantó el escozor que le producía el gel en las heridas sin moverse, dejando hacer a Hércules que aprovechó para observar la frente lisa, las cejas finas y arqueadas las pestañas largas y rizadas y los ojos grandes y negros a pesar de la fuerte hinchazón. Su nariz era pequeña y ancha aunque no demasiado y sus labios gruesos e invitadores. Apartó la espuma de la nariz hacia los pómulos oscuros y tersos. En condiciones normales debía ser una joven muy hermosa…

Akanke suspiró y trató de sonreír. Hércules bajó la esponja y recorrió su cuello restregándolo con suavidad admirando su delgadez y su longitud. Repentinamente se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cogió aire profundamente y recorrió los hombros y las clavículas. Akanke dio un respingo al sentir la esponja en un verdugón especialmente grande que tenía en el hombro derecho. Se disculpó con timidez y escurrió la esponja evitando rozarlo de nuevo.

La mujer se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.

Bajó la esponja y recorrió sus clavículas de nuevo antes de rodear los pechos y acariciar el vientre, los costados y la espalda con la esponja. Cuando se atrevió a recorrer los pechos con la esponja los pezones se contrajeron inmediatamente y Akanke suspiró ahogadamente.

Controlando los bajos instintos que pugnaban por salir, siguió frotando los pechos de la joven hasta que con evidentes muestras de dolor y apoyándose en los hombros de Hércules se levantó. Hércules, concentrado en su tarea, siguió enjabonando aquel cuerpo digno del de una diosa, de piernas largas, muslos potentes y culo portentoso negro y brillante como el de una pantera, procurando concentrarse en su tarea.

Cuando Hércules terminó, la joven volvió a dejarse caer en el agua hasta que solo asomó la cabeza en medio de aquel torbellino espumoso. Hércules cogió un poco de champú e intentó lavarle el pelo, pero la postura era un poco incomoda. Akanke se dio cuenta y mirándole adelantó su cuerpo dejando un hueco detrás.

Hércules no se hizo de rogar. Se desnudó y se colocó detrás de la joven, pasando las piernas por los lados de su cuerpo y envolviéndola así con su corpulencia. Akanke echó el pelo hacia atrás. Tenía una melena larga, lacia, de color negro brillante. Hércules la cogió con ternura y la restregó haciendo abundante espuma y deshaciendo los pegotes de sangre y cieno procedente del río. Restregó el cuero cabelludo con suavidad sintiendo la espalda de la joven pegada contra la parte delantera de su cuerpo. Aclaró el pelo con agua limpia y sin saber muy bien que hacer la abrazó con suavidad.

La joven no aguantó más y comenzó a gemir suavemente acurrucándose contra el cuerpo de Hércules, dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas mientras Hércules la acogía con su cuerpo y la rodeaba con sus brazos estrechamente…

***

Akanke se sentía totalmente superada por los acontecimientos. Había pasado de recibir una paliza de muerte y estar a punto de morir ahogada por intentar cobrar un servicio a estar en una bañera de agua tibia abrazada protectoramente por un hombre fuerte y atractivo.

Hubiese querido quedarse allí sumergida para siempre, arrebujada en los brazos de aquel generoso desconocido, pero el agua terminó por enfriarse y el hombre se levantó y la ayudó a salir del agua con suavidad.

Estaba tan débil y dolorida que se hubiese caído de no haber sido porque el hombre la sujetó por la cintura. El miembro de Hércules golpeó involuntariamente contra su culo. El hombre turbado se apartó fingiendo buscar una toalla.

Mientras tanto, ella se mantuvo a duras penas en pie, con las manos apoyadas en el lavabo y temblando de frío de nuevo. El hombre se acercó con una toalla. Con extrema delicadeza enjugó todo rastro de humedad de su cuerpo. Acostumbrada a las estropajosas y mugrientas toallas del piso donde dormía, aquella toalla le produjo un placer casi sexual que le hizo olvidar el dolor que atenazaba su cuerpo.

Con el único ojo que podía entreabrir observó la expresión de aquel hombre grande y corpulento concentrado en secar con delicadeza las zonas más magulladas. El ceño fruncido, los grandes azules entrecerrados y los labios torcidos. Sintió la tentación de besarlos y se contuvo conformándose con la increíble sensación de sentirse humana de nuevo.

Cuando el hombre terminó la tarea, cogió otra toalla más pequeña y con ella arrebujó su melena haciendo un turbante con una habilidad que no creía posible en un hombre.

—Tengo dos madres. —dijo Hércules al ver la mirada de extrañeza de la joven.

Con una sonrisa tranquilizadora abrió el botiquín de donde sacó Vetadine, unas gasas y Trombocid y lo aplicó en todas sus heridas. Por último cogió dos antiinflamatorios y un vaso de agua y se los ofreció a Akanke que los tomó con un largo trago.

Hasta que Hércules no le envolvió el cuerpo con un grueso albornoz no se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. El hombre la cogió por la cintura e intentó ayudarle a caminar, pero Akanke, agotada, trastabillo y estuvo a punto de caer. Con un gesto protector él la cogió en brazos. Akanke recostó la cabeza en el amplio y musculoso pecho y se dejó llevar sin pensar, solo concentrada en absorber el calor y la bondad que irradiaba aquel desconocido.

Creía que ya no le quedaban lágrimas, pero un par de ellas escaparon del ojo cerrado. Eran lágrimas de agradecimiento. El hombre la depositó en una cama sobre el colchón más cómodo que había tenido nunca bajo su cuerpo y la cubrió con un pesado edredón.

Antes de que pudiese agradecerle nada desapareció por la puerta. Volvió un par de minutos después vistiendo unos bóxers con una taza de cacao caliente. La ayudó a incorporarse mientras bebía el chocolate. El bebedizo, junto con el albornoz y el edredón consiguieron que su cuerpo estuviese ardiendo en cuestión de minutos.

Cuando se cercioró de que Akanke estaba cómoda se aproximó a la ventana. Fuera el sol ya estaba alto e inundaba la calle de una luz intensa. Bajó la persiana hasta dejar la habitación en penumbra y se dirigió a la puerta para dejar dormir a la joven.

—No, por favor. No te vayas. Quédate conmigo… Por favor.

Hércules sonrió y se tumbó a su lado, encima del Edredón. El pesado brazo del hombre descansaba sobre uno de sus dolorosos moratones, pero Akanke no dijo nada y sonrió en la oscuridad. Durmió doce horas seguidas sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO SEXO ORAL

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 7. De Compras.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 7: De compras.

Los días fueron pasando rápidamente y el color de los moratones también. La joven fue recuperándose poco a poco y menos de una semana después ya parecía totalmente recuperada. Incluso había recuperado algunos kilos extra que hacían sus curvas aun más atractivas.

Hércules se las había arreglado para cuidar de la joven, ir a clase y no perderse demasiados entrenamientos El piso de Hércules era el antiguo piso de estudiante de su abuelo, así que no tenía que compartirlo con nadie y no tuvo necesidad de dar explicaciones. Cuando llegaba, la joven le estaba esperando con un aire entre ansioso y agradecido. Hacia la cena con lo que encontraba en casa o lo que había comprado él y cenaban los dos en la cocina, sin interrupciones, disfrutando de la presencia del otro.

Con el paso de los días Hércules había pasado de sentir lástima por la joven a sentir una irresistible atracción por aquella mujer dulce e increíblemente hermosa. Todavía no podía entender como alguien pudo darle aquella paliza tan horrorosa. Cada vez que lo pensaba la sangre le hervía y sentía la tentación de salir ahí fuera y matar a esos canallas. De haber sabido su identidad dudaba de que pudiese haberse contenido.

Cuando la cena terminó, ambos se acostaron en la vieja cama de su abuelo, ella bajo el acogedor edredón y él encima, abrazándola castamente. Desde el baño no habían vuelto a verse desnudos y pese a que la necesidad de poseer a la mujer era casi física, no se atrevía siquiera a proponer sexo a una mujer que había sufrido tantas vejaciones.

El sábado amaneció frío pero radiante. Ese fin de semana no había partido así que se quedó hasta tarde en la cama. A eso de las diez se levantaron y se prepararon un buen desayuno.

—Creo que es hora de salir a dar un paseo ahí fuera. —dijo Hércules observando como la cara de la joven apenas mostraba rastros de la brutal paliza.

—Yo, no… No creo que pueda. —tartamudeó la joven— Me estarán buscando… No quiero.

—Tranquila. —dijo Hércules abrazándola— Estás conmigo. Conmigo estás segura.

—No los conoces son una gente terrible…

—Tampoco ellos me conocen a mí. —replicó él seguro de sí mismo— Además esta ciudad es muy grande y donde pienso llevarte no creo que te los encuentres.

Ella intentó resistirse, pero él la mandó a vestirse con un tono que no admitía replica. En poco minutos salió vestida con un par de prendas que le había comprado Hércules en un mercadillo. A pesar de que no conjuntaban y ni siquiera eran su talla a él le pareció que estaba preciosa. La joven se dio cuenta de la mirada de Hércules y sonrió tímidamente.

Cuando salió por la puerta, Akanke miró a uno y otro lado como si esperase que unos energúmenos apareciesen por la esquina para llevársela. Hércules la cogió por los hombros para darle un poco de confianza y la ayudó a subir al coche.

En menos de veinte minutos estaban en el centro. Natalia ya les estaba esperando impecablemente vestida y con ese aire de seguridad y eficiencia que desprenden todos los asesores de imagen. Natalia era una vieja amiga de su madre y una de las mejores personal shopper de la ciudad. En cuanto vio a la joven se mostró admirada de su belleza y horrorizada con su vestimenta.

Durante las siguientes tres horas Akanke estuvo probando y comprándose ropa siguiendo los consejos de la mujer mientras Hércules se limitaba a pasear por las tiendas con aire ausente. Poco a poco Akanke empezó a sentirse segura y hasta disfrutó del día de compras. Cada vez que Hércules sacaba la tarjeta, la joven decía que no necesitaba tanta ropa y que se sentía un poco avergonzada, pero él insistía y hacía señas a Natalia para que se la llevara mientras el cargaba con las bolsas. Aquella ropa no compensaría sus sufrimientos, pero si conseguía que Akanke se olvidara de ellos, al menos por unos segundos, el dinero estaría bien empleado.

Cuando terminaron eran casi las dos de la tarde y Akanke, a pesar de haberlo pasado muy bien, daba muestras de cansancio. Tomaron un café cerca de la última tienda dónde habían estado y se despidieron de Natalia. De camino a casa, con el maletero hasta arriba de ropa, Akanke aunque agotada, seguía mirando hacia atrás acosada por los fantasmas de su pasado. Hércules no le dio importancia y pensó que con el tiempo se sentiría más confiada y el hábito terminaría por desaparecer.

Cuando finalmente llegaron a casa hasta Hércules se sentía agotado. Encargaron un poco de comida por teléfono, comieron sopa de marisco y alitas de pollo y se tumbaron en el sofá.

Se despertaron con el sol ya bajo en el horizonte. La habitación estaba en penumbra y la televisión funcionaba con el volumen al mínimo. Tras desperezarse Akanke le dijo que esperase en el sofá que iba a ponerse uno de los conjuntos que había comprado para que lo viese.

Hércules esperaba sentado en un viejo sofá de orejas que apareciese con alguno de los espectaculares vestidos que había comprado, pero la joven apareció llevando únicamente un sujetador, un escueto tanga de seda blanca y unas sandalias de tacón plateadas.

—Akanke, de veras que no hace falta…

—Calla —dijo ella poniéndole el dedo en los labios y arrodillándose frente a él— Es la primera vez que voy a hacer esto en mi vida por gusto y no porque este obligada o por dinero.

Hércules intentó negarse de nuevo, pero la generosa porción de los pechos de Akanke que le permitía ver el sujetador acabaron con su voluntad y dejó que la joven le recorriese la entrepierna con unas manos de dedos largos, finos y suaves.

Su polla reaccionó casi inmediatamente poniéndose dura como el acero. La joven sonrió y abrió los pantalones liberando el miembro de Hércules de la prisión de sus calzoncillos. Con lentitud fue bajando los pantalones y la ropa interior, besando y mordisqueando las piernas de Hércules, hasta que dejarlos enrollados en torno a sus tobillos.

Akanke posó sus manos largas y finas sobre los reposabrazos del sofá y se fue incorporando lentamente hasta que sus labios gruesos y seductores tropezaron con los huevos de Hércules haciendo que este se estremeciese.

Aquellos labios cálidos y seductores recorrieron el tronco de su polla y besaron con suavidad el glande antes de seguir trepando por sus abdominales y sus pectorales. A medida que se incorporaba el cuerpo y los pechos de la joven rozaban su piel inflamándola y haciendo que el deseo aumentase hasta casi hacerse doloroso.

Mordiéndose el labio inferior, se separó y se puso de pie, dejando que admirase su cuerpo a placer antes de inclinarse sobre él y darle un beso largo y suave. Sus labios se entrelazaron con los de ella. Los tanteó y los saboreó con lentitud mientras sus ojos se fijaban en aquellos pechos grandes y oscuros que pugnaban por salir del níveo sujetador.

Finalmente abrieron la boca y sus lenguas se tocaron. Akanke gimió quedamente y se sentó sobre Hércules. Agarró a Hércules por la nuca y sin separar sus labios de los de él, comenzó a mover las caderas con lentitud rozando la polla del hombre con sus diminutas braguitas.

Jamás había sentido nada parecido. Por primera vez en su vida sentía la necesidad física de hacer el amor con un hombre. Notaba como su coño se empapaba con cada roce, cada caricia y cada beso. Las manos de Hércules la rodearon acariciando su melena y su espalda antes de soltarle el sujetador.

Por primera vez un hombre acarició sus pechos con delicadeza y no los estrujaba y los golpeaba o retorcía dolorosamente sus pezones como sus antiguos clientes solían hacer.

Con un escalofrío, la joven se zafó del abrazo y se arrodilló de nuevo frente a él. Sus dedos delgados y finos atraparon el tronco de su polla y la acariciaron suavemente haciendo que su miembro se estremeciera hambriento.

Akanke sonrió y acercó su boca a la punta de su glande. La sensación fue inigualable cuando lo suaves labios contactaron con la sensible piel de su polla. Hércules alargó las manos hacia la cabeza de la joven y le recogió la melena con ellas para poder ver como lamía con suavidad su miembro antes de metérselo en la boca.

La calidez y la humedad de la boca de Akanke unida a las suaves caricias de su lengua casi hicieron que perdiese el control. Respirando profundamente logró controlarse mientras la joven subía y bajaba por su miembro acompañando los movimientos de su boca con las caricias de aquellos dedos largos y suaves en los huevos y la base de su miembro.

Akanke apartó las manos de los testículos del hombre para posarlas sobre su abdomen y así sentir las involuntarias contracciones de sus músculos por efecto del intenso placer que le estaba originando.

Cada vez más excitado comenzó a mover con suavidad sus caderas mientras la joven se quedaba quieta y chupaba su miembro con fuerza hasta que con unos gemidos le indicó que estaba a punto de correrse.

La joven apartó la boca y siguió pajeando la polla de Hércules hasta que este no pudo más y se corrió con un ahogado quejido. El semen salpicó las manos y el busto de la joven haciendo contraste con la oscuridad de su piel.

Hércules se irguió y desembarazándose de los pantalones la cogió en brazos y la llevó al dormitorio. Akanke respiraba entrecortadamente dominada por la excitación. Cuando la dejó sobre la cama se quedó allí tumbada de lado con las piernas encogidas. Él se acercó y le acarició con suavidad los muslos y el culo hasta que la joven se giró y abrió las piernas suspirando nerviosa.

Sus labios se acercaron a su sexo y lo besaron con suavidad haciendo que la joven se retorciese. Los labios de la vulva hinchados y abiertos rezumaban flujos que Hércules recogía y saboreaba con deleite.

Jamás había sentido un placer similar, Akanke gemía y tiraba del pelo de Hércules mientras este recorría desde su clítoris hasta la entrada de su ano con su lengua. El calor y la suavidad de la boca de su amante hicieron que su sexo hirviese y el placer irradiase desde su pubis hasta el último recoveco de su cuerpo haciendo que su espalda se combase y todos sus músculos se contrajesen de la cabeza a la punta de los pies.

Recorrida por un tumulto de sensaciones la joven se dio la vuelta y separó las piernas dejando que los dedos de Hércules la penetrasen. En ese momento su amante exploró su sexo con paciencia hasta que encontró lo que buscaba. Akanke gritó y se agarró a las sábana con desesperación mientras él continuaba estimulando su zona más sensible mientras le acariciaba el pubis con la lengua.

La joven no aguantó más que unos segundos arrasada por el primer orgasmo que sentía en su vida. Gimiendo y jadeando se derrumbó agotada mientras Hércules se tumbaba a su lado y apartándole el pelo húmedo de la cara la besaba de nuevo…

***

Hades observó a la pareja dormir abrazada después de haber hecho el amor. Desde su nacimiento había seguido la vida de Hércules con curiosidad. Como crecía y maduraba hasta convertirse en un joven amable y desenvuelto que no carecía de atractivo físico. Las chicas se lo rifaban y él había tenido relaciones fugaces, nada serio hasta que esa joven se había cruzado en su vida por azar. Eso era amor verdadero y cumpliendo el trato que había cerrado con Hera tendría que destruirlo. Era injusto, aquella joven nunca había tenido suerte y ahora que por fin parecía que todo se iba a arreglar, intervendría él. Por un momento se le pasó por la cabeza tratar de convencer a Hera, pero luego pensó en lo aburrido que había estado el Olimpo estos últimos siglos. Quizás una buena pelea entre Hera y Zeus animaría un poco el cotarro y quién sabía cómo podía acabar aquello. Así que borró la imagen de la joven prostituta de su mente y comenzó a hacer preparativos.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: NO CONSENTIDO

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 8: Tierra prometida

El amanecer les sorprendió abrazados en la misma postura. Hércules se despertó un poco desorientado hasta que reconoció el cuerpo de Akanke descansando plácidamente entre sus brazos. Aprovechó para observar su precioso rostro expresando por fin serenidad y paz.

No pudo evitar acercar la mano y acariciar con suavidad aquellos pómulos tersos color ébano y los labios gruesos que tanto placer le habían dado la noche anterior. La joven suspiró y abrió los ojos grandes y negros. Al descubrirle observándola no pudo evitar apartarle la cara con la mano mientras sonreía.

—No hagas eso por favor.

—¿El qué? —preguntó Hércules.

—Mirarme así.

—¿Por qué? —insistió él divertido.

—No lo merezco. —dijo ella en tono compungido— He hecho cosas muy feas…

—No digas tonterías. Tú no eres culpable de lo que te ha pasado. Y lo que ha hecho, lo has hecho para sobrevivir.

—No sabes nada. —dijo Akanke a punto de llorar.

—Pues cuéntamelo. Cuéntame tu historia Akanke. Quiero saberlo todo de ti, lo bueno y lo malo. Quiero saberlo todo de la mujer que amo.—dijo Hércules acariciando la oscura melena de la joven.

—Está bien, —respondió ella con un escalofrío al escuchar las palabras de Hércules— pero prométeme que no intentarás hacer ninguna tontería. Te quiero y lo único que quiero de mi pasado es olvidarlo. Nada de venganzas ni ajustes de cuentas.

—Prometido. —replicó Hércules.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué te parece por el principio?

Nací en una pequeña aldea cerca de Onuebu, a orillas de uno de los brazos menores del delta del Níger. Pasé toda mi infancia sin alejarme más de diez kilómetros de la aldea así que cuando vinieron unos hombres bien vestidos de la capital, buscando jóvenes guapas para servicio doméstico en Europa, no me lo pensé y accedí de inmediato, antes incluso de que hablasen de la pequeña compensación económica que recibirían mis padres.

Así que en mi inocencia hice un pequeño hato con las cuatro cosas que me pertenecían y subí al todoterreno. Una vez en él, me llevaron a Lagos donde hice los trámites para conseguir un pasaporte que jamás llegué a ver. Aquellos hombres me llevaron a un piso donde había otra docena de mujeres esperando partir. La cara de incertidumbre que expresaban hizo que mi confianza se evaporara. Intenté idear una excusa y volver a mi casa, pero el hombre que se encargaba de nuestra “seguridad” se mostró inflexible y no me dejó salir. En ese momento descubrí que estábamos encerradas y cuando intenté protestar recibí un bofetón por toda respuesta.

Las mujeres siguieron llegando hasta que formamos un grupo de alrededor de veinte. Entonces llegó Sunday con su metro noventa, su sonrisa cruel y sus manos grandes y cargadas de anillos. Nos obligó a levantarnos y nos miró una a una evaluándonos. Tras desechar a una de nosotras, aun no sé el motivo, nos dijo que al día siguiente partiríamos en un pesquero rumbo a España y que el viaje no sería gratis. Que nos descontarían del sueldo el coste del viaje. Nunca nos llegaron a decir a cuánto ascendía nuestra deuda y la única mujer que se atrevió a preguntarlo recibió una paliza de muerte.

El viaje fue una pesadilla. Apiñadas en la pequeña bodega que apestaba a pescado podrido de un pesquero, balanceadas por las enormes olas del Atlántico. Pasamos mareadas y bañadas en nuestros propios vómitos la mayor parte del viaje, sin llegar a ver el sol en toda la travesía.

El pesquero nos desembarcó en una pequeña cala solitaria, mareadas, famélicas, medio muertas. Sunday nos estaba esperando, impecablemente vestido, como siempre y nos hizo subir a una furgoneta. Nos llevaron a un chalet solitario en medio de las montañas. Estábamos, solas, hambrientas y sucias en un país extranjero, sin conocer su idioma, sus hábitos ni sus costumbres, no nos podíamos sentir más vulnerables.

Cuando llegamos nos permitieron ducharnos y nos dieron ropa, un tenue hilo de esperanza creció en mí, pero cuando nos reunieron a todas en el salón del chalet todo se vino abajo. Los hombres llegaron y con sonrisas que no auguraban nada nuevo, cogieron a las mujeres y se las llevaron a distintas habitaciones.

Un tipo gordo y bajito se acercó a mí y me olfateó como una comadreja. Yo cerré los ojos temblando, esperando no sé muy bien qué. Se oyó un ruido y el hombre se retiró renegando. Cuando abrí los ojos Sunday estaba frente a mí con la sonrisa blanca y afilada de una pantera.

Me cogió por el brazo y tirando de mí me llevó a una habitación con una gran cama por toda decoración. No se anduvo por las ramas y en cuanto cerró la puerta me ordenó desnudarme. Yo me encogí, poniendo los brazos por delante en postura defensiva. Sunday se acercó a mí me miró y me dio un doloroso bofetón antes de repetir la orden.

Temblando de pies a cabeza y con la cara marcada por los anillos de Sunday me quité la ropa poco a poco. Llevado por la impaciencia el mismo terminó por quitarme la ropa interior de dos tirones dejándome totalmente desnuda. Con una sonrisa de lujuria me amasó los pechos y magreó mi cuerpo diciéndome que era muy bonita y que iba a ganar mucho dinero conmigo.

Yo ya estaba aterrada y el hombre ni siquiera había empezado. Con parsimonia se acercó y me besó. Yo traté de resistirme, pero él me obligó a abrir la boca y metió su lengua dentro de mí unos instantes. A continuación lamió mi cuello y mis pechos y mordió mis pezones hasta hacerme aullar de dolor.

Intenté escapar, pero él me cogió y me tiró sobre la cama y a continuación se tumbó sobre mí inmovilizándome con su peso. Impotente sentí como el hombre hurgaba entre mis piernas mientras se sacaba un miembro grande, grueso y duro como una piedra de sus pantalones.

Lo balanceó frente a mí disfrutando de mi terror. A continuación se escupió en él y sin más ceremonia me lo hincó dolorosamente hasta el fondo. Grite y me debatí mientras el hombre inmovilizaba mis muñecas y me penetraba con rudeza. Yo lloraba y suplicaba, y gritaba pidiendo auxilio, pero mis gritos se confundían con los de mis compañeras de infortunio.

Llegó un momento que el dolor se mitigó un poco y pasé a no sentir nada. Dejé de resistirme y gritar y dejé que aquel hombre hiciese con mi cuerpo lo que quisiese mientras apartaba la cara y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tras lo que me pareció una eternidad Sunday gimió roncamente y con dos brutales empujones se corrió dentro de mí. Aquella bestia se dejó caer sobre mi aplastándome y cubriendo mi cuerpo con su repugnante hedor. Cuando finalmente se levantó yo estaba agotada, dolorida y sucia. Solo deseaba dormir para no volver a despertar, pero a la mañana siguiente volví a despertar y Sunday volvía a estar ante mí desnudo preparado para continuar con lo que él llamaba mi adiestramiento.

Las violaciones y las palizas continuaron durante semanas hasta que todas nos convertimos en una especie de zombis que accedían a cumplir cualquier orden de nuestros captores.

Una noche nos subieron a dos furgonetas y nos llevaron a la ciudad. Allí nos soltaron en un polígono industrial con la orden de que debíamos recaudar al menos trescientos euros si queríamos comer al día siguiente.

A partir de aquel momento nuestra vida fue una monótona sucesión de noches de sexo sórdido en el interior de coches o contra contenedores de basura y días de sueño intranquilo acosadas por terribles pesadillas. Yo aun tenía la esperanza de que si lograba reunir el dinero ue les debía me dejarían libre así que, haciendo de tripas corazón, me apliqué lo mejor que pude. En poco tiempo me hice con una clientela fija y empecé a ganar más del doble que las otras chicas, así que Sunday me alejó de las calles y me metió en “Blanco y Negro” un club de carretera dónde supuestamente solo iba lo mejor.

Una noche, tres hombres me alquilaron para llevarme a una fiesta. En realidad no había tal fiesta y me follaron en el coche. Cuando les pedí el dinero me dieron una paliza tan fuerte que perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo son tus brazos llevando mi cuerpo vapuleado y aterido de frío a tu casa…

Las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas de Akanke mientras terminaba el relato. Hércules que no había dejado de acariciarla durante su relato. La besó y recogió con sus labios aquellas lágrimas susurrándole palabras de consuelo. Embargado por una profunda emoción, Hércules se vio impelido a abrazar a la joven estrechamente hasta que dejó de llorar.

—Ahora estás conmigo. Nunca volverás a sentirte así, te lo prometo. Conmigo estás segura.

La joven sonrió y le besó en los labios, sin saber muy bien cómo, el beso se prolongó, se hizo más profundo y ansioso y Hércules terminó haciéndole el amor, con suavidad, haciéndola sentirse amada y protegida.

Pasaron toda la mañana haciendo el amor y decidieron pegarse una ducha e ir a comer algo por ahí.

Akanke se puso un vestido blanco, largo y ceñido que resaltaba su figura espectacular. Se había atado el pelo en una tirante cola de caballo y Hércules no pudo evitar darle un largo beso antes de salir por la puerta.

Comieron en un restaurante cercano y decidieron dar un paseo por el parque. No podía apartar las manos de la joven y Akanke agradecía silenciosamente cada contacto.

***

Ahora entendía la desaparición de aquella pequeña furcia. Llevado por una indefinible desazón Sunday había salido a dar una vuelta en el coche. Condujo sin rumbo, girando al azar en los cruces a izquierda y derecha, disfrutando de los cuatrocientos caballos de su BMW y justo cuando estaba a punto de volverse a casa, esperando en el semáforo, la vio pasar espectacularmente vestida del brazo de un tipo grande como un armario.

¿Qué posibilidades había de encontrarse a su puta preferida, por pura casualidad en una ciudad tan grande, en un barrio por el que normalmente no pasaba? Definitivamente los dioses estaban con él.

Sin hacer caso de la señal de prohibido aparcar dejó el coche en el primer hueco que encontró y siguió a los dos tortolitos. Observó como su zorra se dejaba acariciar el culo por su nuevo chulo haciendo que la rabia creciese en su interior. Se lo iba a hacer pagar.

El paseo duró unos minutos y les siguió mientras enviaba un mensaje a Tico y a Slim diciéndoles que dejasen lo que estaban haciendo y viniesen hasta el parque. Gracias al wasap parecía otro gilipollas obsesionado con el móvil mientras organizaba el seguimiento de la pareja sin ser vistos.

Con una sonrisa vio como el hombre entraba en un edificio de ladrillo cara vista. Slim, que se había mantenido en reserva hasta ese momento se acercó lo suficiente para poner el pie antes de que se cerrase la puerta de entrada.

El esbirro de Sunday dejó que la pareja entrase al ascensor y esperó para ver en que piso se paraba. Abrió la puerta a sus compañeros e indicó a su jefe el piso en el que se había parado. Sunday subió hasta el quinto piso y avanzó silenciosamente por el pasillo. Se agachó y pegó los oídos a las puertas de las tres viviendas que había en el piso.

Con una sonrisa escuchó susurros ahogados y gemidos apagados… Tenían que ser ellos. Podía entrar ahora, pero seguramente ese gilipollas les causaría problemas, mientras que si hablaba con la joven a solas y aprovechaba su sorpresa amenazándola con matar a aquel idiota y a toda su familia, probablemente se la llevarían sin armar jaleo.

Tras cerciorarse por última vez, se escurrió en silencio y salió del edificio donde sus esbirros le esperaban. Inmediatamente dio instrucciones para que vigilasen el piso y le avisasen en cuanto el tipo saliese solo de casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: INTERRACIAL

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Relato erótico: “Jane VI” (POR ALEX BLAME)

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6

Lo bueno de la lluvia era que los mosquitos habían desaparecido, lo malo era que no se había sentido totalmente seca desde que empezó a llover. La lluvia llegaba todas las tardes puntualmente y lo empapaba todo. Ni siquiera el techo improvisado que Tarzán construía todos los días encima de su nido resistía durante mucho tiempo la intensa cortina de agua. Mientras duraba el chubasco aprovechaba para enseñarle los rudimentos del inglés al salvaje y éste se mostraba como un alumno aplicado. En pocos días sabía nombrar casi todo en su entorno y pronunciar frases simples. Eso sí, había sido incapaz de hacerle comprender el concepto del pasado y el futuro. Debido a su convivencia con los animales, sólo vivía y entendía el tiempo presente y sus tiempos verbales se reducían al infinitivo.

Cuando cesaba el chaparrón, normalmente ya entrada la noche, Tarzán hacía un nuevo nido con ramas y hojas más o menos secas y se dormía abrazado a Jane. La joven agradecía el calor que el hombre le proporcionaba pero la excitación que sentía al verse envuelta en aquellos brazos fuertes e ingenuos la sumía en sueños confusos calientes y preñados de culpabilidad.

Los días amanecían cargados de una bruma espesa que lo volvía a empapar todo y que no despejada hasta bien entrada la mañana. Cuando finalmente el sol ganaba la batalla, todos aprovechaban para subir a la parte más alta de la bóveda forestal para tomar el sol y secarse un poco. Al principio Jane se sentía torpe, sus pies reblandecidos por la humedad y acostumbrados a unas botas que no había vuelto a ver desde su baño, le torturaron durante unos días hasta que finalmente se endurecieron y pudo avanzar al ritmo de un chimpancé de seis días de edad.

También consiguió asir una liana por primera vez. Afortunadamente había tomado la precaución de hacerlo sobre el estanque y la consecuencia de no poder soportar el peso de su cuerpo con los brazos sólo fue un refrescante chapuzón.

Al mediodía las nubes empezaban a levantarse y era el momento en que toda la tropa bajaba y se dirigían al árbol más cercano cuya fruta hubiese madurado. Jane seguía a Tarzán por la espesura y él la ayudaba en los lugares difíciles. Cuando llegaban al árbol en cuestión, Tarzán hacía un nido sencillo en diez minutos y exhibiendo una agilidad y una fuerza comparables a la de cualquier otro simio recogía fruta y la traía al nido dónde la comían juntos.

Esos momentos eran los más activos del día. Todos los chimpancés querían los mismos frutos que obviamente eran los más maduros, pero en la mayoría de los casos la competencia se resolvía sin problemas. Los mejores se los quedaban Idrís, Shuma un viejo macho y Tarzán. En ocasiones dos chimpancés se querían apropiar del mismo fruto y se ponían agresivos. La primera vez que vio el revuelo que formaron dos de ellos se asustó, pero luego cuando vio que dos hembras se acercaban a ellos y se ofrecían para copular, se quedó de piedra. El efecto fue instantáneo, los dos machos se agarraron a las hembras se las follaron con apresuramiento y evidentes muestras de placer y se largaron dejando el fruto colgando del árbol*.

Pronto Jane se dio cuenta que las hembras controlaban y dirigían al grupo sutilmente por medio del sexo. Cada vez que surgía un problema o había un brote de agresividad ellas intervenían convirtiendo el episodio en una fugaz y vocinglera orgía. Cuando esto ocurría lanzaba una mirada a Tarzán y veía en él un rastro de decepción ya que en el fondo desde joven había sabido que era distinto y nunca podría participar de esas divertidas reuniones de comunidad. En esos momentos Idrís no tardaba en aparecer y lo reconfortaba con una larga sesión de espulgamiento.

La relación entre Tarzán e Idrís era tan íntima que cuando el hombre aprendió la palabra madre y la señaló no tuvo ninguna duda de lo que quería expresar. La vieja mona siempre estaba cerca de él y trataba de protegerle cuando surgía un problema aunque ya no fuese necesario. Esa actitud no pudo dejar de recordarle a su querido padre empeñado en tratar a Jane como si aún tuviera siete años.

Mientras veía a Tarzán interaccionar con sus compañeros de tribu como uno más no podía dejar de preguntarse de dónde podía haber salido.

Kampala era una población pequeña que había crecido en torno a un fuerte que la compañía de África oriental había construido a las orillas del lago Victoria. Al estar a Casi mil doscientos metros de altura el clima no era tan opresivo, aunque en la época de lluvias las calles se convertían en un mar de barro salpicado de pequeñas casas y chozas más o menos ruinosas y atestadas.

El centro de la ciudad lo ocupaban diminutas mansiones ocupadas por funcionarios y militares y el único hotel de la ciudad y por extensión de toda Uganda. Patrick había agradecido la invitación de Lord Farquar para que pasase en su mansión todo el tiempo que quisiese, pero la había declinado amablemente. En pocos días se había dado cuenta de que aún sentía la presencia de Jane en la mansión y no lo podía soportar.

El hotel, sin ser gran cosa, era el mayor edificio de la ciudad por detrás del fuerte, el palacio del gobernador y la iglesia del reverendo Wilkes. Tenía ocho habitaciones y estaba regentado por la viuda del que había sido el primer comandante del fuerte. Como habría hecho su marido, regentaba el establecimiento con mano de hierro y mantenía a sus huéspedes sujetos a una férrea disciplina. Los clientes debían presentarse puntualmente a las comidas y estaba terminantemente prohibido fumar en otro lugar que no fuera el gran salón que había habilitado para ello. Su rostro adusto y curtido por el sol africano reflejaba el fuerte carácter de la mujer, que no tenía ningún reparo en echar la bronca a cualquier inquilino que llegase borracho a altas hora de la noche o que intentase colar una prostituta en su cristiano hogar.

El resultado era que el Hotel Reina Victoria era el único lugar de paz y orden de toda África oriental. Patrick tomó posesión de una amplía habitación en el ala este con vistas al lago Victoria. Con frecuencia se apoyaba en la balaustrada del balcón y se quedaba mirando la ingente masa de agua meditando sobre su futuro sin llegar a ninguna conclusión. Lo único que le causaba algún placer era coger un guía y salir de caza durante todo el día.

Casi siempre daba con algo apetecible que ofrecía a la Sra. Bowen a cambio de la habitación.

En la época de lluvias había poco movimiento y sólo compartía el hotel con un funcionario de agricultura y con la mujer de un sargento que servía en el fuerte. Las veladas nocturnas las compartía con el funcionario, en silencio, con un vaso de ginebra y un puro. Mr. Hart no era muy hablador pero estaba muy bien informado y era un hombre más inteligente de lo que parecía. Con su rostro cuidadosamente afeitado su cuerpo enjuto y sus gafas redondas y pequeñas tenía aspecto de ratón de biblioteca.

Más por educación que por necesitar su compañía Patrick le había invitado esa tarde a acompañarle a una cacería pero el hombre había declinado la oferta alegando que no era un hombre de acción, aunque no dejó de agradecerle la mejora que había sufrido el menú del hotel desde que Patrick estaba alojado.

La tarde era oscura y lluviosa como todas las anteriores, pero eso no detuvo a Patrick que cogió su rifle envuelto en una bolsa de hule y se encontró con Mbasi que le esperaba preparado para marchar a la sabana. El hombre le esperaba pacientemente bajo la lluvia y le guiaba en busca de presas sin hacer preguntas. Mbasi no sabía que lo único que él quería era tener la mente preocupada en cualquier cosa que no fuera Jane y no le importaba. No tenía ni idea de que cada vez que acertaba en el corazón de una pieza él sonreía recordando a los dos facinerosos que había ejecutado en la aldea. Eso le daba un poco de paz, pero al día siguiente tenía que volver a salir de caza, tenía que volver a matar.

Con la práctica y el paso de las semanas había aprendido a seguir un rastro y no necesitaba al pistero, pero lo seguía llevando por precaución ya que en cualquier momento podía ocurrir un imprevisto y un par de manos y ojos de más podían significar la diferencia entre la vida y la muerte. Mbasi se mantenía en un discreto segundo plano, contento con la espléndida paga que Patrick le abonaba al final del día y sólo intervenía para corregir a Patrick las raras veces que éste se equivocaba.

Se dirigieron al oeste alejándose de las orillas pantanosas del lago y se internaron en una pequeña meseta que se elevaba sobre la planicie circundante. El suelo estaba más seco y firme y avanzaron con más rapidez. Patrick no sacó el rifle de su funda hasta que tuvieron a una manada de cebras a la vista. Los dos hombres se quedaron parados mientras los animales miraban en derredor olisqueando el ambiente nerviosos. Afortunadamente la lluvia ahogaba sus ruidos e impedía que su olor llegase hasta los animales por lo que la aproximación fue fácil. Se pararon a unos ciento treinta metros y se tumbó preparado para disparar.

Las cebras parecieron presentir algo ya que levantaron la cabeza y miraron dirección a los hombres. Fue ese el momento que eligió un viejo león solitario para lanzarse sobre los animales desde el lado contrario. El ataque fue fulminante y en unos segundos una cebra estaba pataleando inútilmente en el suelo mientras el león buscaba su garganta con sus mandíbulas.

El resto de los animales huyeron en estampida mientras el viejo león comenzaba a comer el hígado de su víctima. Patrick levantó el rifle y apuntó al león dispuesto a cobrarse ese trofeo pero Mbasi con un toque en el brazo le señaló un tumulto a la izquierda y le dijo por señas que esperara.

De entre la espesa cortina de agua surgieron tres hienas acompañando su llegada con sus típicas risas.

El león levantó la cabeza y rugió con fuerza tratando de intimidarlas, pero estás no se dejaron amilanar y se acercaron al cadáver aún caliente. Ante la irada sorprendida de Patrick vio como tres hienas se atrevían a disputarle la presa a un león de más de doscientos kilos.

-¿Cómo han llegado tan rápido? –pregunto Patrick en un susurro.

-Su olfato es finísimo, y son muy inteligentes bwana. No me extrañaría que hayan estado siguiendo al león para arrebatarle la comida.

-¿No van a esperar a que termine el león? Yo creí que eran unos cobardes carroñeros.

-No bwana, en realidad comen de todo, aunque es verdad que no desdeñan ningún cadáver por podrido que esté, arrebatan la caza a otros depredadores e incluso cazan ellos mismos aprovechando las horas más oscuras de la noche.

Mientras los dos hombres hablaban, las hienas habían flanqueado al león y comenzaron a acosarle aprovechando la superioridad numérica. El león se revolvía e intentaba alcanzar alguna pero los bichos le esquivaban fácilmente. Tras unos diez minutos de acoso y unos cuantos dolorosos mordiscos en los cuartos traseros el león se rindió y abandonó la presa.

Patrick no disparo al león, ya no le parecía un trofeo tan majestuoso. Con un gesto de resignación recogió el arma y acompañado por Mbasi tomo el camino de Kampala.

-Nunca hubiese creído eso de las hienas, todos los libros de zoología que he leído están equivocados.

-Los libros no son útiles Bwana, Mbasi no necesita leer para conocer la naturaleza. –dijo orgulloso. –Las hienas son animales muy inteligentes. En algunos lugares incluso llegan a un acuerdo con los hombres, que les entregan su basura y sus cadáveres a cambio de que no les ataquen a ellos o a su ganado.

-¿Algo así como si fueran perritos? No me lo creo.

-Incluso unos pocos han conseguido domesticarlas con la ayuda de unas pociones secretas.**

-¡Cuentos de viejas! –exclamó Patrick despectivo.

-También hubiese dicho lo mismo de lo que acaba de ver si no hubiese sido usted testigo Bwana. –replicó el guía con una sonrisa dentuda.

Después de tres noches encerrados en el camarote sudando, gimiendo, chupando, mordiendo y acariciando, habían subido a cubierta y estaban disfrutando de la puesta del sol tropical tumbados en sendas hamacas. Avery no se podía imaginar de dónde podía haber salido esa furia sexual pero no recordaba haber disfrutado nunca tanto del sexo. Mili era una amante experta y complaciente y su cuerpo joven y exuberante le hacía olvidar durante sus sesiones de sexo maratonianas la pérdida de Jane, pero el resto del tiempo sólo pensaba en su niña, en los ratos buenos y no tan buenos que le había hecho pasar…

-¿Estás bien, Avery?

-Oh si sólo estaba pensando…

-En Jane, -le interrumpió Mili cogiéndole de la mano y apretándosela con cariño –yo también pienso a menudo en ella. Lo pasábamos tan bien juntas, era todo vitalidad. Pero hay que seguir adelante la vida es demasiado corta y Jane querría que disfrutases de ella al máximo.

-Sí, Jane disfrutaba de todo lo que la vida podía proporcionarle. Sus estallidos de furia eran formidables pero nunca la veía enfadada por mucho tiempo, decía que estar enfadado era una pérdida de tiempo, que no se ganaba nada con ello. –Dijo Avery –Aún recuerdo la rabieta que pilló cuando le dije que te iba a traer para que fueras su dama de compañía. Dos días antes la había pillado en el establo besándose con el mozo de cuadra.

-Entre repentinamente en el establo y allí vi a ese joven rufián metiéndole la lengua hasta el gaznate, sobando a mi niñita y haciéndola jadear de deseo. El chico era mayor de edad y sólo las súplicas de Jane impidieron que llamase a la policía. Aquel día tuve una bochornosa charla sobre el sexo con mi hija. Creo que me aturullé tanto en mi explicación que la pobre salió de la biblioteca más confundida de lo que lo estaba antes de entrar. –Continuó Avery con una sonrisa nostálgica – Afortunadamente tuve la genial idea de traerte a casa. La bronca fue monumental, tengo que decir que en buena parte fue culpa mía, hasta ese momento jamás había impuesto mi voluntad y se lo tomó como un atentado contra su libertad. Lo curioso es que tres días después se acercó a mí y me dio las gracias. Creo que hasta ese momento no se había dado cuenta de lo sola que se sentía en la mansión.

-Me acuerdo perfectamente del día que llegue Hampton house. Me costó ganármela un tiempo pero cuando vio que la diferencia de edad entre nosotras no era un obstáculo y se dio cuenta de que no estaba allí para vigilarla sino para evitar que hiciese algo de lo que pudiese arrepentirse toda la vida, me aceptó y me quiso como a una hermana. Espero que no sufriese mucho. –Dijo Mili compungida –No puedo dejar de pensar en ella, allí sola, en medio de la espesura, rodeada de animales salvajes dispuestos a despedazarla.

-No hables de eso por favor –dijo Avery con la voz entrecortada –hablemos de cosas divertidas. Es la mejor forma de recordarla.

-Lo siento pero estoy tan triste por ella que necesitaba compartirlo…

-Lo sé, lo sé, querida. –dijo apretando su mano cálida y suave y besándosela.

Los labios de Avery se demoraron más de lo normal y bastó el aliento del hombre y el calor de su boca para provocar el deseo de Mili. Él se dio cuenta de cómo el suave bello del brazo de Mili se erizaba y se sintió complacido y excitado a la vez. Con una mirada pícara, Mili metió la mano por debajo de la manta que lo abrigaba de la fresca brisa del ocaso y comenzó a acariciarle el paquete. Avery miró nervioso alrededor pero le dejo hacer a la mujer.

Le abrió los botones y le bajo la bragueta con habilidad y con una sonrisa juguetona comenzó a acariciarle el miembro duro y caliente. Mientras jugaba con el pene de Avery arrancándole roncos suspiros de placer Mili sentía que estaba perdiendo el control. Se estaba enamorando de aquel hombre y eso no había entrado en sus planes, eso no le gustaba. Mientras le pajeaba fantaseaba con tenerle otra vez dentro empujando salvajemente y haciéndola vibrar. Con una mueca de sus labios deseó que ese viaje no terminara nunca. Cuando llegasen a Inglaterra Avery recobraría la cordura y embarazada o no, volverían a ser amo y sirvienta y no estaba segura de poder soportarlo. Lo que le había parecido una buena idea al principio, darle un hijo para poder quedarse en Hampton house como ama de llaves y tener una vida desahogada ahora no le parecía tan buena… Ahora lo quería todo.

Avery tomo el gesto de Mili como una invitación y la besó. La lengua de él interrumpió sus cavilaciones y cogiéndole de la mano le levantó y le guio de nuevo al camarote.


Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 9. Amor cruel.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 9: Amor cruel


Hércules no podía apartar las manos de la joven. El vestido y los tacones resaltaban sus curvas y su sonrisa dulce y sus ojos grandes que no dejaban de mirarle, le excitaban sobremanera.

En cuanto cerró la puerta, Akanke se encaró a él y sonrió. Con aquel vestido blanco estaba espléndida. Su curvas llenaban y estiraban el tejido dándole una formidable figura de reloj de arena y su piel oscura y satinada hacía un contraste perfecto. Seguía sin comprender como alguien podía maltratar a aquel angel que le sonreía con adoración. Estaba totalmente enamorado de ella deseaba abrazarla y protegerla. Llevarla a hacer todas las cosas que haría una joven de su edad y que hasta ahora ella nunca había podido hacer.

Hércules acercó sus manos y acarició a la mujer. Inmediatamente percibió como sus caricias incendiaban el cuerpo de la joven que temblaba y gemía apagadamente. Sin contenerse más, la abrazó estrechamente y le dio un largo beso. Las lenguas se juntaron y se exploraron hasta que la falta de aire les obligó a separarse. Hércules aprovechó para acariciar la frente los pómulos y los labios de la joven. Akanke atrapó sus dedos con la boca y los lamió lentamente mientras le miraba a los ojos.

Sus manos se cerraron en el culo de la joven, lo acariciaron y lo estrujaron con fuerza a través de la suave tela del vestido mientras enterraba la cara en el cuello de la joven, aspirando el intenso aroma que emanaba. Lo besó y lo mordió suavemente mientras Akanke acariciaba y tironeaba de su pelo respirando apresuradamente.

Hércules le bajó el tirante del vestido descubriendo uno de sus pechos. Acercó su boca y se metió el pezón, chupándolo con suavidad sintiendo con su lengua como crecía y se endurecía. Un nuevo lametón, un nuevo suspiro de ella, que arrinconada contra la pared, no podía evitar temblar de deseo de la cabeza a los pies.

Hércules volvió a besarla mientras la joven le quitaba la camisa y acariciaba su pecho y su abdomen. Sus cuerpos contactaban y se frotaban controlados por un deseo incontenible. Las manos de Akanke abrieron los pantalones y se colaron en el interior de los calzoncillos palpando su polla con las manos suaves y calientes. Hércules suspiró y agarró los pechos de la joven estrujándoselos, esta vez con más violencia, acuciado por el deseo.

Akanke había liberado su polla y la pajeaba y la frotaba contra el suave tejido que cubría sus muslos devolviéndole los besos e incendiando la piel de su cuello con sus labios.

Incapaz de contenerse un segundo más le arremangó la falda del vestido y separándole las piernas le metió la polla lentamente, disfrutando de cada centímetro de aquel húmedo y cálido pasadizo, disfrutando del prolongado temblor del cuerpo de la joven al sentir su miembro dentro de ella.

Enterró la cabeza en el cuello palpitante de Akanke y agarrándola por las caderas separó su culo ligeramente de la pared y empezó a moverse con suavidad dentro de ella, sintiendo el placer de la joven como si fuera suyo. Su polla, dura como el acero, se abría paso en el delicado coño de la joven enviándole intensos relámpagos de placer.

Akanke envolvió sus caderas con las piernas y sin dejar de gemir se dejó llevar hasta la cama, pero cuando el intentó tumbarla en ella acercó la boca a su la oreja y en susurros le suplicó que se sentase en el borde con ella encima.

Hércules se sentó y observó expectante como ella se soltaba el pelo y le miraba a los ojos intensamente. La joven posó una mano sobre su hombro con suavidad y comenzó a mover sus caderas arriba y abajo apuñalándose profundamente con la polla. Akanke gemía y se retorcía, sus pechos saltaban y su cuerpo se cubría de sudor por el esfuerzo, pero ella no apartaba sus grandes y oscuros ojos de los de él. Hércules observó su mirada velada por el deseo que solo apartó por efecto de un intenso orgasmo. La joven tembló y se paralizó. Hércules la levantó en vilo y siguió follándola ahora con más fuerza.

Cuando la tumbó sobre la cama, la joven encogió las piernas bajo el cuerpo de Hércules y lo rechazó con una sonrisa traviesa. Antes de que Hércules volviese a acercarse se escurrió y lo dejó sentado sobre la cama mientras se quitaba el vestido y exhibía su cuerpo ante él.

Akanke se dio la vuelta y se acercó a la pared. Apoyando las manos en ella, giró la cabeza y le invitó con un gesto a follarla. Hércules se acercó observando cómo los jugos orgásmicos escurrían por el interior de sus muslos. Cogiendo la melena besó su espalda y la penetró de nuevo. Los rápidos empujones hicieron que ella volviera a gemir excitada. Hércules tiró de su pelo obligándola a girar la cabeza y la besó sin dejar de follarla.

Tras deshacer el beso, Akanke adelantó sus caderas dejando que la polla de su amante saliese de su coño. Cuando Hércules intentó volver a penetrarla, ella cogió su polla y la dirigió a su ano. Hércules intentó protestar, no quería abusar del cuerpo de la joven, pero Akanke le miró con ternura y volvió a acercar el glande a la abertura de su ano.

Esta vez fue Hércules el que tembló de arriba abajo. Su miembro atravesó con suavidad el esfínter arrancando a la joven un suave quejido. Le metió la polla hasta el fondo y se quedó quieto acariciándole el pubis con suavidad mientras esperaba que el dolor se mitigase.

Tras unos instantes la joven comenzó a mover las caderas con suavidad y el hizo lo mismo. El culo de la joven estrujaba su polla de una manera deliciosa. Sin poder evitarlo empezó a moverse con más intensidad mientras clavaba sus dedos en el culo y los muslos de su amante. Cuando se dio cuenta estaba follándola con todas sus fuerzas sin dejar de masturbarla. Sus gemidos se mezclaron con los gritos de la joven que se agarraba como podía a la pared pidiéndole que le diese cada vez más hasta que no aguantó más y se corrió.

Akanke se apartó y cogió la polla de Hércules aun estremecida, lamiéndola y masturbándola hasta que los chorreones de semen salieron disparados de su polla salpicando con fuerza el cuello y los pechos de la joven.

Se tumbaron sobre la cama jadeando y sonriendo como tontos. Hubiese querido quedarse allí toda la tarde, follando con aquella oscura gacela, pero tenía que irse a entrenar así que se ducho rápidamente y salió de casa dejando a su amada durmiendo a pierna suelta.

Se sentía tan exaltado que en el entrenamiento casi se deja llevar sin darse cuenta. Afortunadamente se percató justo a tiempo y no envió el balón al cinturón de asteroides. A pesar de que logró concentrarse y rendir adecuadamente en el entrenamiento, sus gestos le delataron y todo el mundo le tomó el pelo y le acosó con un montón de preguntas que él se negó a responder, no sabía si por timidez o por un deseo egoísta de tener a Akanke para él solo.

Tras dos horas extenuantes para todos menos para él, entró en la ducha y antes de que el resto del equipo se organizase para llevarle en contra de su voluntad a la cervecería de siempre, se escurrió fuera del campo de entrenamiento y se dirigió directamente a casa, ansioso de abrazar de nuevo a la mujer que amaba.

***

Por una vez el gran Zeus, el rey de los dioses, era impotente. Maniatado por el acuerdo al que había llegado con el resto de los dioses del Olimpo, observó como su querido hijo llegaba a su casa ilusionado para descubrir que no había nadie en el piso. Apretando los puños hasta que sus nudillos quedaban blancos vio como encontraba la nota de Akanke y arrugándola rompía a llorar.

Se giró y descubrió a Hera mirándolo con curiosidad.

—¡Has sido tú! ¡Tú te las arreglado para que esos cabrones encontrasen a esa mujer con el único objetivo de herir a mi…

—¿A tu qué? —preguntó Hera con un gesto maligno— ¿Acaso hay algo que debas contarme?

Zeus se limitó a resoplar dándole a entender que estaba perdiendo la paciencia.

—Sabes perfectamente que pactamos un acuerdo. No influimos en la vida de los humanos. Y también sabes perfectamente de que si lo hubiese infringido tú te habrías enterado.

Zeus sabía que tenía las manos atadas y observaba impotente como Hércules se tumbaba en su cama hecho un ovillo sin saber qué hacer. Deseó fulminar a los hombres que se habían llevado a la joven. Deseó convertir en polvo a aquella escoria que estaba torturándola y violándola , pero hasta el poder de un Dios era limitado. Estaba seguro de que su esposa estaba detrás de todo aquello. Esa zorra celosa y vengativa sospechaba que Hércules era su hijo y había decidido vengarse.

Lo único que se le ocurría es que hubiese llegado a algún tipo de acuerdo con Hades, el único que se había negado a firmar el acuerdo aduciendo que él estaba más interesado en los muertos que en los vivos.

Hades probablemente no lo haría si no ganase algo con ello. Y solo se le ocurría una cosa que Hades podía querer de su esposa… lo más sangrante es que Hera conocía sus sospechas y se regodeaba en ellas.

Le hubiese gustado pillar a esos dos en la cama follando, les haría pagar muy caro, pero no podía dejarse llevar por su genio. Tenía que concentrarse en su objetivo, tenía que recordar que había engendrado a aquel chico por capricho. La humanidad tenía los días contados sin él.

Durante un instante se le pasó por la cabeza contarle a sus esposa toda la verdad, pero aquella harpía era capaz de contárselo todo a Hades y entonces si que tendría un problema. No se podía imaginar nada que le sedujese más a su hermano que atiborrar sus dominios con toda la humanidad. No le contaría nada a menos que fuese estrictamente necesario.

Volvió a echar un vistazo a su hijo que por fin se había dormido. Lo único que podía hacer por él era proporcionarle un sueño largo y profundo.

Con aflicción vio el cuerpo joven y fuerte, hecho un ovillo, durmiendo con la nota de Akanke echa un ovillo dentro de su puño.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: SADOMASO

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 10. Siguiendo el rastro.” (POR ALEX BLAME)

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TERCERA PARTE: LOCURA

Capítulo 10: Siguiendo el rastro

“Querido Hércules, lo siento muchísimo, pero debo irme. Te amo con todo mi corazón, pero precisamente por eso debo alejarme de ti. Solo soy una vulgar prostituta que vende su cuerpo por unas monedas. Ahora que soy libre voy a presentarme en la embajada de Nigeria para pedir que me ayuden en la repatriación. Quiero volver a mi pueblo, quiero volver a Onuebu con mi familia. Espero que encuentres a alguien que te merezca y que seas muy feliz. Te quiero y siempre te querré.

Akanke.

Había dormido toda la noche, su sueño fue profundo y vacio, tan vacio como se sentía en ese momento. Releyó una vez más la nota haciendo que el dolor le traspasase. Ni siquiera sabía si era suya. No conocía su letra así que podía haberla escrito cualquiera.

De todas maneras había algo en el tono de la nota y en la pulcritud de su escritura que no le cuadraba. No había faltas de ortografía y el trazo era firme, no parecía el de una persona que estuviese pasando por una crisis emocional y la firma carecía de personalidad.

La sospecha de que alguien había dado con la joven y se la había llevado crecía en su mente por momentos. Cogió el teléfono y llamó a los hospitales preguntando por ella sin conseguir ninguna noticia. Tras un momento de duda decidió hablar también con la policía, pero tampoco pudieron ayudarla. Quiso poner una denuncia por desaparición, pero el hombre que le atendió le dijo muy amablemente que tenían que pasar cuarenta y ocho horas y que al ser la desaparecida una mujer sin papeles las posibilidades de encontrarlas eran escasas.

El policía se despidió diciendo que se quedase en casa y esperase noticias. Durante horas estuvo en casa dando vueltas por el viejo piso como un león enjaulado. Finalmente fue la televisión la que acabó por confirmar sus sospechas. Apareció como una noticia de última hora en el diario de la noche; una mujer de color había aparecido muerta con signos de violencia boca abajo en una acequia de las afueras. La presentadora apenas le dedicó unos segundos acompañando la noticia con unas imágenes de archivo de prostitutas de color ejerciendo en polígonos industriales.

No le costó mucho averiguar dónde habían llevado el cuerpo y se presentó en la morgue. Aun conservaba la esperanza de que no fuese ella. De todas maneras había un montón de prostitutas de color ejerciendo en la ciudad. Podía ser cualquiera de ellas. Repitiendo ese mantra una y otra vez siguió a un empleado por largos pasillos que apestaban a formol hasta una gran sala climatizada con un montón de nichos en una de sus paredes.

El celador revisó los números de las puertas de los nichos y tras comprobar en una carpetilla abrió el cuarto de la segunda fila empezando por la izquierda. A los pies pequeños y oscuros de los que colgaba una etiqueta con un numero le siguió un cuerpo tapado con una sábana. El celador retiró la sabana con delicadeza. La lividez de la muerte no había disminuido su belleza. Los asesinos no se habían ensañado con su cara y parecía descansar apaciblemente.

Hércules le pidió al empleado que retirase el resto de la sábana, el hombre quiso negarse, pero una mirada bastó para acabar con cualquier resistencia.

El cuerpo de su amada habías sido maltratado salvajemente. Tenía los pechos y el abdomen magullados y varias costillas rotas así como quemaduras de cigarrillos por todo el cuerpo. Los cardenales en el interior de los muslos y las escoriaciones en los labios de su sexo no dejaban lugar a dudas; también la habían violado. Mientras la observaba, la tristeza comenzó a dar paso una ira que se iba intensificando hasta que todo se volvió rojo. Durante unos segundos el celador observó atemorizado como aquel gigantón de metro noventa y enormes bíceps crispaba todo su cuerpo y apretaba los dientes en un inequívoco signo de ira.

Finalmente poco a poco consiguió dominarse de nuevo y volvió a parecer el hombre apesadumbrado que había entrado por la puerta, salvo por la evidente tensión de su mandíbula.

Tapó a la joven con una sábana y le dio instrucciones al celador para que preparasen el cuerpo para su repatriación tras la autopsia. Él se encargaría de todo.

De vuelta a casa solo tenía una idea en su mente. Acabar con todos aquellos malnacidos, evitar que volviesen hacer eso con otras mujeres y vengar a Akanke. Sobre todo eso. Quería que esos hijosputa supiesen que aquella hermosa joven no era un trozo de carne vendido al mejor postor y mientras conducía se prometió que les devolvería uno a uno cada golpe y cada quemadura. No pensaba parar hasta que hasta el último de ellos estuviese muerto.

Una vez en casa hizo menoría y buscó el puticlub del que le había hablado Akanke en internet. Resultó ser un prostíbulo de lujo a unos veinte quilómetros de la ciudad. No tenía prisa, esperó que ya estuviese avanzada la madrugada antes de salir de casa.

El burdel era un antiguo edificio de principios del siglo veinte, una mezcla de modernismo y Art Decó que para cualquier otra función resultaría excesivo e incluso estrambótico, pero para un burdel aquellas columnas retorcidas, las ventanas altas y estrechas y la recargada decoración le daban un toque de distinción.

Pasó lentamente con el coche, aparcó unos metros más adelante, en el parking de un supermercado abandonado y observó la entrada principal. Era ya tarde y los últimos clientes abandonaban el local con aire satisfecho. Esperó una hora más y con la llegada del amanecer las luces de reclamo se apagaron.

Salió del coche y se acercó a la puerta principal. A pesar de haberse apagado el rótulo, la puerta aun estaba abierta y pasó sin llamar. Sus pasos resonaron en el mármol del enorme recibidor llamando la atención de los dos gorilas encargados de la seguridad. Hércules era alto, pero los dos hombres le sacaban casi la cabeza. Estaban tan seguros de sí mismos que ni siquiera sacaron las armas de las cartucheras cuando se acercaron a él y le invitaron a abandonar el lugar firme pero educadamente.

Un puñetazo y el primer hombre salió volando por el aire aterrizando de cabeza al otro lado de la gran sala. El otro hombre intentó sacar su arma, pero recibió una patada en los genitales y un golpe en el cuello que le rompió la laringe

Dejó a los dos hombres agonizando y exploró el recibidor. En el centro, una gran escalinata llevaba a las habitaciones de las chicas. A la derecha de las escaleras había un atril con un taburete que debía ser el que ocupaba la madame encargada de recibir a los clientes y presentar a las chicas. Tras el atril había una puerta de la que salía un resplandor inequívoco.

Cogió la pistola de uno de los cuerpos agonizantes y abrió la puerta de una patada. Dos hombres y una mujer contaban el dinero mientras escuchaban música ajenos a la pelea que se había producido fuera.

Los hombres se volvieron sorprendidos, el primero cayó con la mandíbula y el pómulo destrozados por una patada el segundo llegó a echar mano de su revólver pero no pudo llegar a sacarlo del todo de la pistolera antes de que Hércules lo embistiera con el hombro aplastándolo contra la pared y rompiéndole varias costillas.

La mujer pareció sorprendida en un principio, pero supo mantener el tipo y quedándose detrás de la mesa le miró con expresión ceñuda.

—¿Qué has venido a hacer aquí? —dijo la mujer con un fuerte acento de Europa del Este— ¿Sabes con quién te estás metiendo?

—No, pero tú me lo vas a decir. —respondió rematando a los dos hombres con frialdad y arrancando a la mujer un respingo.

Tras comprobar que los esbirros de la madame habían dejado de respirar, cogió las pistolas y las posó sobre la mesa de manera que apuntasen a la mujer, que mantuvo el tipo lo mejor que pudo.

Se sentó frente a ella y la observó detenidamente. A pesar de no ser ya una jovencita se conservaba bien. Tenía unos ojos grandes y acerados y una melena larga y oscura recogida en un discreto moño. Estaba algo entrada en carnes, pero con una apretado corsé purpura lo disimulaba y de paso realzaba con él unos pechos enormes y unas caderas voluptuosas. Ceñida al cuello grueso y pálido llevaba una gargantilla de satén negro con un camafeo.

Finalmente la mujer hizo un mohín y frunciendo unos labios gruesos y pintados de un color amoratado apartó la vista sin decir una palabra.

—Vamos, dime de quién es este local y no te haré nada. —dijo Hércules en un tono suave pero inequívocamente amenazador.

—Hijo de puta, no pienso decirte nada. Esos hombres llevaban mucho tiempo conmigo y los has matado como a perros.

—Es lo que son. Perros rabiosos. A ese tipo de bestias solo se las puede tratar así.

La mujer se levantó del asiento, llevaba una falda de cuero y unos tacones que aumentaban su estatura en diez centímetros. Sin variar su gesto se acercó a Hércules e intento abofetearle, pero él se adelantó parando el golpe con facilidad y dándole un fuerte bofetón a su vez. La mujer gritó y se acarició la parte de la cara dolorida donde estaban marcados sus dedos mientras le miraba de una manera extraña.

Dime dónde está tu jefe y dónde puedo encontrarlo si no quieres pasarlo mal. Tarde o temprano, quieras o no, averiguaré lo que he venido a buscar. Que sufras más o menos solo depende de ti. La mujer se acercó y abrió la boca como si fuese a decir algo, pero con un gesto rápido le escupió en la cara.

Hércules tuvo que contenerse para no estrellar aquella sonrisa despectiva contra la pared y se conformó con darle un empujón que le hizo trastabillar y caer sobre uno de los gorilas muertos.

Antes de que la madame pudiese reaccionar se agachó y quitándole la corbata al cadáver le maniató con ella. Cogiéndola por el cuello la levantó como si fuese una pluma y estampó su torso contra la mesa del despacho.

Ahora era Hércules el que sonreía al ver el gesto hosco de la mujer con la cara a pocos centímetros de aquellas pistolas y sin poder asirlas.

—Ahora vas a decirme dónde puedo encontrar a tus jefes. ¿Verdad? —dijo Hércules sacando el cinto de uno de los hombres tendidos en el suelo y haciéndolo sonar contra la palma de su mano.

—Hijo de puta. No te atreverás con una mujer…

La mirada de la mujer volvió a desconcertarle era distinta de lo que esperaba. Había terror en ella, pero inexplicablemente también veía un punto de excitación. Desechó la impresión pensando que eran imaginaciones suyas y con delicadeza le subió a la mujer la falda dejando a la vista unas piernas torneadas y unos glúteos grandes y blancos realzados por los altos tacones.

Con naturalidad se colocó tras la mujer y le dio un sonoro cachete en el culo. Inmediatamente quedo marcada en la pálida piel de la mujer un negativo de su mano.

—Empecemos por algo sencillo. ¿Cuál es tu nombre? —dijo Hércules reforzando la pregunta con un nuevo cachete aun más fuerte.

La mujer apretó los dientes y no dijo nada. Con un suspiro de enojo echó mano del cinturón y le arreó a la mujer un cintazo en la parte baja del muslo.

—¡Irina! —respondió la mujer con un aullido.

—Muy bien, Irina, eso está mejor. —dijo él acariciando el cuerpo de la madame con el cinto y provocando en ella un escalofrío— Ahora me vas a decir para quién trabajas.

La mujer le ignoró y apretando los dientes esperó su castigo. Hércules no se hizo esperar y le dio una larga serie de cintazos. Irina gritó dolorida y le insultó pero al fin él se dio cuenta de que parte de todo aquello era pose y la mujer estaba disfrutando con el castigo.

Hércules se detuvo enjugándose el sudor de la frente y observó el culo y las piernas de la mujer casi en carne viva. La madame esperó una nueva andanada en vano. Cuando se dio cuenta de que sus instintos habían quedado al descubierto, movió sus caderas de forma lasciva y le insultó primero enfurecida, luego desesperada.

—Así que te gusta el sexo duro… —le susurró acariciando y golpeando su culo lo justo para que sintiese un escozor promesa del placer que podía proporcionarle.

—Hijo puta, eunuco… dame más.

—Esa no es forma. Debes tratarme con más respeto y ser más complaciente si deseas algo de mí.

—Sí, mi señor, lo siento mi señor.

—Ahora vas a responder a todas mis preguntas y si las respuestas son satisfactorias te premiaré adecuadamente. —dijo dándole un nuevo cintazo con el que la mujer no enmascaró su placer en esa ocasión.

—Sí, mi señor. De acuerdo, mi señor. —dijo la mujer poniendo en tensión las piernas esperando un nuevo golpe.

A partir de aquel momento la cosa fue sobre ruedas. Irina hablaba y el la recompensaba mordiendo la pálida carne de la mujer con el grueso cuero del cinturón. Con el paso del tiempo se volvió más creativo y comenzó a morderle los mulsos y a tirarle del pelo.

En pocos minutos la mujer le contó todo lo que sabía, le relató cómo había sido captada por una mafia y vendida para ejercer la prostitución en un club y como había mejorado su situación merced a sus conocimientos en contabilidad. Por último llegó a la parte interesante, la llegada de Akanke y su última noche en el club y lo más importante la dirección de la mansión donde Sunday y sus esbirros se reunían y se relajaban con “sus chicas”.

Cuando la mujer terminó su relato Hércules no podía parar, estaba tan excitado como ella. La desató y la giró poniéndola boca arriba. Hambriento, se inclinó sobre ella, le escupió en la boca y le mordió y pellizcó todas las zonas de la piel que no estaban tapadas por el corsé.

Irina gemía y jadeaba con todo el cuerpo lleno de moratones y mordiscos, pero aun hambrienta abrió las piernas invitando a Hércules a que la follase.

—Sucia, puta. —dijo Hércules abriéndole el corsé y retorciendo los pezones de la mujer hasta hacerla aullar— Necesitas un verdadero castigo…

Hércules se abrió la bragueta y apoyó la punta de su glande contra la estrecha entrada del ano de la mujer.

Sin más ceremonias se lo perforó. La mujer gritó y se agarró con las piernas a sus caderas mientras metía su polla dura y hambrienta en el estrecho agujero con golpes de cadera tan duros que hacían que todo el cuerpo de la mujer se conmoviese. El dolor y el placer se confundían en la mujer excitándola cada vez mas. Hércules la sodomizaba sin descanso golpeando sus muslos y sus pechos aumentando su placer hasta que toda ella estalló en un monumental orgasmo

La cara de placer de la mujer le recordó a Akanke y toda la excitación que sentía se esfumó en un instante. Se apartó y dejó a la mujer desnuda y sudorosa recobrándose de los aguijonazos de placer que estaban traspasando su cuerpo.

Hércules se agachó para ponerse los pantalones con una sola idea en su mente, vengarse. Cuando levantó la vista vio a Irina desnuda con las dos pistolas en la mano apuntándole.

—¡Pedazo de mierda, ahora vas a morir! —dijo ella amartillando las dos armas.

—¿Sí? ¿Y por qué supones que me importa?

La mujer, acostumbrada a leer la mente de los hombres con los que trataba pudo asomarse durante un instante al vacio del alma de Hércules y dudó un instante. Eso le bastó para abalanzarse sobre ella. Juntos rodaron por el suelo de la habitación. La mujer se debatió e intentó apretar el gatillo de las pistolas. Hércules había conseguido desarmar una de las manos de la mujer, pero Irina consiguió apretar el gatillo de la otra pistola en medio de la confusión.

Por un momento Hércules dudó. Pensó que la bala le había acertado y moriría en cuestión de minutos, pero se dio cuenta de que se encontraba perfectamente y que la tibia sangre que empapaba su ropa era la de la mujer. Intentó ayudarla, pero era inútil. La bala le había atravesado el pecho y sangraba profusamente.

Inclinado sobre ella intentó consolarla y se quedó a su lado los pocos minutos que tardó en morir.

En cuanto cerró la puerta del coche se derrumbó sobre el volante y lloró durante lo que le pareció una eternidad. Estaba confuso. No sabía porque lo había hecho. al principio solo deseaba hacer daño a esa puta para vengarse y luego la había matado. Aunque hubiese sido por accidente había matado a una mujer indefensa.

Se sintió el hombre más miserable de la tierra. La joven a la que amaba estaba muerta víctima de una banda de asesinos y él no era mucho mejor que ellos. Las sirenas de la policía aullando en la lejanía le obligaron a volver a la realidad. Se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas sintiéndose vacio y sin alma. A pesar de todo se dirigió en busca de los asesinos para completar su venganza.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: ORGÍAS

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 11. Furia Ciega..” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 11: Furia Ciega.

Cuando arrancó el coche se dio cuenta de lo rápido que había sucedido todo. Para él había pasado una eternidad, pero apenas había salido el sol cuando llegó al lugar donde Sunday había establecido su cuartel general, en la parte baja de la ciudad.

Hércules pasó por delante del bloque de tres pisos y redujo la velocidad para echar un vistazo. La fachada era de un sucio ladrillo rojo y todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto. En la puerta había tres hombres negros con enormes collares de oro y sospechosos bultos en la cintura. Consciente de que no debía llamar la atención aceleró de nuevo y dobló la esquina.

El edificio estaba aislado de los del resto de la manzana y por los laterales y la parte trasera no había tampoco ninguna vía de acceso. Aparcó el coche en una calle lateral y se acercó al edificio más cercano. Procurando hacer el menor ruido posible embistió la puerta de entrada y la rompió. Subió las escaleras hasta la azotea. El edificio de Sunday era un poco más bajo y podía ver la parte superior dominada por una gran claraboya.

Calculó la distancia, debían ser unos treinta y pico metros de vacio entre él y el edificio de Sunday. Se asomó por el borde un instante, pero no dudó. En su adolescencia, a menudo se escapaba de madrugada de la habitación que tenía en la mansión de sus abuelos para pasarse toda la noche corriendo y saltando en el bosque.

Recordaba como si fuera ayer aquellas carreras persiguiendo ciervos en la oscuridad y adelantándolos a la carrera o recorriendo la finca de un extremo al otro sin tocar el suelo como si fuese una ardilla.

Se retrasó cinco pasos para coger impulso y con una sonrisa cogió carrerilla y se lanzó al vacío. Hacía mucho tiempo que no pegaba un salto así. Se había acostumbrado a ser normal, a no arriesgarse a llamar la atención y lo había hecho tan bien que ya no recordaba la última vez que había hecho algo parecido.

Sintió el aire frío de la mañana golpeándole mientras balanceaba los brazos para estabilizarse en el salto. Sintió los ojos llenarse de lagrimas y una increíble sensación de libertad, cercana a la euforia, se apoderó de él.

Tras dos escasos segundos que le supieron a muy poco, encogió ligeramente las piernas y rodó en cuanto tomó contacto con el suelo de la azotea.

Se incorporó y se sacudió la ropa. Por un instante miró hacia atrás, a la lejana azotea de la que había saltado y casi se le escapó una sonrisa antes de recordar lo que había venido a hacer.

Miró a su alrededor. La azotea estaba totalmente desierta y vacía salvo por las antenas, la chimenea y una claraboya de la que salía un trémulo halo de luz. Se acercó a la claraboya, estaba ligeramente abierta. El primer impulso que tuvo fue dejarse caer por ella y matar a aquellos hijos de puta, pero la razón se impuso y se asomó para saber mejor a que se enfrentaba.

Debajo de él cinco hombres y tres mujeres charlaban y se acariciaban en un gran habitación con una cama redonda de enormes dimensiones por todo mobiliario. Eran tres hombres negros entre los que destacaba uno alto y con el cráneo afeitado que no había abandonado las gafas de sol ni en la penumbra que dominaba la sala; debía ser Sunday. Junto a él había dos negros, uno obeso y otro que parecía una montaña de músculos. Los dos blancos, de pelo oscuro y mirada vacía, tenían aspecto de ser albaneses, matones capaces de hacer cualquier cosa por dinero… o por un buen polvo.

Entre las chicas destacaba una rubia y alta con una melena corta que dejaba a la vista un cuello largo y delgado. Vestía un conjunto de lencería que apenas podía contener unas enormes tetas de origen inequívocamente quirúrgico y que destacaban en un cuerpo esbelto y deliciosamente torneado. La joven estaba tumbada y gemía ligeramente mientras los tres negros la manoseaban de la cabeza a los pies.

Los albaneses estaban cada uno con una prostituta de color, seguramente propiedad de Sunday. Una era gorda, con unas tetas grandes de pezones oscuros y enormes y un culo colosal, redondo y grueso como un queso de bola y la otra era delgada y musculosa como una corredora de atletismo con unas piernas esbeltas y prodigiosamente largas.

Podía haber intervenido en ese momento, pero decidió esperar; sería más fácil acabar con ellos con la guardia baja.

Tumbándose boca abajo se acodó en el marco de la claraboya procurando que no se le viera desde abajo y se dedicó a observar pacientemente.

La rubia ya estaba desnuda, solo conservaba las medias y los zapatos de tacón. Sunday y sus dos colegas estaban frotando sus pollas contra el cuerpo y la cara de la joven que se estremecía y acariciaba los huevos de los tres hombres alternativamente.

Las pollas de los tres negros eran grandes pero la de Sunday era enorme. Hércules tuvo que contenerse al imaginar aquella enorme herramienta torturando a Akanke. Respiró profundamente y observó como la mujer se tumbaba boca arriba con la cabeza sobrepasando el borde de la cama y abría la boca dejando que aquel monstruo entrase en ella. Hércules vio claramente como la punta del glande hacia relieve en la garganta de la joven. Gruesos lagrimones caían de sus ojos haciendo que el maquillaje se corriese, pero la joven no se resistió y cogió las pollas de los otros hombres con las manos comenzando a masturbarlos.

Mientras tanto los dos albaneses se desnudaban y observaban como las otras dos mujeres hacían un sesenta y nueve con la más gorda encima. Cuando terminaron de desnudarse se acercaron y comenzaron a acariciar los cuerpos de las mujeres, el más alto se acercó a la gorda y le dio un sonoro cachete en las nalgas que la mujer saludo con una sonrisa satisfecha.

Hércules fijó su atención en Sunday que seguía metiendo y sacando su polla de la boca de la rubia. Mientras tanto, sus amigos exploraban con rudeza la entrepierna totalmente depilada de la joven. Las muestras de placer de Sunday eran evidentes y a punto de correrse se apartó de la joven dejando que un colega le tomase el relevo. La rubia no se inmuto y siguió chupando la nueva polla con la misma intensidad que la primera.

Cuando se giró hacia los albaneses estos arrastraron a las mujeres sin que cambiasen de postura de forma que la más delgada quedara al borde de la cama y uno de ellos, el más alto, la penetró mientras su compañero se subía a la cama y separando las grandes nalgas de la más gorda la follaba sin miramientos. En otras circunstancias hubiese observado alucinado como las dos mujeres eran folladas con empujones rápidos y secos mientras seguían lamiendo y besando el pubis de su compañera.

A los gritos de las prostitutas negras se unieron los de la rubia al verse elevada en el aire y penetrada por Sunday. Los músculos del hombre se tensaban por el esfuerzo de levantar el cuerpo de la mujer para dejarlo caer sobre su polla. La rubia gritaba al sentir la enorme polla dilatando su coño hasta límites insospechados. Los otros dos hombre se acercaron y uno de ellos se pegó a la espalda de la mujer. Con una sonrisa parcialmente desdentada cogió su polla y la dirigió al ano de la mujer.

La rubia soltó una alarido sintiéndose invadida por ambas aberturas y su cuerpo se crispó unos instantes ante las duras acometidas de los dos hombres, pero se adaptó con rapidez y el intenso placer que sentía hizo que olvidase el dolor. Sin dejar de gemir y jadear, emparedada por dos cuerpos negros y brillantes de sudor alargó la mano y asió la polla del tercero acariciándola con habilidad, satisfecha de ver como hacia gemir de placer a tres hombres.

Mientras tanto los albaneses se seguían follando a las dos negras alternado el coño de una con la boca de la otra, estrujando culos y acariciando y pellizcando muslos.

Con el rabillo del ojo vio como Sunday se tumbaba en la cama con la mujer encima mientras el otro hombre se subía encima de ella para seguir sodomizándola. La mujer abrió la boca para gemir de nuevo, pero se encontró con la polla del tercer hombre. Hércules observó como los tres hombres se turnaban para penetrar a la mujer por todos sus orificios naturales, alternativamente, como tres herreros sobre un hierro al rojo.

La coreografía era tan perfecta que Hércules sospechó que no era la primera vez que hacían aquello. Repentinamente los tres hombres a la vez se separaron y tumbaron a la joven boca arriba mientras se masturbaban. En pocos segundos los albaneses se les unieron rodeando a la joven rubia que jadeaba expectante con el cuerpo cubierto por el sudor de tres hombres.

Con sorprendente coordinación los tres negros eyacularon sobre la cara y los pechos de la mujer mientras que los albaneses lo hacían pocos instantes después. La lluvia de cálida semilla cubrió a la joven que la cogió con sus dedos y se masturbó con ella hasta lograr (o fingir) un intenso orgasmo.

Las otras dos mujeres se acercaron y lamieron el cuerpo estremecido de la joven unos segundos más hasta que hombres y mujeres se derrumbaron juntos en la cama en una confusión de cuerpos brazos y piernas.

Hércules no tuvo que esperar mucho hasta que todos quedaron profundamente dormidos. Sin esperar más tiempo arrancó la claraboya de un tirón y se dejó caer. Los cuerpo salieron despedidos al caer Hércules sobre la cama.

Antes de que supiesen qué diablos pasaba los dos esbirros de Sunday estaban muertos con el cráneo roto. Los albaneses fueron un poco más duros. Acostumbrados a combatir no se dejaron llevar por el pánico y sobreponiéndose a la sorpresa se dirigieron a su ropa entre la que estaban sus armas. Al primero le incrustó la nariz en el cerebro de un golpe mientras que el otro que ya sacaba la pistolera de entre la ropa le lanzó un gigantesco plasma que había adosado a la pared. El hombre se derrumbó inconsciente y Hércules le remató de dos golpes en el cuello.

Mientras tanto, Sunday se había puesto en pie y se encaraba a su agresor.

—No hace falta llegar a este extremo. Podemos llegar a un acuerdo. —dijo el proxeneta— Tengo dinero y mujeres, todas las que quieras.

—La que quería me la has arrebatado. —respondió lacónico. Deberías haber dejado en paz a Akanke. Ahora no hay nada que puedas hacer para compensarlo.

—Lo siento tío, no es nada personal. —replicó Sunday— No podía dejar marchar a la chica. Si lo hubiese hecho, todas las demás hubiesen querido hacer lo mismo…

Mientras hablaba el hombre se había acercado poco a poco y cuando estuvo lo suficientemente cerca le arreó dos brutales derechazos que impactaron en la nariz y el pómulo de Hércules.

Los golpes hubiesen derribado a cualquier hombre, pero Hércules solo giró ligeramente su cabeza. Sunday observó nervioso como su rival había encajado los golpes sin apenas inmutarse. Con un gruñido de frustración se lanzó de nuevo dándole tan fuerte que se rompió la mano, pero con el mismo resultado.

Hércules volvió a encajar nuevos golpes sin aparentes daños y alargando la mano agarró el cuello del chulo y comenzó a apretarlo poco a poco, cada vez más fuerte, observando con deleite como le reventaban los finos capilares de su esclerótica, como sus labios adquirían un oscuro tono violáceo, los pulmones hacían vanos esfuerzos por respirar y los golpes y los forcejeos se hacían más débiles hasta cesar por completo.

Para cerciorarse de que estaba muerto le rompió el cuello y cogiendo la pistola de uno de los albaneses le pegó un tiro en el corazón.

Los hombres que vigilaban la puerta oyeron el estruendo del disparo y entraron por la puerta con las armas en ristre. Hércules los estaba esperando con el arma amartillada de forma que de los cuatro solo uno tuvo la ocasión de apretar el gatillo antes de que Hércules les volase la tapa de los sesos.

Las mujeres que se habían amontonado temblorosas en una esquina salieron a una orden suya cuando finalizó el tiroteo. Súbitamente agotado Hércules se sentó sobre la cama y dejó caer la pistola a sus pies. Ya no quedaba nada más por hacer.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: POESÍA ERÓTICA

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 12. Detención..” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 12: Detención

La policía tardó un rato en llegar. Tuvo la oportunidad de huir, pero todo le daba igual. Ahora que había saciado su sed de venganza, se sentía más vacio aun y la imagen de la mujer a la que había matado se le aparecía constantemente en su mente. Merecía ser detenido. Merecía pasar el resto de su vida en la cárcel.

La policía entró con su típica sensibilidad, tirando la puerta abajo, con las armas preparadas. Hércules permaneció sentado en el borde de la cama, con la mirada baja mientras seis hombres armados le apuntaban y le gritaban intentando penetrar en su aturdido cerebro. Le decían algo de tumbarse en el suelo y poner las manos en la espalda, pero como Hércules no daba señales de entender y su aspecto era intimidante hicieron que uno de ellos no se complicase más la vida y le disparase con un táser.

Los cincuenta mil voltios recorrieron su cuerpo haciendo que todos sus músculos se contrajesen dolorosamente justo antes de perder el conocimiento.

Despertó en una celda pequeña. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero la luz de la mañana se colaba por un ventanuco iluminando una pared sucia y llena de pintadas. Se incorporó aturdido y con los músculos doloridos. Se estiró y echó un vistazo alrededor. Tras diez minutos dando vueltas como un león enjaulado, decidió leer las pintadas de la pared para pasar el rato.

Había sencillos pareados del tipo:

“Hay que joderse con todos los presentes,

resulta que aquí todos somos inocentes.”

“Me perdí por sus curvas y su cálido interior,

y es que los Mercedes son mi perdición.”

Otros eran un poco más elaborados aunque no se podía decir que llegasen a ser literatura:

“Era una puta loca,

pero como follaba…

tanto me besaba la boca

como un cuchillo sacaba

y cargada de coca

me apuñalaba.

Un día me cansé

y al otro barrio la mandé.

Ahora solo y angustiado

me hago un paja y me corro desolado.”

Solo uno le llamó verdaderamente la atención, no sabía muy bien por qué:

“Ella era la mente y yo las manos que ejecutaban.

Por ella hacía cualquier cosa,

por sus labios rojos ,

por sus pechos pálidos y hermosos,

por un roce de sus muslos gloriosos.

Juntos en la cama, todo era hambre,

pero fuera de ella, nos cubría la sangre.

Por ella maté.

Por ella estoy aquí encerrado.

Por ella me acosan como a un perro enjaulado.

Pero como cualquier perro, estoy satisfecho,

estos polizontes nunca sabrán por mí lo que mi ama ha hecho.”

—¡Vaya! La bella durmiente ha despertado justo a tiempo. —dijo un policía acercando unas esposas a la puerta de la jaula mientras otro le cubría con el táser a punto— Es hora de ver al inspector.

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PRÓXIMO CAPÍTULO: GAYS

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 13. Entre rejas.” (POR ALEX BLAME)

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Capitulo 13: Entre rejas.

Hércules se dejó esposar y guiar a la sala de interrogatorios mansamente, con la cabeza baja y la expresión ausente. Le llevaron a una sala sin ventanas, con un gran espejo que ocupaba toda una pared, una mesa y dos sillas metálicas por todo mobiliario.

El funcionario le obligó a sentarse con rudeza en una de las sillas, la que estaba frente al espejo y cerró la puerta tras él, dejándole solo. Transcurrieron minutos sin que nadie apareciese, Hércules bajó la mirada y esperó sin hacer ningún movimiento. Intentando no pensar en nada. Solo esperando.

Repentinamente la puerta se abrió y entró un tipo gordo con un expediente y un periódico bajo el brazo.

—Enhorabuena, si lo que querías era estar a la altura de Charles Manson lo has conseguido, chaval. —dijo el hombre depositando un periódico ante él— La prensa se está volviendo loca con tanta sangre.

El policía calló y dejó que Hércules leyese los truculentos titulares y las fotos de la masacre a todo color.

—Bien, ¿No tienes nada que decir? ¿Estás esperando un abogado?

—No quiero ningún abogado. —respondió Hércules lacónico.

—No está mal, sabes hablar. Ahora que has empezado verás como todo es más fácil. Tengo unas preguntas y me gustaría que las contestaras. Verás, no es que me importe demasiado la muerte de unos cuantos chulos y traficantes, es más, nos has hecho un favor, pero tengo curiosidad por saber por qué a un joven sin antecedentes, deportista y de buena familia se le cruzan los cables y se carga a casi una docena de personas con sus propias manos.

Hércules no se inmutó y se limitó a mirar al policía con los ojos vacios sin mostrar ninguna emoción. El detective siguió insistiendo durante unos minutos, pero Hércules mantuvo un obstinado silencio hasta que finalmente el policía se rindió.

—Está bien, tú ganas. Conocer el móvil hubiese sido la guinda del pastel, pero en realidad tenemos suficientes pruebas para empapelarte así que me contentaré con encerrarte y tirar la llave. —dijo el detective— Ahora te vamos a llevar ante el juez de instrucción que te leerá los cargos y pondrá la fecha del juicio. Buena suerte, la vas a necesitar.

La vista preliminar fue rápida. El juez se limitó a verificar que Hércules no quería representación legal y ante la gravedad del delito dictó prisión incondicional sin fianza. A parte de su explicita renuncia a una representación legal, Hércules no dijo nada más y se retiró esposado del tribunal.

La cárcel no era tan moderna ni tan cómoda como las celdas de la comisaría. Las paredes estaban sucias y desconchadas, el piso desgastado y los hierbajos crecían en el patio. Por si fuera poco, en una celda no mucho mayor que la que había ocupado en la comisaría se hacinaban él y otras tres personas sin ningún tipo de intimidad.

En cuanto llegó le quitaron la ropa y le dieron un mono naranja que parecía tejido en papel de lija. Le dieron la ropa de cama y le encerraron en su celda donde paso la noche en compañía de los pedos y ronquidos de sus tres vecinos.

Al día siguiente lo despertaron a las seis de la mañana y lo dirigieron a las duchas. Se quitó el mono y lo dejó pulcramente doblado en un banco, tal como sus madres le habían enseñado. En ese momento, al entrar en el ambiente lleno de vapor de las duchas se preguntó qué pensarían de él. Diana siempre tendía a disculpar sus cagadas, pero Angélica hacía el papel de poli duro y era la que solía leerle la cartilla. No por ello la quería menos. Todavía no sabía cómo demonios se iba a enfrentar a ellas cuando volviesen del viaje de negocios en Europa del Este.

El que seguro que no lo digeriría bien sería su abuelo. Aunque lo quería, siempre había pensado de él que era un bala perdida…

—Hola, tu eres el nuevo ¿Verdad? —dijo un hombre fornido con el pelo teñido de rubio platino rompiendo el hilo de sus pensamientos.

—Te acostumbrarás a este sitio, en realidad no es tan malo como parece, al contrario de lo que puedas creer, la gente de este lugar exuda amor. —continuó el hombre sin esperar una respuesta, señalando a una pareja que se abrazaba y besaba al final de las duchas.

Sin decir nada Hércules observó como los dos hombres se miraban a los ojos con una ternura que pocas veces había visto en otras parejas. Sus manos acariciaban los cuerpos desnudos del otro con suavidad recorriendo los pechos amplios y musculosos.

El más bajito y fornido elevó en el aire al otro más delgado y lo apoyo contra el alicatado. Deslizando una mano por su nuca lo besó con ansia a la vez que bajaba la otra y la enterraba entre sus piernas acariciándole la polla con suavidad.

La polla del hombre creció entre las manos de su amante hasta convertirse en un falo de respetable tamaño, duro y caliente como un hierro al rojo. El hombre bajo se arrodillo y comenzó a lamerle y chuparle la polla mirando a su compañero a los ojos y acariciando sus muslos y sus huevos.

—¿A que son una pareja envidiable? Son Peco y Norman, llevan casi tres años y un día juntos y nunca se cansan de demostrase su amor.

Peco siguió chupándole la polla a su amante hasta que Norman a punto de correrse se dio la vuelta y abriendo las piernas y lubricándose el culo con un poco de saliva invitó a su amante a entrar en él.

Peco no le penetró inmediatamente sino que abrazó a su pareja por detrás dejando que el calor de los cuerpos y el agua de la ducha lo excitara. La polla de Peco creció y se endureció. Con suavidad acarició la raja entre las nalgas de Norman que suspiró excitado y anhelante.

Peco acarició los pezones y el cuello de Norman que comenzó a mover su culo golpeando la polla de su amante hasta que este no pudo contenerse más y lo penetró con suavidad mientras le susurraba palabras de amor que el ruido de la ducha enmascaraba.

Norman soltó un suspiro y arañó los baldosines mientras su novio comenzaba a moverse suavemente dentro de él. La incomodidad pasó pronto y los dos hombres empezaron a jadear y gemir asaltados por un intenso placer. El mundo de fuera se había diluido para ellos, solo estaban ellos dos abrazados disfrutando el uno del otro.

Peco cogió la polla de su amante y sin dejar de sodomizarle comenzó a sacudir su miembro cada vez con más urgencia hasta que los dos hombres se corrieron a la vez. Los gemidos se escucharon en toda la sala de duchas arrancando risas de complicidad a los presentes.

Los dos hombres saludaron y se abrazaron dándose un largo beso antes de volver bajo el chorro de las duchas.

—Eso sí que es amor. —dijo el rubiales abrazándo a Hércules— ¿No te parece?

Hércules intento liberarse con suavidad, no quería líos el primer día, pero tres hombres salieron de entre la cálida bruma de la ducha y le sujetaron por los brazos y el cuello mientras el rubiales intentaba forzarle.

Con un grito de furia Hércules juntó los brazos haciendo que los cuerpo de los hombres chocaran. Estaba harto de aquellos gilipollas. Con una patada en los testículos se libró del rubiales que se quedó encogido en postura fetal mientras arreaba un puñetazo en la sien al hombre restante.

Apenas un segundo después, los hombres que le habían cogido de los brazos se habían incorporado de nuevo y le miraban agazapados, preparados para abalanzarse sobre él.

Se lanzaron los dos a la vez intentado derribarle de sendos puñetazos pero sus golpes se estrellaron con el cuerpo de Hércules sin hacerle el menor daño. Sin el menor gesto de dolor les cogió los brazo y se los retorció hasta dislocárselos. A continuación, de dos patadas los lanzó contra la pared de la ducha donde chocaron y cayeron al suelo inconscientes, seguidos por una fina lluvia de alicatado pulverizado.

Cuando se volvió, el rubiales estaba aun arrodillado intentando ponerse en pie Hércules le dio un patadón que hizo crujir todas sus costillas antes de darse la vuelta y terminar de ducharse.

***

Zeus observaba la escena sin poder evitar sentirse responsable de todo aquello. Apretó los dientes y unas chispas salieron de sus manos, pero consciente de que no podía intervenir, se obligó a relajarse.

—Hola ¿Quién es ese chico tan guapo al que no quitas ojo? —preguntó Afrodita acercándose a su padre.

—Es tu hermanastro.

—No parece pasar una buena racha. —dijo Afrodita.

—Lo sé, por eso me preocupa. Estoy casi seguro de que fue Hera con la ayuda de Hades los que han provocado todo esto, pero no puedo demostrarlo y estoy atado de pies y manos…

—Es muy guapo para ser hijo tuyo. —le interrumpió ella con una sonrisa cantarina— Es una pena que se pase es resto de su vida en una cárcel.

—Además de guapo es importante. —dijo Zeus poniendose serio— Tengo una misión para él, una misión de la que depende el futuro de la humanidad. Yo no puedo hacer nada. Esa harpía que es mi esposa me tiene constantemente vigilado, pero tú puedes ayudarle. Aquí nadie te toma demasiado en serio. Tú puedes moverte entre estos dos mundos sin llamar la atención. Puedes ser mi voluntad ahí abajo, ayudarme a sacar al chico de ahí y proporcionarle un objetivo en la vida que le ayude a salir del pozo en el que esta hundido ahora mismo y lo más importante; prepararle para su misión.

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PRÓXIMO CAPÍTULO: FANTASIAS ERÓTICAS

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