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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 14. El Ángel Negro.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 14: El ángel negro.

Salió de las duchas sin intentar esconderse. Los funcionarios lo inmovilizaron inmediatamente y lo llevaron a las celdas de aislamiento mientras dos enfermeros se multiplicaban entorno a las figuras gimientes de la ducha.

Pasó en aislamiento dos días y de allí fue directamente al despacho del psicólogo, cargado de cadenas.

El despacho no era como lo había imaginado, más bien parecía la oficina provisional de un contable. Había una mesa de formica, una silla de oficina y una más sencilla al otro lado de la mesa. No había cómodos sofás reclinables ni lámparas que daban al lugar un ambiente más cálido y acogedor. Se sentó en la incómoda silla que le correspondía con un tintineo de cadenas y esperó pacientemente sin cambiar el gesto. Se estaba empezando a acostumbrar a que todo lo que tuviese que ver con la justicia fuese lento y caprichoso.

Tras diez minutos de espera, con dos funcionarios en pie, con las porras preparadas, vigilando de cerca sus espaldas, la puerta se abrió y entró una mujer discretamente vestida, pero indudablemente hermosa. Vestía ropa holgada e informe de colores apagados y escondía unos ojos grandes y grises tras unas horribles gafas de pasta negra, como si pretendiese esconder su belleza de la mirada inquisitiva de los presos.

Hércules sin embargo, no levantó la mirada, ni siquiera cuando la mujer obligó a los funcionarios a quitarle las esposas y a abandonar el despacho.

—Bien —dijo la mujer abriendo una carpeta— Soy Afrodita Anderson. Por lo que veo has sido bastante travieso últimamente y me han encargado evaluarte.

—Estoy perfectamente. —replicó Hércules sin levantar la mirada de la superficie de la mesa.

—Pues tus amigos no pueden decir lo mismo. Entre todos suman un brazo roto, dos codos dislocados, una conmoción cerebral y un fémur astillado. ¿Cómo demonios se puede romper un fémur con las manos desnudas?

Hércules no respondió y se limitó a seguir mirando hacia abajo, haciendo dibujos en la formica con el dedo.

—¿Has pegado una paliza de muerte a cuatro tíos y no tienes nada que decir? —le preguntó la mujer con un deje de indignación en la voz.

—Fue en defensa propia. —respondió escuetamente.

—¿También lo que pasó con los chulos?

—No, eso no tiene nada que ver.

—¿Me lo puedes explicar? —preguntó ella agachando la cabeza y obligando a Hércules a mirarle a los ojos.

—No.

La mujer siguió intentándolo un rato más hasta que se cansó y cerrando la carpeta se encaró con él.

—¿Sabes que con tu actitud te estás condenando? Si no respondes mis preguntas y renuncias a la defensa te puede caer la cadena perpetua. ¿Lo comprendes? —preguntó la psicóloga dando un golpe en la mesa intentando que el preso reaccionase.

—Perfectamente. —respondió él conteniendo su enfado— Soy culpable y me enseñaron que cada uno tiene que purgar sus pecados.

—¿Condenándote por el resto de tu vida?

—Si es lo justo, sí.

—Está bien, Ya veo que no voy a sacar nada más de ti. Espero que no te arrepientas de tu decisión el resto de tu vida…

—¿Qué vida? —susurró Hércules hastiado mientras la psicóloga llamaba a los funcionarios que entraban, le esposaban de pies y manos y se lo llevaban sin poder ocultar su curiosidad.

Cuando entró de nuevo en su celda. Inmediatamente percibió que el ambiente había cambiado. La atmósfera se podía cortar con un cuchillo y podía percibir el miedo en los ojos de sus tres compañeros de celda.

Hércules los ignoró, se tumbó en la parte inferior de una de las literas y cerró los ojos inmediatamente…

…La luna estaba en lo alto, brillando en todo su esplendor, bañando la llanura con su luz y tiñendo de plata la planicie. Hércules estaba tumbado, desnudo, sobre la hierba corta y fragante.

Una sombra pasó como una centella por delante de sus ojos, tapando por un instante la luz del astro. Hércules se incorporó e intentó seguirla con la mirada, pero era demasiado rápida. Cuando se dio la vuelta allí estaba, con las alas extendidas sonriendo y alargando su brazo mientras plegaba las alas a su espalda.

Estaba tal como la recordaba, esbelta, hermosa, dulce… Hércules se acercó a ella temiendo que se esfumase ante sus ojos, pero Akanke no se movió y sus ojos chispearon cuando la mano de Hércules acarició su mejilla.

—Te he echado de menos. —dijo él acercándose y abrazándola por la cintura.

—Yo también a ti. —respondió ella apoyando la cabeza en su hombro.

El aroma de la joven evocó imágenes que se arremolinaron en su cerebro, imágenes de placer y también de angustia. Inconscientemente la abrazó más fuerte para asegurarse de que no se esfumaba entre sus manos.

Con suavidad la cogió por la nuca y junto sus labios con los de la joven. El mismo sabor, la misma textura suave como el terciopelo. Sus lenguas se juntaron y su beso se hizo profundo e íntimo mientras ella le envolvía con sus alas ocultándoles del resto del universo. Unas alas grandes negras y sedosas.

Las manos de Hércules se deslizaron explorando el cuerpo de su amada recordando cada poro, cada curva y cada recoveco. Akanke gimió y le besó con más intensidad. La excitación hizo presa de ambos y Hércules la tumbó sobre la hierba.

Rompiendo el beso, comenzó a repasar su mandíbula y sus pequeñas orejas con su boca, mordisqueó su cuello y sus clavículas, aspiró el aroma de su piel y recorrió sus pechos con la lengua trazando una traviesa espiral hasta terminar en sus pezones. Los chupó y los mordisqueó haciendo que Akanke gimiese de placer.

Con un movimiento brusco se sentó a horcajadas sobre Hércules, acariciando y palpando los abultados músculos del pecho de su amante mientras restregaba el pubis contra su polla con lentos y largos movimientos.

Hércules la dejó hacer acariciando su torso y sus pechos y observando a la joven en todo su esplendor. Sus alas negras y bruñidas brillaban a la luz de la luna y su pelo largo y liso como lo recordaba, se mecía por efecto de la brisa nocturna.

Akanke se inclinó sobre él y le besó de nuevo. Incapaz de contenerse más Hércules cogió su miembro y la penetró con suavidad, concentrado en sentir de nuevo cada centímetro de su sexo. La joven interrumpió su beso y abrió las alas soltando un largo gemido.

Apoyando los brazos en los hombros de Hércules comenzó a mecerse metiendo y sacando la polla de su coño adelantando sus pechos para ponerlos al alcance de la boca de su amante para que los chupase y saborease. Sus movimientos se hicieron más intensos y profundos y sus uñas se clavaron en su pecho trazando rastros rojos en su piel mientras sus gemidos se hacían más ansiosos y sus besos más breves y violentos.

Hércules se limitó a mirarla a los ojos, sintiendo como su placer aumentaba dejando que ella lo cabalgara, observando cómo se aceleraba su respiración y sus flancos se agitaban brillantes de sudor.

Acercó su boca a los pechos, chupó sus pezones y saboreó el sudor que corría entre ellos. El sabor a sal y a hembra despertaron en él un hambre ansiosa y levantando a la joven se tumbó sobre ella. Sus sexos se separaron mientras el besaba y saboreaba su vientre y su ombligo hasta llegar a su pubis suave y depilado.

Se lanzó sobre su sexo húmedo y anhelante como un lobo hambriento, lamiendo y mordisqueando, arrancando a la joven gritos de placer. Introdujo los dedos en su cálido interior moviéndolos con urgencia haciendo que Akanke se estremeciese y doblase recorrida por un placer cada vez más intenso hasta que un brutal orgasmo se apoderó de su cuerpo.

Cuando se recuperó la joven se inclinó sobre él y repasó su polla con la punta de su lengua antes de metérsela en la boca. Hércules gimió y hundió las manos en el suave plumaje de sus alas mientras dejaba que Akanke subiese y bajase por su polla chupando y lamiendo su glande y acariciando sus hormigueantes testículos.

El placer fue tan intenso que no pudo contenerse más y se corrió dentro de la boca de su ángel. Akanke chupó con fuerza apurando hasta la última gota de semen mientras él sentía como todos los músculos se contraían y sus testículos se retorcían vertiendo todas su simiente.

Hércules se derrumbó exhausto, ella se tumbó un instante a su lado y jugó con su melena rubia mirándole como si intentase grabar cada una de sus facciones en su mente.

—Estoy muerta y nada de lo que hagas me hará resucitar. —susurró ella— No tienes culpa de lo que pasó. No tienes por qué castigarte.

—Yo… No sé que voy a hacer sin ti, no…

Akanke se levantó y desplegó sus alas. Hércules se incorporó e intentó acercarse a ella, pero ella levantó el vuelo alejándose de él, disminuyendo hasta que solo fue una sombra alejándose en la oscuridad de la noche.

Se despertó bruscamente al encenderse las luces de la celda. Sacudió la cabeza aun con el sabor de Akanke en su boca, sin poder creer que aquello hubiese sido un sueño. Un funcionario no tardó en llegar con unas esposas en la mano.

—Vamos, cariño, tienes visita.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: OTROS TEXTOS

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 15. El juicio.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 15. El juicio.

Cuando vio las caras de sus madres no pudo dejar de sentirse un miserable por hacerles pasar por todo aquello. A la vista de todo el mundo, su hijo era como mínimo un asesino en serie sin escrúpulos o un perturbado incapaz de dominar sus más bajos instintos.

Aun así, allí estaban, sentadas en aquellas sillas pequeñas y estrechas, apoyando las manos en la mugrienta mesa con una cara tan triste que le partía el corazón. Cuando se sentó, la vergüenza podía leerse fácilmente en su cara.

Al contrario de lo que esperaba fue Diana la que se inclinó furiosa sobre él:

—¿Se puede saber en qué coños estabas pensando? —le preguntó haciendo verdaderos esfuerzos para no gritar— ¿Cuántas veces te hemos dicho que esto precisamente era lo que no debías hacer? Esto no es lejano oeste. ¡Vives en una sociedad con normas, joder! ¿Acaso te crees un ser superior con derecho a ser juez, jurado y verdugo?

—Mataron a la mujer que amaba…

—Matándolos no conseguirás que resucite. Y ahora te vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel…

—Cariño, no sé por qué demonios lo has hecho, —intervino Angélica más calmada— pero sé que has tenido tus razones. Te hemos educado bien y sé que en condiciones normales no hubieses cometido esa salvajada. Por eso debes dejar que contratemos a un abogado para que te defienda. Podemos alegar locura transitoria o…

Hércules interrumpió su discurso y le dijo que no tenía excusa, que había matado a toda esa gente y que merecía pasar el resto de su vida en la cárcel. Con la voz entrecortada por el dolor les contó la historia de Akanke y como la habían torturado y asesinado. Sus madres, no lo aprobaron, pero lo comprendieron y entre lágrimas le suplicaron que cambiara de opinión y que se dejase asesorar por un abogado. Finalmente, ante el terco silencio de su hijo, se dieron por vencidas y le prometieron que le ayudarían en todo lo que pudieran.

Hércules se quedó sentado mientras las dos mujeres abandonaban la sala de visitas con aire abatido. Sin apresurarse se levantó y acompañado por los guardias se dirigió a su celda consciente de que sus madres acababan de envejecer veinte años por su culpa.

Dos días después se celebró el juicio. La sala, a pesar de ser la más grande de los juzgados estaba llena a rebosar. Periodistas y curiosos abarrotaban los escaños y se daban codazos para hacerse un poco de sitio.

Al fondo, ocupando todo el espacio disponible y subidos a escabeles y pequeñas escaleras, los reporteros gráficos adoptaban posturas imposibes con tal de conseguir el mejor video o la mejor instantánea.

A pesar de todo, sus madres le habían su mejor traje para presentarse ante el tribunal. Hércules recorrió rápidamente el pasillo, flanqueado por dos policías que los sujetaban estrechamente e ignórando los flashes, los focos y las preguntas, en su mayoría estúpidas o morbosas de los periodistas. El juez le recibió con su habitual frialdad y un ujier le indicó cual era la mesa de los acusados donde se sentó en soledad.

—Antes que nada —dijo el juez cuando todos se hubieron sentado— Señor Hércules Ramos, ¿Es consciente de que el que se tiene a sí mismo por abogado tiene un necio por cliente?

—Sí señoría lo he oído en multitud de películas y series americanas. —respondió él sin poder evitar el sarcasmo.

El juez refunfuño algo por lo bajo, y dio varios golpes con su mazo para apagar el conato de risas que amenazaba con hacerse general. A continuación se colocó unas gafas de pasta y sin añadir nada más comenzó a leer uno tras otro todos los cargos que le imputaban.

—¿Cómo se declara de los cargos antes mencionados?

—Culpable señoría.

—Entonces a la vista de la gravedad de los hechos aquí descritos y ante las asunción de los mismos por el acusado, unido a la total ausencia de remordimientos ante los crímenes cometidos este tribunal el sentencia a…

—Un momento señoría. —gritó una mujer despampanante entrando apresuradamente en la sala del tribunal con unos papeles en la mano— Me llamo Afrodita Anderson, soy psicóloga en la prisión donde ha permanecido el acusado en espera de juicio y tras un profundo análisis de su comportamiento, tengo en mi poder pruebas que demuestran que este hombre no está en plena posesión de sus facultades mentales.

El juez frunció el ceño e invitó a la mujer a continuar. Afrodita esta vez no se había puesto las gafas dejando a la vista unos ojos verde azulado enormes y ligeramente rasgados y el vestido de lana que llevaba puesto se ajustaba como un guante a unas curvas de infarto.

La mujer se acercó taconeando con seguridad y con una sonrisa capaz de desarmar una flota de acorazados, le entregó la carpeta.

—Como vera, señoría, tras un detenido estudio, tanto yo como varios de mis colegas, entre ellos el Doctor Frederick Smith, decano de la Cátedra de Ciencias del Comportamiento de la universidad de Lausana y el premio nobel en fisiología Horatio Becker hemos llegado a la conclusión de que este hombre sufre un síndrome disociativo al que se une un fuerte componente paranoide, lo que hace que no sea en ningún caso capaz de dominar sus acciones y por lo tanto no se le puede considerar responsable de estos crímenes.

—¿Y qué es lo que recomienda? —preguntó el juez levantando una ceja.

—Recomiendo que sea internado en el centro Psiquiátrico Alameda dónde su enfermedad mental será evaluada y tratada adecuadamente siguiendo los métodos más modernos y eficaces que la ciencia puede proporcionarle.

Los flashes explotaron y todos los focos se volvieron de la psicóloga al acusado y de nuevo otra vez hacia la psicologa. El rumor de incredulidad fue seguido por los gritos de indignación de un grupo de hombres de color, obviamente miembros de la banda de Sunday.

El juez golpeo la mesa con el mazo, amenazando con desalojar el tribunal mientras echaba un vistazo a la documentación que Afrodita le entregaba. Tras tomarse un par de minutos para deliberar, finalmente le entregó a Hércules estipulando con exactitud las evaluaciones a las que se debería someter el reo antes de poder acceder a cualquier tipo de libertad condicional.

Antes de que se diese cuenta de lo que estaba pasando, dos tipos enormes, vestidos con batas blancas le cogieron por los hombros y le llevaron en volandas al interior de una ambulancia.

***

Zeus observó desde su trono todo lo que ocurría mientras bebía una taza de ambrosía. Sabía que podía confiar en Afrodita. Su hija, además de ser la cosa más hermosa que jamás había hecho, era inteligente y fuerte y le quería como solo una hija puede querer a un padre. Además debido a su belleza y la levedad con la que trataba sus obligaciones nadie la tomaba en serio y disfrutaba de la libertad que le proporcionaba no ser considerada más que un bonito florero.

A pesar de que odiaba salir del Olimpo, había bajado a la tierra y había sacado a su hermanastro del apuro mientras él entretenía a Hera desviando su atención de ellos. Ahora venía lo más difícil debía darle a Hércules una razón para vivir sin revelarle aun su verdadera misión. Aquel muchacho estaba verdaderamente hundido.

Afortunadamente se acercaba el momento para que cumpliese con la misión para la que había sido concebido. Esperaba que tener un propósito y salvar innumerables vidas fuese suficiente acicate para hacerle reaccionar y evitar que la humanidad pereciese. Hércules era un semidiós, y debía tener una tarea que resultase un desafío para sus poderes.

La ambulancia llegó al recinto y avanzó por un sendero de grava hasta detenerse en la entrada de una mansión de piedra con la fachada cubierta parcialmente de yedra. Zeus vio como Afrodita salía por la puerta delantera izquierda y abría la puerta trasera para permitir que unos fornidos enfermeros sacaran la camilla donde Hércules permanecía atado.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: VOYERISMO

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.” (POR ALEX BLAME)

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CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16: Un nuevo hogar.

Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.

Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.

Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo…

La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.

Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.

—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.

—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?

Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.

Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.

De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.

Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.

Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:

—Se que estás confundido y que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.

—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.

—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.

—¿No temes que vuelva a “perder el control”, dejarme llevar por mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.

—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.

—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?

—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.

—¿Porque son ilegales?

—Ilegales no, más bien alegales.

—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.

—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.

—Parece un trabajo un poco abstracto…

—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.

—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.

—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de “tú a mí no me la pegas”.

—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.

Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.

Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.

—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla minifalda de seda negra.

—Es el director de La Organización. Hieronimus.

—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?

—No seas idiota…

La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.

Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.

Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.

Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.

La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.

Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.

Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.

Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.

Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.

El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.

Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.

La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.

Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.

Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el “More Than Words” de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.

Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.

El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.

Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.

Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.

Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.

Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.

Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: TEXTOS EDUCATIVOS

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 17. Adiestramiento.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 17: Adiestramiento.

El día siguiente comenzaron los entrenamientos. Era despertado todos los días a las seis de la mañana y tras el desayuno ya le estaba esperando Afrodita con unas ceñidas mayas y escueto top desafiando el frío mañanero.

Los primeros días los dedicaron a evaluar sus funciones físicas, velocidad, resistencia, agudeza visual e inteligencia. Al principio Hércules intentó disimular sus capacidades tal y como sus madres le habían aconsejado siempre, pero Afrodita lo sabía todo y le obligó a emplearse a fondo.

Tras la evaluación, ambos llegaron a la conclusión de que no necesitaba adiestramiento en cuestiones de lucha cuerpo a cuerpo, pero Afrodita le señaló que no era invulnerable y le enseñó a manejar armas de todo tipo, especialmente las de tipo personal. En pocos días consiguió ser un experto en el manejo de pistolas, fusiles y rifles de francotirador.

—Pensarás que ya estás preparado, —dijo Afrodita cuando la parte física del adiestramiento hubo concluido— pero aun queda la parte más importante, durante los siguientes días te enseñaré a desenvolverte en distintos ambientes desde los barrios más bajos hasta la alta sociedad…

—¿Y qué te hace creer que no puedo hacer esas cosas yo solo? —replicó Hércules— Ya sabes que mi abuelo es una de las personas más ricas del país.

—En efecto —respondió ella— pero hace tiempo que está alejado de las esferas de poder y el pertenecer a una familia como la tuya no te garantiza que seas admitido automáticamente en esos círculos reducidos. Yo haré que eso te resulte más fácil.

—Bien, ¿Y por dónde empezamos?

—¿Qué te parece por las mujeres? —dijo Afrodita— Eres un hombre fuerte y atractivo. Y eso puede ser una herramienta muy útil con las mujeres.

—¿Ahora es cuando me vas a contar que los niños no vienen de París…?

—Algo parecido, en este trabajo te vas a tener que valer de todos los trucos que tengas a tu alcance para cumplir tus misiones y seducir mujeres es uno de ellos.

—¿Y me vas a decir qué es lo que les gusta a las mujeres?

—Soy una mujer, es normal que pueda hablar de ello con cierta autoridad.

—De acuerdo. —dijo Hércules sentándose— Soy todo oídos.

—Lo primero que tienes que saber que el principal órgano erógeno en la mujer es este —dijo Afrodita señalándose la cabeza.

—¿El cabello? —preguntó él con sorna.

—Vamos Hércules, no seas infantil. Sabes perfectamente de lo que hablo. Por muy moderna e independiente que sea una mujer a todas nos encanta que nos halaguen, eso sí, sin pasarse. Mantener el equilibrio en la fina línea que separa el halago de la adulación es un arte que debes aprender y lamentablemente en eso no puedo ayudarte demasiado.

—¿Y entonces en que puedes ayudarme?

—Te contaré que es lo que sentimos las mujeres al hacer el amor para que puedas aprovechar esos conocimientos. Ahora calla y escucha.

—En realidad no somos tan diferentes de los hombres. Cuando vemos un hombre que nos gusta nos sentimos atraídas por él, igual que vosotros aunque no lo demostremos tan visiblemente. En general preferimos que nos traten con delicadeza, nos gustan los mimos y las caricias antes de entrar en faena, ahora te voy a contar un par de secretillos.

—Eso espero, porque hasta ahora no me has contado nada que no sepa o por lo menos suponga.

—Las mujeres no somos como las actrices porno, no nos corremos chupándoos la polla o haciéndoos una cubana, no nos gusta que intentéis sincronizar Radio Nacional con nuestros pezones y tampoco nos gusta que nos frotéis el clítoris como si estuvieseis sacándole el brillo a la plata.

—Es cierto que tenemos un punto G en la pared superior de nuestra vagina, una pequeña zona casi inapreciable, salvo porque cuando nos la acariciáis nos volvemos locas. Para encontrarla normalmente necesitáis que os digamos donde está porque, en esto, cada mujer somos un mundo.

— Pero el punto G y el clítoris no son los únicos lugares que nos producen un intenso placer En el fondo de la vagina hay dos zonas, son el cérvix y los fórnices vaginales, si los estimulas suavemente nos producen un intenso placer y son particularmente utiles porque también se estimula la producción de secreciones que lubrifican el canal vaginal. El punto A, que está entre el cérvix y el punto G y el punto U en los alrededores de la uretra también son especialmente sensibles.

—Joder, creo que voy a tener que tomar apuntes. Se te van a acabar las letras del alfabeto.

—Usa tus dedos y posturas adecuadas, —continuó Afrodita ignorando la interrupción— estimula estos puntos con suavidad y conseguirás que cualquier mujer se vuelva loca de placer.

—En general estamos más dotadas para el sexo que vosotros, al contrario que vosotros, tras el orgasmo volvemos a estar preparadas para continuar. Normalmente no tenemos un periodo refractario como vosotros o es muy pequeño. Por otra parte, todas somos capaces con un poco de entrenamiento de ser multiorgásmicas y al igual que vosotros, somos capaces de eyacular.

—Habla con nosotras antes, durante y después del acto. Averigua lo que nos gusta y no te cortes, háznoslo.

—El sexo anal puede ser placentero, pero no lo hagas a lo bestia. Tomate tu tiempo para lubricar y dilatar el esfínter, eso permitirá que el dolor sea mínimo y se eviten accidentes. Trátanos con respeto, incluso con el sexo duro hay límites. Si nos llevas hasta él sin sobrepasarlo, haremos lo que quieras por ti.

—¿Y eso es todo? —preguntó Hércules con aire cansino.

—Básicamente sí. Ahora practicaremos unas cuantas posturas especialmente placenteras para nosotras y verás por qué lo son.

Hércules se quedó paralizado, con los ojos abiertos, como un ciervo ante los faros de un coche. Afrodita le miró con una sonrisa malévola y le indicó con un dedo que se acercara. Finalmente el joven se acercó y se plantó frente a ella sin poder evitar echar un vistazo a su cuerpo enfundado en uno leggins negros y un escueto top que no dejaba nada a la imaginación.

Flashes de la noche de su llegada con Afrodita desnudándose y acariciandose asaltaron su mente, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no empalmarse.

Fingiendo no darse cuenta Afrodita le invitó a tumbarse:

—Empezaremos por la más básica, la fusión, —dijo sentandose sobre Hércules—probablemente la habrás experimentado más de una vez. Permite una penetración profunda y al tener nosotras el control nos resulta especialmente placentero.

Hércules se limitó a asentir mientras su profesora le golpeaba suavemente el pubis con su sexo.

—Si te sientas conmigo encima, hacemos la medusa, esta permite las caricias y los besos en nuestras principales zonas erogénas, pechos, labios, cuello, muslos… Es una de mis preferidas para iniciar la relación sexual. —dijo ella frotandose de nuevo contra Hércules que ya había renunciado a luchar contra su erección— Como ves puedo excitar a mi pareja acariciando su glande con mi clítoris y decidir cuando dejo que me penetre…

Hércules aguantó la tortura como mejor pudo. Deseó arrancarle la ropa a esa belleza y follarla. Demostrarla que el sexo duro y apresurado tambien podía ser placentero.

Sin hacer caso, la mujer se separó y se tumbó de lado indicando a Hércules que se colocase a sus espaldas.

—La postura de la somnolienta, también es muy placentera. Me penetras desde atrás y yo retraso la pierna y rodeo tu cintura con ella, así tu tienes acceso a mi clitoris y mis pechos. —dijo cogiendo sus manos y obligandole a entrelazarlas con las suyas de modo que las plamas de Hercules tocaran el dorso de sus manos y acariciandose a continuación las ingles y los pechos para demostraselo— ¿Ves?

—Sí ya veo. —respondió él con la voz ronca y desesperado por tener los pechos y el coño de aquella mujer tan cerca pero tan lejos.

Sin darle tregua, Afrodita se puso en pie, se recolocó los leggins que se habían incrustando en la raja de su sexo y le ordenó que se sentase en una silla.

Apenas se hubo sentado, ella se colocó encima y rodeando el cuello de Hércules con sus brazos comenzó a dar saltitos sobre su erección, mirandole a los ojos con una mirada aprentemente inexpresiva.

—Esta se llama la doma y siempre ha sido una de mis favoritas nos permite acariciarnos y besarnos, en fin muy tierna, Y con solo darme la vuelta tienes acceso de nuevo a mi clitoris. —dijo volviendo a coger sus manos y a acariciarse el sexo.

Hércules creía que iba a enloquecer, pero Afrodita no se dio por enterada y a continuación se puso a cuatro patas señalandole que la postura del perrito era una de las preferidas por todas las parejas y que se podía continuar con el tornillo.

—Ves me tumbo bocarriba y giro mis caderas poniendo las piernas juntas a un lado. Tu de rodillas me penetras presionando mi clitoris y penetrandome profundamente…

Justo cuando creyó que no podría aguantar más Afrodita se levantó y se colocó la ropa. Hércules supiró y se levantó más lentamente dejando que su erección se fuese extinguiendo como un conato de incendio que no acaba de prosperar.

—Ahora tratemos otros asuntos, —dijo Afrodita sonriendo satisfecha por el mal rato que le había hecho pasar a aquel joven y abriendo a la puerta y franqueando el paso a dos tipos que aparentaban un sexo indefinido.

—¡Oh! !Por Dios! ¿Qué es esto? Jamás había visto una melena semejante, está totalmente estropajosa. —dijo el más viejo y delgado con voz afectada—¿Cuánto hace que no te aplicas una mascarilla nutritiva? —añadió tocando su pelo con dos de sus dedos, como si se tratase algún tipo de alga pútrida y maloliente.

Sin dejar de parlotear dio instrucciones al otro hombre que, con gesto resuelto, arregló y cortó el pelo de Hércules, le aplicó mascarillas y le afeitó cuidadosamente la barba.

Tras varias horas de tratamiento no se reconocía a sí mismo. Los siguientes días, como si se tratase de My Fayr Lady, Afrodita le instruyó en la manera de comportarse en sociedad con qué tipo de personas debía tratar y de cuales huir y la mayoría de sutilezas que un hombre vulgar no entendería y todo amante del arte y la literatura debía conocer.

Un día, tras un entrenamiento, el director se le apareció como por ensalmo y le cogió delicadamente con el brazo.

—He seguido tus avances con interés. —dijo el anciano con voz cascada— Afrodita opina que ya estás preparado. Y tú, ¿Te sientes en condiciones de acometer tu primera misión? ¿Quieres comenzar a redimir tus delitos?

—Estoy preparado.

—Perfecto. —dijo deslizando un sobre en la mano de Hércules y abandonándole sin despedirse.

Ya en su habitación, con un leve temblor en sus manos, abrió el sobre. En él había un dossier sobre una mujer. Observó la foto. Tez olivácea, rostro atractivo aunque un poco descarnado, de pómulos altos y ojos grandes y oscuros. Su nariz era recta y respingona y sus labios gruesos y jugosos.

Apartó la foto y leyó el dossier con interés. Para ser la primera misión no le parecía demasiado difícil.

***

—¿Se puede saber que haces con ese aspecto de viejo carcamal? ¿ Y quién es ese hombre al que está ayudando tu hija? —Dijo Hera interrumpiendo su observación.

—Vamos, ya me demostraste que lo sabes de sobra. —respondió Zeus fastidiado.

—Te recuerdo que hicimos un pacto para no interferir con los humanos…

—Que tú mediante subterfugios has roto. —le interrumpió su marido.

—¡Eres un cerdo! —estalló Hera— ¿Cómo te atreves a acusarme de nada mientras tu andas fornicando con humanas igual que un burro salido?

—No lo entiendes, no he tenido más remedio, mujer. Aparta ya de una vez esa desconfianza patológica. No tientes la suerte.

—Entonces permíteme entenderlo. ¿Por qué ayudas a ese joven después de haber cometido esos horribles crímenes? —preguntó ella indignada.

—Porque lo necesitamos. Nuestro pacto nos ata de pies y manos y no puedo reuniros a todos y solventar nuestras rencillas a tiempo para salvar a la humanidad. Así que he tenido que valerme de subterfugios y de la ayuda de Afrodita, que como nadie la toma en serio, puede moverse con más libertad.

—¿De qué demonios hablas?

—Hablo de la caja. Una humana está a punto de encontrarla y necesitamos que alguien la detenga.

—¿La caja? ¿Te refieres a esa caja que le regalaste a Pandora? ¿Y qué importancia tiene? Ella la abrió y ya liberó todos los males del mundo. Además, Epimeteo la enterró en un lugar, lejos del alcance de cualquier hombre.

—Sí, bueno. No todos los males fueron liberados, Pandora cerró la tapa antes de que se liberase el peor de todos. El que acabará con la humanidad entera. Y el gilipollas de Epimeteo la enterró profundamente, pero no pudo evitar jactarse de lo que tenía y dejar pistas por todas las Cícladas. Ahora una humana con vastos recursos está sobre la pista y es como un perro con un hueso. —replicó Zeus echando chispas por los ojos— Y ahora no puedo intervenir directamente ya que alertaría a Hades y este intervendría ansioso por tener un montón de nuevos inquilinos en el averno.

—Maldito seas, tú y tus jueguecitos. —dijo Hera sin poder ocultar su satisfacción— Siempre actuando sin pensar y ahora la vida de millones de inocentes pende de un hilo.

—¿Guardarás el secreto? —preguntó Zeus fastidiado por tener que pedir un favor a su mujer.

—Está bien. No se lo diré a nadie e intentare despistar a Hades. ¿Llegará a tiempo tu hijo para evitar este desastre?

—Eso espero, Hera. Aun tenemos algo de margen y Afrodita le está entrenando bien. Un par de misiones y estará listo. Confía en mí.

—Si me diesen un dracma por cada vez que he escuchado esa frase…

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO TRANSEXUALES

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Relato erótico: “El tatuaje” (POR ALEX BLAME)

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Me gusta pasear por la cafetería de la universidad, los cafés  son baratos y siempre encuentro alguien que me inspire un nuevo trabajo. La gente que acude allí viene atraída por las discusiones, los menús baratos, las mujeres jóvenes y hermosas o las timbas de mus y tute.
Me acodé en la barra y pedí un capuchino. A esas horas no había mucha gente y la enormidad del recinto junto con los muebles baratos y de color claro lo hacían parecer aún más vacío. Me giré y eché un vistazo a la parroquia. A la derecha, al fondo, había un grupito de jóvenes que murmuraban en tono conspirativo con unas cervezas en la mano. En el centro, cuatro aspirantes a veterinarios, los mismos de siempre, jugaban una partida de mus y se insultaban con furia a intervalos regulares.  A la izquierda, y lo más alejadas posible de los ruidosos tahúres tres pijas con tacones quilométricos y trajes chaqueta repasaban apuntes mientras tomaban café y soltaban miradas asesinas a los veterinarios.
Sin  embargo sólo ella llamó mi atención. Sentada en una mesa, delante de unos apuntes a  los que no hacía ningún caso, miraba al vacío a través de mí como si fuese transparente. Y eso no suele ser frecuente, con mi metro ochenta y cinco, mi pelo largo y desteñido por la práctica de deporte al aire libre y mis ojos color acero, podía crear atracción o rechazo pero pocas veces indiferencia.
Me moví inquieto y eso le sacó de sus ensoñaciones. Me miró con atención y aproveché para dedicarle una espléndida sonrisa. Durante un instante creí que habíamos conectado. Ella sonrió, pero enseguida recordó algo y su rostro adquirió tal tinte de melancolía que me conmovió y atrajo toda mi atención
Era una joven bellísima, o eso me lo pareció, la cara perfectamente ovalada enmarcaba unos ojos grandes y oscuros, una nariz recta y pequeña y unos labios gruesos y rojos a pesar de la ausencia de maquillaje. Sus pestañas eran largas negras y suavemente rizadas, lo mismo que su pelo, lo mismo que el ala del cuervo. Al saberse objeto de mi escrutinio, bajó la vista azorada y pasando el pelo por detrás de sus preciosas orejas, se concentró por fin en sus apuntes.
Unos segundos después aquella expresión  que mezclaba sonrisa y desconsuelo, me había convencido de que tenía mi musa. Me levante del taburete y me acerque a su mesa con un nuevo café en la mano.
-Hola  ¿Esta libre? Está todo tan lleno…  –dije con una sonrisa mirando la sala medio vacía.
Ella levantó la vista un poco descolocada. Era evidente que no era frecuente que nadie se atreviera a penetrar esa muralla invisible que había levantado a su alrededor.
 -Gracias, eres un sol. –continué, ignorando su mirada desesperada.
Bebí un sorbo de café y me quedé mirándola fijamente, ella miraba fijamente sus apuntes.  Un mechón de su pelo se escapó y calló sobre su cara. Yo sin pensarlo demasiado, se lo aparté con naturalidad con mis manos sucias de óleo y trementina.
Ella apartó bruscamente la cabeza  mirándome a los ojos por fin.
-Pensaba pegar la hebra un rato antes de proponerte nada pero como veo que eres mujer de pocas palabras iré al grano, necesito algo de ti. –dije  con una sonrisa intentando desarmarla.
-Por el aspecto de mis manos y mi ropa ya habrás llegado a la conclusión de que soy pintor, y resulta que tu rostro me resulta inspirador y me pregunto si te gustaría posar para mí.
El rostro de sorpresa que puso me pareció realmente encantador. Antes de que ella pudiese negarse o siquiera replicar continué:
-Sé que no es una petición muy común, así que,  ¿Qué te parece si vienes conmigo a mi estudio, te enseño mi obra y luego decides. No está muy lejos y puedes preguntar a cualquiera si no te fías de lo que te digo, todas las camareras me conocen.
-No lo dudo.
-Menos mal, creí que eras sordomuda, –replique con otra sonrisa –odio desperdiciar saliva.
-Venga, ¿Qué me dices? No te voy a obligar a nada, y aunque al final no poses, por lo menos pasaras un buen rato admirando las mejores obras que se han pintado desde la Gioconda.
-Al menos autoestima no te falta. –replicó ella ligeramente divertida.
-Tanta que nunca recuerdo que aún no soy mundialmente famoso. –dije riéndome –mi nombre es Jaime aunque todo el mundo me llama Jam.
-Yo soy Carolina y nadie me llama Carol.
-Encantado Carol, ahora que ya nos conocemos vamos de museos. –dije recogiendo sus apuntes y ayudándola a levantarse.
Salimos de la cafetería. Yo iba ligeramente por delante. Tenía a Carolina agarrada de la muñeca y tiraba de ella con suavidad. Ella se dejaba hacer medio hipnotizada por la seguridad que tenía en mí mismo. Yo no paraba de hablar y de hacerle preguntas, que ella, sólo en ocasiones respondía con  monosílabos. Afortunadamente el estudio estaba lo suficientemente cerca como para no hacerme pesado.
Mi taller era en realidad la buhardilla de un edificio de cinco pisos  de los años setenta roído por la aluminosis. Era bajo, caluroso en verano y frío en invierno y tenía manchas de humedad en todas las paredes, pero era barato, muy luminoso y lo bastante amplio como para que cupiesen todos mis trastos.
Abrí la puerta metálica y le franqueé el paso. Carolina entró y le echó un vistazo a la estancia.
-No parece el taller de Picasso precisamente –dijo con sorna acercándose al montón de lienzos que había apilados en la única pared que no rezumaba humedad.
Los repaso uno por uno, lentamente, parándose a inspeccionar los que le gustaban, haciendo preguntas y comentarios. Yo respondía lo mejor que sabía cada vez más atraído por su misteriosa actitud.
-Bueno ¿Qué opinas, soy digno de inmortalizarte para la posteridad?
-La verdad es que me has sorprendido, algunos son geniales, siempre teniendo en cuenta que no entiendo casi nada de arte.
-Estupendo,  ponte aquí –dije sentándola inmediatamente en un taburete antes de que pudiese negarse.
Al principio estaba tranquila y sonreía ligeramente, yo me limite a simular que esbozaba un boceto mientras esperaba. La sombra de melancolía que había nublado su mirada volvió y pude al fin captarla en el block. Durante los siguientes minutos me dedique a rellenar hojas del block con el carboncillo sin decir nada para no alterar aquel frágil estado de ánimo.
Finalmente no pude aguantar más deje el block en el suelo y la besé. Por un instante sus labios se quedaron quietos y fríos pero en seguida de cerraron sobre los míos y me devolvieron el beso. La timidez dejo paso a la avidez. Nuestras bocas sólo se separaban para respirar jadeantes.
Con un movimiento casual acerque mis manos a su pecho y acaricie su seno derecho a través de la blusa.
El efecto fue inmediato  y se separó dando un respingo:
-Lo siento pero no puedo –dijo mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.
-¿He hecho algo mal? –pregunté confuso.
-No, de veras, no es por ti –dijo cruzando los brazos sobre su pecho en actitud protectora.
Sin dejar que terminara de explicarse me acerqué de nuevo a ella y la abracé con fuerza. Carolina no se resistió, pero tampoco dejo de llorar. Le besé de nuevo, esta vez en  las mejillas, saboreando la sal de sus lágrimas mientras ella gemía quedamente y se intentaba resistir sin fuerza ninguna.
Puse una mano bajo su barbilla y  levantándole la cara, obligándole a mirarme a los ojos le besé de nuevo en la boca. El sabor de su boca inundo la mía  mezclándose con las sal de sus lágrimas. Esta vez dirigí mis manos hacía su melena. Ella notó que era un gesto forzado y se apartó una vez más de mí. Pero en vez de huir, como me esperaba, respiro hondo y empezó a desabotonarse la blusa.
Jamás olvidare los minutos siguientes.
Temblando como una hoja se desabrochó la blusa y se la quitó mostrándome un sencillo sujetador de color blanco. Con un movimiento de rabia tiro del cierre y el sujetador calló a sus pies. En el lado izquierdo, dónde debería estar su pecho, había una  prótesis de silicona con un par de feas cicatrices en vez de pezón.
Me acerqué lentamente y dudé. Finalmente decidí agarrar el toro por los cuernos y acaricié las dos  cicatrices.
-Ha debido ser duro.
-Ni te lo puedes imaginar –dijo Carol un poco más relajada al ver que reaccionaba con normalidad –fueron ocho meses horribles, pero ahora ya estoy perfectamente.
-¿Sabes por qué son hermosas? –pregunte sin dejar de acariciarlas –Porque son el símbolo de tu victoria sobre la enfermedad. No lo olvides cada vez que te despelotes delante de mí.
Del resto de su ropa me encargué yo con un masculino toque de precipitación y torpeza. Cuando la tumbé sobre la cama aún estaba un poco nerviosa, así que opté por recostarme a su lado admirando y acariciando todo su cuerpo  esbelto y juvenil como si fuese una obra de arte. Cada vez más segura de sí misma  se giró hacia mí mientras  me desabrochaba los pantalones y buscaba mi pene erecto en su interior.
Sus manos suaves y cálidas me hicieron hervir de excitación. Con dos patadas me quite los pantalones y los calzoncillos. Carolina me acarició la polla un poco más y se la metió en la boca. Sus labios gruesos y cálidos envolviendo mi verga y me arrancaron un gemido de placer. Su lengua caliente y húmeda me acariciaba el glande haciéndome temblar. Aparté su cabeza con delicadeza para evitar correrme inmediatamente y la tumbé debajo de mí.  Besando de nuevo su boca introduje mi mano entre su piernas acariciando su pubis. Su sexo se excitó y ella gimió con lujuria. Poco a poco mi boca fue bajando por su cuerpo mordisqueando y lamiendo mientras mis dedos jugueteaban con su sexo haciéndola retorcerse.
 Incapaz de contenerme un segundo más separé sus piernas y la penetré. Carol se apretó contra mí  y me arañó gimiendo con fuerza. Su coño estaba caliente y húmedo y mi polla se abría paso  con delicadeza en su interior.
Por fin su mirada era limpia, no había dolor, no había remordimiento, solo había deseo.
Me pidió ponerse encima y obedientemente la levanté y puse su cuerpo ligero sobre mi regazo. Sin dejar de mirarme a los ojos me cogió la polla y se la introdujo milímetro a milímetro en su interior. Con una sonrisa maliciosa comenzó a subir y bajar por mi polla con una lentitud desesperante. Si yo intentaba aumentar el ritmo ella hacia el gesto de separarse y volvía a tomar el control. A pesar de ello sólo verla disfrutar, estirando su cuerpo sudoroso y dejando que  lo acariciase sin vacilaciones era para mí suficiente.
Cuando creyó que me había hecho sufrir suficiente un rápido empujón dio paso a una frenética cabalgada,  sudorosa y jadeante subía y bajaba, se retorcía, gemía, gritaba y me insultaba.
Aún estaba encima de mi cuando me corrí. Mi pene se retorció y expulso su contenido en su interior excitándola aún más. Yo, con un movimiento rápido, me giré y me tumbe sobre ella penetrándola con todas mis fuerzas. A los pocos segundos noté como mi pene vibraba debido a los espasmos incontrolados de su vagina. Sólo un orgasmo brutal le obligo a apartar sus ojos de los míos.
Instantes después estábamos uno al lado del otro mirando al techo borrachos de sexo.
-Quiero hacerte un regalo –dije reflexionando en voz alta.
-¿Me vas a regalar un cuadro?
-No exactamente –respondí mientras le vendaba los ojos con un trapo casi limpio. – Y nada de trampas.
Después de asegurarme de que no veía nada fui a uno de los rincones de la habitación y cogí el carrito. Con un algodón extendí la solución antiséptica por su torso y lo que quedaba de su pecho izquierdo.
-Ahora no te muevas –dije mientras encendía la máquina de tatuar.
-Qué romántico? ¿Me vas a empastar una muela? –replicó Carolina entre risas. –¿Con esto te ganas la vida?
-No, con la pintura me gano la vida y con esto pago todo lo demás. –respondí  -Avísame si te duele.
-Muy bueno –dijo Carol cuando empecé mi tarea –¿Esto es de lo que se quejan tanto los que se hacen tatuajes? Tendrían que probar con sesiones de seis semanas de quimioterapia y una de descanso, y otras seis de quimioterapia y así varios meses.
-Debió de ser muy duro. –dije yo mientras avanzaba por su ombligo en dirección a sus pechos.
-Lo gracioso es que para mí era mucho peor la semana de descanso. El dolor no te deja pensar en lo que realmente estas pasando. Sin embargo cuando estas un poco mejor te planteas si todo este sufrimiento merecerá la pena o peor aún en la posibilidad real de que puedes morir cuando apenas has empezado a vivir.
La sesión de tatuaje, no fue tan dolorosa pero sí fue tan larga como una de quimioterapia, así que cuando terminé yo estaba rendido y ella acalambrada de estar obligada a no moverse.
Finalmente moví ligeramente su cuerpo para admirar como la piel de su torso agitaba las hojas y las flores que había tatuado igual que lo hubiese hecho el viento. Antes de quitarle la venda de los ojos embadurné el tatuaje con abundante crema antibiótica y lo tape con varios apósitos.
-Bueno, lista. –dije quitándole la venda de los ojos.
-Cabrón. ¿No me lo vas a dejar ver?
-Hasta dentro de tres días no puedes dejarlo al aire, si no podría infectarse y  se estropearían los colores. –replique maliciosamente.
-Dios mío. Es tardísimo. –Dijo Carol mientras se ponía la ropa a toda prisa y me daba un beso de despedida.
-¿Volveremos a vernos? Aún no he terminado contigo. –pregunté mientras me levantaba y la acompañaba a la puerta en pelota picada.
-Terminar, ¿En qué sentido? –replicó con una sonrisa maligna.
-En todos. Toma mi tarjeta, llámame cuando quieras o ven a verme. Lo he pasado muy bien Carol.
-Yo también –dijo Carolina con un mohín –y no me llames Carol.
Los días siguientes los pase bastante ocupado preparando una exposición pero eso no me impidió hablar con Carol por teléfono.  A duras penas conseguí mantenerla engañada para que no se quitase los vendajes.
El martes a las siete de la mañana finalmente se quitó los apósitos y me despertó al quinto intento. Estaba encantada con el tatuaje. Dijo que era lo más bonito que había visto jamás y casi entre lágrimas me dijo que nunca lo olvidaría. Me dijo que se pasaría por mi casa a la tarde y me colgó antes de que pudiese responder nada diciendo que tenía que hacer algo en ese momento.
El resto de la mañana lo pase superexcitado esperando a Carol, así que cuando recibí una segunda llamada de un número desconocido,  no estaba ni mucho menos preparado para lo que iba a oír.
-Diga –contesté intentando imaginar quién podía tener tanta prisa para hablar conmigo antes de la una de la tarde.
-Hola, -dijo una voz suave, aparentemente de una mujer de mediana edad, desde el otro lado de la línea – no me conoces pero yo acabo de conocerte a ti. Soy Julia, la madre de Carolina y quiero que sepas lo que has hecho.
Toda la excitación que había acumulado durante la mañana hasta ese momento, se me paso al instante. Me encogí instintivamente y estuve a punto de colgar pero no estaba dispuesto a renunciar a Carol tan fácilmente así que intente replicar:
-Señora, quiero que sepa…
-Lo siento, pero prefiero que no me interrumpas mientras te hable, porque si no,  no sé si podré terminar. –continuó  Julia dejándome con la palabra en la boca.
-Antes de tener la enfermedad Carolina era una chica preciosa y una hija perfecta. Siempre alegre y dispuesta a ayudar. Y entonces, hace tres años le diagnosticaron el cáncer. –comenzó Julia tomándose un segundo para coger aire – Durante la enfermedad luchó como una leona, se sometió a los ciclos de quimioterapia sin quejas. Incluso animándonos a nosotros en  nuestros momentos bajos. Incluso cuando le dijeron que iban a tener que operarle y vaciarle el pecho izquierdo, no pareció afectarse y siguió adelante con una fortaleza que nos sorprendió. Pero todo cambió tras la  operación. Cuando vio esas dos…. terribles cicatrices se echó a llorar y aunque totalmente curada del cáncer se sumió en una profunda depresión
A partir de ese momento en el relato, la voz de la mujer comenzó a temblar ligeramente:
-Pagamos la cirugía de la prótesis por nuestra cuenta para acortar al máximo el tiempo de espera, pero con las cicatrices los médicos no pudieron hacer nada. Durante el siguiente año y pico se encerró en sí misma y prácticamente cortó todo contacto con lo que antes le interesaba, amigas, lectura, estudios todo quedo aparcado, aparentemente para siempre. La llevamos a  dos psiquiatras sin resultado, hasta que hace seis meses conocimos al Dr. Blanco. Con una paciencia infinita logró sacarla de su mutismo y aunque no volvió a ser la misma por lo menos comenzó a interesarse por lo que le rodeaba. Y entonces apareciste tú.
-El viernes ya estábamos a punto de volvernos locos cuando llego. Mi marido, policía jubilado, ya estaba a punto de llamar a sus excompañeros. Íbamos a echarle una bronca de campeonato por no habernos avisado, pero la sonrisa que llevaba puesta en su rostro nos congeló los nuestros. La primera sonrisa franca en dos años y medio. Los días siguientes, al contrario de lo que esperábamos la sonrisa se mantuvo junto con algo más que sólo podíamos definir como expectación.
-Para nosotros cualquier cosa era mejor que el infierno que habíamos pasado, así que cuando esta mañana nos reunió vestida únicamente con un albornoz estábamos preparados para casi todo.  
-Cuando se abrió el albornoz no pudimos creerlo. –dijo la mujer con un profundo sollozo –Toda la parte izquierda del torso de Carolina estaba ocupada por una masa de vegetación y flores que se enredaban y se movían con cada respiración y cada movimiento de su torso. En vez de cicatrices ahora había flores e insectos de colores extraños, en vez de una mujer con un pecho mutilado había una mujer hermosa con una belleza única. Una mujer que por primera vez estaba orgullosa de ser como era.
El irrefrenable llanto  de la mujer interrumpió la narración y me dejo azorado sin saber qué hacer con el móvil. El momento se estaba alargando y estaba a punto de dar una excusa y colgar cuando una voz masculina se puso al aparato.
-Hola hijo, quiero que sepas que me has hecho pasar el momento más bochornoso de mi vida. No veía el cuerpo desnudo de mi hija desde que tenía seis años. En cualquier otra situación esto hubiera bastado para pegarte un tiro, pero lo que has le has hecho a mi hija  es el regalo más bonito que nadie le ha hecho ni nadie le hará en su vida. Y puedes hacer lo que quieras, dejarla tirada sin explicaciones incluso, que no bastara para que olvide que nos la has devuelto.
-A propósito ¿cómo ha dado conmigo?
-Oh, eso no importa. Aún conozco mucha gente en la policía. A propósito nos gustaría que… esto quedase entre nosotros, ya sabes, que no se enterase de que hemos hablado. Sólo queríamos agradecerte lo que has hecho, no sólo por ella sino también por toda la familia.
Cuando llamó a la puerta aún estaba un poco superado por los acontecimientos.  Era gracioso, ahora era yo el que parecía confuso y ella la que rezumaba alegría y vitalidad por todos sus poros.
-Hola Jam, ¿Me has echado de menos? ¿Quieres que pose para ti?
-Si te digo la verdad Carol, -dije cogiéndola entre mis brazos  –voy a hacerte el amor toda la noche, y luego quizás llore entre polvo y polvo. No hay mayor condena para un artista que no poder exponer su obra maestra.
-Míralo de otra manera, también  es la única oportunidad  de que un artista no se aleje nunca demasiado  de ella –replicó Carolina comenzando a desnudarse…
 

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 18. Primera Misión.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 18: Primera misión.

El dossier no decía mucho de la mujer. Se llamaba Francesca Lobato y cantaba en un sórdido club de las afueras. No tenía antecedentes de arrestos, pero el club en el que trabajaba era famoso por ser un lugar de encuentro de las mafias chinas.

Los servicios secretos habían puesto el club bajo vigilancia, y sospechaban que usaban a las mujeres como correo para pasar secretos industriales y militares, el problema es que eran extremadamente cautos y no sabían exactamente como lo hacían, ni cual era la mujer que lo hacía.

Tras unos meses de vigilancia habían restringido las sospechosas a cuatro mujeres. Una de ellas era especialmente prometedora. A principios de mes, nunca el mismo día, la mujer llegaba al trabajo con un bolso especialmente grande y salía a la hora del cierre con el bolso más abultado de lo normal.

Su misión era seducir a la mujer y hurgar en el contenido del bolso hasta encontrar el material, fotografiarlo y dejarlo todo en su sitio para detenerla posteriormente en caso de que resultase ser lo que esperaban.

Revisó el resto de las hojas del informe. Estaba claro que habían hecho un extenso trabajo de documentación, aunque curiosamente, la mayoría de la información era bastante reciente, no había apenas nada que tuviese más de cinco años de antigüedad.

Observó de nuevo la foto y se preguntó que ocultaban esos ojos grandes enmarcados por unas pestañas largas y rizadas. ¿Por qué no había datos anteriores? ¿Cómo haría para acercarse a ella?

Se acostó en la cama mirando al techo pensativo. Era su primera misión y no quería cagarla. Aunque dudaba mucho que aquello mejorase su estado de ánimo, estaba dispuesto a cumplir las misiones que le encomendasen. Al menos no tenía que matar a nadie, no quería empezar su nueva vida como había terminado al anterior.

Se acercó al teléfono y estuvo tentado de llamar a sus madres, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarse de nuevo a ellas. Volvió a colgar el aparato y se quedó mirando al techo, con la mente en blanco, hasta que se quedo dormido.

Aquel garito era bastante más acogedor por dentro de lo que parecía por fuera. La iluminación era suave y la música disco de los ochenta y noventa no estaba demasiado alta, solo lo suficiente para que las bailarinas semidesnudas que se agarraban a las barras, contorsionando sus cuerpos, pudiesen seguir el ritmo.

Entre el público había bastantes individuos de aspecto oriental que veían evolucionar a las mujeres con lujuria y esperaban ganarse su favor a base de introducir billetes entre las tiras de sus tangas.

Hércules se dirigió a la barra, pidió un Glennfidich con hielo y acodado en ella esperó a que Francesca saliese al escenario que ocupaba el fondo del establecimiento.

Antes de su actuación tuvo que fingir interés en una torpe imitación del baile de Flashdance por parte de una rubia cuya enorme pechuga estaba más dotada para usar los pechos como los flotadores de un hidroavión que para realizar los relativamente complicados pasos de un baile moderno. Todo quedó compensado cuando el agua cayó sobre la mujer haciendo que la camiseta revelase el tamaño real de los pechos y erizase unos pezones de tamaño titánico.

Cuando se hubieron apagado los silbidos y los aplausos, la mujer se retiró dejando que un operario recogiese el agua del suelo con una fregona.

Pidió otra copa mientras observaba como el hombre dejaba la fregona y cogiendo un micrófono presentaba a Francesca. Después de describirla como la heredera de Sade y ensalzar su belleza se retiró para dejar paso a la mujer que aparecía en ese momento en el escenario.

Llevaba un vestido rojo de lentejuelas cruzado en la cintura con un escote en v estrecho y profundo. La falda era larga y tenía una raja en el lado derecho que le llegaba casi hasta la cintura y se cerraba justo en la cadera con un bordado plateado.

Hércules observó el pelo largo, negro y ligeramente ondulado que reposaba sobre su hombro izquierdo, tapando aquella parte de su pecho. La mujer se inclinó para saludar y sus pechos se movieron pesados y jugosos evidenciando que no llevaba sujetador.

El público aplaudió hasta que la cantante, con un ligero mohín de sus labios gruesos y rojos como la sangre, les invitó a callar y comenzó a cantar. Su voz era suave y acariciadora, pero Francesca le añadía un toque grave y ligeramente ronco que hacía que la canción de Sade tuviese un punto más sensual.

Apenas se movía, pero sus ojos recorrían la sala con intensidad haciendo que cada hombre presente se sumergiese en la melodía y creyese ser el protagonista. Durante unos instantes calló y dejó que el saxofonista que la acompañaba se marcase un solo. La melancolía del instrumento llenó la sala haciendo que todo el mundo se sintiese embargado por una profunda emoción.

Francesca fijó el micrófono al pie y acariciándolo con unas manos de dedos largos y suaves comenzó a cantar de nuevo, esta vez meciéndose suavemente, sin dejar de envolver con sus manos el aparato y acercando sus labios sensualmente hasta casi tocar la superficie cromada, dejando que la raja de su vestido se abriese dando a los presentes una visión de unas piernas largas y morenas encaramadas a unas sandalias de tacón alto.

Hércules bebió el resto del whisky de un trago mirando a la mujer fijamente a los ojos a pesar de que sabía perfectamente de que ella no le podía ver, cegada como estaba por los focos.

Cuando la canción terminó se impuso un silencio que se prolongó un instante antes de que la parroquia prorrumpiese en una sonora aclamación.

Hércules dejó el dinero sobre la barra y se escabulló antes de que las luces volvieran a encenderse.

A la mañana siguiente se dirigió al domicilio de Francesca, que figuraba en el informe y aparcó dos puertas más abajo su coche alquilado. Como esperaba, Francesca no se levantó hasta tarde y hacia el mediodía la vio salir del portal vestida con uno vaqueros, una sencilla blusa y calzando unas bailarinas. Abandonó la terraza del bar de la esquina en el que había pasado buena parte de la mañana y la siguió calle abajo. Tras unos doscientos metros dobló una esquina y entró en un supermercado.

Hércules entró a su vez y cogió un carrito. Paseó por los pasillos y eligió varios productos al azar mientras la buscaba. Finalmente la encontró en la sección de congelados. Se colocó a su lado y hurgó con interés entre las terrinas de helados mientras la observaba de reojo.

Era la primera vez que la observaba de cerca, aun en bailarinas era casi tan alta como él. Llevaba el pelo atado en una apretada cola de caballo dejando a la vista una tez morena y tersa, sin apenas arrugas o imperfecciones. Dos grandes aros de oro colgaban de sus orejas y una pequeña piedra en la aleta de su nariz junto con sus ojos grandes y ligeramente rasgados le daban un aire exótico y un inconfundible atractivo.

—Una mujer tan bella merece algo más que una comida congelada. —dijo Hércules mientras fingía inspeccionar una terrina de stracciatella.

—¿De veras? —preguntó ella con una sonrisa escéptica mientras metía una pizza y un par de cajas de canelones.

Su voz ronca y sensual, y la forma pausada de hablar hizo que Hércules sintiese como crecía su excitación.

—Pues claro, hay un montón de comida prefabricada sin tener que comerla ardiendo por fuera y hecha un témpano de hielo por dentro.

Sabía que no era una respuesta muy inteligente, pero había conseguido que ella le mirase por fin y rápidamente detectó en sus ojos una chispa de interés. Continuó charlando con ella y haciendo chistes malos sobre la comida preparada mientras elegían productos de los estantes.

Francesca hablaba poco y escuchaba lo que Hércules decía con una sonrisa irónica, pero se dejaba guiar por el supermercado en un tortuoso circuito por los distintos pasillos del establecimiento. Finalmente Hércules se presentó y le invitó a tomar algo en una terraza.

La mujer miró el reloj frunciendo el ceño pero finalmente aceptó y le sugirió el local dónde había pasado la mañana. Hércules fingió un poco de embarazo y le dijo que en aquel bar había hecho un simpa hacía poco para forzarla a elegir otro.

Finalmente acabaron en la terraza de una cafetería a un par de manzanas de allí. El calor del mediodía empezaba a ser intenso así que Hércules pidió una caña mientras ella pedía una cola sin hielo.

Fingiendo inocencia le dijo que se le iba a calentar muy rápido el refresco. Ella respondió que tenía que proteger su garganta ya que era cantante. Hércules aprovechó para interrogarla y mostrar su admiración. Inmediatamente le preguntó dónde podía ir a oírla cantar. Ella, al principio quiso negarse a contárselo, lo que le dio indicios de que quizás se avergonzaba un poco del lugar donde cantaba, pero al final terminó confesándolo.

Tras apurar las bebidas, Hércues pagó la cuenta y se despidieron con dos besos. El cálido contacto con su piel provocó otro pequeño chispazo como si la atracción creciente entre ellos se descargase con el contacto.

—¿No me vas a pedir el número de mi móvil? —preguntó ella al ver que él se daba la vuelta dispuesto a alejarse de ella.

—¿Para qué si ya sé dónde encontrarte? —respondió Hércules girándose y despidiéndose de ella para a continuación seguir su camino.

Aquella misma noche se presentó en el local de nuevo. Había cambiado de indumentaria. Se había puesto uno de los trajes de Armani del armario y se había llevado un Porsche Cayenne del garaje de La Alameda.

Esta vez había elegido un lugar cerca del escenario para poder ver a la mujer más de cerca y que ella pudiese verle a él. Francesca no tardó en salir de nuevo. Esta vez llevaba un vestido de seda de corte oriental color marfil con una raja en el lateral tan vertiginosa como la del día anterior.

Antes de que comenzasen los primeros acordes y la luz volviese a cegarla, la mujer exploró el lugar con la mirada y no tardó en localizarle. Con un sonrisa se acercó al micrófono y comenzó a cantar Sweetest Taboo. Al contrario que en otras ocasiones, la mirada de Francesca casi no se apartó del lugar donde estaba Hércules mientras acariciaba el micrófono posesivamente.

La canción terminó y el público rugió unos segundos antes de volver su interés de nuevo a las bailarinas. Francesca bajó del escenario y repartió algunos besos y confidencias con empleados y clientes hasta que por fin llegó a él.

—¿Te ha gustado? —pregunto ella sin poder disimular su interés por la respuesta.

—Has estado fantástica, derrochas tanta sensualidad que me han entrado ganas de lanzarme al escenario y hacerte el amor allí mismo, delante de todo el mundo.

La cantante sonrió satisfecha durante un instante pero su gesto se volvió rápidamente entre ansioso e inseguro.

Notaba que estaba a punto de echarse atrás así que Hércules se adelantó y mientras acariciaba su pelo negro y sedoso le preguntó a qué hora terminaba.

Francesca dudó, estaba claro que había algo que parecía sumirla en la indecisión. La mano de Hércules se desplazó por su cara y rozó los labios de la mujer recorriendo la abertura de su boca acabando por convencerla.

—Tengo otra actuación dentro de una hora y habré terminado. —respondió ella con un ronco suspiro.

Charlaron un rato más y él la invitó a una copa de Champán antes de que se retirara a prepararse para la siguiente actuación. Cuando salió de nuevo al escenario, Hércules había abandonado el local. Francesca lo buscó entre el público sin éxito así que terminó sumida en un mar de dudas.

Al salir se encontró con el joven apoyado en el todoterreno con una sonrisa traviesa consciente de que ella, por un momento, había dudado que se hubiese quedado a esperarla.

Con un “estúpido” se introdujo en el Cayenne dejando que el hombre cerrase la puerta. El acogedor interior y el olor a cuero se mezclaron con el aroma del perfume del hombre aumentando su excitación. Mientras se dejaba llevar, no le importaba dónde, Francesca pensaba en el siempre crítico momento de descubrir su secreto.

Odiaba ser así, odiaba tener que pasar por aquel trago cada vez que conocía a un hombre que le interesaba. Nunca sabía lo que pasaría. En ocasiones había terminado muy mal y viendo los músculos que amenazaban con romper el traje de Armani de Hércules un escalofrío recorrió su espalda.

Hércules la llevó a un pub del centro. Pidieron un par de copas y charlaron, la música estaba tan alta que les obliga a acercar la boca a la oreja del otro para poder entenderse y él lo aprovechó rozándola con sus labios y sus dientes mientras le hablaba.

Tras unos minutos Hércules no se contuvo más y abrazando a la mujer por la cintura le besó el cuello y la mandíbula. Francesca suspiró excitada, pero a pesar de todo Hércules notó cierta resistencia. Ignorando las indecisiones de la mujer la abrazó y la besó en la boca, explorándola con suavidad y saboreándola sin apresurarse, mientras sus manos acariciaban su espalda.

Sin dejar de besarla deslizó las manos por la resbaladiza seda del vestido hasta agarrar su culo apretándolo y acercando sus caderas contra él, deseoso de que ella pusiese sentir la erección que ocultaban sus pantalones.

—No, aquí no. —dijo Francesca apartándose sofocada como si las caderas de Hércules le quemaran.

Hércules estaba tan excitado que hubiese ido al mismo infierno con aquella mujer. Asiéndola por la cintura la llevó fuera del ruidoso pub y la guio hasta el todoterreno. Antes de arrancar se inclinó sobre ella y la besó mientras acariciaba el muslo que asomaba por la raja del vestido. Ella suspiró y le apartó diciéndole que le llevase a un sitio más íntimo.

Aun tenía las llaves de su viejo apartamento así que la llevó allí. Cuando abrió la puerta la imagen de Akanke recibiéndolo con una sonrisa le asaltó haciéndole vacilar. Francesca lo notó y para evitar unas preguntas que no quería responder se lanzó sobre ella y acorralándola contra la pared la besó con violencia. La mujer sorprendida respondió al beso con la misma ansia dejando que las manos de Hércules estrujaran con violencia sus pechos a través de la seda del vestido.

Abrazándose y tropezando avanzaron hacia el dormitorio. Por el camino Francesca fue quitándole hábilmente la ropa hasta que cuando llegaron a la cama Hércules se vio totalmente desnudo.

Aquel hombre tenía el cuerpo de un héroe griego. Sus músculos se marcaban bajo su piel incitándole a arañarlos y mordisquearlos. Lo tumbó sobre la cama y tras ponerse encima de él le besó durante unos instantes antes de comenzar a recorrer su cuerpo con su boca, sabia a sal y a perfume. Mordisqueó sus tetillas haciéndole suspirar y fue bajando por su vientre, acariciando con sus uñas cada uno de los abultados músculos antes de llegar a su pubis.

Levantó la vista y con una sonrisa traviesa cogió el tallo de su polla con una mano. Sin dejar de mirarle levantó el miembro y lamió su base para continuar con sus huevos. Hércules suspiró de nuevo dejándole hacer y acariciándole suavemente el cuello.

Poco a poco, con desesperante lentitud fue avanzando por el tronco de su polla hasta que al fin llego a su glande. Lo recorrió juguetona con la punta de su lengua, rozándola con sus dientes, sintiendo como crecía por momentos.

Sin aguantarse más lo rozó ligeramente con sus labios antes de abrir la boca y meterse la polla dentro. Dejándose llevar comenzó a chuparla primero suavemente, luego con más fuerza subiendo y bajando por aquel mástil palpitante y sintiendo como todo el cuerpo de Hércules se estremecía y sus músculos se contraían debido al intenso placer.

Había llegado la hora de la verdad. El momento que más odiaba, pero si lo retrasaba más sabría que no sería capaz. Ese chico le gustaba de verdad y lo deseaba con todo su ser. Esperando que los estremecimientos de miedo los interpretara como excitación se puso en pie y se desabrochó los botones que tenía el vestido en el hombro izquierdo.

Intentando librarse de la desagradable sensación de vulnerabilidad que sentía al descubrir su secreto, se bajó la cremallera del vestido quedando desnuda salvo por un culotte delicadamente bordado y las sandalias de tacón.

Sintió los ojos de él clavados en sus pechos redondos, del tamaño de pomelos con los pezones pequeños y erectos por su intensa excitación. Le miró un instantes a los ojos antes de inclinarse para bajarse el culotte. Se incorporó con las piernas muy juntas dejando que observara el pelo oscuro y rizado que cubría sus piernas.

Respiro hondo y cerrando los ojos separó las piernas.

Mudo de sorpresa, Hércules observó como de su entrepierna caía un pene semierecto. Francesca se quedó quieta esperando, con los ojos cerrados y temblando de la cabeza a los pies. Por un momento no supo qué hacer, se quedó petrificado, pero luego se centró en la misión y hasta agradeció que fuese tan diferente a Akanke. Eso le ayudaría a apartar las constantes comparaciones entre las dos mujeres de su mente.

Se levantó y se acercó a Francesca que seguía esperando con la cabeza baja y los ojos cerrados. La mujer, al sentir su presencia, se puso rígida y tembló expectante. Hércules adelantó la mano y acarició su mejilla con suavidad. Francesca reaccionó defensivamente ante el contacto hasta que se dio cuenta de que era una caricia, se relajó y abrió los ojos.

Las manos de Hércules rozaron sus labios antes de introducirlos en su boca. Sintió como los chupaba con fuerza envolviéndolos con su densa y cálida saliva. Al fin relajada, Francesca se dio la vuelta y apoyando las manos sobre un viejo tocador separó las piernas.

Hércules acarició los muslos de Francesca y separó sus cachetes introduciendole con suavidad los dedos embadurnados en su propia saliva en el ano. La mujer soltó un ronco gemido mientras dejaba que Hércules explorara y dilatara su esfínter.

Los gemidos y los estremecimientos de Francesca hicieron que su deseo creciese. Con suavidad acercó la punta de su polla al oscuro y estrecho agujero y con delicadeza la penetró. El calor y la estrechez del culo de Francesca eran deliciosos. Poco a poco comenzó a meter y sacar el miembro de las entrañas de la mujer, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, viendo la cara de intenso placer de ella en el espejo.

Asiendo su melena empujó con todas sus fuerzas mientras Francesca se agarraba con desesperación al tocador para no perder el equilibrio.

Dándose un descanso Hércules tiró de su melena y obligó a la artista a volver la cabeza para besarle de nuevo el cuello la mandíbula y la boca. Cuando se separaron, ella soltó un gemido de insatisfacción al sentir como escapaba el miembro de su culo.

Dándose la vuelta lo besó desviando la atención de Hércules de su miembro semierecto y lo tumbó en la cama. Dándole la espalda se ensartó su polla de nuevo con un largo gemido. Deshaciéndose de las sandalias coloco piernas y brazos a ambos lados del cuerpo de Hércules y comenzó a subir y bajar cada vez más rápido mientras su polla erecta se balanceaba golpeando su vientre.

El placer volvía a ser intenso y apenas se dio cuenta cuando las manos de Hércules agarraron su miembro y comenzaron a sacudirlo con fuerza mientras se corría en su culo. El calor de la semilla del joven unido a sus caricias hicieron que no pudiese contenerse más y se corriese derramando su semilla sobre su propio vientre.

Durante esos instantes sintió una intensa felicidad que pronto se vio disminuida por la sensación de no sentirse una mujer completa.

Hércules apartó a Francesca con suavidad y se tumbó de lado, abrazando su cuerpo para quedarse casi inmediatamente dormido.

Los días siguientes fueron una vorágine de sexo. Hércules la atosigaba y buscaba su contacto constantemente, haciendo el amor una y otra vez hasta que ella rendida y dolorida le pedía una tregua.

Él insistía en ir a todas sus actuaciones fingiendo no poder separarse de ella ni un minuto hasta que por fin un día la llevó al trabajo y observó que llevaba el bolso que aparecía en las fotos del dossier. Era tan grande que bromeó preguntándole qué diablos llevaba allí dentro. Francesca consiguió ocultar bastante bien la tensión cuando escuchó la broma, pero a Hércules no le pasó desapercibida.

No volvió a hablar del tema durante toda la noche y cuando llegaron al piso le hizo el amor consiguiendo que se corriera dos veces y acabara durmiéndose totalmente exhausta.

En total silencio, cogió el bolso y se lo llevó a la cocina. Una vez allí, en la oscuridad, lo abrió descubriendo varios fajos de documentos. Los inspeccionó y los fotografío con el móvil antes de volver a colocarlos en su interior, junto con un diminuto dispositivo de localización por GPS.

Dos días después unos hombres se encargaron de llevársela. Nunca la volvió a ver.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: SEXO CON MADUROS

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 19. Joanna.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 19: Joanna.

—Hola, ¿Cómo te sientes? —preguntó Afrodita mientras se sentaba a desayunar a su lado.

—La verdad es que no muy orgulloso. He mentido y traicionado la confianza de una mujer. Espero que haya valido la pena y los papeles fuesen realmente los que buscabais. —respondió Hércules contemplando el cuerpo de la mujer enfundado en una bata de satén gris perla.

—En realidad era más de lo que pensábamos y no te preocupes por Francesca, ha obtenido un buen trato a cambio de contar todo lo que sabe, que no es poco.

—Me alegro, no me gustaría que se pudriese en la cárcel. Espero que le vaya bien. A pesar de que no era mi tipo, ya sabes a que me refiero, no quiero que sufra y deseo que sea feliz.

—Hablando de felicidad y de parejas disfuncionales, —dijo la mujer untando una tostada— tengo una nueva misión para ti.

—¿Ah, Sí? —Preguntó el dominado por la curiosidad.

—Joanna Sorensen. —dijo chupándose los dedos antes de alargarle una carpeta— Es la hija del embajador Danés; se ha liado con un playboy treinta y pico años mayor que él y vinculado con el tráfico de drogas. El embajador ha intentado abrirle los ojos, pero no hay manera y ha recurrido a nosotros desesperado.

—Mmm, no sé, ¿Qué derecho tenemos a inmiscuirnos en la vida de una mujer mayor de edad?

—No es tu función valorar eso, pero si te sirve de consuelo tu otra función es mantenerla viva. Hemos investigado un poco al novio y últimamente no le ha ido muy bien. Ha perdido un par de envíos y los colombianos están cabreados…

—Entiendo. —replicó Hércules con la conciencia un poco más aliviada— Me pondré en ello.

—No me has contado que sentiste al hacer el amor con un hombre. —dijo afrodita con una sonrisa provocativa.

—No era una mujer, pero tampoco era un hombre, era… Francesca. Al principio pensé que era una putada, luego vi que era una mujer en todo menos por esa mierda que le colgaba y una mujer atractiva dulce y sensual. En otra vida podría haberme enamorado de ella.

—Vaya, es una lástima. Y yo que creía que tenía alguna oportunidad contigo. —dijo Afrodita metiendo las manos por el escote de la bata y frunciendo los labios a modo de despedida.

En cuanto terminó de desayunar se puso manos a la obra. Vigiló la casa de Joanna hasta que esta y su novio salieron a comer por ahí y aprovechó para colarse en su casa y poner micros por todas las habitaciones. Para cuando volvieron, al parecer para cambiarse y salir de nuevo, ya estaba en un piso que había alquilado en el edificio de enfrente con un telescopio terrestre.

Ser una especie de superhombre tenía sus ventajas. En cuanto vio que la pareja salía y montaba en el taxi subió a la azotea y les siguió saltando de edificio en edificio y corriendo por las cumbres de los tejados.

Podía haberlo hecho como todo el mundo cogiendo un coche o una moto, pero la sensación de libertad que sentía cuando saltaba y dejaba que el impulso y la gravedad le llevasen a su siguiente objetivo eran inigualables. Cuando el taxi paró a la puerta de una discoteca del centro casi sintió un deje de desilusión al no tener que seguir haciéndolo.

En la puerta había una cola considerable de gente que esperaba pacientemente ser seleccionada como una res. Sus objetivos pasaron delante y el hombre deslizó un par de billetes en el bolsillo del portero que les facilitó el pase sin tener que hacer cola.

Hércules tampoco estaba dispuesto a esperar así que de un salto se plantó en el techo de la discoteca y tras inspeccionarla un par de minutos encontró un tragaluz abierto por el que se coló sin dificultad.

Acabó en un pequeño almacén lleno de trastos y polvo. Orientándose con la linterna del móvil encontró la puerta que daba a un pasillo estrecho y bastante oscuro que acababa en una esquina de una de las pistas de baile.

Se coló tratando de no llamar la atención y buscó a Joanna y a su novio entre la multitud de cuerpos gritando y contorsionándose. No parecía estar por allí así que atravesó la pista en dirección a la que estaba en el otro extremo. Forcejeó con una multitud de hombres que le miraban con mala cara y mujeres que intentaban seducirle e incluso tocarle, aprovechando los pocos instantes que tenían antes de que se escurriese y siguiese su camino.

Al llegar a la segunda pista, la música cambió. Era más suave y lenta y el ambiente invitaba a la intimidad y a las confesiones. Estaba menos concurrida y no le costó encontrar a sus tortolitos enganchados y meciéndose en el centro de la pista. Procurando no llamar la atención se dirigió a la barra y pidió un bourbon.

Durante la siguiente hora y media se dedicó a beber y a observar como la pareja se dedicaba continuas muestras de afecto. Eran una pareja un tanto extraña. Ella era rubía, alta, con una figura robusta y un rostro angelical. Hércules se detuvo a observar sus grandes ojos azules su nariz pequeña y sus labios gruesos y perfectamente perfilados. Vestía una minifalda de vuelo que le llegaba un poco más abajo de unos muslos gruesos y potentes y una blusa oscura que se cruzaba en torno a un busto grande que temblaba lujurioso con cada movimiento de la joven.

Julio era un poco más alto que ella y a pesar de sus cincuenta y pico años se mantenía en bastante buena forma. Tenía el rostro afilado y moreno y una sonrisa chuloputas que a Hércules le daban ganas de aplastar. Con el pelo oscuro y engominado y la cadena de oro, gruesa como el cabo de un trasátlantico que asomaba por la abertura de su camisa de seda, tenía un aire de playboy ochentero trasnochado que le hacía muy dificil imaginar como una chica joven y sofisticada como Joanna se había enamorado de él.

En fin suponía que el amor era así. Tampoco Akanke y él habían sido una pareja convencional. Observó como se abrazaban y se besaban, preguntándose si alguna vez volvería a sentir una sensación parecida.

Desde que Akanke había desaparecido de su vida había sentido atracción por otras mujeres como Francesca y sobre todo Afrodita, pero en lo más hondo de su corazón sabía que lo que sentía por ellas era puramente físico, nada parecido a la comunión de almas que sintió el corto periodo de tiempo que estuvo con la joven nigeriana antes de que desapareciese de su vida.

En ese momento el hombre le dijo algo al oído de Joanna. La joven negó con la cabeza, pero él se puso serió y la sacudió con fuerza antes de cogerla por el brazo y arrastrarla sin contemplaciones a los baños.

Más curioso que preocupado los siguió con el tiempo justo para ver como se colaban en el servicio de caballeros. La estancia estaba vacía salvo por el ultimo de los retretes cuya puerta estaba cerrada.

Hércules entro en silencio y ocupó el retrete de al lado, cerrando con el pasador lo más silenciosamente que pudo, aunque por las risas y los susurros que emitían los dos enamorados en el cubículo adyacente hubiese dado igual que hubiese entrado un pelotón de infantería.

—Mmm, si. ¡Dios! ¡Como lo necesitaba! Julio, eres el demonio. —oyó decir a la chica con un fuerte acento escandinavo.

—Entonces, ¿Harás eso por mí? —preguntó el hombre sin dejar de besar a la joven.

—No puedo… es un delito. Yo no…

—Vamos, sabes que tienes carnet diplomático. En caso de que te pillasen, que no va a pasar, no podrían hacerte nada. No corres ningún riesgo. —le interrumpió él.

—¡Ja! No conoces a mi padre. Es capaz de enviarme a las autoridades con un lazooooh. —dijo ella a la vez que sonaba un golpe que hacía temblar el mamparo de aglomerado—¡Eres malo!

—Y lo seré más si no haces lo que te pido. —dijo con voz impaciente.

Un nuevo golpe y un apagado gemido de la joven le hicieron temer a Hércules por la seguridad de la joven así que sacó una pequeña cámara espía que iba dotada con un alargador y que manejaba mediante un pequeño joystick y la acercó a una pequeña grieta que había donde la mampara se unía a la pared.

Con precaución la fue introduciendo poco a poco hasta que tuvo una buena visión del cubículo. El hombre se había echado encima de Joanna y rodeaba su fino cuello con sus manos. Hércules estuvo a punto de tirar abajo la endeble tabla de aglomerado, pero se relajó al ver que el tipo acercaba su boca y besaba los delicados labios de la joven con lujuria. Joanna respondió con otro gemido ahogado mientras dejaba que las manos de su novio se colaran bajo su falda y sobaran su muslos pálidos y juveniles.

Aun en la pequeña pantalla de la cámara, Hércules no pudo por menos que volver a admirar la belleza de la joven. Su pálida piel y su melena corta y rubia contrastaban con la tez morena y el pelo teñido y engominado de su amante.

Mientras tanto, Julio seguía insistiendo en que le hiciese el favor, estrujando el culo de la joven y haciéndola gemir excitada.

Joanna le empujó un instante y se arrodilló en el sucio suelo del excusado con una sonrisa de suficiencia.

—Prefiero hacerte otro tipo de favores. —dijo ella bajando la bragueta de Julio y sacando una polla de considerables dimensiones.

Con una mirada de adoración la joven apartó la media melena de la cara y se metió la polla de él, aun morcillona, en la boca, comenzando a chuparla con determinación.

Poco a poco el miembro creció, sobre todo en grosor hasta que no pudo mantenerlo en la boca. Apartándose un instante para coger aire, la joven acarició aquel pene grande, grueso y brillante de saliva.

Continuó jugando unos instantes con él, lamiendo y chupando el glande, haciendo que el hombre gimiese y le acariciase el cabello agradecido antes de obligarla a incorporarse y ponerse de cara a la pared.

El hombre, a pesar de sus cincuenta y pico años sonrió como un chiquillo al levantar la falda de la joven y descubrir un culo blanco, grande y terso. Lo acarició como si fuese un preciado juguete antes de acercarse y golpearlo con su polla.

La joven dio un respingo y separó sus piernas mostrando a su novio una vulva depilada y congestionada por el deseo. El hombre acercó su miembro al jugoso coño y rozó sus labios con suavidad. Joanna gimió y se puso un instante de puntillas tensando sus muslos y haciéndolos aun más apetecibles.

Julio los agarró con las manos y dejando que su polla se deslizase entre los cachetes de la joven una y otra vez volviéndola loca de deseo. Tremendamente excitada giró la cabeza y fijó en él una mirada suplicante que se transformó en una de alivio y placer cuando el tipo metió su miembro dentro de ella, con parsimonia, dejando que disfrutase de cada centímetro.

Joanna se estremeció de pies a cabeza y gimió ajena al mundo exterior. Los empujones del hombre se hicieron más duros y profundos. La joven clavaba las uñas en la pared y gemía desesperada pidiendo más.

Julio se inclinó sobre ella y abriéndole la blusa estrujó sus pechos con fuerza. A continuación deslizó sus manos hasta asir sus caderas y aumentó su ritmo hasta que la joven estuvo a punto de correrse.

En ese momento se detuvo y se apartó con una sonrisa maligna.

—¿Qué haces? —dijo ella dándose la vuelta.

—No sé… estaba pensando. —respondió él balanceando su polla— Ya sabes cómo somos los hombres mayores necesitamos un estimulo para seguir con la bandera enhiesta…

—¿Ah? ¿Sí? —dijo ella apartando la blusa y exhibiendo y acariciando sus pechos— No seas gilipollas y ven aquí.

—¿Me harás ese favor? —dijo Julio acercándose y pellizcando con suavidad unos pezones grandes y rosados.

—Sí, sí. Pero termina lo que has empezado. —aceptó ella poniendo una pierna sobre la cadera de su novio.

Con una sonrisa de triunfo cogió a la joven por las mejillas y la obligó a besarle. Chupó su boca y sus labios disfrutando de la ansiedad de la mujer.

Finalmente fue ella misma la que cogió el miembro de Julio y lo guió a su interior. Esta vez no hubo interrupciones el tipo comenzó a penetrarla con fuerza mientras ella le abría la camisa y arañaba su pecho y enredaba sus finos dedos en las canas que lo cubrían.

Con una mano el hombre cogió a su novia por la nuca mientras que con la otra hincaba los dedos en el muslo que rodeaba su cintura sin dejar de follarla.

El aglomerado crujía y amenazaba con desintegrarse cuando con un grito estrangulado la joven se puso a temblar asaltada por un orgasmo. Julio siguió empujando con fuerza hasta que finalmente se separó instantes antes de correrse sobre su falda.

Hércules recogió la cámara y se retiró mientras los dos enamorados se recomponían la ropa. Cuando finalmente salieron ya estaba de nuevo en la barra, con una cerveza, apartando a una morena bajita que insistía en llevarle con él para hacerle la mamada de su vida.

Afortunadamente a los dos tortolitos se les había acabado las ganas de fiesta y tras un par de zumos para reponer líquidos salieron del local. Hércules se les acercó lo suficiente para escuchar como Julio le daba al taxista la dirección de Joanna, así que sin temor a perderles de vista se dirigió a la parte posterior de un edificio cercano para poder subirse a la azotea y seguir a la pareja a su casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: FETICHISMO

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Relato erótico: “El leñador” (POR ALEX BLAME)

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Me encanta el trabajo duro y al aire libre. El sol y el viento en la cara, la parsimonia con la que pasa el tiempo. Todo invita a la reflexión y a la paz interior.
 Pero hoy tengo un trabajo físico y violento. El hacha esta afilado y mis músculos preparados para ello.
Lo primero es encontrar una adecuada, esbelta, recta, no demasiado fina para que pueda resistir la humedad, el calor, el frío y el viento. Recorro el bosque y lo inspecciono con detenimiento. El viento, suave y cálido susurra entre las hojas y envuelve mi torso secando mi sudor. Agarro con fuerza el hacha. Odio las motosierras, son ruidosas, apestosas, se calan, te llenan la ropa de serrín y son peligrosas. La única sangre que quiero que corra es la de la esbelta acacia que he elegido.
Tengo la herramienta preparada, todos mis músculos se tensan anticipándose a la acción. Paso mis manos por su corteza lisa de árbol joven. La acaricio y la inspecciono, buscando el mejor lugar para hincar mi hacha. Una fina hilera de hormigas sube hasta las ramas más altas. ¿Sentirán las acacias cosquillas?
Se la hinco con fuerza, sin contemplaciones, ella tiembla y se estremece, pero se mantiene firme. Dos nuevos golpes y la corteza salta, la savia empieza a fluir de la grieta humedeciendo el filo de mi hacha. Sin un objetivo definido acerco mis dedos a la grieta y recojo un poco. La repaso entre mis dedos índice y pulgar, es densa y huele a fresco. Me acerco los dedos a la boca y me los llevo hasta la punta de la lengua. Saben a tierra.
Con un movimiento brusco vuelvo a atacarla sacando un gran pedazo de madera.
-Bien –pienso  –por este lado ya esta. 
Ahora la rodeo y le hinco el hacha por detrás. Esta vez no me entretengo, dos, tres, cuatro, cinco embates seguidos, duros y rápidos hasta que la hoja queda atascada profundamente en el corazón del tronco. Maniobro con un suave movimiento de vaivén y la saco poco a poco de su interior.
-¿Esta no te ha gustado, eh? –digo con la respiración agitada por el esfuerzo. –Pues eso no es todo.
Los pedazos de madera vuelan ante la fuerza de mis brazos y la dureza del acero hincándose cada vez más profundamente. La madera cruje por primera vez indicando el principio del fin.
Una rama vieja tiembla y se desgaja cayendo sobre mí  y arañando mi brazo con sus púas. Me quito la camisa y restaño la sangre que brota de las finas líneas que las agudas púas han marcado sobre mi piel.
-Me encanta que te revuelvas y te resistas, -pienso –sigue así nena.
Vuelvo por delante, le doy otros dos hachazos, me paro y la miro para asegurarme dónde la voy a tumbar. Apoyado en el hacha me quedo admirando la recta línea de su tronco y su abultada y redonda copa acariciada levemente por el viento.
Mi cuerpo esta sudoroso y cansado pero nada puede detenerme, vuelvo a atacarla con furia y ella se estremece cruje y restalla, primero suavemente pero en unos pocos instantes los crujidos se hacen más frecuentes y sonoros hasta que la acacia se bambolea ligeramente en todas direcciones y comienza a caer, justo donde quería, con un  último y sonoro lamento.
Me paro encima de la acacia sedente y jadeo por el esfuerzo. El sudor cae de mi frente y resbala en forma de gruesas gotas por la corteza de mi amiga.
La cabaña es una sencilla construcción de madera de forma rectangular, no tiene luz ni agua pero tiene todo lo que necesito, calor, comida, refugio, un porche para admirar las puestas de sol  con un whisky en la mano y a Eudora.
Eudora es pelirroja como el fuego, blanca como el hueso, azul como el agua glaciar, flexible como un junco y menuda y vivaracha como una ardilla y por eso y mucho más la amo.
Eudora sale a recibirme corriendo, siempre lo hace y sospecho que le gusta hacerlo tanto como a mí. Me tira el hacha al suelo y me abraza solo un momento antes de darse cuenta de que estoy cubierto de sudor.
-¡Puaj! –Exclama -¡Apártate de mí! ¡Sudas como un búfalo! Me mancharás el vestido, puerco.
-No hay problema  -replico yo tirando del lazo que lo cierra dejándola desnuda y esplendida bajo la luz del ocaso.
-Eres un salido –me recrimina con una mueca divertida mientras contonea su cuerpo.
La cojo entre mis brazos y ella envuelve mi cintura con sus finas piernas. El blanco lechoso de su cuerpo contrasta con el curtido moreno de mi piel. Noto como su sexo desnudo golpea contra mi cintura a cada paso que doy hacía la cabaña. Cuando paso al lado del vestido caído se dobla y con la elegancia y precisión de una bailarina lo recoge.
La ayudo a erguirse de nuevo y la beso el cuello, la barbilla y la nariz de camino a la cabaña. La deposito con delicadeza sobre la barandilla del porche y me quedo extasiado mirando esos ojos profundos.
-¿Eso es todo? –Me desafía – yo que creí que había algo debajo de esos pantalones.
Aparto su mano de mi bragueta y le beso con violencia, meto mi lengua en su boca profundamente mientras que con las manos sujeto su cabeza y le acaricio el pelo.
Ella no se arredra y comienza un batalla de lenguas, saliva suspiros y jadeos. Me bato en retirada y le mordisqueo el cuello. Con sus manos me coge la cabeza y la dirige hacia sus pechos. Agarro sus pezones con mis labios y los estiro. Ella refunfuña y jadea, yo chupo y acaricio.
Mis dedos se han adelantado a mi boca y ya están acariciando su sexo. Me encanta su pubis, con esos pelos rojos y desordenados, parece que su sexo está ardiendo permanentemente, hoy desde luego lo está.
Envuelvo su sexo con mi boca arrancándole un profundo suspiro. Sus manos pequeñas y sus dedos finos y largos aprietan mi cabeza contra ella.
Yo respondo acariciando sus labios mayores y menores con  la punta de mi lengua haciendo que se retuerza de deseo. La penetro con mis dedos y ella tira de mi pelo con los suyos y gime.
-Vamos cabrón -dice con urgencia –te necesito dentro de mí.
Me desabotono la bragueta y la penetro sin contemplaciones, ella ronronea como una gata satisfecha y se aprieta contra mí.
Siempre me sorprende la facilidad con que su sexo se adapta admitiendo el respetable tamaño de mi miembro sin la menor señal de incomodidad.
Eudora gime y se mueve al ritmo de mis acometidas. Aferrada con sus piernas a mis flancos y sus brazos en mi cuello me recuerda a un jinete que cabalga a pelo y se  agarra desesperadamente a su caballo encabritado para no caer.
Me besa y deja que le introduzca mis dedos húmedos con los jugos de su propio sexo en la boca. Me los muerde y me vuelve a besar. La cojo en el aire y ella sube y baja por mi pene duro y resbaladizo gritando de placer. Ligera como una pluma sigue deslizándose por mi polla dura y caliente intentando domarme, clavando sus talones en mi culo para hacer más fuerza al bajar.
A una señal suya la deposito en el suelo. Eudora se apoya en la barandilla boqueando y se queda mirando la puesta de sol. No soy capaz de distinguir dónde termina la luz del sol y donde empiezan sus rizos rojos. Los insectos y las motas de polvo reverberando en la luz del ocaso me distraen solo un segundo de este culo pequeño y respingón que me está esperando. Admiro su cuerpo sudoroso y jadeante. Sus costillas brillantes se expanden y se contraen con cada bocanada.
-Vamos leñador, -gime aún sofocada separando las piernas y retrasando las caderas –hazme pedazos con tu hacha.
La gloriosa visión de su sexo, húmedo y congestionado me saca de mi parálisis fascinada y me acerco a ella. Con mi polla en la mano rozo ligeramente el interior de sus muslos, su clítoris y la entrada de su vagina haciéndola estremecer. Me recreo haciendo dibujitos con el pincel de mi glande en el lienzo ardiente de su sexo. Meto la punta y me retiro sonriendo ante el chaparrón de insultos que me lanza una mujer en llamas. Sin hacer el menor caso de sus movimientos incitantes me inclino sobre ella y le agarro los pechos sobándolos indecentemente. Ella ve los arañazos de mi brazo, los besa y los recorre con su lengua. Eudora retrasa el culo y mi pene sobrepasa el grosor de sus muslos y rozando su clítoris se introduce en la rizosa espesura de su pubis.
No puedo contenerme un segundo más e introduzco mi verga profundamente, Eudora gime y se pone de puntillas para poder adaptarse a mi altura.
Cada vez más excitado aumento el ritmo y la violencia de mis empujones. Eudora aguanta firme gimiendo lujuriosamente. Yo empujo y ella gime, hinca las uñas pintadas de negro y aguanta sobre la punta de sus dedos como una leona. Mis dos últimos empujones son tan fuertes que sus pies pierden contacto con el suelo y se corre en el aire con un grito tan fuerte que espanta a varias cornejas que nos vigilan desde en un árbol cercano.
Antes de que termine se da la vuelta y con sus labios cubre mi  glande dejando  que me corra. Mi polla escupe el semen con movimientos espasmódicos mientras Eudora la acaricia y la besa como si tratara de apaciguarla.
 -Idiota ya has conseguido que la carne se enfríe.
 -Así  es la vida  -pienso estirándome como un oso satisfecho y siguiendo a mi ardilla de pelo rojo al interior de nuestra cabaña.   
 
               
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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 20. Un Nuevo Jugador.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 20: Un nuevo jugador.

No le resultó demasiado difícil seguirlos y veinte minutos después estaba de nuevo en el piso, vigilándolos por el telescopio y comiendo chetos. Poco tiempo después las luces se apagaron y en los auriculares solo se escuchó silencio.

Hércules se arrellanó en el rincón y trató de dormir un poco, pero el sueño no llegaba. Las imágenes de la pareja haciendo el amor se mezclaban con sus propios recuerdos con Akanke y Francesca, impidiéndole relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. No sabía qué hacer para matar el tiempo así que llamó a sus madres. Cogió el teléfono Angélica. No le pudo contar lo que hacía realmente, pero su le dijo que le trataban bien, que se estaba adaptando a su nueva vida y que pronto podría volver a verlas. Angélica, como siempre que se veía envuelta en un crisis, mantuvo el dominio de sí misma y le dirigió palabras de ánimo que le emocionaron hasta el punto de hacerle soltar un par de lágrimas.

A continuación se puso Diana que no se mostró tan tranquila y ecuánime, conteniendo las lágrimas a duras penas le preguntó si comía bien y si era muy duro el tratamiento. La tranquilizó como pudo, diciéndole que de momento le daban pocos fármacos y no le hacían nada raro como reeducación o electrochoques.

Antes de despedirse les dijo que las vería en cuanto pudiese, pero que estaba en la fase de evaluación y no podría verlas hasta que esta terminase. Les dijo que se cuidasen mucho y sin poder resistir el tono lastimero de su madre biológica colgó el teléfono.

La conversación no le tranquilizó, comió otro puñado de chetos y se acercó al telescopio. El piso seguía en la oscuridad. Lo observó unos minutos y finalmente se dio por vencido y se dejó caer sobre el sofá, dejando sus brazos estirados sobre los reposabrazos del desvencijado artefacto, con la mirada perdida, intentando no pensar en nada que no fuese su misión actual.

Inevitablemente su cerebro le jugó una mala pasada y terminó pensando en La Alameda y su nueva vida. ¿Sería así siempre? ¿Estaría condenado a ser el brazo ejecutor de una organización al margen de la ley el resto de su vida? Eran preguntas que hasta ese momento no habían surgido en su mente porque la forma precipitada en la que se habían sucedido los acontecimientos no le había dado tiempo a reflexionar. Siempre había pensado que le daba igual y que lo que hiciesen con él no importaba, pero no era así, tenía una familia y tenía amigos en los que no había pensado cuando cometió todas esas barbaridades…

Una luz encendiéndose en el piso de Joanna le obligó a interrumpir sus pensamientos y a centrarse en la misión. Incorporándose se acercó al telescopio y se puso los auriculares. Sintiéndose un mirón acercó el ojo al ocular, se ajustó de nuevo los auriculares y echó un vistazo. Joanna se había levantado y cogiendo algo del armario, salió de la habitación y se encerró en el baño mientras su novio sonreía en la cama con las manos detrás de la cabeza, esperando.

Tras un par de minutos Joanna volvió a salir vestida con un espectacular conjunto de lencería de satén negro. Gracias a las potentes lentes del telescopio pudo ver las flores bordadas en el sujetador y el escueto tanga así como el fino bordado del elástico de las medias y las trabillas del liguero.

La joven se acercó a la cama y apoyó uno de sus pies sobre ella simulando ajustarse la trabilla de una de las medias. Julio se quedó observándola mientras se masturbaba lentamente por debajo de las sabanas.

Con una sonrisa traviesa Joanna se acaricio el muslo y la pantorrilla hasta llegar a la punta de sus pies provocando un rugido de satisfacción por parte de su novio. Al notar que había captado la atención de su amante se mordió la uña de su dedo índice, se acarició el interior del muslo y tiró del tanga hasta que este se quedó enterrado en la raja de su coño.

Julio observó con la mandíbula crispada como la joven se ponía de pie sobre la cama y se acercaba a él, lentamente, exhibiéndose y acariciándose, haciendo que subiese la temperatura de la habitación. A continuación se agachó frente a él, dejando que Julio se regodeara observando los voluptuosos pechos de la joven pujando por salir del encierro del sostén.

Mirando a su novio a los ojos, Joanna retiró la sabana descubriendo el cuerpo desnudo de su amante, no muy fornido, pero aun en forma y cubierto con una fina capa de vello plateado. Joanna enredó sus dedos con los pelos que cubrían el pecho del hombre y fue bajando hasta llegar a sus ingles.

Acarició la polla de Julio con la punta de sus uñas haciendo que esta se contrajese espasmódicamente. Julio gruño y se incorporó, alargando sus manos para intentar sobar los pechos de la joven, pero ella aun de pie solo tuvo que erguirse para ponerlos fuera de su alcance. El hombre rugió frustrado, pero su enfado se apagó cuando la joven se subió a la cama y alargó un pie y acarició con suavidad sus huevos.

A continuación se tumbó en el otro extremo de la cama mientras seguía acariciándole. La suavidad de la seda y los agiles dedos de sus pies hicieron que el hombre comenzara a gemir cada vez más excitado.

Desde el otro lado del ocular Hércules observó como la atención del hombre se centraba ahora exclusivamente en esos pies de dedos perfectos y uñas primorosamente pintadas. Con un gesto hambriento Julio cogió el pie y tiró de ella.

Lo acarició con suavidad y recorrió cada uno de sus dedos con los labios, besándolo y mordisqueándolo, consiguiendo que esta vez fuera Joanna la que gimiese enardecida y le acercase el otro pie ansiosa. Julio cogió ambos pies y tras acariciarlos unos instantes más los guio hacia su pecho y su vientre atrapando su polla con ellos.

Lentamente comenzó a masturbarse usando el hueco que formaban ambos puentes juntos. Joanna estaba tan excitada que comenzó a masturbarse a su vez. Se estrujaba los pechos con fuerza y entre gemidos se acariciaba el clítoris y se penetraba con los dedos apresuradamente.

El tanga pronto comenzó a empaparse con sus flujos a la vez que sus medias se humedecían con las secreciones preseminales de su amante.

Con un movimiento brusco Julio se incorporó y abriendo las piernas de Joanna la penetró de un golpe. Su polla resbaló con suavidad y el cuerpo de la joven se tensó al sentir aquel miembro duro y caliente en su interior. A continuación comenzó una salvaje cabalgada. Joanna se agarraba a Julio con desesperación rodeando el cuello de su amante con las piernas y clavándole las uñas en el pecho mientras él se multiplicaba empujando como un loco, estrujando sus pechos y sus culo, besando, mordiendo y lamiendo sus pálidos y titánicos muslos.

Joanna no aguantó más y se corrió gritando y declarándole a aquel gilipollas su amor. Julio, por toda respuesta se apartó y siguió acariciando y besando las piernas y los pies de la joven.

Cuando Joanna logró recuperarse se levantó y solto las trabillas del liguero quitándose las medias con lentitud delante de Julio. Los ojos de Julio estaban fijos en las manos de Joanna acariciándose las piernas mientras se masturbaba.

La joven se sentó al lado de Julio y frente a él, apartando las manos de su polla. Besándolo suavemente, acercó las suyas envueltas en las suaves medias a su polla y comenzó a pajearle. Julio comenzó a gemir roncamente acariciando el rostro y los pechos de la joven, cada vez más excitado hasta que no pudo aguantar más y apartando las manos de la joven se corrió sobre los pies de Joanna, manchado los pequeños dedos con varios chorreones de semen espeso y caliente.

Hércules no esperó a que se abrazasen y apagasen las luces y subió a la azotea para tomar un poco de aire fresco. Estaba tan excitado que casi se le pasó por alto el detalle. Dos edificios más allá, la brasa de un cigarrillo brilló en la oscuridad. Hércules se fijó inmediatamente, pero el desconocido también la vio y no esperó a ver quién era. Tirando la colilla echó a correr hacia la puerta que llevaba a las escaleras.

Hércules observó durante un instante la parábola que hacía la colilla antes de reaccionar y echar a correr tras aquella escurridiza sombra.

De dos largos saltos se encontró sobre la azotea de aquel edificio. Durante unos instantes dudo si debía lanzarse sobre la puerta y atrapar al tipo, pero solo tras pensar que después la sesión de sexo podía dejar a la pareja sola un tiempo y que quizás pudiese averiguar más si seguía a aquel desconocido, se convencio finalmente.

Era demasiado tarde para lanzarse tras el hombre escaleras abajo, pero cuando se asomó por el borde de la azotea vio como una figura salía del portal y se encaminaba a un todoterreno de aspecto mugriento. No le resultó demasiado difícil seguirlo saltando de tejado en tejado. Siguió al vehículo hasta que este se paró frente a un edificio en el distrito comercial. Cuando la figura salió del todoterreno, la luz de una farola lo iluminó de lleno descubriendo a un hombre enjuto, de mediana edad, con una fina perilla. Iba vestido con ropa oscura y su actitud y movimientos denotaban una gran confianza en sí mismo.

El desconocido echó un vistazo a su alrededor, asegurándose de que nadie le seguía y entró en un oscuro portal. Hércules no tuvo que esperar mucho antes de que una luz se encendiese en una ventana del tercer piso.

Se acercó al portal, forzó la antigua puerta sin dificultad y entró en un cochambroso recibidor. Estaba claro que aquel edificio había vivido tiempos mejores. En una esquina, unos sofás acumulaban polvo y unas plantas de plástico descoloridas por la luz del sol trataban de darle un ambiente un poco más acogedor.

En la pared derecha había una serie de placas identificando los distintos negocios que había instalados en el edificio. Más de un tercio estaban desocupados. Se acercó un poco más y las inspeccionó. La mayoría de los inquilinos eran pequeños negocios como cerrajeros, protésicos dentales y algún abogado. Recorrió la fila del tercer piso hasta que una de las placas le llamó la atención; “Sergio Lemman, Detective Privado”

No tuvo ninguna duda de que era él. Dando dos golpecitos en el número del despacho sonrió y se alejó camino de la escalera.

Entró como una tromba. De una patada arrancó la puerta del marco y se abalanzó sobre la desprevenida figura que se volvía sorprendida con el estruendo. A pesar de todo, el hombre mostró la suficiente sangre fría como para intentar sacar un viejo revólver de su pistolera, pero Hércules fue demasiado rápido, agarró la muñeca del hombre y la apretó hasta que este se vio obligado a soltar el arma.

Una vez desarmado Hércules le dio un empujón haciendo que cayese despatarrado sobre un ajado sofá cama.

—Buenas noches, Sergio Lemman, ¿En qué puedo servirle? —dijo el hombre recuperando la compostura y tendiéndole la mano con una sonrisa escurridiza.

—Encantado. —respondió Hércules sin intentar ocultar su enfado.

A continuación se estableció un tenso silencio que Hércules aprovechó para revelar al detective con su mirada que no estaba con ganas de bromas.

—¿Qué hacías en aquella azotea? —le preguntó Hércules.

—¿Qué azotea? —dijo el hombre sin ninguna intención de ocultar su mentira.

—Podría cogerte ahora mismo y sacarte a hostias todo lo que quiero saber. Créeme que lo conseguiría. —dijo Hércules ante la cara escéptica del detective— Pero solo te diré que la chica a la que estabas vigilando es la hija del cónsul danés. No hace falta que te diga que si le pasa algo se produciría un incidente internacional y tu serías el chivo expiatorio perfecto…

—Un momento, un momento. —le interrumpió Sergio— ¿Cómo sé que eso es cierto?

Sin dejarle terminar Hércules le mostró en su smartphone una noticia sobre una recepción en a que se veía a Joanna vestida de gala desfilar del brazo de su padre.

—¡Joder! ¿Por qué siempre me caen estos marrones a mí? ¿Es que nunca puedo tener un caso sencillo?

—Deja de quejarte y cuéntame que sabes.

—Yo no sé nada de la chica. Hace tres semanas una mujer que decía llamarse Triana Vázquez se presentó en el despacho y me dijo que sospechaba de su marido. Me soltó un pastón por vigilarle y documentar todos sus movimientos. En cinco días tenía pruebas suficientes para sacarle hasta los calzoncillos en el divorcio, pero ella, tras leer mi informe, dijo que necesitaba más y me soltó otro fajo.

—¿Qué sabes de la mujer?

—Poca cosa. Como ya he dicho se llama Triana Vázquez, aunque no creo que ese sea su nombre verdadero. Tenía pinta de actriz de culebrón. Treinta y tantos, alta, pelo castaño largo y lacio, ojos claros y grandes, nariz pequeña, labios gruesos y operados, lo mismo que los pechos, a juzgar por su tamaño y su firmeza y unas piernas de infarto. Vestía ropa cara y zapatos de tacón y no escatimaba el dinero, cada vez que abría la boca para poner un pero me la cerraba con un fajo de billetes.

—¿Le has entregado más informes? —preguntó Hércules.

—Otros tres.

—Quiero unas copias.

—Sin problemas las tengo en el ordenador…

El detective encendió el ordenador y cargó los documentos en un pendrive que le alargó a Hércules.

—¿Con esto estamos en paz?

—Casi. Quiero que sigas vigilando y tratando con esa gente con normalidad. —dijo Hércules cogiendo el pendrive y dándose la vuelta en dirección a la puerta.

—Y ¿tú? ¿Se puede saber quién eres? —pregunto Sergio.

—El tipo que te va a librar de un marrón. —respondió— Es lo único que necesitas saber.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: INTERCAMBIOS

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Relato erótico: “Enemigo público” (POR ALEX BLAME)

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-Hola me llamo Caterina, pero puedes llamarme Cat, soy tu nueva psicóloga. –dijo la mujer mientras cogía una carpeta del respetable montón que había encima del escritorio.
-Hola –respondió hosco el hombre mientras valoraba a aquella mujer.
Sus gafas de pasta negra agrandaban los ojos verde oliva y le daban una ligera expresión de sorpresa. Vestía un traje chaqueta de un  discreto color negro, pero que se ceñía a su figura como una segunda piel. Los botones de su camisa inmaculadamente blanca estiraban la tela entorno a su generoso busto creando finas arrugas y pequeños huecos  entre ellos por los que se adivinaba el suave tejido de su sujetador. El hombre sintió una punzada de deseo y cambió de postura en la silla haciendo tintinear sus cadenas.
.¿No sabes que aquí somos todos inocentes?
-Odio a los gallegos, no hay cosa que más me jorobe que me respondan con otra pregunta.
-Si lo prefieres puedo responder con silencios y omisiones como nuestro querido presidente, también gallego por cierto.
La mujer se levantó  y sin soltar el informe lo ojeó mientras se apoyaba en el frente del escritorio. Su falda de tubo, ligeramente por encima de la rodilla y sus largas piernas rematadas en unos tacones de aspecto barato pero vertiginosos, provocaron un nuevo tintineo de cadenas.
-¿Estas nervioso? –pregunto Cat que se ahora si se había percatado del gesto de incomodidad de Mario -¿O es más bien tu manera de ser? Por lo que veo llevas aquí apenas tres semanas y ya te has visto envuelto en dos altercados.
-¿Altercados?
-Otra vez, otra pregunta, se te da bien este jueguecito –dijo la mujer levemente irritada.
-¿De veras? –replico Mario cachondeándose.
-Vale, basta de jueguecitos, esto es serio, mis informes pueden ser muy importantes para que consigas la condicional en un futuro,  así que colabora un poco más o te pudrirás en este antro. Cuéntame que paso en las duchas..
-Yo no tuve la culpa. Ya lo sabes, soy inocente. Defensa propia. –Respondió Mario con sorna.
-¿Llamas defensa propia a dos codos dislocados y una muñeca fracturada? –inquirió con dureza la psicóloga mientras tiraba el informe sobre la mesa –y lo del comedor, ¿También fue defensa propia?  Lástima que haya diez testigos que aseguran haber visto como lo atacabas sin mediar palabra y le rompías la mandíbula.
-No quiero hablar de eso.
-¿Cómo que no quieres? ¿Te crees que esto es una consulta de cien euros la hora? –gritó Cat enfadada. –Me parto el culo trabajando con vosotros por un mísero sueldo de mierda. Intentando recuperaros para la sociedad, luchando contra vuestras   insinuaciones y tratando de hacer ver a la gente que sois personas.
Cat se había acercado mientras hablaba hasta que su cabeza estuvo justo encima de la de él. El aroma de un perfume fresco y caro invadió sus fosas nasales a la vez que minúsculas gotitas de saliva de la enfadada joven escapaban de aquellos labios rojos y sensuales que no dejaban de gritarle y provocarle. Finalmente no pudo más y se irguió de la silla. Su metro ochenta y cinco y su cara ruda con la nariz de boxeador hicieron que Cat diera dos pasos atrás.
-Tu que coño  sabrás. –Le interrumpió él con desprecio haciendo tintinear las cadenas –Por si no te habías dado cuenta,  esto no es un jardín de infancia. La vida en la cárcel es dura, y en esta más. O eres de los que dan o de los que reciben y en todos los sentidos.
-¿Quieres saber?  -pregunto Mario con un tono frio como el hielo y arrinconando a la joven contra el escritorio –Muy bien.  Ahí va. El primer día cuando estaba en la ducha, llego el comité de bienvenida a desearme una feliz estancia. Tres tipos entraron desnudos acariciando sus vergas mientras que con una sola mirada despejaban el lugar. Y en efecto, no hice lo que debía. No me deje sodomizar y les zurre. Les pegué metódicamente. Sin piedad. Haciéndoles daño a conciencia para no tener que volver a hacerlo otra vez.
La respiración de Cat era agitada, el cuerpo robusto de aquel hombre le arrinconaba obligándola a mantener una postura incómoda apenas equilibrada por las manos que tenía apoyadas tras ella en el escritorio. Su rostro estaba tan cerca del de él que podía oler la mezcla de aftershave barato, pasta de dientes penitenciaria y sudor que desprendía. Pensó en dar la alarma pero las palabras de Mario y  su mirada hipnótica y furiosa  interrumpieron el hilo de sus pensamientos:
-Hace tres días, un tipo me dijo que el Gordo Cabrón, así le llaman,  quería darme una paliza. Seguramente era mentira, pero en el trullo no hay tiempo de pedir pruebas, contrastar declaraciones y hacer careos, así que fui al comedor dispuesto a todo. Al entrar,  los pocos que estaban comiendo se giraron.  Gordo alzo sus dos metros y sus ciento cincuenta quilos de la silla y se dirigió hacia mí. Los guardias en la puerta se mantenían quietos y miraban la escena con una mezcla de desdén y curiosidad.
-Di otro paso más y esperé –continuó el preso dando otro paso delante haciendo que el áspero tejido de su mono rozara sus largas piernas – De repente con un movimiento sorprendentemente rápido para su tamaño se abalanzó sobre mí y me dio un puñetazo en la boca del estómago. Resoplando y boqueando retrocedí y le lance una bandeja de comida. Aquella bestia de puré de verdura vaciló un  instante, el tiempo justo para reponerme y sacudirle dos derechazos que impactaron en su cara. El tipo, al igual que los guardianes, ni siquiera pareció enterarse. Me lanzó dos puñetazos que esquive sin problemas y avanzó hacia mí intentando arrinconarme en una esquina, pero yo le golpeaba y me escurría hasta que una patada afortunada le alcanzo la rodilla. Gordo Cabrón vaciló e hincó una rodilla en tierra…
Cat estaba hipnotizada por el relato de aquel hombre, su cuerpo temblaba ligeramente no sabía si por la intensidad del relato o por la incómoda postura que él le obligaba a adoptar.
-… Gordo Cabrón bajo las manos para, apoyándolas en la otra rodilla  poder levantarse y no desaproveche su error.  Mi pie impacto de lleno en su mandíbula con   un escalofriante crujido. Eso sacó a los guardias de su aparente desinterés y me impidieron estrangularle…
Cuando  Mario terminó el relato sus manos rodeaban el suave cuello de Cat. Eran unas manos rudas y ásperas, acostumbradas al trabajo duro, pero acariciaban el cuello de Cat con la suavidad de un pulidor de piedras preciosas.
Sin pensarlo dos veces se puso de puntillas y le besó.
Los labios cálidos y suaves de aquella mujer estaban rozándole.  Con el apremio de meses sin tocar una mujer le devolvió el beso con violencia, introduciendo la lengua en su boca y saboreando todo su interior. Sabía a humo y a caramelos de menta. Retiró las manos de su cuello y con las cadenas tintineando entorno a su muñeca, las paso por encima de su cabeza y le rodeo la cintura.
Sus cuerpos se unieron en un estrecho abrazo, los pechos de ella vibraban contra el torso de él y el miembro de él palpitaba erecto contra la pierna de ella.
Cat interrumpió el beso para coger aire, todo su cuerpo vibraba anhelando aquel hombre.
-No deberíamos… -dijo Cat entre jadeos.
-¡A la mierda! ¿Te crees que estoy aquí por ser un tío responsable?  -replicó Mario mientras se agachaba y le levantaba la falda.
Cat reaccionó e intento bajarla pero apenas había empezado el gesto cuando los labios de él se cerraron sobre su sexo.
La fina seda del tanga apenas mitigó la avalancha de sensaciones.  Su sexo hervía de lujuria  y su cuerpo se arqueaba con el placer.
 De un violento empujón Mario la elevó por el aire y la depositó sobre el escritorio. Cat abrió sus piernas y se dejó hacer.
Los labios y las manos de Mario recorrían el interior de sus piernas acercándose poco a poco a su sexo mientras ella se desabrochaba la camisa. Su cuerpo entero ardía de deseo cuando el apartó la húmeda tela del tanga para lamer su interior con glotonería.
Aquella mujer sabía a gloria, su sexo inflamado y húmedo destacaba bajo su pubis  desvergonzadamente rasurado. Al intentar levantar un poco más su falda, la cadena de los grilletes, fría y dura, rozó su clítoris arrancándole un respingo. Como disculpándose Mario lo envolvió con el calor de su boca y la vida de su lengua.
Cat jadeaba y se retorcía con cada lametazo de aquella lengua diabólica. Sus manos se agarraron con fuerza a la cabeza de Mario cuando los dedos de este resbalaron en su interior.
Los dedos de Mario  entraban y salían de su vagina sin dejar de acariciar aquel  sexo rojo y tumefacto con la lengua. Cat jadeaba y maldecía en bajo meneando las caderas al ritmo de las manos del malhechor.
-Déjame, –Dijo Cat incorporándose, apartándole con un suspiro y agarrando los grilletes de Mario por la cadena –ahora me toca a mí.
Con un par de tirones arrastró a Mario y lo sentó en el cómodo sillón reclinable del escritorio. Se inclinó sobre él y le volvió a besar.
Intento acariciarle los pechos pero la postura y los grilletes entorpecieron la maniobra. Cat, al percatarse se apartó y se quitó la camisa y el sostén lentamente, dejando a la vista unos pechos grandes erguidos y blancos. Mario intento incorporarse para tocarlos pero ella le empujo con el zapato de tacón y le hizo caer de nuevo en la silla mientras se acariciaba los pezones con un  con un gesto travieso. La falda y el tanga desaparecieron dejando aquel cuerpo sinuoso y turgente desnudo a la vista de él.
No hizo falta que volviese a incorporarse porque ella se inclinó sobre él dejando unos pezones rosados y duros a escasos centímetros de su cara. Ella jadeo de nuevo cuando él los introdujo en su boca y los chupó y mordisqueo con lujuria mientras Cat frotaba su sexo contra la áspera tela del mono penitenciario.
Con los ojos humedecidos por el deseo bajó la cremallera del mono y le saco el miembro erecto y duro como una estaca del bóxer para metérselo en la boca. Con delicadeza recorría el glande con su lengua y con sus labios, sorbiendo ligeramente y arrancándole palabrotas a Mario mientras con la mano libre se acariciaba el sexo con suavidad.  Cuando le pareció que Mario ya no podía aguantarse más se apartó. El pene erecto se movía espasmódicamente buscando un lugar suave y húmedo. Se inclinó y lo golpeó con sus pechos, lo introdujo entre ellos y subió arriba y abajo toda su longitud hasta que un jugo caliente y espeso corrió entre ellos.
Antes de que Mario pudiese hacer nada volvió a coger el pene aun duro entre sus manos y  lo chupo con energía. Cuando noto que la excitación y el deseo volvía a correr por él     trepo por la silla y lo introdujo  en su interior. Era como si un hierro duro y candente se clavara en sus entrañas. Mientras subía y bajaba por el jadeando de placer, él manoseaba  sus pechos y la acosaba con besos bruscos y apresurados.
Su pene palpitaba y se retorcía cada vez que Cat se deslizaba por él. Ella jadeaba y continuaba subiendo y bajando aquel esplendido cuerpo, ahora sudoroso y jadeante por el esfuerzo y por el placer.
Cat se dio la vuelta y volvió a introducir el pene de Mario en su interior. Ahora con cada empeñón los huevos de Mario aprisionados por la cremallera del mono y por el calzoncillo golpeaban la parte externa de sus genitales abiertos como una flor.  Estaba tan excitada que no pudo contenerse más y se corrió. El placer,  como un fuego incontrolable proveniente de su sexo, prendió y se expandió por su cuerpo agarrotándola e impidiéndola respirar por un segundo.
Mario no le dio ninguna oportunidad, apenas recuperada del orgasmo, se irguió  y empujandola contra la mesa la volvió a penetrar. Al principio creía que se iba a resistir pero lo que hizo fue separar las piernas y apoyar mejor los brazos para ponerse un poco más cómoda. Mario a su vez fue desplazando las manos desde su culo hasta su espalda sin dejar de embestirla a un ritmo frenético.
 El sudor de él caía sobre el suyo derramándose por su cuerpo, haciéndole cosquillas y excitándola aún más. Su vagina vibraba y le atormentaba con nuevas oleadas de placer cada vez que aquel miembro duro penetraba con violencia en su interior obligándola a morderse los labios para no gritar.
Mario interrumpió un momento el vaivén esperando que Cat echase un poco la cabeza hacia atrás para poder respirar un poco de aire extra. Mario, con un movimiento fulgurante paso las manos esposadas por encima de la cabeza  y tiro hacia atrás de modo que las esposas se apretaron en torno al cuello de Cat. Todo el cuerpo de Cat se puso rígido.
-Vil, cruel e fementido. –le susurro Mario al oído sin dejar de follar aquel cuerpo agarrotado por el miedo.
Cat se asustó al sentir la falta de aire pero Mario aflojo ligeramente la presa  sin dejar de penetrarla . Nunca había sentido nada así, aquel hombre incansable, la falta de oxígeno y el subidón de la adrenalina le ayudaron asentir cada sensación, la polla de aquel delincuente abriéndose paso en su vagina, los testículos chocando contra el exterior de su sexo, las piernas sudorosas golpeando las suyas con un ruido húmedo, la cadena de las esposas clavándosele en el cuello cada vez que tiraba de ella para poder penetrar más profundamente en su interior… Los brutales empujones del atracador le hacían retorcerse de placer. Todo su cuerpo temblaba y vacilaba  con las embestidas. Llegó un primer orgasmo agudo y rápido como un relámpago  seguido de un segundo instantes después más largo y perturbador como un trueno lejano.
Mario no pudo más y con un último empujón su polla se retorció y con una serie de espasmos que parecían no tener fin derramo el contenido de sus testículos en el interior de aquel espléndido cuerpo arqueado por  sucesivos orgasmos.
Con cierta dificultad se desenredaron jadeantes. La polla de Mario yacía exhausta pegada contra la pierna, mientras que por los muslos de Cat  corrían, ayudados por la gravedad, una mezcla de semen y secreciones orgásmicas.
Cat le dio un beso largo y dulce antes de adecentarse un poco con unos kleenex y vestirse de nuevo.
Mario se quedó mirando cómo se vestía. Intentando grabar cada lunar y cada gesto en su memoria de lobo solitario.
 
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Relato erótico: “El edredón” (POR ALEX BLAME)

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Desde mi juventud conservo un trauma. Todos los sábados por la mañana, a las diez en punto era despertado para ayudar a limpiar la casa. Era una chorrada, cuarenta minutos a lo sumo pero tenía que hacerse en ese justo momento y a menudo con una resaca espantosa. Cada vez que me levantaba con la boca pastosa y un montón de enanitos bailando la conga en el interior de mi cráneo me juraba a mí mismo que cuando fuese un ente independiente limpiaría cuando me diese la gana. Y así fue, durante un breve espacio de tiempo la suciedad y el desorden dominaron felizmente en mi vida.
Y como nada es para siempre llego ella. Es guapa, lista, dulce, me hace reír y no sé por qué extraña razón me encuentra irresistible. Pero entre todas estas virtudes tiene un gran inconveniente, tiene la puñetera manía de limpiar los sábados.
De nuevo me veo transportado a mi adolescencia, madrugando para frotar, clavándoseme el  insidioso  ruido del aspirador en mi cabeza resacosa. Ella parece no darse cuenta de mi profundo sufrimiento y me mandingonea  llevándome de un sitio a otro de la casa con el trapo o la fregona y reprendiéndome por lo chapucero que soy o por no limpiar el baño con una gran sonrisa de satisfacción en mi cara.
Pero este sábado iba a ser distinto. Desperté con la determinación… no, con la firme determinación de que hoy no iba a limpiar los cristales, de que no me agacharía a quitar el polvo de los rodapiés,  de que no retorcería la fregona, en fin de que hoy sería el guarro que una vez llegué a ser.
La primera media hora la gané remoloneando en la cama y haciendo caso omiso de los toques a retreta que me hizo la parienta. Cuando vi que lo estiraba demasiado y que se avecinaba bronca me levanté y me dirigí a la cocina para desayunar. Me tomé mi tiempo y me demoré todo lo posible, para cuando terminamos eran las once de la mañana.
-Vamos, rápido hay que limpiarlo todo antes de ir a comer a casa de mi madre, así que levanta el culo de la silla de una vez.
Yo me levanto y la sigo dócilmente hasta la habitación. La ventana ya está abierta y el aire fresco de la mañana despeja un poco mi cabeza dolorida aumentando mi determinación.
-Saca las sábanas que hay que mudar la cama. –ordena mi novia mientras coge el edredón para sacudirlo.
Yo, me dirijo al armario y saco las sábanas limpias y dejándolas encima de la cama me largo al baño aprovechando que ella está de espaldas.
-Pero ¿Qué haces? ¿A dónde coño vas? Vuelve aquí ahora mismo. –me grita  con las sábanas en la mano.
Yo la ignoro, descargo mi vejiga y me lavo las manos con parsimonia. Cuando vuelvo a la habitación ella me está esperando con la sábana bajera en la mano, y con una mueca de disgusto en la cara. Yo ensayo una sonrisa inocente intentando que se relaje y no se enfade demasiado. El truco está en mantener el nivel de cabreo lo más bajo posible y hacer que todo parezca casual.
Me pongo al otro lado de la cama aparentemente dispuesto a ayudarla a hacer la cama. Ella me lanza la sábana y yo la agarro sólo durante un instante para luego soltarla haciendo que el tejido vuelva revotado y arrugado a las manos de mi novia.
-Deja de hacer el tonto.
Yo sonrió y le devuelvo una sonrisa maliciosa. Ella resopla y pone morros, sabe que va ser una mañana dura.
-Cómo lo sueltes esta vez te rompo el alma.
Yo sin decir ni mu recojo la sábana esta vez con diligencia pero cuando se dispone a encajar el elástico en la esquina del colchón, yo fingiendo estirar la sábana para encajarla en mi esquina tiro de ella con fuerza  consiguiendo que se le escape de las manos y quede el pedazo de algodón inerte y arrugado esta vez de mi lado de la cama.
Si las miradas matasen, en estos momentos me estaría friendo el cerebelo, pero yo la ignoro y haciendo un leve gesto de contrariedad, vuelvo a coger la sábana. Esta vez se la lanzo yo a ella pero se me escapa, vaya por Dios y voy a darle  con ella en la cara.
Ahora está realmente enfadada y ahora es cuando empieza lo divertido. Frunce esos exquisitos labios y me grita diciéndome que deje de hacer el gilipollas. Yo no la hago ni caso y me dedico a hacerle muecas intentando que sonría. Gano el duelo y en pocos segundos esta apretando los labios para no sonreír. El resultado es una media sonrisa y unos morritos que me ponen a cien.
Finalmente la sábana bajera está colocada. Mientras ella va a por la otra sábana, yo finjo quitar con diligencia imaginarias motas de polvo de la sábana ya colocada. Mi novia hace un gesto de resignación y me lanza la sábana. Esta vez la tiene cogida con tal fuerza entre sus que sus nudillos están blancos. Así que finjo no darme cuenta y cojo la sábana que me lanza  sin dar problemas.
-¿Qué tal por ahí?
-Cuelga –respondo lacónico.
-Ya lo sé que cuelga idiota, –responde soltando un gritito de desesperación –te pregunto si cuelga mucho.
-No sé, no he visto como está por ahí. –digo con toda la lógica del mundo.
Ella opta por ignorarme y coloca la sábana sin hacerme más preguntas, yo la estiro por mi lado y me quedo quieto de pie viendo como ella la remete por su lado debajo del colchón.
-Mete la sábana debajo del colchón, ¿O es que tengo que decírtelo todo?
Obedezco y la meto de cualquier manera, ella lo ve y apartándome con un empujón lo hace ella misma agachándose y mostrando todo el esplendor de su trasero.
Cuando se da la vuelta, me pilla observándola y pone los ojos en blanco y va por el edredón.
-Una pregunta ¿Por qué, si tenemos edredón, ponemos sábana?
-Para no mancharlo –responde ella pacientemente.
-Tenemos tres fundas para el edredón, sigo sin ver cuál es la diferencia entre lavar las sábanas y lavar el edredón.
-La diferencia es que lo digo yo y punto. –responde ella lanzándome el edredón.
Esta vez pasa de darme indicaciones y coloca el cobertor ella misma. Craso error. Cuando se pone de mi lado y se da la vuelta satisfecha por el trabajo realizado, la empujo con un leve golpe de mi barriga y desequilibrada cae sobre la cama arrugando el edredón.
Se levanta como un resorte y con la bata entreabierta me ataca con furia. Yo la abrazo divertido y espero a que se calme. Con rapidez meto mis manos dentro de la bata tocando su piel desnuda y provocándole un escalofrío.
-Cabrón tienes las manos frías –es lo único que logra decir antes de que le tape la boca con un beso.
Sin dejar de besarla recorro su espalda con mis manos, continúo por sus axilas y sus brazos aprovechando para quitarle la bata y dejarla totalmente desnuda a excepción de un minúsculo tanga.
El aire fresco que entra por la ventana acaricia su cuerpo poniéndole la carne de gallina y endureciéndole los pezones. La abrazo de nuevo y la beso mientras sus pezones se clavan en mi torso.
Un nuevo empujón y ella se deja caer sobre la cama sin ningún gesto de lucha. Aparto su pelo y le beso la oreja, la mandíbula, el cuello y  las axilas hasta llegar a sus pechos. Los recorro con la lengua los chupo y los mordisqueo  con suavidad arrancándole los primeros gemidos.
Mis manos acarician con suavidad el interior de sus piernas y la mata de pelo de su pubis, las suyas cuelgan inertes por encima de su cabeza.
Mi boca va bajando poco a poco por su vientre, le beso el ombligo haciéndole cosquillas y acabo en sus piernas. Le beso los muslos que cuelgan del borde de la cama y me arrodillo separándole las piernas con suavidad.  Aparto el tanga y acerco mi boca a su sexo. Ella responde con un respingo apretando mi cabeza entre sus piernas. Su vulva se hincha y enrojece casi instantáneamente al contacto con mi lengua. Con mi mano tiro de  la piel con suavidad dejando su clítoris a la vista, lo chupo y lo golpeo con mi lengua, ella gime y abre las piernas instintivamente para hacer su sexo más accesible a mis juegos.
Me levanto y me quito la ropa, ella observa con detenimiento mi tremenda erección sin decir nada. Me inclino y le levanto las piernas para quitarle el tanga. Le beso los pies mientras meto mi polla entre sus muslos. Gime y mueve sus piernas con suavidad acariciándome el miembro con sus muslos y excitándome aún más.
Sin previo aviso separo sus piernas y penetro en su sexo sediento y húmedo de un solo golpe hasta el fondo. Ella gime y me rodea con sus piernas. Durante unos segundos no lo muevo disfrutando del calor de su coño y de la hermosura de su cuerpo desnudo. Poco a poco mis caderas empiezan a moverse lentamente en su interior. Mi polla entra y sale casi por completo con cada movimiento, cada vez un poco más rápido. Mi novia gime y me pide más, me abraza y clava sus uñas en mi espalda.  
A punto de correrme saco mi polla y cogiéndola por las piernas le doy la vuelta y tiro de ella hasta que su culo esta en el borde de la cama otra vez.  Acaricio su espalda y la beso dejando que mi pene roce su culo y sus piernas. Poco a poco voy bajando con mi lengua por el hueco de su columna  hasta su culo. No puedo evitar morderlo con fuerza, blanco y redondo, es como si estuviese mordiendo la luna llena. Ella grita de dolor y me insulta pero al instante lo está moviendo y agitando sensualmente para incitarme. Le pego otro mordisco y separo los cachetes para tener una visión de su sexo caliente y rebosante de jugos que me atraen con su aroma como el néctar de una flor. Primero los pruebo con la punta de la lengua, luego los chupo golosa y ruidosamente. Aparto mi cara y acaricio sus labios hipersensibles con mis dedos, ella gime y se revuelve, yo adelanto los dedos,  atrapo su clítoris entre ellos y lo masajeo consiguiendo que se le escape un grito. Sin darle cuartel la penetro con dos de mis dedos tan profundo y tan rápido de lo que soy capaz. Con cada empujón ella levanta la cabeza y ambos podemos ver su expresión de placer a través del espejo del armario.
Unos segundos después se corre, su cuerpo se pone rígido y mis dedos notan como su vagina vibra y se inunda de fluidos pero yo apenas me doy cuenta disfrutando de la visión de sus mejillas arreboladas y un gesto de profundo placer en su cara con los ojos cerrados y sus pequeños dientes blancos mordiéndose el labio inferior.
Excitado por el reflejo del espejo la vuelvo a penetrar, ella me recibe  separando las piernas y bajando el torso. Me vuelvo loco y agarrándola por las caderas la embisto con violencia.
Ella gime y me insulta volviendo la cabeza para mirarme a los ojos mientras nos corremos los dos prácticamente a la vez. Incapaz de parar de golpe sigo penetrándola con  mi polla aún dura alargando su orgasmo.
Aún estamos sobre la cama tumbados y jadeantes cuando llaman al teléfono.
Es el suegro, la parte final de mi plan, aunque lo esperaba un pelín más tarde:
-Hola, Paco ¿Qué tal? –respondo al teléfono intentando calmar la respiración.
-Bien, algo aburrido. ¿Qué tal si vamos a tomar un vermut antes de comer?
-Por mi perfecto –respondo instantáneamente con una sonrisa de oreja a oreja. –Nos vestimos y estamos ahí en veinte minutos.
-¿Se puede saber qué coño hacéis desnudos a las doce del mediodía? No me lo digas, prefiero no saberlo. –Dice mi suegro intentando salir del aprieto -De acuerdo, en media hora en el bar de la esquina.
Me levanto  y me dirijo al baño. Antes de entrar,  me giro y veo el cuerpo desnudo de  mi novia sudoroso y espléndido,   enmarcado por un torbellino de ropa de cama sucia y arrugada. Yo sonrío y ella me contesta con una peineta:
-¡Que te den!  En cuanto volvamos te voy a hacer limpiar toda la casa con el cepillo de dientes. Y no voy a volver a chupártela en tres semanas. –grita mientras yo tarareo una canción en la ducha y simulo que no la oigo.
 
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Relato erótico: “Enemigo público II” (POR ALEX BLAME)

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                Llegó a casa cansada y confusa, no podía parar de darle vueltas a lo que había pasado. Durante el camino de vuelta estuvo a punto de pegársela tres veces con el Alfa.
                Con un impulso repentino, cogió el teléfono dispuesta a contárselo todo a su jefe y dimitir. Si lo hacía así quizás y sólo quizás, no la denunciaran y la quitaran la licencia para siempre. El auricular se quedó a medio camino de su boca. No podía hacerlo, aún tenía el cuerpo estremecido por lo que había pasado unas horas antes.
                -Lo consultaré con la almohada y mañana decidiré con la cabeza despejada.  –pensó tirando la ropa sucia en la lavadora. Totalmente desnuda  se dirigió al baño y abrió el grifo de la ducha. Pero estaba claro que esa noche no iba a terminar nada de lo que empezase. En vez de meterse en la ducha se estaba mirando en el espejo, intentando entenderlo, intentando entenderse. Tenía el cuerpo caliente y pegajoso, pero no quería sentirlo de otra forma.
                Cerró el grifo y se dirigió a la habitación tumbándose en la cama. Distraídamente se rozó el interior de sus pechos con un dedo y se lo llevo a la boca. El sabor inconfundible del esperma de aquel hombre junto con el de su propio sudor inundaron su boca. Así no iba a poder olvidar lo ocurrido y centrarse en el problema.
                Jamás se había dejado llevar de aquella manera. Normalmente solía ser ella la que usaba su belleza y su cerebro para aturdir a su amante y tener el control de la relación sexual. Sin embargo aquel hombre, a pesar de llevar meses sin tocar una mujer o quizás por eso, no se había sentido intimidado por ella. Le había acorralado, Le había magreado, Le había follado con violencia y lascivia y ella se  había limitado a gemir y a dejarse manejar como una muñeca.
                Cuando le paso las esposas por el cuello, pensó que iba a morir pero en vez de debatirse o protestar se había limitado a tensar su cuerpo, preparada para morir si aquel hombre lo deseaba, si le  complacía.
                Analizándolo  fríamente tenía tres soluciones: uno, confesarlo todo y aguantar el chaparrón; dos, seguir su vida como si nada hubiese pasado e intentar, no sabía cómo, evitar que volviese a ocurrir; o tres, dejarse llevar y mantener el engaño todo lo posible aprovechando cada minuto con ese hombre como si fuese el último…
 Cat se levantó de la cama y se dirigió al ventanal. La ciudad se extendía a sus pies ajena  a sus preocupaciones. Hasta ese momento no se  dio cuenta de que seguía con el dedo en la boca. Lo pasó otra vez entre los pechos y lo volvió a chupar. El sabor de aquel hombre volvió a inundar su boca haciéndole recordar cuando hacía nada tenía el miembro de Mario en su boca. Con el dedo aún en su boca recordó cómo recorría aquella verga con su lengua, la sensación de tenerla en su boca, como palpitaba y se movía en su interior incitándola a chupar, más fuerte, más rápido, más profundo.
                Volvía a estar caliente como la lava. Su cuerpo estaba cansado y dolorido por la violenta sesión de sexo pero aún excitado. El dedo esta vez no se quedó entre sus pechos sino que bajo hasta el interior de sus piernas, hasta la entrada de su sexo,  húmedo y caliente otra vez más.
                El solo contacto de sus manos con el interior de sus muslos la inflamo, y recorriendo con la lengua  sus labios húmedos de deseo se acarició el sexo recordando las caricias de Mario. Con un suspiro se introdujo un dedo en la vagina y luego otros dos. Con la mano libre se acariciaba los pechos y se retorcía los pezones. Apoyando la frente contra el cristal y separando un poco más las piernas empujo un poco más fuerte y un poco más adentro temblando de placer.
                En ese momento abrió los ojos y le vio. Apoyado tranquilamente en la barandilla de él edificio de enfrente, un piso por debajo del suyo, un tipo seguía con sus ojos los movimientos  de sus pechos. Al descubrir que lo había visto, el muy mamón, en vez de abochornarse le lanzo un beso.
                Cat, encabronada por la actitud de aquel cincuentón,  pego sus pechos al cristal sin dejar de masturbarse. El cristal frío erizo sus pezones y le hizo dar un respingo. El hombre sonrió, Cat le insulto.
                Saco los dedos de su interior y se los llevo a la boca mirando al tipo a los ojos, el hombre cambio incomodo de postura y se llevó la mano a la bragueta para colocar su miembro erecto de una manera más cómoda en el interior de su pantalón.
                Cat se dio la vuelta y pego su culo y sus piernas contra el cristal para seguidamente separarlas y mostrarle a aquel hombre un sexo abierto y anhelante, pero que no era para él. Sus manos volvieron a acariciar y a penetrar en todos sus recovecos. Cat gemía y se movía, sudaba y se exhibía con descaro.   Los movimientos se hicieron más acuciantes. Cat los acompañaba con sus caderas y jadeaba ansiando tener otra vez a Mario entre sus piernas.
                Con un último impulso, más profundo,  se corrió, sus piernas temblaron y todo su cuerpo se tensó con el placer. Sin hacer caso del mirón se acostó en la cama y se quedó profundamente  dormida.
***
           Las luces se habían apagado hacía rato y Mario yacía en su cama, sin poder dormir. Su cabeza era un revoltijo de pensamientos que le impedían cerrar los ojos. Lo que había pasado esa tarde podía calificarse de muchas formas. Imprudencia, impulso, estupidez… pero él prefería calificarlo como una oportunidad. Si jugaba bien sus cartas y tenía un poco de suerte podría salir de ese agujero y retirarse a un país que no admita extradiciones.
                -¿Quieres dejar de moverte? –dijo su compañero de celda. –Así no hay quien duerma, joder.
                -Cállate puto o te arranco la lengua y te la hago tragar
                -¿Qué paso? ¿Fue mal tu entrevista con la psicóloga? –dijo en un susurro para no alertar a los guardias. –Por lo que me han dicho entiendo que estés de los nervios. Está tan buena que Nelson intento violar a Carlos Fuentes después de verla, ¿Puedes imaginártelo? Un peruano de 1.50 intentando reducir a un atleta de 1.85. Pues no te lo creerás pero después de recibir una somanta de palos de Carlos se la pelo seis veces –dijo su interlocutor conteniendo a duras penas las carcajadas.
                -La verdad Paquito es que no me parece tan mala idea. Quizás debería bajarte los pantalones y darte un rato por el culo.
                -¿No lo dices en serio, verdad colega? –Preguntó  Paco cesando de reír instantáneamente – Mi culo es estrecho, peludo y lleno de hemorroides y hace que no me lo limpio semanas. Además te estaba tomando el pelo, puedes pasarte toda la noche haciendo chirriar esos muelles si quieres colega, porque somos colegas ¿Verdad?
                -Tranquilo burro, antes que meter mi picha en ese culo de yonqui leproso me lo hago con Yoko Ono. Ahora cierra la boca y duérmete, o lo que quiera que hagas todas las noches ahí abajo.
Dos horas después seguía sin poder dormir. Cada vez que trataba de  relajarse intentando dejar la mente en blanco, esta se dedicaba a evocar el cuerpo desnudo sudoroso y jadeante de Cat. Cada vez que cerraba los ojos veía su cara con esa expresión, mitad sumisión, mitad abandono que tan cachondo le puso. Cada vez que cambiaba de postura su pene rozaba contra las ásperas sabanas  provocando una nueva erección. Así que  como  no podía dormir dedicaría la noche a hacer  planes.
                Todo dependía de aquella rubia voluptuosa y complaciente. Tenía que convencerla de que estaba totalmente colado por ella y tenía que hacerlo rápido. Una vez consiguiese su colaboración todo el plan comenzaría a moverse.
                Mañana por la mañana, en cuanto pudiese, llamaría a Ingrid. Sabía que no le dejaría tirado. No le había dicho dónde estaban los diamantes y así podía forzar su colaboración amenazándola con dárselos a los maderos para rebajar la pena que le habían impuesto.
                Ingrid era una pendeja y no tenía escrúpulos pero era muy buena en lo suyo, parecía que le quería y aún más importante adoraba el dinero y el lujo.
                Un clavo para sacar otro. Planear su fuga le ayudo a olvidar un rato a Cat, pero le recordó lo mucho que echaba de menos a Ingrid.
                Ingrid, la turbulenta Ingrid, la violenta Ingrid, la salvaje Ingrid. Si hubiese nacido en los años setenta seguramente se hubiese enrolado en algún tipo de grupo terrorista de extrema izquierda, pero en estos tiempos en los que ya nadie cree en nada que no sea el dinero, era cliente de si misma. Era fría, inteligente, egoísta y violenta, sólo su debilidad por las mascotas le hacía humana. Allí donde fuera siempre le acompañaba una gigantesca gata blanca. Decía que la tenía porque eran almas gemelas y en su opinión tenía algo de razón. Ingrid no era muy alta, pero era ágil y mucho más fuerte de lo que parecía. Su tono de voz era suave y sus ojos del mismo color verde que los de su gata. A las dos les encantaba salir de noche y a ambas les encantaba el pescado poco hecho. Ingrid era austríaca, Frio que así se llamaba la gata, persa.
                Mario se concentró para poder recordar su rostro, su cara ovalada, sus ojos verdes, grandes y un pelín separados, sus pómulos altos, su nariz pequeña y puntiaguda, y sus labios rectos el superior pequeño y el inferior más grueso, siempre pintados de rojo cereza. Su pelo negro fino y lacio, siempre cortado corto y con un mechón teñido de añil, dejando a la vista aquella nuca que tanto le gustaba acariciar…
                -Joder, putas mujeres –dijo sin interrumpir los ronquidos de su compañero de celda.
                Volvía a estar empalmado.
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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 21. El Club Janos.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 21: El Club Janos.

Después de dar a Sergio instrucciones para que no se interpusiese en su camino, volvió al piso franco. Cuando llegó faltaban solo tres horas para el amanecer y decidió aprovecharlas para dormir, dejando la lectura de los informes para la mañana siguiente.

El sol, atravesando la ventana del pequeño estudio, le dio en la cara despertándole. Echó un vistazo para cerciorarse de que los dos tortolitos seguían durmiendo y leyó los informes del detective en el ordenador mientras desayunaba un café y un par de tostadas.

El hombre era minucioso y anotaba todo lo que observaba dando una crónica detallada del día a día del hombre, que no parecía separarse de la joven ni un minuto, con lo que Hércules consiguió hacerse una imagen de la pareja. Parecía obvio que era él quien llevaba la voz cantante y la joven se limitaba a hacer lo que le ordenaba. A menudo Julio se mostraba como un tipo dominante y caprichoso y ella se limitaba a obedecer y adorarle como a un dios, su dios.

Cuando continuó con la lectura descubrió que con cierta frecuencia visitaban un club en la zona vieja, el nombre le sonaba, pero no terminaba de ubicarlo.

Buscó en internet y rápidamente recordó de que lo conocía. El Janos era un club de intercambio de parejas. Lo sabía porque uno de sus compañeros del equipo de rugby iba allí con frecuencia.

No le extrañó demasiado. Joanna ya había sido capaz de cometer un delito por él. No le parecía descabellado que eso incluyese sexo con otras personas.

A eso del mediodía, la pareja al fin se puso en marcha y Hércules apagó el ordenador dispuesto a seguirles el resto del día.

Pasó un par de días más persiguiendo a la pareja en sus andanzas. Básicamente no hacían otra cosa que follar y salir de fiesta. Como no quería seguirlos tan de cerca y arriesgarse a que lo reconociesen, había optado por clonar el móvil de Joanna y usarlo como micrófono y GPS para tenerlos siempre vigilados.

El detective había cumplido su palabra, seguía las instrucciones que le había dado, se mantenía en un segundo plano y solo aparecía lo justo para poder seguir realizando informes para la misteriosa mujer. Por ese lado podía estar tranquilo.

A la noche del tercer día, los dos tortolitos se pusieron sus mejores galas y salieron de nuevo a la calle. Hércules salió a la azotea y les siguió pensando que volverían de nuevo a una de las discotecas del centro a beber y a follar, pero le sorprendieron tomando un camino diferente. Finalmente llegaron al club Janos. Hércules se quedó en la azotea del edificio de enfrente y se conectó al móvil de Joanna para poder enterarse de lo que estaba pasando.

Al principio solo oyó el crujido de los objetos que golpeaban contra el móvil dentro del bolso, pero tras uno segundos el bolso dejó de moverse y pudo escuchar algo.

La música en el local era suave y estaba en volumen bajo, permitiendo conversar a los presentes sin tener que forzar la voz. Escuchó como sus objetivos pedían unos gin tonics mientras charlaban con las distintas personas presentes en el club. Las conversaciones eran desinhibidas. Hablaban de preferencias sexuales posturas y fantasías eróticas con otras parejas. Al principio no parecían tener preferencia por nadie, pero tras poco más de media hora pareció que solo quedaba una pareja con ellos.

Charlaron un rato, Julio alabó el pelo largo y castaño y los ojos azules de la mujer de la otra pareja lo que puso a Hércules en guardia. A continuación Julio les preguntó que por que les habían elegido a ellos ya que estaba claro que todas las parejas del local se habían fijado en ellos. Sus interlocutores respondieron que les habían caído bien y que el hombre se había fijado en el cuerpo de Joanna.

Joanna no contestó, pareció la más cohibida de los cuatro. Durante unos segundo se produjo un silencio incómodo que Julio interrumpió con un chiste e invitó a la pareja a una de las habitaciones que había en la parte trasera del club.

El ruido de golpes y roces le indicó que se habían puesto de nuevo en movimiento. Un par de minutos después llegaron a la habitación y Hércules oyó como Joanna sacaba el móvil mientras Julio no paraba de parlotear y posándolo sobre una superficie plana conectaba la cámara.

Hércules pudo ver como la cámara del Iphone abarcaba una habitación tenuemente iluminada con una enorme cama con dosel por todo mobiliario.

En el otro extremo de la habitación Julio entretenía a la otra pareja sin parar de hacerles preguntas y procurando que le diesen la espalda a Joanna para que pudiese colocar adecuadamente la cámara sin que la otra pareja se diese cuenta.

Cuando Joanna terminó, se volvió y se acercó al trío que se acariciaba y se desnudaba mientras conversaba animadamente. No le extrañaba que Julio los hubiese elegido; la belleza de la otra pareja era espectacular. El chico era un hombre joven perfectamente musculado de pecho profundo con un rostro atractivo y una sonrisa socarrona de las que suele volver locas a las mujeres.

La mujer le produjo a Hércules un escalofrío. Era exactamente como la había descrito el detective. No le gustaba nada, pero como aun no sabía lo que aquellos dos pretendían exactamente prefirió esperar. No podía entrar allí y matar a aquella pareja sin ninguna prueba. No sabía lo que querían de Joanna y Julio y ni siquiera estaba seguro al cien por cien de que aquella espectacular mujer fuese la que había contratado a Sergio Lemman.

A pesar de que ya habían acudido a aquel club varias veces nunca se acostumbraría a aquello. Joanna se sentía tan nerviosa y vulnerable que estaba a punto de salir corriendo. Solo una sonrisa de aliento y un ligero cachete de su novio le animaron a continuar.

Por lo menos esta vez su pareja le resultaba realmente atractiva. A pesar de ser más joven que Julio tenía el mismo punto canalla y malote que tanto le ponía. De todas maneras dejó que fuesen su novio y aquella zorra de pelo castaño los que empezasen a acariciarse. Miró a la otra mujer con envidia. Era una belleza. Tenía el pelo largo y liso, de color castaño hasta la cintura, una cintura de avispa que daba paso a un culo respingón y unas piernas largas, esbeltas y morenas que incluso ella estaba tentada de acariciar.

Vio como Julio miraba, estrujaba sus grandes tetas y chupaba sus pezones, sintiendo como los celos la dominaban. Julio la miró y su sonrisa se le clavó en el corazón haciendo que reaccionase.

Apretando los puños para contener el temblor que dominaba su cuerpo se acercó al otro hombre.

Así que quieres que te llame Sirena, —dijo el desconocido acariciando el cabello de Joanna— Puedes llamarme Trancos.

El hombre se desnudó ante ella con una sonrisa desvelando el por qué de haber elegido ese apodo. La polla que colgaba, aun semierecta de su entrepierna era la cosa más enorme e intimidadora que había visto jamás.

Saboreando la revancha, Joanna se acercó al hombre y arrodillándose frente a él la tomó entre sus manos acariciándola con suavidad mientras de reojo miraba la cara de duda y fastidio de Julio al ver semejante herramienta.

Tras un par de minutos abrió la boca todo lo que pudo y se metió la punta de la polla. Inmediatamente un sabor acre inundó su boca. Durante un instante la joven dio un respingo, pero el calor y la suavidad de aquella polla la excitaron animándola a seguir chupando. Medio asfixiada se sacó el pene de Trancos y recorrió aquel bruñido pistón con su lengua, sintió la sangre correr apresurada por aquellas gruesas venas calentando aquel miembro y de paso calentándola a ella.

Giró un instante la cabeza y vio como su novio estaba encima de aquella mujer besándola y acariciando sus pechos y sus piernas. Se quedó un instante parada observándolos y su pareja aprovechó para darle un empujón tirándola sobre una espesa alfombra. Antes de que pudiese reaccionar Trancos esta inmovilizándola con su peso restregándole el pubis con su polla y lamiendo y mordisqueando su cuello y los lóbulos de las orejas.

De un nuevo tirón giró su cuerpo de modo que si la joven levantaba la vista podía ver como su marido le hincaba la polla a la mujer de Trancos sin contemplaciones. Joanna observó como la mujer rodeaba la cintura de Julio mientras este la penetraba con golpes secos, sin apresurarse, haciendo temblar todo el cuerpo de la desconocida.

Por un instante no se dio cuenta de que la boca del hombre bajaba por su cuerpo hasta que se cerró entorno a su sexo. Un gemido salió incontenible de su garganta al sentir como una lengua exploraba su húmedo interior. Inconscientemente, cerró los muslos y combó su espalda incapaz de estarse quieta.

Pronto los gemidos de la otra mujer se unieron a los suyos llenando la habitación. Trancos la dio la vuelta y la puso a cuatro patas. Cuando la polla del desconocido entró en ella sintió como su coño se estiraba lentamente acogiéndola hasta que estuvo alojada en el fondo, golpeándolo y distendiéndolo, provocando un intenso placer que recorría todo su cuerpo.

Joanna gritó y estiró su cuello viendo como la desconocida cabalgaba a su novio dejando que su larga melena ondease al ritmo de sus caderas. Se fijó unos instantes en la cara de su novio que se dio cuenta y el guiñó un ojo antes de agarrar un pecho de la mujer y metérselo en la boca.

Los duros empujones la obligaron a afirmarse en la alfombra y el placer se hacía cada vez más intenso a la vez que los empujones se hacían más rápidos y profundos. El miembro de aquel hombre entraba y salía con fuerza enterrándose profundamente en ella haciendo que perdiese el control sobre si misma…

El orgasmo le llegó arrasador e incontenible, el calor que invadió su cuerpo se unió al del semen de Trancos que eyaculaba dentro de ella una y otra vez prolongando su placer y haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Joanna abrió la boca y gritó a la vez que abría los ojos justo en el momento en que veía como la desconocida se sacaba un largo alfiler que había camuflado entre su cabellera y apuñalaba repetidamente a Julio con él.

Joanna gritó, esta vez de terror e intentó incorporarse y apartar a aquella bruja de su novio, pero Trancos la agarró por las caderas inmovilizándola con su cuerpo y rodeándole el cuello con sus manos.

—Lo siento mucho querida. —dijo el desconocido apretando el cuello de la joven— Pero tu novio no ha sido sincero con nosotros y debe recibir un castigo. No se puede engañar al cártel y pensar que no va a pasar nada.

La presión de las manos aumentaba inexorablemente cerrando sus vías respiratorias. Joanna intento gritar pidiendo auxilio, pero solo salió un áspero gañido de sus labios.

—Quiero que sepas que lo tuyo es pura mala suerte, pero como no os separabais ni un minuto no hemos tenido más remedio que acabar contigo también, no me gusta, pero así es la asquerosa realidad. —continuó el asesino dando un último apretón.

Notaba como sus fuerzas se escapaban. Con un último esfuerzo levantó la vista para ver como la sangre brotaba mansamente del cuerpo inerte del que fuera su novio. Pequeñas motas negras aparecieron ante sus ojos y empezaban a revolotear preludiando la llegada de la inconsciencia y la muerte cuando la puerta de la habitación salió proyectada hacia el interior con estruendo.

Como una tromba, un desconocido de larga melena rubia y rizada y de aspecto intimidante irrumpió en la habitación. La asesina reaccionó inmediatamente y con un grito se lanzó intentando apuñalar al gigantón.

El nuevo invitado agarró a la mujer en el aire y con un gesto de fastidio la estampó contra la pared. La mujer emitió un grito de dolor y cayó como un saco en el suelo, totalmente inconsciente.

Con un juramento Trancos apartó las manos del cuello de Joanna y se levantó. En un principio parecía que iba cargar sobre el desconocido, pero en el último segundo hizo una finta y se lanzó sobre el montón de ropa que había en una esquina.

El gigantón no logró atraparle a la primera, pero con un gruñido se lanzó sobre Trancos.

—¡Cabrón! ¡Hijo de puta sin alma! —exclamó agarrando al asesino por el tobillo.

Tomando aire con ansia Joanna vio como aquel hombre agarraba el cuerpo del asesino por el tobillo lo elevaba en el aire y lo estampaba contra el suelo con todas sus fuerzas. La pistola que había conseguido sacar el desconocido de entre el montón de ropas se le escapó de las manos y cayó mansamente al lado de Joanna.

Como activada por un resorte, se incorporó con la brillante pistola en las manos. De dos pasos sorteó al hombre que yacía en el suelo con el cráneo aplastado, se acercó a la bella desconocida que intentaba recuperarse del vuelo y le apuntó con el arma.

—No te atreverás. —dijo la mujer con desprecio— Y si lo haces pasarás el resto de tu vida en la cárcel.

—Te equivocas en las dos cosas. —dijo Joanna apretando el gatillo— Lo haré y no iré a ningún sitio porque tengo pasaporte diplomático.

Hércules estuvo tentado de parar a la joven, pero se identificaba totalmente con ella y sabía que aunque no le devolviese la vida de su novio, probablemente la venganza le ayudaría a pasar página.

***

—Bien, el tiempo se ha agotado. —dijo Hera observando cómo Hércules borraba las huellas en pistola y la ponía en las manos del cadáver del asesino— ¿Estará preparado?

—No lo sé, pero como dices no hay más remedio. Tiene que estarlo. —respondió Zeus mientras acompañaba a Hera y miraba como Hércules cogía a la joven y se la llevaba en volandas fuera del edificio— Esa diabólica mujer está cada vez más cerca de su objetivo. Va a montar una expedición que le llevará hasta la caja y solo Hércules puede impedirlo. Nadie más podría resistir la tentación de abrir esa puñetera caja.

—Espero que aprendas la lección y te dejes de jueguecitos de ahora en adelante.

—Necesito un último favor…

—¡Oh! ¡Por favor! —replicó Hera con hastío.

—Solo necesito que entretengas a Hades un rato para que yo pueda hablar con Hércules y convencerle de la importancia de la misión. Debe entregarse a fondo.

—¡Maldito seas! —dijo Hera— Espero que todo esto termine bien, porque si no…

Zeus no perdió el tiempo y antes de que Hera desapareciese en busca de Hades ya se había transformado en el anciano director de La Alameda.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO AMOR FILIAL

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Relato erótico: “Historias de la B. La heroína” (POR ALEX BLAME)

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Había llegado el momento. Para eso nos habían adiestrado, desde los cuatro años habíamos sido entrenadas, primero en el baile, luego en la guerra encubierta usando todas las armas disponibles.
Ahora estábamos ante el que podía ser el reto de nuestras vidas, una misión por la que una de nosotras pasaría a la historia. Sus descendientes escribirían libros sobre ella y sería recordada como la heroína que liberó a su pueblo del yugo de sus opresores.
-Seré la elegida –pensaba mientras hacía estiramientos con el resto de mis compañeras, -y disfrutaré de ello cada segundo aunque muera en el intento.
A una señal del jefe, entramos en el círculo del banquete y con un paso grácil y ligero, nos paramos en el centro formando un semicírculo entorno al fuego y frente al invitado.
-Como muestra de respeto ante nuestro Juez y conquistador, las seis muchachas más bellas de la ciudad bailaran esta noche para él, -gritó para que  los asistentes  dejaran sus conversaciones y le hicieran caso –Elegidas desde pequeñas por su belleza y adiestradas, primero en el arte de la danza y luego en su adolescencia, en el del amor, nuestro insigne invitado podrá disfrutar de ellas como más guste, de una, de varias, o de todas ellas.
Con unas palmadas de nuestro jefe comenzó la música, y con ella comenzamos a movernos al son de los instrumentos. Sin separar los ojos de mi odiado enemigo y con una sonrisa que mostraba mis dientes jóvenes y blancos retorcí mis brazos y agite mis caderas al ritmo de la música, dulce e hipnótica. Por mi piel morena y brillante por los afeites que nos habían  aplicado, resbalaban las gotas de sudor confluyendo en el interior de mis muslos y haciéndome deliciosas cosquillas.
Al principio el hombre movía sus ojos preñados de lujuria de un cuerpo cimbreante a otro, sin pararse demasiado en ninguno en particular, pero al cabo de unos minutos empezó a fijarse especialmente en mí. Cada vez que notaba su mirada sobre mí, agitaba mi cuerpo con toda la sensualidad y frenesí del que mi cuerpo era capaz.
De las seis, yo no era la más alta, tampoco la más exótica, pero mi pelo negro mis ojos grandes y azules y mi figura voluptuosa me daban ventaja. Sin  quitar mis ojos de los suyos, me acerqué a él y al ritmo de la música y moviendo los brazos empecé a retrasar mi tronco hasta que note que empezaba a perder el equilibrio. Cuando volví  a erguirme, él estaba mirando el relieve que marcaba mi sexo en el diminuto taparrabos que llevaba puesto. Con la punta de la lengua entre mis dientes me incline sobre él y cogí una uva del racimo que tenía en sus manos. El Juez se limitó a mirar como la empujaba dentro de mi boca y la estrujaba con mis dientes dejando que su jugo resbalase por la comisura de mis labios.
A partir de ese momento, ese necio sólo tuvo ojos para mí. Al final iba a tener la oportunidad, ahora tenía que quedarme a solas con él y descubrir su secreto.
La música terminó y nos quedamos quietas, jadeando entorno al fuego, esperando expectantes la decisión del invitado.
El hombre, con un gesto de cortesía por su parte, se levantó un poco borracho y se acercó a nosotras. Una a una nos preguntó nuestros nombres, nos felicitó por nuestra actuación y repartió algunas caricias. Cuando me tocó, simulé un ligero temblor.  El bajo la vista y la paso por mis pechos grandes y turgentes y por mis incitantes caderas cubiertas por un minúsculo taparrabos.
Unos segundos después estaba sentada en su regazo comiendo uvas y bebiendo un poco de vino para adquirir un poco de valor. Mientras tanto las manos ásperas de aquel hombre recorrían mi cuerpo sudoroso provocándome escalofríos de miedo y de placer.
La velada termino con un interminable y rastrero discurso de nuestro jefe alabando todas las cualidades de las que nuestro invitado carecía. Nos levantamos y cogiéndole de la mano con suavidad le llevé hasta una pequeña cabaña en el jardín del pequeño palacio del jefe.
La habitación era pequeña pero había sido preparada especialmente para alojar discretamente al Juez y un alegre fuego la caldeaba y la inundaba con una suave luz dorada. En el centro había una cama con sábanas del más fino lino y varios cojines. Con aparente impaciencia le quite la capa y no pude por menos que admirar aquel cuerpo musculoso y duro como una roca. Su nariz aquilina y sus ojos penetrantes, junto con su melena negra le daban el aspecto de los legendarios leones del Atlas.
Luego me desnudé yo. Las dos pequeñas bandas de tela cayeron a sus pies como años antes habían caído las armas de mis ascendientes tras la cruenta batalla que había acabado en nuestra esclavitud.
Con un ademán fingí que iba a taparme los pechos pero lo que hice fue agarrármelos y juntarlos apuntando mis pezones erectos contra su cara. El invitado sonrió con malicia y admiro mi cuerpo juvenil y elástico, mi vientre liso y mis piernas finas.
Con otro gesto malévolo se quitó el taparrabos mostrándome una tremenda erección. El tamaño de su miembro me intimidó en un principio pero me tranquilicé sabiendo que había sido entrenada durante años para seducir a aquel animal.
El hombre se acercó y sacándome de mis pensamientos me cogió como si fuese una pluma y me beso los pechos.
-Mmm que fuerte, -dije mientras me agarraba a él y le acariciaba la melena. -¿Cuál es el secreto de tu fuerza?
-Comer carne de ternera asada todos los días –respondió el Juez obviamente mintiendo.
Sin hacer caso de su mentira, abracé su cintura entre mis piernas con más fuerza. La punta de su pene rozaba mi sexo excitándome hasta convertirme en puro fuego. Él magreaba mi cuerpo y chupaba mis pezones con tal fuerza que creí  que me los iba a arrancar.
Me soltó y yo quedé de rodillas frente a aquel enorme falo. Lo cogí entre mis manos y lo acaricie mientras introducía su glande en mi boca. Sabía a sudor y a vino. Chupé con fuerza y me retiré dejando su pene oscilando húmedo y congestionado. Lo volví a coger y lo lamí, primero en la base y luego en la punta, mordisqueando ligeramente su glande. El Juez se tensó y soltó un resoplido.
Me metí de nuevo su miembro en la boca y chupé de nuevo con fuerza, subiendo y bajando todo lo que podía por su pene duro como una estaca mientras con mis manos acariciaba sus huevos. El, empezó a gemir con fuerza y a acompañar mis chupetones con el movimiento de sus caderas. Ayudada por sus manos, mis movimientos se hicieron más superficiales y rápidos hasta que  sin previo aviso y empujando con fuerza su pene hasta el fondo de mi garganta eyaculó con un gemido bronco.
Retiro su pene mirándome como tosía y escupía semen y saliva.
-¿Eso es todo? –pregunté desafiante.
-Sólo acabo de empezar –respondió el invitado tirándome en la cama con la erección aún intacta.
Se tumbó encima de mí y me beso. Su lengua se introdujo en mi boca con apremio, llenándola con el sabor del vino y el cordero especiado de la cena al tiempo que frotaba su pene contra la parte inferior de mi pubis. Sus labios fueron bajando primero por mi cuello y luego por mis pechos provocando un primer gemido por mi parte, cuando bajó hasta mi ombligo sus manos ya estaban acariciando mi bajo vientre con una habilidad que no esperaba de alguien acostumbrado a tomar lo que desea. Finalmente sus labios se cerraron en torno a mi sexo haciéndome gritar y temblar. Agarré su melena y empujé su cabeza en el interior de mis piernas.  
-Tómame –dije anhelante –te quiero ya entre mis piernas, mi señor.
Obediente cogió su pene, lo acerco a mi sexo, acaricio mi clítoris inflamado con su glande y lo golpeó con suavidad arrancándome nuevos gemidos. Finalmente me penetro, su polla se abrió paso poco a poco en mi vagina. La angostura de mi sexo abrazaba estrechamente su pene haciéndonos gemir a ambos. Me apreté contra él y le abracé con fuerza clavando mis uñas en su espalda mientras empezaba a moverse dentro de mí, primero lentamente, luego al ver que no me disgustaba más rápido y más profundo.
Hirviendo de lujuria levantó mi piernas y las puso sobre sus hombros penetrándome aún más profundamente metiendo su polla hasta que su pubis hacia tope contra mi clítoris con una especie de húmeda palmada. El ritmo del aplauso se convirtió en una ovación justo antes de que volviese a correrse, yo asustada comprobé como después de depositar su carga, su polla seguía dura y firme palpitando dentro de mí. Sabiendo que yo estaba a punto de correrme agarró con fuerza mis muñecas y me propinó repetidos y profundos empujones provocándome un violento orgasmo. Yo gritaba y mi cuerpo se arqueaba con todas las sensaciones que atravesaban y arrasaban todos mis nervios mientras él me inmovilizaba y seguía penetrándome sin piedad.
-¿Vas a seguir eternamente? –pregunté yo.
-Sólo hasta que te rindas –Respondió el con una sonrisa.
-Antes me dirás cuál es el secreto de tu fuerza. –le dije yo desafiante, provocando una nueva carcajada por su parte.
El invitado sacó su polla y cogiéndome por las caderas me dio la vuelta poniéndome a cuatro patas sobre la cama. Yo agaché la cabeza y con las piernas separadas levanté mis caderas expectante. Él se limitó a mirar mi cuerpo jadeante y brillante de sudor esperando abierta y sumisa cumplir sus deseos. Aún estremecida noté como sus dedos acariciaban mi sexo tenso y vibrante como las cuerdas de un violín. Yo gemí y separe aún más las piernas esperando su polla, sin embargo no lo hizo inmediatamente sino que se limitó a penetrar con sus dedos en mi interior haciéndome olvidar el reciente orgasmo y preparando mi sexo para el siguiente.
Se puso en pie y cogiéndome por las caderas tiro de mí hasta poner mi culo en el borde de la cama. Su pene volvió a entrar de nuevo, igual de duro y caliente que antes. Me estiré y clave mis dedos en la ropa de la cama para estabilizarme. Mi coño, lubricado por su eyaculación admitió su polla con más facilidad y él aprovecho para realizar una serie de salvajes embestidas que casi me cortaron la respiración. Sin darme tregua me cogió el pelo y arqueando mi cuerpo con un fuerte estirón siguió entrando y saliendo a un ritmo frenético. El dolor de mi pelo hacía que se me saltasen las lágrimas pero no era nada comparado con el frenético placer que aquel hombre me estaba proporcionando. Esta vez yo me corrí primero. Aun estremecida y con mi vagina contrayéndose espasmódicamente gire mi cabeza intentando ver como aquella polla bombeaba dentro de mí.
-Ya se tu secreto, no te lavas nunca. –dije yo entre jadeos fijándome en su torso cubierto de sudor y polvo del viaje…
-Muy bueno. -dijo  él sin parar de embestirme y quitando sus manos de mis caderas para apartar aquella brillante melena de su cara justo antes de correrse… otra vez.
El semen resbalaba por mis piernas procedente de mi vagina ya rebosante. Una fugaz mirada me permitió asegurarme de que él seguía empalmado.
El cansancio no mermo mi determinación. Salí de la cama y lo tumbé con un empujón. Me quedé parada ante el cogiendo aire con fuerza y dejando que admirase mi cuerpo moreno y sinuoso.
-Sé que me has mentido pero me da igual. Yo si te voy a enseñar mi secreto. –Dije poniéndome a horcajadas sobre él.
-Seguro que ninguna de tus novias judías te ha hecho esto nunca. –dije cogiendo su verga e introduciendo la punta en mi ano.
El Juez se puso rígido pero no intentó rechazarme. Yo con un gemido de dolor lo fui introduciendo pulgada a pulgada, tratando de respirar lentamente como me habían enseñado y así poder relajar mi cuerpo. Finalmente la tenía entera dentro de mí. Empecé a moverme lentamente, mientras me concentraba en la respiración  mi ano se contraía furiosamente intentando expulsar aquel cuerpo extraño. El dolor se atenuó permitiéndome aumentar el ritmo con el que subía y bajaba por aquella polla dura y candente. Comenzaba a divertirme, soltando quedos gemidos empecé a acariciarme el clítoris y lo que empezó con mucha precaución se convirtió en una cabalgada salvaje. El Juez gemía anonadado  y recorría mi cuerpo  con sus manos.   Sus manos sobaban mi cuerpo, sus dedos  entraban en mi boca, acariciaban mi vulva totalmente abierta para él y retorcían y tironeaban de los pezones haciéndome hervir la sangre de deseo.
Me incliné para besarle y al apartar su pelo un denso olor a mirra se quedó prendido a mis manos. Un nuevo orgasmo tenso mi cuerpo y me hizo olvidarme por unos segundos. Pero una vez repuesta lo recordé y agarre un mechón con una sonrisa traviesa en mi cara:
-¡El pelo! ¡Es tu melena! –dije aumentando aún más el ritmo de mis caderas.
-Sí, sí… -respondió el intentando parecer lo más falso posible, pero con una inequívoca mirada de fastidio en la cara.
-Esta vez estoy segura, -dije mientras el comenzaba a correrse otra vez – ¿Puedo cogerla?
Sin esperar su respuesta cogí su melena con una mano y tire de ella, el eyaculando con violencia en mi interior no hizo nada por evitarlo. Metiendo mi mano libre entre los cojines, con un movimiento fulminante, saque una daga y se la corte de un sólo tajo llevándome con ella un trozo de cuero cabelludo.
Sorprendido, se quedó quieto mientras la sangre resbalaba por su frente y su erección desaparecía  aliviando mi culo ardiente.
Finalmente reaccionó y me dio un blando empujón al mismo tiempo que yo gritaba con todas mis fuerzas llamando a  la guardia.
Se levantó dispuesto a atacarme y yo retrocedí al fondo de la habitación con la cabellera aún en mi mano.
En ese momento entraron en la habitación los guardias aún temerosos de la fuerza de aquel superhombre. Sin embargo dos porrazos en el vientre bastaron para convencerles de que había perdido toda su energía.
Al fin, Sansón, el hombre que había esclavizado a mi pueblo estaba atado ante mí como un fardo recibiendo una paliza y llorando, no de dolor, sino de frustración.
-Yo, Dalila de los Filisteos, te he vencido –dije limpiándome los restos de semen del interior de mis piernas con  su melena para luego tirarla al suelo.
 
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Relato erótico: “Enemigo público III” (POR ALEX BLAME)

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La sala de conferencias de una cárcel de alta seguridad es un puñetero asco, la mayoría de los teléfonos o no funcionan o están tan pringosos de todo tipo de detritus que preferiría acercar su oreja al culo del puto más tirado del correccional.  Además había que olvidarse  de tener cualquier tipo de  intimidad para decir nada y menos para concretar un plan de fuga.
Pero gracias a San Internet y un corrupto funcionario venezolano Ingrid consiguió un título de derecho por la universidad de Caracas en cuarenta y ocho horas, eso sí, previo pago de dos mil quinientos dólares USA. El titulo no le permitía  ejercer,  pero con ese papel y un justificante de que había comenzado los trámites para convalidar el título podía solicitar una visita abogado-cliente.
La sala que les proporcionaron no era muy grande pero era mucho más cómoda. Tenía una mesa de formica y dos sillas de oficina que obviamente provenían de una sustitución de mobiliario que se habría producido hace tiempo en administración. Se las veía baqueteadas pero bastante cómodas. El único adorno de la habitación era un colorido poster que advertía de las consecuencias de practicar el sexo “consentido” sin protección y un gigantesco espejo en la pared de la derecha que obviamente ocultaba una ventana para vigilar discretamente a los asistentes y que no hubiese contactos no autorizados.
Cuando llegó, Ingrid aún no estaba allí, así que se dedicó a inspeccionar detenidamente las aviesas fotografías del poster y a saludar al tipo que estaba detrás del espejo,  antes de tantear las sillas y esparrancarse cómodamente en la que le pareció mejor, a espaldas del espejo.
La paciencia nunca había sido una de sus virtudes pero reconocía que los cuatros meses que llevaba en este pútrido agujero le habían ayudado a cultivarla con esmero, de forma que los veinte minutos que pasó allí sentado no le resultaron demasiado pesados. Cuando estás planeando una fuga todos los tiempos muertos  los ocupas dándole  vueltas al asunto y  pensando en todo lo que puede fallar y en cómo prevenirlo.
La puerta se abrió finalmente e Ingrid entró en la sala precedida por un funcionario que se dedicó a escudriñar todos los rincones de la vacía estancia antes de irse y dejarnos solos.
El aspecto de Ingrid le hizo sonreír. Como siempre, a todos los disfraces les tenía que aportar su nota. Sólo ella podía arreglárselas para que un gris traje chaqueta de buena marca, pero de lo más convencional me provocara una erección. Había recortado la falda casi un palmo de manera que en vez de estar ligeramente por encima de la rodilla le llegaba únicamente a la mitad del muslo y se ceñía tanto a su culo que Mario, el guarda que acababa de irse, el tipo del espejo y  hasta un ciego podían notar el relieve que marcaban en el fino tejido las trabillas del liguero. Las medias de un color claro, con un dibujo en forma de costura negra adornando  la parte posterior de sus piernas largas y flexibles,  acababan en unos zapatos negros con tacones de aguja y la suela color rojo corazón aplastado. La chaqueta era dos tallas pequeña y sólo llevaba los dos botones inferiores abrochados apretujando y juntando sus pechos que se podían entrever a través del escote de una fina blusa blanca cerrada en la parte superior por un pomposo lazo. Para más inri se había pintado la cara a conciencia y sus labios destellaban con su habitual rojo cereza.
En cuanto el guarda cerró la puerta tras de sí, ella, ignorando a Mario por completo, posó el maletín que llevaba en la mano sobre la mesa y se dirigió directamente al espejo, se colocó el pelo  se apretujó la chaqueta inclinándose ligeramente para que los mirones del otro lado pudiesen tener una buena panorámica de sus pechos y se dio la vuelta:
-Hola querido, soy Conchita, tu nueva bogada. Estoy encantada de conocerte. –comenzó alargándome la mano para simular un saludo profesional.
El contacto con aquellas manos de dedos largos suaves y delgados, desprovistos de anillos pero con las uñas largas, afiladas y teñidas de intenso color rojo desbordaron su cerebro con recuerdos. Ella lo notó y sonrió frunciendo los labios con descaro para  desesperación de Mario.  En ese momento, su único anhelo era levantarle las faldas y sodomizarla haciéndola gritar de dolor y deseo.
Después del saludo, él se volvió a sentar pero ella siguió de pie y dio una vuelta por la habitación examinando todos los recovecos con atención buscando cualquier cosa sospechosa de ser un micro  o una cámara. Mientras ella inspeccionaba, él lo hacía también. Seguía igual que el día que la conoció, sus movimientos elásticos y contundentes desde lo alto de esos tacones le recordaban lo mucho que le gustaba follarle con ellos puestos. Mario seguía hipnotizado por la superficie aterciopelada y roja que recubría la parte inferior, entre el tacón y la suela.
Finalmente se dio por satisfecha y se sentó frente a él. Abrió el maletín y saco un block y un lapicero y se puso a hacer dibujitos mientras hablaba en voz baja y escondía su cara de los mirones detrás de mi cabeza:
-Bien cariño, ahora cuéntame.
-Me ha surgido una oportunidad que quizás podamos aprovechar. –Respondió él –resulta que han contratado una nueva psiquiatra, es una buena chica, recién salida de la facultad, pero un poco inocente. La verdad es que no me ha costado demasiado seducirla.
-¿Y hará ese bicho todo lo que le mandes?
-Por las buenas o por las malas. El caso es que está jodida. Puede hacerlo porque yo se lo pida o puedo chantajearla. Además no le voy a pedir nada excesivamente comprometedor. Estos días me estoy portando de la forma más inestable posible. Le sugeriré que pida una evaluación psiquiátrica de mi personalidad con vistas a llevarme a un bonito sanatorio y poder visitarme todos los días y no sólo un día por semana como hasta ahora. Probablemente eso sea suficiente. Ese tipo de reconocimientos se suele hacer siempre en el mismo lugar, no te costará mucho encontrarme. Tenemos dos opciones, uno, que me liberes en el viaje de ida o de vuelta del lugar de reconocimiento o dos que me saques de allí en mitad del reconocimiento.
-Creo que la primera opción tiene más riesgos, habrá más personal pendiente de mí, sin embargo en la clínica donde me realicen el reconocimiento, lo difícil será entrar,  pero una vez dentro será todo coser y cantar.
-No parece mala idea, -aprobó Ingrid – yo y otras dos personas disfrazados de personal, con armas cortas… Podemos interceptarte en uno de los traslados por el interior del complejo, vestirte de paisano y salir por una puerta lateral. Si vemos que la cosa se pone un poco dura siempre podemos activar la alarma de incendios. De todas maneras, para estar seguros deberíamos llevarnos a la chica como rehén.
-Ya lo había pensado pero no sé, quizás nos retrase en nuestra huida. Y luego ¿Qué haríamos con ella?
-Matarla, por supuesto ya sabes que no me gustan los testigos. –Dijo fríamente Ingrid – ¿O le estás cogiendo cariño?
Antes de que pudiese responder note como su zapato se había colado entre mis piernas y me acariciaba con suavidad el paquete.
-Quizás ahora esa furcia te gusta más que yo. –me reprochó Ingrid haciendo un mohín.
-Sabes que eso es una tontería –respondió  ofendido bajándose la bragueta disimuladamente.
 -Más te vale,  -replicó ella clavándome con una fuerza cuidadosamente calculada el tacón de aguja en el escroto –porque lo más probable es que tenga que morir.
Mario soltó un respingo pero no dijo nada, concentrado únicamente en su erección.
Con su habitual maestría, se las arregló para introducir el pene en el puente del zapato y empezó a acariciárselo con suavidad. De vez en cuando giraba el tobillo y haciendo palanca con el tacón presionaba y doblaba su polla erecta para luego soltarla de un golpe y dejarla moviéndose sola, dura y desconsolada en busca de sexo.
Con un movimiento lento y aparentemente casual separó un poco la silla hacía atrás lo suficiente como para que pudiese verle las rodillas y el principio de las piernas desde el otro lado de la mesa. Poco a poco y sin dejar de observar la expresión ansiosa de Mario, fue separando las piernas milímetro a milímetro. La suave banda elástica de las medías adornada con motivos vegetales daba paso a la pálida piel del interior de sus muslos. Cuando termino de abrirse para él, descubrió que no llevaba bragas y Mario pudo ver como de su sexo rojo e hinchado escapaba una gota de líquido claro que resbalaba poco a poco por su piel en dirección a la silla.
Le costó horrores contenerse y no tirarse encima de ella como un animal. Sus manos se agarraron al canto de la mesa hasta que los nudillos se pusieron blancos. La visión del coño húmedo y cuidadosamente arreglado de Ingrid tan cerca y tan lejos le devolvió a los salvajes encuentros que habían tenido en el pasado.
Ingrid volvió a acercarse a la mesa y quitándose el zapato comenzó a acariciarle la polla con sus dedos y con sus medias de seda.
-¿Recuerdas mis polvos? –Comenzó sin parar de recorrer toda la longitud de aquel pene con sus pies -¿Recuerdas cómo jugaba con tu pene en mi boca? ¿Cómo me lo metía entero y me lo sacaba poco a poco atrapado entre mis dientes?
-Si recuerdo alguna vez las marcas de tus dientes en mi glande, recuerdo tu cuerpo retorciéndose cada vez que te penetraba, recuerdo tus gritos, tus arañazos y tus mordiscos cada vez que mis bolas golpeaban contra tu sexo… -continué yo, intentando apretarme contra sus pies calientes y agiles.
-Quiero que cuando te folles a esa mosquita muerta rememores las veces en que me penetrabas por detrás y me follabas sin contemplaciones, cubriéndome con tu cuerpo y mordiéndome la nuca y la espalda como si fuese una leona…
El movimiento de sus pies se hizo más rápido, lo mismo que la respiración de Mario. Ingrid con sorprendente habilidad engancho la punta del pene con su media y tiro hacia abajo envolviendo parte de la polla con el suave tejido. Cada vez que tiraba hacia abajo la malla de seda se le clavaba con deliciosa suavidad en el pene, cuando subía los dedos de Ingrid recorrían su verga y jugaban con sus partes más sensibles mientras que con el otro pie le acariciaba los huevos.
Incapaz de contenerse por más tiempo Mario se corrió empapando la punta de la media y los dedos con su semen espeso y caliente.  Ingrid siguió acariciándole unos segundos más hasta que el pene termino de moverse y comenzó a contraerse lentamente.
Sin decir una palabra se puso los zapatos, recogió el block metiéndolo en la cartera, se levantó y colocándose la ropa le saludo con formalidad mientras que con sus ojos de gata le decía todo tipo de guarradas.
Sin levantarse de la silla, Mario la vio alejarse maravillándose de cómo podía mantener aquel paso ágil y felino con aquellos zapatos húmedos y aquellas medias pringosas de sexo.

Pasaron los días sin que Cat tomase ninguna decisión. Finalmente lo dejo pasar y se juró a sí misma que no volvería a cometer ninguna locura parecida en su vida… 


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Relato erótico: “Enemigo público IV” (POR ALEX BLAME)

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Después de la reunión con Ingrid, Mario tenía dos objetivos en mente, seguir con su campaña de hombre violento y peligroso y aliviar su tensión sexual creciente sin recurrir a sodomizar ningún puto.
La mañana siguiente,  cuando paseaba en el patio, se presentó la oportunidad.  Edu el majadero  estaba  sentado en un  banco haciendo pesas.
Edu era un viejo conocido, había hecho algunos trabajitos con el hacía años pero le daba tanto a los porros y a los esteroides que se terminó convirtiendo en un tío imprevisible. Llevaba en la cárcel dos años y aún le quedaban otros tres. Su novia era una colombiana más caliente que la superficie del sol y no se había logrado adaptar a la nueva situación de pseudoviudez. Seguía visitándole todos los fines de semana y gastando su dinero pero no podía evitar ir saltando de cama en cama cada vez que tenía picor de ingles, cosa que le ocurría con cierta frecuencia.
Antes de hacer el último atraco Mario estuvo vigilando el banco un par de días con un tal Antonio que además de ser uno de los amantes ocasionales de la colombiana era un gran narrador de historias. Entre todas las historias que le contó, una de las que más le gustó fue precisamente la de un polvo que echó con Opalina que así se llamaba la mujer.
La narración fue tan detallada y minuciosa que sólo un video podía haber mejorado la imagen que tenía de la novia de Edu.
Aunque sólo la había visto una vez y por unos segundos en una fiesta hacía años,  gracias a Antonio ahora Mario conocía hasta el lunar del lugar más recóndito de su anatomía, e iba a aprovecharlo.
Tras dar cuatro vueltas al patio corriendo y lanzando golpes con sus puños al aire como todas las mañanas, se acercó a Edu que seguía concentrado en lo suyo, levantar pesas y besar sus bíceps:
-Hola Edu ¿Qué tal te va?  -dijo a modo de saludo.
-Bien, bien. Aquí haciendo un poco de ejercicio.
-¡Ah! Eso está bien, no hay que dejarse sólo porque estés en este cuchitril –Dijo en tono conciliador antes de soltarle la bomba. –pero en realidad no quería hablarte de eso.
-Verás  -dijo Mario empezando una disculpa al más puro estilo “Me llamo Earl” –resulta que hace dos meses justo antes del juicio estaba estresadisimo y me encontré con tu mujer.
Edu dejo las pesas de repente y le miró fijamente con el ceño fruncido pero no dijo nada.
-No me mires así tío  –dijo Mario levantando las manos en actitud defensiva  -la culpa no fue del todo mía. ¿Quién se pude resistir a un culo y unas tetas así?
-Me estás tomando el pelo –replicó Edu levantándose del banco de pesas.
-¡Ojalá! –dijo Mario mientras  alrededor de ambos se formaba un corro que ya era capaz de oler la sangre. –no sabes cuánto lo siento y precisamente por eso y porque te considero mi colega tengo que contártelo.
-El caso es que yo estaba a punto de entrar en la vista para mi libertad condicional y me la encontré saliendo de un juicio rápido por unas multas de tráfico impagadas. Así que ella cabreada y yo nerviosísimo colisionamos en el pasillo provocando una nube de papeles en forma de hongo. Al agacharnos a recogerlos nuestras cabezas chocaron y en ese momento nos reconocimos y nos echamos a reír.
-La verdad es que en aquella cena apenas le puse los ojos encima –continuó Mario –pero en los juzgados los nervios y la conmoción cerebral no fueron capaces de evitar admirarme de lo buena que está tu mujer. La piel color tabaco, los labios gruesos, los ojos oscuros y profundos, el culo enorme y prieto que tienen las mulatas y esos pechos enormes. Encima llevaba un minúsculo vestidito amarillo  que dejaba ver sus muslos firmes y atléticos y que se cruzaba justo por debajo de su busto levantando y apretujando sus enormes melones contra un escote profundo haciendo que el Cañón del Colorado, comparado con su canalillo, pareciese un surco para plantar espárragos…
En ese momento Edu no pudo contenerse más y se lanzó contra Mario con toda la fuerza y la torpeza que le proporcionaba su ira. Mario, excampeón provincial de peso Crucero en su juventud, lo esquivó sin dificultad y aprovechó para hacerle la zancadilla cuando  aquella inmensa mole de ciento diez quilos de puro músculo pasaba a su lado  trastabillando levantando una nube de polvo y detritus al caer.
 -…Nos pusimos a charlar y en unos minutos Opalina me había contado su triste…  vuestra triste situación. –Dijo Mario sin inmutarse mientras dos buenos samaritanos ayudaban a levantarse a Edu y le sacudían el polvo del mono penitenciario mientras la parroquia sonreía disimuladamente –Me contó lo mal que lo pasaba por las noches y se echó a llorar desconsoladamente en mis brazos. Yo sin saber que hacer la abracé y en el justo momento que sus pechos y sus caderas se apretujaron contra mí me di cuenta de mi error…
Edu recuperado del batacazo, esta vez fue más listo y se acercó a Mario con más prudencia.
-… La reacción de mi polla fue instantánea y me hubiese muerto de vergüenza allí mismo si no fuese por la mirada y la sonrisa lujuriosas de tu hembra. –continuó Mario a la vez que esquivaba dos directos demoledores de Edu y le largaba un directo al plexo solar que le hacía retroceder unos pasos jadeante. –inmediatamente se dio la vuelta y apretó su enorme culo contra mi polla dura y caliente como un hierro al rojo…
A todo esto, no hay nada mejor para reunir a una multitud en una cárcel que la sangre y el sexo. Hasta los guardias se acercaron dispuestos a disfrutar del espectáculo y con las porras preparadas para evitar que la cosa se desmandase.
Tras los dos primeros minutos la gente ya estaba apostando, no sólo por el resultado de la pelea, cuantos heridos habría aparte de ellos dos o en que parte de su anatomía descargaría el contenido de sus testículos. Mientras tanto Mario seguía hablando, esquivando puñetazos y bailando alrededor de Edu sin siquiera jadear:
-… La casualidad quiso que justo enfrente de nosotros saliese una mujer de una pequeña habitación con material de oficina. Sin parar de frotarnos y sobarnos el uno contra el otro cogimos la puerta antes de que se cerrase y nos colamos dentro. La habitación era oscura cuadrada y pequeña pero estaba iluminada con una bombilla de sesenta vatios y lo mejor, contra la pared había apiladas tres cómodas sillas de oficina. Cogí una de ellas y me senté a ver como Opalina se meneaba y se iba desnudando poco a poco…
-¡Hijo la gran puta! ¡Cabrón! ¡Voy a arrancarte  los ojos y te los meteré por el culo! –Chilló Edu fuera de sí lanzándole un gancho que no le dio por milímetros.
Mario, sin perder su sangre fría interrumpió su relato para lanzarle un directo que impacto con un desagradable crujido en la nariz de Edu, la cual se puso inmediatamente a sangrar.
-El rápido estriptease termino con el orondo y turgente culo de tu novia a la justa altura de mi cara, -reanudo Mario su relato –así que separe sus nalgas dejándome obnubilado la vista del interior de su sexo rosado y húmedo contrastando con el intenso moreno de su piel y el abundante matojo de pelo negro que lo rodeaba. Ella, creyendo que yo dudaba agitó su culo como una avispa  gimiendo con el placer anticipado…
La sangre manaba en abundancia de la nariz torcida de Edu pero esto no impedía que redoblara sus ataques aunque siempre con escaso éxito. Mario mientras tanto, se limitaba, gracias a su envergadura, a mantenerlo a distancia con combinaciones de jabs y directos.
-…No me hice esperar y recorrí su sexo con mi lengua hasta terminar aprisionando su clítoris entre mis labios. Ella grito y se sujetó a una estantería temblando. Continué explorando su anatomía con mis dedos y mi boca, su sexo vibraba y expulsaba fluidos que yo chuperreteaba golosamente…
Edu seguía insultándole y con un buen amago logró superar la guardia de Mario impactando con su puño en el pecho. Mario vaciló y se dejó caer contra el círculo de espectadores para recuperarse. Edu se lanzó sobre él como una bestia y le lanzó un directo capaz de derribar un árbol pero Mario ya se había movido y en lugar de él,  un gilipollas del bloque tres volaba por un lado y sus dientes por el otro.
-… ¡Caray! Eso ha dolido Edu. –Dijo Mario sonriendo –Por dónde íbamos… ¡Ah! Sí. Como ambos teníamos algo de prisa ella se giró y se sentó encima de mí a la vez que se metía mi polla en su coño con un largo suspiro…
-Tan largo como tu polla, ¿eh tío? –dijo un payaso en primera fila justo antes de que Edu se volviese y le rompiese la mandíbula.
 -Gracias por pedir silencio Edu –dijo Mario ante la rechifla general –no sabes lo que me cuesta contarte esto y que me interrumpan constantemente lo hace más duro todavía.
-… Con toda mi polla en su interior comenzó a bailar una cumbia sobre mí. Su culo se agitaba y se retorcía a un ritmo endiablado mientras yo chupaba y mordisqueaba sus pezones duros y grandes con esas areolas del tamaño de galletas María…
-Tu chorba es tan caliente que en pocos minutos ya se había corrido  un par de veces y ante mi estupefacción  se levantó y agarrándose a la estantería y separando las piernas me dijo “follame el culo”.
-Ni corto ni perezoso lubrique un poco mi polla y la introduje poco a poco, suavemente en el culo de tu compañera. –Continuó Mario –A pesar de tener un culo tan grande Opalina tiene un ojete deliciosamente estrecho, su esfínter se contrajo varias veces intentando expulsar aquel cuerpo duro y caliente pero rápidamente se dilató permitiéndome penetrarla sin dificultad. Los primeros gemidos y lamentos de dolor  de Opalina rápidamente se convirtieron en suplicas para que entrase más rápido y más profundo…
Mario, que se estaba empezando a cansar, cambio de táctica y empezó a machacar a Edu a conciencia para poder derribarlo con el fin de la historia.
-…  Con cada nueva acometida, Opalina se agarraba con más fuerza a la estantería hasta que un nuevo orgasmo, más fuerte que los anteriores, le recorrió todo el cuerpo haciéndole temblar de pies a cabeza con una violencia tal, que acabó con la mayor parte del contenido de la estantería en el suelo.
La cara de Edu era un poema. Tenía un ojo hinchado y por el otro apenas podía ver y la sangre corría, proveniente de su nariz, por su mono manchando todo el pecho de un rojo intenso, arterial.
-… Sudorosa y jadeante Opalina se arrodilló ante mí y mirándome a los ojos se metió mi polla profundamente en su boca,  hasta casi atragantarse. Cuando la sacó, la rodeó delicadamente con sus manos  y empezó a jugar con sus labios y su lengua en mi glande. Mi polla palpitaba y se retorcía a punto de reventar. Opalina, consciente de que ya no podía aguantarme un segundo más, se la metió de nuevo en la boca y la chupó con fuerza hasta que me corrí.
-…Esta vez fue ella la que sorbió con gusto mi semen mientras me acariciaba los huevos con suavidad como queriendo exprimir hasta la última gota de su contenido…
En ese momento un último intento de Edu por alcanzarle falló estrepitosamente y  Mario aprovecho para sacudirle un violento crochet de derechas que le dio entre la sien y la oreja dejándole totalmente sonado. Un último directo acabó con Edu en el suelo totalmente inconsciente.
En pocos segundos la gente empezó a cobrar sus apuestas. Un pequeño malentendido degeneró en una reyerta que acabó con otras tres personas más en la enfermería, una por un pincho y las otras dos por las porras y los táseres de la policía.
No estaba mal, había empezado una pelea con innumerables testigos que había terminado con seis reclusos en la enfermería, uno de los cuales, Edu, estaba bastante más que abollado.
Dentro de dos días vería a Cat, y dentro de una semana… la libertad.
 
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Relato erótico: “Enemigo público V” (POR ALEX BLAME)

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Nunca en su vida Cat se había puesto a fumar antes de desayunar pero se despertó tan ansiosa que su primer movimiento al sonar el despertador fue acercar la mano al paquete de tabaco. Sólo después de dar dos intensas caladas se serenó lo suficiente para darse cuenta que el despertador seguía aullando. Lo apagó y se dirigió al baño para darse una ducha.
La determinación de los primeros días se había ido esfumando y las noches se llenaban  de pesadillas violentas y lujuriosas.
Al  final, el día que tanto ansiaba y temía había llegado. Desnuda delante del espejo notaba como todo su cuerpo hormigueaba y bullía de una excitación que ni siquiera la nicotina había conseguido calmar. Se acercó al armario y se miró al espejo que cubría uno de sus paneles.  Allí parada y desnuda ante el espejo se rindió y se preparó para un nuevo encuentro con Mario.
Con el cuerpo aun tibio por la ducha eligió un conjunto de ropa interior con medias a juego que había comprado carísimo y que aún no había estrenado. El día prometía ser tórrido así que se decantó por una minifalda negra que  llegaba justo por debajo  del elástico de las medias y una blusa de seda blanca y translúcida que se cerraba por detrás. Satisfecha se miró una vez más al espejo y tras maquillarse, hacerse un apretado moño con su pelo y ponerse una gabardina y los zapatos de tacón negros salió suspirando a la calle.
Cuando entró en el Alfa notó como le temblaban las manos al introducir la llave en el contacto. Se había entretenido demasiado preparándose, así que excitada por la prisa y por el inminente reencuentro, se deslizó entre el tráfico velozmente esquivando coches y camionetas de reparto, adelantando por la derecha e incluso saltándose un par de semáforos.
Aún así llego diez minutos tarde. Cuando pasó el control de la entrada ya había un funcionario esperándola.
-Hola Caterina, hoy llegas un poco tarde. –dijo el funcionario a modo de saludo.
-Hola Melecio, me dormí y el tráfico está fatal. ¿Está Mario esperando ya? –preguntó intentando que no le temblara la voz.
-Sí, pero antes tienes que pasar un momento por el despacho del alcaide, quiere verte por no sé qué asunto urgente.
-Dios –pensó Cat tragando saliva mientras seguía en silencio al guardia hasta el despacho del alcaide.
A medida que se acercaba la angustia le atenazaba y no podía imaginar otra razón para ir allí que no fuese su sesión de sexo ilícito. Intentó preparar un discurso de disculpa y un modo de despedirse de aquel trabajo con dignidad pero su mente era un revoltijo y lo único en lo que podía pensar era en que ya no podría volver a abrazar el cuerpo desnudo  de Mario.
Melecio abrió la puerta del despacho del alcaide sin ceremonias y le franqueó el paso.
-Hola Cat,  –dijo el alcaide saliendo de detrás del escritorio y dándole la mano. – adelante quítate la gabardina y siéntate por favor.
Cat se sentó pero no se atrevió a quitarse la gabardina enseñando su atrevida indumentaria y  dio una excusa imprecisa para dejarla puesta mientras se sentaba. Ante ella, con su impecable traje de raya diplomática y sus gafas redondas en la mano, el alcaide la miraba con algo más que curiosidad.
-Te preguntaras por qué estás aquí –comenzó el alcaide mientras echaba una fugaz mirada a Cat en el momento en que ésta cruzaba las piernas y estiraba su gabardina. –Bien, ¿Ves ese montón de expedientes en mi mesa? Son los candidatos que se han presentado para tu puesto.   Entre ellos hay muchos con mejor currículo y otros tantos con insistentes recomendaciones, hasta he recibido la llamada de un secretario de estado, pero te he elegido a ti.
-No entiendo…
-¡Oh! Es muy sencillo. –le interrumpió posando sus gordezuelas manos en los hombros de Cat.
-Eres una mujer muy hermosa –continuó el alcaide acariciando la mandíbula de Cat haciéndola recurrir a toda su fuerza de voluntad para no crispar todo su cuerpo ante el contacto. –y eso no abunda por aquí. Yo soy de la opinión de que en una población de setecientos reclusos salidos,  esto puede llegar a ser muy útil. Precisamente he estado pensando estos días en uno de tus pacientes ese tal Frías.
-Si Mario Frías, un tipo de cuidado. –intervino Cat intentando fingir desapego y profesionalidad. –pero si lo que quiere es saber algo de lo que hablamos en las sesiones, sabe de sobra que está amparado por el secreto profesional.
-Mmm, sí, eso  es un pequeño inconveniente, pero deje que le explique y luego podemos volver a lo del secreto profesional. Supongo que ya habrá leído su expediente,  así que no hace falta que le recuerde que ese hombre atracó un banco con extrema violencia. Lo que no conoce son las circunstancias de la detención. Ese hombre acompañado de dos cómplices, uno de ellos una mujer entraron en el Barclays y después de reducir a los guardias  se dirigieron directamente al despacho del director y le arrebataron la llave de la sala de las cajas de seguridad. Una vez allí ignorando un montón de dinero en efectivo abrieron solamente tres cajas y se llevaron todo su contenido. En tres minutos estaban fuera, se largaron en un RS3 robado y no le hubiésemos pillado si no se hubiese demorado a la hora de cambiar de coche. Según parece fueron al polígono industrial donde tenían escondido el segundo coche pero éste no arrancó, así que Mario optó por dejar a sus compinches en distintos puntos del barrio e ir a deshacerse del coche a otro lugar. Entonces fue cuando tuvo el accidente, nadie resultó herido pero tres personas le vieron la cara, con lo que sabiendo que tarde o temprano iba a ser identificado, abandonó  el coche y escondió el botín.
-Un día después fue detenido, se le sometió a un escrupuloso interrogatorio, se registró su apartamento y se interrogó a todos sus familiares y conocidos pero no se consiguió dar ni con sus cómplices ni con el botín.  Nadie sabe lo que había en las cajas de seguridad pero la aseguradora ofrece casi dos millones de recompensa por su contenido y ahí es dónde entras tú. Estaría dispuesto a ofrecerte, digamos, el treinta por ciento de esa recompensa por tu colaboración.
Fingiendo meditarlo, Cat se tomó su tiempo para contestar.  Cambió de postura descruzando las piernas para ganar un poco más de tiempo y tras lanzar una mirada valorativa al alcaide dijo:
-El cincuenta.
-Imposible, el plan es mío y estoy asumiendo muchos riesgos.
-No tanto como los que yo voy a tomar. Tú puedes acabar despedido pero yo voy a la cárcel de cabeza, además el setenta por ciento de cero es cero, bastante menos que el cincuenta por ciento de dos millones.
-Está bien –replicó el alcaide mortificado –pero quiero resultados rápido. Haz lo que haga falta, si necesitas algo…
-De momento no necesito nada –dijo Cat evasivamente
– ¿En qué piensas?
-En que esto va a llevar su tiempo. Ese hombre es astuto, obstinado y extremadamente violento. Debemos hacerlo con cautela. Si se huele algo incluso podría correr peligro. Si se me ocurre algo ya te llamaré.
-Muy bien pero el tiempo no nos sobra,  no lo desperdicies. –dijo el hombre intentando ocultar sin éxito el brillo de avaricia de sus ojos tras los redondos cristales de sus gafas. –Hay mucha gente detrás de esa recompensa.
Cuando Cat entró en su despacho, Mario ya estaba cómodamente repantigado en el tresillo con los ojos cerrados pero indudablemente alerta. Sin hacer caso de su taconeo el hombre siguió tumbado con sus manos encadenadas reposando en su regazo.
-¿Estás cómodo? –preguntó Cat mientras se sentaba al otro lado del escritorio.
-Llegas tarde –respondió Mario lacónico.
-Tuve una reunión con el alcaide. –dijo Cat ligeramente irritada por la actitud del hombre.
-Ajá, -dijo Mario incorporándose. –Me imagino de que habrás hablado con ese viejo verde.  ¿Te gusta la sensación de  esas manos gordezuelas sobre tu cuerpo? Por lo que me han dicho tiene especial fijación por los pezones y tú los tienes muy bonitos…
Cat no respondió ante la provocación y cogió el expediente de Mario que por lo visto no paraba de crecer. En él se incluía un nuevo y detallado informe sobre la pelea en el patio hacía dos días.
-Tú también has estado entretenido por lo que veo –dijo Cat  hojeando el informe para aparentar una calma que no sentía.
-¿De veras quieres hablar de eso? –replicó Mario levantándose y acercándose a Cat. –Si quieres podemos matar el tiempo que tenemos hablando sobre mi infancia. Sobre cómo me violaba mi abuelito y como eso llevo a un niño inocente a convertirse en un delincuente sin escrúpulos o…
Sin terminar la frase agarró a Cat por la gabardina y levantándola la beso con intensidad.  Cat intento separarse para respirar pero Mario tenía aprisionada su cabeza entre sus manos. Notó como Mario le quitaba las horquillas que mantenían su moño sin dejar de explorar su boca provocando una avalancha de pelo rubio por su espalda.
Cat se separó y se quitó la gabardina tirándola sobre la silla, Mario se quedó parado  admirándola y haciendo sonar las cadenas de sus esposas.
El tiempo inactivo no había mermado sus capacidades y en cuestión de medio minuto las horquillas de Cat le sirvieron para abrir las esposas.  Sin darle tiempo a que  la joven se apercibiera, Mario se acercó y la besó de nuevo, todavía con las esposas puestas pero no cerradas. Con un movimiento rápido se sacó las esposas y tirando de las muñecas de Cat la esposo con las manos  a la espalda.
-¿Qué haces? –Preguntó Cat de nuevo sorprendida por aquel hombre. –¡Quítame esto ahora mismo!
-Tranquila sólo te estoy proporcionando una valiosa experiencia. –Dijo Mario con una mueca de diversión –Quiero que experimentes lo que se siente ante la privación de libertad.
Cat intentó decir algo pero Mario le tapó la boca:
-Uno de las primeras consecuencias es que no siempre puedes decir lo que deseas.
-Tampoco puedes defenderte –continuó Mario agarrando a Cat por el pelo y obligándola a arrodillarse.
Humillada Cat permaneció arrodillada en silencio mientras observaba como Mario se desnudaba. Un gran cardenal adornaba el centro de su pecho  recordándole la violencia de que era capaz aquel hombre. Sin saber por qué le vino a la memoria un artículo de un viejo libro de la biblioteca de la facultad en la que se asociaba la asimetría de los rostros con la brutalidad de los asesinos.
-En la vida pocas veces tienes lo que quieres, en la cárcel conseguir una sola cosa es la excepción que confirma la regla. Hasta la más pequeña minucia que en una vida normal no apreciarías aquí se convierte en un privilegio. –dijo Mario mientras terminaba de quitarse toda la ropa.
Cat vio cómo su pene casi totalmente erecto se balanceaba mientras Mario se acercaba a ella. Arrodillada y con las manos a la espalda no pudo evitar que Mario le agarrase de nuevo del pelo y le metiese la polla en la boca sin contemplaciones. Sin sus manos para controlar la profundidad de su penetración. Notó como la polla de Mario se alojaba en el fondo de su garganta y crecía de tamaño hasta sofocarla.
-Lo primero que notas cuando te privan de la libertad es lo poco que la valoras cuando disfrutas de ella, y cuando te la quitan es como si te faltase el aire. ¿No crees? –dijo Mario mientras retiraba un poco su pene para permitirla respirar.
Cat, medio ahogada tosió y escupió sin decir nada, únicamente concentrada en respirar. A pesar de todo el maltrato y lo incómodo de su situación, todo su cuerpo hervía de deseo por aquel hombre. Aún jadeante acerco su cara al miembro cárdeno y palpitante de Mario y lo acarició suavemente con la lengua recorriendo y chupando lentamente toda su longitud hasta llegar al escroto.
Mario se dejó hacer cerrando los ojos para concentrarse en el placer profundo y primario que le proporcionaba Cat al chupar sus testículos. Poco a poco volvió a la realidad y cogiendo su pelo lo utilizó para obligarla a ponerse de pie.
El dolor de su cuero cabelludo al levantarse utilizando el pelo como único puto de apoyo le hizo soltar a Cat un gritito ahogado. Una vez en pie Mario empujo su cuerpo indefenso hasta topar con el escritorio.
-Otra cosa que experimentas casi desde el primer momento es que la fuerza es la que gobierna todo tu mundo.
Cat indefensa como estaba con la mano de él pegándole el rostro contra la brillante superficie del escritorio no hubiese podido evitar que Mario hiciese lo que le viniese en gana aunque hubiese querido. Inmovilizada y con el culo al aire  no pudo evitar que Mario le separase las piernas con varios cachetes en la sensible piel del interior de sus muslos y acariciase rudamente e exterior de su sexo estremeciéndola de placer. Cat  agito el culo  y gimió excitada intentando incitar a Mario a follarla.
Ignorándola pero sin soltarla, Mario le acaricio la vulva y el ano sin poder apartar la mirada de sus piernas torneadas enfundadas en las finas medias, y  con los muslos rojos por sus azotes. Incapaz de resistirse pellizcó y mordió su culo con fuerza arrancándole gritos de dolor y excitación.
Cuando Mario la penetró finalmente, todo su cuerpo se estremeció. Su polla dura y caliente resbalaba en su interior excitando todas sus terminaciones nerviosas y provocándole una avalancha de sensaciones que apenas podía abarcar.  No se movía, no pensaba, sólo se dejaba llevar  y gemía al ritmo de las embestidas de Mario incapaz de contener su placer.
Mientras Cat se abandonaba al placer Mario tiro de su pelo  y con un empujón calculado, la estrello contra la pared. Con satisfacción vio como Cat trastabillando e incapaz de parar su caída impacto contra la pared con el pecho perdiendo el aliento.
-Otra cosa que crispa los nervios a una persona cautiva son los registros. –dijo Mario mientras aprovechaba la sorpresa de Cat para arrancarle los botones de la blusa y desabrocharle el sujetador.– Suelen ser sorpresivos y violentos. No sólo tienen el objetivo de detectar objetos o substancias ilícitas también son un eficaz medio de coerción y humillación.
Las manos de Mario la abrazaban por dentro de la blusa amasando sus pechos, acariciando y pellizcando sus pezones. En ese momento Mario  cogió su polla y con un empujón seco  la introdujo en el culo de Cat.
Cat grito de dolor e intentó apartarse pero Mario la aprisiono con su cuerpo contra la pared inmovilizándola con lo que Cat sólo podía hacer leves intentos con las manos que tenía inmovilizadas a su espalda.
Cat, con todos los músculos contraídos por el dolor intento relajarse y respirar con normalidad para mitigarlo. Poco a poco su ano fue adaptándose al miembro de Mario y el dolor se hizo soportable. Antes de empezar a moverse en su interior Mario comenzó a acariciar su sexo con habilidad inflamándola. Sin darse cuenta fue ella la que empezó a moverse acompañando las caricias de Mario. Pronto comenzó a sentir un contraste delicioso. Por detrás el dolor que le producía el pene de Mario abriéndose paso por sus entrañas, por delante sus manos acariciándola, encendiéndola y excitándola, por detrás el calor y la suavidad firme del cuerpo de Mario, por delante   la dureza fría y húmeda de la pared de la oficina.
Esta vez con más delicadeza Mario comenzó a empujar dentro de Cat. Su culo virgen rodeaba y apretaba su miembro con fuerza haciéndole gemir. Cogiéndole de los brazos la separo de la pared y siguió penetrándola cada vez con más fuerza. Cat  emitía leves quejidos y contraía los músculos de  las piernas intentando instintivamente mantener el  equilibrio. Sin dejar de penetrarla finalmente le quito las esposas.
Cat se separó  de  él inmediatamente y sin dejar de frotarse las muñecas maltratadas se volvió  y le escupió. Le escocia el culo pero ya no podía parar. Le quería otra vez en su interior pero se tomó su tiempo.
-¿A qué adivino que es lo peor? –dijo ella dándole la espalda y quitándose la falda y las bragas. –Lo peor es la espera, cuanto menos tiempo queda más lento se arrastra el tiempo y más locuras se te pasan por la cabeza. Ahora te quedan más de diez años y no lo piensas –dijo acercándose a él de nuevo y acariciando y observando a su antojo el cuerpo desnudo de Mario.
Haciéndole una seña con la mano para que se sentase se sacó el sujetador quedándose desnuda delante de él salvo por la tenue blusa y empezó a masturbarse. Se acercó a Mario y dándole la espalda se inclinó para que  pudiese ver su sexo dolorosamente excitado justo antes de que volviese a meter el pene en su culo. El dolor había quedado ya muy atrás y Cat subía y bajaba con fuerza sintiendo oleadas de placer cada vez más intenso.
Finalmente Cat se corrió pero Mario, incansable, siguió acariciándole su sexo abierto hasta que Cat con un segundo orgasmo noto como su coño se inundaba  y expulsaba un chorro de líquido al exterior.
Cat se levantó, sus pierna brillaban  y su blusa se pegaba a sus pechos como en un concurso de camisetas mojadas. Adivinando sus deseos, Cat le acerco los pechos  y le dejo chupar los pezones. Después del segundo orgasmo había quedado satisfecha y sólo quería que el disfrutase. Se agachó y sin dejar de mirarle con esos ojos profundos y avellanados metió su polla bajo la blusa y la introdujo entre sus pechos tibios y suaves. Ayudándose con sus manos los apretó contra la polla  de Mario dejando que el la deslizase entre ellos hasta que Mario empezó a dar señales de que no iba  aguantar mucho más.
Cat volvió a coger la polla de Mario   y se la metió en la boca chupándola y lamiéndola con suavidad mientras Mario eyaculaba  con todo su cuerpo crispado por el placer…
-¿De qué hablaste con el alcaide? –pregunto Mario mientras se abrazaban y descansaban desnudos en el tresillo.
-Oh, nada, tiene la estúpida idea de que te puedo sacar información a base de polvos. Peor para él. Así podre pedir una supervisión más frecuente de un  caso tan límite como el tuyo.
-Mmm –intento disimular Mario sin terminar de creer en su buena suerte.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta la idea? –Preguntó Cat incorporándose y mirándole a los ojos.
-No, es que se me acaba de ocurrir que si me ingresases en una institución psiquiátrica podrías someterme a una observación constante y el alcaide no podría interrumpir nuestra relación a su capricho.
-No te soltará tan fácilmente. Cree que eres la gallina de los huevos de oro.
-Puedes sugerirle que me puedes sacar la vedad más rápidamente con las drogas.
-¡Joder como no se me había ocurrido! Mañana mismo le llamo. Estoy segura de que esa garrapata avariciosa aceptara sin pensarlo dos veces. Pero hay un inconveniente, para hacerlo hay que pasar por un tribunal médico en el que no puedo influir. Tendré que prepararte para que lo pases.
-¿Y dónde es?
-Suelen hacerse todos en el Hospital de la Piedad, a unos quince quilómetros de aquí. Está relativamente cerca y tienen un buen servicio de psiquiatría siempre dispuesto a colaborar.
Cuando finalmente se separaron la satisfacción de Cat era enorme pero la de Mario no podía medirse. Estaba a dos pasos de la libertad. Sólo un detalle  ensombrecía su exultante alegría, la imagen del cuerpo frio y muerto de Cat…
 
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Relato erótico: “Desafio extremo” (POR ALEX BLAME)

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Debe ser mi pasado como deportista, pero cuando veo un desafío soy como Jesús Calleja, no cejo hasta que lo conquisto y la primera vez que la vi, acompañada de su vigilante madre, sabía que era gordo como los catorce ochomiles.
Cuando me crucé con ella por primera vez, el pañuelo blanco severamente ajustado al delicado óvalo de su  cabeza no impedía que un pequeño mechón negro y brillante como el ala de un cuervo escapase por el borde superior. Aprovechando mis gafas de espejo, disminuí un poco el ritmo de mis pasos y me dediqué  a observar a la joven.  Durante los escasos segundos que tardo en pasar ante mí, pude apreciar unos ojos grandes redondos y expresivos de color caramelo  enmarcados por unas cejas finas y unas pestañas largas y rizadas. Su nariz era pequeña y respingona, sus labios gruesos y rojos  y su cutis era pálido y suave,  sin ninguna mancha aparte de un pequeño lunar en el pómulo izquierdo, todo sin una  gota de maquillaje.
Me aparté para dejarlas pasar por la estrecha acera y aproveché para echarle un último vistazo a su cuerpo, tan rotundo y voluptuoso que el vestido largo y basto como un saco no era capaz de disimular.
A partir de aquel día comencé a acecharlas, y digo bien acecharlas porque la madre,  un esperpento pelirrojo y de malignos ojos verdes la vigilaba como un halcón y no se separaba de ella ni veinte centímetros.
Salían todos los días a caminar con aquella especie de hábitos. La única concesión que hacían en su indumentaria era un paraguas negro y grande como una carpa si llovía y unos abrigos gruesos de lana en lo más crudo del invierno.
Al principio me limité a observarlas de lejos con ropas discretas y sin quitarme las gafas de sol, pero cuando me sentí un poco más seguro,  me puse un sobrio traje negro,  me afeité  la perilla y comencé a coincidir con ellas y a saludarlas amablemente en la calle, en el supermercado o en la iglesia de santo Tomás Apóstol a la que acudían casi todos los días a oír misa a las ocho de la tarde. Cuando me las encontraba me mostraba exquisitamente solícito y jamás olvidaba saludar antes a la madre,  de dirigirme a ella cuando charlaba sobre cualquier fruslería y nunca me paraba más de dos minutos.
Poco a poco y con el paso del tiempo la relación fue afianzándose pero el avance era desesperantemente lento así que decidí  darle un empujón al asunto. Para ello le pedí un favor a mi amigo Dani que participó con mucho gusto previo pago de treinta euros y una birra.
Cuando  entraron las dos del brazo en la plaza de la iglesia,  puntualmente como todas las tardes,  se pararon en seco embargadas por el espectáculo. Allí estábamos Dani y yo discutiendo a grito pelado. Como habíamos quedado le llamé desalmado, pecador y asesino de bebes y el me propinó un izquierdazo al que yo respondí cayéndome al   suelo como un saco intentando hacerme el menor daño posible. A continuación Dani escapó corriendo con cara de gran satisfacción.
Las mujeres finalmente reaccionaron y se acercaron a mí. Yo fingí estar mareado y necesitar auxilio para levantarme y entre las dos me ayudaron a incorporarme. Por primera vez,  en cuanto la joven me tocó, ignore a la vieja harpía y le dedique una mirada de profundo agradecimiento. Enseguida  aparté la mirada y me dediqué a darle las gracias a la vieja pero no antes de comprobar en su mirada y en el ligero temblor de sus labios  la profunda emoción que había conseguido despertar en la jovencita.
Intentando no desaprovechar el momento y con una pose de profundo desaliento les conté la historia que había preparado minuciosamente.
Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada  les conté a las dos mujeres cómo mi hermano Dani había traicionado y deshonrado el nombre de la familia yéndose a vivir con una mujer divorciada, practicando el sexo con preservativo y usando la píldora del día después en repetidas ocasiones. Tras el relato y fingiéndome algo más recuperado les dejé ir a misa. Esperé un cuarto de hora y entre en la iglesia. Me senté en uno de los últimos bancos y  aguardé.

Cuando terminó  el cura y sabiendo que madre e hija se quedaban unos minutos reflexionando me acerque a él  y le pedí confesión. El cura, que no me conocía, puso cara de  escepticismo pero accedió.  Una vez arrodillado en el confesionario  y vigilando por el rabillo del ojo que era objeto de atención por parte de las dos mujeres le conté la escena de ira que había tenido lugar momentos antes así como varios pecadillos bochornosos pero sin importancia y con mi carga de avemarías y padrenuestros me dirigí al banco más cercano para hacer penitencia mientras las dos mujeres se iban de retirada sin apartar los ojos de mi atribulado personaje.
El empujón había surtido efecto y ahora cuando me encontraba a las dos “monjitas” nos parábamos a hablar durante un buen rato. A estas alturas ya me atrevía a soltar alguna mirada de casto interés a María, que así se llamaba la joven, ruborizándola y provocando miradas de fingido reproche por parte de la astuta madre.
Finalmente un día de abril, después de Semana Santa, contando con la subida de hormonas primaveral y con la prolongada separación que suponía el haberme ido a esquiar a Baqueira (para ellas una semana de profunda meditación alternada con largos periodos de ayuno en Santo Domingo de Silos) le pedí permiso a la madre para salir con su hija a pasear.
Después de cinco días de deliberaciones familiares obtuve permiso para pasear  por el parque e ir a misa, eso sí, cogidos de la mano y  vigilados estrechamente por Casilda que así se llamaba la vieja bruja.
Debíamos de ser un espectáculo de lo más chocante, incluso notaba algunas risas a mis espaldas…  también se reían de Juanito Oiarzabal cuando decía que iba a subir los catorce ochomiles.
Lo que no sabía Casilda es que como a Messi,  si me los dejan,  dos metros me bastan para hundir cualquier defensa y más si se trata de una joven de veintipocos totalmente inocente en lo que al juego amoroso se refiere.
El primer paso era hacerla reír, lo cual conseguía contándole  inocentes chistes para niños que sacaba de internet. Luego poco a poco fui elevando el tono y la seriedad de mis relatos eso si manteniendo la vista al frente y simulando total naturalidad, pero notando como la mano de la chica ardía, sudaba y se estremecía.
El domingo, después de misa  invité a Casilda y a su hija a cenar un potaje de garbanzos y un poco de pescado para agradecerles su paciencia conmigo. Ellas aceptaron sin sospechar para nada que una peligrosa trampa se estaba cerrando entorno a ellas.
Las invité a entrar,  entré cortésmente tras ellas y con discreción di dos vueltas a la cerradura  y guarde la llave en el bolsillo.
La mesa estaba puesta en el salón comedor y sin dejar a Casilda rechistar la senté delante del televisor a ver el DVD que había regalado El Progreso  con la toma de posesión del nuevo obispo, mientras me llevaba a María a la cocina con la excusa de que me ayudase a freír los jureles.
En cuanto entramos en la cocina la agarré por el cuello y utilizando mi cuerpo para inmovilizarla contra la pared  la besé.  María respondiendo a años de adoctrinamiento ultracatólico reaccionó intentando debatirse, pero en cuanto  solté su cuello e introduje  mi lengua en  su boca la sorpresa se convirtió en excitación.
Con las mejillas ruborizadas y la respiración agitada me abrazo y me devolvió el beso, primero con timidez, sin saber muy bien que hacer, luego dejándose llevar por su deseo y su instinto. Sabía a canela y clavo.
Desde el comedor llegó la voz de su madre preguntando si necesitábamos ayuda rompiendo el hechizo. Separé los labios para decirle  que estaba todo controlado y aprovechando el momento María se escurrió y se dirigió hacia el frigorífico para sacar el pescado.
Aparentando haberme calmado saqué la sartén y el aceite mientras ella enharinaba el pescado. Le deje la iniciativa y enseguida se adueñó de los fogones con una sonrisa, consciente de que le miraba el culo con descaro. Me acerqué y le quité el pañuelo, una suave cascada de pelo negro y brillante se derramó por su espalda hasta casi rozar su cintura. Tiré suavemente de el para descubrir su cuello y poder besarlo, ella soltó el mango de la sartén y se dobló dócilmente gimiendo de placer. Mientras acariciaba su pelo con una mano, ceñí su cintura con la otra apretando mi incipiente erección contra su culo. El pescado crujía, chisporroteaba y se doraba  lentamente igual que mi entrepierna. Incapaz de contenerme agarre sus pechos con fuerza.  María se puso rígida un momento pero se dejó hacer. Sus pechos, grandes como cantaros me resultaron blandos y acogedores incluso a través del basto tejido del vestido.
Con una disculpa me separe de ella y aparentando turbación por mi osadía cogí la fuente del pan y la llevé al salón. Como me había imaginado, Casilda pudiendo elegir entre varios cómodos butacones, escogió una silla pesada y de respaldo recto, sin cojín y con unos reposabrazos labrados, incómodos y duros como piedras. Totalmente abrumada por la ceremonia que estaba viendo en la tele no se dio cuenta como me acercaba por detrás. Con dos movimientos rápidos y repetidamente ensayados le até con unas bridas los brazos a los reposabrazos y antes de que se le ocurriese protestar,  estaba amordazada con un  trozo de sábana. La mujer intentó debatirse pero la silla de madera de castaño vieja y maciza apenas se movió. Con una sonrisa y un guiño la dejé y fui a la cocina.
Cuando volví a la cocina María estaba sacando los peces de la sartén. Con suavidad la aparte del pescado frito y maloliente mientras le acariciaba la cara, le besaba suavemente y le susurraba palabras de amor.
Cogiéndola de la mano y tirando suavemente de ella la llevé al salón. Cuando vio a su madre atada se sobresaltó pero un nuevo beso largo, húmedo y profundo acabó con su voluntad. Sin dejar de mirarla a los ojos le quite el burdo vestido y la sencilla ropa interior de algodón.
María,  avergonzada y temblorosa por la mirada reprobadora de su madre, intento tapar su cuerpo  rotundo y voluptuoso pero yo, tranquilizándola con palabras suaves y arrulladoras, le aparte los brazos hasta que se quedó allí, en el medio del salón, quieta como una estatua, con los brazos inertes a los lados mientras yo disfrutaba  admirando su cuerpo turgente y juvenil.
María bajo la cabeza y esperó. Yo me limite a disfrutar del momento y a observar sus pechos grandes y pesados con los  pezones rosados y pequeños, su vientre liso y sus piernas largas y torneadas. Avance unos pasos y la rodeé rozando su pubis con la punta de mis dedos provocándole un estremecimiento.
Tuve que contenerme para no dar un tremendo estrujón a ese culo y tomarla en ese mismo momento pero conteniéndome a duras penas,  me acerqué a la madre, la cual no paraba de moverse intentando liberarse.
-¿Verdad qué es una auténtica belleza? ¿Verdad que parece haber sido creada para pecar? –Le susurre a Casilda al oído –El hecho de haber esperado durante tanto tiempo la hace aún más apetitosa.
-¿Te acuerdas de tu primera vez? –Continué mientras observaba como María esperaba pacientemente con la mirada baja –seguramente tenías tan poca idea como la tiene ella ahora mismo. Igual que tú se asustará y temblará de miedo como un pajarillo cuando vea mi cuerpo desnudo y mi verga empalmada. Para cuando entierre mi miembro en su coño seguirá temblando, pero será de placer.
La vieja harpía se debatía e intentaba gritar atragantándose con la tela que tenía alojada en su garganta, tosiendo y moqueando. Sin hacer caso de su furia me quité toda la ropa hasta quedar totalmente desnudo y me acerqué a María. Ésta, acobardada por mi miembro erecto balanceándose obscenamente, dio un paso atrás.
Cuando me acerqué la tome por la nuca y la besé dejando que mi  polla rozara su vientre. El contacto con su piel suave y cálida fue exquisito. Le cogí la mano y la guie hacia mi polla. María la agarró, primero con dudas y luego con curiosidad. Al descubrir el glande se inclinó para ver mejor. Su boca estaba a escasos centímetros de mi polla y aprovechando el momento acerque mi glande a sus labios y lo metí en su boca.  Acostumbrada a obedecer María no opuso resistencia y arrodillándose empezó a chupar y a lamer siguiendo mis instrucciones mientras yo miraba malévolamente a los ojos desorbitados de su madre.
María, olvidada toda vergüenza, se incorporó y subiéndose a la mesa abrió sus piernas dejando a la vista su sexo excitado y anhelante. Me acerqué y acaricié con mis manos la mata salvaje de pelo que cubría su pubis y su sexo. Con mis dedos acaricié su vulva que reaccionó inmediatamente congestionándose y los metí en el interior de su vagina hasta chocar con el himen. María suspiro y levantó levemente las caderas intentando incitarme a seguir adelante.
Me incliné y le besé los muslos que olían a agua de rosas. Poco a poco mi lengua fue avanzando hasta que todo su sexo estuvo en el interior de mi boca.  María abrió más las piernas y tirando de mi pelo y gimiendo acompañó los movimientos de mi lengua con sus caderas. Me erguí y dejé que mi miembro erecto y brillante por la saliva de María descansase sobre su vientre  golpeando su vulva  suavemente  con mis testículos.
Tiré de ella para besarla y mi polla quedo aprisionada entre nuestros vientres. Cuando noto que mi polla superaba ampliamente la altura de su ombligo se asustó un poco y tuve que tranquilizarla. La besé y estrujé sus pechos disfrutando esta vez sin impedimentos de la suavidad de su piel. Con mis labios agarre sus pezones y se los chupe arrancándole nuevos gemidos.
Con la voz ronca por el deseo se volvió a tumbar y me pidió que fuese dulce con ella. Excitado como un burro le separé las piernas y lubricando mi pene a conciencia lo introduje en su vagina. Casi inmediatamente la punta de mi glande chocó con su virginidad. Tomándome mi tiempo y preparando a María lo tanteé un par de veces para comprobar su resistencia y luego con un movimiento seco  atravesé su himen.  María soltó un breve grito, yo continúe empujando poco a poco hasta que toda mi polla estuvo enterrada en su coño. Con suavidad empecé a entrar y salir, disfrutando de su sexo estrecho caliente y suave. María gemía y loca de placer me suplicaba que le diese más. Mi ritmo se fue acelerando,  abriéndome paso sin piedad en su interior , “citius altius fortius” hasta inundar su vagina con mi corrida.
María, al notar como mi pene escupía  el semen en su interior  paro de moverse, creyéndose satisfecha pero  tiré de ella y poniéndola de pie le di la vuelta y la penetré por detrás. Con cada embestida su culo temblaba y sus piernas vacilaban. María gritaba cada vez más fuerte a medida que iba acercándose al climax hasta que el orgasmo la dejó totalmente muda y sin aliento. Con el cuerpo temblando y paralizado por las descargas del orgasmo no pudo impedir que yo continuase penetrándola esta vez con una furia salvaje.  Enseguida note que tras un leve momento de duda separo las piernas y poniéndose de puntillas, levanto las caderas para hacer más profunda mi penetración.  Ahora ambos jadeábamos con el esfuerzo y nuestros cuerpos estaban cubiertos de sudor como dos purasangres.
Le pregunté si le gustaba y girando la cabeza con los ojos empañados por el deseo me respondió afirmativamente y me dijo que me amaba. Yo aprovechándome sin escrúpulos de su inocencia le dije que me tenía que dar una última prueba de su amor.
Sin esperar su respuesta  acaricie su culo y separe los cachetes dejando a la vista la diminuta abertura de su ano. Con firmeza pero con suavidad fui introduciendo mi pene poco  a poco hasta que estuvo dentro en su totalidad. María se limitó a adoptar una  postura más cómoda mientras soltaba un largo y quedo gemido.
Su culo era aún más estrecho y delicioso, y mientras la penetraba lentamente notaba como se contraía involuntariamente estrujándome aún más la polla. Con mis manos rodeé  su cintura y le acaricié el clítoris mientras aumentaba la fuerza de mis penetraciones.  Enseguida noté  que se relajaba y comenzaba a disfrutar.
En ese momento María me aparto y me sentó en una silla. Poniéndose de espaldas a mí, se agachó enseñándome su sexo ardiente y el interior de sus piernas por el que resbalaban sangre sudor y semen.  Sin esperar a que yo tomase la iniciativa pasó su mano entre las piernas y agarrando mi pene volvió a metérselo por el culo. Con todo el peso de su cuerpo se dejaba caer sobre mi verga cada vez más rápido mientras con las manos se acariciaba el clítoris. Mis manos recorrían su cuerpo a placer estrujando sus pechos, tirando de sus pezones  y explorando con mis dedos su boca y su coño húmedos y calientes.
Momentos después María se corrió, sin darle tregua me levanté,  con mi polla aún en su culo la guie contra la pared y tirando de su pelo con fuerza empuje salvajemente hasta  que, sacando mi polla de su culo me corrí sobre su cuerpo contraído y palpitante por el placer y la incómoda postura que le obligaba a adoptar.
Cuando la solté María calló en el suelo desmadejada. Su cara surcada por un reguero de lágrimas me miraba con sacrílega adoración.
-¿Verdad que hacemos buena pareja suegra? –Dije acercándome a Casilda y poniendo mi miembro aún erecto y  a la altura de sus ojos.
La mujer echaba fuego y relámpagos por los ojos, yo ignorándola me acerqué a María y le ayude a levantarse. Al  ver la mirada acusadora de su madre María se puso a temblar arrepentida    pero  yo  le abracé con ternura y la tranquilicé diciéndole que todo estaba bien, que no había hecho nada malo.
A continuación me la llevé a  mi dormitorio donde le esperaba un regalo.
María abrió la caja de cartón más sorprendida que ilusionada. Cuando vio el vestido de tirantes y las bailarinas a juego se quedó mirándolos sin saber muy bien que hacer. La animé a ponérselos y a mirarse al espejo. Había acertado con la talla y estaba fantástica. La luz proveniente de la ventana atravesaba el vaporoso vestido veraniego  perfilando la sinuosa silueta de la  muchacha.
-Ahora vamos a charlar con tu madre.
Cogí su mano y tiré suavemente de ella para que me siguiese, cosa que hizo a regañadientes. Cuando entramos de nuevo en el salón Casilda estaba un poco más calmada.
-Ante todo no quiero  gritos ni escándalos. Con esto sólo conseguirás perjudicarte a ti y a tu hija. – comencé mientras le quitaba la mordaza.
-Has convertido a mi hija en una Jezabel –dijo Casilda con voz áspera.
– Te equivocas la he dado a una mujer de veintitrés  años la capacidad de elegir. De sentirse, independiente, hermosa y deseada.
-Es demasiado joven y tú te has aprovechado de ella. La has mancillado y ahora es una mujer vulgar, una puta a la que todo el mundo mirará con desprecio. –Dijo Casilda intentando que María se encogiese con cada palabra.

-Despierta, ya no estamos en el siglo diecinueve, la gente que os encontráis por la calle ya os mira con desprecio, -repliqué rodeando los hombros de María para darle valor. – y María tiene derecho a decidir con su vida…
-¡Basta ya! –Estalló María deshaciéndose de mi abrazo. –Madre, ya soy mayor de edad. Puedo hacer con mi vida lo que quiera. Te quiero y también amo a Dios, pero no estoy dispuesta a vivir como una monja el resto de mi vida, ni a vestir como un esperpento, ni a someterme a normas absurdas.
-Y tú, cerdo, -se dirigió a mí clavándome el dedo en el pecho -¿Cómo te atreves a atar a mi madre como un fardo y obligarla a presenciar todo esto? Eres un cabrón y quiero que sepas que me están entrando ganas de denunciarte por secuestro y violación.
Las cosas se estaban poniendo feas y un sudor frio comenzaba a recorrer mi espalda.
-Yo no…
– ¡Tú te callas!
-Bien dicho hija vamos ahora mismo al juzgado. –dijo la vieja oliendo la sangre.
-¡Y tú también! Aquí nadie va a ir al juzgado a menos que me vea obligada. Lo que vamos a hacer es ir a hablar con el cura inmediatamente y después de confesar todo lo que hemos hecho mañana mismo nos casamos…
-Un momento… -intenté objetar  acorralado.
-¿Prefieres ir a la cárcel mi amor? Si quieres llamamos ahora mismo a la policía y arreglamos esto. –dijo María mientras cortaba las bridas y soltaba a su madre.
Casilda y yo nos miramos compungidos, aquella chica supuestamente inocente nos había vencido a los dos. No sé cómo se sentiría la vieja pero yo me sentí igual que Mallory al perder el pie después de haber estado en la cima del mundo.
María me cogió de la mano y agachándose para recoger su antigua ropa salió de casa con su madre pisándonos los talones.
Cuando salimos a la calle María se dirigió con paso decidido al contenedor y tiro la ropa que  había aborrecido durante tanto tiempo.
-Tranquilo mi amor –dijo mirando mi atribulado rostro, pegando su cuerpo contra el mío y cogiéndome los huevos por encima del pantalón –si hace falta iré a confesarme todos los días, pero voy a hacerte muy feliz.

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Relato erótico: “Verano del 44” (POR ALEX BLAME)

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El bombardeo duraba ya cuarenta y cinco minutos. Los obuses caían cada vez más cerca rociándolos con tierra y metralla.

-Baja la cabeza idiota. –le dijo al chico a la vez que empujaba su casco hasta el fondo del pozo de tirador. –Y sigue practicando con el cañón de la MG, dentro de un rato nuestra  vida dependerá de lo rápido que lo hagas.
-A sus órdenes  Feldwebel  March  -respondió el chico cogiendo el arma y el cañón de repuesto con sus manos temblorosas.
-No, así no. Con los guantes ignífugos estúpido, y repite los pasos en voz alta.
El bombardeo seguía sin interrupción, cuando acabase, los rusos volverían a asaltar sus trincheras y un montón de tipos anónimos se masacrarían unos a otros  de nuevo por el capricho de dos cerdos bigotudos. Kurt intentó ponerse lo más cómodo posible en el fondo de la estrecha trinchera  e intentó relajarse un poco alejando su mente de aquel infierno, con los estallidos de los proyectiles y la  cantinela del  joven recluta de fondo:
-1º Abrir el cerrojo y bloquearlo.
-2º Girar cerrojo del cilindro hacia la derecha y hacia adelante.
-3º Coger el cañón y tirar hacia atrás y hacia fuera del revestimiento.
-4º Introducir el cañón nuevo hasta el fondo y colocarlo en el lugar de alineación.
-5º Tirar del cerrojo hacia atrás y a la izquierda.
Con el tiempo, se las había arreglado para poder aislarse de los estampidos,  el olor a cordita y  a carne corrompida. Sin mucha dificultad, su mente se alejó  y voló de nuevo a casa, a su último permiso. Una casa que con cada batalla estaba un poco más cerca de él, un poco más cerca de  la muerte.
 Está de nuevo, durmiendo entre  sábanas limpias, al lado de Greta, con Fritz gorjeando al lado en su cuna. Un agudo chillido les despierta, Kurt, descolocado se incorpora inmediatamente y busca un refugio entre las tinieblas de la habitación, su mente sólo piensa en Sturmoviks  y Katiushas. Greta se levanta y con una mano sobre su pecho le obliga  a acostarse de nuevo. Kurt obedece y la observa levantarse y acercarse al pequeño bulto berreante. Lo saca de la cuna con delicadeza  llevándolo entre sus brazos y sentándose en un pequeño sofá. Los ojos de Kurt ya habituados a la penumbra observan a Greta bajarse un tirante del camisón mostrando un pecho blanco, grande y tenso, cargado de leche. Fritz se agarra con ansia al oscuro pezón y chupa. Greta le sujeta la cabeza y levanta la mirada. Sus ojos  azules se sorprenden al cruzarse sus miradas. No está acostumbrada a tenerle a su lado. Sonríe y se ruboriza ligeramente. Fritz ajeno a todo chupa golosamente la vida que le proporciona su madre. Greta comienza a cantar suavemente  una antigua canción campesina. Aquella pequeña granja de Silesia es un  oasis en la guerra, por el momento.
Durante mucho tiempo habían deseado tener un hijo sin éxito, ahora  que lo habían conseguido se preguntaba qué sería de él con el enemigo cada vez más cerca. Había visto las burradas que habían cometido las SS y no se hacía ninguna ilusión de que el ejército rojo no fuese a vengarse.
Greta se baja el otro tirante y cambia al bebe de pecho sin parar de cantar, ajena a sus oscuros  pensamientos. Su cuerpo ya no es tan esbelto ni elástico como cuando se casaron, pero  la edad y la maternidad   han suavizado los ángulos de su cara y ha hecho que sus curvas sean más rotundas y femeninas. Kurt la desea,  no hacen falta palabras para que Greta se dé cuenta de ello y se incorpora dando a su hijo pequeños golpecitos en la espalda. Dos sonoros  eructos después Greta deposita al pequeño en la cuna. Está dormido antes de que Greta termine de arroparlo.
Greta se acuesta  de lado y apartando la sábana acaricia el pecho de Kurt distraídamente. Con una sonrisa mete la mano bajo el calzoncillo y coge su polla erecta masturbándole suavemente mientras le besa.  Kurt responde al beso mientras acaricia los suaves rizos de ella. Sus labios se separan el tiempo justo para mirarse a los ojos. La mirada de ella es dulce y apaciguadora, la de él es oscura y melancólica.
-¿Qué están haciendo contigo, mi amor? –pregunta ella sin esperar una respuesta.
Sin responder,  Kurt se quita los calzoncillos y se tumba sobre ella. La besa de nuevo con suavidad pero profundamente intentando fijar entre sus recuerdos el sabor a fruta y a especias de su boca. Greta separa ligeramente las piernas y se deja hacer sin apremiarlo, intentando reprimir su excitación. El suave tejido del camisón y los movimientos de las caderas de Greta acarician su polla devolviéndole a la realidad y haciendo a Kurt consciente del deseo de su mujer. Con lentitud, saboreando cada gesto, levanta la falda del camisón y la penetra lentamente hasta que todo su pene está envuelto por el calor y la suavidad húmeda del coño de Greta.
Greta suspira  y  abraza el cuerpo duro de Kurt mientras él se mueve dentro de ella.  Con cada penetración se muerde los labios para ahogar los gritos de placer. Recuerda como antes de la guerra el sexo era apresurado y escandaloso, pero no lo echa de menos, solo echa de menos los gestos despreocupados y alegres de Kurt.
Kurt disfruta tanto del sexo de Greta como de sus uñas hundiéndose en su espalda o el aroma de su cuerpo. Baja la cabeza y le besa los pechos a través del encaje de la combinación. Greta se baja los tirantes, Kurt se los lame con cuidado intentado no irritar aún más los pechos doloridos por el amamantamiento, pero Greta los estruja excitada y le acerca los pezones a la boca.  Kurt los chupa, unas pocas gotas de leche salen del pezón inundando su boca con un sabor denso y dulce.    Greta gime y aprieta su cuerpo aún más contra el de él.  Kurt empuja más rápido y más fuerte, los muelles del somier crujen y Greta jadea y le pide más.  Kurt se separa y con el sabor de su leche en la boca mete la cabeza entre las piernas de Greta.
El cuerpo de Greta se crispa entero al sentir los labios de Kurt sobre su sexo. Abre sus piernas y cerrando los ojos disfruta de la boca de su marido lamiendo y chupando su sexo haciéndola olvidarse de todo haciéndola olvidarse de un mundo en llamas.  A punto de correrse se da la vuelta y levantando el culo y separando las piernas le invita a entrar de nuevo  en ella. Kurt la penetra, esta vez con rudeza, azuzado por el deseo. Greta da un respingo pero aguanta firme las embestidas de Kurt  agarrándose a las sábanas y disfrutando de aquel miembro duro y caliente moviéndose en su interior. Kurt no puede aguantar y se corre dentro de Greta sin parar de empujar hasta que momentos después  ella se paraliza, tiembla y grita incapaz de reprimirse.
Agotados y sudorosos se acuestan y con su pene aun dentro de ella se quedan dormidos.
La mañana les sorprende en la misma postura en la que se acostaron rendidos, la luz se filtra por los postigos  iluminando tenuemente la habitación. Sobre una silla, en la esquina está el uniforme de artillero de Kurt.
-No vuelvas.
-¿Qué no vuelva dónde? –pregunta Kurt aunque sabe de sobra la contestación.
-Al frente, esta vez tengo un mal presentimiento.
-Como siempre que marcho tras un permiso. –rezonga Kurt.
-Escucha, podríamos irnos, ponte ropa de paisano, nos esconderemos en Dresde con mi tía Dora. La ciudad apenas ha sido bombardeada. Allí estaremos seguros hasta que termine la guerra.
-Por nada del mundo te pondría en peligro a ti o a la familia. ¿Sabes lo que os harían si me pillaran escondido? A mí solo me fusilarían pero vosotros acabaríais colgando de una farola con un cartel al cuello.
-¡Me da lo mismo!  -grita Greta con lágrimas en los ojos. –Te amo, no quiero que te vayas, no quiero que mueras,  no quiero que Fritz crezca sin padre, prefiero morir contigo…
Kurt la interrumpe con un abrazo, ella desesperada intenta soltarse. Kurt imperturbable la sujeta mientras ella le golpea y le araña hasta convertirse en un bulto inerte y sollozante entre sus brazos.
Fritz se ha despertado de nuevo  y vuelve a aullar pidiendo comida de nuevo…
El súbito y atronador silencio que se produjo al terminar el bombardeo le sacó de sus ensoñaciones.
-Vamos, coloca el arma en posición. –le ordenó al recluta. –empieza el baile.
El joven recluta aún impresionado de estar  todavía vivo tras el monstruoso bombardeo tiró de la MG, desplegó el trípode e intentó reparar el maltrecho parapeto. Mientras tanto Paul y Hermann se acercaban con más cintas de munición.
-Hijo, puedes mearte y cagarte encima pero no dejes de cambiar el cañón.
En ese momento los rusos salieron gritando de sus refugios, estimulados por el vodka y las Nagan de los comisarios, atacando las posiciones alemanas  oleada tras oleada. Kurt las segaba con su sierra circular, con eficiencia y profesionalidad. Ráfagas cortas de veinte disparos. Cada siete ráfagas  el joven recluta cambiaba el cañón a la vez que repetía de nuevo la  misma cantinela:
-Primero abrir el cerrojo y bloquearlo…
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Relato erótico: “el Mister” (POR ALEX BLAME)

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Te preguntas por esta racha de éxitos que parece no tener fin y te contaré que todo empezó aquel  día hace cinco años  gracias a aquel viejo cuervo gritón.

Nadie que no haya estado  ahí abajo recibiendo una soberana paliza lo entendería. Al final del primer tiempo nos ganaban por tres  a cero, no nos habíamos acercado al área contraria ni una sola vez y si no llega a ser por el portero que paro varios goles cantados, hubiese sido la debacle.

Cuando entramos en el vestuario  cabizbajos y arrastrando los pies el viejo ya estaba allí, de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho. Vestía unos vaqueros desteñidos por el uso y  un jersey de lana grueso de cuello alto y color verde botella horrible, pero lo que más destacaba de su atuendo eran unas vetustas gafas de carey con unos cristales más gruesos que los del papamóvil y que hacía que sus ojos pareciesen tan grandes como los de una piraña.

-¡Miradme a los ojos, coño! –grito el entrenador  con todas sus fuerzas. – ¿Se puede saber que puñetas habéis estado haciendo hay fuera?  

-Lo siento míster, hacemos lo que podemos –intento defendernos Julio, el capitán.

-¡Si hicieseis lo que os he indicado ahora estaríais machacando a esos macacos! –Dijo el entrenador encendiendo un cigarrillo, haciendo caso omiso de los cientos de carteles repartidos por todo el estadio –A esos inútiles les ha caído la lotería con vosotros.

– ¿Qué podemos hacer? –pregunto Julio, el único que se atrevía a hablar.

-Podría daros una nueva táctica. Podría llenar esa pizarra que tengo detrás de mí de garabatos y flechas, pero la verdad es que no hay nada que corregir porque ninguno de vosotros y tú el que menos, se ha ajustado a lo que os había ordenado que hicierais. –Respondió el entrenador señalando con el pitillo humeante al capitán –Todos tenéis culpa de lo que está pasando pero tú el que más. Tú tienes que ser la prolongación de mis gritos en el campo. Corrige posiciones y grita, cojones. Que todos te escuchen y te respeten.

-Y vosotros malnacidos –se volvió dirigiéndose al resto – dejad de lloriquear como eunucos y echadle un par de cojones. Es vuestra primera final y por mis santos huevos que la vais a ganar.

-Pero míster eso es imposible…

-¡Imposible! – Le interrumpió el entrenador con un gesto de enojo–También creeréis que es imposible cuando meéis sangre después de los próximos entrenamientos que os voy a programar como perdáis este partido.

-Son tres goles…

-Os contaré una historia que quizá os convenza de que nada es imposible, pandilla de nenazas:

Corría el año 61,  yo acababa de cumplir los diecisiete años y Pamela los veinte. Era hermosa y digo hermosa de verdad, no como los espantapájaros de ahora, todo morros y huesos. Su piel mulata era de color caramelo y sus ojos eran grandes y oscuros.  Vosotros diréis vaya mierda de historia pero dejad que os cuente que Pamela era la hija de un Capitán de la base aérea americana de Torrejón. Yo la veía todos los días, desde el campo de futbol improvisado,  pasear al otro lado de la valla de la base. Normalmente ni me hubiese mirado, pero aquel día  acabábamos de meter un  gol y el barullo que montamos le sacó de sus pensamientos y nos miró con curiosidad. Y dio la casualidad de  que ahí estaba yo, en primera fila, alto y delgado como un esparrago con la pelota debajo del brazo y la mirada de trascendencia que pone un delantero cuando acaba de meter un gol que sabe que le conducirá irremisiblemente a la victoria.

Cuando cruzamos nuestras miradas noté en ella un destello de interés. Dejando caer la pelota para que los compañeros siguieran jugando me acerqué a la valla que nos separaba.

-Hola, soy Luis ¿y tú? –dije encendiendo un Peninsular para hacerme el interesante.

-Yo… soy Pamela. –respondió ella con un español vacilante y cargado de acento yanqui.

-¿Te gusta el futbol? –pregunté yo más para evitar que se fuera que por verdadero interés.

-No sé, en mi país… no juegan al football así.

-¿De dónde eres?

-Nací en Mobile, Alabama pero mi padre es piloto de aviones de…  ¿Cómo se dice? ¿Cargo? 

-Aviones de carga,  -respondí yo mientras paseábamos uno a cada lado de la valla.

-Eso,  aviones de carga –repitió ella para sí misma – hemos cambiado tanto de destino que no sé muy bien de dónde soy…

El caso es que estuvimos charlando y caminando hasta que  un muro de hormigón de tres metros y medio de alto que nos obligó a separarnos.

Al día siguiente, como todos los días Pamela paso por delante de nosotros pero esta vez se paró un rato y estuvo estudiando nuestras evoluciones por el campo con mucho interés. Cuando  no pude contenerme más  abandoné el juego y me acerqué a ella. Iba a encender mi Peninsular cuando ella me pasó medio paquete de Luckys a través de la valla. A pesar de intentar disimular, ella no pudo evitar reírse ante la cara de adoración que puse al ver aquellos cigarrillos, los mismos  que Rick fumaba mientras pensaba en Paris. Cogí uno, lo encendí, aspiré el humo suave y aromático y echamos a andar.

Así pasaban los días,  jugaba al futbol mientras la esperaba, ella aparecía y luego paseábamos cada uno a un lado de la alambrada. Cuando llegábamos al muro nos despedíamos y cada uno iba por su lado.

Finalmente una semana después a base de vender parte de los cigarrillos que ella me daba conseguí reunir lo suficiente para invitarla a un refresco en una cantina cercana. Fue entonces cuando ella me dijo que no podía salir del recinto de la base y que yo no podía entrar sin una autorización previa que ninguno de los dos podría conseguir.  Yo le repliqué,  totalmente convencido, no como vosotros,  que tenía ganas de ver la base por dentro y que ya me las arreglaría para entrar.

La verdad es que no fue tan complicado.  Pronto averigüé por mis propios medios que la base se dividía en dos partes, la zona militar en la cual ni necesitaba ni podría entrar con los medios de los que disponía y la zona residencial con la seguridad mucho más relajada y a la que entraban algunos españoles para proporcionar a los americanos ciertos servicios que necesitaran. Un cartón de Marlboro del economato de la base para que el repartidor de periódicos habitual contrajese una oportuna gripe y otro para que su jefe me contratara, permitió conseguir un pase de acceso restringido a la zona residencial. El pase era sencillo tenía mi nombre y una foto y no especificaba ni la tarea a desarrollar ni el tiempo que podía quedarme en el recinto, así que el mismo día que conseguí  el pase quede con Pamela para ir a la última sesión  del cine de la base.

 La zona residencial era un pequeño pueblo de calles dispuestas en forma de damero con una treintena de casas unifamiliares con jardincito para los oficiales y varios bloques de pisos de cinco alturas para el resto de la tropa y el personal administrativo. En el centro rodeada por los bloques de pisos había una plaza con un  cine, una bolera, la cantina y el economato.

Cuando llegué a las puertas del cine Pamela ya me esperaba con una sonrisa y una falda de tubo oscura, en la marquesina había un gigantesco cartel con el perfil de hitchcock y la carátula de Psicosis.

Los americanos tenían la costumbre de acostarse muy temprano así que en la sala había media docena de personas. Nos sentamos en la última fila y esperamos en un silencio incómodo a que se apagasen las luces.

Curiosamente la única parte que recuerdo de aquella proyección es la escena de amor del principio, escena que los españoles tardarían diez años en poder ver.  Acostumbrado a la censura,  aquella corta escena que no revelaba apenas nada me puso como una moto, y por la mirada de Pamela a ella también.  Consciente de que era mi oportunidad y sobreponiéndome a la intimidante presencia de Pamela, la miré a los ojos y le acaricié la cara con mis manos. Ella sonrió de nuevo haciendo resplandecer sus dientes como perlas en la oscuridad de la sala. Con lentitud, disfrutando del momento,  acercamos nuestros rostros y nos besamos.

No era la primera vez que besaba a una chica, en realidad eso de ligar se me daba bastante bien en aquella época,  aunque no os lo creáis, pero nunca había estado con una mujer mayor que yo y evidentemente con mucha más experiencia y eso era a la vez excitante y turbador. Pamela segura de lo que hacía introdujo su lengua en mi boca explorándola y dejando en la mía un ligero sabor a Coca Cola. Yo, un poco intimidado al principio, le devolví el beso un poco incómodo sin saber muy bien qué hacer con mis manos. Pamela juguetona se separó y aparento ver la película con interés. Anthony Perkins estaba dando la bienvenida a la protagonista evidentemente en un inglés que yo no entendía. De vez en cuando le hacia una pregunta a Pamela para enterarme un poco de la historia y  poco a poco nos fue absorbiendo. La verdad es que ya no recuerdo muy bien quien abrazó a quien cuando el cuchillo de Norman atravesó la cortina de la ducha , lo único que recuerdo de aquel momento eran los generosos pechos de Pamela apretándose contra mi mientras la volvía besar. En esta ocasión ni siquiera el genio de Alfred ni los chirridos de los violines de Bernard Hermann consiguieron distraer nuestros labios ni nuestras manos.

Cuando salimos del cine entre el magreo y el inglés no tenía ni puñetera  idea de lo que le había pasado a esa nenaza llorona de Norman. Intente invitar a Pamela a tomar una Coca Cola pero como pude ver con evidente desilusión la cantina ya estaba cerrada.

Ya estaba resignado a irme a casa a pelármela como un mono cuando cogiéndome de las manos Pamela me pregunto si quería que la tomáramos en su casa.

La casa de Pamela era uno de los pequeños chalets de la zona de oficiales,  blanco amplio y con un coqueto jardín. La casa por dentro era la más limpia y moderna que jamás había visto pero cuando entramos a la cocina y vi la gigantesca nevera Westinghouse  me quedé de una pieza. De aquel gigantesco armario saco Pamela un par de Coca Colas heladas. Yo que nunca había visto cosa igual, me acerqué al  infernal ingenio y con un gesto divertido Pamela me invitó a saciar mi curiosidad. En la parte de abajo había una serie de baldas de plástico llenas a reventar de carne,  lácteos,  pan de molde, refrescos y cerveza y arriba había un cajón herméticamente cerrado. Cuando lo abrí y una corriente ártica salió de aquel cajón tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no parecer un memo. Pamela, que ya se había divertido bastante cerró la puerta de la nevera y con el descorchador de la puerta abrió los dos refrescos. Mientras me daba una a mí cogió la suya e inclinando la cabeza comenzó a beberla de un trago. Yo, hipnotizado, me quede mirando su cuello largo y moreno  tragando el refresco, sin poder evitar acercar mi mano y acariciarlo. Ella paró y me sonrió ahogando un chispeante eructo.

Con un suave empujón me sentó en una silla mientras encendía la radio. Tenía sintonizada la emisora de la base y la voz de Sinatra se filtraba entre crujidos y crepitaciones. Pamela comenzó a tararear la canción mientras se desabrochaba los botones de la blusa.

Yo en la silla me revolví expectante, sin poder creer en mi suerte.   Incapaz de quedarme quieto un segundo más, me aproxime y la ayudé a despojarse de la ropa interior hasta que estuvo totalmente desnuda ante mí. Contrariamente a lo que me esperaba se paró allí, delante de mí, orgullosa de su cuerpo y satisfecha del efecto que provocaba en mí. Yo no podía apartar los ojos de sus pechos firmes y exquisitos con los pezones pequeños y negros, ni del triángulo de suave vello rizado que cubría su pubis.  Se giró con deliberada lentitud, dejando que mis ojos se deslizasen por su larga melena negra su culo firme y potente y sus piernas esbeltas.

Cuando me acerque por su espalda y la abracé noté como todo su cuerpo hervía y vibraba de deseo. Me apreté contra ella y besándole el cuello aproxime mis manos a sus pechos sopésanoslos y acariciando los pezones con suavidad.

Pamela dándose la vuelta me dio un largo beso mientras me quitaba la camisa y me desabrochaba los pantalones. Cuando deslizó su mano en el interior de mi pantalón y palpo mi gigantesca erección sonrió satisfecha.  Después de desnudarme se apartó y disfrutó de mi incomodidad dando una vuelta completa a mí alrededor y rozándome con la punta del dedo.

Cuando terminó, sin mediar palabra, se arrodillo y se metió mi polla en la boca.  Yo no era virgen de aquellas pero jamás me habían hecho nada parecido así que, cuando ella empezó a acariciarme la polla con sus labios jugosos y su lengua inquieta no pude contenerme y apenas me dio tiempo a apartar mi miembro de su boca antes de correrme. Impotente y avergonzado vi como mi leche se derramaba  entre sus pechos y resbalaba poco a poco por su cuerpo.

Estaba a punto de salir corriendo como vosotros ahora pero ella divertida cogió un poco de mi corrida con un dedo y sin dejar de mírame a los ojos se la llevó a la boca juguetona. 

Yo totalmente descolocado no sabía muy bien que hacer pero consciente de que lo único que no debía hacer era quedarme parado  la levante en volandas y la senté sobre la mesa besándola con una furia vengadora y magreando y pellizcando todo su cuerpo.

¡Bendita juventud! En tres minutos volvía a estar empalmado mientras que ahora necesito un par de pastillas azules para que se me ponga morcillona…

Mmm ¿dónde estaba? ¡Ah, sí! Sin miramientos, aún un poco enfadado conmigo mismo la tumbe sobre la mesa. La botella de Coca Cola vacía rodo y calló al suelo sin llegar a romperse mientras introducía mi mano entre sus piernas. Su sexo ya estaba húmedo y caliente y cuando mis dedos entraron en su interior Pam dio un respingo y gimiendo de placer abrió sus piernas anhelante. El contraste de color oscuro de su piel con el del interior de su vagina era espectacular y nunca ningún coño me ha vuelto a parecer tan bonito. Excitado por la visión empecé a meter y sacar mis dedos de su sexo cada vez más deprisa mientras con mis labios acariciaba y besaba su pubis.

Entre jadeos y exclamaciones tipo ¡Oh my god! Pamela estiro el brazo y me indico uno de los cajones de la encimera. A regañadientes me separé de ella y lo abrí, sin saber que quería saque varios objetos mientras ella negaba divertida hasta que finalmente acerté al coger una caja de condones. Yo un adolescente de un país ultracatólico no tenía ni idea de que era aquello, así que se la di y la deje hacer. Pam, incorporándose,  arrancó el envoltorio con los dientes y con suavidad cogió mi pene y deslizó el preservativo por toda su longitud. 

Sin darme tiempo a pensar cogió mi pene y me guio hasta su coño. Mi polla se deslizó en su interior acompañada de un largo gemido de satisfacción de la muchacha.  Durante un instante nos quedamos parados, mirándonos a los ojos con mi polla caliente y dura como una estaca alojada hasta el fondo en su vagina. Sin apartar los ojos empecé a moverme en su interior con golpes duros y secos. Ella respondía apretándose contra mí, gimiendo y arañando mi espalda como una gata en celo. Recuperada la confianza seguí penetrándola con fuerza mientras manoseaba sus pechos y exploraba todos sus recovecos con mi lengua haciéndola gemir y gritar desesperada.

Me separé y con un tirón la saque de la mesa y le di la vuelta. Me aparté un poco para admirar aquel cuerpo oscuro, brillante y jadeante. Pam apoyó sus brazos en la mesa y poniéndose de puntillas comenzó a balancear el culo grande y prieto lentamente intentando atraerme. No me hice esperar y separando sus piernas le metí de nuevo mi polla hasta el fondo.

-Mmm, me gusta –dijo ella jadeando y poniéndose de puntillas. –dame más, please.

Consciente de que Pam estaba casi  a punto de correrse la cogí por las caderas y empuje con todas mis fuerzas hasta que note como todo su cuerpo se tensaba y vibraba mientras soltaba un gemido largo y  primitivo cargado de placer y satisfacción.

Con delicadeza Pam me cogió la polla,  se la saco de su coño aún vibrante y rebosante de los jugos producto del orgasmo y me quito el condón. Mi polla aún estaba dura y se movía en sus manos espasmódicamente cuando se la metió de nuevo en la boca. Esta vez estaba preparado y disfruté del interior cálido y aterciopelado de su boca y su lengua. Pam sorbía y lamía mi miembro  subiendo y bajando a lo largo de él sin darme tregua. Cuando intenté apartarme de nuevo para correrme ella mantuvo mi polla dentro de su boca. Loco de placer le metí la polla hasta el fondo de su boca y me corrí salvajemente.  Cuando aparté mi pene ella tosió y escupió parte de mi leche. 

Con un movimiento casual le acerqué mi refresco mediado que ella apuró de un trago.

-¿Qué pasó luego? –Preguntó  Rubén –rompiendo el silencio que se había adueñado del vestuario.

-Lo importante no es que pasó después mono salido –respondió el Míster –lo importante es que después de un inicio desastroso, me recuperé le eché huevos y terminé follándomela cuatro veces aquella noche. Y eso es lo que tenéis hacer  vosotros ahora cuando salgáis al campo. –Dijo mirando el reloj –Quiero que los once salgáis al campo y deis por el culo a esos maricones al menos cuatro veces. ¿Entendido? Ahora a jugar.

Cuando saltamos al campo  más que enchufados, estábamos empalmados. Nos dirigimos al centro de nuestro terreno y nos abrazamos formando una piña. Cuando nos separamos nos fuimos cada uno a nuestro puesto y nos plantamos exudando una tranquilidad  y una confianza que desconcertó al equipo contrario.

A los tres minutos el capitán, con un tiro desde fuera del área les metió el primero. Cuando los contrarios colocaron el balón en el centro del campo su gesto era de contrariedad.

Cuando a los diez minutos les metimos el segundo, su gesto era de incertidumbre. Su capitán, el mejor jugador del equipo contrario, intentó calmarlos y hacerles tocar la pelota para  cambiar el ritmo del partido, pero nosotros respondimos con dos tiros al palo y un balón que consiguió rechazarlo el portero in extremis cuando toda la grada ya cantaba el gol.

Entonces  nos dimos cuenta. Casi a la vez,  miramos todos hacía la grada, donde la multitud hervía con la emoción de la remontada. Cualquiera diría que en esos momentos sólo veíamos rostros de niños emocionados, pero lo único que veíamos en realidad era mujeres en éxtasis… jóvenes saltando haciendo que sus pechos subiesen y bajasen…

Fue Julio el que con un par de gritos nos sacó de ese estado de despiste general para seguir asediando la portería contraria.

El empate llegó en el minuto setenta y dos y con él los nervios y los reproches en el equipo contrario. Nosotros nos dedicábamos a presionarlos contra su portería y a rondarlos como  lobos alrededor de un ciervo herido. Ellos impotentes rechazaban balones e intentaban salir a la contra sin ningún éxito.

En el minuto ochenta y tres, Rubén,  con una internada de  por la banda derecha penetró  en el área y me dio el pase de la muerte a dos metros escasos de la portería. El estadio se caía con el cuatro tres. El equipo contrario era el que miraba al suelo ahora. Su capitán y su entrenador desesperados, intentaban poner orden y animar a un equipo que ya se había rendido.

La batalla estaba ganada pero no estábamos dispuestos a hacer prisioneros y con el enemigo rendido fusilamos otras dos veces al portero contrario dejando el marcador en un humillante seis a tres.

La recogida de la copa fue apoteósica, los aficionados gritaban y cantaban extasiados el himno del Club haciendo temblar los cimientos del estadio. El presidente de la federación nos felicitó y comentó alguna de las jugadas con nosotros mientras repartía las medallas. Cuando el entrenador recibió la medalla, le preguntaron cómo había conseguido levantarnos la moral, él, con la colilla medio apagada colgando del labio inferior sonrió y se encogió de hombros sin decir nada.

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