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Channel: ALEX BLAME – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “La chica de la curva 7” (POR ALEX BLAME)

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El día siguiente Brooke descansaba, así que no hubo despertador que interrumpiese nuestro sueño. Solo el hambre impidió que nos quedásemos en la cama hasta el mediodía. Nos levantamos desnudos y entre besos y caricias logramos desayunar unos huevos revueltos acompañados de zumo de naranja y tostadas con mermelada de arándanos.

Mientras desayunábamos yo no podía dejar de mirarla. Brooke se daba perfecta cuenta y me ponía morritos y cruzaba y descruzaba sus piernas provocándome constantemente con una sonrisa traviesa. Solo con un supremo esfuerzo de voluntad conseguí contenerme y no follármela allí mismo, que coños, eso es una trola como una casa. Tras dos cruces de piernas mi polla tomó el mando, me lancé sobre la joven como un lobo hambriento y la tumbé sobre la mesa con el tiempo justo de hacer un hueco entre la comida.

Sin decir absolutamente nada, levante sus piernas y las recorrí con mis manos y mi boca. Brooke tensó las piernas y las estiró juntándolas para que los labios de su sexo quedasen atrapados entre ellas. No me pude contener, me acerque a ellos y comencé a besarlos suavemente.

—Deliciosos, pero les falta un toque —dije cogiendo la mermelada de arándano y extendiéndola por su sexo.

Brooke suspiró al notar como algo fresco y pegajoso corría entre sus piernas. Con suavidad acaricie el sexo de la joven con mis dedos extendiendo la mermelada y haciendo que Brooke abriese sus piernas excitada.

Me alejé un poco para observar mi obra y ver como la mermelada cubría su pubis y su sexo depilados con un color rojo brillante. Me abalance sobre ella y la saboreé utilizando toda mi boca. Los jugos ligeramente amargos de su sexo se mezclaron con la mermelada en mi boca haciéndome salivar como un perro hambriento.

A pesar del delicioso banquete no me olvide de Brooke y metí dos de mis dedos profundamente en su coño. Una vez que los tuve perfectamente envueltos por los jugos de su sexo acaricie su pubis cubierto de mermelada. Brooke abrió la boca para gemir y aproveché para meterle mis dedos en su boca. La joven saboreó mis dedos mientras me acariciaba con aquellos ojos azules como solo ella sabía hacer. Tras limpiarme los dedos se incorporó y me dio un largo beso. Al sabor del sexo y el la mermelada se unió el de nuestros alientos provocándome una ligera sensación de vértigo. Me agarré a su nuca y continué besando sus labios y saboreando su boca mientras que con la mano libre guiaba mi miembro a su cálido interior. Nuestros gemidos se apagaron en el interior de nuestras bocas. Comencé a moverme en su interior mientras ella enlazaba sus piernas entorno a mi culo sin dejar de comerme a besos. No me apresuré, continué penetrando en su coño cálido y húmedo suavemente, disfrutando de cada centímetro. En pocos segundos estábamos abrazados gimiendo excitados. Nuestros besos se volvieron más violentos y apresurados hasta que de un empujón la tumbé sobre la mesa y comencé a follarla con más fuerza, cada vez con más violencia disfrutando al ver como todo su cuerpo se estremecía con cada empujón. Los gemidos de Brooke se hicieron más frecuentes e intensos hasta que un fuerte orgasmo le asaltó.

Rápidamente me separé y me introduje entre sus piernas para saborear los flujos que escapaban de su vagina mezclados con los restos de la mermelada de arándanos. Sordo a las suplicas de la joven que se retorcía y gemía suplicándome que parara continué chupando con violencia hasta ponerla al borde de un nuevo orgasmo.

Separando mis labios de aquel delicioso desayuno cogí a la joven por el culo y le di la vuelta de modo que quedase el culo sobre el borde de la mesa. No esperé y sujetándole por las caderas la penetré de nuevo. Esta vez no me anduve con remilgos penetrando con fuerza en su interior, disfrutando del roce de mi glande con el interior de su sexo cálido y vibrante, hincando mis dedos con fuerza en sus caderas y su culo. Brooke gemía, se ponía de puntillas y levantaba sus caderas para que mis huevos golpearan su pubis de lleno con cada empujón. La mesa empezó a moverse y un vaso se tumbó y empezó a rodar cayendo al suelo y haciéndose añicos pero nosotros ya no hacíamos caso a nada solo veíamos la lujuria en los ojos del otro, solo oímos la sangre corriendo a borbotones ensordeciéndonos. Un par de minutos después me corría abundantemente en el interior de Brooke provocando con mi explosión un nuevo orgasmo que hizo que todo su cuerpo se agarrotase y temblase descontroladamente.

Brooke se incorporó aun con mi miembro en su interior y me acaricio el cuello mientras yo acariciaba su cuerpo desnudo, ruborizado y cubierto de sudor.

Nos quedamos unos segundos así y finalmente nos separamos. Caminando con cuidado para no pisar los cristales rotos nos volvimos a la cama para seguir durmiendo otro rato.

Comimos en casa una ensalada rápida y Brooke me sacó en el Camaro a dar una vuelta por Hollywood y enseñarme las casas de los famosos. Después de dos horas de vagabundear por Los Ángeles, Brooke llamó a unos amigos y quedó con ellos para tomar algo en un garito cerca de Venice Beach.

El lugar era pequeño pero estaba muy bien situado, con vistas a la playa y con una gran terraza dónde nos esperaban los amigos de Brooke sentados con cervezas heladas en la mano. Brooke se adelantó y me los presentó. Eran tres mujeres y dos hombres. Se notaba a la legua que eran compañeros de trabajo. Cuerpos musculados pechos grandes y enhiestos, labios hinchados…

Las cervezas estaban heladas y yo bebí una casi entera mientras ellos comentaban las novedades del mundillo con naturalidad.

—Así que este es el príncipe azul que te salvo el pellejo en España. —Dijo Ginny un pelirroja de labios gruesos como donuts y ojos tan verdes como vivarachos—Creo que deberíamos darte las gracias por sacar a nuestra Brooke de una situación desesperada.

—Ya se lo dije a ella, si no hubiese sido yo, hubiese sido cualquier otro.

—Pues a mí me parece la mar de romántico. —dijo una morena de pelo negro y pechos enormes que se llamaba Sue— Creo que eso debería pasarnos a todas al menos una vez en la vida.

—¿Y el sexo que tal? —preguntó Anne una rubia de cuerpo perfecto que ya había visto en varias películas y era famosa por su monumentales y continuados orgasmos—Seguro que no es tan bueno como mi Johnny.— dijo dándole un beso cargado de lascivia al hombre que estaba a su lado.

—Vamos, no seáis malos. —dijo Brooke protectora— Acaba de aterrizar.

—Y como llevas el oficio de tu chica. —intervino Mark, un hombre alto y musculoso que enseguida reconoció como uno de los más frecuentes compañeros de escena de Brooke.

—La verdad es que es un poco chocante, cuando veía mujeres como vosotras protagonizando esas películas deseaba ser el que estuviese allí encima fulminando esos cuerpazos a polvos y ahora desearía que se dedicara a cualquier otra cosa. —dije yo tratando de ser sincero—Pero bueno, tengo que reconocer que probablemente tampoco me gustaría que fuese poli en Chicago, adiestradora de fieras, militar en Afganistán, política de carrera, médico en Sierra Leona, cooperante en Siria… Sé que no es perfecta pero nunca le obligaría a abandonar una ocupación que le permite ganarse la vida honrada ya que no decentemente.

—Se me hace raro ver a Brooke con alguien como tú. La mayoría de las relaciones en nuestro mundillo las mantenemos entre nosotros. —dijo Anne.

—En realidad aun no sabemos muy bien a dónde nos lleva esta relación,—respondí yo— por lo menos yo, pero lo cierto es que Brooke es hermosa, inteligente y tiene sentido del humor. Me gusta estar con ella y a ella le gusta estar conmigo.

—¿ Y no te molesta que mañana yo pueda estar dentro de ella dándole placer? —Dijo Mark con evidente mala hostia.

—Mañana, puede que tu estés follándola y quizás le des placer físico en algún momento de la sesión, es inevitable, yo también disfruto a veces con mi trabajo. De todas formas es una cosa de la que probablemente tengamos que hablar si nuestra relación se hace más seria, pero ahora mismo estoy seguro de que para ella es un trabajo y cuando termina, su placer no proviene de tu polla si no de la mera satisfacción de haber terminado un trabajo bien hecho —dije yo bebiendo otro trago de cerveza y sonriendo.

Durante unos segundos Mark me miró fijamente pensando en algo que decir pero antes de que cometiese una estupidez Sue intervino cambiando de tema. Todos excepto Mark y yo se unieron animadamente a la conversación hasta que finalmente nos arrastraron distendiendo el ambiente. Las dos mujeres me hicieron preguntas sobre los mejores sitios para veranear en España y yo les respondí lo mejor que pude mientras Brooke acariciaba mi brazo distraídamente.

Nos despedimos un rato después y no le pregunté nada hasta que hubimos montado en el coche.

—Tú y Mark, ¿Habéis sido algo más que amigos, verdad? —le pregunté mientras me ponía cómodo en el asiento del acompañante.

—¿Tanto se nota? —preguntó Brooke con aire preocupado.

—En él sí. Creo que aun no lo ha superado del todo.

—No te creas, en realidad es un poco fantasma y cree que todas las tías con las que folla se quedan enamoradas de su enorme herramienta. Tuvimos una corta relación hace tiempo pero no funcionó, está demasiado enamorado de sí mismo como para tener sitio para alguien más en su corazón. —dijo Brooke.

—Puede que tengas razón pero yo hubiese jurado que eran celos..

Brooke rio y dio un volantazo para adelantar un monovolumen que avanzaba a paso de tortuga por la carretera de la costa.

—Me gustaría asistir a una sesión de grabación. —dejé caer mientras Brooke volvía a su carril.

—Vaya, eso sí que no me lo esperaba —replicó Brooke.

—Las preguntas de tus amigas me han hecho reflexionar. Aunque no lo quiera admitir tengo una relación contigo y si queremos que esto funcione tenemos poco tiempo para despejar incógnitas.

—Tienes una forma muy original de decirme que estas enamorado de mí. —dijo la joven entre risas.

—Bueno ya sabes la alergia que tenemos los hombres a decir cosas que nos puedan comprometer o hacernos quedar como imbéciles.—dije yo en medio del rugido del viento.

—Bien, pues la primera incógnita está despejada. Yo también estoy enamorada de ti. —dijo ella con la levedad con la que se dicen las cosas en la juventud.

—También entiendo que eso no te va a impedir seguir ejerciendo tu trabajo.

—No a menos que me lo pidas.

—Ni se me ha pasado por la cabeza. Para ti este es un buen trabajo que te da mucho dinero y yo no soy ningún empresario desalmado y forrado de millones. Así que no quiero que cuando las cosas se pongan chungas, que en algún momento se van a poner, me lo eches en cara. —repliqué yo.

—Y tú ¿Lo soportarás?

—Esa es una de las cosas que me gustaría averiguar, por eso se me ha ocurrido pasarme por el plató para estar en un rodaje. Sí soporto eso, soy capaz de soportar cualquier cosa. ¿Crees que alguien se molestaría si yo fuese mañana a fisgar un poco? —pregunté yo.

— Tendré que hacer un par de llamadas pero no veo por qué no. No sé cómo te lo imaginas pero en un set de rodaje de una de estas películas a veces hay tanta gente que le cuesta a una concentrarse.

—¿Y los otros actores?

—No te preocupes por eso. La escena de mañana la hago con Anne y Johnny, se que por ellos no hay problema.

—Estupendo —dije yo tratando de parecer animado aunque en el fondo de mi mente no lo estaba tanto.

Cenamos en un bonito restaurante en Malibú, a unos doscientos metros de casa, unas almejas y una ensalada. Durante la cena no hablamos mucho cada uno cómodo con el silencio del otro. Nuestras manos sin embargo no pararon de hablar y acariciar. Brooke envió unos wasaps y arregló todo para que yo pudiese estar presente en el rodaje del día siguiente.

Al llegar a casa nos metimos en la cama inmediatamente. Al día siguiente madrugaríamos y Brooke tenía que estar fresca para parecerlo ante las cámaras. Pocos minutos después dormíamos desnudos y abrazados.

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Relato erótico: “La chica de la curva 8” (POR ALEX BLAME)

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Desperté con una sensación de vacío en el estómago. Cuando me giré vi que Brooke se despejaba y me echaba una mirada ligeramente nerviosa.

—Tranquila, no te hubiese propuesto esto si no estuviese casi seguro de poder superar esta prueba. —le dije dándole un beso para tranquilizarla.

Brooke me lo devolvió y sin decir nada se fue corriendo a la ducha. Yo la seguí un par de minutos después, pero esta vez no hubo sesión de sexo, solo hubo caricias. A pesar del agua caliente y el masaje seguía notándola un poco tensa. Desayunamos rápidamente y veinte minutos después estábamos de camino al lugar del rodaje.

El lugar del rodaje era un bonito chalet de aspecto colonial en las afueras de Santa Bárbara cerca de Lavigia Hill. El lugar amplio, lo techos altos y el mobiliario minimalista facilitaba el manejo de los focos y las cámaras. Los encargados de la iluminación y los decorados habían sido más madrugadores y ya tenían casi todo preparado.

En cuanto entramos George Hill, el director, se acercó para saludarnos. Le dio un beso a Brooke preguntándole si estaba preparada y la mandó a una sala que habían habilitado como camerino y sala de maquillaje mientras alargaba la mano y se dirigía a mí con una sonrisa.

—Así que eres el novio de Brooke. Encantado de conocerte. Hay sillas por ahí, ponte cómodo, estás en tu casa.

—Gracias George, procuraré no molestar —dije yo mientras saludaba a Anne y Johnny que acababan de llegar y se acercaban a mí.

Una vez los dos actores hubieron desaparecido en la sala de maquillaje, el director me presentó a las otras tres personas que formaban el equipo de rodaje y se alejó para preparar los últimos detalles de la escena.

Ahora el que estaba nervioso e incómodo era yo. Me senté en la esquina que me pareció más discreta y pronto me sentí como el protagonista de una de esas escenas en el que una mujer folla con un desconocido mientras su marido mira. Jamás había hecho nada ni remotamente parecido y el morbo y el nerviosismo dominaban mi ánimo a partes iguales.

Quince minutos después aparecieron los actores envueltos en cálidos albornoces. Charlaban animadamente mientras echaban un vistazo al set y hacían pruebas de iluminación con el director de fotografía. Pasado un rato, cuando el cámara dio su OK, los tres actores se despojaron de sus albornoces y se dirigieron a la cama. Al parecer ya habían rodado la escena previa al sexo e iban a entrar directamente “en materia”.

Las chicas, vestidas con lencería transparente y altos tacones comenzaron a charlar mientras se acariciaban. Johnny mientras tanto totalmente desnudo hacia estiramientos y se acariciaba su enorme polla hasta conseguir tenerla semierecta.

—Bien, todos a vuestros puestos —dijo el director sentándose tras un monitor unos minutos después.

Tras el grito de acción el cámara se centro en Brooke y Anne que se habían abrazado y estaban besándose con Johnny fuera de plano. Brooke tomó la iniciativa y le desabotonó el corsé a Anne dejándola totalmente desnuda. La joven tenía un cuerpo espectacular. Sus pechos eran grandes redondos y tiesos pero sin llegar a ser exagerados. Su cuerpo era casi tan esbelto y bonito como el de Brooke pero era un poco más baja y sus piernas eran un poco más gruesas y cortas.

Brooke le dio un largo beso a Anne y acarició sus pechos con suavidad. Anne gimió mientras las manos iban bajando por su pecho y su vientre rozando su piel con suavidad.

Cuando Brooke metió las manos entre sus piernas me fijé en que su compañera, tenía el pelo púbico recortado en forma de corazón.

Con un suave empujón mi novia tumbó a Anne sobre la cama e introdujo dos de sus dedos en su sexo. Anne se estremeció y gimió un poco más fuerte. Al contrario de lo que pensaba que sería la escena no me pareció nada artificial y en poco tiempo estaba disfrutando viendo como las dos jóvenes retozaban furiosamente encima de la cama.

Tras un par de minutos Brooke sacó los dedos del interior de Anne y se puso encima de ella de modo que su muslo encajase en el interior de las piernas abiertas de Anne. Brooke comenzó a moverse lentamente mientras su amante le abría el sujetador y acariciaba los pezones haciendo que estos crecieran hasta adquirir el tamaño y la forma de dos fresones jugosos. Las dos actrices se volvieron a besar gimiendo excitadas.

En ese momento, a un gesto del director, Johnny entró en escena, estaba totalmente desnudo y fingía secar su abundante melena como si acabase de salir de la ducha. Al verlas fingió sorpresa y estuvo observando cómo los cuerpos de las dos jóvenes se frotaban el uno contra el otro con lujuria antes de acercarse y acariciar el culo de Brooke.

Arrodillándose el hombre separó los cachetes de mi novia y comenzó a comerle el coño mientras Brooke continuaba explorando el sexo de Anne con sus manos. Los gemidos de las dos mujeres se volvieron más intensos y yo refrené el impulso de revolverme incómodo en mi asiento.

Tras unos segundos Brooke se retrasó de modo que su cabeza quedó entre las piernas de Anne y la mitad de su cuerpo fuera de la cama.

Incorporándose, Johnny separó un poco más las largas piernas de Brooke y acaricio el interior de su muslos tensos y realzados por los tacones mientras ella seguía lamiendo y mordisqueando el sexo de Anne.

Johnny cogió su polla y comenzó a restregarla contra el culo y el sexo de Brooke hasta que la tuvo dura como una piedra. Tras unos segundos en los que se dedicó a juguetear rozando los labios mayores y el clítoris de Brooke haciéndola gemir con una palabrota, le metió la polla en su coño hasta el fondo de un solo empujón. Brooke levantó la cabeza de la entrepierna de Anne para soltar un largo gemido. En ese momento Brooke me echó un rápida mirada cargada de ansiedad a la que yo respondí acomodándome la erección y guiñándole un ojo.

Más tranquila Brooke se concentró en su trabajo y volvió a masturbar a Anne mientras Johnny le agarraba por las caderas y comenzaba a penetrarla con su hambrienta polla una y otra vez a un ritmo bestial.

Pocos segundos después Anne comenzó a mover la pelvis cada vez más aceleradamente contra la boca de Brooke hasta que estalló en un monumental orgasmo. En ese momento Johnny apartó a Brooke y penetró a una aullante Anne sin contemplaciones. Johnny había abierto las piernas de Anne y la había colocado ambos lados de su cabeza haciendo que sus pubis chocasen produciendo un aplauso húmedo ante la salvaje cabalgada del hombre. En pocos segundos los dos actores estaban cubiertos de sudor y Brooke chupaba los pezones de una Anne que estaba a punto de correrse de nuevo.

En pocos minutos la actriz perdió por completo el dominio de su cuerpo y se convulsionó presa de un placer incontrolable.

Dándole un respiro Johnny se apartó y se tumbó sobre la cama. Brooke se acercó a él y tomó la polla del actor entre sus manos. Era grande y estaba recorrida por gruesas venas. Brooke la acarició con suavidad. Levantándola mi novia acercó la boca al miembro y recorrió toda su longitud desde los huevos hasta el glande con la punta de su lengua. Cuando terminó abrió su boca y se metió un tercio del pene en ella haciendo que todo el cuerpo de Johnny se estremeciera.

El hombre aguantó como un campeón mientras Brooke chupaba y lamía el miembro con glotonería ensalivándolo a conciencia. Tras unos minutos más de tortura Brooke se sentó a horcajadas, se metió la polla hasta el fondo y comenzó a moverse con ella en su interior alternando el sube y baja con lentos movimientos circulares.

En ese momento Anne volvió a entrar en escena y sentándose sobre el pecho de Johnny y frente a Brooke comenzó a besarla y acariciarla.

Tras unos minutos Johnny tiró de las caderas de Anne hasta dejar su sexo a la altura de su boca. Al notarlo la joven empezó a mover su pelvis como una abeja mientras chupaba los jugosos pezones de Brooke con todas su fuerzas.

La escena se mantuvo así casi cinco minutos hasta que Anne tuvo un nuevo orgasmo y se retiró agotada.

En ese momento Brooke se inclinó y besó la boca de Johnny rebosante de los jugos orgásmicos de Anne.

Con un movimiento rápido Brooke se dio la vuelta y se volvió a ensartar con la polla de Johnny esta vez mirando directamente a la cámara.

La imagen de Brooke totalmente abierta con sus pezones erectos y su sexo inflamado me resultó tan excitante como perturbadora. El actor, ajeno a ello, agarró a a la joven por las caderas y comenzó a penetrarla a un ritmo salvaje haciendo que sus huevos golpeasen con fuerza el pubis de la joven que incapaz de moverse se limitaba a gemir y jadear. Tras unos segundo Anne se unió a ellos pellizcando y retorciendo los pezones de Brooke y besando y acariciando el clítoris totalmente expuesto de mi novia.

Segundos después mi novia estaba corriéndose con un largo gemido. El director cerró los puños en señal de victoria y les indicó por señas que era el momento de la escena final. El cámara cortó la grabación y los actores jadeantes tuvieron tiempo de beber un poco de agua, secarse una parte del sudor y retocar el maquillaje antes de adoptar la postura final.

A una indicación del director las chicas se colocaron a cuatro patas sobre la cama una al lado de la otra y el cámara comenzó a grabar.

Johnny comenzó a penetrar los dos coños alternativamente a un ritmo cada vez más rápido hasta que Anne se apartó y se puso delante de Brooke de forma que con cada empujón de Johnny la lengua y la nariz de Brooke se estampasen en el coño de Anne. Durante un largo rato los tres follaron en esa postura como si no hubiese un mañana hasta que Brooke se derrumbó atenazada por un segundo orgasmo.

Johnny que al parecer aun le quedaba marcha, se ensalivó la polla y penetró en el estrecho culo de su novia. Al contrario de lo que me esperaba entró poco a poco mientras Anne exageraba el dolor que le producía aquella penetración quejándose y arañando desesperadamente las sábanas.

Brooke se acercó y comenzó a masturbar a Anne de manera que pronto los quejidos fueron sustituidos por gemidos de placer. Minutos después Anne volvía a correrse aunque Johnny continuó un poco más hasta que con un par de gruñidos se apartó y dando apenas tiempo a que las dos actrices se tumbaran bajo él se masturbó unos segundos más y regó su cuerpos con una abundante corrida.

La escena terminó con las dos actrices jugueteando con el semen de Johnny aun caliente y dando algún que otro lametazo a su polla palpitante.

—¿Qué tal lo has llevado? —preguntó Brooke acercándose a mí mientras se limpiaba el cuerpo con una toalla.

—Mejor de lo que esperaba, aunque me ha resultado un poco perturbador verte follar con otras personas, no he sentido celos, que era lo que más temía. ¿Y tú?

—Al principio estaba un poco nerviosa pero luego…

—Te has metido en el papel y te has olvidado de mí. —le interrumpí yo— Supongo que eso significa que tu trabajo no va a ser un obstáculo.

—¡Estupendo! —exclamó ella con una sonrisa— ahora veamos qué puedo hacer con eso de ahí abajo —dijo palmeando suavemente mi polla erecta y tirando de mí hacia el improvisado camerino.

Una vez dentro Brooke me arrinconó contra la pared y me bajó los pantalones.

—Brooke, esto no es necesario. —dije yo fingiendo que no deseaba follarla en ese momento con todas mis fuerzas.

Brooke no me hizo caso e interrumpiendo mi discurso con un beso se arrodilló y se metió mi polla en la boca.

Con un largo suspiro le di a entender lo mucho que lo necesitaba. Con una sonrisa se sacó mi pene y comenzó a lamerlo y mordisquearlo hasta ponerme frenético. Incapaz de resistir mas aquella tortura cogí su cabeza y le metí la polla hasta el fondo de la boca. Brooke mantuvo mi miembro alojado en su garganta mientras yo empujaba suavemente con pequeños movimientos de mi pelvis hasta que tuvo que apartarse para aspirar una larga bocanada de aire.

A continuación volvió a meterse mi polla y la comenzó a chupar cada vez más rápido hasta que no pude contenerme más y eyaculé en el interior de su boca con un largo gemido.

—Dios —fue lo único que acerté a decir mientras Brooke apuraba hasta la última gota que quedaba en mi interior con sonoros chupetones.

Mucho más relajado salí del camerino y dejé a Brooke dándose una ducha. En ese momento el director se acercó un poco ansioso, seguramente temeroso de que le arrebatase una de sus mejores actrices.

—Bueno, ¿Qué te ha parecido? —dijo el director ofreciéndome una cerveza.

—Interesante, no me lo imaginaba así. Pero no tienes de que preocuparte, ya le he dicho a Brooke que independientemente de lo que pase con nuestra relación, nunca le voy a obligar a dejar este trabajo, no soy lo suficientemente…

—¿Cómo hemos estado?—Nos interrumpió Anne acercándose recién duchada y con el albornoz ligeramente abierto para provocarme.

—Esplendidas, tú te retorcías como una anguila—respondí yo echando un vistazo de cerca al pubis depilado en forma de corazón — ¿De veras tienes esos orgasmos tan descomunales?

—Sí, aunque cuando estoy trabajando depende del compañero y a veces finjo un poco. —dijo Anne con una sonrisa traviesa—espero que este secretillo no te corte el rollo la próxima vez que veas una peli mía.

—Descuida, soy un hombre, en cuestión de orgasmos somos facilísimos de engañar.

Continuamos charlando animadamente con unas cervezas en la mano y observé como un par de técnicos cambiaban los focos de sitio sacándolos a la terraza parecía que la siguiente escena iba a ser sobre una hamaca. Iba a preguntar si iban a rodar alguna escena más pero en ese momento llegó Mark despejando mis dudas. En cuanto nos vio a Brooke y a mí juntos un leve gesto de contrariedad se reveló por un instante en su cara.

—Hola Mark ¿Dispuesto para ir al tajo? —pregunté yo ofreciéndole la mano amablemente.

—A eso vamos, —dijo el apretándomela un poco más de lo necesario— ¿Ha llegado ya Ginny?

—No, aun no está, pero ya sabes que ella ya viene maquillada, —dijo George— ve a maquillarte y ya verás como cuando salgas estará aquí esperándote.

—Maldita cría —dijo Mark mientras se acercaba refunfuñando.

—En fin, creo que deberíamos irnos. —dije yo sabiendo que era en parte el motivo del enfado de Mark.

—De eso nada— insistió George —Tienes que ver a Mark en directo es un espectáculo.

Intenté resistirme pero al final, entre todos, Ginny incluida, me convencieron para que me quedara. Me senté en una hamaca con Brooke acomodada en mi regazo justo al lado de lugar donde el director había dispuesto el monitor para seguir la grabación.

Ginny se desnudó y rechazó el albornoz que un ayudante le ofrecía. Se dirigió al borde de la piscina y separó las piernas y extendió los brazos cerrando los ojos disfrutando de los rayos vespertinos.

Era una mujer realmente bella. Aparentaba dieciocho o diecinueve años y era de complexión menuda, tenía una piel pálida y cremosa salpicada por una miríada de pecas, unas piernas finas y unos pechos grandes pero redondos y juveniles con unos pezones rosados y pequeños.

A pesar de ellos, de su culo respingón y su cara de muñeca, lo que más llamaba la atención en la chica era su melena espesa y de color rojo fuego. Mismo color que lucía en su entrepierna donde era obvio que se había depilado la vulva dejando que el pelo creciese salvaje en el resto de su pubis semejando un incendio.

Ginny me miró y jugueteó con la mata de pelo rojo sonriendo satisfecha por la atención que ponía en ella.

—Te estoy viendo —susurró Brooke a mi oído.

—No me digas que eres tú la que está celosa—repliqué yo con recochineo.

—No, pero me hace gracia la atención con la que la miras.

—Tengo que confesarte que las pelirrojas son mi debilidad. Es la mezcla de singularidad, magia y misterio que las envuelve lo que me atrae…

Mi conversación se vio interrumpida cuando llego Mark vistiendo unas Bermudas que no podían disimular el tamaño de su herramienta.

Mark se acercó a Ginny y le dio un beso en los labios a modo de saludo. Mientras los actores charlaban y se relajaban un poco yo le pregunté a Brooke como iba a ser la escena pero con un gesto ella me dijo que mantuviese silencio y observase.

A una señal de el director Ginny se metió en el jacuzzi desnuda mientras Mark se salía del plano.

—¡Acción! exclamó el director poniendo la cámara en marcha.

Tras unos segundos se vio que Mark hacia el papel de padre o padrastro que pillaba a su hija adolescente desnuda en el jacuzzi. El hombre empieza a abroncarla pero Ginny con una sonrisa maligna se incorpora mostrando al hombre sus pechos grandes y blancos y metiendo la mano por una de las piernas de la bermuda con la intención de acariciar la polla a Mark.

Mark muestra su turbación con bastante solvencia pero no se mueve del sitio mientras su miembro va creciendo poco a poco hasta quedar totalmente erecto.

Mark se muestra totalmente superado por las circunstancias y es la jovencita la que toma la iniciativa y le baja el bañador a su “padre”. Ginny abre los ojos verdes y grandes mostrando una expresión mitad sorpresa mitad placer al ver aquella polla grande y dura como una piedra, recorrida por gruesas venas color purpura.

Con precaución aparta el prepucio y acerca los labios al glande dándole un beso largo y suave con sus labios grueso y rojos.

Mark suelta un ronco suspiro pero se queda quieto como una estatua con los puños cerrados y la mandíbula crispada.

Solo cuando la joven abre la boca y se mete en ella la punta de su polla, Mark reaccionó acariciando su cabello pelirrojo.

La polla de Mark parecía una gigantesca anaconda que se retorcía en las delicadas manos de la chica y entraba y salía con rudeza de su boca. Con fascinación y un toque de horror casi podíamos ver como el pene de Mark hacia relieve en la boca y la garganta de Ginny cada vez que Mark empujaba.

Con un movimiento rápido y brusco Mark sacó a Ginny del jacuzzi como si fuese una pluma y dándole la vuelta en el aire separó sus piernas y acercó aquel coño en llamas a su boca.

La joven a su vez se agarró con las dos manos al miembro de Mark y empezó a chuparlo y lamerlo con dedicación. La boca de Mark se cerró sobre el sexo de Ginny con violencia y la jpvem soltó un fuerte gemido parcialmente velado por la polla de Mark. Este no le dio tregua y comenzó a chupar y a lamer el pubis y el sexo de la menuda pelirroja con tal intensidad que creíamos que se la estaba comiendo de verdad. Durante unos segundos Ginny soltó el pene de Mark y se dejó caer disfrutando de aquella boca que amenazaba con devorarla.

Tras unos segundos más Mark volteó a Ginny como si se tratase de un juguete y la depositó sobre la hamaca. El cámara se acercó haciendo un primer plano del sexo de ginny con el pelo rojo alborotado los labios de la vulva hinchados y abiertos y el pequeño botón del clítoris expuesto al aire. Ginny abrió las piernas sin pudor y con una sonrisa nada inocente se acarició la zona con suavidad al principio para ir aumentando poco a poco el ritmo de sus caricias hasta el punto de que si Mark no le hubiese apartado, la joven se hubiese corrido en cuestión de segundos. Ginny se intentó resistir pero Mark se lo impidió con facilidad obligándola a retirar sus manos e inclinándose sobre ella con su polla totalmente erecta.

Ginny no se amedrentó ante la visión de aquel pollón acercándose a ella y puso las manos tras la cabeza abriendo las piernas con un gesto despreocupado.

Fingiendo exasperación Mark se acercó a la joven y cogiendo su polla entre las manos le dio un golpe en el clítoris con ella. Ginny se dobló y gimió como si una chispa eléctrica hubiese recorrido su cuerpo . La joven aun sentada abrió la boca para protestar, pero fue entonces cuando Mark le metió su miembro hasta el fondo de la garganta y cogiendo ala joven por el cabello comenzó a bombear dentro de ella.

Ginny acomodó aquella gigantesca herramienta como pudo en su boca mientras su cara normalmente pálida, adquiría el color de la grana debido a la falta de aire. Finalmente Mark apartó la polla de la boca de la joven que respiró con ansia varias bocanadas de aire con su delicado rostro rojo y surcado por gruesos lagrimones.

Esta vez no protestó cuando el hombre la empujó sobre la tumbona y se colocó sobre ella frotando con brusquedad la punta de su polla contra la vulva de ella. Mark no se entretuvo demasiado con el jueguecito y guiando la polla con su mano derecha fue metiendo poco a poco su polla en aquel estrecho coño de aspecto virginal. La joven gritó y gimió pero Mark siguió empujando lenta pero inexorablemente hasta el fondo del coño de la joven.

—Impresionante, ¿Eh ?— Me susurró Brooke al oído viendo mi cara de sorpresa al ver como la gigantesca polla de Mark desaparecía dentro de Ginny en su totalidad.

—¿Como cojones puede meterse todo eso ahí dentro? ¿Es algún truco de magia? ¿Cuando Mark saque la polla la va a tener atada a una ristra de pañuelos de colores?

Brooke tuvo que morderse la mano para evitar la carcajada mientras restregaba excitada su culo contra mi entrepierna simulando adoptar un apostura más cómoda.

Yo me coloqué el paquete y seguí mirando como Mark follaba a la joven haciendo que todo su cuerpo se estremeciera con cada andanada. Ginny acompañaba los bestiales empujones con gemidos cada vez más intensos hasta que no pudo contenerse más y se corrió.

Al percibir el cuerpo tenso y los largos gemidos, Mark la cogió en el aire como si fuera una pluma y pasando sus brazos bajo las piernas de la joven, se la folló mientras gritaba asaltada por un orgasmo que no parecía terminar nunca.

Cuando los gritos de Ginny se extinguieron Mark la soltó otra vez sobre la hamaca.

Sin dejar de mirar a Mark se dio la vuelta y se puso a cuatro patas sobre la tumbona jadeando y meneando suavemente el culo. Mark no se hizo de rogar y le metió la polla con tal fuerza que pareció que se la iba a sacar por la boca. La joven aguantó como pudo el empeñón y mantuvo la postura a duras penas. A continuación Mark la atrajo hacia sí y pasando las piernas a ambos lados de la tumbona la envolvió con su cuerpo mientras la penetraba ahora con más suavidad a la vez que el cámara alejaba un poco el plano para poder grabara la impactante imagen de un hombre de más de uno noventa rodeando por entero el cuerpo de una jovencita de apenas uno sesenta y cuarenta y cinco quilos de peso.

Mark ajeno a la cámara siguió entrando y saliendo suavemente de la joven a la vez que acariciaba sus caderas, estrujaba sus pechos y retorcía sus pezones . Los gemidos y los jadeos se hacían cada vez más intensos y anhelantes . Mark deslizó sus manazas y agarrando a la joven por el cuello y fingiendo apretárselo con todas sus fuerzas la penetró cada vez más rápido hasta que la joven estalló en un nuevo orgasmo.

Sin darle tiempo a recuperarse el hombre volteó a la chica sobre la hamaca y se exprimió la polla unos segundos más hasta derramar el contenido de sus testículos sobre la cara de Ginny.

El cámara se acercó de nuevo captando con exactitud los chorreones del cremoso semen de Mark mancillado el rostro arrebolado de la joven.

—¡Buf! —exclamó Ginny— qué energía. Creo que no me voy a poder sentar en dos días.

—Pues da gracias que no te tuve que dar por el culo —Replicó Mark dando unas palmaditas a su trabuco como si fuese una mascota que ha hecho un buen trabajo.

—¡Siempre tan fino ! —dijo la joven riendo y secándose el sudor de Mark de su cuerpo con una toalla— ¿Qué tal si vamos a Jerry´s? Necesito dos cervezas, una para mi boca y otra para mi coño, creo que echa humo…

Relato erótico: “Jane VIII” (POR ALEX BLAME)

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8

Jane se despertó al día siguiente con un ligero escozor en su sexo y la sensación de haber traicionado a Patrick. Sabía que estaba en lo más profundo de una selva que apenas conocía. No sabía el camino a casa y las probabilidades de volver a Inglaterra eran remotas, aun así no dejaba de pensar en que Patrick probablemente le seguía siendo fiel.

Tarzán se despertaba con el alba, así que cuando subió a tomar un poco el sol, él ya había conseguido algo de fruta y estaba comiendo un par de plátanos.

Se acercó a ella con una sonrisa y un sospechoso bulto en el taparrabos pero Jane lo rechazó con un gesto cansado. Estaba un poco enfadada con él. No por el hecho de haberla follado. El salvaje no había hecho nada malo. En tal caso ella había sido la zorra infiel, pero la forma tan bruta y egoísta de hacerle el amor le había enojado.

Sin embargo la reacción de Tarzán encogiéndose de hombros, dándole una fruta y quedándose a su lado tranquilamente sin decir nada la desarmó. Como un adolescente timorato fue acercándose poco a poco hasta que le paso un brazo sobre su hombro. La sensación de protección y de calor que le transmitió el salvaje fue tan intensa que no pudo evitar temblar ligeramente.

Para disimular su turbación Jane cogió un pequeño peine, lo único que había salvado de su vida anterior y comenzó a cepillarse su melena.

Tarzán observo a aquella deliciosa criatura atusarse el pelo. El sol de la mañana, aún bajo, arrancaba chispas de aquella melena roja como el fuego de la sabana. La deseaba tanto como la noche anterior. La sensación de poseerla, de unirse a ella, como hacían sus compañeros de tribu entre ellos, le hizo sentirse completo. No había dormido en toda la noche concentrado en el aroma a sexo que había dejado Jane en él y masturbándose varias veces para descargar la intensa excitación que le producía.

Jane notó como Tarzán se acercaba un poco más y le cogía el pequeño peine de las manos. Imitando sus gestos el hombre metió el peine en la melena y tiró hacía abajo. El peine tropezó con un nudo y Jane se quejó al sentir el tirón.

-Más suave Tarzán –dijo ella –con suavidad, poco a poco y cuando encuentres un nudo demasiado fuerte coge de la melena por encima antes de tirar más fuerte.

El hombre no respondió fascinado como estaba por el brillo que adquiría el pelo con las sucesivas pasadas. En pocos minutos le cogió el tranquillo a la tarea y Jane empezó a disfrutar, sintiendo como las manos del hombre dejaban rastros de fuego en su cuello y como los suaves y repetitivos tirones le producían una sensación de placer y serenidad.

Pronto hizo demasiado calor para permanecer allí arriba así que todos bajaron de las copas de los árboles y se pusieron a comer. A medida que avanzaba el día las malas sensaciones de la mañana se fueron disipando hasta quedar totalmente olvidadas. El encuentro con Blesa había terminado con su inseguridad a la hora de moverse por la selva, pero no se lo dijo a Tarzán que seguía acompañándola en su desplazamiento por las lianas abrazándola amorosamente.

Era tarde y el estanque ya estaba casi vacío, solo dos esquivos sitatungas, que desparecieron en cuanto ellos llegaron, estaban bañándose en el agua.

Tarzán se tiró sin ninguna ceremonia mientras que Jane, olvidado todo su pudor se desnudó y se metió poco a poco en el agua. Tarzán, no pudo evitar mirar y quedar hipnotizado al ver como los pezones rosados de Jane se endurecían por efecto del agua fría. Se acercó a Jane dispuesto a follársela como había hecho la noche anterior pero ella escapó nadando con una sonrisa.

Tarzán intentó atraparla, pero la fuerza de él, la suplía ella con una técnica depurada manteniendo las distancias. Cuando finalmente la atrapó, ella se dio rápidamente la vuelta impidiendo que la penetrase por la espalda y colgándose de su cuello le beso.

Tarzán abrió los ojos sorprendido cuando Jane le metió la lengua en la boca.

-Esto es un beso –dijo ella volviendo a besarle.

-A Tarzán gustar beso –dijo introduciendo violentamente la lengua en la boca de Jane hasta dejarla sin respiración.

-Buff ¡No seas bruto! -Dijo ella jadeando -¿recuerdas esta mañana con mi pelo? Pues esto es lo mismo. Si lo haces con suavidad es más placentero.

-Placen…tero. –repitió él besándola esta vez con más suavidad.

El beso fue largo, sus lenguas se acariciaron con suavidad y se exploraron sin tregua. Jane cogió una de las manos de Tarzán y la puso sobre su pecho. El hombre había aprendido la lección y se la estrujó con suavidad, acarició sus pezones y les dio suaves pellizcos haciéndola suspirar y gemir poseída por un deseo irrefrenable.

Cogiéndola en brazos, la llevó hasta la orilla del estanque. Jane se sentó en el borde y cogiendo la cabeza de Tarzán se la guio con suavidad hacia su sexo. El salvaje se sumergió entre sus piernas y le besó su sexo. Jane se mordió los labios y soltó un largo gemido. El hombre siguió acariciando y chupando el sexo de la joven y disfrutando con las contorsiones que provocaba en ella cada vez que descubría una parte especialmente sensible.

Jane sufrió en sus propias carnes lo rápido que aprendía Tarzán. En pocos minutos se encontró gritando y jadeando con todas sus fuerzas con un orgasmo descomunal crispando todos los nervios de su cuerpo.

Tarzán se detuvo y observo con curiosidad y excitación el cuerpo de Jane caliente y jadeante tensarse con el placer. Jane salió del agua y tumbándose en el suave césped de la orilla invitó a Tarzán a acercarse.

El hombre se acercó y siguiendo sus instrucciones se tendió sobre ella. El peso del hombre sobre su cuerpo menudo la excitó de nuevo y cogiendo el miembro duro y caliente del salvaje lo guio hacia su coño. Tarzán, como un alumno aplicado, le metió su polla y se fue abriendo paso lentamente en el húmedo coño de Jane, empujando con suavidad y acompañando sus penetraciones con suaves suspiros.

Con las piernas de Jane entorno a sus caderas Tarzán se deslizaba con deleite en el interior de la joven aprovechando para sobar y chupar los pechos de la joven.

-Más rápido… –dijo Jane jadeando-

Con suavidad Jane tiro del pelo de Tarzán para acercárselo a su boca y lo besó mientras los movimientos se volvían más urgentes. Cuando deshicieron el beso se miraron a los ojos y los movimientos de él se volvieron más rápidos y violentos hasta que eyaculó en su interior.

La sensación de correrse dentro de la mujer mientras ella le miraba y sonreía abrazada a él fue indescriptible y tan excitante que acentuó aún más su deseo. Olvidándose de lo aprendido comenzó a penetrarla rápida y violentamente haciendo saltar el cuerpo de la joven con cada embate, estrujando sus pechos y retorciendo sus pezones haciéndola chillar jadear y gemir a la vez.

Está vez Jane no se quejó, sólo podía gritar descontroladamente mientras él la follaba llevándola al orgasmo y llenando su coño con su leche de nuevo hasta hacerlo rebosar.

Cuando acabó, Tarzán se derrumbó sobre ella sin fuerzas para gritar. Jane se limitó a sonreír disfrutando con el peso del hombre sobre ella y su miembro mermando lentamente en su interior.

Lo primero que hizo Patrick fue alquilar una pequeña plantación en las afueras, lejos de las miradas curiosas de la gente. Sabía que un hombre con una hiena por mascota no debía exponerse en público así que se despidió de la señora Bowen dándole las gracias y prometiéndole que seguiría abasteciendo su cocina regularmente.

La mansión era más pequeña aún que la de Lord Farquar, pero era más que suficiente para él. Además los anteriores inquilinos se habían dedicado a cazar fieras para circos y zoológicos así que había un cercado bastante grande donde podía tener a la hiena sin llamar la atención.

A la noche siguiente de instalarse cogió un trozo de hígado de su última presa y se dirigió al basurero.

Del lugar emanaba una peste inmunda, pero cuando pasaron unos minutos el olor se volvió soportable y cesaron las náuseas. En cuanto encontró un lugar adecuado apagó la linterna y se quedó acuclillado esperando una señal de sus invitadas.

No tuvo que esperar mucho para que apareciese la primera atraída por el olor de la víscera fresca. La noche era oscura y tras acostumbrar sus ojos a la oscuridad apenas podía distinguir las esquivas siluetas de la hienas moviéndose en la distancia.

El no saber cuántos animales había y que era lo que querían, le resultaba desasosegante pero no estaba dispuesto a tirar la toalla tan fácilmente y palmeando el revólver que colgaba de su cadera llamo a los animales para que se acercasen.

El primero en aproximarse fue un joven macho. Le sorprendió su fuerte olor a carne podrida. Pegó un mordisco apresurado al trozo de hígado que Patrick le ofrecía y se largó rápidamente tragando su trofeo antes de que nadie pudiese reclamarlo.

Pasaron los minutos y parecía que no iba a acerarse ninguna hiena más hasta que se acercó por fin una hembra. Iba a coger un buen trozo de carne cuando un soberbio ejemplar le dio un fuerte mordisco en el cuello para ahuyentarla y hacerse con un gran trozo de hígado. Patrick no opuso resistencia y dejo que se llevase toda la pieza. Mientras, la hiena se separó unos pocos metros y devoró su premio con fruición.

Patrick ya sabía lo que quería.

La siguiente semana volvió puntualmente todas las noches al basurero a alimentar a las hienas. Aunque otros ejemplares se acercaban a comer la primera en hacerlo era siempre la gran hembra. Tras uno pocos días era capaz de acariciar su pelo áspero y mugriento mientras la hiena devoraba carne y trituraba huesos como si fuesen palos de cerillas.

La cercanía con esos animales le permitió descubrir que las hembras eran más grandes y fuertes y eran las que mandaban y mantenían la disciplina en el grupo que podía llegar a ser muy grande. También descubrió que veían perfectamente en la oscuridad y tenían un olfato finísimo ya que en cuanto llegaba al basurero tardaban unos pocos minutos en llegar.

Siguiendo las instrucciones de Subumba no le dio un pedazo de carne impregado con la poción que le había dado hasta que estuvo totalmente seguro de que la hiena confiaba en él. El animal olfateó la carne intentando descubrir el origen del extraño olor pero finalmente se lo tragó. En pocos segundos comenzó a tambalearse y en menos de un minuto la hembra estaba inconsciente en el suelo. Patrick desenfundó el revólver y se acercó al cuerpo dormido vigilando la reacción de las otras hienas. Un viejo macho gruño y les enseño los dientes, pero un disparo al aire y la falta de una líder que les guiase provocaron una rápida retirada.

Patrick cogió el cuerpo inerte y se lo echó al hombro, su cuerpo vaciló ante los casi setenta quilos que debía pesar el animal pero aguantó lo suficiente para poder depositarlo en una carretilla que había dejado fuera del vertedero. Con un suspiro de satisfacción empujó la carretilla y se dirigió a la casa de la hechicera.

Cuando Mili puso el pie en su amada Inglaterra lo hizo del brazo de Avery. Una fina llovizna les recibió recordándoles que estaban en casa. El tren resultó tres veces más cómodo y rápido que el africano y demasiado atestado como para tener un compartimento para ellos solos. Una vez en Londres Mili tuvo que mantenerse de nuevo en segundo plano para mantener las formas. El viaje empezaba a convertirse en un sueño lejano.

Pasaron la noche en casa de los Brown, una familia de ricos comerciantes que habían ganado su fortuna con la compañía de las indias y que le habían hecho ganar mucho dinero a Avery. James Brown no había perdido las esperanzas de casar algún día a su hija de mediocre belleza pero tremendamente joven y rica con él y cuando se enteró de la desaparición de Jane le dio su más sincero pésame y le ofreció solapadamente la compañía de su hija para consolarle.

Para alivio de Mili, Avery rechazó agradecido la oferta y se limitó a cenar y pasar la noche en casa de su amigo. Al día siguiente se levantaron pronto por la mañana y envió a Mili con su equipaje por delante a Hampton House mientras él iba a visitar el London Times y hacía todos los preparativos para hacer una discreta ceremonia por su hija desaparecida. Terminó con el tiempo justo para coger el último tren y llegó a la estación del condado de Lansing poco después de medianoche.

Cuando traspaso la puerta Mili le estaba esperando.

-El resto del servicio quería quedarse a esperarle –dijo ella dejando de tutearlo desde el momento que atravesó el umbral –pero les he dicho que entendías que debían levantarse pronto para cumplir sus tareas y agradecerías lo mismo que la recepción fuese mañana por la mañana.

-Has hecho bien –dijo el acariciando su cara –y sigo siendo Avery, para ti he dejado de ser el Conde de Lansing, por lo menos cuando estemos solos.

-El servicio también ha querido expresarte lo mucho que sienten su pérdida. –respondió ella suspirando con alivio –No son capaces de imaginarse Hampton House sin las risas y las carreras de la señorita Jane.

-Lo sé, a mí también se me va a hacer difícil.

-Quizás yo pueda hacer algo para aliviarte mi señor –dijo ella apretándose a Avery y acariciándole con suavidad la bragueta.

Relato erótico: “Jane IX” (POR ALEX BLAME)

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Aquel hombre, con su mezcla de ferocidad e inocencia, le volvía loca. Ahora se pasaba la mayor parte del día desnuda sólo para exhibirse y provocarle. Y a él le encantaba mirarla. Cuando Jane se movía Tarzán la miraba sin disimulo disfrutando del joven y elástico cuerpo de la mujer esquivando obstáculos o pegando pequeños saltos.

Tarzán no se separaba de ella y constantemente intentaba tocarla o acariciarla, al principio lo rechazaba pero poco a poco se iba excitando hasta que sus instintos más primarios se imponían y hacían el amor apasionadamente. Como con su salvaje familia, cualquier excusa era buena y Jane se veía follando varias veces al día en cualquier sitio y a cualquier hora. A veces Tarzán, en medio de la noche y sin dejar de abrazarla la penetraba y la follaba suavemente, ella se dejaba hacer y simulaba seguir durmiendo, soltando quedos gemidos que le volvían loco hasta que se corría en su interior llenándola con su calor y con su deseo.

La vida en Londres quedaba ahora muy lejos. Sabía que las posibilidades de volver a casa eran muy pocas y apenas pensaba ya en Patrick más que como un querido amigo. Deseaba con todas sus fuerzas que la olvidase y fuese feliz con otra mujer aunque conociendo el carácter ligeramente obsesivo de él, temía que esto nunca ocurriese. A quién echaba más de menos era a su padre. No podía imaginarse lo mucho que debía estar sufriendo. Esperaba que Mili le ayudase e hiciese su pérdida más soportable.

La temporada de lluvias estaba dando sus últimos coletazos. Por la mañana había caído un violento chaparrón pero a mediodía el viento arrastró las nubes lejos hacia el oeste dando paso a una tarde espléndida. Tarzán y Jane estaban jugando en la laguna salpicando a Idris y peleando con dos jóvenes chimpancés cuando en cuestión de segundos se vieron envueltos por un rio de mariposas que ascendían por el arroyo y desaparecía de su vista al remontar la cascada.

-¿Qué significa esto? -preguntó Jane asombrada por el espectáculo.

-Ocurrir todos los años por esta época. -respondió él -las mariposas necesitar campo despejado para poder exhibirse y aparearse y no poder hacerlo en la espesura de la jungla, así que remontar ríos y arroyos hasta que la tierra volverse roca donde arboles no poder crecer. En un pequeño claro juntarse más mariposas que gotas de agua haber en estanque.

Jane se quedó mirando las Mariposas maravillada. Eran bastante grandes y de color anaranjado con las nervaduras de las alas de un vivo color negro. No eran las más bonitas que había visto pero su número y su vuelo vacilante pero decidido la maravillaron.

-¿Queda muy lejos el claro? -Preguntó Jane.

-Si salimos ahora estar allí a media tarde. ¿Querer ir?

-Sí por favor…

La parte más difícil fue sortear la cascada luego se subieron a los arboles hasta que con la altura y la disminución del suelo fértil ralearon tanto que tuvieron que bajar y desplazarse por el suelo. Cada paso que daban y cada arroyo que se juntaba aumentaba el numero de Mariposas hasta que cuando llegaron a lo alto de la loma de piedra era tal la magnitud del numero que se sentía en medio de un torbellino aleteante.

Jane rió y bailó dando vueltas extasiada en medio de aquella nube de colores brillantes, que se le enredaba en el pelo, mientras Tarzán ajeno a todo aquello miraba moverse a la joven embobado. Poco a poco el marasmo fue calmándose a medida que las mariposas se posaban en el suelo para aparearse.

-¿No te parece maravilloso? -dijo Jane tumbándose al lado de Tarzán mientras apartaba un par de parejas de insectos que pretendían usarla como lecho nupcial.

-Sí, tu ser maravillosa -dijo el acariciándole un pecho con su mano callosa.

Jane detectó inmediatamente el deseo en los ojos del salvaje y no le hizo esperar. Incorporándose ligeramente se agarró a su cabellera y le besó dejándose llevar por la lujuria. El hombre reaccionó inmediatamente alargando sus brazos para acariciar su cuerpo pálido y turgente dejando marcas de fuego en su piel.

Con un brusco empujón que hizo levantar el vuelo a varios cientos de mariposas sorprendidas lo tumbó de espaldas y le sacó el taparrabos. Su polla ya estaba erguida y dura.

Con sorpresa Tarzán vio como Jane comenzaba a lamer y a chupar la punta de su polla. El salvaje gimió y se dejo hacer mirando a un cielo poblado de mariposas.

Jane agarró la verga de Tarzán y con suavidad fue metiéndosela poco a poco en la boca hasta que sólo los huevos asomaron de ella. Tarzán excitado comenzó a moverse con suavidad en la garganta de Jane soltando roncos gemidos hasta que ella no pudo más y se separó para coger aire jadeante. Tarzán tiró de Jane y la colocó sobre su regazo besando y recogiendo el hilo de saliva que había quedado conectando la boca de Jane con su polla.

Jane restregó su culo contra la polla que latía hambrienta bajo ella y dejó que el hombre magreara y chupase sus pechos y sus pezones hasta hacerla gritar, pero cuando él intentó penetrarla se separó y con sus labios fue recorriendo el cuerpo del hombre hasta llegar de nuevo a sus ingles. Desoyendo las torpes suplicas de Tarzán le cogió la polla y acariciándosela con suavidad comenzó a chuparle los huevos.

Cuando la respiración del hombre comenzó a hacerse más anhelante Jane levanto la cabeza un momento y le sonrió mientras le golpeaba la polla con sus pechos. Cuando la volvió a bajar se metió la polla en la boca y comenzó a subir y bajar por ella chupando con fuerza, deleitándose en el sabor del miembro de Tarzán que no tardo en correrse llenándole la boca con su semilla.

Cuando terminó se tumbó encima del salvaje exhausta y satisfecha sólo con el placer que había experimentado su hombre. Poco a poco sobre las dos figuras yacentes comenzaron a posarse mariposas buscando el sudor salado que exhalaban sus cuerpos hasta quedar cubiertos totalmente por una capa de insecto bullentes.

Cuando llegó a la cabaña con la hiena, no sabía cómo pero Subumba ya le estaba esperando. Había despegado la habitación principal y sólo persistía el hogar en el que estaba hirviendo el contenido de una olla. En el centro había dibujado una serie de tres círculos unidos en línea cada uno con otros dos círculos concéntricos en du interior. Sobre el suelo había dispuestas en las esquinas cuatro lámparas de aceite que iluminaban la sala con una luz cálida y vacilante.

Patrick depositó la hiena con delicadeza en el suelo y salió fuera para dejar la carretilla. Cuando volvió a entrar, Subumba le estaba esperando más majestuosa que nunca. Totalmente desnuda excepto por un minúsculo taparrabos su cuerpo brillaba con los afeites que se había aplicado como el bronce bruñido. Su pechos grandes y firmes, su fantástica figura en forma de reloj de arena y sus costillas marcándose en cada respiración excitaron a Patrick que casi inmediatamente se sintió culpable por verse seducido por una salvaje.

Subumba sonrió despectivamente al percibir la reacción de Patrick pero no dijo nada y se limitó a acercarse al hogar. Metió una cuchara de madera en la olla y olfateó su contenido haciendo un gesto de satisfacción.

-Acércate -dijo la hechicera con una voz ronca y sensual.

Patrick se aproximó a la olla y la mujer, le cogió la mano izquierda y con un movimiento rápido y fluido le dio un corte rápido en la palma con una daga de hueso. Patrick se quejó e intentó retirar la mano pero ella se la sujetó unos segundos dejando que la sangre escurriese y cayese dentro de la marmita borboteante.

Sin decirle nada mas cogió un pequeño tazón de arcilla y se puso a cantar mientras hacía también un pequeño corte en la pata de la hiena. Recogió la sangre en la taza y la añadió a la pócima.

Sin parar de cantar la salmodia le indicó a Patrick que colocase al animal a un lado del los tres círculos mientras que él se tuvo que tumbar desnudo en el otro.

En pocos minutos los cánticos se volvieron más sincopados y estridentes. Subumba se contorsionaba cubierta de sudor suplicando a los dioses que le ayudara a Patrick a controlar el alma indómita de la hiena.

Subumba cogió de nuevo el tazón de arcilla y bebió un pequeño sorbo. Luego le dio un poco a la hiena que permanecía inconsciente y finalmente le obligó a Patrick a apurar el resto.

El sabor era nauseabundo y el liquido hirviente le quemó la lengua. Con grande dificultades consiguió evitar vomitarlo justo antes de perder el conocimiento.

Patrick nunca supo cuanto tiempo permaneció inconsciente, las pesadillas febriles se sucedían casi sin solución de continuidad sólo interrumpidas por pequeños lapsos de agotada lucidez. Cuando finalmente despertó descubrió a la hiena despierta y alerta olfateándole. Un ruido desvió su atención y Subumba pudo constatar con satisfacción como hombre y animal movían la cabeza en su dirección totalmente sincronizados.

-Ella es Damu. Ahora es tu hermana. Aceptará todas tus órdenes y te será más fiel que cualquier ser humano. Nunca la traiciones y ella nunca lo hará.

Patrick hacia unos segundos que había dejado de escuchar a la hechicera, lo único que oía era el correr de su sangre apresurada y excitada por aquella mujer hermosa y brillante de sudor.

Ante la mirada atenta del animal, Patrick se abalanzó sobre la mujer que no pudo reaccionar sorprendida por lo fulgurante del ataque. La tumbó en el suelo y sujeto sus muñecas por encima de su cabeza. Le dio un beso salvaje y ávido. La mujer abrió la boca y la lengua de Patrick la exploró con violencia. Aún podía saborear el acre aroma de la poción que le había transformado. La mujer se mantuvo dócil y ni siquiera se quejó cuando Patrick le mordió el labio hasta hacerla sangrar.

El sabor de la sangre de la mujer inundó la boca enardeciendo aún más a Patrick que arrancó el taparrabos a Subumba de un tirón y la penetró.

Subumba no pudo reprimir el gemido cuando el miembro duro y caliente se alojó profundamente en su vagina. Con cada salvaje empujón, todo el cuerpo de Subumba se estremecía y ella se agarraba a aquel hombre disfrutando del poder que emanaba aquel hombre blanco que había sido capaz de domar a la jefa de un clan de hienas.

Patrick sentía como su lado animal le dominaba y mientras se follaba a la hechicera, cedía a la necesidad imperiosa de lamer pellizcar y morder su cuerpo. Subumba gemía y gritaba poseída por el mismo frenesí arañándole con sus largas y afiladas uñas.

Con dos últimos embates se corrió en el interior de la mujer, que se apretó contra él al sentir al hombre derramarse en su interior.

Patrick no se paró sino que siguió fallándosela tan duro como antes. Subumba jadeaba y clavaba sus ojos color miel en los de él incomodándole con su seguridad, demostrándole que no le tenía ningún miedo.

Con la polla aún dura y palpitante se separó contrariado. Subumba abrió sus piernas mostrándole su sexo húmedo y congestionado, mirándole sin miedo, con la vista cargada de deseo…

Con un grito de frustración la levantó en el aire y empujando su cuerpo contra la pared separó sus piernas y le hincó la polla en su culo.

Subumba pegó un gritó y todo su cuerpo se estremeció cuando Patrick le metió su miembro duro como la roca en su estrecho ano. Los primeros empujones casi no pudo resistirlos y gruesos lagrimones corrieron por su cara pero poco a poco el dolor empezó a ser acallado por el placer.

En pocos segundos notó como la joven separaba un poco más las piernas y se ponía de puntillas tensando su prodigioso culo. Patrick excitado la agarró por el cuello y sin poder contenerse más se corrió de nuevo en medio de los gemidos y gritos de placer de la mujer que se corrió a su vez al sentir el semen de Patrick inundando su culo.

Cuando finalmente se separó, Subumba se dejó caer jadeante, en posición fetal, acariciándose el pubis con sus manos y vertiendo finos hilillos de semen por sus aberturas.

Sin decir nada más Patrick se vistió y tiró unas monedas al lado de la mujer que yacía desnuda y desmadejada en el suelo y que le miraba con la misma seguridad y majestad con la que le había recibido.

Cuando salió, la luz del sol empezaba a insinuarse por el horizonte. La hiena soltó un corto aullido seguido de una risa. Patrick le dio unas palmadas en la cabeza y se llevó a su nueva amiga a casa.

5 meses después

El día era el típico de principios de verano en Inglaterra, húmedo, plomizo y oscuro, pero a Mili le parecía espléndido, estaba sentada en el comedor principal esperando a Avery para desayunar. Al descubrir su embarazo, Avery se había mostrado encantado y agradecido y no sólo le había proporcionado la seguridad que ella esperaba sino que, totalmente enamorado de ella compartía casi todos los aspectos de su vida con él como si fuese su esposa.

Sabía que nunca podría casarse con él, y sentía una pequeña punzada de insatisfacción pero era realista y se sentía feliz sabiendo que su hijo heredaría todo lo que le rodeaba.

Avery entró en el comedor con gesto serio y una carta en la mano.

-Hola querida. -dijo besando a Mili y acariciando su incipiente barriga.

-¿Qué ocurre querido? ¿Malas noticias?

-Me temo que sí. -dijo tendiéndole la carta a Mili.

Querido Amigo:

Espero que a la recepción de esta misiva te encuentres en buen estado de salud y recuperado en lo posible de la terrible perdida que has sufrido. Todos los días pienso en tu joven hija y rezo por su eterno descanso.

La temporada de lluvias a acabado este año antes de lo normal y creo que nos espera un año de sequia y privaciones, pero en fin no te he escrito para contarte mis problemas. Me dijiste que velara por Patrick y eso he tratado de hacer estos meses aunque confieso que sin demasiado éxito.

A los pocos días de irte tú, Patrick abandonó la mansión y se alojó en un hotel de Kampala, el resto de lo ocurrido lo conozco por medio de el señor Hart un funcionario de Kampala, viejo conocido que se vanagloria de estar al corriente de la vida de casi todos los habitantes de la ciudad.

Según parece Patrick ha abandonado el hotel y vive en una pequeña plantación arruinada a las afueras. No se relaciona con ninguno de los británicos de la colonia y se dedica a recorrer la sabana cazando, acompañado de una hiena gigantesca.

También me dijo que la única persona a la que visita con regularidad es un hechicera, según los nativos, la más poderosa de toda África. Los negros dicen que mantiene relaciones sexuales con ese súcubo.

Soy consciente de todo lo que has sufrido pero me temo que ese joven está perdiendo la razón y creo que tu eres el único que puede convencerle para que deje este ambiente malsano y vuelva a la civilización. Si aún le estimas como a un hijo debes venir y hablar con él.

Sé que es difícil pero creo que un alma está en juego. Espero tu respuesta y ya sabes que mi casa es tu casa.

Tu compañero y amigo:

Lord Farquar

-¿Vas a ir? -preguntó Mili temiendo la respuesta.

-No tengo más remedio, me siento responsable y no pienso consentir otra muerte en mi conciencia.

-Pero, ¿Y el bebe? -dijo Mili aterrada.

-Tú te quedarás y darás a luz aquí. Con un poco de suerte estaré de vuelta antes de que esto ocurra.

-No te vayas, por favor -dijo Mili tirándose a sus pies -tengo un mal presentimiento…

-Basta ya Mili, es mi deber de caballero. Ya lo he decidido y no pienso hablar más de ello, ahora desayunemos de una vez -repuso Avery untando una tostada.

Relato erótico: “jane V” (POR ALEX BLAME)

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5

Jane espero pacientemente en el agua hasta que Tarzán perdió momentáneamente el interés por ella y salió del estanque. La joven sólo tuvo unos instantes para admirar su cuerpo musculado e imaginar lo que escondía bajo el taparrabos. Se mordió el labio con un gesto de indecisión y se dirigió al arbusto donde había dejado la ropa. Cuando llegó descubrió a Idrís y otros dos colegas haciendo girones sus bloomers y poniéndose sus bragas de sombrero. Jane cogió el sujetador y se lo puso antes de que los chimpancés lo intentasen e intentó quitarle las bragas de la cabeza al compañero de Idrís, un joven macho, obviamente sin conseguirlo. El chimpancé la esquivó con facilidad y se subió al árbol más cercano sin dejar de hacerle muecas y tirándole pequeñas ramas y hojas. Afortunadamente Idrís estaba despistada observando las monerías de su compañero y se dejó arrebatar lo que quedaba de los bloomers con facilidad, de las botas no había ni rastro. Cuando se los puso, observó con desesperación que ambas perneras estaban rajadas y mordisqueadas y la izquierda estaba descosida casi hasta la cintura. Con un suspiro de resignación se puso la prenda y se arregló las perneras provisionalmente ciñéndoselas al muslo con los restos de la blusa. Con la cara roja de vergüenza se incorporó y buscó a Tarzán. Sorprendida vio como estaba peleando con un viejo gorila macho, bastante más grande que él. Tarzán lo azuzaba y le daba sonoros golpes en el pecho y la espalda mientras eludía los gigantescos puños del simio. Al principio se asustó, pero pronto se dio cuenta que tanto los golpes de uno como del otro eran controlados y no pretendían hacer daño de verdad. Tras unos minutos terminaron por abrazarse y espulgarse mutuamente ajenos a lo que pasaba a su alrededor.

Jane los observó largo rato, totalmente confundida, incapaz de asumir que la relación entre un hombre y un animal pudiese llegar a ser tan íntima. Jane había tenido perros y recordaba con especial afecto a Jack, un viejo terrier al que quería con locura. Era listo y parecía anticiparse a los pensamientos de su ama pero perro y ama sabían cuál era su lugar. Ella mandaba y el obedecía. Sin embargo, lo que estaba viendo en ese momento, era a dos individuos de especies distintas relacionándose en un plano de igualdad…

-¡Joder! –exclamo Jane por tercera vez en su vida dándose un golpe en el cuello.

Cuando se miró vio su mano decorada con los restos de un mosquito de considerables dimensiones. Tarzán levantó la cabeza y se acercó curioso a ella para ver lo que pasaba. Acercó su nariz al cuello de Jane y la olisqueó interesado. La joven notó como el suave vello que cubría su cuello se erizaba ante la sensual caricia del aliento del salvaje. Tras unos segundos Tarzán retiró su aliento y le indicó por señas que la siguiera hasta una zona fangosa cerca de la orilla sur del estanque donde estaban los elefantes. Con un gesto con los brazos y un par de gritos les hizo retirarse y acercó a Jane hasta el borde fangoso.

Cuando Tarzán cogió un buen montón de barro y se lo extendió por el cuello ella hizo el amago de protestar. El fango era de color claro, casi blanco y olía a vegetación en descomposición pero enseguida notó el frescor y un inmediato alivio de la picadura. El hombre no se limitó al cuello sino que empezó a untar el resto del cuerpo con el barro haciéndole entender a Jane mediante señas que evitaría la picadura de los mosquitos. Las manos de Tarzán acariciaron su cara dejando una fina capa de barro que rápidamente se endureció formando una costra impermeable a las picaduras de los insectos. Jane cerró los ojos disfrutando del cálido contacto de las manos del hombre. Tarzán cogió un poco más de barro y comenzó a bajar por el pecho untando sus hombros y sus clavículas y la parte del escote que dejaba al descubierto su sostén. Cuando Tarzán recorrió sus costillas y juntó sus manos en su vientre Jane no pudo contener un corto suspiro de placer. El salvaje pareció no advertirlo y siguió con su tarea lenta y metódicamente embadurnando su espalda hasta la cintura de los bloomers. A continuación continuó con sus pies. Untó su empeine y el puente, siguió con el talón y terminó en sus dedos donde se demoró acariciándolos uno a uno y recorriendo toda su longitud. Jane abrió los ojos respirando agitadamente. Tarzán la estaba mirando de una manera que la hacía temblar. Sin dejar de mirarla a los ojos comenzó a masajearle las pantorrillas y lentamente empezó a subir por las piernas arriba, electrizando todo su cuerpo, hasta introducirse en las perneras de los destrozados pantalones. Afortunadamente las manos chocaron contra el arreglo provisional que había hecho Jane y el hombre no pudo pasar de la parte baja de los muslos.

Contrariado, Tarzán intentó deshacer los nudos pero Jane se separó y cogió un puñado de fango con su mano –ahora me toca a mí –pensó mientras acercaba la mano al pecho del hombre.

Tarzán no se apartó y Jane pudo acariciar el pecho del salvaje. El pecho era amplio, duro y musculoso, mientras hacía dibujos en el con el barro que había cogido de la charca recordó el de Patrick más pálido, más blando y con más pelo y con una punzada de remordimiento apartó la mano y se retiró un par de metros confundida y arrepentida. Tarzán hizo el amago de acercarse pero pareció pensárselo mejor y terminó el sólo de cubrir su cuerpo de barro.

Avery se levantó tarde, la cabeza le estallaba y se sentía aún mareado por el efecto de los excesos de la noche anterior. Se dirigió al porche dónde ya le estaba esperando Henry con los restos de su desayuno, viendo como las nubes descargan sin piedad millones de litros de agua sobre la arrasada llanura.

-Dentro de un par de semanas, el paisaje habrá cambiado tanto que no lo reconocerías –dijo Lord Farquar con un deje de tristeza en la voz -¡ojalá estuviese Jane para verlo!

-¿Y Patrick? –preguntó Avery.

-Se levantó al amanecer y le dijo al mayordomo que iba a ver si encontraba algo de caza por los alrededores. Yo que las hienas me escondería, ese hombre está guardando mucha rabia en su interior.

-Me vuelvo a Inglaterra. Jane está muerta, no quiero saber nada más de este continente. En cuanto tenga listo el equipaje me iré.

-A la tarde sale un tren con dirección a la costa, me ocupare de que todo esté listo para que lo cojas.

-Gracias Henry. Patrick se quedará aquí, ¿Podrías hacerme el favor de acogerle en tu casa? –Preguntó Avery a su viejo amigo –necesito saber que hay alguien pendiente de él.

-Descuida, eso ya lo tenía en mente. –Respondió Henry –Lo que necesita Patrick es desahogarse. Los jóvenes son fuertes y poco a poco ese dolor se irá suavizando y podrá volver a su vida.

-Eso espero, Patrick estaba totalmente prendado de mi hija, pero su vida debe continuar, ya no puede hacer nada por… ella.

La visión de Mili con un traje oscuro y discreto pero incapaz de disimular sus generosas formas despertó en Avery vagos e inquietantes recuerdos de la noche anterior. Entre las brumas alcohólicas las imágenes de Mili desnuda cabalgando desaforadamente sobre él le provocaron una sensación de desazón. Por un momento se sintió un miserable pero la cara de Mili serena y su gesto de ternura hacia él le tranquilizaron un poco.

Intentando no pensar en todo lo que estaba ocurriendo, se inclinó sobre los huevos revueltos y el zumo de fruta y durante la siguiente media hora se dedicó a engullir comida sin decir absolutamente nada. Pasado un rato Henry se disculpó y los dejó solos y sólo entonces Avery se atrevió a apartar la vista de la comida y dirigirla a Mili.

-Respecto a lo que ocurrió anoche, espero no haber…

-Tranquilo –le interrumpió Mili aparentando serenidad –no ocurrió nada que yo no desease. Quizás te parezca un fresca al decir esto pero nunca comprendí eso que dicen de que la desgracia une a las personas hasta anoche.

-Me alegro, si te soy sincero anoche bebí demasiado y desde que apareciste por la puerta he empezado a recordar fragmentos de lo que pasó.Temí haber abusado de ti por la fuerza. Por experiencia sé lo que un hombre borracho puede llegar a hacer y temía haberme dejado llevar por mis impulsos más primitivos. –Replicó Avery aliviado –de todas formas este no es el lugar adecuado para hablar, durante el viaje tendremos intimidad suficiente y tiempo para pensar. Prepárate, nos vamos esta misma tarde.

Mili asintió sin decir nada pero obviamente parecía satisfecha. Probablemente esperaba que él la tratase como a una puta que le había seducido en un momento de debilidad con el cuerpo de su hija aún caliente pero Avery no era de esa clase de hombres. Si de algo estaba seguro era de que si se había cometido un error la noche pasada era un error compartido, una culpa compartida…

Avery apuró lo que quedaba del zumo y despidiéndose educadamente se retiró para ultimar su equipaje.

Afortunadamente Patrick ya estaba de vuelta de su excursión para el mediodía y pudieron despedirse. Llegó cansado y cubierto de barro pero con un aspecto más tranquilo después de haber abatido un par de impalas. Se despidieron con un abrazo no antes de recordarle que sus puertas siempre estarían abiertas para él. El joven lo agradeció educadamente pero sus ojos le decían a Avery que probablemente no lo volvería a ver.

La tarde empezaba a decaer cuando el tren llegó finalmente a la estación de Kampala con tan sólo un par de horas de retraso. Avery y Mili tomaron posesión del único vagón de primera clase que había en el tren y que estaba totalmente vacío.

Entraron en uno de los compartimentos y se sentaron uno frente el otro aliviados por estar al fin en movimiento. Protegida de los insectos y de la persistente lluvia, Mili se quitó la pesada capa que la cubría mostrando un vestido cómodo y sencillo de un discreto color beige. Avery intentó mirar el paisaje que se deslizaba ante él con desesperante lentitud pero no podía evitar mirar de vez en cuando a Mili con la que mantenía un incómodo silencio. Ella no demasiado incómoda se mantenía sentada en el asiento muy erguida mirando a través de la ventanilla. De vez en cuando una pequeña pela de sudor brotaba de detrás de su oreja y resbalaba despacio por su cuello abajo para terminar perdiéndose de vista entre los generosos pechos de la mujer.

En esos momentos Avery lamentaba no poder recordar nada más de la noche anterior, lamentaba no atreverse a seguir con sus labios el recorrido de la gota de sudor hasta que el escote de su vestido se lo impidiera…

Un camarero interrumpió sus pensamientos sirviéndoles una cena fría y poco apetitosa. Ambos comieron poco y en un obstinado silencio. El camarero terminó de servirlos rápidamente y se despidió deseándole que pasaran una buena noche. Ambos se recostaron en sus asientos y se acomodaron como pudieron para pasar la noche lo mejor posible. Con el rabillo del ojo vio como Mili metía la mano en su escote e intentaba aflojar un poco su corsé para estar un poco más cómoda.

Avery oyó un ligero suspiro de alivio y en pocos minutos la respiración de la mujer se tornó suave y acompasada. Cerró los ojos dejándose mecer por el movimiento del tren e intentando dormir, pero estaba demasiado turbado. Ahora que Jane no estaba con él su vida había perdido sentido. Al morir su esposa había dejado el ejército y se había dedicado en cuerpo y alma a la educación de su hija. Muchos de sus familiares le habían aconsejado que se casara con una mujer joven y guapa, y no le faltaron proposiciones de padres interesados por procurarle una buena situación a sus hijas, pero siempre se mostró reacio y al final le dejaron por imposible. Ahora que se había quedado sin ella, no se sentía con fuerzas para ir de fiesta en fiesta con una joven y activa esposa del brazo. Todo lo que deseaba era una tranquila vida en familia, pero lo único que le quedaba era un yerno loco de dolor y Mili. En cuanto pensó en ella los recuerdos de la noche le asaltaron, las imágenes del rostro de Mili crispado por el placer le excitaron y deseo tenerla de nuevo en sus brazos.

Cuando Jane alcanzó la adolescencia, Avery descubrió que había cosas de las que no podía hablar con su hija, así que habló con el padre de Mili un primo lejano que había arruinado a su familia con toda clase de excesos y le había sugerido que la joven, que tenía unos diez años más que Jane, fuese su dama de compañía. Las dos jóvenes congeniaron casi de inmediato. Mili resultó ser inteligente y avispada y constituyó una inestimable ayuda para Avery. Pero a pesar de su figura exuberante, sus ojos azules, su pelo negro y brillante, sus facciones suaves y su sonrisa dulce nunca había pensado en ella de manera lasciva.

Un relámpago sobresaltó a la mujer que abrió los ojos y descubrió a Avery observándola.

-¿No duermes? –Preguntó Mili.

-No puedo… -dijo Avery turbado sin saber que decir.

-Has estado muy callado durante el viaje.

-Sí, lo siento pero me temo que no soy una alegre compañía.

-Tranquilo, lo entiendo –dijo ella con dulzura –son demasiadas cosas en las que pensar. Quizás sea un buen momento para charlar sobre lo que te preocupa…

-Cómo traducir en palabras la confusión que se ha adueñado de mí. –replicó él – Hecho de menos a Jane y sé que hago bien en volver a Inglaterra pero a partir de aquí no sé qué más hacer. El futuro que tan claramente se mostraba hace unas semanas ahora es un vacío negro y turbador.

-Te entiendo perfectamente, yo he perdido a mi mejor amiga y confidente, ahora sólo me quedas tú –dijo Mili acercando su mano a la cara de Avery.

-Mili, no deberíamos… -dijo él sintiendo como todo su cuerpo respondía ante una sencilla caricia.

Mili se incorporó y sin hacer casó de la débil protesta del hombre deslizó su mano por su pecho mientras acercaba sus labios a los de él. El beso fue violento y húmedo, como la tormenta que había estallado en el exterior, pero mucho más placentero. Avery no podía apartar los ojos de los enormes pechos que se insinuaban bajo el escote del vestido. Mili se dio cuenta y desabrochándose la parte superior del vestido y aflojándose el corsé los liberó para que él pudiera admirarlos.

Avery los cogió entre sus manos y los estrujó con fuerza sin dejar de besarla, Mili gimió excitada, metió la mano por debajo de los pantalones de Avery y cogió su paquete. Está vez su polla se irguió inmediatamente. Mili le quitó los pantalones y los calzoncillos dejando el pene de Avery a la vista. Con una mirada traviesa lo agarró y lo enterró entre sus pechos. Su polla reaccionó palpitando con fuerza al sentir el calor y la blandura de los grandes pechos de Mili. Usando sus manos para apretarlos entorno a su verga comenzó a subir y bajar haciéndole estremecerse de placer. Mientras lo hacía, la mujer mantenía la vista baja con las mejillas arreboladas por el deseo y la vergüenza. Avery alargó el brazo y cogiéndola suavemente por la barbilla le hizo levantar la vista. Avery observó la cara de mujer, sus ojos azules y sus pestañas largas y rizadas unos segundos antes de besarla de nuevo. Con los ojos brillando de deseo, aparto sus labios y se concentró de nuevo en su miembro.

Empezó acariciarlo con sus manos y a besar la punta con sus labios. Avery gimió de placer y hundió sus manos en el largo y suave pelo de la mujer. Cuando Mili se metió el miembro en su boca creyó que su polla iba a estallar pero se contuvo y cerrando los ojos disfrutó de la boca y la lengua de la joven recorriendo su miembro con suavidad. Unos segundos después apartó a Mili con brusquedad y se derramó sobre sus pechos. Cuando abrió los ojos vio que Mili se estaba acariciando bajo el vestido. Sintiéndose un poco culpable por no haber pensado en él placer de la mujer le levantó la falda y apartándole la mano comenzó a acariciar su sexo por encima de las ligeras bragas de algodón. El tejido estaba empapado por una mezcla de flujos vaginales y sudor volviendo el tejido casi transparente. La visión del coño de la mujer junto con sus gemidos anhelantes hicieron que la polla de Avery se endureciese de nuevo. Con un movimiento rápido la levantó y la puso de cara contra el cristal. Apartando faldas y enaguas apresuradamente logro bajarle las bragas lo suficiente para poder penetrarla. Ante las súplicas de ella comenzó a penetrarla empujando con todas sus fuerzas y notando como llenaba su coño húmedo y caliente haciéndola vibrar. Mili apoyaba las manos en el cristal para aguantar las embestidas de Avery mientras observaba como la tormenta arrasaba la sabana. Avery levantó la falda de la mujer por encima de su cintura y hundiendo dos dedos en su ano le propinó dos salvajes empujones provocando que se corriese. El cuerpo de Mili tembló y ella gritó mientras Avery continuaba follándosela hasta correrse en su interior, llenando aquel coño ya rebosante de flujos con su leche. Con su polla aún en el interior de la joven tiro de su pelo para volverle la cabeza y le dio un largo beso mientras la luz de los relámpagos y el estruendo de los truenos les envolvía.

-Esta vez procuraré no olvidarlo –dijo Avery separándose jadeante.

Relato erótico: “La chica de la curva 9” (POR ALEX BLAME)

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Amanecí con una ligera resaca. La noche anterior nos pasamos un poco y acabé bebiendo más de lo que pensaba. A Brooke le pasó lo mismo, pero en ese momento estaba dormida como una piedra. Me levanté en silencio y me dirigí a la cocina. Desayuné y fui al salón para ver la tele un rato mientras esperaba que ella se levantase.

Poco más de media hora después apareció anudándose descuidadamente una bata de raso para a continuación sujetarse la cabeza con las manos.

—Si vuelvo a beber, mátame. —se quejó lastimera mientras se acurrucaba a mi lado en el sofá.

—¿Quieres que te haga algo de desayunar? —le pregunté.

—No, gracias cariño. si tomase algo ahora estoy segura de que lo volvería a echar todo. —respondió suspirando y agarrándose a mi brazo.

Nos quedamos abrazados en el sofá, incapaces de hacer nada más que ver la telenovela y dormitar a ratos hasta que una suave brisa proveniente del mar empezó a colarse por la puerta de la terraza y consiguió despejarnos.

—Bien ¿Has decidido algo después de verme actuar? —me preguntó Brooke cogiendo el toro por los cuernos

—Antes de decir nada me gustaría saber qué perspectivas tienes en este trabajo.

—Supongo que más o menos como todas, hacer el mayor número posible de películas bien pagadas y cuando acabe con las deudas retirarme y seguir en esta industria haciendo películas, escribiendo libros o algo parecido, este es el único mundo que conozco.

—No parece que sepas muy bien qué hacer. Lo que me da miedo es que digamos, dentro de unos años, decidas que no lo ves claro y empieces a ponerte y quitarte cosas para poder seguir haciendo pelis hasta que te jubiles. —le dije yo.

—En realidad creo que quiero dirigir películas, pero aun no estoy preparada para hacerlo. Incluso he escrito un guión. —dijo abriendo un archivo en su portátil para demostrármelo.

—¿Puedo leerlo? —le pregunté sorprendido.

Sin responder Brooke me tendió el ordenador y comenzó a morderse la uñas mientras me observaba leer el guión.

El argumento comenzaba sencillo, como todas las pelis de ese tipo. La primera escena era en una habitación en la que tocaba el despertador, el marido se levanta un poco bajo de moral y la esposa decide hacerle una mamada para animarlo. El hombre le deja hacer mientras la mujer se aplica a fondo, esperando que su marido le corresponda, pero se corre en su boca y se aleja camino del baño con la protagonista triste y caliente como una sartén masturbándose en la cama.

El marido es dueño de una constructora en crisis, al mediodía su secretaria entra en su despacho y él se la folla, entre tanto la esposa quiere darle una sorpresa a su marido trayéndole el almuerzo y lo sorprende en pleno trajín.

Se produce una pelea cuando él vuelve a casa y ella le pide el divorcio, pero entonces es cuando él le dice que esta prácticamente en la quiebra y que si no cierra un último trato con un empresario japonés se arruinará . La protagonista, a pesar de que no tiene otro oficio que cuidar la casa, no es tonta y sabe que si se divorcia en ese momento no recibirá nada.

Finalmente la esposa accede a prepararle la cena al japonés y a su mujer. Justo antes de que lleguen, su marido insiste en que tienen que ser extremadamente complacientes con la pareja.

Hace la cena y les recibe con su mejor vestido y su mejor sonrisa. El hombre es bajito, de mediana edad y rostro impenetrable. La mujer es joven, más alta, muy hermosa y con unos pechos enormes.

Durante la comida el japonés habla de negocios con él mientras desliza su mano por debajo del vestido de la esposa.

La protagonista no tiene otro remedio que dejarse hacer. Finalmente, cuando terminan de cenar, el japonés propone un intercambio de parejas a lo que su marido responde entusiasmado. La protagonista abre la boca para protestar pero el japonés aprovecha para explorársela con sus dedos y luego besarla. La protagonista se separa intentando decirle algo a su marido, pero este ya está con la cabeza entre las piernas de la japonesa comiéndole el coño.

La protagonista explota y decide enseñarle al oriental lo que es follar. Se remanga la falda del vestido y abre las piernas para él intentando no vomitar de asco. Mientras el oriental resopla y disfruta de su cuerpo ella exagera sus gemidos y sus gritos y mira como su marido se folla a la japonesa que se limita a dejarse hacer soltando pequeños grititos.

Cuando logra que su marido le haga caso, se separa y se da la vuelta ofreciéndole el culo virgen al oriental que la sodomiza con evidentes muestras de placer. La protagonista gime y grita extasiada mientras mira a su marido con desprecio. El esposo se corre, pero no disfruta ya que ve como su esposa se corre al ser sodomizada por el japonés. Por primera vez siente celos de lo que hace su mujer.

La “reunión” termina, los japoneses se van y ellos se acuestan. El marido intenta abrazar a la protagonista, pero ella le rechaza mientras una lágrima escurre por su mejilla.

Al día siguiente su marido se levanta y se va a trabajar. Su secretaría le hace una mamada y aunque logra correrse ya no disfruta, solo piensa en su mujer.

Tiene la reunión final con el hombre de negocios japonés, pero este dice que no firma si la protagonista no está presente.

El marido le llama, pero ella se niega a menos que le haga socia en su negocio y le firme los papeles del divorcio dándole la casa para ella.

Después de llamarla de todo, su marido atrapado entre la espada y la pared accede. La protagonista se presenta y salvan la empresa.


En la última escena, se ve a la protagonista con su ex reunidos con dos hombres hablando de negocios y porcentajes hasta que en determinado momento su ex se ve obligado a marcharse mientras la protagonista tiene una escena de sexo salvaje, con doble penetración incluida, con los dos hombres.

—¿Qué opinas? —pregunta ella.

—Que es un guion interesante pero que necesitarías unos actores que sepan actuar además de follar y un director que sepa llevarlos.

—¿No piensas que pueda hacerlo yo? —dice ella acercándose un poco más.

—No sé —respondo intentando hacerme el interesante— podríamos hacer una escena para ver como la plantearías.

—Ya veo, te has puesto más caliente que un burro.

—¡Qué va! Es puro interés cinematográfico. —digo yo metiendo mano bajo su bata.

Antes de que pudiera rechazarme, la había acorralado en el sofá y la estaba besando. Brooke sonrió y hurgó bajo la cintura de mis bermudas buscando mi polla.

—¿De veras crees que voy a renunciar a esto trabajes en lo que trabajes? —dije yo ahogando un gemido cuando sus dedos encontraron por fin mi miembro.

—Eres la mujer más dulce y sensual que he conocido jamás y encima eres mía. Todo lo demás pueden ser problemas, pero contigo los problemas no importan. —dije enterrando mi cabeza en su cuello y aspirando el delicioso aroma de su pelo.

La joven gimió no supe muy bien si por efecto de mis palabras o mis besos. Acariciando sus caderas con suavidad le besé el cuello y mordisqueé el borde de su mandíbula.

Brooke ronroneó y tiró de mis bermudas, yo acerqué mi mano y aparté el pelo de su cara para poder observar sus ojos azules. Deseé poder expresar en ese momento todo lo que sentía, pero no soy un hombre hábil con las palabras, así que me quedé quieto, mirando fijamente sus iris azules, observando las vetas verdes y las más grisáceas hasta que ella me interrumpió con un beso. En ese momento se desató una especie de frenesí, mi lengua se introdujo en su boca con brusquedad, buscando su lengua y saboreándola a la vez que manoseaba sus pechos y sus caderas disfrutando del suave contacto de su piel.

Brooke me recibió con la misma fiereza mordiendo mi lengua y mis labios y estrujando mi polla con sus manos justo antes de guiarla a su interior. Cogiéndola por el cuello la tumbé y comencé a follarla con golpes duros y secos mientras Brooke arañaba mi pecho y gemía estremecida.

Rompimos nuestro beso y me inclinéé sobre ella sin dejar de empujar en su interior, haciendo de los dos cuerpos uno solo. Brooke me abrazó y enlazó sus piernas en torno a mis caderas mientras yo seguía empujando cada vez más rápido. Tras unos minutos me separé y sin cambiar de postura guie mi polla al interior de su culo.

Brooke sonrió y abrazándome me mordió el hombro ahogando un quejido. Seguí empujando hasta que tuve mi polla entera en su interior y a continuación comencé a moverme suavemente, procurando que mi pubis chocase contra su Monte de Venus con cada empujón.

Nos separamos un poco y Brooke aprovecho para bajar la mirada y observar como mi polla entraba en su interior una y otra vez. Poco a poco aumente el ritmo, disfrutando del culo estrecho y caliente de la joven hasta que no pude aguantar más y me corrí con un ronco gemido. Brooke me abrazó jadeante y se quedó quieta disfrutando del peso de mi cuerpo.

Consciente de que ella no había llegado al clímax me separé y le acaricié el sexo con suavidad. Brooke gimió y se retorció. Metí mis dedos en su sexo y comencé alternar el mete saca con movimientos circulares a la vez que lamía y mordisqueaba su clítoris, cuando noté que su respiración se hacía más rápida aumenté la violencia de mis caricias hasta que estalló en un orgasmo, yo seguí penetrándola con mis dedos lo más fuerte que pude hasta que noté como con una segunda oleada de placer inundaba mis manos con una prodigiosa cantidad de jugos.

Saque mis dedos de su interior y paladeé el líquido claro mientras Brooke jadeaba y se retorcía asaltada por los últimos espasmos de placer.

Pasamos el resto de la mañana arrebujados en el sofá hasta que Brooke tuvo que irse. Aquella tarde tenía que presentarse en el trabajo para rodar las últimas escenas de la película, sin sexo afortunadamente, como dijo ella al salir de casa.

Mientras Brooke salía de casa yo me dirigí a la cocina y me preparé unos espaguetis, tenía un hambre atroz.

Estaba acabando con el postre cuando el timbre de la puerta me interrumpió. Miré por el cristal de la puerta y allí estaba Mark, con unas bermudas que no podían ocultar su enorme paquete y una camiseta dos tallas más pequeña.

—Pasa —le dije franqueándole el paso — Brooke no está.

—Lo sé —dijo Mark pasando y poniéndose cómodo en el sofá—en realidad era contigo con quién quería hablar.

—No sé porque, pero me lo imaginaba… —dije yo— ¿Quieres tomar algo?

Sin esperar la respuesta saqué una botella de bourbon de un armario y dos vasos y serví dos generosas raciones.

—Verás, he venido porque creo que estás cometiendo un error. —dijo Mark cogiendo el vaso y olfateando el Whisky con aire entendido antes de pegar un trago.

—Ya veo…

—Creo que Brooke no te conviene. Es demasiado joven, demasiado vital para alguien como tú. Tarde o temprano te partirá el corazón. —dijo intentando parecer comprensivo.

—Ajá y ahora es cuando me dices que tú eres el hombre que le conviene, ¿O me equivoco?

—Yo le puedo dar muchas cosas que tú no puedes…

—Sí, más longitud y más grosor. —le interrumpes— Perdona que te sea sincero. Pero tú mismo lo has dicho, soy suficientemente mayorcito para saber lo que más me conviene.

—Quizás no te has parado a pensarlo, tener una novia que se cepilla a hombres más jóvenes y atractivos que tú por dinero… no creo que puedas aguantar mucho. A largo plazo, no creo que consigáis nada más que sufrimiento.

—Cada vez estoy más convencido de que debo pedirle el matrimonio. —dije bebiendo un trago de licor y apoyándome en el armario.

—Yo no estaría tan seguro. Un chicano en un país que no es el suyo. Este lugar es muy bonito para pasar unas vacaciones, pero puede ser muy duro para un extranjero. —dijo Mark haciendo sonar sus nudillos amenazador.

—Mira Mark. No te ofendas, pero no soy ningún espalda mojada analfabeto y soy demasiado viejo para saber de sobra que la forma en la que estás llevando este asunto puede llevarte muchos sitios, pero no a la cama de Brooke y menos con amenazas.

—Yo no…

—Escucha y deja que este viejo te de un par de consejos que te pueden ser muy útiles en el futuro. —le vuelvo a interrumpir rellenando su vaso— Si me haces algún daño y sé que en este momento desearías partirme la cara, Brooke jamás te volvería a hablar. En cuanto lo de intentar demostrar tu virilidad, has tenido tiempo de sobra para demostrárselo, no creo que un numerito nuevo le convenza.

—¡Joder! —exclamó posando el vaso vacio sobre la mesa mesándose el cabello— ¿Se puede saber que tengo de malo con las mujeres? Siempre me pasa lo mismo.

—Te voy a contar un secreto, a las mujeres les encantan las pollas grandes y gordas, pero nada de eso les divierte durante mucho tiempo si no hay nada más. La egolatría y la violencia no son las características que más le atraen a una mujer. Ahora deberías irte antes de que vuelva. Te prometo que nunca sabrá de esta conversación.

Con cara comprensiva le ayudé a levantarse, le di unas palmadas en la espalda y le acompañé a la puerta. Antes de largarse me dio un abrazo y se despidió entre lágrimas.

Apenas había terminado de cerrar la puerta cuando el ruido de una Harley haciendo vibrar los cristales me anunció una nueva visita. Poniendo los ojos en blanco me dirigí a la puerta y abrí al segundo timbrazo.

En el umbral esperaba un tipo de casi dos metros de alto y con un bigotazo similar al de Hulk Hogan. Vestía unos vaqueros desgastados, una camiseta blanca y un chaleco de cuero negro que dejaban a la vista los numerosos tatuajes que cubrían sus brazos.

—Hola —dije a modo de saludo—¿Desea algo?

—Hola, soy el padre de Brooke, —dijo el desconocido quitándose las gafas de sol, mostrando unos ojos asombrosamente parecidos a los de mi novia.

—Discúlpame, no dudo que seas quién dices, pero yo no te conozco de nada y Brooke no llegará hasta dentro de un rato.

—Yo tampoco te conozco, así que, ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a dejar entrar?

—¿Te importa si llamo antes a Brooke para asegurarme?

—No hace falta que la molestes. En el salón, en la librería de la izquierda, hay un portarretratos de plata con una foto en la que aparecemos los dos. —respondió el hombre con cara de estar empezando a cansarse.

Tras disculparme un segundo fui al salón, recogí el portarretratos y le eché un vistazo comprobando que aquel hombre era quién decía ser, no había duda posible.

—Discúlpame, pero comprenderás que esta no es mi casa y no estoy dispuesto a meter ningún extraño en ella. —dije abriendo de nuevo la puerta y dejándole pasar.

—Tranquilo me hago cargo. —dijo el hombre pasando al salón.

—Brooke no me dijo nada de que vendrías. —dije yo sirviéndole un bourbon al hombre y poniendo de nuevo un par de dedos en mi vaso.

—Quiero darle una sorpresa. —dijo el hombre aceptando el vaso

—Soy Juan Olmos, el novio de Brooke, —dije tendiéndole la mano.

—Yo soy James. —replicó el hombre estrechándome la mano con fuerza—Tienes un acento raro, no parece mejicano, ¿De dónde eres?

—Soy español.

—¡Ah! Tú eres el tipo que le tenía tan preocupada estos meses de atrás.

—¿Preocupada? —pregunté yo.

—Ya sabes ausente, irritable, malhumorada…

—Supongo que en aquella época ninguno de los dos sabía muy bien lo que quería. —dije yo intentando justificarme.

—¡Oh! Créeme, mi niña sabe siempre lo que quiere. —dijo James apurando el vaso de un trago y sirviéndose otro Whisky.

—Bueno señor Olmos. La verdad es que Brooke me ha hablado algo de ti y quería tener una conversación a solas contigo, ya sabes…

—¿Quieres saber mis intenciones? —dije yo sin poder evitar una sonrisa.

—¡Eh! tío, que esto no es cosa de broma.

—Está bien lo siento, es que me ha parecido un poco gracioso. La verdad es que estoy enamorado de ella y voy a venirme a vivir aquí.

—Entiendo y ¿Qué perspectivas tienes para el futuro?

—Aun no lo he pensado mucho, pero soy enólogo y había pensado en trabajar en el valle de Napa o incluso comprar una pequeña bodega. Aun no sé muy bien, lo estoy valorando. ¿Y usted a que se dedica? —le pregunté yo intentando cambiar la conversación.

En ese momento oímos el coche de Brooke acercarse y nos levantamos para recibirla.

—Solo una cosa más —dijo el padre de Brooke acercándose a mí— Sí le haces daño a mi hijita te desollare vivo como a un ardilla.

Brooke entró en ese momento por la puerta un poco despistada, pero en cuanto vio a su padre se lanzó sobre él como una bala.

—Papá ¿Qué haces aquí? —preguntó subida a su regazo.

—¿Qué pasa?¿No te alegras de ver a tu viejo?

—Claro que sí estúpido, lo que no me gusta es que vengas a montar el numerito delante de mi novio. —dijo Brooke fingiendo estar enfadada.

—Solo hemos estado charlando un poco y tomando una copa. —dijo James un pelín compungido— ¿Verdad Juan?

—Y veo que os habéis divertido. —dijo Brooke levantando la botella de Bourbon medio vacía.

—El caso es que hoy tuve otra visita, no vayas a creer que nos la hemos bebido toda nosotros. —dije yo consciente de que tras cuatro copas de whisky estaba un poco piripi.

—Por lo menos podíais servirme uno —dijo ella.

Le serví una copa a Brooke y nos sentamos en el salón cada uno con su vaso. Charlamos un rato sobre el tiempo y el trabajo de Brooke hasta que su padre volvió a la carga:

—¿Y no eres un poco mayor para ella? —dijo James como si Brooke no estuviera.

—Papá, tú eres el menos indicado para hacer esa pregunta. ¿Cuántos años le llevas a mi madre? —dijo Brooke impidiendo que yo contestara.

—Y mira como terminó lo nuestro.

—Perdona, pero sabes perfectamente que la razón por la que mamá te dejó fue porque le querías más a la Harley que a ella.

—Mujeres, —replicó él mirándome— siempre tienen respuesta para todo.

Estaba a punto de asentir automáticamente cuando ella me miró. En los siguientes minutos se impuso un incómodo silencio que interrumpí preguntando que les apetecía cenar. Al final nos decantamos por pedir unas pizzas aunque James me hizo prometer, no sabía sí en broma o en serio que al día siguiente le haría una paella.

Las pizzas vinieron rápido y cenamos en el salón mientras padre e hija intercambiaban noticias y arrumacos. Nunca pensé que un tiarrón tan grande y duro en apariencia, pudiese ser tan cariñoso.

Cuando terminamos de cenar salimos a dar un paseo por la playa a la luz de la luna. Caminamos sobre la arena disfrutando de la brisa nocturna con Brooke entre los dos cogiéndonos las manos.

Llegamos a casa media hora después y nos fuimos a la cama mientras James veía un rato la tele antes de dormir.

—¿Te ha molestado mucho? —me preguntó Brooke mientras se desnudaba y se metía en la cama.

—¡Qué va! Parece un buen tío.

—Te ha contado lo de la ardilla. —dijo ella sin necesidad de que se lo confirmase— No te preocupes en realidad es un pedazo de pan.

—Un pedazo bien grande —dije yo abrazándola y disponiéndome a dormir.

Brooke sin embargo no estaba dispuesta y poniéndose sobre mí comenzó a darme besos y mordisquitos en la cara y en el cuello.

—Para, cariño. Tu padre está ahí fuera. —le susurré un poco intimidado.

—No seas rollo. Quiero hacerte el amor. —dijo Brooke restregando su sexo contra el mío hasta conseguir una erección.

—¿Y si nos pilla?

—Vamos, cariño. —dijo ella suspirando de deseo— Además esto me recuerda a la primera vez que hice el amor con un hombre. Mi padre también estaba en el salón. ¿Nunca te lo he contado?

—La verdad es que nooooo —respondí yo justo cuando Brooke cogía mi polla y se la metía hasta el fondo de su coño.

—Pues sí. Mmm aún estaba en el instituto y salía con el quarterback del equipo. —empezó Brooke meciéndose sobre mi y relamiéndose como una gata satisfecha—Eran casi las ocho de la tarde cuando subió por la enredadera y se coló por la ventana de mi habitación. Uf, Uf, así, sigue así.

Yo no sabía muy bien a que atender, si a la historia de Brooke o a su delicioso coñito e intenté hacer las dos cosas a la vez.

—El caso es que nos tumbamos en la cama y nos pusimos a charlar. En pocos minutos… —Dijo Brooke interrumpiendo la historia para morderse la mano y así evitar soltar un par de gemidos de placer— estábamos besándonos. Tom intentaba desabotonarme el camisón pero yo se lo impedía así que para animarme se desnudo el primero.

Durante unos segundos Brooke siguió cabalgándome erguida hasta que, a punto de correrse se paró y se tumbó sobre mí, dejando que la acariciara y la besara. Yo aproveché para acariciar y besar sus pechos y su cuello mientras ella seguía hablando con la voz entrecortada por el placer.

—Tenía un cuerpo sensacional, esbelto y robusto y yo me dejé llevar, lo acaricié, lo besé y lo inspeccioné. Cuando le bajé los calzoncillos y vi su aparato, grande y duro como una piedra creí que me moría de miedo. —Continuó Brooke mordiéndose los labios de vez en cuando para no gemir.

Yo la separé de un empujón y me tumbé sobre ella comenzando a penetrarla con más fuerza. Brooke abrió las piernas acogiéndome pero siguió con la historia como pudo entre gemido y gemido.

—Tom me vio a la vez fascinada e intimidada por su falo y aprovechó para quitarme el camisón y las bragas dejándome igualmente desnuda. Me acarició con brusquedad y mi cuerpo respondió incendiándose inmediatamente, de forma que cuando metió los dedos en mi coño lo encontró totalmente mojado.

—Igual que lo estás ahora —dije yo dándole dos empujones realmente fuertes.

—Mmm ¡Bruto! Con una sonrisa que exudaba seguridad en sí mismo me tumbó sobre la cama y abriéndome las piernas se echó sobre mí. En ese momento estaba aterrada. Notaba como su polla dura y caliente estaba pegada contra mi vientre superando la línea de mi ombligo. Como iba a ser capaz de meterme todo eso sin abrirme en canal. Tom no percibió mis dudas y se dedicó a sopesar y pellizcar mis pechos haciendo que tuviese que morderme el labio para no gritaar…

—Más o menos como ahora. —dije yo que me había incorporado y seguía follándomela con una de sus piernas en cada hombro.

—Cuando creyó que estaba preparada guio su polla a mi interior y me desvirgo de un solo empujón.

—Que envidia. —dije yo imaginando que era yo el que estaba encima de Brooke desvirgándola.

—Sentí un tirón y un escozor y luego noté como las paredes de mi vagina se dilataban para acoger la polla de Tom liberando relámpagos de un placer que nunca había conocido. Cuando empecé a gemir él comenzó a follarme cada vez más rápido hasta que se corrió.

—¿Y?

—Nada más. Se vistió y se largó despidiéndose con una sonrisa.

—¿Quieres que haga lo mismo para recordar viejos tiempos? —le pregunté.

— Ni se te ocurra, cabrón. —dijo levantándose de la cama y poniéndose de cara a la pared.

Me acerqué y acaricié su cuerpo cálido y palpitante. Sus piernas temblaron un segundo cuando acaricie su sexo y Brooke me llamó cabrón de nuevo urgiéndome para que la penetrara.

No me hice de rogar y la penetré acariciando su culo y metiendo un dedo en su ano.

—¡Oh! Sí, como me gusta. —susurro entre gemidos—Dame más.

Sin decir nada obedecí y la follé cada vez más rápido acariciando y recorriendo todos sus recovecos con mis mano hasta que no pude más y me corrí. Sin darme descanso continué penetrándola hasta que Brooke llegó al orgasmo. Sujetando su cuerpo aun tembloroso aparté su melena rubia y besé su cuello mientras le susurraba todas esas tonterías que los hombres decimos cuando perdemos la cabeza.

A continuación la cogí en brazos y la llevé de nuevo a la cama dónde quedamos casi inmediatamente dormidos.

Relato erótico: “La chica de la curva 10” (POR ALEX BLAME)

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Al día siguiente nos despertamos tarde. Cuando salimos de la habitación el padre de Brooke ya tenía preparada una montaña de tortitas. El rodaje había concluido así que teníamos dos semanas libres por delante.

—Bien, ¿A dónde me vas a llevar ahora que tienes unos días libres? —le dije a Brooke con una sonrisa de desafío.

—No sé, tendré que pensarlo. —respondió ella dubitativa.

—Vamos, no me digáis que no se os ocurre nada. —intervino el padre de Brooke con la boca llena de tortitas.

—Pues se me ocurren miles de cosas, pero…

—Na, na, na. Menos mal que me tenéis a mí. Haced las maletas chicos, nos vamos a Las Vegas.

—Papa, la verdad es que pensaba más en un viaje en pareja, ya sabes.

—Tonterías, tu chico y yo tenemos que conocernos y además tengo que enseñarle a divertirse. Cogeremos la ruta 66, pararemos en los bares de carretera a comer hamburguesas y palitos de queso, beberemos y nos haremos fotos en el desierto. Vamos, será divertido.

—Papa…

—Prometo dejaros follar todo lo que queráis. —dijo James poniendo cara de bueno.

—Está bien —dijo Brooke después de echarme una breve mirada de disculpa.

Hicimos las maletas y en un par de horas estábamos de camino en el Camaro de Brooke conmigo al volante. En un par de horas habíamos salido de Los Ángeles y nos internábamos en el desierto. La carretera no era muy ancha y se notaba que había pasado tiempos mejores. En cuanto pasamos las colinas que rodeaban Los Ángeles se convirtió en una estrecha cinta que partía el desierto en dos con rectas que parecían interminables. A las dos de la tarde, el calor era tan intenso que paramos en una estación de servicio para comer y beber algo.

Comimos hamburguesas y aros de cebolla y bebimos unas cervezas esperando a que el sol bajase un poco y amainase el intenso calor.

Tras un par de horas la temperatura se volvió soportable, salimos del restaurante y continuamos el viaje. Con ciento ochenta kilómetros de rectas interminables había tenido suficiente así que deje conducir a Brooke mientras dormitaba en el asiento de atrás. El sol empezaba a caer cuando las luces de Las Vegas empezaron a verse en el horizonte. Sin embargo no nos dirigimos hacia allí si no que mis guías se desviaron del camino y se dirigieron a la presa Hoover.

Paramos en un bar de carretera justo al pie de la presa y tomamos unas cervezas mientras admirábamos la puesta de sol sobre el desierto. Me hubiese quedado allí toda la noche pero James ya estaba ansioso por llegar a las mesas de juego, así que tras apenas veinte minutos ya nos estaba apurando para que terminásemos nuestros refrescos y nos pusiésemos en movimiento.

Cuando pasamos por el Strip tuve que sujetarme la mandíbula para no atravesar toda la longitud de la calle con la boca abierta como un pueblerino. La ciudad entera parecía un gigantesco parque temático en el que las luces, las fuentes y los estrambóticos monumentos me hacían retorcer el cuello de un lado a otro alucinado.

Como no podía ser de otra forma, James había reservado una habitación el Caesars Palace. Para él había reservado una habitación en Nobu mientras que para nosotros había elegido una spa suite lo suficientemente lejos de él como para que no nos sintiésemos vigilados aunque sospeché que era para estar a su aire.

La suite era una pasada, estaba en una de las torres y en el interior tenía una pequeña piscina con hidromasaje en la que cabíamos nosotros dos y cuatro o cinco personas más si hacía falta. En cuanto entramos las maletas y nos refrescamos un poco, bajamos al casino donde James ya nos estaba esperando en uno de los restaurantes con una hamburguesa y una cerveza en la mano.

Cenamos rápidamente y nos dirigimos a las mesas de juego. El ambiente era alucinante, había maquinas tragaperras por todas partes y ancianitas con enormes cubos de cartón llenos de monedas. Cada vez que me quedaba parado detrás de una más de quince segundos, volvían la cabeza y me miraban con una mala leche que daba miedo.

Nunca he sido fan de esas máquinas así que cambié unos cuantos billetes y me dirigí a la mesa de Black Jack. No llevaba más de cinco minutos jugando cuando una camarera se me acercó y me ofreció una copa gratis.

Al parecer la táctica del casino era enturzarte hasta que no supieras lo que hacías y te gastases el sueldo del mes, la pensión de la abuela o el seguro de vida. Yo ya estaba avisado así que me lo tome con calma y fui prudente en las apuestas.

El resultado fue que perdí cerca de mil pavos en menos de hora y media. Cuando me sentí lo suficientemente escocido me levante de la mesa con las pocas fichas que me quedaban y me dirigí a la ruleta donde padre e hija estaban mano a mano. Brooke había ganado quinientos dólares pero su padre había perdido casi tres mil y estaba de un humor pésimo. Eran casi las tres de la mañana cuando logré convencerlos de que el día siguiente habría más suerte y nos fuimos a la cama.

El día amaneció luminoso y despejado, como se esperaría en una ciudad que está en medio del desierto. Desayunamos con lo que pudimos sacar de unas maquinas expendedoras que había en el pasillo y fuimos a buscar a James. Al parecer el padre de Brooke había seguido la fiesta por su cuenta y cuando llamamos a la habitación dos rubitas nos abrieron la puerta y se despidieron de nosotros con una sonrisa traviesa.

El padre de Brooke aun estaba en la cama con una sonrisa satisfecha pintada en la cara.

—¿Y qué hacemos hoy? —preguntó él poniendo los brazos tras la cabeza.

—Había pensado que podíamos dar un paseo en helicóptero por el gran cañón. —dije yo enarbolando un tríptico que había encontrado en la recepción del hotel.

—Estupenda idea —dijo James— Dadme veinte minutos y estaré listo.

El paseo en helicóptero fue corto pero intenso, Chet, el piloto, era un cincuentón que para combatir el tedio de hacer siempre el mismo recorrido procuraba acercarse a las paredes del cañón lo suficiente para que pudiésemos ver como subían por ellas las hormigas.

El paseo fue espectacular. Las dimensiones del tajo que el rio Colorado había hecho en el desierto eran difíciles de describir y los colores de las paredes y las líneas de sedimentos lo hacían aun más impresionante.

Apenas pude contener el impulso de besar el suelo cuando salí del helicóptero. El tipo volvió a llenar el helicóptero y se largó despidiéndose con un grito de guerra que no debió de sentar nada bien a los nuevos pasajeros.

De vuelta, después de comer decentemente por primera vez desde que salimos de Los Ángeles, volvimos al hotel.

Brooke y yo decidimos disfrutar de un baño de lodo que venía con el precio de la habitación mientras James volvía a la mesas de juego. Yo me mostré un poco preocupado, pero Brooke no le dio importancia y me dijo que su padre se corría ese tipo de juergas muy de vez en cuando y nunca había tenido problemas con el juego.

Entramos en el Spa y nos atendieron dos jóvenes que nos introdujeron desnudos en una gran bañera de lodo templado dejándonos solos. En pocos minutos estábamos totalmente relajados. Mi mano se extendió inconscientemente buscando el cuerpo de Brooke que sonrío y cogiendo un poco de barro lo extendió por mi cara.

Yo hice lo mismo y cuando terminé ella se levantó en la bañera dejando que el lodo escurriese de su cuerpo hasta que quedó una fina capa oscura y resbaladiza recubriéndole como una segunda piel.

—¡Puaj! —exclamé al besarla—recuérdame que nuestra próxima sesión de este estilo sea en chocolate.

Brooke sonrió y sin decir nada me quitó el barro de los labios y me besó.

—Esto me recuerda a cuando hacía con mi prima postres con la tierra de los tiestos. — dijo Brooke separándose.

—Pues a mí me recuerda a cuando como almejas de Carril traídas por furtivos —repliqué apartando el lodo de su sexo con los dedos y dándole un lametón.

La joven gimió y separó las piernas excitada. Escupiendo lodo divertido, acaricié su cuerpo resbaladizo haciendo dibujos con mis dedos en sus piernas y su culo. Luego fui subiendo poco a poco por él hasta que llegué a sus pechos. Acaricié sus pezones y simulé apartar el barro para darles un par de buenos pellizcos. Brooke gritó y me insultó pero yo no le hice caso y me metí los pezones erizados en la boca. Sabían horriblemente deliciosos. Brooke gimió y apretó mi cabeza contra ella animándome a seguir.

Tras unos segundos con un movimiento rápido me dio un empujón para volver a sentarme en el fondo de la bañera. Antes de que pudiese recuperar el equilibrio se sentó encima mío y tras frotar su sexo contra mi polla erecta la guio con sus manos a su interior.

Mi polla entró con un apagado ruido de succión que nos hizo reír a ambos. En cuestión de un instante se clavó hasta el fondo del coño de Brooke que la recibió con un fuerte gemido.

Sorprendido sentí como mi polla resbalaba con facilidad en el interior de la joven. Las arenillas del lodo se interponían entre nuestros sexos provocando una ligera sensación de fricción muy placentera. Brooke intentaba agarrase a mi cuello, clavándome las uñas para no resbalar mientras subía y bajaba por mi polla.

Yo abracé su cuerpo resbaladizo como el de un pez y me limité a gemir extasiado. A punto de correrme la levante en el aire, pero se me resbaló y cayó en el interior de la bañera produciendo una explosión de lodo. Empezamos a pelear en el interior de la bañera, ella quería volver a colocarse encima de mí, pero yo la agarraba y la empujaba hasta que logré colocarla a cuatro patas y la penetré por detrás antes de que pudiese escurrirse.

Agarrándole por las caderas comencé a empujar en su interior disfrutando de su cálido interior. Tras unos momentos Brooke dejó de resistirse y volviendo su cabeza hacia mí comenzó a acompañar mis empujones cada vez más fuertes y rápidos con el movimiento de sus caderas.

Como pude la cogí por el cuello y sin sacar mi miembro de su interior me eché hacia atrás dejando que ella quedara sentada encima de mí. Cada vez más excitada comenzó a saltar sobre mi polla con violencia mientras yo acariciaba su sexo y sus resbaladizos pechos hasta que noté como todo su cuerpo se paralizaba atravesada por relámpagos de placer.

Incapaz de contenerme saqué mi polla de su interior y tumbándola boca arriba me corrí adornando con mi crema sus pechos bañados en aquel oscuro chocolate.

Jadeando nos sumergimos en el barro caliente y nos besamos sintiendo como nuestro deseo se calmaba al menos por un rato.

—¿Dónde coño habéis estado? —preguntó James cuando finalmente aparecimos casi a las ocho de la tarde.

—Estuvimos en el spa y luego nos pegamos un baño en la piscina para quitarnos un poco el barro. ¿Nos has echado de menos papa?

James había pasado toda la tarde jugando así que nos dirigimos a uno de los restaurantes del casino y cenamos algo.

Salimos del restaurante con la tripa llena y unas cuantas copas de vino y nos dirigimos a las mesas. Antes de empezar a jugar le pedimos una copa de champán a la camarera y tras beberla de un trago cambiamos unas fichas y nos dirigimos a la mesa de Black Jack. Esta vez parecía que la suerte estaba de mi lado y gane quinientos pavos en las dos primeras manos. Pedí un Whisky y me dispuse a disfrutar de una larga noche de juerga con una preciosa mujer a mi lado.

***

Desperté a la mañana siguiente con una resaca horrible y totalmente vestido. Me giré en la cama notando como mi equilibrio me seguía un par de segundos después, pero Brooke no estaba a mi lado.

Tras unos segundos mis sentidos volvieron a funcionar y oí como la joven trasteaba en la otra habitación de la suite.

Con un mareo considerable me levanté y me miré al espejo. Llevaba un absurdo mono de color blanco adornado con un águila de lentejuelas y una capa con el forro rojo. ¡Joder! ¡Alguien me había vestido de Elvis! Cuando levanté las manos para frotarme las sienes intentando recordar la vi en mi dedo anular y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Hola maridito —dijo Brooke entrando en la habitación con su alianza en alto.

—¡Joder! Menos mal, creí que me había casado con tu padre.

—¿De veras que no te acuerdas de nada? —preguntó mi flamante esposa incapaz de contener las carcajadas al ver mi cara de desconcierto.

—El último recuerdo que tengo es cuando pedí el bourbon para celebrar lo de los quinientos pavos.

Con un nuevo escalofrío, una terrible sospecha empezó a abrirse paso en mi mente.

—¡Dios mío! ¡He picado! ¿Cuánto he perdido? ¿Cuándo vienen a partirme las piernas?

—¿Tampoco te acuerdas de eso? —dijo Brooke riendo cada vez más fuerte.

—Por favor cuéntamelo todo. Y por Dios bendito, no te rías tan fuerte, me va a estallar la cabeza.

—Está bien, —dijo ella sonriendo—El caso es que tras beberte el bourbon de un trago y pedir otro te jugaste todo lo que habías ganado hasta ese momento y… volviste a ganar. A continuación volviste a jugártelo todo varias veces ganando cada vez y tomando una copa cada vez, hasta que terminaste totalmente borracho, incapaz de pedir una carta más y con ciento cincuenta y siete mil dólares en fichas.

—¿Ciento qué? —pregunté intentando digerir todo aquello.

—Entre papa y yo te acompañamos a la caja donde te cambiaron las fichas por dinero en efectivo —continuo mi esposa señalando un maletín— y dijiste que la noche tenía que terminar de una forma apoteósica así que, delante de la caja del casino, te arrodillaste y me pediste que me casara contigo. A pesar de lo borracho que estabas me dijiste unas cosas tan bonitas que no pude resistirme y te dije que sí.

—¡Joder! ¡Qué patético! Y yo sin acordarme de nada.

—Te dije que sí y James, tu suegro, nos llevó a la capilla dónde se había casado con mi madre. Tu insististe en que ya que nos casábamos en las vegas lo mínimo era casarte disfrazado de Elvis.

Antes de que Brooke pudiese decir nada más mi nuevo suegro apareció por la puerta con aire complacido.

—Aquí está el Elvis más afortunado que conozco. —dijo con un vozarrón que casi me parte la cabeza— Gana ciento cincuenta mil machacantes y encima se lleva una joya de regalo. —dijo dando a Brooke un beso en la mejilla.

—Hola James.

— Espero que trates a esta mujercita como se merece. —dijo mi flamante suegro mientras hurgaba en los bolsillos de su chaqueta de cuero.

—Como padre de Brooke esperaba que hubieses sido más razonable y hubieses intervenido para evitar una boda de la que nunca tendré un recuerdo.

—Lo siento, tío, pero yo estaba solo un pelín menos cocido que tú. De todas maneras estoy seguro de que era lo que querías.

—Sé que me he casado prácticamente inconsciente, pero tienes razón quiero a su hija de verdad… por eso quería una boda que pudiese recordar.

—Estupendo —me interrumpió él — porque si no iba a quedar como un estúpido al regalaros este viaje de luna de miel a Hawái. Espero que de esto si te queden recuerdos.

—Boda en Las Vegas y luna de miel en Hawái, y luego dicen que España es el país de los tópicos. —dije yo sonriendo por primera vez y abrazando a Brooke.

—Espero que hayáis sacado unas cuantas fotos, me gustaría poder recordar algo de mi boda…

FIN

Relato erótico: “La tormenta” (POR ALEX BLAME)

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Tara salió de la ducha, se secó cuidadosamente el cuerpo con la toalla y se aplicó la crema de avellanas frente al espejo. A pesar de que ya no era una jovencita seguía sintiéndose orgullosa de su cuerpo. Sus ojos seguían siendo grandes, de un verde azulado intenso y sin arrugas o bolsas bajo ellos. Su cutis era fino y terso, su nariz pequeña y recta y sus labios gruesos y suaves. Se los repasó con la lengua mientras levantaba su espesa melena negra con sus manos.

Se giró ligeramente y se miró el cuello largo, con la piel tersa, sin arrugas ni descolgamientos, Satisfecha bajó la vista y se observó el cuerpo bronceado y voluptuoso y cogió un poco de crema. Con lentitud la extendió por su cuello, sus clavículas y por su pecho, rodeando su busto y finalmente cerró los ojos y se pasó las manos por los pechos y el vientre deseando que fuese su marido el que la estuviese acariciando.

Con un suspiro sus manos se deslizaron suaves entre sus piernas y dándose la vuelta observó su culo aun redondo y tieso gracias a las largas sesiones de aerobic. Orgullosa se puso de puntillas y observó como su culo se convertía en dos perfectos hemisferios morenos y tersos sustentados por dos columnas esbeltas y tensas.

Se acercó a un sofá y poniendo un pie sobre el asiento se aplicó la crema con esmero por las pantorrillas y los pies. Con una sonrisa satisfecha se miró por última vez y se dirigió al armario. Tuvo que ponerse de puntillas para llegar a la caja que estaba en el altillo. Con cuidado la puso sobre la cama y tras quitar el polvo de la tapa la abrió con cuidado.

Después de quince años, aun recordaba con total nitidez la última vez que se había puesto aquel conjunto. Estaba muerta de miedo, ella, una joven criada entre algodones en una antigua mansión del sur de Virginia, se iba a casar con un hombre que casi le doblaba en edad, un rico abogado del norte que ayudaría a sostener los vicios de su antigua y derrochadora familia.

Con suma delicadeza sacó el conjunto y lo extendió sobre la cama para admirarlo. Tenía tiempo de sobra, Jack no llegaría hasta las siete y el servicio había preparado la cena y se había ido a casa para dejarles solos en un día tan especial.

Tras echarle un vistazo se dirigió hacia el amplio ventanal y observó cómo se arremolinaban las nubes creciendo en la húmeda y cálida atmosfera. Abrió la ventana esperando que entrase un poco de brisa fresca, pero solo entró una bocanada de aire pesado y caliente. Exactamente igual que aquel día de mayo.

Cerrando la ventana se dirigió de nuevo a la cama. Con lentitud cogió el sostén blanco y comprobando que estaba como el primer día, se lo colocó satisfecha al ver que le sentaba casi tan bien como en aquella ocasión. Tras ello se colocó las suaves bragas, un poco pasadas de moda, pero aun suaves y bonitas.

Mientras se colocaba el ligero y las medias cerró los ojos y se encontró de nuevo en aquella habitación que olía a azahar rodeada de sus damas de honor que la vestían y reían emocionadas.

La ceremonia fue preciosa. A pesar del calor, la gente se emocionó y disfrutó al ver como la hermosa e inocente damita del sur se casaba con el hombre maduro, apuesto y adinerado del norte.

Apenas lo había visto un par de veces antes de la ceremonia, pero su porte apuesto, su pelo veteado de gris en las sienes y su sonrisa bondadosa le hicieron sentirse segura y protegida.

Tras el convite Jack la cogió en sus brazos y la llevó a la pista del baile. Flotó por la pista con los brazos de su esposo en torno a su talle, girando al ritmo del vals. Recordaba como si fuese ayer como al terminar casi se desmayó víctima del champán, el calor y la emoción.

Jack se dio cuenta inmediatamente y la sacó de allí en volandas dejando que sus padres les disculpasen.

Su flamante esposo entró en la habitación portándola en sus brazos para a continuación depositarla suavemente sobre las sábanas.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él solícito.

—Sí, gracias, solo fue un momento, ahora estoy bien. —dijo incorporándose.

—Será mejor que dejemos la noche de bodas para mañana. —dijo Jack intentando no parecer demasiado decepcionado.

—¡Oh! No, de veras que estoy bien.—dijo levantándose de la cama y colocándose frente a él, poniéndose de puntillas y dándole un beso.

Enseguida notó como su marido respondía a su beso con suavidad acariciándole la cara y el cuello y poniéndole la piel de gallina. Recordaba con total perfección como se había sentido a la vez excitada y temerosa. Era la primera vez que estaría desnuda ante un desconocido. Tras romper el beso, la joven se dio la vuelta invitando a Jack a que le desvistiese.

Aquel hombre, tan íntimo y tan desconocido a la vez, deslizó las manos por su espalda mientras iba bajando la cremallera. Cuando terminó, el vestido blanco resbaló por su cuerpo y cayó inerte a los pies de la joven.

Recordaba perfectamente cómo se quedó quieta, un poco cohibida por su desnudez. Con suavidad Jack la cogió por los hombros y la volteó observando su cuerpo joven y acariciando la lencería que ocultaba con profusos bordados sus partes más íntimas.

Tras escrutarla a placer tomó su cara y mirándole a sus ojos la besó de nuevo. Esta vez no fue tan tímida y exploró la boca de su marido con su lengua. Un intenso sabor a Whisky y a tabaco le inundó excitándola. Sin darse cuenta de lo que hacía apretó su cuerpo contra el de su esposo. Jack respondió bajando sus manos y estrechando con ellas su culo a través de las finas bragas.

Paulatinamente el mareo se fue esfumando y se sintió tan excitada por las sabias caricias del hombre que no pudo evitar un gemido. Esa fue la señal que Jack estaba esperando para subir las manos por su espalda hasta llegar al sujetador y soltar el cierre.

Se cogió las copas aun un poco indecisa, pero Jack le apartó las manos con suavidad dejando a la vista unos pechos redondos, del tamaño de grandes pomelos con unos pezones pequeños y rosados.

Antes de que pudiera hacer nada, Jack cogió uno de ellos y se lo metió en la boca. La sensación fue indescriptible, el pezón se erizó inmediatamente enviando chispazos de placer por todo su cuerpo. Gimió y se apretó contra su esposo deseando que aquellas caricias no terminasen nunca.

Tras unos segundos se separó con un suspiro y esta vez fue ella la que empezó a desnudar el cuerpo de su marido. Con dedos hábiles le aflojó el nudo de la corbata y le quitó el traje hasta dejar a Jack en calzoncillos. El hombre sonrió al ver cómo era incapaz de reprimir una sonrisa nerviosa al ver a su esposo casi totalmente desnudo.

Jack se bajó los calzoncillos y dejó que ella observase su polla crecida aunque no totalmente dura. Se acercó y la rozó tímidamente con su mano. Con una mirada Jack le animó a continuar y ella se arrodilló y cogió la polla entre sus manos.

El miembro se enderezó casi inmediatamente amedrentándola ligeramente, pero su abuela ya había tenido una conversación con ella hacia un par de semanas y le había dicho lo que tenía que hacer.

Aun un poco temerosa, abrió la boca y besó y lamió su glande con suavidad. Con satisfacción notó como la polla de Jack crecía en su boca y se ponía dura y caliente como el hierro al rojo a la vez que el hombre soltaba un quedo gemido. Se sintió un poco extraña con el miembro de Jack en su boca, pero los roncos suspiros de placer de su marido la animaron a chupar cada vez más fuerte hasta que su esposo la tuvo que apartar para no correrse antes de tiempo.

Con suavidad la ayudó a levantarse y la tumbó boca arriba sobre la cama. Ella esperó con las piernas tímidamente cerradas. Jack se inclinó y con suavidad tiro de sus bragas para sacárselas. Ella le dejó hacer temblorosa aunque tampoco hizo nada por ayudarle.

Con una sonrisa Tara se tumbó sobre la cama y acariciándose los muslos recordó como al sentirse totalmente desnuda se tapó el sexo con las manos. Con suavidad Jack las apartó dejando a la vista la suave mata de pelo oscuro que ocultaba su pubis para a continuación separar sus piernas acariciando y besando el interior de sus muslos y la entrada de su coño.

No era la primera vez que se acariciaba entre las piernas, pero el hecho de que fuera otra persona la que lo hiciese, el morbo de sentirse tan deseada y las hábiles caricias y lametones de Jack hicieron que el resto del mundo se diluyera y solo existiera el placer y el deseo que embargaban su cuerpo.

Tuvo que morderse los labios para mantener la compostura y no suplicarle que la empalase con su polla de una vez.

Su marido se dio cuenta del deseo de la joven y con una sonrisa pícara se dedicó a acariciar y mordisquear sus piernas, sus tobillos, sus medias…

Sentía como todo su cuerpo hervía y a duras penas reprimía el deseo de bajar sus manos y abrir los labios de su vulva para mostrarle a su esposo su coño encharcado de de deseo.

Por fin Jack se dejó de juegos y se colocó entre sus piernas. Excitada hasta un punto del que nunca se había creído capaz, abrió un poco más sus muslos para acogerle y creyó derretirse cuando la polla de su marido contactó con la entrada de su vagina.

Con suavidad Jack guio su polla a la entrada de su sexo, se inclinó sobre ella y comenzó a besar y chupar el lóbulo de su oreja mientras le tanteaba el virgo con suavidad.

De repente Jack le mordió con fuerza el lóbulo de la oreja, Tara abrió la boca para quejarse pero entonces se dio cuenta de que tenía toda la longitud de la polla de su esposo en sus entrañas. El dolor se pasó en un instante sustituido por los relámpagos de placer que irradiaban desde su coño haciendo que su cuerpo entero hirviese de deseo.

Tras asegurarse de que estaba bien, Jack comenzó a entrar y salir cada vez con más fuerza. Estaba tan sorprendida por la avalancha de sensaciones que se limitó a dejarse hacer incapaz de hacer nada más que mirar a su marido a los ojos y gemir suavemente.

Con una sonrisa malévola Jack le cogió por las piernas y tiró de ellas hacia arriba a la vez que se separaba permitiendo a su esposa ver como la polla entraba y salía de su cuerpo.

Sus movimientos se hicieron más rápidos, secos y profundos. Creyó que aquel hombre iba a partirla por la mitad. Cuando se dio cuenta había perdido toda compostura y estaba gritando y animando a su marido a follarle cada vez más fuerte hasta que la sensación de mil agujas de placer clavándose en todo su cuerpo le hicieron perder el resuello.

Su marido soltó sus piernas en ese momento y volviendo a tumbarse sobre ella, siguió penetrándola a la vez que le besaba hasta que con dos últimos y salvajes empujones se corrió dentro de ella.

Sintió la oleada de semen caliente llenar sus entrañas y jadeando clavo sus uñas en los costados de sus marido susurrándole palabras de amor a los oídos.

Tara no pudo evitar llevarse las manos a su sexo recordando aquella noche. Con una sonrisa recordó como se había mostrado deseosa, acosando a su marido para que le hiciese el amor durante toda la noche y consiguiendo que la follase tres veces más antes del desayuno.

Una fuerte racha de viento empujó el ventanal abriéndolo de golpe. El ruido la sobresaltó sacándole de su ensoñación y Tara se apresuró a cerrarla antes de que entrase polvo o hojas muertas. Mientras aseguraba la puerta observó como las nubes, cada vez más pesadas y negras, se acercaban. La tormenta no tardaría en llegar.

Efectivamente, el primer rayo descargó cinco minutos después y el suave repiqueteo de la lluvia pronto se convirtió en una oleada incontenible.

En ese momento el teléfono sonó sobresaltándola.

—Hola cariño. —dijo su marido al otro lado de la línea.

—Hola Jack a qué hora llegarás.

—Lo siento, por eso te llamaba, mi amor. Sé que esta es una noche especial, pero estoy en los juzgados, uno de nuestros clientes, Phil Easterbrook, no sé si te acordarás de él, se ha metido en problemas.

—Claro que me acuerdo de él. ¿Cómo no voy a conocer a vuestro mejor cliente?

—Bueno, el caso es que ha tenido un lío en un restaurante, se ha negado a pagar la cuenta y cuando han intentado retenerle la ha emprendido con el mobiliario y han acabado deteniéndole. Parece que iba con un par de copas de más y a insultado gravemente a una agente que vino a poner paz, con lo que ha terminado en comisaría. Me temo que llegaré bastante tarde.

—¡Vaya! —dijo Tara sin poder disimular su desilusión— Tenía preparado algo especial para este día.

—Lo siento cariño, pero Phil no se fía de nadie más. Iré en cuanto pueda.

—No te apures. Creo que será mejor que te quedes a dormir en el bufete, aquí está descargando una tormenta de las buenas, lo más seguro es que corten la carretera por la noche.

—De acuerdo mi amor. Lo siento mucho.

—No te preocupes tonto. Te voy a enviar algo para que te consueles cuando te eches a dormir. Un beso.

—Un beso mi amor.

Tras colgar el teléfono fijo cogió su smartphone, se hizo una foto frente al espejo y se la envió por wasap. La respuesta fue toda una serie de iconos enfurecidos de su marido por no estar en casa acariciando y besando a su esposa.

Con una sonrisa satisfecha se acercó a la cocina para calentar la cena. Estaba a punto de elegir el trozo de pato que iba a calentar cuando el timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos.

Se dirigió a la puerta con naturalidad cuando se dio cuenta de que se dirigía a abrir vestida únicamente con la lencería. Pidiendo un momento a la persona que estaba al otro lado de la puerta corrió al armario del dormitorio de donde sacó una bata de seda color gris perla preguntándose quién demonios se atrevería a salir de casa con aquella tormenta.

Corriendo tanto como se lo permitían las sandalias de tacón que se había puesto se dirigió a la entrada y abrió la puerta. Al pie de los peldaños, bajo una cortina de agua, un hombre joven y moreno, de pelo largo y negro esperaba pacientemente a que la puerta se abriese.

—Hola perdone que le moleste —dijo el desconocido chorreando agua—pero he tenido una avería con el coche y mi móvil no tiene cobertura. Me preguntaba si podría prestarme su teléfono un instante para hacer una llamada.

—Por supuesto, pero pase, no se quede ahí bajo la lluvia. —dijo ella abriendo la puerta totalmente para facilitarle la entrada— Realmente hace una tarde de perros.

Cuando el desconocido subió los peldaños que le daban acceso a la casa Tara comprobó que era alto y corpulento, debía medir casi uno noventa. Su tez era cobriza y sus ojos ligeramente rasgados haciéndole pensar a la mujer que el desconocido probablemente tuviese antepasados de sangre india. El pelo negro y largo chorreaba agua empapando los hombros de su camisa haciendo que esta se pegase a la piel revelando una musculatura impresionante.

Durante un momento un relámpago de miedo atravesó su cuerpo como un escalofrío, pero la sonrisa de agradecimiento del desconocido, cálida e inocente le hizo sentirse como una tonta.

—Adelante, le traeré también una toalla para que se seque un poco. —dijo ella dejando al hombre en el recibidor mientras iba en busca del inalámbrico.

Tras un par de minutos volvió con el teléfono y una toalla. El hombre le esperaba prácticamente en la misma postura en la que le había dejado. Mientras se acercaba se fijó de nuevo en su rostro duro y anguloso, de labios estrechos y pómulos salientes que le daba un aspecto hierático. El hombre recibió la toalla con una sonrisa cálida y dulce que provocó en Tara un ligero e inexplicable escalofrío. Tras secarse la cara, el cuello y su pelo negro le devolvió la toalla y cogió el inalámbrico. El hombre lo manipuló tecleando un número y lo acercó a su oreja poniendo cara de extrañeza.

—Lo siento, pero parece que no hay línea. —dijo devolviéndole el teléfono para que Tara lo comprobara.

—Vaya, pasa a veces con las tormentas, seguro que algún árbol habrá caído sobre el tendido del teléfono. Tengo un móvil, pero me temo que no servirá de mucho aquí, no tengo cobertura y solo lo utilizo para enviar wasaps por medio del wifi de la casa. —dijo ella disculpándose— me temo que no podemos hacer nada de momento.

—Bueno, gracias de todas formas, —dijo el hombre con un mohín— creo que no voy a tener más remedio que caminar hasta el pueblo más cercano…

—De eso nada. —dijo ella en un arrebato— Estas tormentas son muy violentas, pero no suelen durar mucho. Te quedarás hasta que haya dejado de llover y luego podrás irte.

Sin dar tiempo a reaccionar al hombre le llevó a la cocina y le dejó sentado en una silla mientras se dirigía a la habitación a por un poco de ropa seca. Rápidamente escogió un chándal viejo de su marido que hacía tiempo que no usaba por quedarle demasiado grande y volvió rápidamente.

Cuando llegó de nuevo a la cocina, le vio curioseando entre sartenes y las cacerolas. Le dejó mirar unos instantes más antes de entrar con un suave carraspeo. El hombre levantó la vista y sin aparentar embarazo ninguno se acercó a ella dejando pequeñas huella húmedas tras sus pasos.

—Te he traído un poco de ropa seca. —dijo Tara un poco sonrojada— Espero que te valga es lo más grande que tengo.

El hombre la recogió de sus manos e inspecciono el chándal viejo con curiosidad. Tras un instante se impuso un incómodo silencio. El hombre pareció dudar un momento levantando la vista por encima de la cabeza de Tara como buscando algo pero sin atreverse a pedírselo. Tras unos segundos la mujer se dio cuenta y sonrojándose por su torpeza, le indicó dónde había un baño donde podía secarse y cambiarse de ropa.

Mientras el hombre desaparecía camino del servicio ella se apresuró a poner mesa para dos, calentar el pato y descorchar una botella de vino tinto.

Acababa de poner el vino en el decantador cuando el desconocido apareció por la puerta. El chándal le quedaba algo justo, ciñéndose a su cuerpo potente y musculoso como una segunda piel, haciendo que Tara no pudiese evitar admirarlo y sentir un pequeño chispazo de deseo en sus entrañas.

—Ahora ya pareces un ser humano. —dijo ella sonriendo y recogiendo su ropa húmeda para meterla en la secadora.

—Por cierto, me llamo Dan Hawkeye. —dijo el hombre sonriendo agradecido.

—No eres tú el único al que se le ha estropeado el plan. Tengo cena para dos y me temo que mi cita me ha dado calabazas, así que se me ha ocurrido que podrías acompañarme. —dijo ella sentándose e invitando al hombre a hacer lo mismo.

Al sentarse la suave bata de seda le jugó una mala pasada y se abrió dejando a la vista la pierna de Tara hasta casi la altura del muslo. Se apresuró rápidamente a cerrarla, pero enseguida supo que Dan había visto suficiente. Sonrojada, se centró en trinchar el pato y servir un par de tajadas en el plato de su invitado.

Dan se comportó con naturalidad, aparentando no haber visto nada y probó el pato alabando a la cocinera. Movida por una extraña necesidad de exhibirse le dijo al hombre que lo había hecho ella misma y le sirvió un poco de vino.

La cena transcurrió en una atmosfera irreal. Dan no dejaba de observarla con esos ojos pardos y expresivos y con una sonrisa tranquila en su cara mientras ella llevaba la conversación incapaz de estar callada. Así averiguó que Dan era descendiente por parte de madre de una influyente familia de apaches Chirikahua y se dedicaba a tallar la madera y a trabajar el cuero. Mientras comía pato el hombre le contó un par de bonitas leyendas de su pueblo que se remontaban a cientos de años. Tara escuchó las historias mientras observaba la piel cobriza y los músculos que hacían relieve en el tejido del chándal, notando como los pequeños chispazos de deseo se iban convirtiendo en una oleada cada vez más intensa.

Intentando liberarse del hechizo del desconocido se levantó y se dirigió al frigorífico para sacar un par de copas de mousse de chocolate.

Dan se acercó a ella como un fantasma, sin hacer el más mínimo ruido y cuando se dio la vuelta con las dos copas de mousse en la mano a punto estuvo de tirarlas al encontrárselo de frente a escasos centímetros de ella.

Tara levantó la vista y sus miradas se cruzaron. Con un escalofrío creyó adivinar pequeñas vetas rojas fluctuando entre las fibras de color pardo de sus iris.

Aprovechando la distracción Dan aproximó sus manos y cubrió con ellas los pechos de Tara, sobresaltándola y haciendo que unas gotas de mousse saltaran de la copa manchando el brillante suelo de mármol.

Incapaz de defenderse Tara sintió como el hombre sopesaba y estrujaba sus pechos deleitándose en su calor y su suavidad. El frescor de sus manos atravesó el fino tejido de la bata y el sujetador e hizo que sus pezones se endureciesen inmediatamente.

Sin apartar los ojos de ella recorrió sus hombros, sus flancos, sus caderas y su culo haciendo que el cuerpo de Tara respondiese y se incendiase a su paso.

En ese momento Tara dejó de pensar en lo que estaba haciendo y suspirando se humedeció los labios y abrió la boca invitando al hombre a hacerla suya. Dan no se hizo esperar y abrazándola la besó inundando su boca con el sabor del pato y su nariz con el olor a cuero y húmedad de su cuerpo y su pelo.

Tara aun con las copas en la mano se dejó abrazar devolviendo el beso con entusiasmo con todo su cuerpo incendiado de deseo.

El sonido del timbre le sobresaltó de nuevo. las copas cayeron al suelo rompiéndose y esparciendo su contenido entorno a ellos.

El timbre volvió a sonar insistente así que Tara esquivó como pudo con sus sandalias el chocolate y los cristales rotos y se dirigió al recibidor. Se miró en el espejo y se limpió el carmín corrido antes de abrir la puerta.

—Hola Matt. —dijo saludando al sheriff tratando de no expresar con sus gestos la excitación que le quemaba por dentro—¡Vaya noche de perros!

—Ya te digo —respondió el Sheriff echando un vistazo al torrente de agua que caía del cielo mientras se sacudía el impermeable y escurría el agua que se acumulaba en su sombrero.

—¿Qué te trae por aquí?

—La tormenta, —respondió Matt mientras un relámpago iluminaba el cielo nocturno— El rio está creciendo rápidamente y pronto os quedareis aislados por unas horas. Intenté llamar por teléfono a los vecinos, pero parece que ha caído algún poste así que he tenido que salir a avisaros en persona.

—Gracias Matt, afortunadamente Jack tiene trabajo y no tendré que preocuparme por él esta noche.

—¿Estarás segura aquí sola? —dijo Matt con cara de sincera preocupación.

—No te preocupes por mí, querido, si yo no puedo salir tampoco habrá nadie que pueda entrar.

—En eso tienes razón —dijo el sonriendo.

—En fin, gracias por preocuparte, Matt. Te invitaría a un café, pero como Jack no llegará hasta mañana estaba a punto de irme a dormir…

—Lo entiendo, Tara, en noches como estas no hay mucho más que hacer y aunque quisiese no me puedo parar a tomar nada. Debo apresúrame si quiero avisar a todos los vecinos antes de que el vado esté impracticable

Tras un par de minutos más de charla intrascendente el sheriff se caló de nuevo el sombrero y salió a la tormenta camino de su coche. Justo antes de hacerlo el sheriff se dio la vuelta:

—Una última cosa, a unos doscientos metros camino arriba hay un coche parado sin nadie dentro. Parece que ha tenido una avería. ¿Ha pasado alguien por aquí pidiendo ayuda?

—La verdad es que sí —respondió Tara— Hace unos minutos alguien llamó a la puerta, pero acababa de salir de la ducha y la tormenta empezaba a descargar con fuerza. Lo siento, pero como estaba sola me dio un poco de miedo y no abrí la puerta. Quién quiera que fuese no insistió mucho y se fue. —dijo ella rezando para que el bueno de Matt interpretase los escalofríos que sentía a la mezcla de miedo y culpabilidad por haber dejado a alguien tirado.

—Lo entiendo. No te preocupes, reaccionaste con normalidad. Seguramente continuaría hasta casa de los Dawson. En fin voy a seguir la ronda. Cierra puertas y ventanas y no abras a nadie. Mañana todo volverá a la normalidad.

Tara despidió a Matt, cerró la puerta y se apoyó en ella cerrando los ojos aliviada.

Por un momento se preguntó qué diablos estaba haciendo. Por primera vez un hombre que no era Jack había acariciado sus pechos, y le había gustado. Las manos del desconocido, frescas y suaves le habían excitado, pero lo que hacía estaba mal. No debía. Amaba a su marido.

Abrió los ojos dispuesta a resistirse pero se encontró de nuevo con aquellos ojos oscuros e hipnóticos y toda su determinación se esfumó en un instante. Dan alargó las manos para coger las suyas y tirar de ella. Con una seguridad que le asustó y a la vez le excitó le guio por las escaleras de la antigua mansión con paso firme hasta el dormitorio.

Mientras subía por las escaleras no paraba de pensar en que aquello era una muy mala idea. No se le ocurrían más que razones para no hacer aquello, pero era como verse empujada por una ola. Nadar contra corriente era imposible y solo le llevaba a la extenuación.

El dormitorio estaba tal y como lo había dejado, con la caja de la lencería sobre la cama. Dan soltó la mano de Tara y se acercó a la caja. La abrió y sacó el velo de novia. Tara intentó protestar, pero Dan con una sonrisa le quitó la bata y le colocó el velo con una habilidad que no esperaba de un hombre.

Tara esperó allí en ropa interior sintiéndose de nuevo como aquella niña asustada y a la vez expectante. Dan acercó una mano y con una mirada extraña acarició su mejilla a través del velo. Tara se quedó quieta con los brazos pegados al cuerpo tratando de controlar el ligero temblor que el desconocido le producía con su presencia.

El hombre bajó las manos y acarició el cuerpo de Tara con suavidad poniéndole la piel de gallina. Tara suspiró y dio un ligero respingo cuando él recorrió con sus dedos las trabillas del portaligas hasta el interior de sus muslos.

Los ojos pardos de Dan observaron sus labios húmedos y entreabiertos y adelantándose a los deseos de Tara apartó el velo y le dio un beso largo y húmedo. Tara respondió al beso a la vez que abrazaba al joven y apretaba su cuerpo contra él. De nuevo el frescor de su cuerpo contrasto con la fiebre que dominaba el suyo.

La tempestad seguía azotando los ventanales, intentando colarse por las rendijas de las antiguas ventanas e iluminando la estancia con continuos relámpagos y el fragor de los truenos, pero ella solo sentía el contacto de aquellos dedos fríos y suaves.

Cuando se dio cuenta estaba devorando la boca y el cuello del hombre mientras le quitaba la ropa hasta dejarlo totalmente desnudo. Sin vacilar un solo segundo se arrodilló y cogió la polla del hombre entre sus manos. Era gruesa y a pesar de estar erecta estaba sorprendentemente fresca como el resto de su cuerpo.

La acarició y se la metió en la boca. Apartó el velo que había caído de nuevo sobre su cara y levantó la vista buscando los ojos de Dan mientras chupaba con lentitud el miembro, repasándolo con la lengua, mordisqueándolo y cubriéndolo con su tibia saliva.

El joven suspiró quedamente y se agachó para soltarle el sujetador. La prenda cayó al suelo y Tara sintió como sus pechos se bamboleaban libres de su prisión mientras ella seguía acariciando y besando la polla de Dan.

Poco a poco se fue irguiendo dejando que sus pechos rozasen primero los muslos y luego el pene del hombre. Tara lo colocó entre sus pechos y dejó que el desconocido empujase con suavidad entre ellos.

Tras un par de minutos Dan cogió a Tara por los hombros, la obligó a levantarse y la empujó contra la pared. Los labios del joven se cerraron sobre su cuello y bajaron hasta sus clavículas, sus axilas y sus costillas hasta llegar a sus pechos.

Todo su cuerpo se estremeció de placer cuando su lengua y sus dientes rozaron sus pezones provocándole pequeños chispazos de placer. Con su lengua acarició las venas violáceas que destacaban en la piel de sus pechos siguiendo sus tortuosas trayectorias.

Con un nuevo empujón apretó su cuerpo contra ella. Tara se frotó contra él sin dejar de pensar que se estaba comportando como una perra en celo. En vez de avergonzarse aprovechó una pequeña tregua que le dio el hombre para separarse y dándose la vuelta quitarse las bragas.

Tara giró la cabeza sobre su hombro derecho buscando al hombre, pero no vio a nadie. Confundida giró la cabeza hacia delante de nuevo y se encontró con su cara.

Sin dejarle tiempo para que intentase comprender cómo se había desplazado tan rápido Dan la cogió entre sus brazos, la levantó en vilo y tumbándola sobre la cama la penetró.

La polla del joven entró en su interior y se clavó profundamente, fría y dura como la muerte. El coño de Tara se estremeció envolviéndola con su calor. Entrelazando las manos con las suyas comenzó a penetrarla con movimientos rápidos y secos. Tara, poseída por un intenso placer, solo podía gemir y ceñir con sus piernas las caderas del hombre.

Soltando las manos, Dan levantó sus piernas y las admiró y acarició el suave tejido de las medias sin dejar de follarla. Tara cruzó las piernas para intentar que su coño abrazase la polla de Dan más estrechamente mientras él besaba y mordisqueaba los dedos de los pies por los huecos de sus sandalias.

Con un movimiento brusco Tara se separó y dando la vuelta a su amante se subió a horcajadas. Con una sonrisa maliciosa frotó su vulva contra la polla de Dan unos segundos antes de volver a metérsela. Irguiéndose comenzó a subir y bajar por aquella polla disfrutando de su dureza y gimiendo cada vez que llegaba hasta el fondo de su vagina.

No pensaba en nada, solo estaba concentrada en sentir el placer que irradiaba de su sexo y se extendía por todo el cuerpo haciendo que todo él hormiguease de excitación. Sin dejar de saltar sobre el hombre se cogió los pechos, se los estrujó y se retorció los pezones gimiendo y jadeando. Cuando Dan hizo el amago de acercar sus manos a ellos, Tara se inclinó y cambiando el metesaca por amplios movimientos circulares puso los pezones a la altura de su boca.

Dan aprisionó uno de sus pezones con sus dientes y lo mordió con fuerza. Tara gritó dolorida, pero no hizo amago de apartarse y siguió moviendo sus caderas cada vez más fuerte hasta que no aguantó más y se corrió.

Con un empujón el desconocido la apartó y la tumbó boca abajo. Con la polla aun dura y hambrienta se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo sofocado por el reciente orgasmo. Tara cerró los ojos y disfrutó de las suaves caricias sintiendo como su cuerpo volvía a reaccionar a una velocidad que nunca había experimentado.

Se sentía una puta y una traidora, pero no podía evitarlo. Con el cuerpo de nuevo ardiendo de deseo se tumbó boca abajo sobre la cama, poniendo una almohada bajo sus caderas y abrió ligeramente sus piernas. Dan se inclinó entre ellas y le besó y le mordisqueó el sexo aumentando su excitación hasta que se vio obligada a suplicarle que la follara.

Dan cogió su espeso pelo negro con una mano mientras que con la otra guio su miembro al cálido interior de su sexo. Todo el cuerpo de Tara se estremeció conmovido por el placer que le produjo. Complacida sintió como el joven se tumbaba sobre ella y la penetraba con suavidad.

Sin dejar de empujar cada vez más fuerte, Dan acarició su cuello, su mandíbula y su cara.

Tara empezó a gemir de nuevo cada vez más excitada, podía sentir la sangre corriendo por sus venas a toda velocidad. Con un ligero tirón de su cabello, Dan le ladeó la cabeza y le besó el cuello, primero con suavidad y luego con más fuerza mordiéndoselo suavemente.

Tras un par de minutos notó que el miembro de su amante comenzaba a irradiar cada vez más calor. En ese momento los empujones de Dan se hicieron rápidos y violentos haciendo que Tara se corriese en cuestión de segundos.

El orgasmo fue tan intenso que se olvido hasta de respirar. Dan siguió penetrándola y mordiéndole el cuello, prolongando su orgasmo y llenándole el coño con su semilla.

Con un suspiro Tara se relajó e intentó separarse, pero Dan seguía agarrado a ella y chupando su cuello. Intentó separarlo, pero él no la dejó y fue entonces cuando notó que algo iba mal. Se sentía débil y mareada.

Intentó revolverse, pero el hombre la tenía inmovilizada con el peso de su cuerpo y no pudo hacer otra cosa que debatirse inútilmente, aterrada, mientras sentía como su conciencia se iba esfumando poco a poco hasta perderse en la negrura de la inconsciencia.

Un rayo de luz se filtró entre las cortinas hiriendo sus ojos con un brillo anormalmente intenso. Tara se incorporó y un ligero mareo le despertó una serie de confusos recuerdos, aliviada de que todo hubiese sido un sueño se levantó y se dirigió al ventanal abriendo las cortinas. La tormenta había pasado y la mañana era tan espléndida que tanta luz le hizo recular hasta el fondo más oscuro de la habitación.

Deslumbrada se dirigió al baño para refrescarse un poco la cara. La imagen que le devolvió el espejo le obligó a agarrase al lavabo para no caer. Estaba sumamente pálida y al ladear la cabeza vio dos pequeñas punciones en el cuello.

El ruido de las llaves en la cerradura le sobresaltó y tan rápido como el mareo se lo permitió metió el velo y la ropa interior dentro de la caja para luego atarse un pañuelo al cuello y meterse en la cama.

No le costó demasiado fingir que tenía una terrible migraña. Jack sonrió ajeno a la traición de la que había sido objeto y cerrando las ventanas y las cortinas se tumbó a su lado procurando que estuviese lo más cómoda posible.

Jack acariciaba su cara y besaba su frente con cara preocupada mientras Tara deseaba los besos y las caricias de Dan. El sentimiento de traición se veía ahogado por el irresistible deseo de estar de nuevo con el desconocido.

Su marido se ofreció quedarse con ella pero Tara insistió en que debía volver a la oficina y encargarse de los casos que tenía pendientes. En el fondo Jack estaba ansioso por volver al trabajo y terminar con el asunto que le había impedido llegar a casa la noche anterior, así que comió algo con ella en la cama y se fue a la oficina mientras Tara veía con satisfacción como las nubes densas y oscuras empezaban a arremolinarse de nuevo. En lo más profundo de su ser sentía que su amo no tardaría en volver y ella le esperaba con impaciencia.

Para contactar con el autor:

alexblame@gmx.es


Relato erótico: “El sustituto” (POR ALEX BLAME)

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Cuando llegó al mostrador y preguntó por ella, Marina no pudo evitar un suspiro de alivio. Su compañero Juan tenía la espalda hecha un ocho y se pasaba más tiempo de baja que trabajando, así que las había pasado de todos los colores con los sustitutos, pero al ver a Tito, tan sonriente como siempre, no pudo evitar un suspiro de alivio.

—¡Hola a todos! ¡Acaba de llegar el prostituto! —dijo Tito a grito pelado haciendo que todos los presentes levantasen la cabeza de sus papeles.

Todo el mundo conocía a Tito. Era uno de los más veteranos y más experimentados de los trabajadores que mandaba la ETT con la que solían trabajar. Conocía la forma de trabajar de la empresa y era un tipo eficiente y trabajador, tanto que el director había dado órdenes a recursos humanos de no hacerle una oferta para un contrato fijo porque le interesaba tener un tipo como él, siempre a mano para una emergencia.

Marina se acercó a él y sonriendo le dio dos besos, sin dejar de apreciar que el muy cabrón estaba como siempre.

Tito era un hombre alto y delgado, con una boca amplia y siempre sonriente y unos ojos color miel enmarcados en unas pestañas largas, rizadas y oscuras que hacían su mirada irresistible.

Tras el saludo y las preguntas de rigor Marina recogió sus cosas, le pasó a Tito el maletín de trabajo y le guio hacia el garaje. Tenían trabajo y no tenían tiempo que perder. Como siempre Tito, sin hacer preguntas, colocó el maletín en el asiento de atrás y se puso tras el volante.

Marina se puso cómoda y le dio las primeras indicaciones. La empresa para la que trabajaban se dedicaba a la topografía en toda la península así que parte del trabajo consistía en pasar largas horas al volante, así que tener un compañero divertido y que no le importase conducir era una gran ventaja.

El trabajo de aquel día no era nada del otro mundo, tenían que medir un par de fincas para corregir errores en el catastro y así poder solventar un largo litigio familiar, pero las fincas en cuestión estaban en el quinto pino y tardaron más de dos horas en llegar al lugar. Afortunadamente encontraron un abuelete paseando por las cercanías que les indicó el sitio exacto y no tuvieron que pasar la mañana dando vueltas de un lado a otro como pollos sin cabeza.

Ante la mirada divertida de Tito, Marina se caló su aparatoso sombrero de paja y salió del coche. Eran solo las once y media de la mañana y el sol ya calcinaba aquel secarral a conciencia. Mientras Marina comenzaba a sudar bajo su vestido safari, Tito cogió uno de los aparatos haciendo bromas sobre las personas capaces de llegar a un juicio por aquellos pequeños pedazos de tierra estéril y reseca y se dirigió al otro extremo de la finca.

Trabajaron rápido, Tito se movía ágilmente entre las rocas y los arbustos secos, sin apenas esfuerzo mientras Marina apuntaba las mediciones en el ordenador y se echaba capa tras capa de protector solar sobre los brazos y la cara para proteger su delicada piel.

A la una de la tarde ya habían terminado y Tito recogió el material mientras Marina bebía de un golpe casi media botella de agua mineral.

—Veo que sigue sentándote muy bien el calor —dijo Tito mientras observaba la pálida tez de Marina ruborizada por efecto del asfixiante calor.

—Muy gracioso, —respondió ella tirando el sombrero de paja en el asiento de atrás y conectando el climatizador del coche— odio este jodido sol.

Tito sonrió, pero la conocía y no siguió con la broma, sabía perfectamente el horror que sentía por el cáncer de piel. Tenía la piel muy clara, casi lechosa y recubierta de un millón de pecas. Su abuela había muerto a consecuencia de un melanoma y ella se sometía todos los años a una revisión completa. Ya le habían quitado más de un lunar sospechoso así que jamás se exponía a los rayos del sol.

Comieron en un restaurante de carretera un menú bastante escaso y volvieron rápidamente al coche deseando llegar a casa cuanto antes.

Con el estómago razonablemente lleno Marina se acurrucó en el asiento del acompañante y durmió durante un rato. Cuando despertó solo estaban a mitad de camino. Tito conducía con una permanente sonrisa en tu cara.

—No entiendo cómo puedes estar de tan buen humor. Si yo estuviese en tu lugar me estaría tirando de los pelos. —dijo ella desperezándose.

—Bueno, es cuestión del punto de vista. Para mí el trabajo es un medio no es un fin. No tengo deudas ni grandes gastos, así que aunque no trabaje más de ocho o nueve meses al año me llega de sobra y que no se entere el jefe pero incluso lo prefiero.

—¿Y no te aburres el resto del tiempo? ¿Qué hiciste en el 2010 cuando estuvimos casi un año sin llamarte?

—Viajar, leer, visitar a los amigos y la familia, escribir…

—¿Escribes? —le interrumpió Marina curiosa.

—Sí, en realidad es lo que más me gusta y mi mejor antídoto cuando estoy aburrido o bajo de moral.

—¿Y qué tipo de cosas escribes? No te puedo imaginar sentado formal en una mesa escribiendo aplicadamente como si fueses Ken Follett.

—La verdad es que soy más como Mark Twain me llevo el portátil a la cama.

—¿Has publicado algo?

—No en el sentido que entiendes por publicar… los cuelgo en internet.

—Aun no me has dicho que tipo de cosas escribes. —le volvió a interrumpir Marina.

—No te rías pero escribo relatos eróticos.

—¿Tú? —preguntó Marina sorprendida— No te creo, ¿Por qué relatos eróticos?

—Por dos razones, primero porque me gusta y segundo porque los relatos eróticos tienen muchos más lectores en internet.

—Ah, entiendo. ¿Puedo leer algo tuyo?

—No sé… —respondió Tito haciéndose el interesante.

—Mejor, invéntate una historia conmigo como protagonista, algo fuerte, estilo Cincuenta Sombras de Grey. —le pidió Marina mordiéndose el labio excitada.

—Vale, lo haré, pero con una condición, cuando termine el cuento me tienes que dar tus bragas.

—Pides mucho, pero está bien, trato hecho.

—Bien, por donde empezamos… Ah sí.

Marina siempre estaba pensando, nunca podía dejar de pensar, ese era su defecto. Cada vez que conocía a un hombre por el que se sentía atraída empezaba a preguntarse cosas, a imaginarse tonterías y a buscar defectos en él. Hasta que llegó él con su impecable traje hecho a medida y su abrigo de pelo de camello, dispuesto a revolucionar toda su vida.

Aquella mujer llamó inmediatamente su atención no era muy alta, pero tenía una espesa melena negra y una tez tan fina y pálida que casi parecía transparente. Sus labios gruesos, pintados de rojo se curvaron en una dulce sonrisa mientras le daba la bienvenida al bufete.

—Hola, buenas tardes. Tengo cita con Fraser Goodman.

—¡Ah sí! Usted debe ser Noel Fisherman. Sígame por favor, Fraser le está esperando.

Noel asintió y dejó que la mujer se adelantase observando su trasero rotundo apretado por una falda de tweed y unas piernas esbeltas realzadas por unos interminables tacones.

Marina guio al desconocido por distintos pasillos sintiendo los ojos clavados en su culo. Sin poder evitar exhibirse, comenzó a cruzar ligeramente las piernas para contonear sus caderas mientras recitaba la típica información sobre el bufete que le daba a todos los nuevos clientes.

Le dejó en el despacho de Fraser y se volvió a la recepción sintiéndose una buscona. No sabía qué era lo que aquel hombre había desatado en ella pero no le gustaba nada. Como siempre que conocía a alguien que le gustaba comenzó a pensar, pero esta vez todos sus pensamientos se ahogaban e interrumpían en esa mandíbula cuadrada, esa sonrisa cruel y esos ojos color miel.

—Vaya, ya veo, ojos color miel… —dijo Marina.

Tito sonrió pero no replicó y continuó con su historia:

Veinte minutos después consiguió librarse de la apabullante sensación de haber estado en la proximidad de aquel hombre y pudo enfrascarse en el trabajo hasta la hora de cerrar. Justo antes de las ocho Fraser le llamó desde su despacho diciéndole que tardaría cinco minutos más en irse y que ya se encargaba él de cerrar. Contenta por poder quitarse los tacones al fin pero a la vez un poco decepcionada por no poder haber vuelto a ver al nuevo cliente, se enfundo las Nike y un ligero abrigo de punto y abandonó el bufete.

El sol se había puesto hacía un par de horas y la nieve azotó su cara haciéndole parpadear incómoda. Apretando el ligero abrigo contra su cuerpo se dirigió paso ligero a la boca del metro, deseando llegar a casa y darse un lago baño caliente.

Al llegar al andén pudo comprobar que su tren acababa de salir. Frustrada se sentó en un banco y armándose de paciencia se dispuso a esperar el siguiente convoy.

Veinte minutos después llegó el tren. No iba muy lleno, pero no había asientos libres, así que se agarró a la barra más cercana.

El tren cerró sus puertas y se puso en marcha. Marina se agarró a la barra para no caer y trató de ponerse cómoda cuando una presencia a su espalda le sorprendió. Sin atreverse a darse la vuelta se agarró a la barra deseando que el desconocido pasase de largo y cerró los ojos. Un intenso olor a perfume caro invadió sus fosas nasales recordándole a…

—Vaya que casualidad. —dijo Noel con una sonrisa.

—Ya le digo —respondió Marina—Pensé que todas las personas que se pueden permitir contratar los servicios de nuestro bufete se desplazaban en limusina.

—A veces lo hago, pero soy un tipo responsable, me gusta el transporte público, nunca sabes que te puedes encontrar. —replicó Noel poniendo su mano en la barra por encima de la cabeza de Marina y abrumándola con el aroma de su perfume.

Encogiéndose de hombros se dio la vuelta esperando que el hombre la acosase con la típica palabrería, pero simplemente se quedó a su espalda dominándola con su presencia. Marina se agarró a la barra mientras sentía el cálido aliento del hombre rozar su oreja y se maldijo por haberse quitado los tacones.

El convoy frenó con brusquedad al llegar a una nueva parada y Marina se agarró a la barra con fuerza. En ese momento el desconocido se dejó llevar por la inercia lo justo para que Marina sintiese su cuerpo firme y cálido. La mujer no pudo evitar responder al contacto con un ligero temblor.

Cuando el tren arrancó de nuevo Marina se dio la vuelta buscando aquellos ojos color miel, pero solo encontró el vacio. Buscó al hombre y lo vio mirando hacia ella desde el andén mientras el tren se alejaba.

Llegó a casa con una inexplicable sensación de hastío. Hurgó en el bolsillo del abrigo buscando las llaves y sus manos tropezaron con algo que no debía estar allí. Sorprendida saco una tarjeta de visita.

Noel Fisherman, Fisherman Corporation, consejero delegado, decía la tarjeta. Marina le dio la vuelta a la tarjeta y pudo ver que había algo escrito a bolígrafo, con una elegante letra, sin ningún signo de haber sido escrita apresuradamente:

Mañana, hotel Hilton, habitación 233, doce y media, si llegas un minuto tarde me habré ido.

Marina le dio la vuelta a la tarjeta sorprendida y sintió como un escalofrío de emoción recorría su cuerpo. Por un segundo se le pasó por la cabeza acudir, pero enseguida la lógica se impuso. No conocía a ese hombre de nada. Ni siquiera sabía por qué había acudido al bufete. Podía ser un asesino en serie un ladrón de bancos o un pervertido…

Con esos pensamientos rondándole en la mente se desnudó y se sirvió una copa de vino mientras preparaba el baño.

Seguramente le había seguido hasta el metro y había aprovechado el frenazo del convoy para meterle la tarjeta en el bolsillo del abrigo. Eso había sido demasiado —pensó Marina mientras se acariciaba el cuerpo con la esponja— ¿Quién se creía que era?

Salió de la bañera y con la toalla envolviéndole el cuerpo se calentó algo de cenar, intentó saborear la pizza, pero un inexplicable nerviosismo la invadía y se lo impedía.

Además ¿Qué pretendía citándola en una habitación de hotel? ¿Acaso creía que se iba a presentar indefensa ante un desconocido que bien podía violarla o incluso algo peor?

Intentó ver la televisión un rato pero se pasó todo el rato cambiando de canal, la tele de los viernes era una mierda.

Porque después de todo ¿Qué tenía aquel hombre? Sí, era atractivo, tenía que reconocerlo y parecía un tipo sumamente educado, pero había en su mirada algo oscuro y retorcido.

Cuando se dio cuenta tenía la mano apoyada en su pubis acariciándoselo con leves movimientos circulares. Tres minutos después estaba en la cama, revolviendo en el cajón de la mesita. Deshaciéndose de la toalla Marina cogió el consolador, su viejo compañero de soledad. Se lo metió en la boca sin dejar de acariciarse con la mano libre.

No, de ninguna manera iba a ir…

Abriendo las piernas se introdujo el dildo poco a poco mientras conectaba la función de vibración. Marina soltó un fuerte gemido al sentir el aparato vibrar en su interior y por primera vez se imaginó que era Noel el que estaba sobre ella follándosela a cara de perro.

Poco a poco la excitación fue creciendo, sentía como todo su cuerpo vibraba al ritmo del consolador cuando el aparato se apagó.

—¡Mierda! —gritó frustrada.

Ansiosa revolvió en el cajón de la mesilla buscando unas pilas sin éxito. Desesperada miró a su alrededor y con una sonrisa de triunfo se lanzó sobre el despertador destripándolo apresuradamente y sacándole las pilas para ponerlas en el vibrador.

Con un suspiro de satisfacción se acercó el aparato al sexo y recorrió la vulva con él. Todo su sexo se hinchó y palpitó placenteramente con el contacto. Tras unos segundos no pudo aguantar más y se metió el aparato profundamente el coño. Cerró los ojos disfrutando del intenso placer metiendo y sacando el vibrador de su sexo mientras se estrujaba los pechos con la mano libre gimiendo y jadeando como una perra en celo.

Rodando sobre la cama se puso a cuatro patas y mientras dejaba el dildo zumbando en su interior se palmeó el clítoris con fuerza imaginando que eran los huevos de Noel los que le golpeaban. Sintiéndose cada vez más excitada cogió el vibrador y poniéndolo a la máxima potencia se apuñaló salvajemente con él hasta que el orgasmo la obligó a arquear su cuerpo varias veces y caer derrotada sobre las sábanas en medio de fuertes gemidos.

Cuando los espasmos cesaron se estiró en la cama, insatisfecha a pesar de todo . Se le pasó por la cabeza volver a masturbarse, pero finalmente se rindió y reconoció que lo único que acabaría con su comezón sería acudir a la cita con el desconocido.

—No es justo, me estás poniendo como una salida.

—Lo siento, pero soy yo el que cuenta la historia. Si no te gusta siempre puedes poner la radio. —dijo Tito antes de continuar con la narración.

Despertó sobresaltada. Se había olvidado de poner las pilas de nuevo al despertador y eran casi las once y veinte. Teniendo en cuenta que necesitaría como mínimo treinta minutos para llegar al Hilton disponía de quince minutos para prepararse.

Salió de la cama de un salto y se dirigió al baño corriendo, sabiendo que solo tenía tiempo para lavarse la cara y orinar. Afortunadamente el no disponer de tiempo le ahorró una mañana de dudas ante el espejo. Se ajustó un conjunto de seda negro con portaligas y unas medias con una elegante costura en la parte trasera. Sin pararse a pensar se puso un cálido vestido de punto y un collar de plata y corrió al baño a maquillarse. Dos minutos después corría por el pasillo calzándose los tacones procurando no matarse en el intento.

Había parado de nevar, pero el ambiente seguía siendo extremadamente frío. Caminó con cuidado entre la nieve sucia y helada y llamó a un taxi que se estaba acercando. El taxi frenó a su lado y Marina entró con un suspiro de alivio. El conductor paquistaní le hizo un par de preguntas en pastún que Marina no se preocupó por entender limitándose a darle la dirección del hotel. El taxi comenzó a arrastrase en medio del congestionado tráfico del centro de la ciudad. Desesperada al ver como los minutos volaban sacó un billete de cincuenta pavos y agitándolo ante las narices del chofer le hizo entender que sería suyo si lograba llegar al hotel en menos de quince minutos.

A partir de ese momento el viaje se convirtió en una locura, como si hubiese sido poseído, el taxista le llevó por las calles atestadas a una velocidad endiablada cambiando de carril con brusquedad e incluso subiéndose en una ocasión a una acera para evitar un cruce congestionado.

Trece minutos después estaba ante las puertas del Hilton un poco mareada pero ilesa. Sin darse un respiro atravesó la recepción y se dirigió a los ascensores. Faltaban dos minutos cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ella. Mientras le decía al ascensorista su destino Marina se recompuso su pelo y su ropa frente al espejo.

Con un leve carraspeo el ascensorista le insinuó que habían llegado. Salió al pasillo y llegó a la habitación 232 jadeante. Levantó la mano para llamar a la puerta pero descubrió que ya estaba abierta.

La empujó con suavidad y entró. La habitación estaba a oscuras y alargó la mano buscando el interruptor de la luz. En ese momento una mano la agarró por la muñeca y aparentemente sin esfuerzo se la puso a la espalda.

Asustada Marina intentó resistirse y salir de la habitación, pero la puerta se había cerrado e impotente notó como alguien la empujaba contra la pared y le ataba las muñecas a la espalda en la oscuridad.

Lo siguiente que se le ocurrió fue gritar pidiendo auxilio, pero el agresor con las manos libres le tapó la boca y le cubrió los ojos con un antifaz.

Marina se debatió durante un tiempo que le pareció interminable hasta que se dio cuenta de que toda resistencia era inútil.

Temblando de la cabeza a los pies Marina sintió a través del fino tejido de su vestido como unas manos exploraban su cuerpo. Tras unos segundos el desconocido que la retenía se acercó un poco más dejando que el tranquilizador aroma del perfume de Noel invadiera su nariz.

No hicieron falta más palabras y la emoción y el miedo se transformaron casi inmediatamente en excitación. Cuando un par de manos la cogieron por las muñecas y la arrastraron al centro de la habitación, ella se dejó hacer.

A continuación sintió como las manos de Noel acariciaban sus medias y resbalaban poco a poco hacia arriba recogiendo y levantando la falda de su vestido a su paso. Lentamente sintió como el hombre iba tirando hacia arriba de su vestido sacándoselo por la cabeza hasta dejarlo arrebujado en torno a su muñecas. De nuevo la presencia del hombre se diluyó y se sintió en ese momento más desnuda que nunca. Consciente de que su ropa interior casi transparente apenas cubría su intimidad.

En total oscuridad agudizó sus sentidos, no se oía ningún ruido aparte del apagado rumor del aire acondicionado que enviaba una suave brisa fresca sobre su cuerpo haciendo que se le pusiese la piel de gallina y sus pezones se erizasen.

Se mantuvo en pie, erguida con las manos a la espalda, esperando una voz o una orden que no llegaba.

Noel permanecía sentado en un sofá frente a la mujer, disfrutando, observándola como si fuese una obra de arte. Se fijo en su nariz pequeña, sus labios rojos perfectamente delineados y su pelo largo, negro y espeso derramarse por su cuello y sus hombros blancos y luminosos como la luz de la luna.

El cuerpo de Marina era rotundo, con unos pechos grandes que pugnaban por escapar del suave tejido del sujetador, un vientre liso, unas caderas anchas y unas piernas esbeltas pero un poco cortas que disimulaba con unos tacones de más de diez centímetros.

—Así que soy culona y paticorta. —dijo Marina cruzando los brazos sobre el pecho enfadada.

—También te comparo con una obra de arte… y lo digo sinceramente. —respondió Tito con una sonrisa—¿Por qué coños las mujeres siempre os quedáis con lo malo? Lo que hace bella a una mujer son sus imperfecciones, sobre todo si encajan tan bien en el conjunto como en ti.

—Continúa pelotero.

En silenció se incorporó y se acercó un poco más para poder observar la miríada de pecas y lunares que cubrían todo su cuerpo haciendo contraste con su piel extremadamente pálida. Noel no pudo contenerse más y rozó de nuevo la piel de sus costados bajando por su ombligo y terminando en su ingle acariciando la suave mata de pelo rizado que se adivinaba a través de la fina tela del tanga de Marina.

Marina no pudo evitar soltar un gemido, sentía la presencia de Noel más cerca que nunca y llevada por la excitación entreabrió los labios y ladeó un poco la cabeza invitándole a que la besara. La respuesta no tardó en llegar y notó como algo suave rozaba sus labios. Marina abrió la boca para recibir la lengua del hombre pero fueron tres dedos los que la exploraron profundamente hasta invadir su garganta.

Marina abrió los ojos bajó el antifaz sorprendida mientras trataba de contener las nauseas. Unos instantes después Noel los retiró un poco y Marina comenzó a chuparlos y lamerlos embadurnándolos con abundante saliva que rebosaba de su boca y caía entre sus pechos.

Noel apartó la mano y finalmente la besó. Marina respondió con abandono y se sobresaltó cuando los dedos húmedos de Noel se colaron bajo su tanga acariciando y penetrando su sexo húmedo e hinchado.

Llevada por su instinto comenzó a mover las caderas a la vez que forcejeaba con sus ligaduras. Deseaba colgarse de los hombros de aquel hombre, apretarse contra él, sentir su calidez, sentir su cuerpo envolviéndola.

Noel separó los labios de los suyos y comenzó a recorrer con ellos su cuerpo lamiendo y mordisqueando. Sin dejar de masturbarla bajó las copas del sujetador para poder besar sus pechos y mordisquear su pezones haciendo que el dolor y el placer se fusionasen aumentando su excitación.

Marina no se pudo contener más y soltó un largo gemido. En total silencio Noel se volvió a retirar. Marina desesperada hubiese alargado sus brazos, pero solo pudo dar unos pasos temblorosos en dirección al lugar donde creía que se había ido Noel.

Noel lo esperaba y se apartó en silenció. Cuando Marina pasó por su lado la agarró por la melena y tiró de ella violentamente hasta que la mujer tropezó contra un mueble que no llegó a distinguir. El hombre aprovechó el desconcierto de la mujer para empujar la cabeza de la joven contra la superficie del mueble obligándola a doblarse por la cintura.

Marina sintió la superficie pulida del mueble y el aroma del barniz y la madera vieja invadieron sus fosas nasales mientras Noel le arrancaba su tanga.

Noel no esperó más y la penetró a la vez que estrujaba su culo. Marina sintió como su coño se estremecía de placer mientras se dilataba para acoger el miembro grueso y caliente de su amante. Inconscientemente intentó mover los brazos para colocarse en una postura más cómoda sin darse cuenta de que aun estaba atada.

Ajeno a esto Noel la agarró por las caderas y comenzó a embestirla con movimientos rápidos y secos, penetrando profundamente y golpeando el clítoris de Marina con sus testículos y clavándole los muslos contra los bordes del mueble.

Marina recibía con un gemido cada vez más fuerte con cada nuevo empujón. Sentía como todo su cuerpo hervía de placer y deseo y no podía evitar mover las caderas acompañando las andanadas de Noel.

Estaba a punto de correrse cuando sintió como el hombre la cogía por el pelo levantándola en vilo y se corría en su interior de dos salvajes empujones.

La incómoda postura y el dolor de su cuero cabelludo no le impidieron a marina correrse al sentir el calor de la semilla de Noel inundando su coño. El hombre la mantuvo sujeta en la misma postura mientras los relámpagos de placer se extinguían y cuando creía que la iba a soltar dando por finalizada la sesión de sexo, la obligó a arrodillarse y le metió la polla en la boca.

Marina abrió la boca dócilmente y dejó que el miembro de Noel la invadiese aun recubierto por el semen y sus propios jugos orgásmicos. Sin capacidad para hacer otra cosa se limitó a chupar y lamer la polla de su amante respirando solo cuando él se lo permitía.

Tenía los ojos inundados de lágrimas y le dolía la mandíbula y la garganta de forzarlas para acoger el miembro del hombre, pero seguía sintiéndose tremendamente excitada.

Todavía atada Noel la obligó a levantarse y tras magrear su cuerpo indefenso con lujuria la empujó de nuevo. Durante un segundo se vio levantada en el aire y con alivio sintió un mullido colchón bajo su cuerpo.

Noel no estaba dispuesto a darle una tregua y enseguida sintió como su polla la perforaba de nuevo. Con la cabeza contra el colchón y el culo en pompa le agarró por las muñecas y empezó a penetrarla con fuerza. Marina disfrutaba tanto que ni siquiera se enteró cuando el dedo de él empezó a hurgar en su culo. Gemía y agitaba sus caderas como una loca. El sudor la cubría debido al esfuerzo escurriendo, goteando, haciéndole placenteras cosquillas.

Estaba a punto de correrse de nuevo cuando Noel se separó un instante para cogerse la polla y comenzar a presionar con ella la entrada de su ano. Marina gritó y contrajo el esfínter involuntariamente mientras luchaba inútilmente contra sus ligaduras. Noel no tuvo piedad y siguió presionando hasta que enterró la totalidad de su polla en el fondo de su culo.

Marina mordió las sabanas ahogando un grito de dolor. Todas sus entrañas palpitaban dolorosamente mientras su esfínter se contraía intentando expulsar aquel objeto grueso y ardiente que la asaltaba.

Tras unos dolorosos segundos notó como el brazo de Noel rodeaba su cintura y acariciaba su sexo mientras comenzaba a moverse con suavidad. Marina comenzó a respirar superficialmente lo que unido al placer que comenzaba a sentir de nuevo en su sexo le ayudó a soportar el dolor primero y a acentuar el oscuro placer que comenzaba a sentir en sus entrañas después. En cuestión de segundos el placer se intensificó hasta el punto que los quejidos se transformaron en gemidos y luego en gritos de placer descontrolado cuando se corrió de nuevo. Noel siguió aun empujando unos segundos más acariciando sus medias y sus muslos hasta que no aguanto más y separándose y dando la vuelta a Marina eyaculó sobre sus muslos.

Marina despertó un par de horas después aun atada y con el cuerpo pegajoso de sudor y fluidos, pero cuando abrió los ojos se dio cuenta de que ya no tenía puesto el antifaz y pudo ver el rostro de Noel tan perfecto como lo recordaba observarla sonriendo.

—Eres una mujer encantadora. —dijo él abriendo la boca por primera vez desde que había entrado en la suite y acariciando su pelo con ternura.

Marina no pudo evitar sentir una oleada de placer y agradecimiento y movió su cuerpo dolorido hacia su amante para besarle de nuevo…

—¿Qué tal? —preguntó Tito aunque por el silencio de su compañera ya sabía lo que sentía.

—¡Uff! Muy excitante, pero espero que no le hagas eso a tus amantes.

—En la realidad soy bastante más convencional.

Tito siguió conduciendo con aparente tranquilidad mientras Marina se revolvía incómoda en su asiento como si algo le picase.

Veinte minutos después entraban de nuevo en la ciudad. Como siempre que trabajaban juntos se dirigió a su casa para que luego Marina condujese hasta la suya, quedándose el coche de empresa.

Tito tuvo suerte y encontró un sitio para aparcar casi enfrente de su casa.

—Bueno mañana será otro día. Me encanta trabajar de nuevo contigo.—dijo ella abriendo la puerta.

—Creo que me debes algo.

—¡Ah! Sí. Claro. —respondió ella un poco avergonzada. ¿Si no te importa, podríamos hacerlo en tu casa? En plena calle me da un poco de corte.

—Por su puesto. Pasa. —dijo él abriendo la puerta.

El trayecto en el vetusto ascensor fue el más confuso e incómodo que Marina hizo en su vida. Estaba nerviosa y ansiosa, deseaba a Tito y a la vez se sentía en inferioridad de condiciones ante él, sin maquillaje y con un leve pero inconfundible olor a sudor tras un largo día de trabajo al sol y para colmo Tito parecía disfrutar de su incomodidad.

El ascensor terminó el trayecto y salió tras Tito camino de su apartamento sin poder evitar fijar la mirada en su trasero. Tras abrir la puerta la hizo pasar amablemente y se quedaron en el recibidor mirándose el uno al otro.

Deseando acabar con todo aquello allí mismo, se agachó y metiendo las manos bajo la falda de su vestido tiró de las bragas y las bajó lo más rápido que pudo. Las muy putas se enredaron con las sandalias y estuvo un par de segundos peleando con ellas hasta que consiguió quitárselas con un suspiro de alivio.

Intentando mantener un gesto digno las cogió en una mano y se las tendió a Tito notando como su cara ardía de vergüenza.

Tito las cogió el tanga húmedo y caliente de las manos de Marina y lo olfateó. Marina se ruborizó aun más consciente de el olor mezcla de sudor y sexo que despedían. Tito aspiró el aroma un segundo más y dejando caer al suelo la prenda se abalanzó sobre ella besándola.

Quiso quejarse, sin sus tacones, el maquillaje y un vestido decente se sentía vulnerable, pero aquel hombre con sus labios y su lengua le impidieron decir nada y las manos avanzando por sus costados le hicieron olvidar todo lo demás.

Sin dejar de besarla e inundar su boca con el sabor del chicle de cereza que había estado mascando buena parte de la tarde, las manos de el subieron por su flanco hasta sus brazos inmovilizándoselos por encima de la cabeza.

Tras unos segundos los labios de Tito se despegaron y comenzaron a explorar su cuello y sus hombros hasta llegar a sus axilas. Marina intentó resistirse consciente de que estaban un poco sudadas, pero él sin hacerle daño le sujetó los brazos mientras las recorría con su lengua. Pronto la vergüenza empezó a dar paso a la excitación y no fue capaz de contener un gemido de satisfacción.

Acercándose un poco más el hombre la arrinconó contra la pared dominándola con su estatura y soltándole dos botones del vestido introdujo las manos entre sus piernas. Marina se puso rígida, pero no se lo impidió dejando que con sus dedos el hombre comprobase lo caliente que estaba. El contacto de los dedos con la raja de su sexo la incendió obligándola a soltar un nuevo gemido de placer. Todas las dudas y la vergüenza se evaporaron en un instante mientras se frotaba ansiosa contra esos dedos suaves y experimentados.

Tito se separó obligándola a volver al mundo real. Con una sonrisa tranquilizadora le cogió de la mano y la guio por el pequeño apartamento hasta la habitación. Era bastante grande comparada con el resto del apartamento y estaba decorada con muebles sencillos pero con mucho gusto. En el centro una gran cama cuadrada dominaba la estancia con un cabecero de ébano labrado con motivos tribales. A ambos lados había unas sencillas mesitas y en un lateral había un gran espejo que camuflaba la entrada a un vestidor.

Marina no pudo evitar echar un vistazo a su cara arrebolada y a su pelo enmarañado. Tito se acercó por detrás y le abrazó por la cintura soltando el cinturón y desabrochando el vestido dejándola desnuda salvo por el sujetador.

Observó con desasosiego la forma en que destacaba la blancura de su tez en comparación con el cuerpo potente y moreno de él. Parecía una estatua de alabastro, fría e inanimada. El hombre le besó el hombro y le quitó el sujetador dejándola totalmente desnuda. La contempló a través del espejo, recorriendo con sus dedos las finas venas azules de su vientre y sus pechos que se transparentaban a través de la pálida piel.

Con el deseo de toda una tarde acumulado Marina entrelazó las manos con las de él y se las llevó a la rala mata de pelo negro que cubría su pubis. Tito le dejó hacer y la acompañó en sus caricias mientras pegaba su cuerpo contra ella para que fuese consciente de su erección.

Unos instantes después se dio la vuelta y desnudó a Tito admirando su cuerpo duro, con los músculos definidos y la piel suave y morena. Acercó las manos a sus ingles y mirándole a los ojos acarició su polla grande y rosada haciendo que se irguiese totalmente al sentir el calor de las manos de Marina.

—Veo que también has tenido tiempo de hacer ejercicio. —dijo ella mientras él la cogía en brazos y la depositaba en la cama.

Marina se tumbó y abrió ligeramente las piernas, pero Tito se limitó a tumbarse a su lado y a acariciar su piel pecosa.

—Me encanta tu piel, es como mirar el firmamento.

—¿Ah sí? —preguntó ella escéptica.

—Me encanta buscar las constelaciones. —dijo arañando su piel.— Aquí está la osa mayor… y Hércules —dijo uniendo los lunares con los rastros rojos que dejaban sus uñas en la delicada piel de Marina.

—Que interesante. —dijo ella sintiendo rastros de fuego allí por donde pasaban las uñas de Tito.

—Además han servido durante siglos para orientar a los navegantes. Ves, si coges la cruz del sur —dijo haciendo dos nuevos arañazos en el vientre de Marina— y prolongas cuatro veces u eje mayor llegas a…

Marina sintió un sobresalto al sentir los labios de Tito sobre su sexo. Un calor abrasador se hizo dueño de su bajo vientre extendiéndose por todo su cuerpo en una oleada de placer. Marina abrió sus piernas abriendo su sexo enrojecido y tumefacto por el deseo. Dejando que la lengua de él repasase la raja de su sexo y acariciase su clítoris y la entrada de su coño cada vez más húmedo y anhelante.

Estaba a punto de gritarle que le follase de una puñetera vez cuando Tito se colocó encima y la penetró con movimientos lentos y profundos. La polla del hombre se abrió paso en su coño colmándole de placer. Marina gimió y apoyo las manos contra sus pectorales separándole lo justo para ver como aquel instrumento de placer entraba y salía de su cuerpo una y otra vez sin descanso.

El orgasmo llegó intenso, apresurado, casi doloroso después de que aquel hombre le hubiese estado haciendo el amor todo el día por todos los medios a su alcance. Tito acompañó los estremecimientos y agónicos jadeos de ella con movimientos lentos y circulares de su polla prolongando su placer.

Con las últimas oleadas de placer Tito la levantó y la puso de pie frente al espejo poniéndose de nuevo a sus espaldas. La cogió por las caderas y volvió a penetrarla de nuevo. Marina apoyó sus manos contra el espejo y separó las piernas mientras Tito la penetraba con fuerza obligándola a ponerse de puntillas para no perder contacto con el suelo.

En un minuto estaba gimiendo y jadeando, sorprendida de estar de nuevo excitada y avergonzándose de su avidez. Con un nuevo impulso la empujó contra el espejo. Marina se sintió aprisionada entre el frío del espejo y el calor de Tito que la follaba cada vez con más intensidad hincando los dedos en su culo y sus muslos.

Tito no pudo aguantar más y con un último empujón que la levantó en vilo descargó su leche ardiente dentro de ella. Tras unos segundos Marina se separó con el semen corriendo por el interior de sus muslos pero aun sedienta de sexo.

Cogiéndole la polla le obligó a sentarse en la cama y arrodillándose se la metió en la boca, chupándola y lamiéndola mientras él gemía y acariciaba su negra melena. Poco a poco la polla de Tito volvió a estar dura como una piedra. Con un último lametazo se incorporó y se sentó sobre él, restregando su sexo a la vez que le golpeaba la cara con los pechos.

Un segundo después tenía de nuevo el miembro de Tito dentro de ella. Abandonándose al placer se colgó de su cuello y comenzó a subir y bajar sus caderas tan rápido como podía disfrutando de la sensación de sentirse empalada por el miembro del hombre a la vez que él acariciaba su culo estrujaba sus pechos y los chupaba y mordisqueaba con fuerza.

La cabeza le daba vueltas cuando Tito la cogió en el aire y agarrándola por las caderas siguió penetrándola como un poseído hasta correrse de nuevo en su interior. Esta vez el calor de la semilla de su amante fue el detonante para un nuevo y brutal orgasmo. Paralizada por el placer sus brazos se soltaron del cuello de Tito dejando que su cuerpo se cayese hacia atrás mientras Tito, sujetándola por la cintura descargaba en su interior los últimos restos de su corrida.

Tras unos segundos se separaron y se tumbaron en la cama exhaustos. Dormitaron un buen rato abrazados hasta que Marina se levantó y comenzó a vestirse. Se sentía cansada y satisfecha pero a la vez no sabía que decir a aquel hombre.

Tito se despertó y poniendo las manos bajo la cabeza la observó vestirse con una sonrisa en los labios.

No sabía muy bien qué decir ni qué hacer, finalmente se puso las sandalias y se acercó para darle un beso rápido intentando ignorar la cara divertida de Tito.

—Mañana paso a buscarte a las siete y media.

—De acuerdo, pero no te olvides de que las bragas son mías. Ni se te ocurra llevártelas. —replicó Tito riendo.

FIN

Relato erótico: “Hielo y Fuego” (POR ALEX BLAME)

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¡Atención! Este no es un relato convencional. En él tus elecciones te llevaran a distintos desenlaces de la historia. Empieza en el capítulo 1 y luego continua dirigiéndote a los capítulos que figuran al lado de tus elecciones. Buena suerte.

1

—¡Joder, tío! ¡Qué alegría! —dice Jorge dándote una palmada que casi te cambia los omóplatos de lado— ¿Cuánto tiempo hacía? ¡Vaya casualidad!

—Tres años, si no recuerdo mal. —dices saludando a al viejo amigo de la facultad y haciendo un señal a la camarera para que te traiga un par de cervezas.

Puri se acerca a vosotros y se inclina provocativamente para serviros las birras. Tú no puedes evitar echar una mirada a aquel par de melones morenos, tiesos, burbujeantes, atrayentes…

Abres la boca para decirle algo bonito como siempre que paras allí, pero Jorge te lo impide riendo.

—No seas capullo. —te dice Jorge— No la conozco de nada, pero se ve a la legua que esa tipa nunca te hará caso más que para que vacíes su nevera de cervezas.

—Ya lo sé, pero últimamente la cosa esta muy chunga. No recuerdo la última vez que eché un polvo en condiciones así que tiro con postas. —replicas tú.

—Quizás te equivocas y no buscas en los lugares adecuados. —dice Jorge con una sonrisa— Hace tiempo que los bares han dejado de ser el mejor sitio para ligar.

—Y ahora es cuando me cuentas tu táctica infalible y me dirás que te lo montas cada día con una distinta. Adelante, me tienes en ascuas.

—Internet. —dice Jorge lacónico.

—¿Cómo?—preguntas desconcertado.

—Internet, las páginas de contactos. ¿Nunca has probado?

—No. —respondes sorprendido— ¿Pero eso no es un nido de mentirosos y gente a la que le gustan las cosas raras?

—¡Qué va! Eso era antes. Ahora a la mayoría de la gente le pasa como a ti, no tenemos tiempo para chorradas y con estas webs te ahorras mucho tiempo y puedes ligar mientras estás en la oficina. Con un poco de suerte puedes tener una mujer en poco tiempo, si eres hábil, varias.

—Me estás vacilando. —dices tú pensando que tú amigo se está tirando el moco.

—Que va, yo tengo tres perfiles en tres páginas diferentes. Uno en el que parezco un pobre hombre con una mala suerte increíble, para ablandar a las maduritas, otro a en el que aparezco con el Porsche de mi primo para atraer a las jóvenes guapas y avariciosas y una última en la que me muestro tal como soy para atraer a las mas guarras y depravadas. —responde él con una sonrisa de lobo.

—Y así follas todos los días.

—No todos, de vez en cuando una te sale rana, pero en general mi vida sexual ha mejorado una barbaridad desde que estoy en ellas.

—Va, chorradas. —replicas tú apurando la cerveza de un trago y mirando el culo de la camarera cimbrear en busca de un nuevo botellín.

—¿Chorradas? Ya verás. —dice Jorge sacando el móvil y entrando en la página arrumacos. com.

Ante tus ojos Jorge abre su perfil y pincha en un botón con la leyenda “posibles contactos cercanos”. Enseguida se abre una ventana y surgen casi inmediatamente cuatro candidatas. Las dos primeras rechazan a Jorge nada más ver su perfil, pero las otras dos le siguen el juego y chatean un rato con él. Diez minutos después una de ellas le invita a “tomar algo a su casa”.

Ante tus ojos incrédulos Jorge se despide y con una sonrisa, no exenta de sorna, te desea suerte con la camarera mientras sale del garito colocándose el paquete.

Llegas a casa medio borracho después de una larga e infructuosa noche. La cabeza te da vueltas y te metes en la cama deseando un sueño que no llega. Te das la vuelta en la cama y ves el portátil descansando sobre la mesilla.

Lo miras, dudas, lo piensas de nuevo y finalmente abres el ordenador. La pantalla se enciende con un leve ruido y aparece la página de inicio del sistema operativo. Levantas la mano y después de dudar otro instante abres el navegador y pones ” contactos” en el buscador.

Salen varias páginas y tras dudar entre varias, te decantas por la que más miembros tiene; Amorrápido.com

No te lo piensas y te registras lo más rápido posible para no echarte atrás. Tras dar tus datos básicos, describirte un poco y añadir una de las pocas fotos en la que no pareces tonto del todo, te describes lo más favorablemente posible y eliges tu mujer perfecta. La página procesa tus datos y antes de terminar te pide que seas totalmente sincero y digas cuál es la cualidad que más valoras en una mujer.

Dudas un momento pensando qué es lo que deseas…

Si te acuerdas de la camarera y de de la sonrisa lasciva que muestra cada vez que le pides otra cerveza y decides que quieres algo totalmente distinto así que escribes “rubia de aspecto angelical” vete a 2.

Si te acuerdas de los pechos morenos de la camarera y escribes “mulata” vete a 3.

Si recuerdas a la camarera y dudas, pero finalmente reconoces que son las pelirrojas las que te vuelven loco vete a 4.

Si recuerdas las curvas de la camarera y escribes “voluptuosas” vete a 5.

2

Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible, aun con las brumas del sueño, te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

—Veo una abejita pequeña y furiosa y… ¡Oh No! —dice la gitana abriendo mucho los ojos.

—¿Qué pasa? —preguntas con desazón.

—No.. no pasa nada. Lo siento pero se ha terminado la sesión —dice ella sacándote a empujones y despidiéndote con un apresurado “que Dios te bendiga” antes de que tú puedas decir nada.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

El mensaje de la candidata es un poco repipi para tu gusto, lleno de emoticonos y corazoncitos por todas partes, pero al echarle un vistazo al perfil de la chica te convences de que merece la pena darle una oportunidad.

Se llama Cristina Camacho y dice trabajar en un hospital, aunque no especifica en que puesto, le gustan los pepinillos, los cachorros y las comedias románticas. Una joven de pelo rubio, corto y ensortijado te mira con unos ojos azules y grandes y te sonríe mostrando una dentadura perfecta. Al pinchar en la foto del perfil se despliegan varias fotos en las que aparece de cuerpo entero. Sus poses exageradas y un poco artificiosas no te impiden admirar las piernas delgadas y bonitas, el culito respingón y los pechos relativamente grandes comparados con lo menudo de su figura.

Le envías un mensaje explicándole que te gustaría conocerla y ella responde casi inmediatamente y se muestra ansiosa por conocerte. Chateáis un rato más, lo suficiente para notar que es una romántica empedernida, así que cuando ella te pregunta dónde podéis quedar tu dudas un momento.

Decides quedar en un bar, no vaya a ser que si te pones en un plan demasiado romántico luego no puedas sacártela de encima vete a 6

Prefieres darle una sorpresa y no le explicas a donde vais, solo que lleve ropa cómoda sabiendo que si aciertas con el plan te la pasas por la piedra fijo. vete a 7

3

Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible. Aun con las brumas del sueño, te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sobado sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

—Veo un puño de hierro envuelto en un guante de seda. —dice la gitana pasando la mano con sus entecos dedos extendidos frente a tu cara— Ten cuidado, la próxima mujer que cruce en tu vida puede ser la causa de tu destrucción o la mujer de tu vida, solo tus decisiones lo determinarán.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

El perfil de la candidata no es muy extenso. Dice llamarse Melina Rodríguez, es española de origen cubano y tiene veintisiete años. Estudió derecho gracias a la becas y terminó la carrera la segunda de su clase, ahora trabaja como abogada defensora. Le gusta la música latina, el cine y un buen libro, aunque confiesa que no tiene mucho tiempo libre para dedicarlo a ello. Para terminar explica que le gustan los hombres tiernos pero seguros de sí mismos y que sean unos amantes ardientes.

En la esquina superior derecha del perfil hay una foto desde la que Melina te mira con unos ojos grandes, oscuros, rodeados de unas pestañas largas y rizadas. Su nariz es un poco ancha pero recta y no demasiado grande y sus labios gruesos y jugosos, pero lo que más llama tu atención es su tez color caramelo oscuro y fina como la piel de un melocotón.

Pinchas en la foto y ves varias instantáneas en las que descubres que como buena abogada viste en todas impecablemente, aprovechando los altos tacones para realzar un cuerpo de infarto y sobre todo un culo que hace época.

Para ser la primera respuesta no está mal, te sientas con el ordenador en el regazo y le envías un mensaje hablando un poco más de ti. Al contrario de lo que esperas, ella te responde de inmediato. Chateáis un rato y alternando mentiras con medias verdades consigues que se interese en ti. Tras un rato de conversación ella se excusa diciendo que tiene que reunirse con un cliente importante en unos minutos, pero que le has impresionado y que le gustaría conocerte en persona.

Antes de despedirse te dice que al día siguiente por la noche estará en la ciudad y que tiene tiempo para cenar.

Tú no lo dudas ni un segundo y le invitas a un restaurante de lujo que hay en el centro. Esperas una respuesta, pero ya sea porque ha tenido que irse de verdad, o porque quiere hacer que te hagas un poco en tu propio jugo, no responde a tu propuesta inmediatamente.

Horas después recibes una respuesta afirmativa y añade que le vendría bien quedar a las nueve y media.

Con una sensación triunfal cierras el ordenador y te dedicas a dar pequeños saltitos por la habitación.

La espera se ha hecho larga, pero al fin la hora ha llegado. Te preparas sacando tu único traje decente de su funda y los Fluchos que compraste para la boda de tu hermana. El último toque lo pone el perfume de Hugo Boss y unos gemelos con la forma de pequeños aviones con los que pretendes compensar la falta de calidad con la originalidad.

Te tienes que apresurar pero al final estas en la barra del restaurante a las nueve y media como un clavo.

—Lo siento, pero he tenido un problema de última hora y no he podido llegar antes. —dice ella entrando veinte minutos después en el local y dándote dos besos apresurados.

Te levantas apresuradamente para recibirla y después de devolverle los dos besos haces una seña al metre. Mientras el camarero os recoge las chaquetas aprovechas para echar un vistazo a la joven. Esta espectacular con un vestido ajustado de color blanco por el centro y negro por los laterales, escote en “u” y una falda recta y ajustada justo por encima de las rodillas. Sus piernas largas y morenas no necesitan medias y su culo ya de por si atractivo se ve realzado gracias a unas espectaculares sandalias de tacón imposible.

Os sentáis a la mesa y mientras os ponen unos aperitivos elegís la cena. Tras hacer el pedido se impone un incómodo silencio, no sabes muy bien cómo romper el hielo. Tras un par de sonrisas y titubeos decides iniciar tú una conversación; ¿Qué haces?

Intentas parecer un tipo atento y respetuoso y alabas su inteligencia vete a 8

O decides ir a lo seguro y comentas lo bien que le sienta ese vestido a su figura vete a 9

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Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible, aun con las brumas del sueño te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

¡Oh! Veo belleza y determinación. Fuego y hielo. Amor y dolor verdaderos. — te dice la anciana con una sonrisa torcida desde lo más profundo de tus sueños.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

Se llama Úrsula Kellermann y es española de origen alemán. Le gustan las películas de acción las motos y las vacaciones en lugares solitarios. Además dice que es una enamorada del sexo.

Solo por la última frase ya la habrías elegido pero además, cuando ves la foto te quedas impresionado por su belleza. Es pelirroja, de tez pálida y sus ojos grises te miran desde la pantalla con un frío desdén que te pone a cien. Pinchas en la foto y se despliegan una serie de fotos que casi te provocan una erección. La joven tiene unas piernas largas y torneadas unos pechos grandes y jugosos que le gusta mostrar con generosos escotes y una actitud sexy y desenfadada que te vuelve loco. No puedes evitarlo y te bajas una de ellas en la que está con un mono de cuero con la cremallera bajada enseñando un profundo canalillo al lado de su Suzuki Hayabusa 1300 y la pones de fondo de pantalla en el ordenador.

Decidido le envías un mensaje y te dispones a esperar. La tipa no se apura demasiado y te responde casi un día después. Parece ser que la cara de niño bueno que has puesto en las fotos le ha convencido y chateáis un rato.

Úrsula resulta ser una mujer inteligente y culta aunque un poco seca en el trato, solo notas un poco de emoción cuando mencionas el asunto de las motos. Después de chatear un rato quedáis esa misma noche. Ella insiste en pasar a buscarte con su moto y tú para no demostrar que estás cagado de miedo accedes a la primera, pero le dices que ella tiene que poner el casco.

Esperas impaciente. Las horas pasan lentas y tediosas y las matas jugando al Grand Theft Auto y volviendo a ver la galería de fotos de la joven. Te recreas observando la cara angulosa, los labios no demasiado gruesos pero perfectamente delineados los ojos grises y fríos como el acero y el pelo color caoba liso que le llega a la altura de los hombros. Su piel es pálida, casi transparente y sus brazos y sus hombros fuertes te hacen pensar que hace pesas para poder aguantar los tirones de una moto de doscientos caballos.

Al fin llega la hora y te duchas rápidamente, te pones unos vaqueros que no están demasiado sucios, una camiseta y una cazadora de cuero que hacía tiempo que no usabas.

Cuando bajas Úrsula ya te está esperando subida en la moto. Por un momento crees que te vas a correr allí mismo.

Con el casco bajo el brazo Úrsula espera apoyando la pierna en el suelo. Va vestida con un corpiño color ocre, una cazadora y una minifalda de cuero marrón oscuro. Al estar sentada sobre esa bestia la falda se le ha subido dándote una gloriosa vista de su pierna desde los tacones hasta casi el nacimiento del muslo.

Sin disimular tu embeleso te acercas a ella y le saludas dándole dos besos.

—Hola, ¿Qué tal? ¿Encontraste bien el sitio?

—Sin problemas —responde ella lacónica.

—La verdad es que las fotos no hacen justicia… a la moto, claro. —dices intentando hacerte el gracioso.

—Vale, muy divertido, ahora ponte el casco. —dice ella sin hacer demasiado caso a tu intento por romper el hielo.

Te pones el casco, te sientas tras ella y apenas has pasado los brazos entorno a su cintura sale disparada. La aceleración que le proporciona a la Suzuki los doscientos caballos hace que temas perder la cabeza.

Úrsula se desliza entre el tráfico a un velocidad de espanto y terminas por cerrar los ojos y dejarte llevar. El motor del artefacto grita y silba como una serpiente de cascabel maltratado inclementemente por la joven. No sabes cuánto tiempo ha pasado ni dónde estás, pero al final para la moto en el barrio viejo. Tenéis que dejar la moto ya que las calles son peatonales y caminar un cuarto de hora hasta un pequeño restaurante japonés que no sabías ni que existía. Por el camino te cuenta que es ejecutiva de una empresa de cosmética y que pasa largas temporadas en Montana dónde su empresa tiene la central.

El local es pequeño y consta de una gran barra en forma de “U” en el centro de la cual un chef oriental, con el típico pañuelo con el sol naciente hace la comida frente a los clientes. Os sentáis en los dos únicos sitios libres y leéis las cartas.

Nunca has estado en un japonés y los nombres de los platos te suenan todos a chino. Úrsula advierte tu desconcierto con una sonrisa torcida y te recomienda la ternera teriyaki.

¿Le haces caso y comes la ternera de kobe en salsa teriyaki? vete a 10

¿O decides que no puede ser tan difícil elegir la comida sin su ayuda y te decides por algo que se llama fugu? vete a 11

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Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible, aun con las brumas del sueño te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

—¡Oh! Veo una graaan historia de amor. —dice la vieja zalamera levantando sus dos brazos con un gesto teatral — La próxima mujer que se cruce en tu vida puede ser lo que has estado buscando toda la vida.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

Se llama Carolina Bravo, es Licenciada en Historia del arte y le encantan la literatura y los museos. Aunque sus aficiones no te vuelven loco, echas un vistazo a la foto del perfil y te quedas impresionado por sus ojos grandes, avellanados y color azul cielo, sus labios gruesos y jugosos deliciosamente perfilados, sus pómulos altos y su melena, una melena negra, brillante, espesa y ligeramente rizada. Pinchas en la foto y se despliegan una serie de fotos en la que descubres a una mujer alta y elegante con unas piernas esbeltas y torneadas y unas curvas que quitan el hipo. Eso te acaba de decidir y le envías un mensaje.

Charlas un rato con ella y descubres que no solo le gustan los museos sino que también le gusta el cine de ciencia ficción y ver en la tele los deportes de riesgo. Acabas carcajeando mientras intercambiáis anécdotas de patinadores con barandillas entre las piernas y esquiadores cayendo a trompicones ladera abajo perseguidos por aludes de nieve.

Tras una hora de Chat sientes que has conectado realmente con una mujer por primera vez en mucho tiempo y aunque algo en su actitud un poco elusiva te hace desconfiar, finalmente aceptas su invitación para ir a cenar a un pequeño restaurante italiano que conoce al día siguiente.

Te pasas todo el día pensando en que ponerte para impresionar a esa belleza. Buscas entre tu ropa con desesperación y al final acabas saliendo a comprarte algo adecuado. Tras gastarte tropecientos euros en un traje de Armani te pasas el resto de la tarde limpiando y rascando con detenimiento todas las partes de tu cuerpo hasta que todo el brilla como un coche nuevo.

Prefieres hacerte un poco el duro y demostrarle que no estás ansioso, así que deliberadamente llegas diez minutos tarde a la cita. No puedes reprimirte y echas un vistazo desde el exterior del restaurante por la luna que da al comedor buscando a tu princesa.

Tras echar una rápida mirada estás a punto de convencerte de que aun no ha llegado cuando te fijas en una gorda que está retorciendo nerviosa la servilleta. Al principio no la reconoces, pero luego te fijas en su melena y sus ojos claros y te das cuenta de que es ella. Tu princesa es ahora una reina con veinte kilos de más.

¿Te largas defraudado por la burda mentira? vete a 12

¿O sigues prendado de los ojos oscuros y la larga melena negra y decides darle una oportunidad? vete a 13

6

Tras pensártelo un momento decides que es mejor quedar en un lugar neutral y le preguntas si le apetece salir de tapas. La joven no se lo piensa y te sugiere un local del barrio viejo que tú ya conoces, famoso por sus sabrosas y baratas tapas.

Con lo que no contabas era con el atasco. Al parecer, un jodido idiota confundió el acelerador con el freno y ha aparcado el coche en la entrada de la sede de un partido político, sus excelencias, con el acojone que llevan encima últimamente, se han creído que era un atentado y han mandado cerrar toda la manzana.

Los municipales se han visto obligados a desviar todo el tráfico hacia la avenida por la que tú circulabas tan contento y el resultado es que llegas a tu cita veinte minutos tarde.

El bar es un tugurio oscuro y lleno de hombres pero las tapas son buenas y tan baratas que comprendes porque la joven lo ha elegido.

Llegas todo sofocado deshaciéndote en excusas, pero Cristina no se muestra enfadada, es más, la encuentras sospechosamente alegre. Al primer vistazo te da la sensación que has quedado con una muñequita de porcelana. Lleva un vestido corto y ceñido y unos tacones con plataforma que resaltan su figura. Tras saludarte te dice que ya se ha tomado tres copitas de vino porque se ha puesto nerviosa al ver que no llegabas. Antes de que tú puedas decir nada pide otras dos copas y un par de tapas.

Comenzáis a charlar y con la boca pastosa te cuenta lo mal que esta la sanidad y lo mucho que les están jodiendo a ellos y a los pacientes los recortes a la vez que descarga su copa en un santiamén. No hace falta ser Stephen Hawking para saber que cuarenta y ocho quilos de jovencita más cuatro copas de Rioja en veinticinco minutos equivalen a desastre seguro.

Mientras asientes con la cabeza calculas tus posibilidades de salir de esta sin montar jaleo y ves que la distancia entre el baño y la puerta de la salida no es muy grande, así que simulas un gran apuro y tras pedir otra ronda para que no sospeche, te escurres por la puerta del baño.

Ya que has llegado hasta allí vacías la vejiga y te refrescas la cara. Miras al tipo del espejo y reconoces a un gañan sin escrúpulos. Te entran las dudas. ¿Qué haces?

¿Intentas escaquearte y dejarla tirada? ve a 14

¿O decides comportarte como un estúpido caballero y la acompañas a casa? ve a 15

7

El día amanece espléndido. El cielo está totalmente despejado y solo algún que otro borreguito destaca en un uniforme horizonte de color azul. Llegas puntual a la cita y observas a Cristina acercarse vestida con un tenue vestido veraniego corto y cerrado con por la parte delantera con una docena de botones. En los pies calza unas botas Caterpillar cómodas aunque un poco pesadas y aparatosas en una joven tan menuda.

En cuanto sube al coche, le tapas los ojos con una venda. Ella se resiste un poco pero tú insistes diciéndole que son apenas veinte minutos y finalmente se deja hacer. Cristina se pone cómoda en el asiento mientras tu aprovechas para observarla a placer. Es tan pequeñita y menuda que te recuerda a una muñeca. Sus piernas son finas, esbeltas y bien proporcionadas. A través de la abertura del vestido atisbas unos muslos bonitos y tersos y al subir tu vista te recreas en sus pechos casi desproporcionadamente grandes con respecto a su figura.

Antes de que se impaciente te inclinas para coger el cinturón y colocárselo. Aprovechas para echar un vistazo por el escote del vestido y aspirar el aroma que emana de su piel. La joven nota tú presencia cerca de ella y entreabre sus labios gruesos y atractivos.

Sientes el impulso de besarla pero te limitas a rozar de un modo casual sus labios con los tuyos mientras ajustas el cinturón con un clic.

Arrancas el coche y pones música tranquila para que se os haga más ameno el viaje. Apenas habláis durante el trayecto, solo te cuenta que es enfermera en un hospital y que esta hasta las narices de los recortes. Cuando le preguntas a que se dedica exactamente se muestra más evasiva y aunque te choca en una joven tan abierta no le das mayor importancia.

Tal y como le habías prometido, aparcas el coche tras veinte minutos de viaje. Le ayudas a salir de él y cogiendo una mochila y una nevera del maletero la guías por un camino de graba. Cristina se queja por no poder quitarse la venda pero tú insistes y ella obedece de mala gana.

Finalmente te pones tras ella, la colocas adecuadamente y le quitas la venda. Cristina parpadea para adaptar sus ojos a la luz y cuando finalmente logra enfocarlos, como imaginabas, la vista le emociona. El sol del atardecer cae sobre el agua tranquila de la pequeña laguna, reverbera y os envuelve en una intensa luz dorada.

La joven se gira inspeccionando el pequeño claro en el que os encontráis señalando los árboles altos y frondosos, la hierba verde y fragante y el sonido del agua golpeando con suavidad la orilla.

Cuando colocas las mantas y el mantel con el champán y los canapés ya sabes que la tienes en el bote. Cristina se recuesta frente a ti colocando sus piernas de manera que asomen en buena parte del vestido. Afortunadamente has traído una buena provisión de comida porque la joven come canapés como si no hubiese un mañana. Con el cava se muestra más comedida y en cuanto nota que se está poniendo contentilla lo bebe con más precaución.

Guardas lo mejor para el final. De la nevera sacas un tarro con fresas. Te acercas a Cristina y le pones una en la boca. Cristina lo toma con sus labios y sonriendo la muerde. El jugo de la fresa desborda su boca y mancha sus labios, tú te acercas y recoges el zumo de la fresa con tus labios. A continuación coges a la joven por el cuello y buscas más jugo dentro de su boca. La joven te devuelve el beso gimiendo excitada. Aprietas tu cuerpo contra el suyo y acaricias sus caderas a través del fino tejido del vestido.

Vuestros besos se hacen más urgentes e intensos, notas como el cuerpo de la joven tiembla de deseo en tus brazos, así que adelantas tus manos y le desabotonas un par de botones.

Cristina suspira y se separa intentando coger aire.

—No, aquí no.

—¿Va algo mal?—dices separándote un poco confuso y excitado.

—No, al contrario, quiero hacerlo, solo que al aire libre me da no se qué.

Tú dudas, la verdad es que tienes ganas de follarte a la muñequita aquí y ahora así que decides insistir u poco más.

Insistes y ella intenta negarse pero tu ganas y la convences ve a 16

Finalmente ella te convence de que le lleves a su casa ve a 17

8

—Bueno aquí estamos… —dices tú aun dubitativo— Entonces, ¿A qué rama del derecho te dedicas?

—Derecho penal, soy abogada defensora. Trabajo para Alonso y Ferrero.

—¡Ah! Los conozco, dicen que son los mejores de la ciudad. Ahí no entra cualquiera, debes estar, digo ser, muy buena en tu trabajo. —dices tú con torpeza.

—La verdad es que no es nada fácil para una mujer llegar hasta dónde yo lo hecho. —dice ella levantando una ceja de forma inquisitiva.

— Sí, no hay muchas mujeres con capacidad de sacrificio suficiente para llegar hasta ahí.

—¿Qué insinúas? —pregunta ella con el semblante serio.

—¡Oh! Nada. —respondes tú tragando saliva consciente de que me te estás metiendo en un jardín del que te va a resultar difícil salir.— Solo digo que el nivel de compromiso que exige un trabajo como ese es incompatible con la familia y los hijos…

—Claro, porque la mujer es la única que se puede ocupar de todo en la casa, el hombre solo está para rascarse los cojones y ver la tele. —dice ella con furia.

—No, solo digo que los hijos atan mucho y cuando los tenéis os volvéis más…. —digo yo intentando buscar la palabra adecuada

—¿Estúpidas? —me interrumpe ella cada vez más enfadada.

—Bueno , no sé qué tradiciones trajo tu familia de Cuba pero aquí…

—¿Qué insinúas, que porque soy de color dejo colgados los niños de los árboles y me voy a bailar boleros? —me vuelve a interrumpir ella ya con el chip de picapleitos a plena potencia.

—Yo no he sacado en ningún momento tu raza. —dices tú ahora realmente cabreado— No sé qué mierda de complejo tenéis todos, que en cuanto nos ponemos a hablar con vosotros tenemos que pensarnos más la palabras que para un discurso en la Real Academia. Hasta cuándo vamos a tener que aguantar con el papel de malos. Hace siglos que aquí está abolida la esclavitud. Si tú con tu puesto de abogada pija de trescientos mil al año sigues pensando que vives oprimida por nosotros creo que eres tú la que tiene un problema.

Los ojos negros y profundos de la joven chispean de rabia. Sabes que te has pasado e intentas disculparte explicándole que no eres así pero el daño ya está hecho.

Melanie se levanta de un salto con sus labios gruesos y rojos firmemente apretados y te pega un sonoro bofetón con todas sus fuerzas. La mejilla te escuece un montón pero lo que más te duele es ver ese culo redondo y jugoso alejarse vibrando dentro de aquel vestido con cada paso enfurecido de la joven.

—Entonces, de follar nada, ¿Verdad? le gritas como despedida con la única intención de abochornarla.

FIN

9

—La verdad es que es la primera vez que tengo una cita por internet, así que estoy un poco sorprendido. —dices tú rompiendo el hielo.

—¿De qué? —responde la joven un poco recelosa.

—De que seas tan hermosa y elegante como en las fotos del perfil. —respondes tú con una sonrisa — Yo pensaba que en estas páginas solo se apuntaban frikis y tipos raros. Te imaginaba gorda fea y llena de verrugas.

—Pues ya ves. Somos gente normal con poco tiempo para entablar relaciones con alguien que no sea de tu entorno laboral y no me apetece nada liarme con un abogado.

—Ja. ¿Sabes que no te estás haciendo muy buena publicidad? —le preguntas riendo.

—Es cierto. Pero bueno, no me refiero a eso. Trabajamos de doce a dieciséis horas diarias así que si me lío con un hombre de mi profesión supongo que podríamos vernos unos quince minutos al año y eso si no hay urgencias.

—Desde luego, eso sería un desperdicio. —dices tú echando un nuevo vistazo a la forma en que el vestido se ajusta a sus formas como una segunda piel.—Y conmigo no vas a tener problema, siempre que me llames con antelación suficiente me tendrás disponible para acariciar esa piel color chocolate y curar las heridas de tus combates.

—Vaya, yo creí que los gestores de patrimonio tenían más trabajo últimamente. —replicó ella divertida.

—Lo siento, ya te dije que creí que todos mentíais así que adorné un poco mi currículo. En realidad soy contable en la central de un banco. —dices cruzando los dedos.

—Vaya, sí que me la has colado. —dijo ella más divertida que enfadada.

—Bueno, en realidad me encargo de contabilizar las grandes transacciones del banco y de que los números cuadren así que no es muy diferente. —dices tú tratando de no parecer un insecto insignificante en un cubículo estrecho contando filas de números.

—No importa— dice ella comprensiva — La verdad es que no busco a ningún empresario forrado, busco aun tipo guapo y divertido, que no quiera una relación seria. No tengo ni tiempo ni ganas para algo más complicado.

—Entonces has encontrado al hombre perfecto ¿Qué fue lo que te llamó la atención de mi perfil ?—preguntas con curiosidad.

—Oh, no sé, creo que fue todo en conjunto, esos ojos, el pelo, tus fotos divertidas y desvergonzadas… —responde ella — Me gusta especialmente esa en la que estas en el desierto encima de un camello y con una sombrillita blanca minúscula.

—Ah, sí —dices mientras atacas tu lubina salvaje— fue en un viaje a Túnez, hacía un calor abrasador y me había dejado la gorra en el hotel. Me dirigí a un puesto para comprar una, pero vi la sombrilla y me enamoré de ella. Ahora la sombrilla la tiene mi hermana colgada de un pared en su salón.

Una vez roto el hielo, la conversación es fluida y a ratos divertida. La verdad es que su trabajo es bastante más ameno que el tuyo y te cuenta un par de anécdotas la mar de graciosas.

Cuando termináis los postres le sugieres ir a tomar un café y una copa, pero ella mira el reloj contrariada y te dice que tiene el tiempo justo de llegar a casa, dormir cinco horas y salir para La Coruña a interrogar un testigo.

Tú te lo estás pasando realmente bien , deseas quedarte un poco más y estás casi seguro de que ella lo desea también. ¿Qué haces?

Intentas insistir un poco más para que se quede y tome una copa contigo ve 18

La invitas a cenar al día siguiente a tu casa con la condición de que se presente tan espectacular como esta noche ve a 19

10

Finalmente decides hacerla caso y pides la ternera teriyaki. No se te escapa es gesto de satisfacción de Úrsula cuando lo haces, así que le sigues el juego y te muestras sumiso y obediente con la esperanza de que esa táctica te facilite una oportunidad para sobar ese culo y pellizcar a placer esos jugosos melones.

Notas como el ambiente se distiende y la mujer sonríe por fin relajada. Charlas animadamente con ella pero procurando que sea ella la que lleve la conversación.

La ternera resulta estar excelente y le das las gracias por habérselo sugerido provocando en ella una nueva sonrisa de satisfacción. Durante la cena aprovechas cualquier descuido de ella para observar sus largas piernas y observar como el corpiño de cuero se adapta a su explosiva figura, de modo que a los postres ya tienes un calentón considerable.

Termináis el café y ella se va un momento al baño. Mientras se aleja no puedes evitar observar cómo contonea las caderas como una gata y piensas que puede ser la mujer de tu vida. Hermosa, inteligente y segura de sí misma es todo lo que buscas en una mujer.

Úrsula vuelve y salís del local, no sin antes felicitar al chef por su pericia. Camináis unos metros por las solitarias calles. Aspiras el denso perfume que emana de la joven y te sientes cada vez más excitado.

A unos cien metros del restaurante, a vuestra izquierda, hay un callejón estrecho y mal iluminado. Sientes una casi irrefrenable tentación de arrastrar a la joven hacia él y follártela allí mismo.

¿Qué haces?

¿Sigues tus instintos y te la intentas follar en el callejón? ve a 20

¿O tienes la impresión de que la noche puede ser mucho más fructífera si le dejas hacer? ve a 21

11

Dudas un momento pero al final no quieres parecer un idiota y fingiendo que sabes lo que haces te inclinas por el fugu, porque te suena vagamente aunque no sabes de qué.

Úrsula hace un gesto raro, pero no dice nada y pide una selección de verduras a la plancha con salsas variadas. El Chef se pone a ello y hace una demostración en el arte de usar los cuchillos. troceando las verduras a una velocidad pasmosa. Mientras se hacen las verduras el cocinero se pone con tu fugu que resulta ser un pescado no muy grande de aspecto primitivo.

Los movimientos con el cuchillo ahora son mucho más pausados y precisos. Os fijáis como le saca la cabeza al pez y cuando el hombre avanza por la zona abdominal sus cortes se hacen aun más finos y cuidadosos. Úrsula se inclina para ver con más claridad y el chef no puede evitar echarle un vistazo a esos prodigiosos pechos apretados en un escote palabra de honor.

El cuchillo resbala un par de centímetros de más pero ni él chef, ni evidentemente tú, os apercibís de ello. Al terminar el corte retira el resto del abdomen y la espina y pone en la plancha el resto del pez.

El fugu resulta delicioso. Le ofreces un bocado a la joven pero ella lo rechaza con un gesto seco. Coméis varios platos más, pero habláis poco. Lo intentas con un par de chistes, pero ella te devuelve miradas frías y desdeñosas. Termináis la cena felicitando al cocinero y le abres la puerta un poco desilusionado porque sabes que no habéis conectado.

La acompañas hasta la moto y en un último intento desesperado la coges por la cintura y le das un beso. Úrsula apenas te deja contactar tus labios con los suyos y zafándose de tu abrazo te propina un bofetón.

Sin darte tiempo a replicar monta en la moto y se aleja quemando rueda.

Pides un taxi y vuelves a casa cabizbajo y caliente como un burro. Te pones frente al ordenador y abres de nuevo la galería de fotos de Úrsula. Las imágenes de la pantalla se mezclan con tus recuerdos de la joven subida a la moto o inclinándose sobre el chef y te acaricias el paquete. Enseguida te imaginas a Úrsula quitándose ese ajustado corpiño para ti revelando unas tetas enormes. Te desabotonas los pantalones y te sacas la polla de los calzoncillos mientras imaginas que es ella la que lo hace. Su boca envuelve tu polla y la chupa con maestría mientras se masturba bajo la falda.

La levantas y poniéndola de cara a la pared estrujas sus pechos grandes y blancos a la vez que levantas la falda y le metes la polla hasta el fondo del culo.

Te la sacudes aun mas fuerte imaginando los gritos de la joven al ser sodomizada y te muerdes los labios a punto de correrte. Es entonces cuando notas que algo va mal, no sientes nada en los labios.

Te los tocas de nuevo con el mismo resultado y empiezas a notar un desagradable hormigueo en la punta de la lengua que se extiende rápidamente al resto de la boca.

Te levantas con la intención de refrescarte un poco la cara y notas que la cabeza te da vueltas. Lo achacas a los dos chupitos de sake y vas al baño. Segundos después de mojarte un poco la cara te acercas a la taza y vomitas toda la cena. Débil y mareado recuerdas de repente dónde has oído hablar del fugu antes.

Las imágenes de Homer Simpson vaciando el restaurante japonés y librándose de una muerte cierta te asaltan y te acercas al ordenador deseando que todo sea un invento de los guionistas.

Tecleas con los dedos entumecidos y lees la página de wikipedia dedicada al fugu. Un sudor frío recorre tu espalda cuando terminas de leer el artículo recordando el vistazo despistado del chef al escote de Úrsula.

Tienes el teléfono sobre la cama. Te levantas para llamar a emergencias pero las piernas no te responden y caes al suelo paralizado por la tetrodotoxina.

La falta de oxigeno empieza a hacer mella y justo antes de que pierdas el conocimiento para no volver a recuperarlo jamás, te preguntas si todo lo ocurrido es la consecuencia de un fatal accidente o la perra pelirroja sabía perfectamente lo que hacía al inclinarse sobre el chef justo en ese momento.

FIN

12

Llegas a casa y lanzas tu caro traje arrugado sobre el sofá si dejar de cagarte en todo lo visible e invisible. Coges tu portátil y echas un último vistazo a las fotos de Carolina antes de enviarle un mensaje diciéndole que lo sientes, pero que no puedes iniciar una relación basada en mentiras y te despides.

Borras tu perfil de la página de contactos y te pones unos vaqueros para bajar al bar de la esquina y observar a la camarera, aunque no te comas una rosca podrás admirar un culo y unas tetas de vedad.

Mientras das un trago a tú botella te prometes a ti mismo que a partir de ahora solo usarás internet para leer relatos eróticos y pelártela como un mono.

FIN

13

Dudas un momento, pero al final te dices a ti mismo “¡qué diablos!” y recordando el buen rato que has pasado chateando con ella y sus preciosos ojos, entras en el restaurante.

La joven te ve y duda. Está a punto de levantarse, pero parece recordar algo y se vuelve a sentar con la mirada baja.

—Hola, Carolina, porque eres tú ¿Verdad? —dices sabiendo que estás siendo poco diplomático.

—Sí. —responde ella cohibida—Ante todo quiero pedirte perdón pero en mi descargo tengo que decir que la idea no fue mía.

—Ahora ya no hay vuelta atrás. Disfrutaremos de unos deliciosos platos de pasta y mientras tanto te confiesas y me lo cuentas todo, pero solo si levantas la cabeza. Odio hablar a los cogotes de las personas. —dices tú con una sonrisa tranquilizadora mientras haces una señal al camarero.

—Ella levanta la vista aun dubitativa y descubres que no todo en las fotos era mentira. Unos ojos grandes y de color azul cielo enmarcados por una melena espesa y de un negro brillante como el ala de un cuervo te recuerdan, al menos en parte, por qué estás ahí.

—Estupendo, ¿Sabes que tienes unos ojos preciosos? —le preguntas satisfecho con la sonrisa de la joven.

Interrumpís la conversación para pedir vuestros platos. Tu pides unos raviolis de carne, mientras ella se contenta con una ensalada Caprese. Revuelve la ensalada aparentemente buscando una manera de explicarse.

—Lo mejor será empezar por el principio. Hace dos años, aunque no lo parezca, era la mujer de las fotos, pero de repente empecé a sentirme mal sin motivo aparente, los médicos me hicieron pruebas y lo único que encontraron fue una alarmante bajada en las plaquetas.

—¿Y no averiguaron la causa?

—Me hicieron un millón de pruebas y al final llegaron a la conclusión de que el agente era un virus…

—O sea que no tenían ni puta idea. —sentencias tú viendo como la joven asiente con la cabeza.

—El caso es que lo único que se les ocurrió fue hincharme de corticoides hasta que hace seis meses la enfermedad desapareció tan misteriosamente como se había presentado. —dice ella.

—Afortunadamente no me han quedado secuelas, salvo esto claro está. —dice señalándose la barriga con frustración— Desde entonces me he puesto a dieta y he intentado adelgazar pero el proceso es sumamente lento.

—Entiendo. —dices tú apretándole las manos suaves y regordetas— ¿Y la página de contactos?

—Eso fue cosa de mi amiga Silvia. Es la mejor, pero tiende a ser un poco lianta. El caso es que llevaba diciéndome un tiempo que lo que necesito para eliminar kilos es practicar el mambo horizontal, ya sabes. —añade Carolina enrojeciendo un poco— Y por su propia cuenta y riesgo me apuntó en la página de contactos y colgó las fotos más sexys que encontró sin preocuparse lo más mínimo, buscó un candidato que le pareció adecuado, le envió un mensaje y me pasó el portátil cuando respondiste.

—Ya veo —dices tú convencido de que no te miente.

—Yo intenté negarme e incluso empecé a enviar un mensaje de disculpa, pero entonces tú empezaste a hacerme preguntas y una cosa llevó a la otra….

—No me digas más, fue tu amiga la que me invitó a cenar y no tú —digo riendo— ya me parecía que eras un pelín lanzada de más.

—Sí, la verdad es que sería gracioso si no me hubiese pasado a mí. El caso es que mi querida amiga me embutió como pudo en este vestido diciéndome que necesitaba salir por ahí y divertirme —dice Carolina señalando el vestido de color índigo que abrazaba su cuerpo voluminoso acentuando sus curvas.—Y… Aquí estoy.

—Bueno, pues ya que estamos aquí, brindemos por tu amiga la meticona. —dices levantando la copa de lambrusco.

Brindáis mientras notas como la tensión va disminuyendo entre vosotros, disfrutáis de la cena y charláis animadamente mientras te dices a ti mismo que después de todo no está tan gorda. El ajustado vestido azul se ciñe a su cuerpo rebelando unos pechos enormes y una barriga y unas caderas grandes pero no exagerados. Además su cara y sus ojos siguen llamando poderosamente tu atención.

En los postres, tu acompañante se permite un pecadillo y come un brownie . Tú pides un café y te limitas a observar los labios gruesos y sugerentes de la joven. Carolina a resultado ser tan dulce e inteligente como parecía, pero además tiene un toque de inseguridad e indefensión que le hace extremadamente atractiva a sus ojos.

Aunque ella insiste en pagar por la jugarreta de su amiga, tú no le dejas y pagas la cena.

—Ya que no me dejas pagar, por lo menos déjame invitarte a tomar una última copa en mi casa — dice ella tratando de no parecer demasiado ansiosa.

¿Qué haces?

¿Aceptas ir a su casa a tomar una última copa? ve a 22

¿O te das cuenta de que es la mujer que has estado buscando y la llevas a tu guarida? ve a 23

14

Abres ligeramente la puerta del baño y miras por la ranura. Con sorpresa ves como la joven ya se ha bebido tu copa y está atacando la tuya como si hubiese pasado un mes sin beber una gota. Esperas un poco más y ves como uno de los parroquianos, alto y delgado como un espárrago, pero no demasiado feo, se acerca y le dice algo al oído.

Cristina suelta una risa beoda y el hombre se envalentona y le come la oreja. La joven suelta una risa y olvidándose de ti, coge al hombre por la mandíbula y le da un beso. El desconocido responde con entusiasmo y agarrando a la joven por la cintura y acercándola contra su cuerpo le mete la lengua hasta la campanilla.

La cosa se va calentando cada vez más y el resto de los parroquianos miran envidiosos como el tirillas se come a la muñequita a besos amasando sus pechos y estrujando su culo sin ninguna vergüenza.

Lo que uno no quiere el otro lo desea, coges la puerta dispuesto a salir del local sin que te vean pero dudas en el último momento. ¿Qué haces?

¿Te quedas a ver lo que pasa? ve a 24

¿O te vas dando gracias a que haya un pringao que cargue con el muerto y te juras a ti mismo no ligar nunca más por internet? ve a 25

15

Te miras de nuevo en el espejo y negando con la cabeza sales del aseo en dirección a la barra. En ella Cristina se balancea en un equilibrio precario desde lo alto del taburete mientras le da la brasa al camarero.

—Vamos, Cristina será mejor que te lleve a casa.

La joven intenta resistirse. se levanta e intenta darte un puñetazo furiosa. Tú te agachas y ella pierde el equilibrio cayendo sobre tú hombro. Ante la rechifla de la parroquia te yergues y sujetando a la joven dejas un par de billetes sobre la barra y te la llevas semiinconsciente como si fuese un saco de patatas.

Al salir a la calle la pones en pie y medio a rastras la llevas hasta tu coche. Cristina se despierta a ratos, murmurando palabras ininteligibles. Cinco minutos más tarde la metes en el coche. Tras infructuosos intentos por averiguar de su boca su dirección, optas por revolver en su bolso hasta que encuentras su carné de identidad.

Te diriges a la dirección que figura en el cruzando los dedos para que la dirección sea la correcta.

Tienes suerte y encuentras un sitio para aparcar justo enfrente del portal. Vuelves a revolver en el bolso mientras tratas de que Cristina no se te escurra de las manos y abres la puerta.

Una vez en el ascensor, la joven se despierta por un momento, quizás por la fuerte luz o por la voz que va dando cuenta de los pisos.

—Gaccias, eres un sool ¿Lo sabías?—dice la mujer y vuelve a quedarse tiesa tras un hipido.

—Lo que soy es gilipollas —dices tú a la mujer inconsciente mientras abres la puerta y la arrastras dentro del piso.

Das gracias a Dios cuando la depositas finalmente sobre su cama. La habitación es bastante amplia y aunque se nota que son muebles del Ikea, está amueblada con gusto. La cama es amplia y cómoda y en una de las mesitas hay una novela de Dan Brown con un bonito abrecartas sobresaliendo de ella, probablemente para marcar el punto de lectura. La mujer se golpea con la cabeza contra el colchón pero sigue dormida. Le quitas el vestido para arroparla y es entonces cuando descubres que no lleva ropa interior.

Durante unos segundos contemplas el cuerpo menudo y de aspecto infantil de no ser por sus pechos bastante grandes, redondos y tiesos con unos pezones rosados y grandes de aspecto delicioso.

Se los acaricias y se ponen duros casi inmediatamente sin que la joven abandone el mundo de los sueños. Bajas la mirada y rozas su pubis pálido, suave y totalmente depilado. Llevado por un impulso recorres la raja de su sexo con tu dedo y la joven gime en sueños.

La verdad es que ahí, desnuda e indefensa, te resulta realmente atractiva. Lo piensas un momento y finalmente te decides:

¿Te dices a ti mismo que en época de guerra cualquier agujero es trinchera y te abalanzas sobre el cuerpo inconsciente? ve a 26

¿ O la arropas amorosamente y tras asegurarte de que está bien la dejas durmiendo apaciblemente en su cama? ve a 27

16

Sin hacer caso de sus tímidas protestas te tumbas sobre ella y sujetas sus brazos contra el suelo por encima de su cabeza volviendo a besarla. La joven intenta convencerte entre beso y beso de que le lleves a un sitio más íntimo pero el peso de tu cuerpo le impide hacer nada más.

Decidido, allí mismo, comienzas a recorrer con tus labios la línea de su mandíbula, su cuello, sus brazos y sus axilas. Las protestas de la joven se diluyen poco a poco sustituidas por suaves gemidos y respiración agitada.

Una vez que estás seguro de que no se te va a escapar le sueltas los brazos y comienzas a soltar botones uno a uno, besando cada centímetro de piel que queda a la vista.

Tras unos segundos los pechos de la joven quedan a la vista son grandes y redondos y tan tiesos que la joven no necesita llevar sostén. Los acaricias con suavidad y sus pezones se erizan hasta adquirir el tamaño de guisantes. Los lames y los pellizcas con suavidad, Cristina pega un gritito y te insulta pero tú ya estas lejos continuando con tu exploración, penetrando con tu lengua en el abismo de un ombligo perfecto. Dos botones más se sueltan y el pubis de la joven aparece apenas tapado por un tanga transparente.

Apartas el suave tejido y miras embelesado el sexo suave y totalmente depilado de la joven. Los labios de la vulva están un poco hinchados y ligeramente enrojecidos, de su interior escapa una pequeña gota que delata el calor que hay dentro.

Coges una fresa y rozas con ella la fina línea que separa los labios recogiendo la pequeña gota de flujos y provocándole a Cristina un escalofrío. Muerdes la fresa y te resulta deliciosa. Terminas de abrir el enojoso vestido y utilizas el resto del fresón para pintar el interior de los muslos de la joven que gime excitada y abre sus muslos para facilitarte la tarea .

Se te acaba tu improvisado pincel y tras desnudarte rápidamente coges otro. Con el vuelves a explorar su sexo pero esta vez separas con tus dedos los labios para poder llegar a las partes más intimas y sensibles. Tras unos segundos ves como la joven chorrea de deseo y agita su pubis intentando provocarte.

Tú te resistes, le das un bocado al fresón y le ofreces el resto a Cristina que se lo come de un bocado y te lame los dedos apresuradamente.

La joven ya no piensa en irse, solo te suplica que le metas tu polla, pero no le haces caso, te dedicas a acariciar y paladear las preciosas piernas de la joven. Saben a fresa y a coco.

Cristina se retuerce cada vez más excitada y se arranca ella misma el tanga intentando llamar tu atención.

Finalmente le haces caso y separando sus piernas acercas tu polla a su sexo que palpita hinchado y enrojecido por el deseo. Con una sonrisa malévola rozas la entrada de su sexo con tu glande. Ella te insulta, te llama cabrón y eunuco mientras abre aun más sus piernas haciendo que su pubis quede totalmente expuesto. Lo golpeas con tu miembro duro como una piedra y ella grita y se retuerce y cuando menos se lo espera le metes la polla de un solo golpe.

La joven se estremece y abre la boca pero no emite ningún sonido. Te tumbas sobre ella, cubriendo su cuerpo con tu envergadura y comienzas a poseerla, disfrutando del coño estrecho y cálido de la joven. Cristina se agarra a ti como una lapa. Te clava las uñas, gime y grita mientras tus manos no paran de explorarla y acariciarla. Sigues embistiéndola, cada vez más rápido y más duro. Todo su menudo cuerpo se conmueve como un barco de guerra al recibir una andanada y al igual que el gime y se rinde desarbolada.

Sientes como estás a punto de correrte pero no te importa, eyaculas en su interior sin parar de empujar dentro de ella llenado su sexo con tu calor y provocándole un orgasmo brutal.

Grita y se retuerce superada por las intensas oleadas de placer mientras tú sigues empujando con furia en su interior.

Cuando se recupera se separa y se monta encima de ti. Ahora es ella la que disfruta con la tortura. Coge tu polla y chupa y lame la punta lo suficiente para mantenerla dura y enseguida la suelta y coge la botella de champán. La acerca para darte un trago y tu abres la boca. Ella vierte la botella con fuerza y tú no puedes tragar todo el dorado liquido, toses y escupes parte del contenido. Cristina se inclina y sorbe el liquido de tu pecho. se coloca encima de ti y tu polla salta excitada al sentir el contacto con sus muslos.

Intentas bajar las manos para volver a penetrarla pero esta vez es ella la que lleva el juego y entrelazando tus manos con las suyas te lo impide. Poco a poco baja por tu cuerpo. Tu polla acaricia su pubis aun húmedo y caliente, luego su vientre y finalmente sus pechos.

Cristina se mueve a un lado de forma que los dos pechos se bambolean golpeando blandamente tu miembro. Tu das un respingo y ella sonríe y aplasta sus tetas contra tu polla.

Te levantas y la alzas como si fuera una muñeca. Coges sus pechos, los amasas, los acaricias y los chupas, la joven gime y se abraza a tus caderas con sus piernas frotando su coño contra tu hambrienta polla.

La bajas al suelo y metes tu polla entre sus estremecidas tetas. Su calor y su tacto blando te vuelven locos y comienzas a empujar mientras Cristina las aprieta con sus manos contra tu miembro.

Disfrutas como un loco pero con una sonrisa traviesa la joven se separa y dándote la espalda se apoya contra el grueso tronco de un árbol.

Durante un segundo observas el cuerpo menudo estremecido y jadeante balanceando las caderas con el culito en pompa.

Acercas tus dedos y exploras su sexo con violencia. Cristina gime y se retuerce y alucinado observas como la joven se mete el dedo por el culo y te pide que se lo folles.

Acercas tu polla a la estrecha y delicada abertura de su ano. La guías a su estrecho interior, Cristina grita y se agarra al árbol con fuerza hincando las uñas en la corteza mientras tú sigues empujando hasta que tu polla ha entrado completamente.

Te paras un momento para que el dolor disminuya y aprovechas para acariciarle los pechos y el culo.

Cuando crees que el dolor cede un poco, comienzas a moverte con suavidad. Cristina respira rápidamente y suelta pequeños quejidos. Tú adelantas una de tus manos y comienzas a acariciar su coño haciendo que poco a poco vaya prevaleciendo el placer.

A medida que los quejidos van siendo sustituidos por gemidos tus penetraciones son mas bruscas. La joven grita y se agarra al árbol cada vez que tus empujones separan sus pies del suelo. El culo de Cristina es una delicia, estrecho, cálido, vibrante… Cuando te das cuenta estas sodomizándola a un ritmo salvaje sin dejar de masturbarla. Esta vez es ella la que se corre primero, grita y se convulsiona mientras tú sigues empalándola sin piedad hasta que la joven se queda sin voz.

Retiras tu polla observando el agujero irritado y estremecido que es ahora su culo. La joven se da la vuelta y se arrodilla mientras tú te masturbas y te corres abundantemente en su cara. Ella sonríe y te acaricia suavemente los huevos.

Agotados, os tumbáis sobre las mantas y bebéis un trago de champán. Le das a Cristina una servilleta para que se limpie y te tumbas relajadamente observando cómo las estrellas van tomando posesión del cielo nocturno.

Con la llegada de la oscuridad son los mosquitos los que os echan del claro y volvéis a casa, disfrutando de la música, con la joven recostando su cabeza en tu hombro.

Le llevas a casa e intercambiáis teléfonos. Le dices lo bien que te lo has pasado y te vas a casa. Duermes dieciséis horas como un puto tronco.

Te levantas lleno de energía y deseando volver a quedar con la rubita atómica. Le envías un wasap pero no responde y tampoco hay mensajes suyos en el chat. Te resulta raro, pero no le das importancia, probablemente se esté haciendo la dura.

Por fin, sobre las diez de la noche, responde a tu wasap pero no dice nada aparte de que tiene un poco de fiebre y se va a meter en la cama. Un poco decepcionado tú haces lo mismo.

Los siguientes días el trabajo te tiene liadísimo y no tienes tiempo ni de ver el telediario, menos de hablar con Cristina, pero ella sigue manteniéndose en silencio.

Por fin llega el viernes por la noche y tienes un poco de tiempo libre. Abres el portátil pero sigue sin haber mensajes. Te encojes de hombros y buscas una nueva candidata entre las muchas que ya hay esperando. Quedas con una morenita que no parece estar nada mal para el día siguiente y te acuestas satisfecho.

Te levantas con un ligero dolor de cabeza y una sensación de ardor en todo el cuerpo. Fastidiado tomas un par de aspirinas y enciendes la televisión cruzando los dedos para que se te pase con tiempo para preparar la cita de esta noche.

Tras los anuncios comienza el informativo con la foto de Cristina en la portada y bajo ella un titular “heroína lucha contra el ébola” Un escalofrío recorre todo tu cuerpo a medida que la locutora cuenta el estado de la joven trabajadora del hospital dónde estuvieron atendiendo a un misionero contagiado y que lleva cinco días peleando contra la enfermedad.

Corriendo coges el teléfono y llamas a urgencias.

Seis días después…

—Apura Perico, que se nos va. —oyes decir a un tipo a tu derecha.

Abres los ojos y ves a un astronauta acercarse en medio del velo rojo producido por la sangre que cubre tus ojos. Ves como el tipo, asistido por otros dos, acerca un instrumento amenazador mientras a tu alrededor no paran de sonar pitidos y alarmas.

Intentas levantar un brazo para defenderte pero descubres que ya no te quedan fuerzas ni para eso. El aparato se apoya contra tu pecho y sientes los voltios recorrer tu cuerpo intentando animar tu corazón pero no hay solución, tu corazón esta licuado por efecto de los virus y tampoco tiene sangre que bombear. Notas como la vida te abandona poco apoco mientras los astronautas se rinden y certifican tu muerte.

FIN

17

Lo intentas por todos los medios pero ella se niega en redondo, así que no tienes más remedio que subir al coche caliente como un burro y llevarla a casa cruzando los dedos para que no se eche atrás.

En cuanto entras en el coche te das cuenta de que ella está tan febril como tú. Mientras conduces, Cristina mete su mano por tu bragueta y te acaricia el paquete con sus manos pequeñas y suaves.

Llevado por la excitación le pisas un poco más de la cuenta y llegas a la casa de la joven en menos de un cuarto de hora. Le abres la puerta del ascensor y ese es tu último acto caballeroso del día. En cuanto el ascensor echa andar la arrinconas contra una esquina y la besas con violencia mientras tus manos buscan apresuradamente su sexo por debajo de la falda del vestido.

Cristina gime y se retuerce, te insulta un par de veces pero luego responde al beso con entusiasmo. La alzas en el aire para tener su boca a la altura de la tuya y ella se agarra a tu cintura con sus piernas y mueve sus caderas a un ritmo furioso mientras tu amasas sus pechos.

El ascensor se abre y sales dando tumbos con la joven agarrada a tu cintura. La empujas contra la primera pared que encuentras y sin dejar de explorarla con tu boca bajas tus manos y acaricias sus muslos y su culo.

No sabéis muy bien cómo, pero al fin llegáis a la puerta de su piso. Con tu boca mordiendo y besando su cuello y sus orejas, Cristina consigue sacar las llaves y entráis en la casa.

Inmediatamente la depositas en el suelo, le abres la parte superior del vestido y te lanzas sobre sus pechos, son grandes y los pezones rosados te vuelven loco, los chupas y los estrujas a la vez que pegas tu cuerpo contra el suyo para que sienta tu erección. Tras unos segundos te agachas y le levantas la falda del vestido. Le retiras el tanga de un tirón y acaricias su sexo pálido y depilado con tu lengua. La joven responde con un escalofrío y separa las piernas para facilitarte el acceso a su sexo.

A medida que chupas y mordisqueas, observas como su vulva crece y adquiere un ligero tono rosado. Cristina gime se quita el vestido y te insulta a la vez que frota desesperada su pubis contra tu boca. Incapaz de contenerte más coges en brazos a la joven incendiada y la llevas al dormitorio.

La habitación es bastante amplia y aunque se nota que son muebles del Ikea, está amueblada con gusto. La cama es amplia y cómoda y en una de las mesitas hay una novela de Dan Brown con un bonito abrecartas sobresaliendo de ella, probablemente para marcar el punto de lectura.

Depositas a la joven sobre la cama y mientras te quitas la ropa observas como ella abre sus piernas y se masturba excitada.

Te acercas y observas su cuerpo pequeño y voluptuosos retorcerse encendido. Te colocas a cuatro patas encima de ella, Cristina separa las piernas aun más y observa tu polla dura como una piedra. La acaricia con suavidad justo antes de guiarla a su interior.

Su coño estrecho y cálido estruja tu miembro y el placer te enloquece, coges a la joven por la cintura y penetras salvajemente en su delicado cuerpo. Cristina grita, te insulta, se agarra a ti con desesperación mientras su frágil cuerpo se conmueve con cada empujón hasta que finalmente se corre con un grito salvaje.

Tú sigues empujando su cuerpo menudo que no para de retorcerse a la vez que sobas sus deliciosos pechos. En pocos minutos Cristina se ha recuperado del orgasmo y vuelve a gemir excitada.

Te separas un instante y ella aprovecha para darte un empujón y tumbarte boca arriba al borde de la cama. Antes de que sepas que pasa te coge la polla y se la mete en la boca saboreando los flujos de su orgasmo. La lengua de la joven acaricia tu miembro mientras tú mueves las caderas intentando clavarle la polla en el fondo de su garganta.

Al ver que estas a punto de correrte se aparta y se sube a horcajadas sobre tu cintura. Notas en tu piel como su sexo palpita y te cubre con un liquido cálido. Cristina levanta su culo y se prepara para cabalgar sobre tu polla.

¿Le dejas hacer? ve a 28

¿O prefieres ponerla a cuatro patas? ve a 29

18

—Vamos Melina. ¿No me digas que no lo estás pasando bien? — dices tú poniendo ojitos.

—No sé. Mañana puede ser un día largo y no tengo mucho tiempo para dormir.

—¿No me digas que nunca te has saltado las normas? —le preguntas y acaricias su mano zalamero—Además, podrás dormir en el AVE de camino.

—Está bien, tú ganas. Vamos a tomar una copa, pero solo una, prométemelo.

—Palabra de boyscout. —respondes levantando la mano derecha y pagando la cuenta.

Tras unos momentos de duda, Melina acepta con una sonrisa traviesa y vais a una cervecería cercana.

El local es un lugar amplio, con el interior profusamente decorado con artesonados de pega, fotos y artefactos viejos.

Eliges un pequeño reservado, te sientas a su lado y pides un par de copas. A estas alturas de la noche de un día laborable, la cervecería esta semivacía pero no os dais cuenta de ello. Miras a Melina y acercando tu mano a su mejilla la acaricias con suavidad y acercas tus labios a los suyos. La joven entreabre la boca invitándote a besarle y no te lo piensas, vuestros labios se funden en un beso que pronto se vuelve ansioso y salvaje. Aprovechando la relativa intimidad del reservado bajas tus manos desde su cara y su cuello, palpando y acariciando su cuerpo joven y rotundo y sus piernas oscuras y firmes.

Tras unos minutos os separáis jadeantes con el deseo pintado en vuestras caras. Melina bebe un trago de su copa y se levanta para ir al baño. La ves alejarse contoneándose sensualmente desde lo alto de sus tacones.

No te lo piensas un solo segundo y la sigues hasta el aseo. Abres la puerta y, después de decidir que a partir de ahora, cada vez que hagas aguas mayores te colaras en los relucientes baños de las mujeres, te acercas a Melina y la abrazas por detrás procurando que sienta tu erección a través del suave tejido de su vestido.

—¿No diste tu palabra de que solo una copa? —Dice ella restregando su culo contra tu erección.

—Bueno técnicamente no has terminado tu copa, aun te quedan los hielos. —respondes con una sonrisa torcida— Además tengo que confesarte otra mentira, nunca he pertenecido a los boyscouts. Siempre me ha parecido tan desasosegantes como los curas de los seminarios.

—Eres un gorrino. —dice ella sonriendo mientras tú le levantas la falda del vestido para poder tocarla sin obstáculos.

—Joder que buena estás.

Melina ríe y tú acaricias su culo redondo y turgente. Le metes la mano entre las piernas y acaricias con suavidad el tanga comprobando que está húmedo de deseo.

La joven da un respingo y se vuelve sin saber qué hacer.

—No, aquí no. —dice ella con un gesto temeroso, pero a la vez cargado de deseo.

—Vamos, si el local está casi vacío.

Ella intenta zafarse pero tú la acorralas contra el lavabo y la sientas sobre él a la vez que te bajas la bragueta.

Melina vuelve a protestar pero con sus piernas abiertas en torno a tu cintura no tiene ninguna posibilidad. Con todo tú cuerpo hormigueando de deseo le coges por la nuca y le acercas para darle un nuevo beso. Ella al principio trata de resistirse pero tras unos segundos de sentir tu polla golpeándole erecta la parte delantera del tanga se rinde.

—¡Qué diablos! —dice ella— Si nos detienen tu pagas la fianza.

—Y tú regateas con el juez. —dices a la vez que apartas el tanga y le metes la polla.

Melina da un respingo al notar tú miembro duro y caliente resbalar poco a poco en su interior y gimiendo te rodea con sus sensacionales piernas . Sin desenlazar tus labios de los suyos te agarras a sus muslos tensos y oscuros y comienzas a empujar a un ritmo lento pero con dureza, haciendo que todo su cuerpo sienta y se conmueva con cada una de tus penetraciones.

—Uff… así, dame duro.

Tú sigues empujando excitado por sus palabras, levantando su cuerpo del mármol con cada embestida. Poco a poco deslizas tus manos hacia arriba recorriendo sus caderas y sus costados hasta llegar a sus pechos. Le bajas los tirantes del vestido y descubres uno de sus pechos redondo y tieso con el pezón pequeño y duro. Te lanzas sobre él y lo chupas y lo mordisqueas con avaricia haciendo gemir a la joven.

Tus manos se multiplican acariciando su cuerpo oscuro mientras saboreas todos su rincones. Melina reacciona estremeciéndose con cada empujón, tensando las piernas entorno a ti y arrancándote la camisa para poder clavar su uñas en tu pecho.

Tienes a la joven a punto de correrse cuando oís unos tacones y unas risas acercándose.

Melina se queda paralizada, pero tú reaccionas con rapidez te separas, de un tirón y dos empujones la metes en uno de los excusados y cierras la puerta justo en el momento que las mujeres entran en el aseo.

Melina está asustada. Tú sin embargo te sientes seguro allí dentro y dándole la vuelta acaricias su cuerpo tapándole la boca para ahogar sus gemidos.

Aprovechas y le echas un nuevo vistazo. Su cuerpo tenso por la emoción y el deseo es el de una diosa de ébano. Los músculos de sus piernas y su culo se dibujan bajo la piel, tensos como cuerdas de piano y sus costillas se marcan en su espalda con cada agitada respiración.

Las mujeres terminan y se van. Melina gira su cabeza para mirarte, en sus ojos oscuros y grandes solo ves un deseo incontenible. ¿Qué haces a continuación?

¿La giras, le abres las piernas y te agachas para comerle el coño? ve a 30

¿O decides perforar ese culo y abrirlo sin contemplaciones? ve a 31

19

Lo primero que piensas es “menuda putada”. Sientes que estás a punto de conectar con la chica, pero no quieres forzar la situación, así que no insistes en que se quede. A cambio, por dejarte tirado le arrancas la promesa de ir a cenar a tu casa la noche siguiente, sin excusas. Y ahora que estás lanzado le exiges que acuda a la cita tan sexy como ha acudido hoy o más si es posible.

Te despides con un beso y una dirección apuntada en un papel, cruzando los dedos para que todo salga bien y ella acuda a la cita.

Es difícil arrancar semanas de mugre y grasa rancia de tu piso alquilado, pero tras cuatro horas de intenso trabajo el piso queda como una patena, o eso te parece a ti. El pequeño apartamento de sesenta metros cuadrados reluce y brilla como nunca lo había hecho desde que vives allí. Todo sea por un buen polvo.

Miras el reloj y suspiras aliviado, aun te queda tiempo más que suficiente para ducharte, vestirte y preparar la cena.

Dispones de veinte minutos hasta que esté cocida la lombarda, así que aprovechas para meterte en la ducha. Te frotas bien los bajos y dudas durante unos instantes antes de coger la maquinilla y afeitarte los huevos y las ingles hasta dejarlos limpios y suaves como el culito de un bebé.

Sales de la bañera entre una nube de vapor. Te vas a afeitar con la misma maquinilla con la que te has afeitado los huevos pero te lo piensas mejor y sacas una maquinilla nueva. Te rasuras detenidamente . Cuando terminas recortas cualquier pelo que pueda surgir de tu nariz y tus orejas hasta que quedas totalmente satisfecho.

El último toque es un poco de aftershave y unas gotas de Hugo Boss en el cuello y en las ingles. Te pones un albornoz y te diriges a la cocina a preparar la cena.

Haces la lombarda siguiendo una vieja receta de tu mamá y de segundo haces un cóctel de gambas, resultón y dificultad de elaboración cero. Aun así tú debes ser bastante cenutrio porque elaborar el plato te lleva casi una hora.

Cuando terminas de poner la mesa te quedan apenas quince minutos para que llegue Melina así que te diriges corriendo hacia la habitación donde tienes el traje esperando encima de la cama.

La elección del traje es lo más sencillo, aparte de los del trabajo solo tienes uno que es un pelín elegante y aunque ya lo usaste el día anterior es tu única elección posible. Los calzoncillos sin embargo son otra cosa. ¿Le gustarán los gayumbos normales o unos boxers que marquen bien el paquete? Revuelves en el cajón y finalmente eliges unos Calvin Klein que te regalo alguien hace una eternidad, pero que siguen pareciendo bastante decentes. No lo piensas más y te vistes a toda prisa.

Te acabas de calzar los zapatos cuando suena el telefonillo del portal. Miras por la pantalla y ves a una mujer de tez oscura con unas gafas de sol que ocupan casi toda su cara y con una gabardina tapando su cuerpo.

No dudas que es ella y abres la puerta. Te das los últimos toques en el espejo del recibidor mientras esperas que ella suba.

Abres la puerta al primer timbrazo y ahí está frente a ti, tan puntual como espectacular a pesar de estar tapada hasta los pies.

Melina traspasa el umbral y quitándose las gafas de sol te das dos besos. No sabes como lo hace pero el contacto de tus mejillas con sus labios hace que todo tu cuerpo se estremezca de deseo. El aroma que desprende a su vez, con reminiscencias a sándalo y a jazmín te hace perder la cabeza por un instante.

—¿He llegado demasiado pronto? —dice la joven mulata sin hacer ningún ademán de quitarse la gabardina.

—¡Oh, no! Está todo preparado. —dices tú incapaz de evitar un deje de orgullo en tu voz.

—Pues es una lástima. —dice ella adentrándose en tú apartamento mientras se quita la gabardina.

Lo que ves casi te provoca un ataque al corazón. Bajo la gabardina Melina solo lleva puesto un precioso conjunto de lencería blanca con liguero incluido. A sus espaldas observas salivando el redondo y musculoso culo de la joven del que sale la sutil tira de un minúsculo tanga de seda transparente. Sus piernas son dos columnas ligeras y esbeltas moldeadas por unos altos tacones y adornados con unas sutiles medias de color blanco profusamente bordadas a la altura del muslo.

Ella gira la cabeza y observa satisfecha tu cara de estupefacción mientras posa de espaldas a ti con una pierna cruzada ligeramente por delante de la otra.

Te paras intentando grabar en tú mente el delicioso contraste entre la impecable blancura de la lencería y el bruñido bronce de la tez de la muchacha.

—No hay problema —dices con la voz pastosa—estoy seguro de que la cena estará igual de rica por la mañana.

Sin decir nada mas te acercas a ella y la abrazas por la espalda. Melina frota su portentoso culo contra tu entrepierna y se gira para darte un largo beso. Te abalanzas sobre sus labios gruesos y suaves como el terciopelo, los saboreas, los lames y los mordisqueas antes de explorar el interior de su boca mientras le acaricias el cuello y los pechos con tus manos.

Poco a poco, sin que ella se dé cuenta, le vas empujando contra la pared y cuando la tienes acorralada te vas agachando a la vez que lames y mordisqueas su espalda, su costillas y finalmente su culo.

La forma y el tamaño de su culo es casi indescriptible, la única comparación posible es con el culo de diosa del atletismo de los noventa Maria Jose Perec pero un poco más grande y menos fibroso.

Lo palpas antes de abrir tu boca y lo muerdes y chupas con suavidad, sabe a sal y a almendras. Estás tan excitado que tienes que recurrir a toda tu fuerza de voluntad para no abrirle las piernas y sodomizarla salvajemente. Tras unos segundos tiras suavemente de sus caderas hacia atrás y separas sus cachetes.

Melina recibe tus primeros besos en su sexo con un largo y profundo gemido. La joven apoya su frente contra la pared y separa las piernas para facilitarte el acceso hipnotizándote con sus espectaculares piernas realzadas por la tensión a las que les obligan los tacones y la forzada postura.

—Uff, como lo necesitaba. —dice la joven gozando de tus labios y tu lengua en lo más íntimo de su ser.

Animado por sus palabras introduces profundamente su lengua en su coño chorreante de deseo mientras con tus manos acaricias sus piernas envueltas en suaves medias de seda. Melina gime y mueve sus pelvis acompañando tus movimientos y tratando de que tu lengua entre aún más profundamente en su vagina.

Ya no puedes posponer un segundo más tu deseo y te yergues. Tu ansia es tan intensa que apenas tienes tiempo de bajarte la cremallera y sacar tu polla hambrienta para metérsela a Melina de un solo golpe hasta el fondo. La joven grita sorprendida e intenta agarrase a la pared mientras tu empujas en su interior con todas sus fuerzas a la vez que hincas tus dedos en su jugoso y oscuro culo.

—¡Oh Dios! ¡Sigue así! ¡Dame más cabrón!

Empujas aun con más fuerza si cabe, disfrutando de su coño estrecho y vibrante, de su culo y sus piernas contraídas por el esfuerzo de compensar tus empeñones y de todo su cuerpo oscuro y brillante retorcerse sensualmente.

Melina gime cada vez con más intensidad y la sujetas por la cintura justo en el momento que todo su cuerpo se paraliza arrasado por un monumental orgasmo. Sintiéndose segura en tus brazos se relaja totalmente jadeando mientras tú la acaricias moviéndote con suavidad en su interior.

Tras unos segundos se recupera lo suficiente como para separarse y darte un largo beso. Vuestras lenguas luchan por invadir la boca contraria y disfrutar del sabor y la excitación del otro. Tu polla aun erecta golpea el vientre liso y brillante de sudor de la joven renovando tu deseo.

Apartas tú boca de la suya por un momento y bajándole las copas del sujetador estrujas sus pechos y chupas y mordisqueas sus pezones pequeños y negros hasta hacerla gritar. Tras múltiples esfuerzos logra separarte de ti y cogiéndote de la mano te guía hasta la habitación.

Tirando el sujetador en una esquina se sienta en la cama con sus largas y bonitas piernas cruzadas observando cómo te desnudas.

Tú le sigues el juego y moviendo las caderas al ritmo de una música inexistente te quitas la corbata, los gemelos y las camisa mostrando sin pudor tu cuerpo serrano. A continuación te quitas los pantalones y das una pirueta antes de quitarte los calzoncillos y mostrarle tu polla erecta apuntando directamente hacia ella.

Melina asiente satisfecha al ver por primera vez el miembro que le ha estado castigando sin descanso y lo roza con sus dedos cálidos y suaves.

Tú no te andas con juegos, la empujas para que se tumbe, le quitas el tanga de un tirón y abriendo sus piernas la penetras de nuevo. Esta vez la follas con más suavidad aprovechando para acariciar su cuerpo que vuelve a despertar poco a poco. Cuando vuelven los gemidos la elevas en el aire y te sientas en la cama con ella moviéndose en tu regazo. Melina sube y baja cada vez más rápido por tu polla mientras tu exploras sus gruesos labios y su boca con tus dedos.

Excitada se da la vuelta y se vuelve a meter tu polla dándote la espalda, subiendo y dejándose caer con violencia hasta que no puede más y se derrumba sobre ti cuando le llega su segundo orgasmo. Notas como todo su cuerpo se estremece y su vagina se contrae involuntariamente estrujándote la polla.

Con un empujón la elevas en el aire y la arrodillas en el suelo frente a ti. Melina coge tu polla y se golpea los labios con ella. Tú gimes y sujetas su pelo liso y negro mientras le metes tu miembro en la boca. El calor y la suavidad de la lengua de la joven hace que sientas que estás a punto de correrte.

Con la polla en lo más profundo de la boca de la abogada dudas un momento y no sabes que hacer.

Te corres dentro de la boca y le mantienes metida la polla tratando de que se trague hasta la última gota de tu corrida ve a 32

O te separas y te corres sobre sus pechos ve a 33

20

Coges a Úrsula del brazo y besándole detrás de la oreja le vas empujando hacia el callejón. Ella intenta protestar pero ahogas sus palabras en un largo y húmedo beso. Finalmente ella accede y tira de ti llevándote al rincón más oscuro del callejón.

Tú ya no te puedes contener más y la abrazas con fuerza besándola y magreando sus prodigiosos pechos. Úrsula abre los corchetes y los pechos saltan de su encierro redondos, firmes y con los pezones gordos y erectos. Tú te los metes en la boca y se los chupas y mordisqueas con deleite provocando en la joven roncos gemidos. Poco apoco vas desplazando tus mano por sus costados en dirección a su sexo, pero antes de que llegues, ella se agacha y te abre la bragueta.

Tú polla salta alegremente al ser liberada de su encierro y Úrsula la acaricia y besa la punta son suavidad haciendo que una descarga eléctrica recorra todo tu cuerpo. A continuación comienza a chuparla con suavidad y se la mete en la boca hasta el fondo de su garganta. Tú agarras a la joven por la cabeza y comienzas mover tu pelvis con suavidad emitiendo sonoros rugidos de placer.

La mujer sabe exactamente lo que quiere un hombre y mueve su lengua a la vez que deja que le claves tu miembro en lo más profundo solo sacándoselo para coger aire. A punto de correrte te separas un momento observando como un grueso hilo de baba sigue conectándote con su boca hasta que se suelta y cae sobre sus pechos.

Aprovechas, metes tu polla en el canalillo y apretando sus pechos comienzas a follárselos. Empujas con todas tus fueras y disfrutas como un loco hasta que ella se separa y apoyando una de sus manos contra la fea pared de ladrillo se remanga la falda y te pide que la des por el culo.

Tú, sin poder creer en tu suerte no te lo piensas y le metes la polla de un golpe mientras ella se acaricia su pubis.

Su culo es estrecho y cálido y no puedes evitar un suspiro de satisfacción. Al parecer ella también disfruta como una loca porque no para de gemir y desafiarte a que le des más duro. Tú obedeces y empujas en sus entrañas con todas tus fuerzas a la vez que acaricias sus piernas tensas por el esfuerzo de mantener el equilibrio.

Úrsula recibe cada empujón con un grito de placer y finalmente tiene que soltar su pubis para poder sujetarse con las dos manos a la pared. Es entonces cuando notas unos golpecitos en tu polla cada vez que rompes su culo. Oliéndote algo adelantas tu manos y descubres sorprendido que Úrsula tiene… rabo.

Te quedas paralizado mientras ella… él te pide con angustia más polla.

¿Qué haces?

¿Le insultas e intentas zafarte? ve a 34

¿ O te paras sorprendido unos instantes y meditas la situación? ve a 35

21

Finalmente te convences de que lo que le gusta a Úrsula es que hagas lo que ella diga y decides seguirla pensando en que si eso te permite echarle un polvo… ¡Viva las caenas!

La sigues hasta la moto y montas de nuevo tras ella. Haciéndote el tonto subes tus manos e intentas tantear sus pechos, pero ella te lo impide con un golpe en la mano un poco más fuerte de lo necesario.

Bajas las manos y cierras los ojos en cuanto arranca el Godzilla de dos ruedas. Esta vez notas que el viaje es bastante más corto. Cuando finalmente para la moto abres los ojos y descubres que te encuentras en el jardín de una mansión que se encuentra en el centro de la ciudad.

Con un silbido calculas la pasta que debe valer ese terreno rodeado de los altos edificios del centro de la ciudad.

La mansión es un bonito edificio de principios de los años treinta donde se mezcla el estilo art decó y el modernismo.

Sigues a Úrsula al amplio y luminoso interior de la mansión. Estas tan fascinado por las columnas retorcidas y los arcos que hacen de todo el edificio una escultura, que no ves cómo ella se te acerca por detrás y te inmoviliza con una descarga eléctrica.

Con tus músculos aun contraídos coge tu cuerpo por una pierna y lo arrastra indefenso por el suelo hasta un puerta. Durante un instante desaparece de tu campo de visión, solo el tiempo necesario para traer unas bridas y atarte de pies y manos.

Abre la puerta y pese a la incómoda postura puedes ver una serie de empinados escalones que se adentran en la oscuridad.

Intentas preguntar a esa zorra que coños quiere hacer contigo, pero tu lengua aun paralizada te lo impide. Con un gruñido la joven te coge las piernas y tira de ti hacia las escaleras. Impotente observas como los músculos de los hombros de la joven se tensan tirando de tu peso muerto y te aproximan a la puerta sin dificultad. Tienes que reconocer que la tipa esta cachas.

“No, no, no” piensas a medida que te acerca cada vez más a los escalones. Intentas moverte de nuevo sin resultado alguno así que la mujer te baja los escalones de uno en uno permitiendo que los cuentes a base de golpes en la cabeza contra la dura piedra.

Al llegar al sótano ya puedes mover un poco la cabeza y lo que ves te corta el aliento. El sótano es una enorme sala con paredes de piedra húmeda y mohosa en la que se exhiben todo tipo de siniestros aparatos de tortura.

Hay muchos que nunca has visto antes, pero con un escalofrío reconoces un potro y un cepo que ocupan la parte central de la estancia así como una doncella de hierro en una esquina y una cigüeña así como toda una colección de collares, armas blancas de extrañas formas, látigos y vergajos colgando de la pared.

—¿Te gusta mi colección? —dice Úrsula orgullosa— Le costó media vida a mi padre y diez años más a mí reunirla y aun sigo buscando piezas.

—Todos son originales — dice acariciando la madera del potro y acercando su cara a la superficie— Si te acercas lo suficiente aun puedes oler el sudor y la sangre de los infelices que acabaron en ellos.

Al fin comienzas a recuperar la sensibilidad en tus miembros e intentas al menos sentarte para no parecer tan indefenso.

—¡Hija de puta! ¿Qué coños te crees que estás haciendo? —gritas forcejeando inútilmente con tus ligaduras— Cuando me desate te vas a enterar…

Mientras hablas Úrsula se ha puesto un guante de cuero y te arrea un puñetazo con todas sus fuerzas cortando tu sarta de improperios.

Tu cabeza te da vueltas y escupes sangre mientras intentas despejarte. Antes de que puedas hacer nada más la joven se acerca con una especie de tenazas con el mango de un metro de longitud y con la forma de un circulo en el extremo. Ciñe ese extremo entorno a tu cuello y lo asegura antes de cortarte la brida que tienes entorno a tus tobillos.

En cuanto tus piernas están libres te levantas con brusquedad e intentas embestirla, pero ella ya lo está esperando, esquiva con facilidad tus aun torpes movimientos a la vez que te maneja con las tenazas.

Poco a poco superando tu resistencia y riéndose ante tus vanas amenazas te acerca al potro y coloca tu cuello y después tus manos en él. La maestría con la que te maneja y la facilidad con la que te coloca en el instrumento, sin darte ninguna oportunidad de zafarte, te hacen pensar que a pesar de su juventud Úrsula es veterana en estas lides.

Después de asegurarse de que estás bien atrapado en el cepo, te quita las tenazas lo que al fin te permite respirar con un poco más de normalidad.

El cepo está situado sobre dos gruesos postes de madera que están clavados al suelo de forma que te encuentras con la cintura doblada en ángulo recto y las manos y el cuello atrapados en el potro.

Úrsula s acerca de nuevo a ti y sacando una navaja barbera de debajo de su escueta falda te quita la ropa en un santiamén.

Poco a poco vas recobrando tus fuerzas y más cabreado por los vaqueros que te acaba de joder que por haberte dejado en pelotas, te revuelves e intentas forzar el cepo, pero la madera y el hierro forjado son sólidos y solo consigues que Úrsula sonría satisfecha.

—Así me gusta, imbécil, cuanto más te resistas más divertido será esto. —dice ella cogiendo una fusta de la pared , flexionándola, apreciando su elasticidad.

Tú abres la boca para volver a insultarla pero ella descarga un zurriagazo en tu espalda que te hace saltar las lágrimas.

—A partir de ahora solo abrirás la boca cuando yo te lo permita y me trataras con deferencia, ¿entendido?

—Sí, señora —dices con los dientes apretados por la rabia.

—Mejor llámame Ama, eso de señora me hace vieja. —dice Úrsula dándote un bofetón para reforzar sus ordenes— Y nada de insolencias, no las tolero .

—Excelente, así que ahora empecemos tu adiestramiento. Antes de nada, quiero decirte que no te he elegido al azar. Lo he hecho porque durante nuestra “cita” me has demostrado que eres un hombre educado, hasta dónde lo puede ser un hombre y que aceptas las órdenes de buen grado. —dice ella acariciando tu lomo con la fusta— Sé que todo esto ahora te parece una locura pero en poco tiempo lamentarás no haberlo experimentado antes.

Con suavidad posa la fusta sobre tu espalda como si estuviese preparando el punto exacto dónde va a descargar el golpe y tu tensas tu cuerpo inconscientemente preparado para recibirlo.

La mano de Úrsula no se hace esperar y descarga un fustazo en tu espalda. Tu aprietas los dientes y sueltas un suspiro.

—¿Qué tienes que decirme? —te pregunta descargando un nuevo y doloroso golpe.

—Gracias Ama.

—Así me gusta.

Durante las siguientes horas Úrsula te somete a una serie de castigos. golpeando y azotando todo tu cuerpo sin quitarte del potro. Al principio solo sientes rabia y dolor. Lo único que deseas es soltarte y arrearle a esa zorra una paliza de órdago, pero poco a poco comienzas a notar como el dolor, el escozor y la incómoda postura te hacen sentirte más vivo. Eres consciente de cada parte de tu cuerpo, y absorbes cada gota de aire como si fuese miel. Recibes los golpes cada vez con más placer. El “gracias Ama” se vuelve cada vez más sincero.

Cuando termina esa primera sesión Úrsula se planta frente a ti jadeando por el esfuerzo y mirándote con firmeza pero no con desdén.

—Buen chico. Veo que no me equivocaba contigo—dice ella cogiendo tu barbilla y levantando tu cara para que puedas ver la satisfacción que expresan sus fríos ojos grises—Ahora, tu premio.

Úrsula se inclina frente a ti y te da un largo beso. Tú respondes con timidez y saboreas a la mujer .

A continuación coge un lienzo limpio y con suavidad enjuga el sudor que cubre tu cuerpo. Cada vez que el lienzo toca tu cuerpo el dolor y el placer se mezclan haciéndote estremecer. Finalmente te quita el cepo y agradeciéndoselo educadamente te yergues y estiras tu columna haciendo suaves movimientos para desentumecerte.

Úrsula te observa satisfecha y fija su vista en tu considerable erección. Se acerca a ti, te acaricia el interior de los muslos y con gestos elegantes y seguros se acerca a la pared donde coge un collar de cuero tachonado.

Tú esperas tranquilamente con la vista baja pero echando miradas de reojo al espléndido cuerpo de la mujer . La mujer se pone frente a ti y te coloca el collar mientras tú le dejas hacer aspirando con fruición el aroma que desprende su piel.

—Ahora habrá que hacer algo con esa maleza dice señalando el pelo que rodea tu erección.

Sin darte opción a replicar te sienta en una incómoda silla y trae un balde con agua jabonosa. A continuación deja la navaja en el suelo y mojando su manos en el agua te enjabona el pubis y los huevos. El agua caliente y las manos suaves y resbaladizas hacen efecto y tu erección aumenta hasta casi hacerse dolorosa. Tu polla se mueve ansiosa e involuntariamente y Úrsula enfadada te propina un golpe en los huevos para que la mantengas quieta.

Te doblas pero le das las gracias con una sonrisa en la cara.

Úrsula agarra la navaja barbera y la acerca poco a poco a tus testículos. La cercanía de la afilada hoja a tu miembro viril hace que tus pelos se pongan de punta pero ahogas tu terror y le dejas hacer.

Comienza por el pubis para a continuación cogerte la polla con dos dedos y la levanta para poder raparte los huevos con más comodidad. El primer contacto de sus manos en tu polla casi consigue que te corras pero te contienes y cierras los ojos disfrutando del paso de la cuchilla por tus genitales.

—Ahora está mucho mejor. —dice Úrsula poniéndose en pie y dándote unos suaves golpecitos en los huevos e indicándote que le sigas.

—Gracias Ama —respondes tú siguiéndole al potro de tortura.

Con suavidad te tumba sobre el potro y te ata las muñecas y los tobillos, girando la rueda hasta dejarlos tensos. Tú procuras ponerte cómodo, intentando evitar que tu espalda y tus muslos magullados sufran demasiado y esperas pacientemente. Úrsula vuelve a aparecer con una vela en la mano , la enciende y espera que la cera comience a derretirse.

Se inclina sobre ti y acaricia tu pecho provocándote un escalofrío de placer. A continuación inclina la vela y deja que unas gotas de cera derretida caigan sobre tu piel provocándote un intenso y fugaz dolor. Casi al instante la cera se enfría y se endurece. Úrsula se acerca un poco más y besa los lugares donde la cera a tocado tu piel. La sensación de placer es indescriptible. Sientes un deseo tan profundo por esa mujer que cualquier cosa que te hace te reconforta y te excita.

Con un gesto derrama otro chorro de cera sobre tu abdomen y tus muslos haciendo que tus manos y tus tobillos tensen las cuerdas que te sujetan primero con el dolor y luego con el placer de sus besos.

Con un soplido Úrsula apaga la vela y remangándose la falda de cuero se sube al potro y se pone a horcajadas sobre ti.

Cuando su sexo contacta con tu polla, no puedes evitarlo y te corres como un adolescente salido manchando su tanga y sus muslos con el producto de tu eyaculación. Intentas disculparte pero ella te suelta un bofetón y te echa una bronca realmente enfadada. Tú te encoges como un cachorro pillado en falta y aguantas ansioso que ella deje de gritarte.

—¡Ahora vas a limpiarme toda esa inmundicia! —dice poniendo sus sexo en tu cara.

Tu abres la boca obediente y le lames el interior de los muslos y el tanga de Úrsula saboreando por primera vez en tu vida tu propio semen.

El suave gemido de la mujer te estimula y lames y mordisqueas con más fuerza. Úrsula se aparta el tanga y deja que le chupes es el coño a placer. Por fin notas como el cuerpo de la mujer comienza a vibrar y a disfrutar. El peso del cuerpo y los flujos de Úrsula te asfixian pero tú sigues lamiendo hasta que ella se aparta con un gemido.

Poco a poco se retrasa hasta que vuestros sexos vuelven a entra en contacto. Tu polla, que sigue dura como una piedra, se retuerce hambrienta cuando ella se la mete de un solo golpe.

Impotente deseas que te folle más fuerte, pero sabes que no debes pedir nada y observas a la joven mecer su cuerpo con tu polla dentro. Poco a poco Úrsula acelera sus movimientos a la vez que inca sus uñas en tu pecho y te pellizca los pezones .

La mujer comienza a jadear y se retuerce moviendo sus caderas con todas sus fuerzas arañándote y mordiéndote hasta que notas como todo su cuerpo se crispa asaltado por un fuerte orgasmo.

A punto de correrte ella se separa y parece que va a irse y dejarte atado, pero con una sonrisa traviesa coge tu polla y la retuerce y sacude con violencia haciendo que te corras de nuevo abundantemente mientras te golpea los huevos.

Tras unos segundos te recuperas un poco y ella suelta tus ligaduras y te ayuda aponerte de pie. Te sientes dolorido, sucio, apaleado, pero sobre todo agradecido a la mujer que te ha demostrado en qué consiste de verdad el placer.

—Bien, ahora directo a la ducha, —dice conectando una cadena al collar y llevándote al piso de arriba— Luego te ensañaré el resto de tus deberes. Tienes mucho que aprender.

Tres semanas después.

—Bueno, ha llegado el momento. —te dice Úrsula colocándote la cadena en el collar

—No olvides lo que te enseñado y todo irá bien. Y recuerda, —te dice cogiendo tu cabeza con fuerza obligándote a mirarle a los ojos— no me decepciones o te castigaré.

Entráis en el atrio dónde varios hombres y mujeres impecablemente vestidos comienzan a entrar seguidos por sus esclavas y esclavos semidesnudos el comienzo de la reunión.

De entre ellos aparece Jorge con una pequeña pelirroja siguiéndole como un perrito faldero. Te mira, te reconoce a pesar del disfraz y sonríe divertido.

—Vamos, perrito. Creo que hoy va a ser un gran día para ti.—te dice tu Ama tirando de la correa con gesto satisfecho.

FIN

22

Complaces a Carolina aceptando la invitación. Le abres la puerta del restaurante y aprovechas para observar como su amiga a tenido gusto eligiéndole un vestido largo y ceñido que resalta sus curvas despertando en ti la necesidad de amasar ese culo grande y prieto que se mece ante tu vista invitándote con cada paso.

Ella ha venido en taxi así que le subes a tu coche y sigues sus indicaciones. Carolina te mira de vez en cuando con ojos ligeramente incrédulos, como si no terminase de asumir lo que está pasando.

Su casa es un adosado bastante espacioso en uno de los barrios bien de la ciudad. Sintiéndose ya en su territorio, parece un poco más segura de sí misma cuando abre la puerta y te guía por el jardincillo hasta la puerta de entrada.

Abre la puerta y tú decides atacarla a traición. Ella saca las llaves de la cerradura, cierra la puerta y va a abrir la boca para preguntarte que te apetece y tú te abalanzas sobre ella como un lobo.

La empujas contra la pared y agarrándole con fuerza las caderas la besas. Ella intenta decir algo sorprendida, pero tu lengua ya está explorándola con furia. Tras unos segundos notas como la joven se relaja y te devuelve el beso llenando tu boca con un intenso sabor a chocolate.

Deslizas tus manos por sus costados hasta llegar a sus enormes pechos. Los estrujas y los sopesas a través de la seda del vestido. Con toda seguridad son los pechos más grandes que has tenido jamás en tus manos.

Despegas tus labios de los suyos y le apartas un par de mechones de su cara. Observas su rostro extraordinariamente bello, dominado por esos ojos grandes y sorprendidos. Por fin la joven sonríe. Aun así, duda que hacer con sus manos, la notas nerviosa y deseosa de complacerte así que decides aprovecharte y guiándola al salón te sientas en un sofá y le pides que se desnude para ti.

Ella se gira hacia ti y te mira un poco incrédula como si le estuvieses jugando una mala pasada. Pones música suave en el smartphone y finalmente la convences de que lo haga. La animas a que cierre los ojos y se deje llevar por la música mientras lo hace.

Poco a poco Carolina empieza a mecer las caderas suavemente a la vez que levanta los brazos cogiéndose su espesa melena y mostrándote su escote y su cuello. Sonríes y te fijas en la cinta de terciopelo negro con un camafeo que se ciñe estrechamente entorno a su cuello. Admiras su profundo canalillo y la curva se sus caderas . Carolina se gira y da unos pasos hacia atrás invitándote a que le ayudes a bajar la cremallera del vestido. Tú pones tus manos en su culo y subes acariciándole la espalda con suavidad hasta que llegas a la parte superior del vestido y le bajas la cremallera.

Carolina, escalofriada por el contacto, se vuelve a separar unos pasos y siempre de espaldas a ti, gira su cabeza para mirarte y deja resbalar la tela hasta que cae floja a su pies. Sus labios rojos y gruesos lanzándote un beso te resultan tan atractivos como sus piernas largas y tersas a pesar de su volumen realzadas por unas sandalias de tacón.

De espaldas a ti empieza a mecerse lentamente de nuevo con la música, se gira y observas como sus pechos intentan escapar del ceñido abrazo de un corpiño negro profusamente bordado.

Carolina cierra los ojos y se balancea acariciándose los pechos y los costados a través del corpiño, recorre sus caderas y sus muslos y acaba acariciándose el culote a la altura de su entrepierna.

La joven gime y se acaricia el sexo por encima de la braga mientras que con la mano libre se estruja uno de sus enormes pechos. Abre los ojos y observa con satisfacción como en tus pantalones empieza a destacarse una incipiente tienda de campaña.

Le miras a los ojos y te bajas la bragueta. Sacas tu polla y se la muestras acariciándola con suavidad mientras invitas a la joven a continuar.

Superando su timidez Carolina se quita finalmente el corpiño, juega con él aun un poco indecisa, usándolo para taparse los pechos hasta que mordiéndose el labio lo deja caer. Los pechos de la joven caen grandes y bamboleantes. Los observas conteniendo tu impulso de lanzarte sobre la joven. Son grandes como melones maduros y sus pezones oscuros y del tamaño de galletas Oreo.

Excitada por sus propias caricias se estruja los pechos y cogiéndolos con las manos se los acerca a la boca para chuparlos. Tú estás a punto de reventar de deseo, pero clavas tus uñas en el reposabrazos y le dejas disfrutar de la excitación que está provocando en ti. Tras un par de minutos se da a la vuelta y comienza a quitarse el culote. Relamiéndote observas sus nalgas enormes, redondas y blancas como la luna llena.

Se gira de nuevo hacia ti y se masturba ocultando su sexo a tu vista. Finalmente, con uno de sus dedos en la boca, aparta la mano y te muestra su sexo. Tiene el pubis cuidadosamente depilado salvo un pequeño triangulo oscuro y rizoso. Lo observas y tras unos segundos te levantas y te desnudas uniéndote a la joven en su baile.

Le agarras por su cintura ciñendo tus caderas a las suyas. Carolina siente tu erección y suspira excitada. Tú te limitas a moverte ligeramente disfrutando de la suavidad y el calor de su cuerpo. Poco a poco la vas empujando hacia un gran sofá de cuero dónde la sientas. Te inclinas sobre ella y le besas la boca y el cuello, bajas hasta sus pechos y entierras tu cara entre ellos sintiéndote como el niño de Amarcord.

Tras aspirar profundamente el aroma de su piel abandonas el interior de sus pechos, se los aprietas y acaricias sus pezones. A continuación te yergues y le acercas tu polla a la boca.

Carolina abre la boca obediente y deja que tu polla resbale en su cálido interior. La joven comienza a chupar y lamer tu polla acariciando con suavidad tus testículos. Ahora eres tú el que gime excitado por la suavidad de la lengua de la joven. Con una sonrisa se saca tu polla de la boca y después de embadurnarla bien con su saliva la mete entre sus pechos.

Carolina mueve ligeramente su torso haciendo que los pechos golpeen suavemente tu polla. Excitado le agarras los melones y se los estrujas a la vez que empujas con fuerza hasta que no aguantas más y te corres en ellos.

Carolina gime y mete la mano entre sus pechos para tocar tu semilla cálida y pegajosa mientras deja que la tumbes.

Olvidando toda vergüenza abre sus piernas mostrándote su sexo hinchado y tumultuoso. Lo acaricias ligeramente con los dedos y ella se retuerce y gime. Dos de tus dedos resbalan con facilidad en su interior, ella grita y se estremece mientras tu levantas una de sus piernas y besas sus pies y sus tobillos.

Tus caricias se hacen más bruscas y ella comienza a jadear acompañando tus dedos con el movimiento de sus caderas . Percibes como el deseo va tomando posesión de su cuerpo, como sus pezones se endurecen, sus muslos se tensan, su mirada se vuelve más liquida y sus boca se entreabre mientras su lengua no para dentro de ella.

Acercas de nuevo tu polla erecta a su coño y la penetras de un solo golpe usando todo tu peso como si fuese un ariete. Tumbado sobre ella comienzas a empujar en su interior disfrutando de su sexo cálido y estrecho mientras tus manos se multiplican estrujando y acariciando sus pechos sus muslos y su culo.

Los suaves gemidos de la mujer llaman tu atención. Coges su cara entre tus manos y la miras a los ojos a la vez que la penetras con más brusquedad haciendo que todo su cuerpo se conmueva bajo el tuyo. Sigues con el juego, penetrándola cada vez más rápido hasta que notas como su cuerpo tiembla y los muslos que te rodean se tensan. Carolina no puede evitar poner los ojos en blanco mientras se corre con un largo gemido.

Le propinas dos últimos y bestiales empujones y te separas. Tras unos segundos Carolina se recupera y la ayudas a levantarse. Le das la vuelta y empujándola contra un mueble amasas su culo y la abrazas por detrás pellizcando sus pezones y frotando tu miembro contra la raja que separa sus nalgas.

Carolina gira su cabeza y percibes como te mira aun excitada. tiras de su cabeza y la colocas sobre e reposabrazos del sofá haciendo que su culo quede en pompa . La joven separa las piernas excitada. Le acaricias los gruesos muslos . Ella gime y mueve su pelvis excitada y tú separando sus nalgas, la penetras y empujas en su interior. Pierdes la noción del tiempo mientras empujas bruscamente haciendo temblar todo el cuerpo de Carolina que grita hincando las uñas en el cuero.

A punto de correrte coges su maravillosa melena y tiras de ella hacia ti a la vez que empujas en su coño con todas tus fuerzas.

Carolina grita y se retuerce. Eleva el torso y gira la cabeza intentando besarte mientras tus empujones se vuelven bestiales. Ni siquiera tras eyacular y llenar su coño con tu semen dejas de empujar excitado. Solo cuando ella se derrumba arrasada por un nuevo orgasmo aflojas poco a poco hasta quedar tumbado encima de ella.

Tras unos segundos Carolina se levanta y te guía al dormitorio donde os acostáis desnudos y abrazados. Os dormís un rato pero tú la despiertas por la noche otras tres veces para follártela.

Te sientes tan excitado por su cuerpo blando y acogedor como no lo habías estado nunca y ella parece sentir lo mismo por ti.

Por la mañana os levantáis sucios y acalambrados. Ella comienza a hacer el desayuno pero tú le interrumpes con tus besos y achuchones, en cinco minutos la tienes tirada encima de la mesa con tu polla entre sus piernas.

—¡Hola Carol! —resuena una voz en el pasillo tras abrirse la puerta.

—¡Largo Silvia! ¡Ahora mismo estoy muy ocupada! —Grita Carolina con un gemido estrangulado …

—Ja, ja . Perdona querida. ¡Mañana me cuentas, gorda salida! —se despide Silvia cerrando la puerta entre carcajadas.

FIN

23

Cuando salís del restaurante Carolina se gira hacia ti y te invita a una última copa en casa, pero tú te niegas y la invitas a la tuya, ella insiste, pero tú te acercas un poco más y la besas. Carolina se sorprende y tarda en reaccionar pero tras un par de segundos responde con ansia.

Logras despegarte tras unos segundos y mientras coges aire ella te sigue obedientemente hasta tu coche.

Le ayudas a subir al coche aun incrédula de que accedas a llevarle a tu casa y monta en el coche sin pensar en las consecuencias.

Arrancas el coche y la sacas de la ciudad. Aunque ella se muestra nerviosa y un poco preocupada no dice nada hasta que no sales de la carretera y coges un camino poco transitado. Nerviosa y hasta un poco temblorosa, finge haber olvidado algo en el restaurante e insiste en volver a la ciudad hasta que una mirada tuya le corta la conversación.

Finalmente llegáis a un pequeño y viejo chalé de los años ochenta.

—¿Vives aquí? —pregunta ella observando la pintura de aspecto ajado y las ventanas llenas de telarañas.

Tú no contestas y la guías llevándole de la mano con firmeza hasta la entrada, abres la puerta y la empujas al interior.

En cuanto se enciende la luz la joven se estremece. Solo hay dos habitaciones. Una gran sala central con aspecto de gimnasio y un gran baño al fondo.

—Vamos, desnúdate. —dices tú con voz cortante.

—¿Qué? —pregunta Carolina incrédula.

—Que te quites ese horrible vestido o lo haré yo —le repites con la voz fría y controlada.

—No sé qué te imaginas…

Le interrumpes la protesta con un bofetón en el que has imprimido la fuerza justa para enrojecer su mejilla pero sin causarle daño alguno . Carolina se frota la mejilla, con sus bonitos ojos anegados en lágrimas e intenta abrir la puerta, pero tú la has cerrado con llave y aprovechas que estás a sus espaldas para coger una navaja de afeitar de un cajón y tirando del vestido cortas el tejido hasta la cintura.

La joven se gira apretando la tela contra sus pechos y fija su mirada en la navaja.

—Quítate esa mierda de ropa —repites con tono bajo y amenazador— y como vuelvas a replicarme sabrás lo que es un castigo, yo te daré una ropa adecuada.

La joven levanta la cabeza desafiante y deja caer los restos de su vestido a sus pies. Tú te acercas a ella y ella fija la vista en tus ojos intentando parecer firme.

—Puedes hacerme lo que quieras, pero…

—¡Basta ! —dices dándole un nuevo bofetón—¿Acaso te crees Juana de Arco? A partir de este momento eres mi perra. —le espetas cogiendo un collar de cuero y ciñéndoselo al cuello— Y como tal cumplirás todas mis órdenes, hablarás solo cuando te pregunte y terminaras todas tus intervenciones con un “mi Amo” ¿Entendido?

—Sí, mi Amo.—responde ella gimiendo cabizbaja.

—¿Te has dado cuenta de lo mucho que se parecen las expresiones “mi Amo” y “mi amor”?—le dices acariciando su mejilla con una fusta que has cogido de encima de una pequeña mesa que ocupa el centro de la sala.

—Sí mi Amo —responde ella.

—He estado bastante tiempo buscando la mujer adecuada y al fin te he encontrado.

—¿Qué quieres de mí? —pregunta Carolina al borde de las lágrimas.

—Sólo quiero que obedezcas. —le susurras y le das un fustazo en el muslo que hace a la joven emitir un grito de dolor— Y no tengo mucho tiempo para que aprendas. Ahora termina de desnudarte, ¡Ya!

La mujer se encoje y muerta de vergüenza se quita un corpiño negro bordado y un culote con un tímido “sí mi Amo”. Te acercas a su cuerpo desnudo y observas sus grandes tetas redondas y tiesas con unos pezones grandes y oscuros como galletas Oreo. Inspeccionas su cuerpo usando la fusta para acariciar, separar y levantar, como si ni siquiera mereciera que la tocases. Acaricias el verdugón del muslo con tu fusta provocando en la joven un leve estremecimiento y por ultimo te centras en su entrepierna.

Con una serie de suaves golpecitos de tu fusta le haces separar las piernas e inspeccionas su pubis y su coño parcialmente depilados.

—Bien, lo primero será arreglarte y vestirte decentemente. Vamos al baño.

Acercándote de nuevo a la mesa, coges una correa, la enganchas en una de las cuatro anillas de acero que tiene el collar y tiras de ella hasta el baño. El servicio es grande, está totalmente recubierto de mármol y está dominado por la presencia de una enorme bañera de hidromasaje en el centro de la habitación. La joven se para mirando el lugar pero tú tiras de ella impaciente y la sientas sobre la taza. La obligas a recostarse y a abrir las piernas.

Coges un poco de jabón y una brocha y embadurnas primero con los dedos y luego con la brocha el sexo de Carolina hasta producir abundante espuma. La mujer se muerde los labios para no gemir, excitada por el suave contacto con la brocha. Tú, malévolo, te demoras con la brocha en la entrada de su vagina y en su clítoris a pesar de que obviamente allí no hay ningún pelo.

Sacas la navaja del bolsillo y la acercas a la suave piel del pubis de Carolina. Esta coge aire y se estremece pero no protesta mientras tu estiras su piel con una mano y pasas con suavidad la navaja por su pubis y su sexo hasta que no queda ni un solo pelo.

Satisfecho pasas la toalla y observas la entrepierna de Carolina totalmente depilada. Le aplicas un poco de crema para calmar la irritación y das un tirón a la correa para levantarla.

La acercas al lavabo y poniéndola de espaldas al espejo coges un set de maquillaje y le pones rímel, pintas sus labios gruesos y jugosos con un color oscuro y dejas sus ojos para el final pintando sus parpados de negro. Te alejas un poco y observas tu obra, Carolina posa pacientemente desnuda con los brazos al lado de su cuerpo. El maquillaje oscuro contrasta con la palidez de su piel y realza la belleza de su rostro, pero falta algo.

Te acercas a ella y te pones a su espalda. con tus dos manos acaricias su barbilla y las cierras durante un instante en torno a su cuello provocando un escalofrío en tu esclava. Una tentación enorme de follar ese culo gordo mientras aprietas el cuello te asalta pero sabes que eso no es lo adecuado en ese momento, ella todavía no confía en ti lo suficiente como para asumir los castigos.

Retrasas las manos llevando su oscura, larga y espesa melena a la espalda. Tiras con fuerza de ella para tensarla, Carolina suspira y echa la cabeza atrás un instante sorprendida por el gesto. Coges su suave melena y la acaricias un rato antes de comenzar a trenzarla. La trenza es sencilla pero la cantidad de pelo que tiene carolina hace que el resultado sea una trenza espectacular, gruesa y tan larga que le llega hasta el nacimiento del culo.

—Ahora sí —dices para ti satisfecho.

Sales un momento del baño para recoger la nueva indumentaria de Carolina. Cuando vuelves, la descubres mirándose hipnotizada al espejo.

—¿Qué haces? ¿Quién te ha mandado darte la vuelta? —Le gritas blandiendo la fusta.

—Lo siento mi Amo yo creí…

Tú le interrumpes y descargas dos rápidos y dolorosos fustazos sobre sus nalgas. La joven grita y se apoya en lavabo para no caer. A continuación te acercas y le susurras al oído con voz autoritaria:

—Al contrario que todos los maestros que has tenido antes, yo disfruto con esto, —le dices mostrándole la fusta— así que a partir de ahora te sugiero que no pongas a prueba mi paciencia y agradezcas cada uno de mis castigos porque son los que te convertirán en una buena esclava. ¿Entendido? —dices arreándola un nuevo fustazo.

—Sí mi Amo, gracias mi Amo.

—Así está mejor — dices abriendo una pequeña maleta.

Sacas un corsé de fino cuero negro, la parte superior que toca con los enormes pechos de la joven esta forrado de suave cuero de cabritilla para evitar que estos se rocen. Solo lo mejor para tu perrita.

Se lo colocas y aprietas con fuerza los cordones a su espalda mientras ella se intenta agarrar a la pila del lavabo para no caer.

—¡No puedo respirar! —dice ella.

Tú le pegas con fuerza en las nalgas por haber hablado sin que le preguntes y después de colocarle las tetas le explicas que esa sensación de agobio solo dura unos minutos hasta que aprende a respirar de forma más rápida y superficial. El corsé hace que la barriga desaparezca y sus tetazas y su cadera resalten dándole a su figura una forma de reloj de arena espléndida.

A continuación la sientas de nuevo y le colocas unas medias de rejilla hasta medio muslo que sujetas a las presillas que cuelgan del corsé y le colocas un tanga cuya parte delantera es de cuero y la tiras son finas cadenas de plata.

Para terminar, le colocas en los pies unos zapatos de tacón alto y fino de color negro y la pones en pie.

La joven se tambalea envarada por el corsé intentando mantener el equilibrio con esos vertiginosos tacones. La coges por el cuello y la llevas frente a un espejo de cuerpo entero, solo los instantes necesarios para que se dé cuenta de que ya no es la mujer que ha entrado por la puerta. Notas como aprecia y le gusta la imagen que el espejo le devuelve.

—A continuación vamos a comenzar tu adiestramiento con una sesión suave. —dices cogiendo a la joven por la correa y sacándola del baño.

La llevas al centro de la sala y atas sus muñecas por encima de su cabeza a una cuerda que pende del techo.

Das una vuelta a su alrededor mientras Carolina tensa todos los músculos de su cuerpo para mantener el equilibrio. Disfrutas de la vista de su enorme culo blanco y grande como la luna llena y sus pechos tiesos, realzados por la postura que le obligas a adoptar.

Acaricias su cuerpo con la fusta y tras un instante descargas un fustazo en sus nalgas. Carolina grita y se balancea colgando de la cuerda.

Te acercas de nuevo a la mesa y coges unas finas cadenillas.

Carolina ve las mordazas en los extremos y te suplica al adivinar tus intenciones pero tú le das un bofetón recordándola que no puede hablar si no le preguntas y te acercas a sus pechos con las cadenillas en las manos.

Le coges los pechos grandes y sabrosos y se los sobas y golpeas con suavidad. La joven da un respingo pero no se resiste. Coges uno de sus pezones y te lo metes en la boca. Lo chupas y notas como crece en el interior de tu boca. Carolina gime de placer incluso cuando se lo muerdes con fuerza. Cuando terminas con él, la joven no se ha enterado de que ya tiene puesta la mordaza en el pezón.

Te retiras un paso y acaricias su cuerpo con la fusta. Descargas un fustazo y la joven grita y se retuerce haciendo que unos pequeños cascabeles que hay unidos a las mordazas resuenen alegremente.

Durante los siguientes minutos continuas azotando sin descanso todas las zonas que no están tapadas por el corsé. La joven gime y gruesos lagrimones corren formando gruesos churretones de rímel y maquillaje sobre sus mejillas.

Poco a poco Carolina empieza a ser consciente de como el dolor, los verdugones y los insultos no son más que expresiones de tu afecto hacia ella y comienza a recibirlos de manera distinta. Dando educadamente las gracias por cada golpe. El picor y el calor que queda tras cada fustazo aplicado con la fuerza justa le hace sentirse viva e intensamente atractiva a tus ojos.

Con una sonrisa satisfecha ves como la joven comienza a disfrutar con el castigo. Con recompensa le das una nueva tanda de fustazos y acercándote a ella le coges la cara con la mano y estrujando sus mejillas le das un violento beso. Las cadenillas y los cascabeles suenan cuando la joven tiembla de placer y deseo.

—Gracias mi Amo. —Dice ella de nuevo y baja la cabeza.

Convencido de que ya está preparada para la siguiente fase de su educación, le sueltas los brazos y tiras de las cadenilla. Sus pezones y su clítoris se estiran dolorosamente pero ella obediente espera a que le autorices a seguirla para empezar a moverse.

La llevas hacia una pequeña mesa de madera que esta clavada al suelo y atas sus tobillos a las patas. Carolina se deja hacer cuando la empujas contra la mesa y le atas los brazos a las patas delanteras. La mesa es pequeña y su cabeza sobresale con lo que la mueve incómoda sin poder apoyarla en ningún sitio.

Dejas la fusta y acaricias su culo un instante ante de palmearle el culo con fuerza con tus manos desnudas. Tu mano queda marcada en su culo gordo y redondo ya atravesado por las finas líneas de los fustazos. Carolina gime y tensa su cuerpo pero nada más sale de su boca aparte de un “gracias mi Amo”.

Le golpeas un poco más y acercas tu mano a su sexo. Compruebas con satisfacción que está húmedo y preparado para ti. Metes el mango de la fusta y comienzas a masturbarla a la vez que abres la bragueta y sacas tu miembro erecto.

Carolina empieza a gemir mientras tú sigues penetrándola con la fusta y golpeando suavemente su culo con tus manos. Los cascabeles resuenan, Carolina gime. Continuas así un par de minutos hasta que finalmente acercas tu polla al estrecho ojo de su culo. Al notar la polla presionando contra su ojete la joven se tensa por un instante. Los cascabeles suenan con fuerza un momento y luego se silencian. Sus piernas intentan moverse y la madera cruje, pero la joven se relaja y obediente se deja hacer confiando en su amo.

El culo de la joven es deliciosamente cálido y estrecho. Carolina suelta un gritito de dolor a medida que la vas perforando hasta que tus huevos hacen tope. Mantienes tu polla quieta un instante para que se adapte y tirando de la trenza comienzas a propinarle una larga serie de bruscos empujones.

Carolina grita dolorida, la polla de su amo está atravesando su culo mientras su mano tira con fuerza de su cabello manteniendo su torso elevado sobre la mesa sin ningún otro punto de apoyo.

Poco a poco notas como los gritos se convierten en gemidos a medida que La joven comienza a sentir placer. Con la mano libre acaricias su culo y masturbas a la joven hasta que se corre gimiendo y gritando “gracias mi Amo ” repetidamente.

Con un gesto satisfecho sacas tu pene de su culo y observas como el pequeño y estrecho conducto se ha convertido en un orificio amplio y enrojecido.

—Ahora vas a limpiarme la polla.

Rodeas la mesa y pones la polla a la altura de sus ojos. Carolina obediente sabe cuál es su deber y abre la boca obediente. Le coges por la trenza y levantas un poco su cabeza .

Coges tu polla y le ordenas que te la chupe. Cuando sus labios contactan con el extremo de tu pene le das un tirón a la trenza alejando su boca de ti. La joven vuelve a intentarlo una y otra vez hasta que le sueltas la trenza y se mete tu miembro de un solo golpe.

La joven tose y se atraganta pero continua chupando y lamiendo tu polla hasta que no puedes más y te corres en su rostro de muñeca maltratada. Aun estremecido por el placer frotas tu polla por su cara haciendo que maquillaje y semen se mezclen formando una uniforme máscara gris en sus mejillas.

Tras unos segundos la sueltas y la llevas al baño donde la desnudas y la lavas. Secas su cuerpo y aplicas una crema suave a base de alóe para refrescar su piel magullada mientras Carolina te mira con esos ojos azules y grandes cargados de adoración.

Tres semanas después.

—Bueno, ha llegado el momento. —le dices colocándole la correa en el collar mientras esperáis que os abran la puerta del majestuoso edificio.

—Recuerda todo lo que te enseñado y todo irá bien. Y recuerda, —le dices cogiendo su cabeza con fuerza obligándole a mirarte a los ojos— no me decepciones o te castigaré.

Se abre la puerta, le quitas la gabardina a Carolina que está casi desnuda salvo por unos tacones, un apretado corsé y un antifaz.

El edificio es antiguo, con techos altos y decoración art decó. Entráis en una especie de atrio dónde varios hombres y mujeres impecablemente vestidos esperan sentados o de pie con sus esclavas y esclavos semidesnudos a sus pies el comienzo de la reunión.

De entre ellos aparece Jorge con una pequeña pelirroja siguiéndole como un perrito faldero.

—Hombre, por fin. Veo que al final seguiste mis recomendaciones. Y no te ha ido nada mal—dice Jorge amasando los pechos de Carolina que sonríe y da las gracias educadamente tal y como le has enseñado.

Tras charlar un rato más Jorge se aleja. Echas una mirada a tu alrededor y observas como todo el mundo observa con admiración y un pelín de envidia la figura alta y voluptuosa de Carolina a tu lado.

—Vamos, perrita. Creo que hoy va a ser un gran día para ti.—le dices tirando de la correa y sonriendo.

FIN

24

Hipnotizado por la escena te quedas detrás de la puerta observando como el tipo se agarra a Cristina como una garrapata sorbiendo y mordisqueando cada centímetro de piel que su escueto vestido no puede tapar. Alucinado observas como la joven sonríe mientras el desconocido mete la mano por debajo de la falda del vestido.

Sin parar de reír la joven abre sus piernas para facilitarle al tipo su exploración. La falda de su vestido resbala hacía arriba revelando a la parroquia la totalidad de sus muslos y algo más.

El hombre ya no puede contenerse más y cogiendo a la joven como si fuese una pluma la levanta en el aire y la deposita sobre una maquina de pinball que está muerta de risa en una esquina.

El delgaducho termina de subirle la falda revelando a los presentes, tú incluido que Cristina no se ha molestado en ponerse ropa interior. Con la misma lujuria con la que la miran todos los clientes observas su sexo totalmente rasurado y su vulva pequeña pero hinchada por el deseo justo antes de que desaparezca en el interior de la boca del desconocido.

Cristina gime excitada al sentir la lengua del tipo hacer diabluras en su bajo vientre. Tensa y retuerce su cuerpo encima de la recreativa tironeando del pelo de su amante.

Tras unos segundos, las súplicas de la joven se oyen por todo el local dónde hasta el camarero, atento a la escena, ha bajado la música para que todo el mundo pueda disfrutar de ella.

El tipo se incorpora y hurgándose en la bragueta saca una polla de respetable tamaño. Cristina la observa y abre su piernas invitándole a entrar. El tipo no se hace el remolón y cogiendo sus piernas tira del culo para que sobresalga de la máquina de pinbal y le mete la polla de un solo golpe. La Joven muñequita grita y se retuerce mientras el hombre comienza empujar duro dentro de aquel pequeño y delicioso agujerito.

Un graciosillo se acerca por detrás mete una moneda en la máquina y saca una bola. La máquina despierta y comienzan a sonar timbres y campanillas hasta que los duros empeñones del hombre hacen que la maquina pite falta estruendosamente.

Todos los parroquianos rugen a la vez ¡Falta! ¡Falta! ¡Falta!

La gente ríe y se recoloca los paquetes en los pantalones mientras el graciosillo se acerca y saca otra bola, esta vez los gritos de placer superan los ruidos de la máquina y el larguirucho acelera su mete saca hasta que el cuerpo de la joven se estremece atravesado por un orgasmo.

Mientras la joven se recupera, el tipo le saca el vestido por la cabeza y se abalanza sobre sus pechos magreándolos ante la mirada envidiosa de todos los parroquianos. El hombre todavía no está satisfecho y coge a la joven en el aire para tumbarse sobre el sucio suelo del bar dejándola encima de él.

Cristina, que por fin se da cuenta de que tiene espectadores, se recoge sensual su melena sobre su cabeza mientras empieza a moverse lentamente encima del larguirucho. Tras unos segundos en los que se dedica únicamente a disfrutar el rabo que le está perforando abre los ojos y recorre los parroquianos hasta fijarse en uno rubio con perilla. Fija sus azules ojos en él y se relame los labios insinuante. Alucinado ves como el tipo rubio se acerca a ella y abriéndose la bragueta le pone la polla a la altura de sus ojos.

Cristina abre la boca y le roza el glande suavemente con la lengua. La polla se estremece y se mueve espasmódicamente. La joven la vuelve a lamer y con una risilla observa como el miembro del rubio vuelve a moverse hambriento.

Finalmente el hombre se cansa del jueguecito y cogiendo a la joven por el pelo le mete la polla hasta el fondo de su boca. Cristina gime atacada por dos de sus orificios y se mueve y chupa intentando mantener el ritmo.

Cuando crees que ya lo has visto todo otro hombre gordo y moreno, con pinta de obrero de la construcción, se acerca por detrás y empujándola para que se tumbe encima del larguirucho, separa sus cachetes y le mete la polla por su estrecho ojete.

El grito de la joven es apagado por la polla que tiene alojada en su garganta. Los tres hombres empiezan a empujar acompasadamente y como si fuesen herreros dejan caer su pesados martillos sobre la joven llevándola a un segundo y monumental orgasmo. Esta vez no la dejan descansar y siguen follándola a la vez que se acercan otros dos hombres con las pollas asomando erectas de sus pantalones. El obrero, resoplando sudoroso sujeta a la joven por el pelo para que ella pueda alargar sus manos y pajear las pollas de los dos nuevos invitados al festín.

Desde tu escondite no puedes evitar excitarte al ver el pequeño cuerpo de Cristina bamboleado violentamente embutido entre los cuerpos de hombres sudorosos y jadeantes.

La joven trata inútilmente mantener el equilibrio con su cuerpo brillante del sudor de cinco desconocidos . Solo unos segundos después se vuelve a correr. El rubio, galantemente, aparta su miembro para que la joven pueda gritar y coja un par de desesperadas bocanadas de aire.

Con un leve asentimiento los tres hombres que la perforan se ponen de acuerdo y le dan la vuelta de modo que es ahora el larguirucho el que desde debajo le perfora a la joven el ano y el gordo la que machaca sin tregua su vagina. Incapaz de creerlo observas como Cristina se corre de nuevo en medio de incontrolables temblores. Los improvisados amantes no pueden contenerse más y el gordo y el flaco sacan sus pollas y eyaculan sobre el jadeante vientre de la joven a la vez que el rubio lo hace sobre su cara y su boca.

Unos segundos después lo hacen los hombres a los que estaba pajeando, llenando sus pechos con su leche espesa y caliente y a continuación se produce una procesión de los parroquianos restantes, que han estado masturbándose con el espectáculo y se corren sobre el cuerpo de desnudo de la joven que se acaricia y sonríe aun estremecida mientras recibe la lluvia de semen.

Asqueado y excitado a partes iguales te deslizas en silencio fuera del local. Cuando subes al coche decides que tienes que descargar toda esa excitación acumulada y te diriges a buscar una prostituta a un polígono cercano para que te haga una mamada baratita.

La joven nigeriana chupa obediente mientras tú eyaculas una y otra vez rememorando la surrealista escena que acabas de presenciar.

FIN

25

Aprovechando que el tipo delgaducho está tirando de la melena rubia de la joven hacia atrás para comerle el cuello, abres la puerta y te escurres fuera del garito con un suspiro de alivio. Cuando llegas al coche te das cuenta de que ni siquiera has pagado la cuenta pero te da igual. En lo único que piensas es en llegar a casa para borrar tu perfil de la página web. Como pensabas, internet es un nido de tipos raros. A partir de ahora solo usaras internet para contratar furcias, salen un poco más caras pero te evitas muchos disgustos

FIN

26

Miras de nuevo el cuerpo desnudo de la joven. La luz de la luna entra por el ventanal haciéndolo brillar con un resplandor lechoso. Observas su pubis suave y totalmente depilado con los labios pequeños y apetecibles.

Acercas tu mano y separas los labios mayores con suavidad abriendo su sexo como una flor. acaricias el clítoris con la punta del dedo y la joven gime en sueños. Avanzas con tus dedos y los separas hasta dejar todo su sexo y la entrada de su coño a la vista. Es tan estrecho y cálido como habías imaginado.

¡Qué diablos! piensas mientras sacas tu polla y te la ensalivas. Un día es un día, total no se va a enterar de nada…

Cogiéndola por las piernas tiras de su cuerpo inconsciente hasta dejar su culo al borde de la cama y abriéndole las piernas guías tu polla poco a poco, como un ladrón, al interior del coño de la joven.

Todo tu cuerpo se estremece y hormiguea al sentir el estrecho y cálido sexo de la joven apretar y acariciar tu polla como si fuera una mano de terciopelo. Cristina se mueve ligeramente y murmura algo pero no se despierta.

Tú te sobresaltas y la emoción hace que todos tus sentidos se agudicen excitándote aun más. Te mueves con suavidad dentro de ella acariciando su cuerpo y disfrutándolo a placer. Te agachas sobre ella sin dejar de follártela y aspiras el aroma a flores que expele su cuerpo. Con una mano coges uno de sus pechos y se lo estrujas acercando el pezón a tu boca, el sabor y el tacto son divinos.

La coges por las caderas, la das la vuelta como si fuese una muñeca y la penetras desde atrás. Al ver que no reacciona le das un poco más fuerte y poco a poco vas notando como su cuerpo reacciona y se moja excitado.

Le colocas bien la cabeza para que respire sin problemas y te la follas a placer, agarrado a su culo entras una y otra vez, cada vez más rápido hasta que estás apunto de correrte.

Te paras jadeando y separas sus cachetes. Ante ti destaca blanco y perfecto el pequeño y virginal ojete del culo. Mojas con los flujos que salen de su coño tus dedos y lo recorres hipnotizado con ellos. Al meter uno de tus dedos observas como el esfínter se contrae estrujándotelo y te maginas que lo que está estrujando es tu polla.

No te lo piensas dos veces y guías tu polla dentro del culo de la joven. Cristina grita en sueños paralizándote por un momento pero los suaves ronquidos que emite a continuación te envalentonan y le metes la polla hasta el fondo.

El esfínter de la joven se contrae furiosamente y tu disfrutas de cada estrujón mientras te mueves con suavidad dentro de ella. Continuas penetrando el cuerpo flácido y delicado hasta que no puedes aguantarte más y te corres dentro de su culo, los chorros de semen caliente llenan sus entrañas mientras tu gimes loco de placer. Estas a punto de dejarte caer sobre ella pero te das cuenta de la situación en el último momento y te apartas.

Te vistes rápidamente y la vuelves a meter en la cama arropándola con cuidado. Tres minutos después estás saliendo de la casa con una sonrisa de lobo pintada en la cara. Jamás habías hecho algo así y te sientes a la vez sucio y orgulloso. A ver si tu colega supera eso.

Además, piensas divertido que lo más probable es que la mujer se levante al día siguiente con un palpitante dolor de cabeza y un fuerte escozor en el ano preguntándose qué demonios pasó la noche anterior.

FIN

27

Tras llamarte cabrón sin escrúpulos solo por haber pensado en follarte a una mujer inconsciente abres la cama, metes el delicioso cuerpo de Cristina y después de asegurarte de que esta cómoda la dejas durmiendo la mona.

De vuelta a casa no sabes si reír o llorar ante la estúpida noche que has pasado. Lo único que sabes es que con el calentón que llevas, pondrás una peli de Lisa Ann en el DVD y te la pelaras hasta dejarte la polla en carne viva.

Te despiertas al día siguiente con un solo pensamiento en la cabeza, borrar tu perfil en la página de contactos y olvidarte de experimentos. Tienes que admitirlo, has nacido para estar solo.

Abres el ordenador y al entrar en tú perfil ves que tienes un mensaje de Cristina, estás a punto de borrarte de la página sin leerlo pero al final decides que debes darle a la chica la oportunidad de disculparse.

“Hola, no sabes cuánto siento todo lo ocurrido ayer. Pensaras que soy gilipollas o una alcohólica pero la verdad es que normalmente no soy así. Ayer tuve un día terrible en el trabajo y cuando llegue al bar estaba tan nerviosa que se me ocurrió beber un par de copas para calmarme antes de que llegaras, el problema es que casi nunca bebo alcohol y se me subió a la cabeza. No sabes cuánto te agradezco la manera en que me trataste. Cualquiera en tu lugar me hubiese dejado tirada o se hubiese aprovechado de mí, pero amanecí cómodamente arropada en mi propia cama. Sé que no lo merezco, pero si quedamos otra vez te prometo que pasarás una noche difícil de olvidar. Sé que has visto mi cuerpo desnudo, lo que no has visto es lo que soy capaz de hacer con él”

Cristina termina el mensaje con unos emoticonos de besitos y corazoncitos y un selfie en el que aparece estrujándose uno de sus pechos y levantándolo como si quisiese acercarse el pezón a la boca.

Te lo piensas un rato con detenimiento y tras sopesarlo, decides que vas a darle una segunda oportunidad a la muchacha, después de todo tienes que reconocer que no puedes sacarte de la cabeza la imagen de Cristina desnuda e indefensa tirada sobre la cama. Quizás hasta haya suerte y en la próxima cita te la pases caballerosamente por la piedra.

FIN

28

Convencido de que eso de follar es de obreros, te pones cómodo y dejas que sea ella la que tome las riendas. Con una sonrisa observas como la joven coge tu polla y gimiendo se ensarta con ella. Cristina empieza a cabalgarte lentamente entre gemidos y jadeos mientras tu admiras su cuerpo y acaricias sus tetas que se bambolean al ritmo de las sacudidas de su pelvis. Poco a poco va aumentando el ritmo hasta convertirlo en una cabalgada salvaje. La joven grita y se retuerce los pezones con violencia hasta que asaltada por un orgasmo brutal se derrumba sobre ti. Como si quisiese coger aliento estira un brazo hacia la mesita y se vuelve a incorporar violentamente produciéndote un intenso placer. Justo en ese momento abres los ojos y ves como la joven se abalanza sobre ti empuñando el afilado abrecartas.

¿Tienes una moneda a mano?

Si te sale cara ve a 36

Si te sale cruz ve a 37

29

Antes de que ella pueda reaccionar coges su liviano cuerpo y lo apartas de ti. Te incorporas e intentas darle la vuelta, pero ella se resiste y se escurre como una anguila. Al fin consigues dominarla y la pones a cuatro patas sobre la cama. Te insulta e intenta zafarse una última vez pero finalmente se rinde y puedes observar a placer su cuerpo sudoroso y jadeante aguardar sumiso.

Llevado por un impulso irrefrenable acercas la punta de tu polla a su culo y se lo acaricias con ella. Cristina protesta y te advierte que no se te ocurra, pero ya no puedes parar y después de ensalivarte la polla la hundes en el estrecho agujero.

Cristina grita te llama bujarrón y cosas peores mientras se mueve enfurecida aumentando tu placer. Tras unos segundos alojas la polla en el fondo de su culo. Cristina vuelve a gritar y tensa todo su cuerpo. Tú paras unos instantes y adelantando tu mano le acaricias el sexo mientras comienzas a moverte con suavidad en su interior. En pocos segundos los insultos son sustituidos por gemidos de placer y súplicas para que le des más duro. No te haces de rogar y le rompes el culo con todas tus fuerzas. Cristina gime y se retuerce extasiada mientras tú, incapaz de aguantar más, te corres inundando su culo con tu leche caliente y espesa. Sigues empujando unos segundos más hasta que el cuerpo de la joven se contorsiona atravesado por relámpagos de intenso placer. Te derrumbas en la cama abrazando a Cristina por la espalda. Haces el amago de retirar tu polla pero ella te pide melosa que se la dejes dentro un poco más. Agotados y jadeantes os dejáis vencer por el sueño mientras piensas que, a pesar de que está un poco loca, podrías enamorarte de ella.

FIN

30

Sin esperar más agarras a la joven por las caderas y la volteas a la vez que te agachas y metes tu cabeza entre sus piernas. Melina separa sus piernas y adelanta sus caderas. Su coño se abre mostrando su interior cálido y rosado contrastando con su piel oscura como una flor en medio del desierto.

Te dejas de poesías y te lanzas sobre él lamiendo y chupando como un poseso, golpeando su clítoris tan rápido y con tanta fuerza con tu lengua que Melina se ve obligada a doblarse con el placer . En ese momento aprovechas para introducir tu dedo corazón en su estrecho culo. La joven suelta un largo gemido y se yergue de nuevo totalmente sometida a tus caricias.

Sientes que ya está preparada y poniendo una de sus piernas sobre tu hombro te pones de pie y penetras su deliciosos coño. Ahora no le das cuartel y empujas con todas tus fuerzas agarrando su delicado cuello con las dos manos.

Melina no aguanta más y se corre mientras tú muerdes y acaricias la pierna color chocolate que se estremece descontrolada sobre tu hombro.

Por fin la joven se recupera y agachándose se mete tu polla en la boca. Sus labios y su lengua son sabios y hábiles y ahora eres tú el que se dobla sobre la cabeza de tu amante mientras eyaculas en su boca.

Melina se traga tu leche golosa y sigue chupando hasta que tus gemidos y tu semen se agotan por completo.

Tres meses después.

Te sientas en el incómodo asiento de madera y miras a tú alrededor. El juzgado es amplio y luminoso adornado profusamente con madera. En el estrado el juez observa cómo Melina, tan elegante y segura de sí misma como siempre, destroza al testigo de la acusación ante la atenta mirada de un narco colombiano con aspecto de chuloputas.

—Esa es mi chica — dices con orgullo al hombre que tienes a tu lado.

—Felicidades, —responde con acritud— el hombre al que va a conseguir librar de la cárcel mató a mi hijo de una sobredosis…

Te callas un poco abochornado pero vuelves a mirar a la joven y te olvidas de todo. Finalmente acaba la sesión y mientras todos recogen, tú te acercas a ella por detrás y sorprendiéndola le das un salvaje beso de tornillo haciendo que los aun presentes se mueran de envidia o eso crees tú.

—¿Que tal una comida? —dices cogiendo aire— He reservado mesa en un restaurante aquí cerca…

FIN

31

Le miras a los ojos un segundo y a continuación ella apoya sus manos en la pared, retrasa su culo y abre las piernas. Ves su sexo abierto con un hilo de flujos resbalando por él y estás a punto de penetrarla de nuevo cuando ves el pequeño orificio de su culo, redondo, estrecho, invitador…

No te lo piensas y cogiendo tu polla la guías al culo y se la metes de un solo golpe. Melina intenta gritar y se mueve enloquecida pero tú le tapas la boca y le inmovilizas con el peso de tu cuerpo. Sientes como el esfínter de su ano se contrae intentando expulsarte provocándote un intenso placer. Con suavidad empiezas a moverte y con la mano libre acaricias el clítoris de Melina hasta que la joven comienza a sentir algo más que el escozor producido por tener un objeto duro y caliente en sus entrañas. Lentamente continuas sodomizándola disfrutando de cada centímetro de su angosto culo.

—¡Cabrón! —susurra ella —está me la pagas.

Tú ignoras la amenaza y sigues perforándola inclemente. Los gemidos de la joven empiezan a hacerse más intensos y sus manos se juntan con las tuyas en su pubis. Notas como la excitación crece en los dos e intensificas el ritmo de tus embates hasta convertirlo en una salvaje cabalgada que termina cuando ella se corre y sus movimientos descontrolados son el último estimulo para que te corras a su vez y eyacules llenando su culo con el calor de tu semen.

—Buf ¡El mejor polvo de mi vida! —dices tú metiendo tu colita en los calzoncillos.

—¡Hijo de puta! —dice ella colocándose el vestido y dándote un bofetón— Espero que te haya merecido la pena.

Satisfecho te colocas la corbata y observas a la mujer salir de los baños a toda prisa con un rictus de dolor.

Tres meses después…

—¿El jurado ya tiene un veredicto? —pregunta el juez con gesto severo.

—Si señoría, declaramos al acusado culpable de violación y sodomía y recomendamos que se le imponga la pena más dura posible.

—Gracias pueden retirarse. —responde el juez asintiendo—¡Qué se levante el acusado!

Hasta el último momento has tenido esperanzas de que todo esto fuese un mal sueño pero nadie va a venir a sacarte de este lío y escuchas con el corazón encogido como el juez te manda dieciocho años y un día al trullo mientras Melina sonríe satisfecha.

FIN

32

Mantienes unos segundos más tu polla en el fondo de su garganta y te corres abundantemente en ella. El semen llena su boca y desborda de ella mientras tu disfrutas del calor y la suavidad de su garganta. Finalmente sacas la polla y ella puede al fin respirar tosiendo y escupiendo los restos del semen que no ha podido tragar.

Echando chipas por los ojos se levanta y te da una sonora bofetada. Con un “maldito cabrón” lleno de inquina se viste a toda prisa y se larga de tu casa, es probable que no la vuelvas a ver, pero no todos los días se jode a un abogado, piensas satisfecho mientras abres el ordenador buscando otro nuevo chocho que joder mañana.

FIN

33

Estás casi a punto de correrte, durante un instante fantaseas con hacerle tragar toda tu leche cremosa y caliente, pero finalmente crees que la chica merece la pena y apartándole suavemente te corres sobre su cuello y sus pechos.

El semen sale disparado de tu polla impactando con fuerza sobre el pecho y el cuello de Melina que grita excitada como si tu leche le abrasara. Su blancura contrasta con la oscura piel de los pechos de la joven. Con un gesto lascivo la joven mulata recoge un poco del semen y juega con él, hace dibujitos y se lo mete en la boca saboreándolo sin dejar de mirarte y hacerte morritos.

Tres meses después.

Te sientas en el incómodo asiento de madera y miras a tú alrededor. El juzgado es amplio y luminoso adornado profusamente con madera. En el estrado el juez observa como Melina, tan elegante y segura de sí misma como siempre, destroza al testigo de la acusación ante la atenta mirada de un narco colombiano con aspecto de chuloputas.

—Esa es mi chica — dices con orgullo al hombre que tienes a tu lado.

—Felicidades, —responde con acritud— el hombre al que va a conseguir librar de la cárcel mató a mi hijo de una sobredosis…

Te callas un poco abochornado pero vuelves a mirar a la joven y te olvidas de todo. Finalmente acaba la sesión y mientras todos recogen tú te acercas a ella por detrás y sorprendiéndola le das un salvaje beso de tornillo haciendo que los aun presentes se mueran de envidia o eso crees tú.

—¿Que tal una comida? —dices cogiendo aire— He reservado mesa en un restaurante aquí cerca…

FIN

34

—¡Serás hijoputa! ¡Puto maricón de mierda! —estallas con tú polla aun en su interior— ¿Cómo te atreves?

Justo en ese momento unos pasos se adentran en el callejón y una linterna os enfoca cegándoos.

—Teniente Smallbird. Policía Nacional. ¿Qué demonios pasa aquí?

Abochornado te retiras rápidamente del culo de Úrsula, pero ya es demasiado tarde y el policía aprecia con una sonrisa torva la polla semierecta que pende bajo el extremo de la falda de Úrsula.

—Vamos Dani, ven a ver esto. Dos bujarrones se estaban dando pal pelo en el callejón—grita el madero.

—Perdone teniente, se lo puedo explicar todo —dices intentando salvar la situación mientras Úrsula se coloca la falda y el corpiño.

—No se preocupe, va a tener tiempo de sobra en la comisaría. Dese la vuelta y ponga las manos contra la pared. Quedan detenidos por escándalo público.

Esperas que el hombre saque una libretita y te lea sus derechos, pero en realidad te cachea con brusquedad y cuando intentas moverte asqueado te sacude un doloroso puñetazo en los riñones.

Antes de que te des cuenta estas esposado y sentado en el coche patrulla al lado de tu Úrsulo, aguantando los groseros chistes de los dos policías mientras te llevan a comisaría.

Doce horas después…

—Hola mamá…

—Sí, estoy detenido…

—No, no es lo que tú crees mamá… —respondes cagándote en el hijo de puta del poli que te ha pasado el teléfono, no sin antes contar con detenimiento a tu madre lo que el niño de sus ojos estaba haciendo en un callejón y con quién.

—No, no soy…

—¿Me quieres escuchar? …

—Ya sé que me quieres y me aceptas tal como soy, pero no necesito que me organices una cita con el vecino del quinto…

—¡Joder mamá! ¿Quieres dejar de soltar chorradas y venir a pagar la fianza antes de que alguna animal de estos me sodomice o algo peor?…

FIN

35

Pasan uno segundos, Úrsula tampoco se mueve paralizada en la misma postura forzada, casi sin respirar esperando un alud de insultos o algo peor, pero tras pensarlo unos segundos descubres que nunca has disfrutado tanto con una mujer como estas disfrutando con ella, así que comienzas a moverte de nuevo en su interior.

Úrsula emite un suspiro de alivio y volviendo la cabeza te mira con una dulzura que no esperabas, a la vez que aprieta el culo para intensificar tu placer.

Tú la follas salvajemente a la vez que empiezas a sacudir su miembro con suavidad. Tras unos segundos los dos os corréis a la vez. Inundas su culo con tú leche espesa y caliente en medio de los largos gemidos de placer de la chica… el chico… lo que sea.

Úrsula se da la vuelta y te besa y deja que le acaricies y le chupes sus preciosos pechos mientras se coloca el miembro y se baja la falda.

—Lo nuestro no puede funcionar —dice Úrsula mientras salís del callejón cogidos de la mano.

—¿Por qué no?

—Pues primero porque no soy pelirroja natural —dice Úrsula.

—No me importa.

—Y fumo. Fumo muchísimo.

—Me es igual. —dices tú siguiendo con la broma.

—Tengo un horrible pasado. Desde hace tres años estoy viviendo con un saxofonista.

—Te lo perdono.

—Nunca podré tener hijos.

—Los adoptaremos.

—No me comprendes. ¡Soy un hombre!

—Bueno, nadie es perfecto.

THE END

36

La joven aúlla como una poseída y descarga el abrecartas con todas sus fuerzas. Tienes suerte y en el último instante te mueves lo justo para que el abrecartas te pase rozando las costillas abriendo un largo pero inofensivo corte en el costado.

Frustrada, Cristina levanta de nuevo el abrecartas pero ya no tiene nada que hacer le coges la muñeca y retorciéndosela le obligas a soltar el abrecartas. Con tu polla aun dentro de ella te yergues.

Ella te araña e intenta golpearte y tú, harto, te giras como un lanzador de pesos y la lanzas con todas tus fuerzas contra la pared. La joven sale volando y tras estamparse boca abajo contra la pared cae de cabeza y golpea el suelo con un ominoso crujido. No hace falta un médico para saber que la sangre que sale de sus oídos no es buena señal.

¿Qué haces?

¿Sales pitando de la casa? ve a 38

¿O te paras un momento a pensar? ve a 39

37

Instintivamente intentas levantar tus brazos para protegerte, pero es demasiado tarde, La jovencita clava con todas sus fuerzas el abrecartas una y otra vez en tu pecho a la vez que se clava una y otra vez tu polla en su coño. Sientes como la vida se te escapa por las profundas heridas mientras ella sigue apuñalándote hasta romper el arma contra una de tus costillas. Tu cuerpo hace un último esfuerzo por perpetuarse y eyaculas en el coño de Cristina justo antes de que tu corazón deje de latir.

Cristina sigue cabalgándote unos segundos con su cuerpo cubierto de sangre hasta que se corre con un alarido delirante y un instante después todo se vuelve negro para ti, para siempre.

***

El teniente Smallbird apaga el cigarrillo en el marco de la puerta y entra en el escenario del crimen.

—¿Qué tenemos?

—Dos fiambres y un testigo catatónico. —responde el policía que ha llegado primero a la escena del crimen.

—Cuéntame. —le pide Smallbird al agente mientras le sigue hasta la habitación.

—A las cinco de la mañana acudimos a la llamada de un vecino denunciando una pelea en esta vivienda. Entramos y nos encontramos a este —dice el agente señalando tu cuerpo cosido a puñaladas encima de la cama— y a esta —dice señalando ahora a Cristina que está acurrucada en una esquina de la habitación con el mango del abrecartas en la mano y dándose ligeros golpes contra la pared.

—Tras llamar a Homicidios hicimos una somera inspección del lugar y encontramos un segundo cadáver metido a trocitos en el congelador.—continua el agente echando un vistazo a sus notas— Hicimos unas averiguaciones en el vecindario y mediante una descripción de la cabeza del cadáver troceado, averiguamos que es la dueña del piso… Una tal Cristina Camacho empleada de banca.

—Vaya, esto se pone cada vez más interesante. —dice el teniente.

—Pues eso no es todo. —dice el forense acercándose—Le tome las huellas al señorita, las envié a la central y ya tenemos un resultado.

—Dios bendiga al inventor del Smartphone. —dice el teniente.

—Amen. —responden los presentes al unísono siguiendo una vieja broma del departamento.

—El caso —continua el forense con el ambiente más relajado—es que la presunta asesina se llama Carola Lago, era enfermera en el hospital Virgen del Rocío y fue detenida hace tres años por asesinar a treinta y dos viejecitos.

—¿Y que hace corriendo por ahí?—pregunta el detective mosqueado.

—Al parecer el abogado defensor fue hábil y la muchacha terminó en un centro psiquiátrico. Hace tres semanas, con los recortes, hicieron limpieza en el sanatorio y largaron a la joven de allí por buen comportamiento, eso sí, con la obligación de tener que tomarse seis pastillas diarias.

—Ya veo, el resto me lo puedo imaginar. Se encontraría con esta pobre mujer, se las arreglaría para que la llevase a casa y luego la asesinó y suplantó su identidad. —dice Smallbird cogiendo un cigarrillo y poniéndoselo en la boca sin encenderlo.

Buen trabajo chicos, ¡Hay que joderse! —dice el teniente echando un último vistazo a tu cadáver antes de dirigirse a la comisaría para rellenar un millón de papeles— Ya no se puede salir a echar un polvo tranquilamente, deberían rodar las cabezas de los imbéciles que dejaron salir a esa tía …

FIN

38

No te lo piensas ni un segundo y recoges tu ropa a toda prisa. Te lavas la herida del costado en el baño y te vistes a la carrera. En cinco minutos estás en el coche camino de tu casa un poco más calmado. Cuando llegas a casa borras tu perfil de la página de contactos y te acuestas deseando que lo que ha pasado no sea más que un mal sueño.

***

El teniente Smallbird apaga el cigarrillo en el marco de la puerta y entra en el escenario del crimen.

—¿Qué tenemos?

—Un fiambre —dice el policía que ha llegado primero al lugar del crimen señalando el cadáver.

Smallbird mira y hace una mueca de disgusto al ver a la joven muerta, apoyada boca abajo contra la pared y con las piernas y el sexo abiertos y a la vista de todos.

—¿Sabemos que ha pasado? —pregunta el detective husmeando con la punta de su bolígrafo de oro entre la ropa de cama.

—Al parecer urgencias recibió a eso de las cinco el aviso de un fuerte pelea en el lugar. Acudimos lo más pronto posible pero la chica ya estaba muerta y el pájaro había volado.

—Al parecer no lo va a hacer muy lejos. —replica el teniente levantando una cartera caída en el suelo—El asesino se debió ir con tanta prisa que no se dio cuenta de que la cartera con su DNI y carné de conducir se le había caído del bolsillo.

Me encantan los casos fáciles —piensa Smallbird con una sonrisa mientras marca el número del juez Torres para pedir una orden de detención.

FIN

39

Tú primer impulso es salir echando chispas de allí, pero te lo piensas un poco mejor y decides que es mejor borrar tus huellas. Coges a la joven y la metes en la bañera, te pones unos guantes de goma que encuentras en la cocina y lavas bien su cuerpo haciendo especial hincapié en sus uñas y su boca y a continuación haces lo mismo con tu herida, luego la colocas de manera que parezca que ha resbalado y se ha partido la crisma ella sola. A continuación retiras la ropa del la cama y la sustituyes por ropa nueva que encuentras en un cajón. Tras hacer la cama te vistes procurando no olvidarte de nada. Con un gesto de disgusto recoges tu cartera del suelo donde has estado a punto de dejarla olvidada. Finalmente pasas la aspiradora por todos los lugares de la casa donde has pasado y le quitas la bolsa.

En una bolsa de basura metes la ropa de cama, el abrecartas con tu sangre, la bolsa del aspirador y el trapo con el que has limpiado tus huellas. Justo antes de salir tienes una inspiración y vas de nuevo al baño, enciendes la luz y abres el agua caliente.

Sales de la casa y metes la bolsa de basura en el maletero. Arrancas justo cuando ves aparecer unas luces de color azul por el fondo de la calle.

Más tranquilo, paras a medio camino y te deshaces de las pruebas en distintos contenedores antes de llegar a casa.

Cuando finalmente entras en la habitación te acercas al ordenador y estás apunto de borrar tu perfil, pero te das cuenta de que eso es inútil, además siempre puedes decir que fuiste un caballero y la dejaste en casa. En cambio programas un viaje a Cuba de quince días para dentro de dos días y así cuando vuelvas te habrán cicatrizado los arañazos.

Más tranquilo te tumbas en la cama, durante un instante te preguntas si podrás vivir con los remordimientos, pero luego recuerdas que aquella majadera ha estado a punto de matarte y tratas de relajarte y no pensar más en ello.

***

El teniente Smallbird apaga el cigarrillo en el marco de la puerta y entra en el escenario del crimen.

—¿Qué tenemos?

—Un fiambre —dice el policía guiándole hasta el baño.

—¿Sabemos qué ha pasado?

—Al parecer urgencias recibió a eso de las cinco el aviso de un fuerte pelea en el lugar. Acudimos lo más pronto posible y nos encontramos a la chica muerta.

—Todo indicaría que ha sido un accidente salvo por la llamada —dice el detective.

—Y porque las heridas que presenta no coinciden con las de un resbalón en la ducha. —añade el forense colocándose las gafas.

Tras la conversación, Smallbird echa un vistazo por la casa y descubre que todo está limpio y en perfecto orden. No hay signos de lucha y ni siquiera hay polvo sobre las mesillas. Demasiado limpio. Aunque no le cabe duda de que la joven ha sido asesinada, sabe que va a ser difícil pillar al asesino y aun más condenarlo.

FIN

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

alexblame@gmx.es

Relato erótico: “La diputada” (POR ALEX BLAME)

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-Hola, señor Pérez, bienvenido. Estoy encantada de que haya aceptado mi oferta de trabajo. Ahora que soy diputada y portavoz de mi partido necesito que le dé un poco de lustre a mis ideas. He seguido su carrera en internet y estoy convencida de que eres el hombre que necesito. Sabes que no puedo pagarte mucho, somos un partido modesto, pero estoy convencida de que te sentirás a gusto con nosotros.

-Gracias Sra. Márquez es un honor trabajar para usted y después de llevar tres años en el paro agradezco la oportunidad que me está dando. No creo que haya sido fácil decidir contratar a un escritor de relatos eróticos.

-Tonterías hay verdadero talento en su forma de escribir y nadie puede asociarle a ese nick. ¿Verdad? -dijo la diputada con un deje de inseguridad.

-Por supuesto, además me he retirado temporalmente y he quitado todos los relatos. -me apresuré a responder- En esta página desaparecen de vez en cuando los autores, cambian de nick o se mudan a otra página y se llevan sus bártulos. Le aseguro que no tiene de que preocuparse señoría.

-Llámame Marta por favor. Vamos a pasar mucho tiempo juntos así que déjate de formalidades cuando estemos aquí -dijo ella con la misma roja y seductora sonrisa que le había procurado el escaño.

Me retiré a un pequeño despachito sin ventanas que me habían habilitado para trabajar, para una diputada nada más y nada menos. Estaba en el medio del meollo y me encantaba.

Doble M como la llamaban, era una mujer que sabía lo que quería. Había empezado en un partido pequeño, desde abajo y había ascendido meteóricamente hasta conseguir un puesto como número uno en las listas por la provincia de Valencia consiguiendo un escaño contra todo pronóstico. Unos decían que gracias a su carisma y su inteligencia, mientras que las malas lenguas que, como os podéis imaginar, en esta letrina abundan, decían que había sido gracias a su atractivo y al Photoshop.

Márquez no era muy alta pero el pelo largo, la figura curvilínea y una sonrisa de labios gruesos y sugerentes hacía que los diputados se diesen la vuelta cuando ella pasaba taconeando con sus Manolos por los pasillos del hemiciclo. Tenía la nariz pequeña y respingona, los ojos verdes y grandes, el cabello negro brillante y siempre iba impecablemente vestida.

Ahora que el gobierno estaba de nuevo en crisis, su pequeño partido, con sus cinco escaños, era la bisagra que permitía la gobernabilidad.

Los dos grandes partidos que se disputaban el poder la habían cortejado con descaro pero ella, consciente de que firmar un acuerdo con ellos era atarse una piedra al cuello se había abstenido de la lucha y sólo se comprometió a apoyar los proyectos del partido en el gobierno si estaban de acuerdo con las necesidades de sus votantes. Y en esta posición de delicado equilibrio, siempre al filo de la navaja, me había contratado para salir al paso de las acusaciones de un partido temeroso de perder su poder y otro rabioso por no haber podido conseguirlo.

-¿Qué tal? ¿Ya te has instalado? -preguntó la secretaria de la diputada alargando la mano- Soy Rosa. Bonito escobero. -dijo señalando mi minúsculo despacho.

-Hola, aun me estoy instalando -dije estrechándole la mano- ¿Dónde crees que debería poner la pista de Pádel?

-Ja, Ja. Muy bueno. Parece que tienes sentido del humor, te va a hacer falta. Toma -dijo poniendo una pila de periódicos del tamaño de la Torre de Pisa – entre tus tareas está revisar la prensa todas las mañanas y hacer un resumen de la actualidad y otro de las noticias que podrían afectar tanto al partido como a la diputada.

-Gracias Rosa.

El enorme montón de periódicos no me arredró. Repasaba los titulares en los periódicos y cuando encontraba uno interesante buscaba la noticia en internet con la tablet y usaba el sprtiz* para leerla a toda leche y hacer un resumen. Terminé echando un vistazo a los artículos de opinión, hice un resumen y se lo envié a mi nueva jefa por e-mail.

Al poco rato recibí una respuesta de mi jefa pidiéndome más detalles sobre un par de noticias referidas a la nueva ley de educación que estaba preparando el gobierno y me pasó el borrador de una declaración que pensaba hacer al respecto de un compañero del hemiciclo, muerto recientemente en un accidente de tráfico cuando conducía borracho como una cuba.

Terminé todo el trabajo y le envié la declaración para que la revisara. Cuando me dio el O.K. abandoné mi cuchitril y me fui a estrenar la cantina del congreso. Al ver el precio de los cubatas entendí lo del accidente de tráfico. Con el estado subvencionándote el setenta por ciento del precio de la copa hasta yo tuve la tentación de cepillarme cuatro o cinco antes del almuerzo.

Era casi el mediodía cuando volví a subir. Eché un vistazo a mi tablet y no vi ningún correo urgente así que me acerqué hasta la oficina de Rosa, un cuartucho poco más grande que el mío y con un pequeño ventanuco que daba a un patio de luces.

-Hola Rosa. No me habías contado lo de tu vidriera. -dije devolviéndole la puya de la mañana a la joven.

-Ya se acercará el verano y cuando tu cuartucho esté a cuarenta y dos grados vendrás corriendo a coger aire.

-¿Dónde está la jefa?

-Ha ido a su escaño, creo que hay una votación.

-¿Qué opinas de ella?

-Que tiene más pelotas que todos los ministros juntos. Les ha parado ya tres leyes a esos mastuerzos y les está obligando a todos los diputados a hacer algo a lo que no estaban acostumbrados, ¡Ahora los diputados tienen que negociar y hacer política!

-Veo que la admiras mucho.

-Es muy dura, creo que está cambiando la forma de hacer las cosas aquí.

-Espero que tengas razón.

El resto de la jornada matinal transcurrió lentamente sin nada que hacer. A las tres de la tarde bajé con Rosa a la cantina y comimos el menú del día mas espléndido que había comido jamás por menos de cuatro euros. La cosa me divirtió y a la vez me indignó consciente de que probablemente había niños que pagaban más por comer una basura inmunda a poca distancia de allí.

Marta apareció por fin a las cuatro de la tarde tan lozana como siempre y nos despidió no sin antes felicitarme por la nota de prensa.

Llegué a casa cansado pero satisfecho. El día había ido mejor de lo que esperaba y la felicitación de Marta me había dado la seguridad suficiente para terminar de convencerme de que era capaz de realizar este trabajo.

Las semanas siguientes fueron de una actividad frenética. La nueva ley de educación que estaba elaborando el gobierno estaba casi terminada y el ministro de educación y el jefe de la oposición se pasaban a cada momento por el despacho para presionar, halagar o amenazar según lo requiriese el momento. Marta impasible les atendía y les señalaba puntos que según su criterio debían ser modificados. Todos salían del despacho invariablemente insatisfechos.

Mi admiración por la mujer aumentaba con cada gesto agriado y con cada comentario soez que expresaban aquellas sabandijas al salir de su despacho.

Aquel jueves en que todo ocurrió el pleno se había alargado por el empecinamiento de un diputado en hacerle al gobierno una pregunta sobre la financiación de su partido que llevó a la típica, larga y tediosa sesión de acusaciones y contraataques que como siempre no llevaba a ningún sitio pero que quedaba muy bien delante de las cámaras.

Rosa tuvo que irse a mediodía porque tenía que llevar a su hija al médico con lo que me quedé yo para cuidar el fuerte. Me las arreglé como pude para atender el teléfono y para cuando Marta llegó con cara de cansancio eran ya casi las diez.

Yo la seguí como hacia Rosa habitualmente con un montón de notas de las llamadas pendientes. Antes de que abriese la boca, me hizo una seña de que esperase, se sirvió un Whisky y con un suspiro de alivio se sentó poniendo los pies sobre la mesa del despacho.

-Adelante -dijo Marta resignada mientras daba un corto sorbo a la copa.

-¿Un día duro Señoría? -pregunté respetuoso.

-Pandilla de borricos, lo único que les interesa son los titulares y chupar cámara. -dijo con aire de resignación – ¿Qué tienes para mí?

-Poca cosa, el ministro de educación a llamado tres veces quiere concertar una cita mañana o pasado a lo más tardar para discutir tus sugerencias. Habló de un almuerzo de trabajo en el Ritz.

-Que pesado La Virgen, mira que le tengo dicho que las reuniones deben ser o en su despacho o en el mío, pero no hay manera. En fin ya le llamaré ¿Qué más?

-El jefe de la oposición también llamó diciendo que tenía algo muy importante que contarte…

-Sí, lo de siempre, ese parece un presentador del Sálvame, con tal de llamar mi atención y cortejarme se inventa las noticias, lo llamaré mañana.

-También hay varias llamadas de empresarios y particulares de un municipio de Valencia, ¿Alderna puede ser? que están sufriendo cortes de luz. Se quejan de que la red está en un estado ruinoso y que con el aumento de población veraniego se temen que los apagones sean más graves. El alcalde y la diputación como son del gobierno y tienen órdenes de no alborotar no han hecho nada.

-Buf, lo de siempre, dejaré una nota a Rosa para que llame a alguien de Vía Eléctrica que me pueda explicar lo que pasa.

-Perfecto y una última llamada hace nada del presidente de la comisión de interior para cenar algo en La Bola.

-¡Qué asco! Con tomar algo, ese gordo seboso se refiere a cepillarse un cocido y que luego se la chupe. Aún no entiendo que he hecho para que considere que tiene alguna posibilidad conmigo. El ochenta por ciento de esos mastuerzos se deben creer que soy una secretaría dispuesta a hacerles una mamada cuando a sus señorías se les antoje.

-Eso es todo jefa. desea algo más.

-No gracias, ya te puedes ir, hoy ha sido un día realmente largo. -dijo quitándose los zapatos con un suspiro.

-¿Le duelen los pies? -pregunté yo respetuosamente.

-Después de diez horas encaramada a esos tacones, por muy cómodos que sean…

-¿Quiere un masaje? No soy malo del todo haciéndolos.

-No sabes cuánto te lo agradecería, tengo los pies que no los siento.

Sin esperar una nueva invitación cogí una de las pesadas sillas que había para las visitas y la coloqué al lado de la diputada. Marta posó sus piernas sobre mis rodillas y cerró los ojos. Un suspiro de alivio fue la única reacción cuando mis manos agarraron sus pies.

Aún a través de las medias pude sentir la suavidad de los pies de Marta. Unos pies finos y pequeños, con dedos largos y regulares y un puente marcado. Tenía las uñas pintadas de color rojo y un anillo en el dedo corazón del pie derecho.

-¿Qué opinas de los políticos? -dijo ella empezando a relajarse.

-Que últimamente se les da mejor crear problemas que resolverlos, -dije yo presionando con mis dedos en la planta del pie- Que a pesar de todas las muestras de hastió que muestra la población hacia ellos, siguen pensando que la gente los ve como niños traviesos pero que en el fondo los estiman por qué no dejan de pedirles favores. Y están muy equivocados. Cómo no se espabilen les va a estallar todo en la cara.

Tras la respuesta Marta se quedó callada pensando. Yo seguía masajeando sus pies, atento a sus gestos para saber los puntos donde debía actuar con más insistencia. De vez en cuando ella suspiraba de alivio y se movía. Mis ojos no podían evitar entonces recorrer sus piernas y atisbar bajo su falda.

Con un movimiento que trató de parecer lo más natural posible adelanté mis brazos y pasé mis manos con suavidad sobre sus piernas. Sus gemelos acalambrados se relajaron casi instantáneamente a mis caricias.

-¿Y qué opinas de mí?

-Que eres una mujer que sabe lo que quiere. Que llevas poco tiempo en política. Que no pareces deber nada a nadie y que pareces inusualmente honesta.

-¿Parezco? -preguntó ella con una sonrisa sensual.

-Sí , con los políticos nunca se sabe, pero contigo estaría dispuesto a poner la mano en el fuego…

-¿Pues por qué no lo haces? -preguntó ella cogiendo mi mano y metiéndola bajo su falda.

Yo, caliente como un burro, no me hice esperar. Me incorporé y acariciando el interior de los muslos de la diputada le di un beso. Marta respondió con avidez recorriendo mi boca con su lengua mientras me alborotaba el pelo con sus manos.

Cuando mi mano se abrió paso entre sus muslos y acaricié su sexo, ella respondió apretando su cuerpo contra el mío con un gemido de deseo. Con un tirón apresurado le quité la chaqueta y le abrí al blusa. Mis manos se desviaron momentáneamente de sus piernas y se cerraron sobre sus pechos. Cuando me di cuenta había sentado a Marta sobre el escritorio y estaba besando y magreando su cuerpo. Marta gemía excitada y jadeaba reaccionando a cada caricia como si fuese una corriente eléctrica.

Una vez más metí las manos bajo su falda y fui subiendo por sus piernas. Acaricié su culo terso y redondo y agarrando los pantis tiré de ellos hacia abajo para sacárselos. Aproveché para acariciar cada milímetro de aquellas piernas tersas y maravillosas. Marta se tumbó sobre el escritorio y dejó que las besase y las lamiese mientras suspiraba de placer.

Me entretuve en los pies, besé sus tobillos y recorrí sus dedos con mi lengua y los mordisqueé arrancándole pequeños grititos.

-Ven -dijo ella liberando sus pies de mis caricias y abriendo sus piernas. La falda resbaló hasta su cintura dejando a la vista un tanga de seda azul oscuro húmedo de deseo.

Obediente me incliné entre sus piernas y a apartando el minúsculo trozo de tejido acaricié su sexo con mis labios. Con mi lengua recorrí su vulva cubierta por una fina pelusilla oscura y termine chupando su clítoris. Marta arqueó su cuerpo y gritó de placer.

-Así, más. ¡Me gusta! -exclamó.

Ajeno a sus gritos, con la sangre hirviéndome de deseo chupaba y lamía a la vez que exploraba con mis manos su sexo, sus muslos, su culo. Quería comerme ese cuerpazo a besos.

Marta sonrió al ver mi cara congestionada y se incorporó para hurgar en mi bragueta. Mi polla ya estaba caliente y dura como una piedra antes de que sus manos frescas la tocaran.

Rápidamente me deshice de pantalones y calzoncillos y ella pudo por fin verla y jugar un poco con ella. La agitó y la acarició arrancándome un gemido de placer. Con un suave tirón la acercó a su sexo y se lo acarició con ella. Yo gemí e intenté penetrarla pero ella me lo impidió con una sonrisa y besó mi gesto frustrado mientras se seguía acariciando su coño hirviente y rebosante de flujos.

Con todo mi cuerpo contraído por el deseo, la diputada guió mi polla a su interior poco a poco con deliberada lentitud. Cuando finalmente retiró la mano le clavé el resto de mi polla de un solo empujón. Marta gimió y se estremeció agarrada a mis caderas preparándose para mis embestidas.

Yo, como un caballo desbocado comencé a penetrarla con movimientos rápidos y profundos mientras besaba su cuello y acariciaba sus pechos pálidos y sus pezones grandes y oscuros.

-Uff Sí. Así. -dijo ella tumbándose de nuevo sobre el escritorio.

Yo seguí empujando y resoplando, disfrutando del cuerpo bello y elástico que se retorcía y gemía satisfecho con cada embate .

No sé cuánto tiempo pasó pero cuando me di cuenta estaba follándola agarrado a una de sus piernas y besando y chupando su pie mientras ella arqueaba su cuerpo por el efecto de un tremendo orgasmo.

-Siéntate. -me ordenó con su cuerpo aún estremecido por el orgasmo.

Obediente me senté en su cómodo sillón de cuero mientras ella sentada en la mesa comenzó a acariciar mi polla con sus pies. con un gesto de apremio agarré sus tobillos y junté sus pies haciéndome una paja con ellos hasta que me corrí. Dos, tres, cuatro chorreones de semen caliente y pegajoso salpicaron sus delicados pies mientras me sonreía satisfecha.

-Creo que al escritor se le han acabado las palabras -dijo ella sonriendo al ver mi expresión azorada al ser consciente de lo que habíamos hecho.

-Yo…-intenté decir.

-No digas ninguna tontería -me interrumpió ella componiéndose el traje.-Yo estaba estresada y tú estabas salido, ambos somos mayorcitos y ambos hemos disfrutado.

-Entonces…

-Te espero mañana a las ocho como siempre.

-De acuerdo jefa. quiero que sepas que esto no saldrá jamás de aquí.

-Cuento con ello. Sé que puedo confiar en ti. -dijo despidiéndome con una sonrisa.

Al día siguiente llegué con diez minutos de antelación obsesionado con ser puntual y no parecer que quería aprovecharme de la situación con mi jefa. Marta se presentó a la hora de siempre y se dirigió a su despacho enfundado en un vestido de punto que se adaptaba a su cuerpo como un guante dedicándome el saludo despistado de todos los días.

Tratando de apartar as imágenes de la noche anterior que me asaltaban como un regimiento de orcos enloquecidos me concentré en el trabajo y elaboré el resumen diario. Al poco tiempo de recibirlo me llamó al despacho.

Cuando entré, Marta me estaba esperando subida en el escritorio con las piernas cruzadas y el vestido de lana ligeramente subido enseñándome un generosa porción de sus muslos.

-Hola, ¿Qué tal? Veo que hoy has madrugado.- Dijo ella balanceando los pies enfundados en unos botines.

-Bien, bien, gracias. ¿Necesitas algo? -dije intentando ocultar sin mucho éxito mi nerviosismo.

-Te he llamado por lo de Valencia. Quiero que investigues un poco el asunto. Voy a pedir una reunión con el vicesecretario de estado de energía para que me lo explique.

-De acuerdo jefa -dije tomando nota.- me llevará un par de días. Necesitaré escarbar entre la basura. Tengo que buscar las condiciones en las que se privatizó la red y los planes de futuro de la empresa.

Durante las siguientes cuarenta y ocho horas trabajé sin interrupción en el caso y conseguí prepararle un amplio dossier. El caso estaba claro, el contrato por el que la empresa adquiría la red eléctrica por una cantidad irrisoria especificaba que el precio de venta era tan bajo porque la empresa adjudicataria se comprometía a invertir dos mil millones en una infraestructura que se caía a pedazos. El caso es que la crisis había golpeado con toda su fuerza poco después y la empresa había reducido las inversiones un cuarenta por ciento. Para evitar problemas mayores habían invertido en los grandes centros urbanos marginando las zonas de baja densidad de población. El resultado es que multitud de pequeños municipios estaban en un estado lastimoso y el caso de Alderna no era un suceso aislado.

Cuando le presenté el dossier era ya noche cerrada, no quedaba casi nadie en el edificio y abrí la puerta del despacho de la diputada agotado, aunque todo mi cansancio se esfumó de golpe al ver a Marta esperándome en ropa interior malva. Le expliqué los detalles más relevantes del caso mientras follábamos como posesos en el sofá de la esquina. Cuando terminé ella demostró con un grito su satisfacción por el buen trabajo realizado.

Al día siguiente, tras una tempestuosa reunión con el vicesecretario de energía, Marta se marchó a Alderna y estuvo toda la semana ausente. Yo seguí con mi trabajo. Le enviaba mis resúmenes por e mail y le corregía alguna declaración que hacía a los medios sobre el tema, pero a partir de la reunión que tuvo con dos consejeros de Vía Eléctrica el discurso primero se moderó y luego pareció olvidarse del tema. Yo, inocente de mí, supuse que había llegado a un acuerdo y había obligado a la empresa a invertir lo prometido.

-¡Hola jefa! -dije alegre de volver a verla.

-Hola, ¿Qué tal todo por aquí? -respondió ella con una mirada esquiva.

Debería haberme dado cuenta de que algo pasaba pero achaqué la mirada al cansancio del viaje y a que podía haber gente observándonos así que no le di importancia.

Los siguientes tres días los dedicamos a trabajo rutinario. Marta asistió a varias votaciones y concedió una entrevista al programa de las mañanas de la radio. Yo no le pregunté por el asunto de Alderna y ella no me comentó nada, cosa que me extrañó pero no le di demasiada importancia.

El viernes Rosa volvió a ausentarse toda la tarde por culpa de otro resfriado de su niña así que me quedé yo de nuevo al cargo de la centralita. Era casi la hora de irme cuando llamaron al teléfono.

El teléfono de Rosa era un artefacto con más botones que la estación espacial y no os extrañará que al pasarle la llamada, aún no se cómo, no se cortó la línea en mi teléfono. Estuve a punto de colgar pero como era el secretario de estado de energía temí que al colgar se cortase la comunicación así que opté por no hacerlo.

-Hola Marta, ¿Qué tal tu viaje? Tengo entendido que ha sido fructífero.

-Sí, el problema ha quedado arreglado para satisfacción de todos.

-Me ha llamado el presidente de Vía eléctrica para asegurarse de que no te has echado atrás con el trato.-dijo el secretario, activando todas mis alarmas- ese tío es más desconfiado que un perro cojo.

-Lo único que tiene que hacer él es limitarse a cumplir con el trato. Que arregle el suministro en Alderna y que tenga preparados unos cuantos generadores para suplir caídas de tensión este verano y yo no revolveré más el tema. -dijo dejándome de piedra.

-Ya le dije que no tenía de qué preocuparse. Esto no trascenderá a la prensa y tú tendrás tu puesto en el consejo de administración en la empresa cuando decidas retirarte.

-Muy bien -dijo ella con voz satisfecha – cuento con ello señor secretario.

-No me llames señor secretario, ahora que somos colegas puedes llamarme Juan…

Ahora ya me daba igual que se cortase la comunicación, colgué el teléfono con rabia y me fui sin despedirme. En el camino a casa no pude evitar pensar en lo imbécil que había sido al creer en ella. Se me había caído el último político en el que confiaba. La política volvía a ser ese agujero inmundo de basura y podredumbre en el que todo se compraba y vendía al mejor postor. Y yo estaba dentro, alimentándolo con mis discursos y alimentándome de él.

Llegué a casa cené algo y me puse delante del ordenador. Escribí varias cartas de dimisión pero las borraba antes de terminarlas. Estaba tan furioso que no podía ni pensar. Lo que más rabia me daba no es que me hubiese seducido y me hubiese engañado. Si no confiaba en ella, no habría ningún otro político en el que pudiese llegar a confiar.

No dormí en toda la noche sopesando mis opciones. Poco a poco fui dándome cuenta que si me iba no ganaría nada con ello. Perdería un buen trabajo con un buen sueldo y no podía permitírmelo, así que lo pensé detenidamente y finalmente decidí volver a trabajar al día siguiente.

Normalmente la puerta de mi despacho siempre está abierta, para tener un poco más de aire, pero en cuanto llegué la cerré a cal y canto, no quería ni verla. Realicé mi trabajo como todas las mañanas y tras enviar el resumen y recibir el O.K. de Marta bajé a la cafetería.

En esta ocasión no me pareció excesivo un Macallan doble con hielo a las once de la mañana. Durante cuarenta minutos me concentré en mi Whisky y mis negros pensamientos hasta que la diputada me sacó de ellos.

El alcohol nubló un poco mi cerebro pero no suavizó para nada el rencor y la frustración, así que entré en su despacho con aire taciturno.

-Hola querido ¿No has dormido bien?-dijo ella al percibir mis ojeras.

-La verdad es que me he pasado la noche pensando. ¿Querías algo?

-Sí , he estado redactando un discurso y quiero que le eches un vistazo dijo alargándome unos papeles escritos a lápiz.

-Por cierto ¿Qué pasó al final con el tema de Alderna? -pregunté yo mientras ojeaba los papeles sin mucho interés.

-¡Oh! Ya está resuelto. -dijo fingiendo haber olvidado el asunto- Vía Eléctrica ha prometido solucionar el problema de Alderna en el plazo de un mes.

-¿Y el resto de las poblaciones que tienen ese problema?

-El caso es que la empresa pasa en este momento por dificultades…

-¡Qué raro! -exclamé yo irónico.

-Me han prometido que lo solventarán con el tiempo y mientras tanto van a comprar una flota de generadores para solucionar los problemas puntuales que se puedan dar. Creo que es una solución bastante justa…

-No sé si será justa, lo que sí me parece es barata.- repliqué yo- Por lo menos podrás prometer a la gente que lo arreglarás cuando entres a formar parte del consejo de administración…

Marta se levantó como un resorte y se acercó a mí con el rostro desencajado.

-¿Cómo te atreves? -dijo ella echando chispas por sus bonitos ojos.

-Escuche tu conversación con el secretario anoche… fue muy reveladora.

La diputada alzó la mano iracunda para abofetearme pero le sujeté la muñeca antes de que pudiera descargar el golpe. Con un movimiento que no se esperaba le retorcí el brazo dolorosamente a la espalda y la empujé con fuerza contra el sofá. Marta calló sobre él con un gemido de dolor. Cuando intentó incorporarse la empujé de nuevo manteniéndola en una posición vulnerable.

-Idiota -dijo mirándome con desprecio -¿Qué creías? ¿Qué iba a ser el azote de las grandes multinacionales?

-No, pero esperaba que por lo menos no te venderías como una vulgar furcia.

-No seas estúpido, el problema está solucionado y todo el mundo ha salido ganando -repitió ella- El pueblo tiene su nueva y flamante red eléctrica, la empresa ahorrará dinero usando los generadores para evitar problemas con los picos de consumo y yo tendré un trabajo cuando me canse de esta mierda dijo levantándose por fin .

Marta estaba frente a mi levantando la cabeza para poder mirarme a los ojos. Tenía las ventanas de la nariz dilatadas y respiraba con fuerza, enfadada. Se levantó y yo la empujé de nuevo contra el sofá. Sus piernas chocaron contra él y se agarró a mí para mantener el equilibrio.

-¿Qué piensas hacer? ¿Volverás a escribir soplapolleces para que se la pelen adolescentes granujientos o seguirás conmigo? -dijo desabrochándose la blusa con una mirada de suficiencia.

Aquella mirada despectiva fue más de lo que podía resistir noté como la rabia se iba apoderando de mi hasta nublar mi entendimiento. Agarré a Marta por el cuello y descargué toda mi ira y frustración en un beso salvaje. Marta no se arredró y me lo devolvió. Nuestras lenguas tropezaron pelearon y finalmente se entrelazaron hasta que tuvimos que separarnos para coger aliento.

-Puta.

-Eunuco.

De un tirón le saqué el sujetador y comencé a magrear y a chupar sus pechos y sus pezones de la forma más sucia posible. La diputada se limitó a agarrarse a mi gimiendo excitada e intentando no caerse.

Con un nuevo empujón la tire sobre el sofá. Marta cayó con las piernas abiertas y yo metí la mano entre ellas buscando su sexo. Cegado por la ira y el deseo le rompí los pantis y aparté el tanga para penetrarla con los dedos. Mis dedos entraron fácilmente en su coño caliente y húmedo provocándole un grito de placer. Marta cerró sus piernas como queriendo impedir que sacase mis manos de su cálido interior.

Me agaché sobre ella y le di un nuevo beso tan salvaje como el anterior. Las manos de ella recorrieron mi cuerpo quitándome la camisa y bajándome los pantalones hasta las rodillas.

Seguí penetrándola sin contemplaciones con mis dedos mientras terminaba de deshacerme de los pantalones y los calzoncillos y me tiré sobre ella sin ningún cuidado. Ella resopló al sentir como mi peso expulsaba el aire de sus pulmones e intentó adoptar una postura más cómoda pero yo se lo impedí con una sonrisa lobuna.

Esta vez no pedí permiso y le metí la polla entera de un empujón. Marta gimió y tensó su cuerpo pero abrió las piernas y se dejó hacer. Durante unos minutos estuve entrando y saliendo de su cuerpo con empujones rápidos y salvajes intentando descargar toda mi ira y frustración en aquel agujero cálido y húmedo. La diputada gemía satisfecha rodeándome con brazos y piernas y clavándome sus uñas en mi espalda.

Con un gesto de rabia me aparté mientras ella se quedaba sonriendo con las piernas abiertas mostrando su sexo hirviente sin ninguna vergüenza.

-¡Vamos! -me retó ella- ¿Esto es todo lo que puedes hacer?

Con una sonrisa maligna la cogí por el pelo y la obligué a erguirse. La di la vuelta y la puse de espaldas a mí. Marta se puso de puntillas y frotó su culo contra mi pene erecto, yo la pellizqué los pezones sin compasión con una mano mientras que con la otra tiré del pelo hacía atrás para poder besar su boca de nuevo. Ella gritó y me mordió el labio indignada por el tratamiento.

-¡Zorra! -exclamé dándole un empujón con el que acabó tirada sobre el brazo del sofá.

-¡Ahora te vas a enterar! -Exclamé agarrándola por el cuello mientras me cogía la polla.

Ella intentó resistirse, pero no podía hacer nada y sólo pudo gritar cuando comencé a introducir mi polla dura y caliente por su culo.

-No por favor…

-Tranquila, relájate y disfruta, si quieres ser un gran político no sólo debes saber dar sino también recibir -dije con una sonrisa sarcástica mientras metía mi miembro hasta el fondo de aquel culito redondo y estrecho.

Sordo a los gemidos de dolor de la diputada seguí penetrándola mientras acariciaba su sexo. Poco a poco el dolor comenzó a ceder y como yo la había recomendado se relajó y disfrutó de cada andanada. En pocos instantes me había apartado la mano de su pubis y era ella la que se masturbaba mientras entre gemidos estrangulados me pedía que le diese más fuerte.

Incapaz de aguantarme más me corrí dentro de su culo. Con la polla aún dura le di dos salvajes empujones que la levantaron del suelo y la hicieron correrse entre gemidos de intenso placer.

Sin decir una palabra me vestí y la dejé jadeando tirada en el sofá con la ropa arrugada y los pantis rotos.

-¿Ha pasado algo? -preguntó Rosa cuando me vio salir- He oído gritos y …

-No te preocupes, hemos tenido un desencuentro y hemos cambiado impresiones. -dije yo aún con el sabor a sangre de su mordisco en su boca.-Por cierto se ha enganchado los pantis en una punta y se ha hecho una carrera, me ha preguntado si serías tan amable de comprarle unos nuevos.

Sin preocuparme de nada más bajé a la cafetería y me comí un pincho. Pasé el resto de la mañana sin hacer nada de importancia y después de comer me dirigí a la zona para el público del hemiciclo. Ese día había una sesión de control al gobierno y quería ver llegar a Marta.

Minutos después de que llegase empezaron a desfilar sus señorías para ocupar sus respectivos es caños. Rosa había conseguido llevarle a tiempo los pantis y Marta se presentó tan impecable como siempre, sin embargo su andar no era el andar seguro de otras veces. Sus pasos eran más cortos y más lentos y separaba las piernas algo más de lo normal al andar. Nadie aparentaba haberse dado cuenta pero yo observé con satisfacción como se sentaba en su escaño con un suspiro de alivio.

En un instante tenía abierto el maletín y revolvía entre los papeles en busca de su discurso. Por un momento levantó la vista hacia el palco del público y me vio. Un destello de ira paso por sus bellos ojos verdes pero al ver que no me intimidaba lo más mínimo, retiró su mirada y se concentró en el trabajo.

Era la típica sesión de control al gobierno. En un pasado no tan lejano, con el partido en el gobierno con mayoría absoluta, estas sesiones eran totalmente inútiles y degeneraban en una serie de monólogos y los famosos” y tú más” que originaban todo tipo de chistes entre los funcionarios de las cortes.

Pero ahora todo era diferente, el gobierno necesitaba apoyos desesperadamente y explicaba e intentaba convencer de que sus ideas eran las más adecuadas para hacer avanzar el país.

El primero en intervenir fue el jefe de la oposición. Se lanzó a degüello preguntando todo tipo de cosas con el único objetivo de intentar desgastar al gobierno. El presidente evitó fácilmente los ataques y tras una media hora de acusaciones el jefe de la oposición se sentó frustrado en su escaño.

La siguiente en incorporarse fue Marta. Esta vez el presidente fue menos agresivo en sus respuestas y se notaba que trataba de responder a las preguntas de la diputada con más paciencia intentando convencerla y atrayéndola hacia sus puntos de vista. Marta levantaba la mirada con frecuencia hacia mí y yo procuraba mostrar una actitud lo más neutra posible. No quería darle pistas de lo que le esperaba a continuación. Cinco minutos antes de que terminara la sesión abandone el hemiciclo y me fui a casa.

Los días siguientes me comporté con normalidad. Ella intentaba hacer lo mismo pero sus ojos brillantes y anhelantes la delataban. Me llamaba más a menudo y adoptaba poses “casuales” intentando provocar una respuesta por mi parte pero yo la ignoraba.

Transcurrió una semana y Marta se dejó de sutilezas. Esa mañana apareció con una minifalda negra y una blusa semitransparente. Llevaba la chaqueta del traje en la mano junto con el bolso de Gucci a juego con sus zapatos de tacón de aguja. Se había puesto sombra oscura en los ojos y pintalabios rojo brillante en sus labios. Yo la miré y por primera vez en toda la semana hice un casi imperceptible gesto de aprobación.

A pesar de ello no alteré para nada mis costumbres y seguí con mi trabajo como un día cualquiera. A las cuatro de la tarde me llamó a su despacho. Cuando entré me estaba esperando con los brazos cruzados bajo los pechos que se insinuaban bajo su blusa. Tenía una expresión de seguridad en los ojos que enseguida quise borrarle de la cara.

Me dirigí hacia ella y cogiéndola por la nuca y le di un largo beso. De un tirón la obligué a arrodillarse mientras que con la mano libre me bajaba la bragueta. Sin dejarla que dijese una sola palabra le metí la polla en la boca. Cuando la saqué el pintalabios se había corrido y la punta mi glande estaba teñida de un color rojo sangre.

Marta intentó protestar pero le metí de nuevo la polla ahogando sus palabras. La cogí por la cabeza y comencé a meter y a sacar el pene de su boca con rápidos movimientos. Cada vez que ella intentaba controlar con sus manos la profundidad de mis penetraciones yo se las retiraba de un golpe y la penetraba más profundamente aún. Pronto mi polla estuvo a punto de estallar mientras que de los ojos de Marta rebosaban gruesos lagrimones que recorrían sus mejillas dejando largos rastros de negra sombra de ojos sobre ellas. Finalmente saqué mi pene y eyaculé sobre su cara. Cuando mi polla terminó de retorcerse y expulsar semen la frote contra su cara y sus labios estremecido de placer.

-Eres un cerdo. -dijo ella con la voz ronca.

-Y tú una obra de arte -dije yo separándome y observando el rímel y la sombra de ojos formando gruesos churretones en sus mejillas y el pintalabios rojo extendido por la barbilla y el cuello. Allí, aún de rodillas, en la penumbra del despacho parecía una pequeña muñeca rota.

No dije nada más, no hacía falta. Me acerqué a ella y la ayudé a levantarse sin dejar de mirar en su ojos verdes. Sólo vi en ellos deseo y sumisión.

Ese mismo viernes por la noche le envié un email:

De: [email protected] 26-3-2016

Para: [email protected]

Mañana C/Flor de Escarcha nº6 3ºB a las nueve de la noche, la llave estará bajo el felpudo. Ponte lo que encuentres encima de la mesa del salón y espérame sentada en la silla. Si no cumples las órdenes o llegas tarde me iré.

Alex

Desde la habitación escuché a través de la puerta entornada como Marta recogía la llave y abría la puerta. Sin moverme oí a la diputada entrar en el piso en penumbra y percibí el tenue fru fru de la ropa al desnudarse totalmente y ponerse el antifaz y finalmente sentí el ruido que hacían la brida al apretarla en torno a sus muñecas con los dientes.

No me moví hasta después de haber oído el leve crujido de la madera de la silla al recibir su peso. Me levanté lentamente y me dirigí sin hacer ruido a una silla que había colocado frente a ella lo más alejada posible. Aproveché que se estaba moviendo intentando adoptar una postura más cómoda en la silla para sentarme sin que se apercibiera de mi presencia y me dediqué a observarla.

Había cumplido mis normas y estaba atada y totalmente desnuda salvo por el antifaz y unos pendientes verdes que colgaban de sus orejas. Recorrí su cuerpo con la vista en la penumbra disfrutando de su palidez y su belleza.

Había puesto el climatizador a dieciocho grados de manera que el ambiente era frío pero no entumecedor y como esperaba, no tardo en ponérsele la piel de gallina y en erizarse su pezones. Marta intentó juntar sus brazos al cuerpo para mantener el calor haciendo que sus pechos se juntasen y suspiró incómoda pero obedeció y no se movió de la silla.

Esperé pacientemente hasta que comenzaron los escalofríos. A intervalos el cuerpo de la joven se estremecía y temblaba ligeramente buscando entrar en calor sin llegar a conseguirlo del todo.

-Es una situación verdaderamente incomoda, ¿Verdad? -dije yo por fin sobresaltándola.

Marta respondió con una corta exclamación de sorpresa ignorante de que llevaba un buen rato observándola.

-Esto es lo que están sintiendo las personas a las que has decepcionado. -dije yo levantándome- Estarán a oscuras, en el frío de la noche, recibiendo golpes y preguntándose qué pecado han cometido para sufrir este destino. Y el único pecado en el que han incurrido ha sido creer en la democracia, creer en vosotros. Creer en personas que les han prometido una vida mejor y votaros para que consigáis todo tipo de derechos y prebendas y os olvidéis para qué os han puesto en sus escaños. Y digo sus escaños porque no sabéis o no queréis saber que esos escaños pertenecen al pueblo y sus señorías sólo os dedicáis a mantenerlos calentitos.

-Yo no…

-¡Silencio! -dije con un rugido que casi la hace caer de la silla.- es lo menos que puedes hacer después de que la última esperanza de esta democracia esté a punto de caer. Porque aún estás a tiempo de cambiar de opinión, de echarte atrás en ese trato deleznable y seguir siendo la persona que cambie el rumbo de este país.

-Yo sólo soy una gota de agua.

-Te equivocas- la volví a interrumpir mientras la cogía de las manos y la ayudaba a levantarse- Tu puedes ser el punto de inflexión.- dije yo quitándome el albornoz y abrazándola.- En este momento y en estas circunstancias estás en una posición de fuerza única para hacer reflexionar a sus señorías y cambiar radicalmente esta situación. -continué mientras notaba como el cuerpo de Marta reaccionaba al calor de mi abrazo.

Con lentitud acaricié su cuerpo y levanté una de mis manos hacía su nuca forzando con suavidad su cuello para alzar su cabeza y poder besarla. Esta vez el beso fue suave, Marta se apretó contra mi buscando mi calor desesperadamente mientras me devolvía el beso con lágrimas en los ojos.

Tiré con suavidad de ella y me siguió dócilmente hasta la habitación. La cogí por la espalda y la tiré de cara contra la cama de modo que su culo blanco y redondo quedase en el borde.

-Te has portado mal. -dije descargando un sonoro cachete y dejando mis dedos marcado en su culo blanco.

-Lo siento… -dijo ella mordiendo la almohada.

-No me importa si lo sientes, lo que quiero es que no se repita -dije acariciando su sexo congestionado y dándole un nuevo cachetazo.

Marta mordió de nuevo la almohada para no gritar y sin esperar mi orden bajo su torso y separó las piernas mostrándome su sexo y moviéndolo ligeramente, anhelando mis caricias. Yo me agaché y posé mi cara sobre su culo rojo y caliente por los azotes. Le besé el sexo ya humedecido y entré en su coño con mis dedos explorándolo con detenimiento y arrancándole gemidos de placer.

Con mis dedos rebosantes de sus jugos acaricié la entrada de su ano. Ella no reaccionó consciente de que se había portado mal y esperó pacientemente su castigo. Esta vez entre con mas suavidad en su culo que seguía siendo tan estrecho y apetitoso como la primera vez. Esperé un poco a que se relajase y comencé a encularla.

Marta ahogó las exclamaciones de dolor y levantó un poco más sus caderas para que mis huevos golpeasen su vulva con cada penetración. Pronto los gemidos se mezclaron con jadeos y gritos de placer que la diputada reprimía mordiéndose los labios. Agarrándola por la cintura le di la vuelta y la senté encima de mí. Obediente empezó a subir y bajar empalándose con fuerza con mi verga mientras yo la sujetaba por las caderas para que pudiese mantener el equilibrio con las manos atadas. Poco a poco fue aumentando el ritmo y la violencia de los saltos hasta que me corrí en su interior. Cansada y sudorosa, con mi polla aún moviéndose dentro de su culo le acaricié el sexo y le pellizqué los pezones sin compasión hasta que se corrió crispando su cuerpo sudoroso y mordiéndose los labios de nuevo para reprimir un grito de placer.

Marta quedó exhausta en mis brazos y tuve que sujetarla para que no cayese al suelo. Con ternura la abracé y la arropé en la cama aún atada y en la oscuridad y me acosté a su lado. Ambos dormimos sin sueños.

***

-¡Señorías, silencio por favor! -dijo el presidente -Se abre la votación para obligar a cumplir a Vía eléctrica con el compromiso adquirido al comprar la red de distribución de energía eléctrica en el plazo de tres meses a partir de la aprobación de esta moción o proceder a su expropiación sin compensación alguna…

Desde el palco del público observó a sus señorías revolverse inquietos en sus escaños. Marta levanta la vista hacia mí y sonríe con adoración. Sé que puedo confiar en ella. Sé que puedo confiar en el futuro.

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Relato erótico: “Odio a mi vecina” (POR ALEX BLAME)

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Cuando la conocí, esa nariz pequeña y respingona, la media melena negra y brillante y la boca de fresa con los labios gruesos y rojos le daban un aire de inocencia infantil que me confundió totalmente.

Había llegado hacía dos semanas por cuestiones de trabajo y se había instalado con la única compañía de un gato persa blanco y de malignos ojos verdes.

Su pequeña estatura y su aire inocente me engañaron un tiempo. Carla era una joven tímida y risueña que bajaba castamente la vista cada vez que coincidíamos en el ascensor o nos cruzábamos en el rellano de la escalera. Yo aprovechaba para mirar de soslayo aquel cuerpo joven y turgente enfundado en ropa ajustada y embelesarme imaginando lo que sería coger aquellos jugosos pechos entre mis manos y enseñar a aquella jovencita todos los secretos que encerraba su sexo.

Entonces llegó la noche del segundo sábado tras su llegada. Había quedado con unos amigos y harto de esperar a que la anciana del tercero colase su andador en el estrecho ascensor decidí bajar por las escaleras al garaje. Con el ascensor todavía parado en el tercero abrí la puerta del garaje e iba a encender la luz cuando unos sonidos apagados llamaron mi atención. En silencio, amparado por la oscuridad apenas rasgada por las luces de emergencia, avancé hacia los sonidos que parecían gemidos lastimeros.

Cuando llegué al origen del ruido la sorpresa fue enorme. Un hombre de mediana edad y aspecto aburrido gemía apagadamente con la mirada fija en Carla, que arrodillada frente a él le comía la polla con la maestría de una veterana justo al lado de su Mini.

No sabía qué hacer, si ahora encendía la luz les sorprendería y daría lugar a una escena embarazosa y si me volvía al ascensor podía hacer algún ruido que los alertase y crear una escena más embarazosa aun, así que opté por quedarme y observar.

Mientras dudaba que hacer, la joven había bajado los pantalones y los calzoncillos al notario y le estaba chupando los huevos con fuerza a la vez que pajeaba suavemente su polla. El hombre se recolocó las gafas y gimió un poco más fuerte mientras recogía la negra melena de la joven para poder ver mejor su cara al tenue resplandor de las luces de emergencia.

Carla sonrió de forma lasciva lamiéndole la punta de la polla una vez más antes de levantarse, separar al notario de un empujón y exhibirse ante él. Arremangándose la minifalda poco a poco mostró unas piernas delgadas y torneadas, enfundadas en unas medias oscuras. Se giró con gracia, subida en los tacones de aguja y se la levantó aun más hasta dejar a la vista un culo redondo y apetitoso como la manzana prohibida del paraíso.

El notario se acercó e intentó penetrarla por detrás, pero ella se resistió y le rechazó de nuevo encantada con sus signos de frustración. Se dio la vuelta y bailó ante él provocándole, acariciándose el interior de sus muslos y apartando el tejido del tanga para mostrarle su sexo totalmente rasurado.

El notario daba más risa que otra cosa allí, de pie, con los calzoncillos en los tobillos admirando como la joven se abría la blusa y le mostraba unos pechos grandes y redondos sin parar de bailar.

Finalmente Carla se subió al capó de su Mini y abrió las piernas invitando al hombre a entrar. El notario se acercó caminando como un pingüino y babeando de deseo se introdujo entre sus piernas. La joven suspiró y le dejó hacer apoyando la cabeza sobre su hombro.

El hombre entró con golpes rápidos y bruscos mientras ella gemía suavemente y le abrazaba mirando en mi dirección. Durante un momento se me pasó por la cabeza que la joven me había descubierto, pero lo pensé bien y me pareció imposible, allí tras un columna, envuelto en la oscuridad, mientras ella tenía una de las luces de emergencia encima, deslumbrándola. Me pareció casi imposible que ella me detectara. Estaba totalmente convencido de ello cuando abrió los ojos y miró en mi dirección mordiéndose el labio.

El notario, ajeno a lo que pasaba a su alrededor siguió embistiendo a la joven y amasando aquellos pechos virginales durante unos minutos hasta que no aguantó más y se corrió con un gemido. La joven sonrió y fingió un orgasmo sin dejar de mirar en mi dirección.

Cuando terminó de gritar y retorcerse, Carla se bajó del coche y se recompuso la ropa mientras su torpe amante, creyendo haber realizado una faena memorable se subía los pantalones satisfecho.

Adelantándose a su amante y evitando que encendiese las luces Carla cogió a su notario de la mano y se lo llevó camino de los ascensores. Cuando pasó a la altura de mi escondite giró ligeramente la cabeza e hizo un mohín dejándome aun más confundido.

Volví a encontrármela un par de días después y al subir al ascensor volvió a saludar y bajar la mirada castamente. Esta vez la ignoré. Todo lo que me parecía atractivo de la joven había desaparecido después de la escena del garaje. Ella pareció no darse cuenta de mi mirada de desprecio mal disimulada y se despidió de mí tan alegre como siempre.

A partir de ese día mi vecina se convirtió en una especie de obsesión. A pesar de sentir una especie de repulsión, vigilaba sus entradas y salidas y espiaba los ruidos que hacía con sus amantes de los que llevaba una minuciosa cuenta.

Eran numerosos, todos mayores que ella, todos con aspecto inseguro y ansiosos de complacerla con sus torpes caricias. Aunque no la volví a sorprender, soñaba con su cuerpo joven y turgente, recordaba perfectamente sus piernas torneadas, su pecho erguido con su pezones pequeños y rosados y su coño depilado y me masturbaba mientras escuchaba como hacía el amor con el notario de turno.

Era un día de bochorno y aproveché el calor de la tarde para tender una lavadora en la terraza comunal de la azotea. Tendía la ropa rápidamente deseando terminar y alejarme de aquel sol de justicia cuando ella llegó con un balde rebosante de ropa en la mano y me saludó. Estaba tan arrebatadora como siempre. Llevaba puesta unos pequeños pantaloncitos vaqueros un top rosa y unas sandalias.

Interrumpí mi tarea sin poder evitarlo observando cómo se llevaba las pinzas a la boca, cogía la prenda y se estiraba para tenderla en la cuerda, que estaba un poco alta para ella. El top se subía dejando a la vista una pequeña porción de la parte inferior de sus pechos. La joven me sonrió y siguió colgando prendas.

Yo me tragué un suspiro de frustración y seguí tendiendo la ropa hasta que terminé. Iba a despedirme de la joven y retirarme rápidamente con el balde de la ropa tapando mi incipiente erección cuando tomó la palabra.

—¿Te gustó la sesión del otro día? —preguntó ella a bocajarro.

Yo no sabía que responder intenté balbucear una disculpa, le dije que no sabía de que me estaba hablando, pero por la sonrisa sardónica que estaba mostrando era toralmente consciente de que no se creía nada de lo que le estaba diciendo.

—Vamos, no seas estúpido. Sé perfectamente que estabas allí espiando mientras Lino me hacía el amor.

—Bueno, a cualquier cosa le llamas hacer el amor. Ese tipo era un patoso.

—Oh, bueno, tienes razón de que no era un gran amante, pero es un hombre muy tierno y atento.

—¿Y los demás también los son?

—¿No me digas que has estado espiándome? Has sido un niño muy malo. —dijo fingiendo divertida un enfado que no sentía para nada.

Yo no me inmuté, aquella niña estaba empezando a cargarme. Me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta de las escaleras, pero ella se adelantó y se interpuso en mi trayectoria.

—Vale, lo siento. —dijo ella frunciendo sus morritos en un precioso mohín— No quiero que estés enfadada conmigo. Quiero que seamos amigos.

Antes de que pudiese decir nada se acercó a mí, se puso de puntillas y me besó en los labios. ¿Cómo puede ser un beso casto, con los labios cerrados y de apenas un instante de duración, el contacto más sensual que he tenido en toda mi vida? No tiene explicación, pero así fue. Me sentí electrizado e hipnotizado a la vez y dejando caer el balde al suelo la cogí por la nuca y le devolví el beso volcando toda la frustración y el deseo que se habían ido acumulando desde el día del garaje.

Carla respondió abriendo su boca y acariciando mi lengua con la suya, dejando que le explorase y le saborease a conciencia. Posé mis manos sobre sus caderas y acaricié unos instantes su culo para a continuación adelantarlas estrujando sus pechos grandes y suaves por debajo del top. Carla se colgó de mi cuello y rodeó mis caderas con sus piernas permitiendo que la llevase escaleras abajo.

Intentando mostrar la vitalidad de un quinceañero porté el liviano peso por las escaleras aprovechando los descansillos para acorralarla contra la pared, magrearla y de paso tomar un poco de aire. Cuando llegamos frente a la puerta de su casa sacó una llave de su pantaloncito, despegó sus labios de los míos y abrió la puerta.

En cuanto pasamos se soltó, se dejó caer de rodillas frente a mí y con una sonrisa lasciva sacó mi polla del interior de las bermudas. La observó crecer poco a poco recorriendo con la punta de sus dedos cada vena prominente hasta llegar a mi glande amoratado y bulboso. Carla lo envolvió con sus labios y dio un par de sonoros chupetones hasta que mi polla estuvo dura como una piedra.

Se incorporó y cogiéndome por el miembro me guio hasta la habitación. El gato se incorporó de la cama donde dormía a pierna suelta y abandonó la habitación con un agrio bufido. Allí, ante mí, Carla se quitó la ropa hasta quedar totalmente desnuda y se tumbó en la cama acariciándose su cuerpo sin dejar de fijar sus ojos en mí.

En ese momento la odié, odie su insultante juventud, odié su cuerpo terso y sensual, su cutis suave y carente de arrugas y su actitud segura de sí misma. Eso, sobre todo odiaba su seguridad. Estaba segura de que la deseaba, de que creía que haría todo lo que pidiera. Sentía que la ira se iba apoderando poco a poco de mí mientras ella se acariciaba su sexo lampiño y juvenil invitándome a poseerla.

Me quité la ropa deseando que ella sintiese algo más que el placer del sexo, quería que sintiese el miedo y la incertidumbre, quería que sintiese como perdía el control y quedaba indefensa a mi merced.

Me acerqué y ella abrió sus piernas dispuesta a acogerme. Admiré sus pies pequeños y delicados sus pantorrillas y sus muslos. Mis ojos recorrieron hambrientos su sexo hinchado y entreabierto como una boca ansiosa de la que rezumaba una lágrima de líquido cálido y cristalino.

Cogí sus piernas y las acaricié desde los tobillos. Disfruté de su tacto sedoso y mordisqueé los dedos de sus pies.

Con un movimiento brusco le di la vuelta y golpeé sus cachetes con fuerza. Carla gritó sorprendida, pero yo cogí su melena con una mano y enterré su cabeza en las sábanas mientras que con la otra guiaba mi polla al interior de su vagina. La polla resbaló con facilidad hasta que estuvo totalmente enterrada en su interior. Sin darle tregua comencé a penetrarla con fuerza sin dejar de apretar su cabeza contra el colchón. Carla gemía ahogadamente y luchaba para poder separar la boca de las ropa de la cama y poder respirar. Yo mantenía la mano firme empujandola contra la superficie de la cama aflojando solo lo suficiente para que no se ahogara.

Carla se retorcía y luchaba a la vez que levantaba su culo para poder sentir mis huevos colgantes golpear en su clítoris como un martillo pilón. Una y otra vez entré en ella, una y otra vez golpeé con violencia su pubis arrancando gritos y gemidos sofocados.

A punto de correrme paré y la dejé respirar de nuevo, un torrente de insultos me envolvió calmando solo en parte mi sed de algo indescriptible muy parecido a la venganza. Concentrándome en la visión del presidente del gobierno hablando sobre la coyuntura económica conseguí dominarme.

Carla se había repuesto algo y era ella la que movía sus caderas de manera que solo mi glande entrase y saliese de su interior. Con cada movimiento su coño se expandía para acoger el grueso órgano provocándole un placer tan intenso que todo su cuerpo se crispaba.

La dejé tomar el control unos instantes mientras jugaba con el sudor que corría por su espalda, pero un giro de cabeza y una sonrisa de esos labios gruesos me volvieron a enfurecer. Clavé las uñas con toda mi fuerza en su culo y comencé a penetrarla haciendo crujir la cama con cada empujón. Carla gritó sorprendida intentando agarrarse a las sábanas para no perder el equilibrio. Me incliné sobre ella sin dejar de empujar en su interior y agarré sus senos pellizcando y retorciendo sus pezones.

Unos instantes después sentí como su cuerpo se crispaba fruto de los primero aguijonazos del orgasmo y aproveché para darle un serie de bestiales empujones. Carla perdía el contacto de su cuerpo con la cama y yo aprovechaba para agitar su cuerpo impidiendo que adoptase una postura cómoda.

Tras un par de minutos la joven dejó de gritar y la dejé caer inerte y jadeante. La vista de aquel cuerpo juvenil respirando agitadamente mientras se enrollaba en posición fetal fue demasiado. El odio volvió a aflorar de nuevo. No quería dejarla descansar quería follarla hasta que me suplicase que parase.

La cogí por un tobillo y la acerqué a mí con rudeza. La puse boca arriba, le metí dos dedos en su boca de fresa y la exploré con rudeza haciendo que se atragantara. Carla tosió y escupió una baba espesa que aproveché para envolver con ella mis dedos y penetrar su sexo explorándolo y buscando sus puntos más sensibles.

No sabía cómo ni cuándo, pero el gato había vuelto y nos observaba fijamente desde lo alto del tocador. Sentado, miraba y se acicalaba para mostrar su profundo desprecio por lo que estaba presenciando.

La joven no tardó en empezar a gemir. Cargado de envidia al ver cómo el placer le hacía olvidar el mundo que la rodeaba me incliné sobre ella y le mordí los pechos el vientre y el pubis sin lograr interrumpir sus gemidos de satisfacción.

Me coloqué sobre ella y la penetré, dejando caer sobre ella la totalidad de mi peso. La chica emitió un gemido estrangulado y yo aproveché para rodear su grácil cuello con mis gruesas manos. Mientras apretaba poco a poco, con cuidado de no cortar totalmente su respiración, la follé con movimientos bruscos haciendo que el sonido del golpeo de nuestros pubis produjese ecos por todo el piso.

En poco más de un par de minutos Carla cerró los ojos instintivamente disfrutando de un intenso y prolongado orgasmo.

Esta vez no la deje terminar y con su cuerpo aun crispado desde la cabeza hasta la punta de los pies me separé y cogiendo su cabeza le metí la polla en la boca.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!…

Repetía el mantra una y otra vez mientras alojaba mi miembro en lo más profundo de su garganta. Sus ojos rebosaban gruesos lagrimones, pero no se resistió y chupó y mordisqueó mi polla hasta que no aguanté más y me corrí.

Todo mi cuerpo se estremeció. Tensé mi abdomen y empujé con fuerza en la boca de Carla acompañando cada chorro de semen hasta que este rebosó por las comisuras de sus labios.

Reventado me acosté a su lado y le di unos cuantos golpes desmayados. Como única respuesta la joven emitió un leve suspiro y tosió.

Cuando me desperté seguía allí tumbada, a mi lado. Su cuerpo virginal estaba lleno de señales del maltrato al que la había sometido. Ella se despertó y sonrió complaciente. Se estiró como una gata mostrando su cuerpo sucio y magullado que lucía más espléndido aun. La odié de nuevo, odié su sonrisa satisfecha y los moratones y los mordiscos que adornaban su piel aportando una nota de color a un cuerpo perfecto. No lo pude evitar y le di un sonoro cachete en el culo. La piel se enrojeció rápidamente perfilando la forma de mi mano. En ese momento pensé que quizás eso era lo que querían plasmar en las cuevas los trogloditas cuando pintaban las siluetas de sus manos. La señal que dejaba una mano al palmear el culo de una mujer.

Ella rio y me sacó la lengua con desfachatez, no pude evitarlo y de nuevo sentí la necesidad de darle una nueva lección…

Ahora paso todos los días odiándola. Se presenta ante mi puerta y se exhibe ante mí con desvergüenza, sabiendo que la espío desde el otro lado de la mirilla. Vestida de caperucita, de colegiala o de cualquier disfraz de anime muestra su talento para parecer la jovencita inocente que dista tanto de ser y me provoca con gestos y mohines dejando que mi odio crezca poco a poco y se acumule en mis testículos.

Cuando siente que estoy a punto de abrir la puerta corre a la puerta de su apartamento y la abre precipitadamente.

En ocasiones no llego a tiempo y ella cierra la puerta en mis narices, escucho su risa cantarina y golpeo frustrado su puerta sin conseguir que me abra hasta que me rindo y vuelvo encabronado y tremendamente salido a mi madriguera.

Pero no siempre ocurre así. Otras veces logro colar el pie antes de que cierre la puerta. Ella empuja desesperada, pero descargo todo mi peso sobre ella forzando la entrada. Carla finge terror y se tapa el cuerpo cuando le arranco la ropa sonriendo torvamente, la tiro sobre la cama, la siento en la encimera, la acorralo contra la pared, la derribo sobre el duro suelo…

Dos palabras resuenan y rebotan en las paredes desnudas del piso una y otra vez; TE ODIO, TE ODIO, TE ODIO.

Relato erótico: “Primera Sangre. Parte 1-” (POR ALEX BLAME)

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Fort Jay, 17 de Octubre de 1917

Querido hermano:

Espero que a la llegada de esta carta te encuentres bien. Aprovecho unos minutos que tengo antes de una nueva marcha de entrenamiento para escribirte unas líneas. El ambiente aquí es espectacular. Sé que no tenemos ninguna experiencia de combate, pero estoy seguro de que vamos a inflar a hostias a esos boches.

La verdad es que hasta ahora, el pertenecer al ejército es bastante aburrido. En cuanto nos alistamos nos enviaron a este campamento. Y desde entonces no hemos hecho más que formar y marchar durante todo el santo día desde el amanecer hasta el ocaso. Hace tres semanas por fin llegaron los rifles, aunque te parezca increíble ni siquiera había suficientes en los arsenales para equiparnos, así que ahora, cada uno tenemos un rifle nuevecito, aun con la grasa con la que salió de fábrica.

Desde ese momento por lo menos alternamos las agotadoras marchas con equipo completo con prácticas de tiro. Estos cacharros no son como las carabinas para matar mapaches, solo con pensar lo que puede hacer un cartucho de semejante calibre en un cuerpo humano me entran escalofríos.

En cuanto a los compañeros, me siento como en casa. Nos han asignado las compañías por nuestro lugar de procedencia y conozco a muchos de los integrantes de mi pelotón, al menos de vista.

No te los vas a creer, pero mi compañero de litera es Rosco, el hijo de los Perkins. Nos hemos reconocido inmediatamente y nos hemos hecho inseparables. Todos nos llaman el equipo 10 porque mi uno noventa de altura y mi figura de esparrago destaca frente al uno setenta y el torso ancho como el de un toro de Rosco.

La moral está muy alta en el campamento y entre todos se ha establecido una relación de hermandad y camaradería que nunca había experimentado. Me siento como si estuviese en una gran familia, con el sargento instructor Cummings haciendo de tía solterona y con malas pulgas, quejándose constantemente de nuestra torpeza.

Sé que estás cabreado. Cuando estalló la guerra habíamos quedado en que esperaríamos a que cumplieses los dieciocho y nos alistaríamos juntos para darle unas cuantas patadas en el culo a esos cabezas cuadradas, pero las circunstancias me han obligado a cambiar de planes. Como se que esta explicación no te basta, te voy a contar lo que ha pasado, seguro de que me comprenderás.

Todo ocurrió cuando perdimos la final estatal de Fútbol. Había quedado con Claire para ir a verla juntos, pero cuando salía de casa me llamó y me dijo que estaba enferma y no podía ir. Yo la creí y fui al partido de todas maneras.

El partido empezó bien, pero a mitad de la segunda parte se le empezó a acabar el fuelle a los nuestros y los Wildcats dieron la vuelta al partido en quince minutos. Bastante deprimido me largué antes del final. Como no me apetecía volver a casa decidí ir hasta casa de Mary Jane y colarme en su habitación para ver que tal estaba y charlar un rato.

Cuando llegué, apagué mi Indian cien metros antes de llegar a su casa para no hacer ruido, la aparqué al lado de la valla de su propiedad y me subí al árbol cuya rama era la que utilizaba para colarme en su habitación sin que sus padres me vieran. Estaba a punto de golpear el cristal de su ventana cuando con sorpresa descubrí que no era el único que había usado el árbol esa noche. Desde allí podía ver como Mary Jane se estaba besando con otro chico. Paralizado por el dolor de la traición solo pude quedarme allí mientras veía como el desconocido besaba y manoseaba a la que había sido mi novia hasta ese momento.

Mary Jane apenas llevaba puesto nada más que un camisón y el tío con el que estaba llevaba solo los calzoncillos puestos. Con los ojos como platos observé como mi novia, a la que me costaba un mundo arrancarle un beso, estaba acariciándole el paquete a ese gilipollas. Pensé en entrar y darle de hostias a aquel hijo de perra, pero decidí esperar un poco y meditar bien que era lo que debía hacer. Mientras tanto el desconocido le había quitado el camisón a Mary Jane revelando unas tetas grandes con unos pezones gordos y negros.

El tipo se abalanzó sobre ellos y los chupó mientras Mary Jane le abrazaba la cabeza y le acariciaba el cabello. Sin poder creerlo vi como tras unos segundos Mary Jane tumbaba al desconocido sobre la espalda y sacándole la polla del calzoncillo se la metía en la boca y comenzaba a chupársela como una puta barata.

El gilipollas se mordía los dedos para no gritar mientras mi exnovia chupaba y lamía hasta que unos instantes después el tipo no se podía controlar y apartaba su polla justo a tiempo corriéndose sobre los pechos de Mary Jane.

Justo en ese momento supe lo que tenía que hacer. Cogí una rama podrida del árbol, la partí y la lancé contra el cristal de la habitación de Mary Jane. No esperé a ver lo que pasaba y bajé del árbol lo antes posible. Cuando cogí la Indian ya se oían los gritos de los padres de Mary Jane.

Arrastré la moto a un lugar discreto y observé como el listillo que me había levantado a la novia salía por la ventana a medio vestir y saltaba a la rama del árbol perseguido por los gritos de los padres de Mary Jane. Debido a la violencia con la que el tipo había aterrizado, la rama se combó y tras un segundo de suspense chasqueó y se rompió. Intentó agarrarse desesperadamente, pero no encontró asidero así que fue cayendo y rebotando en las ramas, con los pantalones enredados en torno a sus tobillos, hasta que cayó al suelo sin aliento.

Con el honor no tan maltrecho ya, decidí coger la Indian y volver a casa. A la mañana siguiente me levanté temprano y me dirigí a la oficina de reclutamiento para alistarme. Compréndelo, este pueblo es pequeño y cada vez que me encontrase con ella mi corazón sangraría. Tenía que alejarme de Mary Jane, no quería volver a verla, así que no me pareció mala idea irme al otro lado del océano. Total, es difícil acabar con un corazón que ya está destrozado.

Volví a casa esa misma mañana, antes de coger el tren que me llevaría a Fort Jay y me despedí de padre y madre. Padre lo entendió y madre no dijo nada, aunque sus ojos decían que era un maldito idiota. Tú volvías un par de días después del internado, pero no podía quedarme y tuve que dejarte esa nota diciéndote que más adelante te contaría las causas de mi apresurada partida.

Espero que esto sirva para que entiendas que esta no era mi intención, que me gustaría que estuvieses aquí conmigo y que sé que pronto estaremos juntos atizando de lo lindo a esos cabezas cuadradas.

Cuídate y no hagas ninguna locura. Cuida de madre y padre y dales un fuerte abrazo de mi parte.

Tu hermano que te quiere:

Douglas

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

 
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Primera Sangre. Parte 2-” (POR ALEX BLAME)

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Algún lugar del norte de Francia, 12 de diciembre de 1917

Querido hermano:

Espero que todos os encontréis bien. Siento no haber escrito antes, pero apenas tengo tiempo nada más que para el adiestramiento y el sueño. Además ya sabes que lo mío no es la escritura.

Lo siento, pero no puedo decirte dónde estamos. Tan solo que al fin hemos cruzado el charco. Cuestiones de seguridad, dicen nuestros superiores. Pero esas órdenes no impiden que te pueda contar todo lo que ha pasado.

Hace tres semanas, por sorpresa y en secreto, nos metieron en cargueros, apretujados como sardinas y nos hicimos a la mar. La travesía fue una pesadilla. Tras un par de horas de viaje, todo el mundo estaba mareado y vomitando. El barco olía que apestaba, haciendo que los pocos que resistían el mareo vomitasen por efecto del intenso hedor.

Cuando finalmente nos recuperamos, una violenta tormenta procedente del norte nos alcanzó con olas de más de cinco metros, volviendo a dejarnos a todos en un estado lastimoso. Los marineros, sin embargo, estaban felices, primero por ver a aquellos orgullosos chavales arrastrarse por el barco como almas en pena y segundo por la imposibilidad de que los submarinos alemanes pudiesen atacarles con el mar en semejantes condiciones.

La tormenta nos acompañó con pequeños lapsos de tranquilidad durante toda la travesía hasta que llegamos al puerto de Brest. Milagrosamente no perdimos ningún barco. Cuando posamos el pie en Francia, durante unos minutos nos sentimos tan mareados como en alta mar, creímos que no nos íbamos a volver a sentir humanos nunca más, pero todo cambió radicalmente en cuanto salimos del puerto.

Avanzamos en formación por las calles de Brest, camino de las afueras, donde nos esperaba una flota de camiones que nos llevaría al campamento. Al principio apenas había un alma por las calles, pero de alguna manera se corrió la voz y en cuestión de minutos estábamos rodeados por un montón de gente que nos vitoreaba como si ya hubiésemos ganado la guerra.

Los hombres lanzaban sus sombreros al aire y nos vitoreaban mientras que las jóvenes salían de entre la multitud y se nos colgaban del cuello, abrumándonos con sus perfumes, besando nuestras mejillas y regalándonos flores. Nuestro cansancio y nuestro mareo se esfumaron sustituidos por una intensa sensación de orgullo. Nos pavoneamos y machamos ante la gente con una sonrisa de satisfacción que no nos cabía en la cara.

Subimos a los camiones y no paramos hasta llegar al campamento, dando botes en los estropeados caminos, comiendo dentro de los vehículos y solo parando para hacer nuestras necesidades en la cuneta.

El cielo estaba encapotado y caía una fina lluvia que lo empapaba todo, haciendo que aquel campamento pareciese aun más deprimente. Consistía en una serie de barracones dispuestos alrededor de una plaza presidida por la bandera americana. Dominando la plaza estaba plantado el único edificio de ladrillo, el pabellón destinado a los oficiales y los instructores.

Sí instructores. Creíamos que nada más llegar nos destinarían al frente y en cuestión de horas estaríamos matando boches, pero no fue así. Tras un corto descanso de seis horas volvíamos a estar haciendo marchas y arrastrándonos por el barro con equipo completo.

Creíamos que los sabíamos todo, pero nuestros nuevos instructores eran soldados ingleses curtidos en la batalla. Nos hablaban con amabilidad y nos daban consejos verdaderamente útiles, pero había algo en ellos, una actitud pesimista y cansada que a pesar de todo no consiguió alterar nuestro ánimo.

Al fin nuestro capitán nos dijo que saldríamos en un par de días para el frente, pero antes nos dieron una última noche para visitar el pueblo que estaba al lado del campamento.

Salimos corriendo y gritando, dispuestos a coger una buena curda. Atestamos la pequeña cantina y brindamos con los parroquianos bebiendo vaso tras vaso de calvados hasta estar convenientemente borrachos.

Rosco fue quién sugirió que aquella noche iba ser la última antes de enfrentarnos a la muerte cara a cara y que debía ser inolvidable. Así que se inclinó sobre un viejo y le preguntó dónde estaba el burdel más cercano.

El lugar era un pequeño Chateau a las afueras del pueblo. Por fuera parecía un tanto ajado, las paredes tenían manchas de humedad y el jardín estaba desatendido, pero cuando entramos en el interior todo cambió. Los dorados y los lujosos oropeles adornaban las estancias dándoles un aire de sutil decadencia.

Pasamos atropelladamente, empujándonos unos a los otros, dándonos valor. Después de todo, la mayoría éramos chavales de menos de diecinueve años y casi ninguno había pasado con sus novias de la primera base.

Entramos en una enorme sala dónde la madame nos recibió con amabilidad. Adosados a la pared había sofás y canapés donde descansaban mujeres casi desnudas. Observamos con avidez a las mujeres, las había rubias, morenas, pelirrojas… hasta había un par de mulatas de labios gruesos y pintados llamativamente de rojo.

Rosco y Carlucci fueron los primeros en adelantarse y tras pagar a la madame. Se llevaron a dos rubias delgadas y muy guapas. Yo no sabía muy bien que hacer, paralizado por la timidez y por no saber qué mujer elegir, cuando unos ojos verdes llamaron mi atención.

Los ojos pertenecían a una mujer de unos treinta años pelirroja, de piel pálida y formas generosas. Sus pechos grandes y sus piernas tersas y rollizas despertaron mi deseo y una sonrisa amplia y tranquilizadora terminaron por decidirme. Pagué a la madame y me dirigí hacia ella. Mientras subíamos las amplias escaleras que nos llevaban a su habitación me contó que se llamaba Didiane y que era de Marsella. Su voz tranquila y grave me tranquilizó y cuando cerramos la puerta tras nuestras espaldas, me acerqué a ella y la observé con tranquilidad. Era más baja que yo, de facciones suaves. Tenía el pelo largo, de un intenso color rojo, recogido en un alto moño y sus ojos de un verde aguamarina parecían acariciarte suavemente con cada mirada. Con una sonrisa se quitó el camisón semitransparente y cogiendo mi mano la acercó contra su piel cremosa.

Mis manos se movieron acariciando su vientre y sus caderas y se cerraron sobre sus pechos. Eran grandes y pálidos, ligeramente caídos y recorridos por una fina red de venas azules que recorrí con los dedos.

Me incliné y con timidez acerqué mi boca a sus pezones de areolas grandes y rosadas. La mujer me cogió amorosamente la cabeza acercándome los labios hacia ellos. Los chupé con fuerza notando como crecían dentro de mi boca. Didiane gimió y presionó aun más mi cabeza contra ellos.

Durante unos instantes solo se oyó el sonido de mis labios y los gemidos de la mujer antes de que ella me separase suavemente, deshiciese su moño y comenzase a desnudarme.

No pude dejar de sentirme raro, la última persona que me había quitado la ropa de esa manera había sido mi madre. Me sentí un poco cohibido, no sabía qué hacer allí parado, pero Didiane sonrió y se arrodilló frente a mí. Murmuró un par de palabras tranquilizadoras y acarició mis pelotas con suavidad mientras se metía mi polla en la boca.

La habilidad de esa mujer con sus labios y su lengua hubiese hecho que me corriese en cuestión de segundos, pero afortunadamente estaba bastante borracho lo que me ayudó a contenerme. Sin dejar de mirarme a los ojos recorría mi polla con su boca, chupando con fuerza y mordisqueándola con suavidad. Antes de incorporarse de nuevo recorrió mi glande con su lengua y lo golpeó con suavidad para asegurase de que estaba dura como una piedra.

A continuación se acercó al enorme lecho que dominaba la habitación y dejando el culo en el borde abrió las piernas.

Me acerqué y me arrodillé entre aquellos muslos pálidos y gruesos. Enseguida un aroma a rosas invadió mi nariz. No te lo vas a creer, las francesas se perfuman hasta por ahí abajo.

Enterré allí mi cabeza y fue como enterrarla en un delicioso jardín. Lamí el interior de sus muslos y su sexo. Su vulva se inflamó casi inmediatamente abriéndose como una flor. Con suavidad le exploré con mi lengua y mis dedos, descubriendo las zonas más sensibles. En cuestión de minutos Didiane estaba gimiendo y gritando estrujándose los pechos y atrapando mi cabeza entre sus colosales muslos.

No esperé más y me levanté. Separé las piernas de la mujer, admirando el vello rojo que cubría su pubis antes de penetrarla. Didiane gimió suavemente y sonrió mientras yo me movía torpemente en su interior. Me incliné, besé sus pechos y exploré su boca invadiéndola con mis vapores alcohólicos. Ella no dio ninguna muestra de incomodidad sino que me abrazó amorosamente sin dejar de sonreír.

No sabía muy bien cómo pero Didiane consiguió que me sintiese cómodo y me olvidase de que estaba follando con una puta. Aceleré el ritmo de mis penetraciones y ella comenzó a gemir, cada vez con más intensidad, hasta que todo su cuerpo se paralizó.

Yo aun no había llegado al final así que ella se dio la vuelta y apoyando los pies en el suelo separó las piernas mostrándome el culo. No pude contenerme y me abalancé sobre ella como un animal dándole polla con todas mis fuerzas y haciendo que gritase extasiada.

Aprovechando que me tomaba un momentáneo descanso para coger aire, giró su cabeza y cogiéndome la polla la guio hacía su ano. Yo me quedé paralizado, sin saber qué hacer, pero ella me alentó con un gesto y yo la penetré.

Su culo era deliciosamente estrecho y olvidando toda consideración enterré mi polla hasta el fondo de un solo empujón. Didiane soltó un quejido, pero no me lo impidió y cuando me di cuenta estaba empujando en sus entrañas con todas mis fuerzas. La prostituta se limitó a soltar quedos quejidos mientras se masturbaba con fiereza. Pronto estábamos gimiendo ambos, follando como animales sin pensar en nada, ni en la guerra, ni en la miseria, ni en las horribles cosas que ambos estábamos obligados a hacer.

Creí y deseé que aquello durase siempre, pero el orgasmo me llegó y eyaculé en el culo de Didiane llenándolo con mi semilla y estimulándola hasta producirle un monumental orgasmo. Su cuerpo tembló de nuevo incontenible mientras gritaba hasta perder el aliento.

Caímos en el lecho jadeantes y sudorosos. Tras unos minutos, Didiane me levantó y me ayudó a vestirme. Bajamos a la sala de recepción donde me esperaban el resto de mis compañeros ya saciados.

Intercambiamos bromas y tomamos un par de copas de champán que nos ofreció la madame. Mientras tanto Didiane había vuelto a ocupar su sitio y esperaba, sonriendo, un nuevo cliente.

En fin, que la noche resultó ser genial aunque el día de hoy no lo es tanto. Escribo esto esperando que un camión nos acerque al frente mientras un ejército de monos toca los timbales en el interior de nuestras cabezas.

La próxima vez que te escriba estaré en primera línea y espero poder contarte que he acabado con unos cuantos de esos cabezas cuadradas.

Como no tengo más que contarte me despido. Cuídate mucho y no te preocupes por mí hermanito, sabré arreglármelas. ¡Ah! y procura que madre no tenga acceso a esta carta o me pasaré el resto de mi vida castigado.

Un abrazo de tu hermano que te quiere.

Douglas.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

 
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Primera Sangre. Parte 3-” (POR ALEX BLAME)

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París, 17 de junio de 1918

Querido hermano:

Sí, soy yo. Aunque me veo obligado a utilizar a Carlucci como escribiente por verme impedido temporalmente para escribir por mi propia mano. No te preocupes, no es nada grave y los médicos me dicen que he tenido suerte y que me recuperaré totalmente.

Sé que la caligrafía y la ortografía de este espagueti es realmente horrorosa, pero tengo necesidad de contarte todo lo que me ha pasado estos meses.

Como te conté en mi última carta, nos incorporamos al frente a principios de diciembre. El general Pershing había insistido en mantener su postura frente a los aliados, que querían incorporarnos a sus unidades y finalmente nos integramos en un ejército propio.

Lo primero que descubrimos es que la guerra es incómoda. En cuanto llegamos nos guiaron hasta unas profundas trincheras en primera línea. Nunca había estado en un lugar tan repugnante. El agua helada y putrefacta que hay en el fondo nos llega casi hasta las rodillas y las ratas corren y nadan por ellas como si estuviesen en su casa. Afortunadamente solo teníamos que estar allí en caso de ataque o cuando montábamos guardia. El resto del tiempo estábamos en búnkeres, que por lo menos estaban secos, aunque pronto averiguamos que también tenían sus inconvenientes. En cuestión de días estábamos literalmente comidos por los piojos. Rosco y tres compañeros más fueron de cabeza al hospital de campaña, contagiados de tifus sin haber tenido la oportunidad de pegar un solo tiro.

A esto se le une el maldito fuego de artillería de los boches, que era especialmente frecuente de noche y que al principio, hasta que nos acostumbramos, apenas nos dejaba dormir.

Quince días después de llegar sufrimos el primer ataque por parte de los alemanes. Eran tipos veteranos y hábiles. Tropas de asalto las llamaban. Tras un bombardeo intenso aparecieron saltando de cráter en cráter apoyados por lanzallamas.

Los recibimos con un enérgico fuego de ametralladoras y artillería ligera que les detuvo a poco más de sesenta metros de nuestras líneas. Estaban intentando reorganizarse cuando Jessie, un tipo de la cuarta compañía, le acertó a uno de los bidones de uno de los portadores de los lanzallamas haciéndolo explotar y originando el caos en sus filas. Finalmente se retiraron dejando un par de cientos de muertos detrás. Era nuestra primera victoria. Estábamos vitoreando y cantando el himno cuando la artillería alemana volvió a disparar cubriendo la retirada de sus hombres. Uno de los proyectiles cayó en nuestra trinchera. A pesar de caer a más de treinta metros la onda expansiva me levantó del suelo y me lanzó contra la pared del refugio.

Cuando nos recuperamos, vimos que ocho de los hombres de la compañía estaban muertos. Nos acercamos. Jamás había visto algo parecido. De dos de ellos apenas quedaban unos girones de carne esparcidos por el cráter. El resto tenían espantosas heridas cuya vista nos conmocionó y nos impidió ayudar a los heridos durante unos minutos.

Ese fue el momento en que descubrí que la guerra no tiene nada de glorioso. Doscientos alemanes se habían sacrificado en un simple ataque para tantear nuestras fuerzas y una docena de nuestros hombres también habían caído sin siquiera ver quién les había disparado.

Desde aquel día, a pesar de que nuestra moral era alta, entendimos la mirada un tanto desencantada de nuestros instructores. No te engañes, la guerra es una mierda y una muerte heroica no la hace mejor.

Durante los siguientes meses estuvimos inmersos en una tediosa y peligrosa rutina, basada principalmente en realizar misiones de reconocimiento y en aguantar esporádicos pero terribles bombardeos.

La tensión era tan fuerte que cada poco tiempo nos tenían que retirar de primera línea para que esta situación no acabase con nuestros nervios. Cuando íbamos a descansar a la reserva nos pasábamos la mayor parte del tiempo borrachos, intentando acallar los gritos y borrar las imágenes que se nos habían grabado para siempre en nuestras mentes.

A principios de marzo llegaron rumores de que Rusia se había rendido y los alemanes estaban trasladando su ejército del este al oeste para una ofensiva que decían sería la definitiva.

Nuestra porción del frente, a unos sesenta kilómetros al noroeste de París estuvo tranquila hasta que el día veintisiete de mayo nos dijeron que teníamos que movernos para apoyar a los franceses que estaban recibiendo una buena paliza. Llegamos el treinta y relevamos a tres destrozadas divisiones francesas cerca de un lugar llamado Chateau—Tierry.

Los cabezas cuadradas no tardaron mucho en darnos una cálida bienvenida y pasaron parte de la noche bombardeando duramente nuestras posiciones. Por la mañana, tras un corto descanso, nos lanzaron una nueva salva, pero esta vez era especial. El grito de ¡Gas! se extendió por toda la línea.

Con toda la rapidez que pude me puse unos guantes y la máscara antigás y me preparé para el ataque. Estaba muerto de miedo. Varios obuses cayeron sobre la niebla estallando y liberando unas nubes amarillas. Pronto una niebla amarillenta nos envolvió. Las máscaras eran incómodas y agobiantes, pero eso no nos impidió darles a esos boches su merecido y resistimos su ataque durante tres interminables horas. Después de eso los alemanes se retiraron y cambiaron el eje de su ataque dándonos un respiro.

Con la niebla tóxica dispersada por el viento, algunos nos quitamos las máscaras deseando respirar aire fresco. Nuestros uniformes estaban cubiertos por una fina capa de una sustancia grasienta de color amarillo. La toqué con curiosidad sin saber que estaba cometiendo un terrible error.

Dos horas después empecé a sentir una ligera sensación de incomodidad, como si tuviese arenillas en los ojos y un poco más tarde empezaron a hinchárseme los parpados hasta que finalmente se me cerraron totalmente y no pude ver nada.

No puedes imaginar el terror de sentirme literalmente ciego. Mis compañeros me ayudaron a ir hasta retaguardia dónde un atareado médico me reconoció en tres minutos y me colgó del cuello una tarjeta que no pude leer. Entonces un enfermero me guio hasta un camino donde me cogió el brazo y me lo alzó hasta apoyarlo en el hombro de otra persona diciéndome que me limitase a seguir al compañero que tenía delante. Poco después noté que otra mano se posaba sobre mi hombro y tras diez minutos nos pusimos en marcha.

No puedo imaginar el triste espectáculo que debíamos representar una inacabable línea de soldados ciegos agarrados unos detrás de otros, siguiendo a uno que hacía de lazarillo.

Caminamos durante lo que me pareció una eternidad, tropezando, maldiciendo y lamentándonos hasta que llegamos a un hospital de campaña donde nos hicieron una cura de urgencia aliviando un poco nuestro dolor y nos enviaron en camiones a un hospital en las afueras de París donde llevo varios días recuperándome.

Nunca pensé que casi quedarme ciego pudiese resultar una bendición, pero así ha sido y confiando en la discreción de mi camarada Carlucci te contaré lo que me ocurrió cuando llegué a este lugar.

Llegué al hospital en un tremendo estado de agitación. Sin haber recibido ninguna información sobre la gravedad de mis lesiones me sentía totalmente turbado. Creía que me quedaría ciego para siempre y no puedes imaginar mi desconsuelo.

Permanecí en una cama hasta que llegó el doctor. Me tomó el pulso, me auscultó, me hizo unas cuantas preguntas que no entendí y sin decirme nada le dio una serie de instrucciones a alguien que estaba a su lado.

El médico se fue y la habitación se quedó en silencio. Creí que me había quedado solo en la oscuridad hasta que hoy el suave crujido de un tejido almidonado.

—¿Quién hay ahí? —pregunté yo.

—Hola, Douglas. Soy la enfermera Dawkins. —dijo una voz suave y tranquilizadora.

—¿Podría decirme, si voy… a quedarme ciego? — pregunté intentando infructuosamente que nos trasluciese toda la aprensión que sentía.

—¡Oh! No —respondió ella— ¿Nadie le ha dicho nada? El gas mostaza es una mierda pegajosa que sigue contaminando el lugar donde lo han esparcido, pero si la exposición no ha sido muy intensa los síntomas son pasajeros, y por lo que me ha dicho el doctor en cuestión de un par de meses te habrás recuperado totalmente. Ahora voy a cambiarte el vendaje y a aplicarte un ungüento para aliviar el dolor y bajar la inflamación.

No pude evitar un largo suspiro de alivio al oír la explicación de la mujer. En pocos instantes noté como la enfermera me quitaba el vendaje, procurando hacerme el menor daño posible. Yo apreté los dientes y aguante sin soltar un solo quejido. A continuación unos suaves dedos me aplicaron una espesa pomada por los doloridos párpados y pronto empecé a sentir un poco de alivio.

— Gracias, enfermera. Esto está mucho mejor. ¿De dónde es, enfermera Dawkins? —pregunté intentando distraerme mientras colocaba unos apósitos y me vendaba los ojos con habilidad.

—Del condado de Sufolk.

—¡Ah! El de las ovejas.

—Aunque no lo sepas, no solo hay ovejas y las ovejas sufolk se crían por toda Inglaterra. Yo he vivido toda mi vida en Ipswich, jamás he visto ninguna.

—Pues es una lástima, son unos animales muy bonitos.

—¿Eres granjero? —preguntó ella mientras me ahuecaba la almohada y la ponía tras mi cabeza.

—Mis padres tienen una granja de cincuenta mil acres en Montana. Criamos vacas y ovejas.

—¡Qué interesante! —dijo ella aunque yo no me lo creí demasiado— Ahora tengo que irme, pero tienes que contarme más cuando vuelva.

—¿Lo harás pronto? —pregunté con un deje de ansiedad en mi voz.

—Lo antes posible —respondió la enfermera acariciando mi mejilla.

Ya sé lo que pensaras Johnny, que soy un puñetero paleto al tener una conversación de ovejas con una mujer, pero en ese momento no tenía ni idea de lo que aquella mujer llegaría a significar para mí con el paso de las semanas.

Porque aquella misma noche se presentó me tomó las constantes vitales, como decía ella y charló conmigo un poco más de lo necesario. Al principio me imaginé que sería una matrona gorda y rubicunda que probablemente habría perdido un hijo y que se habría presentado voluntaria para intentar que otras madres no tuviesen que sufrir esa pérdida. Pero con las cada vez más largas conversaciones, me contó que tenía diecinueve años, que se había presentado voluntaria y la habían admitido en el cuerpo de enfermeras a pesar de que aun le faltaba un curso para graduarse.

Cada vez se quedaba más tiempo conmigo y en pocos días estaba deseando que aquella ceguera no terminase nunca para poder mantener aquellas amenas conversaciones. En ellas trataba de mostrarme optimista y hablarle de cualquier cosa que le ayudase a olvidarse de las terribles escenas de dolor y muerte que seguramente veía a diario.

Cuando empezaron a acabarse nuestros temas de conversación le pedí que me leyese alguna cosa para pasar el rato. La dejé elegir a ella y trajo una antología de Keats. Nunca había leído poesía y hasta ese momento nunca hacía pensado que pudiese ser tan interesante. Lisa, que así se llama mi enfermera, era una narradora magnifica, me atrapaba con el ritmo de su lectura y cuando se iba, los versos quedaban toda la noche rebotando en mi cabeza.

Finalmente una noche que estaba sentada a mi lado leyendo alargué mi mano y le acaricié el rostro. Era suave y cálido. Ella se puso un pelín tensa, pero yo le dije que solo quería saber cómo era. Lisa cogió mi mano y la desplazó por sus pómulos altos, su nariz pequeña, su frente despejada y su melena recogida en una tirante cola de caballo bajo la cofia, hasta que llegó a sus labios.

Los recorrí con mis dedos, eran gruesos y enmarcaban una boca grande. Lisa los abrió ligeramente y yo recorrí la comisura e introduje la punta de mis dedos por ella. Una lengua cálida y suave los rozó. Presioné un poco más hasta meter el dedo índice en su boca. Lisa lo chupó. Guiado por mis manos me incorporé y apartando mi dedo la besé con suavidad. Ella respondió. Nuestras lenguas se juntaron y durante los siguientes minutos solo nos separamos para respirar.

Mis manos resbalaron de su nuca hacia su espalda y de ahí a sus caderas y fue en ese momento cuando la enfermera se paró en seco, como si de repente hubiese recordado algo y sin despedirse se alejó.

La llamé tan fuerte como me atreví, pero solo oí un suave taconeo por toda respuesta.

Pasaron dos días sin que apareciese. Estaba convencido de que había metido la pata y me quede deprimido sentado en una silla al lado de mi cama. Si hubiese podido. Me hubiese dedicado a mirar por la ventana con aire melancólico la campiña francesa, pero como ni siquiera podía permitirme ese lujo, me quedé allí sentado mirando a la nada. En un par de ocasiones me pareció sentir que sus pasos ligeros y acompasados se acercaban, pero al final siempre resultaban ser un espejismo.

La tercera noche su perfume la delató. Siempre me admiraba del suave aroma a jazmín que emanaba a pesar de encontrarse rodeada de toda clase de apestosos hedores. Parecía que estaba por encima de toda aquella mierda y que esta no llegaba a rozarle.

—Hola Lisa. —dije en un susurro.

—¿Cómo…

—Al final resulta que es verdad lo que dicen de que si pierdes un sentido el resto se agudizan. —respondí yo— Tu perfume, es inconfundible.

Ella se sentó a mi lado y cogió mi mano. Noté que estaba húmeda y temblaba ligeramente. Estaba buscando las palabras.

—Verás, creo que lo que hicimos el otro día no está bien…

—¿Por qué? —pregunté yo— ¿Tienes novio?

—No, no es eso. Es solo que… —dudó ella.

—Sé que parece una locura, pero siento que nunca había conectado con una mujer de esa manera.

—Sí y ese es parte del problema. —dijo ella apretándome la mano con fuerza sin ser consciente de ello— Llevo en este hospital cerca de dos años y he visto lo que os hace la guerra y lo peor no es la muerte. Veo las brutales heridas que se niegan a curar, los miembros amputados, los casos de locura producidos por el intenso estrés. No puedo pensar en que te pueda pasar algo así. No quiero ignorar donde te encuentras, no quiero esperar que el siguiente cuerpo destrozado que llegue al hospital sea el tuyo. Sé que eso acabaría con mi cordura.

—Sabes, está guerra no es como me lo había imaginado. A mi también me preocupa que un obús me caiga encima y mis padres no tengan siquiera un cuerpo que enterrar. Me preocupa quedarme cojo o manco, pero me preocupa mucho más morir sin haber disfrutado al máximo lo que la vida me ofrece y ahora toda mi vida eres tú.

—Pero si ni siquiera conoces mi aspecto.

—Sé que eres una mujer dulce y adorable. Una enfermera hábil. Una trabajadora incansable y consigues que un paleto de Montana se interese en la poesía. No necesito saber nada más.

Solté su mano y cogiéndola torpemente por el cuello la besé. Fue un beso dulce, largo y sin humedades. Esperé un instante. Era el momento o se quedaba, o se iba para siempre. Finalmente se acercó e inclinándose sobre mí me dio un largo beso. Respondí a su beso con alivio y acaricié sus mejillas recorridas por gruesos lagrimones.

En ese momento sentí como si todos las emociones que habíamos estado conteniendo fuesen liberadas de repente. Oí como Lisa corría la cortina para conseguir un poco más de intimidad y sin darme tiempo a reaccionar se montó a horcajadas sobre mí, entrelazó sus manos con las mías y me dio un largo y húmedo beso.

El fino tejido de mi pijama no pudo ocultar mi considerable erección y ella retrasó sus caderas hasta que nuestros sexos estuvieron solo separados por dos finas capas de tela. Lisa se movió con suavidad sobre mi polla. Su respiración se aceleró y yo levanté mis caderas para hacer más íntimo el contacto.

Se agachó de nuevo y me besó sin soltar mis manos ni dejar de moverse deliciosamente sobre mi erección.

Finalmente me soltó y pude acariciar su cuello y su cara, recorrer sus finas cejas con mis dedos y acariciar su pelo y sus orejas cálidas y pequeñas.

—Quiero que sepas que me gustas mucho y que voy en serio, esto no es necesario… —dije yo al ver que Lisa abría apresuradamente mi pijama y metía la mano en él buscando mi miembro.

—Chsstt —me susurró ella a la vez que me cerraba la boca con un dedo— Tú mismo lo has dicho. Quién sabe lo que nos depara el futuro. Aprovechemos cada instante.

Sin atreverme a decir nada para no romper la magia del momento, le dejé hacer. Con un mano cogió mi polla y la guio hacia su sexo. Con suavidad fue dejándose caer sobre ella con un suspiro. Por un momento se quedo rígida suspendida sobre mi falo para luego clavárselo hasta el fondo con un ahogado quejido.

Al instante noté unas gotas de cálido fluido caer sobre mi pubis y enseguida comprendí que Lisa era virgen. Conmovido, me erguí para abrazarla y la apreté contra mi pecho, moviéndome suavemente en su interior. Tras unos instantes, se incorporó y apoyando las manos en mi pecho comenzó a mover sus caderas arriba y abajo. Yo me agarré a sus caderas disfrutando de su sexo virginal y escuchando su respiración agitada y el apresurado latido de su corazón.

Sin poder evitarlo adelante mis manos y a tientas las metí en el interior de su bata. Quería sentir con mis manos su calor, las palpitaciones de su corazón. Lisa se desembarazó de su ropa quedando totalmente desnuda. Mis manos recorrieron sus costados y se cerraron en torno a sus pechos. Eran grandes, cálidos y suaves. Rocé sus pezones y Lisa no pudo evitar un apagado suspiro. Con curiosidad infantil los acaricié y pellizqué suavemente hasta que estuvieron tan duros como la polla que estaba enterrando en sus entrañas.

Con un movimiento rápido la levanté en el aire y la di la vuelta poniéndome sobre ella. Hundí mi polla con fuerza y Lisa suspiró cruzando sus piernas en torno a mi espalda. Yo me agarré a sus muslos penetrándola profundamente y pegando mi torso contra el suyo deseando fundirme con ella.

Sus gemidos se volvieron más intensos y apresurados y sus suplicas más apremiantes. La follé tan profundo y rápido como fui capaz. Eyaculé en su interior, llenando su sexo con mi semilla hasta hacerlo rebosar, sin dejar de empujar en su interior, acariciándola y besándola, acogiéndola entre mis brazos y atrayéndola hasta mí hasta que su cuerpo se estremeció recorrido por un orgasmo. Disfruté de su placer y su abandono tanto como ella misma. Me tumbé a su lado y la atraje hacia mí de nuevo, pegándome a su cuerpo desnudo y sudoroso esperando a que su cuerpo se recuperase.

—Te amo Lisa Dawkins. —dije yo.

—No seas estúpido. —dijo ella con la respiración agitada—Ni siquiera has visto mi cara.

—¿Para que quiero saber cómo es tu cara si me he asomado a tu alma? Quiero compartir el resto de mi vida contigo. Cuando esta locura termine te llevaré a mi granja de Montana y tendremos un montón de mocosos.

—Por favor, no hagas planes, no ahora. No quiero saber nada de todo esto hasta que termine la guerra.

—¿Por qué?

—Porque no soportaría que te mataran.

—¿Entonces me esperarás? —pregunté yo.

—Pues claro que si, idiota, yo también te quiero. —respondió ella dándome un beso.

Y así, hermano, he pasado a estar formalmente comprometido. Nunca pensé que algo así pudiese pasar de esta manera, pero en fin, creo que estos son tiempos excepcionales y supongo que algo bueno tenía que salir de esta cochina guerra.

Mi amanuense se está empezando a quejar. Le duele la muñeca ya que lo más largo que suele escribir normalmente son rimas soeces en las letrinas, así que voy a terminar contándote que dentro de quince días más o menos me quitarán las vendas, podré ver los ojos grises y la melena castaña de mi prometida y seré un hombre totalmente feliz.

En cuanto a la guerra, hermano, hazme caso. No te apresures a participar en ella. Nada tiene de bello ni de glorioso. Cuídate y cuida de nuestros padres. Las noticias que vienen del frente son buenas, hemos detenido la gran ofensiva de los alemanes y pronto, con nuestra ayuda, los franceses echaran a esos boches de este gran país.

Un beso de tu hermano que te quiere:

Douglas.

PD: Te envio una foto de mi novia para que me la describas en la siguiente carta. Lisa insiste en ser particularmente parca en sus descripciones, no sé si por modestia o por timidez y Rosco y Carlucci se empeñan en describírmela como una bruja, una lamia o una harpía dependiendo de sus ganas de tomarme el pelo.

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Relato erótico: “VELOCIDAD DE ESCAPE” (POR ALEX BLAME)

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Fen Yue se retrepó en el asiento intentando ponerse lo más cómoda posible dado el escaso espacio que había en la cabina. Las luces de cientos de botones se encendían y apagaban aunque apenas les hacía caso después de haber hecho por segunda vez la lista de comprobación. Sabía que el ordenador se encargaría de todo, así que trató de relajarse a pesar de que, tal como le habían dicho los instructores, aquella experiencia no se parecería en nada a todo lo que había estado entrenando durante más de seis años.

La cuenta atrás dio comienzo. A pesar de que ella no podía verlo, sabía que el cielo estaba despejado y el viento apenas soplaba. Mientras el tiempo corría, no pudo evitar preguntarse qué era lo que habían descubierto en ella para ser la elegida entre más de un millón de candidatos. Recordó como fue superando las distintas pruebas de selección. Nunca fue ni la más lista, ni la más fuerte, ni la más rápida… A veces pensaba que simplemente la habían elegido por superstición, por su nombre, aunque en lo más intimo de su alma pensaba que había sido por su determinación. Su permanente lucha por sobrevivir y prosperar desde que sus padres, a los que nunca llegó a conocer, le abandonasen en aquel arrozal para poder tener otro hijo, un varón.

Criada en un orfanato estatal, consiguió sobrevivir al hambre y las enfermedades y cuando se le presentó la ocasión no lo dudó y se apuntó al programa espacial chino. Diez años de duro trabajo la llevaron a su nombramiento como capitán de la fuerza aérea y a pilotar naves experimentales. Cuando el proyecto Marte se inició, se apuntó sin dudarlo, pero tuvo que empezar de nuevo. De nada sirvieron sus galones y tuvo que luchar codo con codo contra el millón de aspirantes e increíblemente lo había conseguido.

Como premio a una vida de trabajo había conseguido un viaje sin retorno. Esperaba que esos inútiles y decadentes occidentales se hubiesen acordado de todos los suministros y no se diesen cuenta de que faltaba el papel higiénico cuando estuviesen a cuarenta millones de kilómetros de distancia.

No sabía que le daba más vértigo, si romper para siempre el fino cordón umbilical que le unía a su planeta de origen o encontrarse con esos dos narices largas que ya le esperaban en la estación espacial, seguramente fumando porros, escuchando música heavy y haciendo chistes soeces sobre la pequeña chinita que iban a acoger en su nave espacial.

Los americanos estaban muy orgullosos de su cacharro, e incluso fueron ellos los que insistieron en llamarla Halcón Milenario, pero habían sido los chinos los que habían financiado el proyecto casi en su totalidad a cambio del parco derecho de llevar un tripulante en el viaje.

El aviso del último minuto le obligó a apartar todos aquellos pensamientos de su mente y a concentrarse en las pocas tareas que debía realizar a bordo en los últimos segundos.

Por enésima vez comprobó que había ajustado su escafandra y revisó los niveles de combustible y oxígeno para aquel viaje de apenas seis horas. Un viaje del que nunca volvería.

Diez, nueve, ocho… Fen Yue contrajo todo su cuerpo preparándose para el brutal patadón que recibiría al explotar toneladas de hidrogeno bajo ella. Siete, seis, cinco, cuatro… Respiró el fresco oxígeno que estaba entrando en la escafandra y contó a la vez que el micrófono que tenía ajustado a su oído.

—Tres, dos, uno cero…

La gigantesca bestia cargada con varias toneladas de material comenzó a alzarse, primero poco a poco, como no queriendo despegarse de la tierra, luego cogió velocidad hasta que la aceleración hundió a Fen en el fondo de su asiento. La astronauta notó como el aire escapaba de sus pulmones y un punto negro aparecía, creciendo poco a poco en el centro de su campo visual. Intentó mover una mano, pero la aceleración era tan fuerte que ni siquiera los nueve meses de entrenamiento intensivo le permitieron separarla del asiento.

Dos minutos después notó un ligero estremecimiento y otro nuevo empujón, la segunda fase se había iniciado. Durante otros cinco minutos los motores siguieron expulsando gases y empujándola fuera de la atmosfera hasta que la segunda fase se consumió y dio paso a la tercera y última.

Cuatro minutos más y la última fase se desprendió mientras Fen escuchaba aullidos y aplausos en su intercomunicador.

En ese mismo instante sintió como todo su cuerpo flotaba solo contenido por los cinturones que lo sujetaban al asiento, una oleada de náuseas, que a duras penas consiguió contener, le asaltó.

Allí sentada, atada e inmóvil no pudo evitar pensar que le hubiese gustado tener una mirilla para observar la tierra desde allí arriba y así eludir la sensación de claustrofobia que generaba en ella aquella estrecha lata de sardinas.

Fen realizó los test posteriores al despegue y después de ello cerró los ojos y se concentró haciendo unos ejercicios respiratorios para tranquilizarse y acabar con las náuseas.

Poco a poco éstas desaparecieron y al fin Fen pudo sonreír satisfecha. ¡Estaba en el espacio!

John Carpenter tomó impulso y se deslizó con suavidad por el interior de la estación espacial, camino del cuarto de baño. John se sentó y se ató los tobillos mientras conectaba la bomba que absorbería todas sus inmundicias. Allí sentado se preguntó cómo sería la compañera de viaje que estaba al llegar. Iban a formar un tripulación bastante curiosa. Fen Yue, John Carpenter y Jacques Verne. ¿Sería una casualidad o los encargados de la selección habían mostrado por una vez que tenían sentido del humor?

Cuando faltaban veinte minutos se dirigió hacia la cúpula, ya que de los atraques se ocupaba la tripulación de la estación. La cápsula de la nave Soyuz modificada ya se distinguía con claridad encima o debajo de ellos, eso era lo más desconcertante del espacio.

Apoyado en el marco, John observó como la cápsula se hacía cada vez más grande y rápidos chorros emergían provenientes de los cohetes para rectificar la trayectoria.

—Espero que los chinos tengan razón y sean capaces de atracar con suavidad esa mole. —dijo Verne entrando en la cúpula.

—No seas chovinista no solo los franceses sabéis hacer un cohete espacial. —le reprendió John con una sonrisa.

Desde la primera vez que se vieron, los dos hombres se habían caído bien. A pesar de ese ramalazo de yo soy francés y los americanos sois unos ricachones maleducados, era un tipo inteligente, hábil en la improvisación y un gran conversador.

Verne le dio un ligero puñetazo en el codo y se río mientras fijaba sus ojos en la cápsula que se veía cada vez más grande.

—¿Cómo será nuestra compañera? —preguntó Verne limpiando el vaho del cristal con la mano.

—Por lo que me ha dicho es una gran matemática y una comunista convencida.

—Me refiero a lo otro —dijo el francés haciendo una silueta femenina con sus manos. Va a ser la única mujer disponible en cien millones de kilómetros.

—Yo que tú no me emocionaría, será tan sensual como una hormiga obrera —replicó Carpenter escéptico.

Treinta segundos después, el acoplamiento se realizó con éxito y todos se acercaron al módulo de atraque para recibir a su nueva compañera.

La puerta se abrió; el traje impedía a los astronautas adivinar nada respecto al físico de su ocupante, la cosmonauta se escurrió y entró en el módulo de soporte vital. Cuando se quitó el casco Carpenter se quedó incomprensiblemente paralizado.

La joven tenía unos rasgos finos una nariz y una boca pequeña acompañada de unos labios gruesos y rojos. Tenía la piel pálida y el pelo negro, espeso y lacio, cortado en redondo. Carpenter no pudo disimular su interés y los ojos grandes y oscuros y rasgados de la joven se cruzaron un instante con los suyos antes de apartarlos.

—Bienvenida a la Estación Espacial Internacional Capitana. —dijo el comandante Stiwell— Estos son Enrique y Mark y tus compañeros de expedición, John Carpenter de la NASA y Jacques Verne de la ESA.

—Gracias. —respondió la joven sin un ápice de acento oriental—estoy emocionada por esta empresa y espero que formemos un gran equipo.

—A pesar de que su gobierno no ha querido que el equipo se reuniese hasta ahora. —dijo Jacques con un resoplido.

La joven se giró pero no dijo nada y sonriendo se quitó el resto del traje mostrando una figura menuda y atlética que se movía en ausencia de gravedad con sorprendente fluidez para ser una novata.

—Bueno, ¿Qué opinas? —preguntó Jacques mientras dejaban a la cosmonauta china tomar posesión de su litera.

—Que si lo que quieres es follártela no deberías haberte presentado poniendo a parir a sus jefes.

—Alguien tenía que hacer algo ya que tú estabas parado babeando. —replicó el francés.

—Deja ya eso de este-oeste, sabes de sobra que ahora lo que domina es el dinero y la avaricia no los ideales. Es una de las razones por las que me presente voluntario para este viaje sin retorno, no tendré que aguantar a todos esos gilipollas. —dijo John.

—Solo les estás abriendo el camino.

—Sí, pero espero haber muerto a causa de la radiación antes de que ellos lleguen…

Fen Yue apenas deshizo su equipaje ya que estaría en la ISS menos de tres días. Solo de pensar que iba a ir a Marte con esos dos gorilas le entraron escalofríos. No sabía quién le crispaba más los nervios si el americano pelirrojo y larguirucho que le miraba como si no hubiese salido en toda su vida de Omaha, o aquel cochino francés que no se había cortado y había insultado a su país directamente como si fuese una de sus antiguas colonias.

Creía que iba a ser duro compartir el resto de su vida con dos hombres y así se lo había hecho saber a sus superiores pero los dirigentes del politburó estaban empeñados en que fuese una ciudadana china la primera en pisar suelo marciano y sus socios occidentales no habían querido enviar mujeres por “razones técnicas”. En fin suponía que era el precio a pagar por formar parte de la historia. Había superado peores situaciones en su vida y no pensaba rendirse ahora.

Le costó dormir aquella noche con su sentido del equilibrio intentando decidir donde era arriba y donde era abajo, así que cuando John llegó a las seis de la mañana para hacerle una visita guiada a la nave que sería su hogar durante mucho tiempo, hasta lo agradeció.

El vehículo que los llevaría hasta allí le recordó a los minisubmarinos que había visto en las viejas películas de Jacques Cousteau. Se desacoplaron de la ISS y con un suave movimiento John se dirigió a la zona superior de la estación espacial.

—¿Puedo? —le preguntó Fen señalando los controles al americano.

—Por supuesto, adelante —dijo John cediéndole el control de la pequeña nave.

El pequeño aparato cabeceó ligeramente hasta que la joven astronauta se hizo con los mandos. El VTP o vehículo de transferencia de personal era bastante sencillo de manejar y John solo tuvo que indicarle a Fen qué dirección tomar. Tras un par de minutos de navegación una oscura estructura se fue haciendo cada vez más grande ante sus ojos.

—En realidad ni es pequeña, ni parece rápida, ni mucho menos maniobrable, no entiendo por qué ese empeño en llamarla Halcón Milenario.—comentó la mujer al ver la enorme estructura alargada rodeada de una especie de enormes contenedores en uno de sus extremos.

—Así que también en China veis los decadentes filmes occidentales. —replicó John socarrón.

Aunque Fen conocía todos los datos técnicos de aquella nave, cuando se acercaron, no pudo evitar sobrecogerse ante el tamaño del ingenio. Sin prisa, recorrió una buena parte de la popa admirando los relativamente pequeños motores de antimateria que les permitirían escapar de la atracción de la tierra, para luego observar los aun más pequeños de los contenedores que les permitirían un aterrizaje controlado en Marte.

Trece años de trabajo incansable en el CERN les había permitido a los europeos producir el combustible justo para llegar y amartizar de manera controlada. Con eso los europeos se habían ganado una plaza en el viaje.

Sin necesidad de que su copiloto le indicase, encontró uno de los puertos de anclaje y realizó el contacto con suavidad.

—Como puedes ver, todos los sistemas de apoyo vital ya están iniciados. Ahora entremos.—dijo John después de haber igualado las presiones a ambos lados de las escotillas.

Los dos astronautas entraron en la nave por el gran pasillo de más de quinientos metros de largo que formaba el eje central.

—Cómo sabrás esta será la zona que contiene el combustible para llegar Marte. Todos los suministros que ves son los que usaremos hasta que lleguemos allí. Los almacenados en los contenedores, salvo lo que hay en la zona de vivienda y el puente de mando, están sellados y sin atmósfera.

—Cuando lleguemos, los contenedores se desprenderán y aterrizarán en la falda norte de Aeolis Mons en una zona previamente cartografiada por la sonda Curiosity. La parte central se quedará orbitando sobre el planeta y servirá de satélite de comunicaciones, lo que nos permitirá un enlace de 500 gigabytes con la tierra. —recitó la joven como una buena alumna.

—Llevamos aproximadamente tres mil toneladas de cargamento. Comida, agua, una factoría para construir materiales basados en silicatos y mineral de hierro, y lo suficiente para montar varias factorías de terraformación.

Empezaron a avanzar a saltos por el pasillo hasta que llegaron a la zona de los contenedores. En ese lugar había siete puertas que llevaban a los siete contenedores. John señaló la número tres.

—Esta es la cabina de mando, aquí viviremos los tres. En cuanto este armatoste se ponga en movimiento los pasillos se desacoplarán permitiendo que los contendores se muevan en torno al eje con la velocidad suficiente para que en su interior haya una gravedad de aproximadamente 0.4 g un poco más de la que hay en Marte.

John le enseñó su nuevo hábitat y le sorprendió por lo espacioso y completo que era. Al contrarió del resto de las naves que había pilotado, allí estaba claro dónde estaba el arriba y el abajo. Volaron lentamente por todas la estancia mientras la mujer reconocía todas las instalaciones que hasta ese momento solo había visto en planos y fotografías.

Terminaron el tour en la cabina de mandos. Al igual que todas las naves espaciales tenían un montón de botones de colores aunque casi todos ellos se activaban automáticamente sin la intervención de sus pilotos.

—Hay un segundo contenedor que a última hora hemos acoplado. —dijo John tirando de su sorprendida compañera.

—Esto es muy irregular, ¿De dónde ha salido la financiación?—protestó Fen— Mi gobierno debió ser informado de…

—Un par de dólares de aquí, unos cuantos euros de allí…—respondió John acercándose a una puerta lateral que unía al hábitat con el contenedor de al lado.

—¿Qué vas a hacer? ¿Y la despresurización? —preguntó Fen al ver como John se acercaba a la puerta.

—Tranquila —dijo el americano sonriendo y apartando el precinto que solo estaba colocado para que pareciese intacto.

—¿Y el precinto? Se supone que este contenedor no debería abrirse antes del amartizaje.

—No hay problema, ni siquiera los funcionarios de tu gobierno están tan locos como para mandar un inspector al espacio exterior a revisar un contenedor que no existe.

—¡Los occidentales y vuestro desdén por las normas…!

Las palabras de la joven murieron en la boca al ver lo que había al otro lado de la compuerta. Una pradera de hierba verde y fragante cuajada de pequeñas flores amarillas crecía en un compartimento circular con el techo en forma de cúpula. En uno de los cuadrantes un pequeño bosquecillo de Bambú llamó la atención de la joven y le hizo sonreír con nostalgia.

—Y esto no es todo. —dijo el americano presionando un interruptor.

En ese momento el techo se deslizó dejando paso a un gigantesco mirador en el que se veía todo el firmamento.

La joven abrió la boca turbada y John no pudo resistir más sus impulsos y la besó. Fen intentó resistirse pero el aroma, la suavidad del beso del desconocido y la belleza del entorno la subyugaron dejándola sin capacidad de respuesta.

John la abrazó de nuevo y la volvió a besar. No dejó de hacerlo hasta que estuvo seguro de que no escaparía.

—Esta es la ecosfera. Fue la última en terminarse, por eso no tenías imágenes de ella. —dijo él—¿Es magnífica verdad? El exterior tiene una capa de grafeno que protege la cúpula de la radiación y los micrometeoritos.

—¡Vamos! —exclamó Carpenter cogiendo a la joven del brazo y dándose impulso.

John abrazó a la joven y ambos volaron por el interior del compartimento suavemente mientras se abrazaban y besaban de nuevo.

—¿Sabes que es la única oportunidad que tendremos de follar en un lugar así, en ausencia de gravedad? —susurró el hombre conspirativo al oído de la joven aprovechando para mordisquearle el lóbulo de la oreja.

Fen sintió una descarga eléctrica al sentir el contacto de la lengua de aquel hombre en su oreja y su cuello y jadeó excitada.

John sonrió y volvió a besar esos ojos oscuros y esos labios gruesos y rojos. El vuelo terminó bruscamente aunque John tuvo reflejos suficientes para amortiguar el golpe con su hombro mientras protegía el menudo cuerpo de la joven.

Agarrados a la estructura con una mano se quitaron la ropa apresuradamente hasta que quedaron totalmente desnudos. Fen sintió como el frío mordía su cuerpo haciendo que se erizasen sus pezones y se le pusiese la piel de gallina, pero casi inmediatamente sintió las cálidas manos del hombre aportándole calor con sus caricias.

Fen repasó el cuerpo desnudo y musculoso del hombre. Era pálido y estaba punteado de innumerables pecas. De entre sus piernas emergía la polla más grande que jamás había visto orlada con una mata vello rojo y rizado. La joven alargó la mano y rozó el miembro del hombre con la punta de sus dedos.

John se estremeció ante el contacto, abrazó el cuerpo menudo y enjuto de la joven y se lanzó de nuevo hacia el centro de la estancia.

Con maestría John se giró ciento ochenta grados y quedó abrazado a las piernas de ella. Antes de que Fen pudiese reaccionar, el americano estaba besando y mordisqueando el interior de sus piernas.

La joven se estremeció y abrió las piernas atrayendo a John hacía su sexo inflamado. John no se hizo de rogar y le acarició la vulva con sus labios arrancando a la joven un sordo y prolongado gemido de placer.

Fen se dobló de placer ante los besos y los lametones de su amante. Intentó agarrarse a algo y lo único que encontró en medio del contenedor fue la polla de John.

Esta vez fue John el que gimió cuando la joven metió la polla en su boca. Las manos del astronauta se agarraron a la cintura de la joven y siguió lamiendo y recibiendo lametones mientras ambos daban lentas volteretas, ingrávidos, en la atmósfera del contenedor.

Poco a poco llegaron a la pared del contenedor y John se agarró a un asidero y se dio la vuelta quedando cara a cara con la joven mientras sus sexos se rozaban hambrientos.

No espero más y acorralando a la joven contra la pared la penetró sin dejar de ahogarse en aquellos grandes ojos negros. Fen se apretó contra él y le rodeó la cintura con sus piernas mientras John la embestía con fuerza haciendo temblar todo su cuerpo.

Fen tuvo que morderse el labio para ahogar un grito al sentir como el miembro del yanqui se abría paso en su sexo estirándolo hasta el límite y colmándola con un intenso placer.

Jonathan siguió empujando y disfrutando del cálido y estrecho sexo de la joven hasta que tuvo que apartarse a punto de correrse. Fen Yue aprovechó para escurrirse y con un poderoso empujón voló directamente hacia el bosquecillo de bambú. Carpenter la siguió un par de segundos después con una sonrisa.

Al llegar a los bambúes Fen extendió los brazos y se agarró a uno de los troncos que se dobló y se bamboleo pero resistió sin problema el impacto.

La planta que eligió John, a pesar de ser una de las más gruesas tuvo mayor dificultad en aguantar la masa del astronauta, pero tras soltar un sonoro crujido se enderezó volviendo a su posición original.

Mientras ella trepaba en dirección al suelo por el bambú, John saltó hasta la planta agarrando a la joven por la espalda y volviendo a penetrarla.

Fen jadeó al notar al hombre de nuevo dentro de ella y se agarró fuerte a la planta mientras era follada boca abajo.

John envolvió a la joven por su envergadura abrazando su torso y acariciando sus pechos mientras seguía follándosela.

Tras unos instantes Fen continuó bajando con su amante encima hasta tocar con sus extremidades la fragante pradera.

Al llegar al suelo John dio la vuelta a la joven y separándola unos centímetros del suelo la volvió a penetrar a la vez que daba un suave empujón.

Fen jadeó y se agarró al hombre que empujaba en sus entrañas a la vez que la hierba acariciaba su espalda. Justo cuando la imagen de la tierra apareció por encima del hombro de John este eyaculó colmando su coño con un líquido espeso y arrasador.

A pesar de ello el hombre no se rindió y agarrándose al suelo se dio la vuelta dejando que fuese ella la que tomase la iniciativa. En ese momento Fen comenzó a ensartarse con la polla aun dura de John sin fuerzas ya para contener sus gemidos.

Tras unos minutos de salvaje cabalgada con una Fen al borde del orgasmo John echó a la joven hacía atrás de un empujón y sin dejar que se separara comenzó a impulsarse hacia un lado consiguiendo que ambos giraran sobre sí mismos como uno solo. Un último impulso los separó del suelo y poco a poco el yanqui fue tirando de ella hacia él, sin dejar de moverse en su interior, acelerando la velocidad de sus giros y consiguiendo que la joven se corriese mientras giraban a una velocidad increíble suspendidos en el espacio.

El cuerpo entero de la joven se crispó en un monumental orgasmo prolongado por la sensación de mareo y una nueva eyaculación del americano en su interior. Fen gritó descontroladamente y tras comerse a besos a su amante soltó sus brazos de los hombros del joven dejando su cuerpo flotar inerte y sintiendo como la velocidad de sus giros decrecía poco a poco sin llegar a pararse.

—¡Uff! —dijo John apartando minúsculas esferas flotantes de sudor y jugos orgásmicos—Después de trece años de proyecto, dos de entrenamiento, un viaje lleno de peligros y una vida de película, probablemente este va a ser el acontecimiento más memorable de mi vida.

Fen se separó y no dijo nada reflexionando mientras miraba la tierra girar lentamente cuatrocientos kilómetros más abajo. Era la primera vez que se saltaba las reglas dejándose llevar por sus impulsos y también era la primera vez que se sentía realmente viva.

—¿No crees que mañana deberíamos hacer una nueva inspección de los contenedores tres y cuatro para verificar que está todo preparado? —dijo John cogiendo un par de las pequeñas flores amarillas y enredándolas en el negro cabello de Fen Yue.

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Relato erótico: “El gato y el ratón” (POR ALEX BLAME)

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La noche era fresca y oscura. La lluvia había caído toda la tarde y el césped húmedo mojaba la puntera de sus botas. Lady Godiva trotaba a su lado, tan rápido como lo permitían sus cortas patas, olisqueando aquí y allá y tirando obstinadamente de la correa extensible.

Eve vestía un escueto corpiño de cuero, una fina chaqueta sin abotonar que dejaban ver una buena porción de la pálida piel de su escote y una minifalda del mismo material, fino y flexible, que se adaptaba a su culo y sus muslos como una segunda piel.

Le encantaba exhibir su cuerpo. No era muy alta pero lo compensaba con los altos tacones que solía usar y sus pechos grandes, su culo prieto y respingón y su piel pálida y suave volvían loco a cualquier hombre.

Con una sonrisa giró a la derecha y se internó en la parte más oscura del parque. Los frondosos árboles impedían aun más el paso de la ya de por sí escasa luz, haciendo que la penumbra se hiciese más intensa. Eve tiró de la correa de Lady Godiva y se internó aun más, ignorando el gañido del yorkshire.

Entre las sombras pudo distinguir un pequeño sendero y lo siguió haciendo el paso más tranquilo y lento, disfrutando de la oscuridad y de los pequeños ruidos que hacían las criaturas de la noche. Cuando se dio cuenta se había alejado casi doscientos metros del sendero principal.

A su derecha una rama crujió, Lady Godiva se giró e irguió las orejas. Eve se paró, tensa, abriendo sus ojos grandes y oscuros, intentando penetrar la densa oscuridad. El ruido cesó y Eve tiró de la correa acelerando el paso y echando fugaces miradas hacia atrás.

Otro nuevo ruido la hizo detenerse y volverse:

—Hola, ¿Hay alguien ahí? —preguntó Eve con voz temblorosa— tengo un perro…

Se volvió dispuesta a dirigirse de nuevo al camino principal, pero su cuello se topó con el filo de una navaja. Intentó ver la cara de su agresor, pero este, con un gesto rápido, la cogió por el brazo, le dio la vuelta y le volvió a poner el cuchillo en el cuello.

Eve camufló su satisfacción con un suspiro y se dejó empujar contra la corteza de un arce mientras Lady Godiva ladraba y mordía la pantorrilla de su agresor.

—Maldito bicho. —dijo el agresor dando una patada a la perra para deshacerse de ella.

—Por favor no nos haga daño. —dijo Eve sintiendo como el calor que emanaba aquel hombre calentaba su cuerpo.

—Si te portas bien, putita, no os pasará nada. —Dijo el hombre apretándose contra su menudo cuerpo.

Eve sintió como la mano libre de su agresor tanteaba su cuerpo, acariciaba su espalda, subía por ella y tiraba de su pelo corto para girar su cabeza y darle un largo lametón que iba desde el cuello, por su mandíbula, hasta el canto del ojo.

Eve tembló fingiendo repugnancia, mientras disfrutaba de la saliva cálida de su agresor y percibía el apresurado latir de su corazón.

Olvidándose de la navaja y confiando en su mayor envergadura el hombre le levantó apresuradamente la falda dejando a la vista dos jugosos cachetes, redondos y blancos como la luna llena, recorridos por finas venas azuladas como las vetas del alabastro. El hombre soltó una exclamación de sorpresa y amasó con avaricia el culo de Eve, que se limitó a volver a suplicar que no le hiciese daño mientras hincaba sus dientes en la corteza para no mostrar su excitación.

Con dos tirones le arrancó el tanga. Eve gritó y cerró los muslos en un gesto defensivo consiguiendo excitar al violador aun más.

—No querrás que te haga daño, ¿Verdad princesa?—le preguntó el agresor apretando la navaja contra el fino cuello de Eve.

—No, por favor. —le suplicó ella soltando un par de lágrimas de cocodrilo.

Un nuevo apretón en su cuello le obligó a separar ligeramente las piernas. Con unos suaves cachetes en los muslos el hombre le obligó a abrirlas aun más. Inmediatamente sintió que dos dedos cálidos y nudosos se introducían entre ellas explorando y penetrando en su sexo.

—Estás fría, zorra. —dijo el hombre mientras Eve temblaba de la cabeza a los pies— pero tranquila que yo te calentaré…

Con todo su cuerpo temblando de deseo, Eve recibió el miembro duro y ardiente de su agresor en su coño. La joven se agarró a la corteza del arce mientras el desconocido la penetraba con violentos empujones que hacían que sus pies se separasen unos centímetros del suelo.

El hombre rodeó su cintura con las manos y las cerró sobre sus pechos. Eve sintió como un delicioso calor invadía su vagina e irradiaba calentando poco a poco su cuerpo. Mordiéndose el labio ahogó los gemidos de placer, estrangulándolos y haciendo que pareciera que el dolor y el horror la dominaban.

De un tirón el delincuente bajó el escote del corpiño liberando unos pechos grandes con unos pezones gruesos y tiesos. Sin dejar de follarla, el agresor retorció y pellizcó sus pezones hasta hacerla aullar de dolor.

Riendo como un loco mordisqueó y lamió su nuca, empujando cada vez con más fuerza, incansable.

—Te empieza a gustar ¿Eh? Sois todas unas zorras. —dijo él al ver que Eve dejaba de temblar y comenzaba a gemir quedamente.

El hombre agarró el cuello de Eve de nuevo, apretando un poco más, haciendo que su placer se intensificase. Sus gemidos se volvieron más roncos, pero sin duda eran de placer.

Sorprendiéndole Eve se separó y se dio la vuelta. Aun apoyada en el árbol levantó los brazos por encima de su cabeza y con una sonrisa lasciva lució su cuerpo voluptuoso, sus pechos redondos y tiesos, sus piernas realzadas por los tacones y su piel pálida y lisa como el alabastro, sin una sombra de vello en el pubis.

Su agresor era un tipo alto y desgarbado que vestía un gabán oscuro y de aspecto bastante raído. Por el cuello del gabán asomaba la capucha oscura de una sudadera que mantenía su rostro en las tinieblas. Lo único que se veía claramente era su polla grande y tiesa, ligeramente curvada hacia un lado, asomando de la bragueta de unos vaqueros sucios y gastados. Percibió sin dificultad como el hombre tragaba saliva, incluso desde debajo de la capucha de la sudadera, observando su cuerpo con ojos avariciosos. Eve bajó sus brazos y con sus uñas negras y largas se recorrió los pechos, los pezones y el pubis con una sonrisa malévola.

El hombre se acercó y levantándole una pierna le metió la polla hasta el fondo. Eve sintió el pubis de él chocando violentamente contra el suyo cada vez que el miembro de su agresor entraba con un golpe seco.

—Cabrón… hijo de puta. No eres más que un cerdo salido. —dijo ella con despreció entre gemidos.

Los gemidos y los insultos azuzaron al hombre que aceleró sus empeñones. Eve rodeó su cintura con las piernas y se apretó contra su cuerpo ávida de su calor…

Notó como la sangre corría aun más apresurada y turbulenta por las venas de aquel hombre. Sabía que estaba a punto de estallar. No podía demorarlo más.

Él estaba tan excitado que apenas se dio cuenta cuando Eve le quitó la capucha y comenzó a recorrer su cuello con la lengua. Rápidamente encontró la zona donde la sangre corría más cálida y superficial.

El agresor no aguantó más y estirando el cuello se corrió en el interior de Eve, llenándola con su calor poniéndole al borde del clímax. En ese momento ella clavó sus afilados colmillos en el cuello de su agresor. La sangre corrió, turbulenta y deliciosa, por la ávida garganta de Eve desencadenando una tormenta de sensaciones.

El violador tardó unos segundos en darse cuenta. Intentó liberarse, pero Eve estaba agarrada con una fuerza sorprendente para su tamaño y el hombre no podía librarse.

Eve sintió como el calor invadía su cuerpo, hasta la última de sus células y sus sentidos despertaban de golpe con el monumental orgasmo mientras los intentos del desconocido por liberarse se hacían cada vez más débiles hasta que caía al suelo con ella encima.

Cuando el hombre perdió el conocimiento se separó un instante, recuperándose de la avalancha de sensaciones y dejando que la herida del cuello formase un pequeño charco de sangre que Lady Godiva comenzó a lamer con fruición mientras meneaba alegremente el rabo.

Eve se volvió a inclinar sobre el cuello de la víctima y bebió hasta que el corazón del agresor dejó de latir. Con un suspiro se incorporó sintiéndose viva de nuevo. Se colocó la ropa apresuradamente. Sabía que el calor comenzaba a disiparse en su cuerpo desde ese mismo instante y en pocas horas volvería a ser el témpano insensible que había sido hacía unos minutos.

Tenía escasas horas para disfrutar de la vida que había arrebatado. Antes de irse cogió la navaja de su agresor y le hizo un corte que camuflaba las heridas producidas por sus colmillos y continuaba para abarcar toda la parte frontal del cuello. A continuación sacó la lengua por el corte, haciendo una bonita corbata colombiana. Otro trato de drogas que había salido mal. Últimamente los narcos centroamericanos estaban muy picajosos —pensó Eve con una sonrisa cruel.

Seguida por la yorkshire Eve se alejó de su víctima guardando la navaja para tirarla en una alcantarilla antes de aprovechar la vida que acababa de robar. Volver a tocar, a sentir, a saborear..

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Relato erótico: “El tatuaje: Vero ” (POR ALEX BLAME)

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Entró en su vida por sorpresa. Caminaba distraído por la calle, pensando en las típicas idioteces en las que piensa un hombre cuando no tiene un cigarrillo o una copa en la mano y cuando dobló la esquina se encontró con el hocico de un rottweiler a menos de cinco centímetros de su pierna. Jorge pegó un respingo y se apartó del perro que gruñó sordamente como si estuviese pidiendo espacio.

Estaba a punto de soltar un taco, pero cuando levantó la vista todos sus pensamientos se esfumaron de su mente. Frente a él, tirando de la correa, una joven menuda y hermosísima de ojos grandes y pelo negro y largo, le miró un instante y se disculpó apenas en un susurro.

—No importa, en realidad la culpa ha sido mía, el bicho solo se ha limitado a decirme que me aparte y deje de caminar por ahí como si fuese un zombi. —dijo Jorge.

—En realidad es un perro muy tranquilo. —replicó ella— Creo que se sorprendido él tanto como tú.

—Es un rottweiler, ¿No? ¿Cómo se llama? —preguntó él intentando desesperadamente alargar la conversación.

La joven asintió con la cabeza y le dijo que se llamaba Clyde. Respondió con amabilidad, con una voz dulce, pero en el fondo de su actitud había un rastro de tensión. Fue el perro el que acercándose a Jorge y olfateándole con interés abrió una grieta en el muro que la joven trataba de levantar y Jorge intentó aprovecharlo.

—Así que te llamas Clyde. ¿Sabes que es un nombre de malote? —dijo restregando la cabeza del perro que movía la cola entusiasmado—¿Dónde tienes a Bonnie?

—Todavía me acuerdo de uno como este que vi hace años. —continuó Jorge incorporándose y mirando por primera vez a los ojos de la joven— Yo iba de casa en casa, vendiendo enciclopedias y sin saber muy bien cómo acabé en una casa de las afueras. Tenían al perro atado con una cadena y habían aparcado un flamante Golf GTI a su lado. En cuanto el perro me vio se volvió loco y se lanzó sobre mi ladrando y montando un barullo increíble. Yo, instintivamente me cubrí detrás del coche. La cadena no le permitió llegar hasta mí, pero si hasta el coche, al que se subió con las patas delanteras y comenzó a arañar intentando trepar por encima de él para llegar hasta mí. Dejó la puerta del conductor y la aleta hechas un cromo. Aunque este malo decirlo estuve riéndome una semana.

La joven sonrió, una sonrisa tan amplia como efímera, que Jorge se vio intensamente tentado de besar. El tiempo se le acababa y la joven daba muestras de querer seguir su camino. No sabía qué hacer, lo único que sabía es que no quería dejarla escapar así que no se lo pensó.

—Me gustaría compensar el susto que le he pegado a Clyde. A no más de cinco minutos de aquí hay una terraza donde permiten los perros y ponen unas tapas que le van a saber a gloria.

—Lo siento, pero apenas te conozco. —dijo la joven dubitativa.

—Me llamo Jorge soy vendedor a domicilio, mensajero, reparador de electrodomésticos y periodista cuando me dejan. Por los próximos dos meses trabajo a la vuelta de la esquina e iba a tomarme un café en el descanso mañanero. Lo tomo siempre solo y la verdad es que me aburre un poco, así que me haríais un gran favor si me acompañaseis.

Verónica dudó un instante, aquel chico le atraía con su aire bohemio y desenfadado. Era alto y delgado como un esparrago y tenía una melena larga y tan rubia que parecía desteñida por el sol como la de un surfero, pero lo que más le atraía era la permanente sonrisa que tenía plasmada en su cara.

Finalmente fue Clyde el que tomó la iniciativa y se puso a caminar al lado del joven, interponiéndose protectoramente entre los dos, pero tirando suavemente de ella. Caminó en silencio dejándose llevar y escuchando a Jorge contar con un toque de humor en qué consistía su trabajo como “ayudante ejecutivo” de un cargo medio en una revista de cotilleo por una miseria.

Se sentaron en la terraza, el sol otoñal había acabado con los últimos jirones de niebla y calentaba sus cuerpos produciéndoles una agradable sensación de bienestar. El café era bueno y Clyde recibió un cuenco con agua y medio sándwich de jamón y queso que duró apenas unas centésimas de segundo en su boca.

Charlaron un rato, fue agradable aunque aun no se sentía del todo cómoda en presencia de un hombre. Si no hubiese sido por el perro probablemente no se hubiese atrevido a intercambiar una sola palabra con el desconocido.

Jorge no quería irse pero tenía cientos de fotocopias pendientes así que tenía despedirse y aun no sabía el nombre de la chica, que se mostraba anormalmente esquiva con él. La verdad es que no estaba acostumbrado a que las mujeres se le resistiesen tanto y eso solo hizo que aumentase su interés.

—Bueno, —dijo mirando al reloj— me temo que se me ha acabado el tiempo. Todos los días vengo aquí a tomar el café media hora más o menos, así que si quieres acercarte por aquí podré invitar a Clyde a tomar un piscolabis. Todavía no me ha contado ninguna de sus travesuras. —dijo golpeando suavemente la cabeza del perro y levantándose tras dejar unas cuantas monedas en la mesa.

Verónica se levantó a la vez aliviada y a la vez apenada por tener que separarse de él. Clyde se estiró y se dispuso a dar el paseo de vuelta a casa cuando ella armándose de valor se puso frente a él.

—A propósito me llamo Verónica, pero mis amigos me llaman Vero.

— Encantada Vero. —dijo él acercándose y dándole un par de besos en ambas mejillas.

***

Vero se miró frente al espejo. El jersey holgado y la gabardina eran efectivos ocultando sus curvas. Se giró y le preguntó a Clyde.

—¿Qué te parece?

Clyde se limitó a girar la cabeza y soltar un pequeño gañido de disgusto.

—Sí, ya lo sé. Estoy haciendo el gilipollas. —respondió al perro y a si misma desnudándose de nuevo.

Cuando se quitó la ropa ante el espejo no pudo evitar ver la fea cicatriz que tenía en el abdomen. Unos flashes asaltaron su cerebro y un escalofrío recorrió su columna. Sacudió la cabeza exorcizando los terribles recuerdos y cogió algo más adecuado. Un vestido de lana gris, discreto pero que se ajustaba a su cuerpo y realzaba su figura era lo único que tenía que resultase apropiado. Se lo puso rápidamente junto con unos tacones y la gabardina y poniéndole la correa a Clyde salió a la calle.

La indecisión la había dominado aquellos tres días. El hombre había llamado su atención. Era guapo, atento y le hacía reír. No recordaba la última vez que había reído. Pero seguía siendo un hombre y en su presencia, como en presencia de cualquier otro, se sentía insegura y de no ser por la presencia de Clyde hasta tendría momentos de pánico.

Finalmente el deseo de volver a verle se impuso y el veranillo de San Martin ayudó. El sol y los casi veinte grados la animaron y la obligaron a quitarse la gabardina y colgarla del brazo. Durante un segundo vaciló sintiéndose el centro de atención con el ajustado vestido y los tacones.

—¡A la mierda! —se dijo mientras aceleraba el paso y se dirigía a la cafetería.

Con un suspiro de alivio vio a Jorge sentado cómodamente en la silla metálica con un café humeante y el As en la mano.

En cuanto oyó el sonido de los tacones levantó la cabeza y allí estaba. Por fin se había decidido a venir. Llevaba un vestido de punto de falda corta que permitía ver unas piernas esbeltas y morenas y que se ajustaba deliciosamente a su cuerpo revelando una cintura estrecha y unos pechos firmes del tamaño justo, ni grandes ni pequeños.

Intentando no ponerla demasiado nerviosa con su mirada inquisitiva bajó los ojos y llamó a Clyde. El perro respondió con un corto ladrido y se acercó corriendo y meneando la cola alegremente. Jorge le rascó la orejas dejando que Vero se pusiese cómoda frente a él.

El perro gruñía de satisfacción y le lamía las manos mientras la joven le observaba entre sorprendida y divertida. Con la mayoría de la gente su perro se mostraba prudente y desconfiado, pero con Jorge era distinto, parecía sentirse tan atraído por él como lo estaba ella.

No hubo reproches ni malas caras por la tardanza. Él solo se limitó a llamar al camarero y a decirle lo contento que estaba de que hubiese aceptado su invitación. En cuestión de minutos estaban enfrascados en una animada conversación… o algo parecido. Como la vez anterior era él el que llevaba la voz cantante y ella se limitaba a responder escuetamente. Aunque la vio más relajada que el primer día seguía habiendo algo que nublaba sus pensamientos y le impedía disfrutar completamente del momento.

Durante uno minutos charlaron sobre el buen tiempo y lo poco que iba a durar. Jorge fue dirigiendo hábilmente la conversación hasta que finalmente se decidió a preguntar:

—Mañana tengo el día libre ¿Qué te parece si vamos a La Alameda de picnic? Yo me encargo de todo, tu solo tienes que hacer el postre y traer a Clyde.

Vero se quedó callada. Podía sentir como la indecisión y algo que parecía… miedo la atenazaban, impidiéndola tomar una decisión. Jorge esperó pacientemente sin tratar de presionarla, sonriendo tranquilizador y dejando que fuese ella la que tomase la decisión.

Tras lo que le pareció una eternidad la joven le miró con aquellos ojos color miel grandes y dulces y asintió tímidamente. Solo puso una condición. Que no fuese a buscarla. Quedarían allí directamente.

Tras un par de minutos Jorge se vio obligado a despedirse. Mientras caminaba por la acera distraídamente no paraba de imaginar que podía haberle pasado a aquella mujer para que se sintiese tan insegura en su presencia. Cada vez que recordaba esa mirada sentía una irresistible necesidad de abrazarla y protegerla intentando borrar la tristeza y el miedo de su hermoso rostro.

—Jorge, ¿Aun acabas de llegar? —le preguntó su jefe devolviéndole a la realidad— ¿Dónde están mis fotocopias?

—Lo siento jefe ahora mismo se las llevo. —dijo olvidando por un momento a la mujer que ocupaba todos sus pensamientos.

El día amaneció radiante. Apenas unos pocos borreguitos surcaban el cielo azul, empujados por una suave brisa procedente del sur. El sol hizo que la temperatura subiese rápidamente y las doce del mediodía ya había unos agradables dieciocho grados.

Jorge salió de casa con el tiempo justo. Se había entretenido preparando la ensalada de pasta y la tortilla de patatas y se le había echado el tiempo encima. Corriendo por la calle vio un taxi y se subió a él de un salto.

En cuestión de diez minutos el taxi le dejó en la entrada sur de La Alameda. El parque era una mancha verde y alargada que discurría por la orilla del río algo más de kilometro y medio. El césped corto y verde y los árboles centenarios que lo salpicaban, hacían de él uno de los lugares favoritos de los habitantes de la ciudad para dar un paseo, correr o merendar en una de las mesas que salpicaban el lugar.

Miró el reloj. Llegaba diez minutos tarde. Se dirigió al quiosco que ocupaba una pequeña glorieta más o menos en el centro del parque. Cuando llegó, ella ya le estaba esperando. La vio de espaldas, pero la reconoció al instante. su larga melena negra y suavemente ondulada era inconfundible.

Se paró un momento y la observó con atención llevaba un vestido negro floreado, ceñido en el torso y con una falda de vuelo. Por encima, para combatir el fresco de la mañana, llevaba una fina chaqueta de lana negra. Jorge no pudo evitar echar una mirada a las esbeltas piernas de la joven realzadas por unas sandalias de cuña.

Fue Clyde el primero en darse cuenta de su llegada. Andaba merodeando y olfateando los alrededores y cuando le vio se lanzó a la carrera hacia él.

Jorge lo saludó intentando apartar las bolsas del inquisitivo hocico del rottweiler. Pocos segundos después Vero estaba a su lado ordenando a Clyde que se estuviese quieto. La joven estaba espectacular, apenas unos toques de maquillaje habían transformado sus facciones haciendo su belleza aun más espectacular.

—Hola Vero. Estás preciosa. —dijo él sin poder evitarlo.

—Gracias, —dijo ella cohibida y a la vez convencida de que había sido buena idea renovar todo su vestuario la tarde anterior— tú también estás…

—¿Muy elegante? —replicó Jorge dando una vuelta sobre sí mismo para que ella pudiese admirar los vaqueros rotos y la gastada camiseta del Hard Rock Café.

—Eres un estúpido —dijo ella con una sonrisa.

Deambularon unos minutos por el parque hasta que encontraron una mesa libre cerca del río y donde no daba el sol demasiado directamente.

Clyde había olido la tortilla de patata y no paraba de dar vueltas en torno a ellos gimiendo y salivando. Se sentaron uno al lado del otro, de cara al río y Jorge sacó los tapers de la bolsa y unos platos y unos cubiertos de plástico. Vero no se quejó y comió con apetito, alabando al cocinero a pesar de que la tortilla le había quedado poco hecha.

Terminaron con unos deliciosos Brownies que había hecho Vero y que tanto Clyde como él se zamparon en breves instantes. Cuando terminaron el último bocado, Jorge insistió en recoger todo. En cinco minutos había tirado todo a la basura y los tapers estaban de nuevo en la bolsa.

Los bancos estaban bien para comer, pero eran bastante incómodos así que Jorge sacó una manta y le propuso sentarse sobre el césped. Encontraron un gran roble y se sentaron con Clyde siempre entre ellos. Charlaron de todo un poco y admiraron como la luz de sol se reflejaba en el agua. Los insectos y las motas de polvo pasaban ante su ojos arrastrados por el viento.

Jorge observó a Vero un momento, su cara parecía por fin relajada en su presencia. Sin poder evitarlo alargó un brazo y acarició suavemente su mejilla. Verónica se sobresaltó y se apartó con un gesto defensivo haciendo que Clyde gruñera inquieto.

—Lo siento —se disculpó ella nerviosa—pero no puedo.

—No pretendo ser un entrometido, ni presionarte de ningún modo. —dijo Jorge agarrando la mano de la joven para evitar que escapase corriendo— Pero creo que tienes un problema y me gustaría ayudarte de alguna manera.

—¡Ojalá pudieras! —replicó ella a punto de llorar de desesperación.

—A veces hablar de ello ayuda bastante.

—Es que es tan… vergonzoso.

—Creo tener una idea más o menos aproximada de tu problema y créeme si te digo que no eres tú la que debería sentirse avergonzada. —dijo estrechando su mano temblorosa.

Verónica dudo de nuevo, pero Jorge insistió un poco más y finalmente se lo contó todo. Como había conocido a Jero y se había enamorado inmediatamente de él. Al principio se había mostrado atento aunque un poco celoso. Tras dos años de noviazgo se casaron y todo cambió. La fue aislando poco a poco de sus amigos y su familia hasta que se vio sola y totalmente dependiente de él, pero lo peor estaba por llegar.

Un día Jero estaba intentando reparar un tubería en el garaje. Vero estaba allí y le dijo que no debía usar el destornillador de aquella manera, que podía hacerse daño. Jero no la hizo caso y al final el destornillador salido disparado y le hizo un corte en la mano. En vez de admitir que se había equivocado, él le echó la culpa de lo sucedido y en un arrebato le dio un bofetón. A partir de ese momento comenzó un infierno de insultos y palizas. Llegó un momento que empezó a creer que ella era la que tenía la culpa de todo y se merecía como la trataba.

Pero un día Jero llegó borracho a casa y cuando ella se lo recriminó cogió un cuchillo y se lo clavo en el vientre, Vero totalmente indefensa optó por hacerse la muerta y Jero borracho y desorientado se fue de casa. A partir de ese momento todo se volvía brumoso. No sabía muy bien cómo, pero logró llamar a emergencias. Cuando despertó estaba en un hospital con una agente de policía sentada a la cabecera de la cama y un aparatoso vendaje en el vientre.

Cuando terminó de contarlo las lágrimas corrían libremente por la mejillas de Verónica.

—¿Y Jero?

—Lo detuvieron y lo acusaron de homicidio. Pasó seis meses en la cárcel pero lo liberaron en espera del juicio con una orden de alejamiento. No puede acercarse a menos de trescientos metros de mí.

Jorge no dijo nada y estrechó su mano de nuevo. La miró. Parecía más tranquila. Los churretones de maquillaje la hacían parecer aun más vulnerable y no pudo evitarlo, necesitaba demostrarle su afecto. Intentando parecer lo menos agresivo posible se acercó y le dio un suave beso en los labios.

El contacto fue como una chispa. Los labios de Jorge despertaron en ella sensaciones que creía olvidadas y que creía que nunca volvería a experimentar. Instintivamente abrió los labios para responder al beso, pero solo tocó el aire, Jorge ya se había retirado y la observaba, no con pena o compasión sino con adoración.

Por un momento, mientras contaba su historia, las palabras que le decía Jero una y otra vez habían cruzado su mente: “no vales nada” “¿Quién te va a querer más que yo?”

Jorge alargó la mano y con un pañuelo le limpió los restos de rímel y aquellas estúpidas frases de su mente para siempre. Esta vez Vero no se apartó. Ante la atenta mirada de Clyde, Jorge la cogió por la nuca y la besó de nuevo, un beso largo y suave. La joven sintió como todo su cuerpo despertaba y deseaba a aquel hombre guapo y dulce. Desde que había despertado de aquella pesadilla nadie la había tratado con tanta sensibilidad y naturalidad. Sentía ganas de gritar y llorar a la vez y como tenía la boca ocupada optó por la segunda alternativa.

—Creo que vamos a tener que hacer algo con esta actitud —dijo Jorge volviendo a secar las lagrimas, esta vez con sus besos— Necesitas reír hasta que te duelan las mandíbulas.

—Ah ¿Sí? —preguntó ella apoyando la cabeza en su pecho.

—Estoy seguro. Y tengo el remedio perfecto. ¿Qué tal si vamos al cine? Aun está en la cartelera ocho apellidos catalanes. Estoy seguro de que te divertirás.

***

Verónica salió de la ducha y se dirigió a la habitación para buscar algo que ponerse. Cuando se acercó al armario, el espejo le devolvió la imagen de su cuerpo desnudo. Hacía años Jero la había obligado a depilarse todo el cuerpo y a aumentarse los pechos. Afortunadamente entre ella y el cirujano plástico consiguieron convencerle de que las tetas de Pamela Anderson no le pegaban, aunque con la depilación no pudo hacer nada, el laser recorrió todos sus recovecos y solo le dejó el pelo de las cejas, las pestañas y el de la cabeza, el resto había desaparecido para siempre y cada vez que se miraba las ingles echaba de menos tener un poco que cubriese sus zonas más íntimas.

En cuanto a las tetas, hubiese preferido dejarse las suyas, pero no podía estar totalmente descontenta con el resultado. Las cicatrices apenas se veían y el resultado eran dos pechos del tamaño de pomelos grandes, perfectamente tiesos y de aspecto y tacto casi natural. Aun recordaba como Jero la había obligado a pasearse por casa, únicamente vestida con unos tacones, durante más de un mes. Como la asaltaba y la follaba en cualquier momento le apeteciese o no. La única vez que intentó negarse recibió una paliza y no se volvió a atrever.

Pero eso no volvería a pasar, Jero ya era historia. Debía pasar página y por primera vez parecía que estaba preparada para ello. Aunque estaba terriblemente asustada también estaba emocionada y excitada. Cogió un sujetador negro y se lo puso. Bastó el contacto de la tela para que sus pezones oscuros y grandes se erizaran. Vero se estrujó los pechos con fuerza, una súbita necesidad de sexo la asaltó como no la asaltaba desde hacía años. Sintió la tentación de masturbarse, pero se contuvo. Quería que esa necesidad le ayudase a superar sus miedos.

Escogió un tanga a juego y se lo puso empleando una eternidad para ajustarlo. Cuando estuvo satisfecha, eligió una minifalda de tubo gris que le llegaba un poco por encima de la rodilla y una blusa blanca que había comprado con el vestido el día anterior, con un escote en v espectacular que le llegaba casi hasta el ombligo y por encima, para combatir el frío de la noche y disimular la profundidad del escote, se puso una chaqueta de paño que se ciñó a la cintura.

Antes de ponerse los tacones, se acercó a Clyde y dándole un abrazo le dijo que se portase bien. Era la primera vez que salía a la calle sin él y se sentía desnuda mientras esperaba en el portal a que llegase Jorge.

Afortunadamente no le hizo esperar porque no sabía cuánto hubiese aguantado allí sola y desprotegida. Jorge la saludó con naturalidad. Los dos besos que le dio en la mejillas no le causaron ni malestar ni rechazo, fueron más bien la promesa de algo mejor.

El cine estaba a rebosar y se tuvieron que conformar con unas butacas al final y en uno de los laterales de la sala, pero dio igual. La peli, aun sin ser nada del otro mundo, fue divertida y les hizo reír. Vero no recordaba haberse reído tanto en su vida, quizás animada por las desinhibidas carcajadas de Jorge, al que todo le hacía gracia.

Cuando salieron del cine, Jorge le invitó a cenar una hamburguesa en un restaurante cercano. Durante toda la velada estuvo deseando y temiendo el momento en que Jorge intentase un nuevo acercamiento. Estaba pensando que no iba a llegar nunca cuando cogió una servilleta de papel y le limpió una pequeña mancha de mostaza del labio. Sus dedos se entretuvieron rodeando sus labios y sus miradas se cruzaron. El deseo en ellas era inconfundible.

Jorge la besó con suavidad saboreando el tabasco y la Coca Cola. Sintiendo como la lengua de Vero se debatía entre devolver el beso y gritar pidiendo auxilio.

En ese instante todo se difuminó alrededor. Solo estaba Jorge acariciando amorosamente su pelo mientras alargaba el beso haciendo que fuese casi eterno. Finalmente se separaron para respirar.

—Vamos a mi casa —dijo Vero con un suspiro ahogado.

Se besaron a la salida del local, se besaron en el taxi, se besaron en el portal y en el ascensor. Mientras más le besaba más hambre tenía. Los brazos de Jorge envolvían su cintura y la atraían hacia él con suavidad, permitiéndole apartarse si en algún momento se sentía agobiada.

Contarle su historia fue un acierto, cuando ella decidía tomarse una pausa el esperaba con una sonrisa consciente de que de vez en cuando Vero necesitaba un poco de espacio.

Cuando entraron en casa, Clyde les saludó moviendo el rabo con alegría, pero rápidamente se retiró consciente de que su ama necesitaba intimidad.

Vero cogió a Jorge de la mano y lo llevó hasta su habitación. Desde que se había mudado allí ningún hombre, aparte de el de la mudanza había entrado en su santuario. Jorge detectó sus dudas y acarició el rostro de Vero besándola de nuevo y acariciando su espalda.

Sus manos se deslizaron con suavidad sobre su ropa bajando cremalleras y soltando cierres hasta que estuvo totalmente desnuda. Vero se puso rígida un instante, pero Jorge fijó la mirada en sus ojos hasta que ella se sintió cómoda. Fue entonces cuando la bajó y recorrió su cuerpo con ella.

—Eres preciosa —dijo él acercando su mano y rozando su piel con los dedos.

Toda su piel se erizó y una intensa sensación de deseo recorrió su cuerpo haciéndola estremecerse. Jorge era consciente de que cualquier paso en falso podía llevarle al desastre así que se lo tomó con tranquilidad y apenas echó un fugaz vistazo a su cicatriz. Posó las manos sobre sus caderas y comenzó a recorrer sus costados, sintiendo en las yemas de sus dedos su agitada respiración. Besándola de nuevo, adelantó las manos y envolvió con ellas sus pechos presionándolos suavemente sintiendo como sus pezones erectos se le clavaban en las palmas. Verónica gimió mientras él la empujaba con suavidad hasta sentarla sobre la cama.

Sentada en el borde de la cama vio como Jorge se quitaba apresuradamente la ropa hasta quedar totalmente desnudo frente a ella. Observó su cuerpo delgado y sin poder evitarlo bajó la mirada hacia su entrepierna donde un pene sobresalía semierecto de una maraña de pelos oscuros. Acercó su mano a aquel órgano que en otro tiempo había sido un arma agresiva destinada a someterla y lo acarició con suavidad. Estaba caliente y palpitaba deseoso de calor y caricias. Jorge gimió un instante y agachándose se acercó a ella y la besó invitándola a tumbarse.

El joven en vez de tumbarse sobre ella y penetrarla inmediatamente se tumbó a su lado y se dedicó a recorrer su cuerpo con los dedos, besándola aquí y allá, aumentando su deseo y su urgencia hasta límites casi intolerables.

Cuando pensó que el momento no iba a llegar nunca Jorge enterró la cara entre sus piernas, mordisqueó y lamió unos instantes el interior de sus muslos antes de besar su pubis rasurado y ardiente. Con suavidad separó los labios de su sexo recogiendo con su boca los flujos que inundaban su interior. El contacto con su lengua fue delicioso, no fue capaz de contener un largo gemido de satisfacción que incluso llamó la atención de Clyde, que asomó su cabeza un instante dispuesto a protegerla si era necesario.

Vero le lanzó una almohada para echarlo mientras abría sus piernas para hacer su sexo más accesible. Los besos de Jorge se hicieron más largos e intensos a la vez que sus manos se movían acariciando sus piernas y su vientre volviéndola loca de placer.

El orgasmo no tardó en llegar colmándola de placer y obligándola a retorcerse atravesada por miles de relámpagos mientras Jorge se agarraba a ella y seguía acariciándola incansable.

Vero no aguantaba más deseaba tenerle dentro de ella, quería que su polla le colmase con su calor. Cogiéndole por el pelo tiró de él y el obligó a ponerse a su altura. Mirándole a los ojos le cogió la polla y alzando ligeramente su pubis la guió hasta su interior.

La sensación de plenitud fue inconmensurable. Jorge se sumergió en su mirada y comenzó a moverse con suavidad mientras Vero ceñía sus piernas a sus flancos y se mordía inconscientemente los labios.

Aun debajo de él, con su miembro apuñalando con fuerza su sexo, Vero se sentía liberada. Volvía a sentirse una mujer normal, deseada y deseosa. Con un giro Jorge se colocó bajo ella y dejó que llevase el ritmo. Apoyó sus manos en el pecho de él y comenzó a moverse, lentamente, alternando el mete saca con movimientos circulares. Jorge acariciaba sus pechos y ella sabiendo lo que deseaba, se inclinó poniéndolos a la altura de su boca. Jorge besó y chupó sus pezones disfrutando de su sabor y jugando con ellos, multiplicando su placer.

Jadeante, se irguió de nuevo y Jorge, cambiando de postura, hizo lo mismo, abrazándola amorosamente mientras ella seguía moviendo sus caderas y se sumergía en su mirada. Se sentía tan amada y tan completa que no pudo evitarlo, unas lágrimas de emoción escaparon de sus preciosos ojos color miel.

—Se que no soy un gran amante, —dijo Jorge entre beso y beso— pero hasta ahora nunca había dado pena.

—¡Estúpido! —exclamó ella sonriendo y enjugándose las lágrimas—sabes perfectamente que no es por eso.

Jorge iba a decir otra idiotez, pero ella no le dejó. Se abalanzó sobre él, comiéndoselo a besos sin dejar de empalarse con su miembro. Jorge respondió abrazándola aun más fuerte y explorando todo su cuerpo hasta que ella de un empujón le obligó a tumbarse de nuevo. Sin romper el contacto con su mirada, se echó hacia atrás y comenzó a mover sus caderas con tan rápido como pudo.

Jorge no aguantó más y volvió a tumbarse sobre Vero penetrándola hasta que se corrió en su interior. Vero sintió como una marea cálida inundaba su sexo. Jorge siguió empujando con fuerza unos instantes hasta producirle un brutal orgasmo. El placer le recorrió desde de la cabeza hasta la punta de los pies, obligándola a crispar todo su cuerpo mientras Jorge la acariciaba con suavidad susurrándole al oído, haciéndole la sentir la mujer más especial del mundo.

Reventados y jadeantes se tumbaron abrazados, acariciándose el uno al otro. En un momento dado Jorge repasó la cicatriz de su vientre. Verónica sintió sus dedos y durante un momento la magia de la noche pareció a punto de derrumbarse…

—Esta cicatriz no es tu vergüenza. —intervino Jorge acariciándola de nuevo— Es su vergüenza y debería ser el símbolo de tus ganas de vivir.

Sin dejar que Vero respondiese nada se inclinó sobre la cicatriz y la besó con suavidad. Era fea y rugosa, pero para él era preciosa ya que era el signo de la lucha de Verónica por sobrevivir.

Sus besos hicieron que la piel de su amante se pusiese de gallina. Jorge, de nuevo hambriento deslizó las manos por su vientre recorriendo su monte de Venus liso y brillante. Vero soltó un apagado suspiró y elevó su pubis excitada y dispuesta a hacer el amor de nuevo…

Aquellas dos semanas habían sido maravillosas. Era como si hubiese estado dormida durante años y su príncipe azul la hubiese despertado con un beso. Jorge la colmaba de atenciones y la animaba a probar cosas nuevas constantemente. Había dejado los colores oscuros y ahora la ropa ajustada y colorida le hacía sentir observada, pero no amenazada. Seguía paseando con Clyde, pero ahora no lo llevaba a todas partes como hacía antes.

Aquel día había quedado con Jorge en el barrio viejo. Le llevó a una pequeña tienda con los cristales oscurecidos. Cuando entró, una mujer con un complicado peinado tipo años cincuenta y los brazos y el escote cubiertos de tatuajes les recibió sin levantar la mirada de su sudoku.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó con curiosidad.

—Te voy a hacer un regalo. —dijo Jorge — Hola, Umbra ¿Qué tal? ¿Esta Leo?

La mujer asintió con la cabeza y señaló una puerta con el bolígrafo con el que hacía el pasatiempo. Jorge entró y saludó al tatuador con familiaridad. Vero se preguntó de que se conocerían tanto, ya que Jorge solo tenía un tatuaje pequeño en el hombro, pero no tuvo tiempo de preguntar. Con delicadeza la invitaron a sentarse y Leo le preparó la zona anterior del brazo izquierdo.

El hombre trabajaba rápido y con una precisión impresionante. No necesitó plantilla, tan solo dibujar un par de pequeñas líneas como referencia. Apretó los dientes y aguantó las pequeñas y rápidas punzadas en el brazo, le habían vendado los ojos y no podía ver lo que Leo estaba haciendo, pero confiaba en Jorge y se dejó hacer. Cuando terminaron y finalmente le dejaron verlo tenía una frase escrita en el brazo con una preciosa caligrafía. “Mis cicatrices son tu vergüenza y mi poder”

Jorge la miró con incertidumbre esperando una reacción de Vero. Ella se levantó y colgándose de su cuello le besó con los ojos arrasados en lágrimas de agradecimiento y satisfacción.

Relato erótico: “Cuento de Navidad. Primera parte.” (POR ALEX BLAME)

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Primera Estrofa.

El despertador sonó como siempre, a las siete de la mañana. Laura se levantó de la cama, aun no despierta del todo. El camisón resbaló por su cuerpo y se colocó en su sitio después de una noche dando vueltas en la cama. Le encantaban las navidades, pero ojalá tuviese un pelín más de dinero para poder celebrarlas como merecían. Pablo había crecido y necesitaba una silla de ruedas nueva y con su sueldo y Luís en el paro, ella solo podía pagar la hipoteca y atender las necesidades básicas con su sueldo.

Subió la persiana y no pudo por menos que sorprenderse. El veintiuno de diciembre y un sol de justicia. Miró el móvil ; dieciséis grados a las siete de la mañana. ¿Dónde estaba el primo del presidente?

—Buenos días cariño, ¿Ya te vas?

Luís era el hombre de sus sueños. Guapo, inteligente, atento y la amaba con locura, pero había perdido su trabajo de publicista cuando estalló la crisis y con cincuenta y dos años le había sido imposible reponerse.

—Hoy tengo que estar pronto en la oficina. La jefa llegó anoche de sus negociaciones en indonesia.

—Yo llevaré a Pablo al colegio y luego iré de nuevo a ver qué pasa con la solicitud de ayuda a la dependencia que solicitamos. Con un poco de suerte podremos tener la dichosa silla de ruedas antes de que tengamos que sacar a Pablo de la vieja con calzador. Luego pasaré de nuevo por la oficina de empleo, quizás tengan algo. —dijo Luís intentando que su cansancio no transluciese en su tono de voz.

Laura se acercó de nuevo a la cama. Le partía el alma ver a su marido sentirse tan inútil. Él sabía que a ella no le importaba ser la única con un empleo fijo, pero aun así no podía evitar sentirse impotente.

—A Pablo le encanta que le lleves tú a clase y a rehabilitación, odia el microbús y las caras de conmiseración que pone la gente. —dijo ella subiéndose a la cama y gateando hacia su marido.

—¿Qué demonios haces? —preguntó él— ¿No tenías prisa?

—No tanta como para no dar un regalito prenavideño a mi maridito.

Sin darle tiempo a protestar, Julia apartó las sábanas descubriendo ese cuerpo que tanto amaba y conocía. Luís dormía siempre desnudo salvo por unos ajustados calzoncillos. Bastó un suave roce de sus dedos para que algo creciese en ellos abultando el tejido de lycra.

Con una sonrisa maliciosa Julia se inclinó besando el bulto. Un tirante de su camisón se escurrió por su hombro dejando uno de sus pechos a la vista. Luís suspiró y se revolvió incómodo, pero un ligero mordisco sobre su creciente órgano acabó con su resistencia.

Julia le miró un instante mientras bajaba la cintura de sus bóxers y acariciaba su polla con suavidad. El cálido miembro no tardó en ponerse duro como una piedra. Ella lo acarició con suavidad mientras con su boca lamía los huevos de Luís.

—No es necesario. —dijo él reprimiendo un suspiro de placer.

La boca de Julia subió por el tronco de su polla mordisqueando y lamiendo con suavidad, haciendo que Luís tuviese que morderse los labios y retorcer las sábanas para ahogar los gemidos de placer. Sin piedad, tiró de la piel que cubría el glande y lo besó con suavidad. El cuerpo de su marido se crispó un instante y sus abdominales se contrajeron involuntariamente.

Julia amaba a Luís y disfrutaba de su placer como si fuera propio. Cogiendo firmemente su miembro con las manos, cerró los ojos y se lo metió en la boca. Un acre sabor inundó su boca haciendo que todo su cuerpo se estremeciera excitado. La polla se retorció y palpitó en su interior mientras ella chupaba y lamía disfrutando de su calor, subiendo y bajando con lentitud, dejando que su marido disfrutase lo más posible.

Luís ya no pudo contenerse más y acariciando la suave melena castaña de su mujer soltó un ronco gemido. Los labios y la lengua de su mujer le asaltaban sin descanso controlando el ritmo con sabiduría para no apresurar demasiado el final.

La amaba más que a su vida y la rabia que le inundaba cada vez que pensaba en su situación solo ella era capaz de aplacarla. Los dientes de su mujer rozaron su miembro provocando un escalofrío y haciéndole olvidar todo lo que no fuese el placer.

Julia sintió como el cuerpo de su marido se estremecía y redobló sus esfuerzos dejando que la polla de su marido entrase profundamente hasta su garganta. Le gustaría estar toda la mañana y estaba segura de conocer los suficiente a Luís para conseguirlo, pero no tenía suficiente tiempo así que, masajeando suavemente sus testículos, le dio varios largos chupetones que Luís no pudo resistir.

Soltando un ahogado gemido para no despertar a Pablo, la polla de su marido se estremeció eyaculando con intensidad e inundando la boca de su esposa con su semilla.

Julia tragó con rapidez, pensando que con el poco tiempo que tenía ese sería su desayuno y acercándose a su marido le besó. Luís le devolvió el beso agradecido. Le acarició el pecho y repitió por enésima vez lo bella que era y lo mucho que la amaba.

***

Elena Patín se sentó a la mesa y abrió con satisfacción el periódico del día. La nueva reforma laboral había sido aprobada por fin. Leyó el texto con tanta atención que el café se le enfrió y ni siquiera se enteró cuando Arturo se sentó a su lado.

—Veo que hay buenas noticias. —dijo su marido.

—¿Tanto se me nota? —preguntó ella— El gobierno ha aprobado la nueva reforma laboral. Ahora el despido sale casi gratuito. Eso será bueno para todos.

—Menos para los trabajadores.

—Como te gusta hacer de abogado del diablo. —dijo Elena dando un sorbo a la taza y doblando el periódico satisfecha— No creo que una bajada espectacular del paro sea malo para los trabajadores.

Arturo le devolvió una sonrisa torcida por toda respuesta. Aun después de quince años de matrimonio Elena seguía tratándole como si fuera un niño.

—Por cierto, los niños salen de Zúrich esta noche. Me preguntaron si pasarías la Nochebuena en casa y yo también me lo pregunto.

—¡Bah! Navidad, paparruchas. —replicó ella—Tengo mucho que hacer. Estaré en Chicago hasta el veintiséis. Quizás en Nochevieja.

—Entonces les daré permiso para pasar las navidades esquiando en St Moritz. No merece la pena que vengan si tú no vas a estar aquí. —dijo su marido.

Viola se acercó y le sirvió su café de las mañanas justo como le gustaba. Lo aspiró con fruición mientras despedía con un gesto de la mano a su mujer, preguntándose dónde estaría la joven de la que se había enamorado.

Elena subió al Daimler y dejó que el chófer le cerrase la puerta. El silencio y la comodidad de los asientos la acogieron aislándole del mundo y permitiéndole revisar las cotizaciones del IBEX 35 para poder estar preparada en la reunión matinal. Ni siquiera la subida de la prima de riesgo logró agriar su buen humor.

Antes de que se diese cuenta estaba camino de su oficina. Su ascensor privado le dejó en la penúltima planta y cuando la puerta se abrió Julia le estaba esperando con todos los asuntos del día preparados en un dossier.

—Te veo un poco sofocada. Deberías madrugar un poco más y no andar corriendo por los pasillos. Da la sensación de que te estoy explotando. —dijo Elena con una sonrisa condescendiente.

—Lo siento señora presidenta, pero el metro estaba hoy imposible…

—Bueno, bueno. —dijo la banquera interrumpiéndola—¿Qué tenemos hoy?

—Representantes del grupo Marsh Limited viene a pedir otro crédito para reflotar su deuda. Como me pediste, he citado a los directores de los tres fondos de inversión del mercado asiático para que tengas una charla “informal” con ellos y también tienes una reunión por la tarde con el presidente de la patronal, quiere darte las gracias por tu ayuda con la reforma laboral.

—Ese mamón inútil todavía se atreve a decir “ayuda” cuando yo lo hice todo repartiendo aquí y allá ayudas para la jubilación de los diputados.

—Por cierto, señora presidenta, me gustaría pedirle un favor… —dijo Julia intentando que no le temblase la voz.

—Está bien que quieres.

—Verá, se que tiene un viaje importante a Chicago, pero me gustaría pasar aquí las navidades. Marce me puede sustituir, incluso habla inglés mejor que yo…

Elena se giró y la fulminó con la mirada. Por un momento pensó en despedirla. Sabía que le saldría barato, pero dudaba que pudiese encontrar una secretaria la mitad de eficiente que Julia. En el fondo la joven tenía toda la razón, no la necesitaba en Chicago así que después de hacerla temblar un rato le dio permiso para terminar su jornada de trabajo el día veinticuatro a las seis de la tarde con la condición de que se pasase el día de navidad un par de horas en la oficina para recoger sus mensajes cifrados más urgentes y mandárselos por línea segura al otro lado del charco.

Con un suspiro de alivio Julia salió del despacho y se sentó en su mesa sintiéndose afortunada. Después de tres años podía pasar una Nochebuena en familia, si no podía regalarle la silla nueva a su hijo, por lo menos podría pasar con él las navidades y hacerlas inolvidables.

***

El día había sido largo pero provechoso. Elena se desmaquilló y poniéndose un camisón negro que Viola le había preparado sentó en la cama con el Ipad a mano y el canal Bloomberg en la televisión. Por un instante se le pasó por la cabeza hacer una visita a su marido, pero a las dos de la madrugada seguramente ya estaría dormido así que cambió de opinión y decidió echar un vistazo a sus inversiones.

Con cara de satisfacción observó como todos los índices por los que había apostado habían subido menos uno. Sus inversiones a largo plazo también subían pero menos. Inconscientemente bajó su mano izquierda y la dejó reposar sobre su vientre mientras leía y apuntaba cada uno de sus activos hasta formar una larga suma. Con la mano derecha se dedicó a sumar cada cuenta y cada balance mientras que con la izquierda se acariciaba el sexo con suavidad.

Mientras más crecían los números, mas excitada estaba y más fuerte se masturbaba. Cuando sumó las dos últimas cifras no pudo por menos que penetrase violentamente con dos de sus dedos hasta experimentar un placentero orgasmo.

Con un suspiro de satisfacción vio de nuevo la astronómica cifra. Era la segunda mujer más rica del mundo. Era un feliz pensamiento para llevarselo al mundo de los sueños.

Relato erótico: “Cuento de Navidad. Segunda parte.” (POR ALEX BLAME)

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Segunda Estrofa

Elena dormía profundamente cuando un suave tintineo comenzó a escucharse en la lejanía. Al principio no se dio cuenta, pero el ruido fue creciendo hasta que el inconfundible estruendo de unas cadenas arrastrándose por el suelo de su piso la despertó.

Elena se incorporó totalmente alerta y despejada. Cuando vio al espectro de su tío y mentor lo primero que pensó fue que aquellas cadenas le rayarían el carísimo parquet de teca.

—Hola mi niña. —dijo el espectro con voz profunda y cascada.

Elena no dijo nada. Se limitó a observar las ropas andrajosas, la piel llena de yagas y la figura enteca y huesuda del que había sido su tío.

—¿Qué, qué es esto? —preguntó al fin.

—Soy el fantasma de tu tío César. Veo que te has convertido en lo que deseabas, incluso algo más. —dijo el espectro con un deje de orgullo en la voz

—Sí, y en parte gracias a ti. Fuiste un buen maestro…

—Por eso he venido. Yo te enseñé todo lo que sabía y mírame, condenado por toda la eternidad a vagar por el limbo arrastrando estas cadenas.

—Paparruchas, tú solo eres un mal sueño.

—No, soy real y he venido para conseguir que tú no acabes como yo. —dijo César agitando sus cadenas.

—Ajá ¿Y cómo piensas convencerme de que cambie mi vida?

—Las próximas tres noches, los espectros de las navidades pasadas, presentes y futuras te visitaran. El de las navidades pasadas te mostrará como eras de joven. El de las presentes te mostrará como las pasan las personas más cercanas a ti y el de las navidades futuras te mostrarán que es lo que pasará si no corriges el rumbo de tu vida.

—Ja, esto se pone cada vez más interesante. —dijo ella soltando un bufido— Ser la banquera más respetada de Europa resulta que ahora es la causa de que sea condenada para toda la eternidad.

—Recuerda, querida niña. —dijo el espectro mientras se alejaba arrastrando las cadenas penosamente— El futuro no está escrito. Aun tienes una oportunidad para evitar convertirte el lo que yo soy.

El ruido de cadenas se fue alejando y con un gesto malhumorado Elena volvió a meterse en la cama. La extraña visita le irritó más que preocuparle. En realidad creía tanto en el infierno como en la Navidad, o sea nada. Se arrebujó debajo de las mantas desechando aquel incómodo sueño y se quedó casi inmediatamente dormida.

Un carillón sonó despertándola. Juraría que no tenía ninguno de esos molestos relojes, aunque podía escuchar nítidamente las cuatro campanadas. Una ráfaga de viento helado se coló en la habitación haciendo bailar las cortinas y coloreando sus pómulos y la punta de su nariz.

Elena se inclinó sobre la mesita y sacó un pañuelo de papel para sonarse la nariz. Cuando abrió los ojos de nuevo, una niña de aspecto frágil y profundas ojeras, vestida con un vestido blanco que parecía haber sido sacado de Sentido y Sensibilidad le miraba con ojos grandes y tristes.

—Hola, soy Martina, el espectro de las Navidades pasadas y voy a mostrarte la época en que para ti la Navidad significaba algo.

—¿Con este frío? En estas condiciones yo no pienso moverme de la cama. —dijo Elena intentando poner una excusa.

Se agarró a la cama pensando que nadie lograría moverla de allí y menos una niña, pero la pequeña no realizó ningún gesto violento. Simplemente se acercó y rozó su brazo con la mano. Inmediatamente, todo a su alrededor se convirtió un violento y oscuro remolino hasta que Elena perdió toda conciencia de dónde estaba.

Cuando la luz volvió a iluminar el mundo que la rodeaba se dio cuenta de que estaba en la calle, con la nieve cayendo copiosamente. Se abrazó el cuerpo para descubrir que curiosamente no tenía ningún frío. La niña se puso a caminar y Elena se sintió extrañamente impelida a seguirla.

El lugar le resultaba vagamente familiar. Un árbol aquí, un edificio allá… Pronto se dio cuenta. Estaba en la vieja casa de su padre. Durante un instante se pararon frente a la puerta. La niña le cogió de la mano y ambas la atravesaron como si no existiese. Antes de que pudiese preguntar cómo demonios lo habían hecho, una escena que apenas recordaba se desarrollaba frente a ella monopolizando toda su atención.

—¡Joder! —dijo ella al verse allí sentada al lado del árbol con diecisiete años y Arturo a su lado mirándola con ojos de cordero degollado.

—Puedes jurar tanto como quieras. Tú puedes verles y oírles, pero ellos a ti no. —dijo la niña escuetamente.

Elena ya no la atendía, estaba fascinada. Ahora recordaba aquel día como si fuera ayer. Observó como Arturo se acercaba a ella y le susurraba algo al oído.

—Todos se han ido a patinar, estamos solos. —dijo Arturo acariciando a la joven Elena.

El primer instinto fue intentar avisar a su yo para que no se dejase liar por aquel hombre insignificante, pero luego se dio cuenta de que aquellas miradas y caricias eran de verdadero amor. Hacía tanto tiempo que ya no se acordaba de lo que era estar enamorada. Observó como Arturo la llevaba hasta la alfombra que había frente a la chimenea y la sentaba frente al fuego alegre y vivificador.

Con sumo cuidado y sin perderse detalle, el joven tiró de su vestido de lana dejando a la vista su cuerpo pálido y juvenil. Vio y recordó como llamas teñían de un cálido color dorado su piel mientras trataba de no parecer nerviosa, allí sentada, en ropa interior, frente a Arturo.

Él se quitó la ropa más despreocupadamente y se sentó a su lado acariciándola y besándola. La joven sintió como la piel se le ponía de gallina cuando él puso su mano sobre uno de sus jugosos pechos. Con suavidad coló los dedos por debajo de la copa del sujetador deseoso de sentir su suavidad y su tibieza. Elena forcejeó con el cierre del sostén y finalmente liberó sus pechos. Sin dejar de sobarlos torpemente, Arturo se inclinó sobre ella y la besó. Primero besos cortos y suaves, luego, dejándose llevar por la pasión, más intensos y apresurados.

—Te quiero. —dijo él.

—Te quiero —replicó ella antes de volver a besarlo.

Tras unos minutos se separaron y ambos se quitaron el resto de la ropa hasta estar totalmente desnudos. La timidez había desaparecido y ahora ella solo deseaba escuchar las palabras de amor de su novio. Finalmente ella fue la que dio el siguiente paso; tumbando a Arturo sobre la alfombra se sentó sobre él.

Podía sentir el miembro del joven creciendo bajo su cuerpo. Eso la excitó tanto que comenzó a moverse con suavidad sintiendo como aquel misil crecía al entrar en contacto con su pubis y las partes más externas de su sexo. En pocos segundos su coño estaba anegado en flujos. Resbalaba por la polla impregnándola con su esencia. Apoyando las manos sobre el pecho de Arturo dio unos pequeños saltitos. Deseaba tener su polla dentro ya, pero quería que fuese él el que se lo pidiese.

Su novio había cerrado los ojos y tanteaba su cuerpo con las manos acariciando sus muslos y sus pechos con suavidad.

Mordiéndose los labios para no dejar traslucir sus deseos, Elena siguió balanceando sus caderas hasta que finalmente Arturo se rindió y le suplicó. Elena, con una sonrisa se inclinó hacia adelante ligeramente lo justo para coger la polla de su amante e introducirla en su coño. La sensación de placer y plenitud fue tan intensa que casi le cortó la respiración. Con lentitud comenzó a subir y bajar por aquel ardiente poste a la vez que jugaba con su melena y exhibía su cuerpo ante la mirada velada por el placer de su novio.

Los gemidos y las respiraciones agitadas de ambos se confundían con el alegre chisporroteo de la hoguera. El calor era intenso cerca de la chimenea y pronto empezó a sudar. Notó como una gota se descolgaba de su cuello y empezaba a correr entre sus pechos haciéndole cosquillas. Arturo se incorporó y enterró su boca entre ellos recogiendo la pequeña lágrima.

Elena sintió como la lengua y la boca de su amante besaron su torso y lamieron y chuparon sus pechos y sus pezones. Gimiendo con suavidad agarró a Arturo por la nuca y lo atrajo hacia ellos. Deseaba que aquel hombre la comiese viva.

Cambiaron ligeramente de postura hasta quedar estrechamente abrazados . Elena siguió meciéndose lentamente con el miembro de su novio profundamente alojado en ella. Le encantaba sentir las manos de él acariciando y explorando su cuerpo mientras tenía alojada la polla en su interior.

Poco a poco, con una sonrisa de satisfacción empezó a percibir como la excitación crecía en su amante que, incapaz de modificar el ritmo lánguido con el que ella le hacía el amor, comenzó a prodigarle unas caricias y unos chupetones más rudos e intensos.

Pronto notó como todo su cuerpo hormigueaba de deseo. Sus pezones estaban tan tiesos y sensibles que casi le dolían. Y todo su cuerpo reaccionaba aun con más intensidad a cada caricia y cada movimiento de su pelvis.

Harto de la tortura, Arturo la levantó en el aire y la puso a cuatro patas. Elena se giró un instante para mirarle antes de agachar ligeramente su torso y mostrarle a su amante su sexo abierto y rebosante de flujos.

Sin pensárselo dos veces su amante la penetró violentamente dando rienda suelta a sus deseos acumulados. Los fuertes embates hacían temblar todo su cuerpo. Helena se agarró a la alfombra gimiendo extasiada al sentir como la polla la arrasaba con su calor y su potencia, haciéndola sentirse completa.

Poco a poco su excitación fue tan intensa que apenas sentía nada que no fuesen las manos de su hombre explorando sus caderas y sus pechos bamboleantes y su polla apuñalando su sexo con fuerza.

Apenas podía contenerse más cuando Arturo, tras dos salvajes empujones, se quedó rígido y agarrando sus caderas eyaculó llenando su sexo con su cálida semilla. Tras unos segundos, aprovechando que aun estaba empalmado, le dio una serie de rápidos empujones hasta que súbitas e intensas oleadas de placer la asaltaron.

Arturo se inclinó sobre ella, cubriéndola con su cuerpo y acariciando la entrada de sus sexo prolongando e intensificando su efecto hasta hacerlo enloquecedor…

***

Ahora Elena recordaba totalmente el episodio. Recordaba como Arturo acariciaba su cuerpo estremecido y sudoroso antes de que la llevase a la ducha dónde habían seguido acariciándose y besándose hasta que llegaron el resto de los asistentes a la cena navideña.

Pero eso no llegó a verlo ya que la niña volvió a rozarle el brazo…

Cuando la sensación de vértigo pasó, se encontraba en una habitación intensamente iluminada. Sobre una cama que parecía un instrumento de tortura. Julia, su joven asistente, aun más joven ahora, tenía las piernas abiertas intentando controlar su respiración. A su lado, su marido le cogía las manos mientras el médico trasteaba entre sus piernas.

—Muy bien. —dijo el doctor escondiendo la cabeza entre las piernas de la mujer— Un nuevo empujón. Ya casi está.

La sala se inundó con el desgarrado grito de la joven que empujaba con todas sus fuerzas.

Finalmente tras dos nuevos esfuerzos el bebe asomó la cabeza por el canal del parto. El médico sonrió durante un instante antes de sacar totalmente el cuerpo de recién nacido y dárselo a la matrona que lo envolvió en una toalla antes de entregárselo a la agotada madre.

La sonrisa de los padres fue incomparable, haciendo que Elena recordara la intensa sensación de felicidad que sintió cuando nacieron sus hijos. La madre estrechó al balbuceante bebe y con una ternura incomparable le acercó la boca a uno de sus pechos repletos de tibia leche.

Sus hijos, ¿Cuánto tiempo hacía que no los veía? Hizo memoria. Probablemente más de ocho meses. Estaba proporcionándoles la mejor educación que el dinero podía pagar. ¿O simplemente los había alejado para poder concentrarse en su carrera?

Antes de que pudiese hundirse en reflexiones más profundas la pequeña volvió a rozar su brazo.

***

De nuevo un hospital. Pero ahora los rostros de Julia y su marido reflejaban tensión, no felicidad. La sala de espera era pequeña y estaba adornada con dibujos infantiles. Los dos padres se abrazaban afligidos . A Elena se le encogió el corazón por un instante cuando el médico salió con cara de circunstancias.

—Hemos conseguido salvarle, pero me temo que estuvo demasiado tiempo sin oxígeno. La tos ferina es un enfermedad muy grave en esta edad tan crítica. Es pronto para saberlo con seguridad pero me temo que Pablito tendrá secuelas de por vida.

Sus padres se abrazaron intentando darse valor mientras el médico detallaba el alcance de las lesiones que delataba la resonancia magnética.

—¿Podemos verlo? —preguntaron los padres.

—Por su puesto. —dijo el médico franqueándoles el paso— Es una lástima, todo esto se podría haber evitado vacunando a Julia durante el embarazo, pero la seguridad social no tiene aun la autorización para administrar la vacuna…

Elena pudo sentir la frustración de los padres como si fuese la suya propia. ¿Cómo podía ser aquello posible?

—¿Sabes que fue tu tío el que retrasó con sus maniobras varios meses la entrada en vigor del decreto que autorizaba la vacunación para permitir que cierto laboratorio tuviese suficiente stock para poder competir en la adjudicación del contrato?

Elena sintió como la bilis le inundaba hasta que se dio cuenta que era la típica maniobra de la que ella sería capaz con tal de conseguir un alta en las cotizaciones de una empresa y embolsarse unos cuantos millones más.

Por un instante se preguntó cuántas vidas habría destruido con sus maniobras. Era enloquecedor. El rostro de desconocidos gritando y sufriendo se arremolinó a su alrededor hasta que no pudo más y se vio obligada a gritar acosada por todas esas caras tristes y airadas rodeándola.

Se despertó con un grito cubierta de sudor. Normalmente sus sueños no eran tan nítidos y aterradores ¿O había sido algo más que un sueño? Durante un instante se abrazó casi convencida de que aquel viaje al pasado había sido real, pero finalmente se impuso la lógica y con una sonrisa irónica se fue a la ducha.

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