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Channel: ALEX BLAME – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “Ratón de biblioteca” (POR ALEX BLAME)

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RATON DE BIBLIOTECA

Llego cinco minutos antes de que cierre la biblioteca. La gente deja las salas vacías mientras yo entro. La bibliotecaria me mira severa desde detrás de los cristales de unas austeras gafas de pasta negras y su boca se convierte en una fina línea de disgusto. La ignoro y me voy al fondo de la sección de poesía.

Me quedo parado, de pie apoyando una de mis manos sobre una larga mesa de teca mientras observo por la ventana como avanzan las sombras. La noche es poderosa en su oscuridad…

Escucho un taconeo que se acerca en pos de mí. La bibliotecaria se acerca por el pasillo enfadada por mi retraso. Su cuerpo es delgado y su cuello largo. Su tez olivácea y su pelo oscuro, recogido en un apretado moño, contrastan vivamente con la blusa blanca y la falda beige claro.

-Perdone caballero, -dice ella parándose a un par de pasos de mí con el gesto adusto- la biblioteca va a cerrar en unos momentos, le ruego me acompañe hasta la salida.

Yo no respondo, me adelanto un paso hacia ella. Encaramada a los tacones y a esas esbeltas piernas es casi tan alta como yo.

La mujer recula mientras yo sigo avanzando, mirándola a los ojos.

Su espalda tropieza contra una estantería. La estantería tiembla. Un libro cae. Yo lo cojo en el aire. Me acerco un poco más. Noto su cálida sangre correr turbulenta por sus carótidas y volver a su cuerpo remansada por sus yugulares.

La bibliotecaria traga saliva, puedo oler su perfume dulce y denso y por debajo de él una mezcla de sudor, temor y excitación mucho más embriagador.

Levanto con un gesto brusco el libro. Ella se sobresalta y cierra los ojos un instante.

“Ellas trepan así por las paredes húmedas.

Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi juego sangriento.

Todo lo llenas tú, todo lo llenas.”*

Termino de leer el último verso y guardo el libro en su sitio. La mujer abre los ojos y me mira aún algo asustada.

Me inclino sobre ella y rozó su cuello con mis labios. Su pecho se agita, respiración apresurada. Deseo morderla, pero contengo mi instinto y apenas la acaricio con mi lengua. Ella suspira, yo subo lentamente por su mandíbula y cierro mis labios entorno al lóbulo de la oreja. La mujer gime. Yo siento como el lóbulo se llena de sangre y crece caliente dentro de mi boca.

La mujer pone la mano sobre mi pecho intentando apartarme sin convicción. Yo me adelanto inmovilizándola. Cojo su cabeza entre mis manos y la beso. Sus labios se abren y me reciben ansiosos. El beso se alarga y se complica, se retuerce y se atropella.

Separo mi boca para que pueda respirar. Sus pequeños pechos suben y bajan agitados, pugnando por salir de las copas del sostén que se adivina a través del tenue tejido de la blusa.

Bajo mis manos y suelto los botones de la blusa con facilidad. Nuestros labios vuelven a contactar.

Mi mano, fría y traviesa sigue explorando y se cuela bajo su falda.

-No, no debemos, no aquí. -dice ella con un respingo cerrando las piernas entorno a mi mano.

Yo la ignoro y sigo subiendo hasta tocar sus bragas húmedas y calientes.

Con la mano libre la cojo por la cintura y la empujo contra la mesa. Mis dedos se cuelan bajo sus bragas impregnándose con su aroma.

Ella intenta protestar de nuevo pero yo pongo mis dedos humedecidos por su sexo sobre sus labios. Ella se rinde, está dispuesta.

La cojo por las caderas y la siento en la mesa. Esta vez es ella la que abre las piernas sin que yo se lo diga. La beso de nuevo, saboreo su boca y su lengua, disfruto de su calor mientras ella responde con avidez.

Me inclino y meto mi cabeza entre sus piernas. Acaricio y mordisqueo el interior de sus muslos mientras ella gime y mueve el pubis excitada. Tiro de sus bragas y se las quito, las acerco a mi nariz, su aroma y su calor me transportan a otros tiempos ya lejanos.

No la hago esperar más y envuelvo su sexo con mi boca. El frío de mi boca contrasta con el calor de su coño la bibliotecaria responde con un largo gemido de placer. Instintivamente me agarra del pelo y me aprieta contra su coño gimiendo y retorciéndose de placer.

Recojo goloso todos los flujos que escapan de su sexo excitado y me alimento con su calor.

Me yergo. Ella inclina la cabeza para mirarme y abre sus piernas. La bibliotecaria suspira y frunce el ceño extrañada cuando mi miembro duro pálido y frio como el alabastro se abre paso en su interior. Sin darla tiempo para pensar comienzo a penetrarla agarrado a sus caderas. Ella gime y ciñe mi cintura con sus piernas. Mis movimientos se hacen más rápidos y mi polla se calienta con los flujos de su sexo. Tiro de su sujetador y se lo suelto. Sus pequeños pechos saltan y sin dejar de empujar dentro de ella los cojo entre mis manos. Sus pezones crecen y se endurecen, todo el cuerpo de la mujer se arquea excitado.

Ella se incorpora y me aparta lo justo para poder darse la vuelta. Se quita la falda y me muestra su culo. Mis manos acarician su espalda y separan sus piernas para volver a penetrarla. La bibliotecaria grita excitada, pide más. Le doy más. Su pulso se acelera y su cuerpo se tensa preparándose para el orgasmo.

En ese momento la agarro por el pelo y tiro de ella para erguirla. Inclino su cabeza ligeramente y clavo mis colmillos en su cuello a la vez que con dos salvajes empujones la hago correrse.

Al principio extasiada por el placer no se da cuenta, pero cuando sus sangre cálida y dulce empieza a abandonarla y a correr por mi garganta se da cuenta e intenta debatirse. Yo la sujeto con fuerza y le tapo la boca ahogando sus gritos mientras disfruto de su terror. Su cuerpo se tensa y se mueve con mi falo aun erecto dentro. La sangre corre por mi interior calentando mi cuerpo muerto pero no muerto, llenándome con las sensaciones del orgasmo.

Mientras me corro y eyaculo en su interior siento su corazón palpitando apresurado primero por el terror, luego por el intento de suplir con su esfuerzo la falta de sangre. Tras un par de minutos sorbiendo su delicioso néctar sus latidos se vuelven más lentos y erráticos hasta que finalmente su corazón se detiene.

Con suavidad deposito su cuerpo inerte sobre la mesa. La visto y la pongo boca arriba. Con un chispazo de culpabilidad le coloco las gafas sobre sus ojos vidriosos y le limpio el rímel corrido.

Luego la abandono.

*Versos pertenecientes a Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda


Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 28. Una clase de historia” (POR ALEX BLAME)

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EXTA PARTE: LAS CÍCLADAS.

Capítulo 28. Una clase de historia.

Atracaron en una pequeña bahía que les protegía del fuerte viento de levante que se estaba levantando. El islote en sí no era ninguna belleza. Era un peñasco de unos dos kilómetros de largo por uno y medio de ancho. Sobre el terreno, pedregoso y árido, apenas crecían unos pocos matojos que a duras penas sobrevivían al sol inclemente, los vientos y la escasez de lluvias. Los únicos habitantes visibles eran unas pocas especies de aves marinas que anidaban en la isla para evitar a los depredadores.

Las nubes se arremolinaban en el este. Según los informes meteorológicos las tormentas se sucederían durante las siguientes veinticuatro horas así que todo el equipo permaneció expectante y sin tener que hacer, con todo el equipo preparado.

La tarde se pasó en medio de la tensión y los trabajos rutinarios, así que cuando llegó la cena se apresuraron a dirigirse al comedor. Ahora Arabela ya no intentaba disimular su relación y procuraba estar al lado de Hércules que la trataba con delicadeza, pero haciéndole ver en todo momento que era él el que mandaba. Durante la cena, el resto de la tripulación les dejó solos para darles un poco de intimidad, pero el Doctor Kovacs, un arqueólogo excepcional, pero sumamente despistado, llegó tarde y plantó su bandeja frente a la pareja.

—Buenas noches, queridos amigos. Por decir algo, porque no me gustaría estar en alta mar cuando estalle esa tormenta. —dijo el hombre haciendo crujir sus nudillos antes de comenzar a devorar su cena.

—Tranquilo Doctor, según los pronósticos no durará mucho y antes de que nos demos cuenta estaremos en la isla. —respondió Arabela con una sonrisa.

El Doctor Kovacs era un anciano de rostro enjuto y grandes bolsas bajo unos ojos pequeños de un color gris acero que lo miraban todo con curiosidad. Además de ser un gran científico, era uno de los mejores profesores de historia y uno de los más salidos, siempre buscando faldas de alumnas que subir. Hércules aprovechó para hacerle una serie de preguntas. Su intención era llevarle hacia su terreno para intentar disuadirles de que excavaran en busca de la caja, pero pronto se dio cuenta de que tenían pruebas suficientes para no dudar del éxito de la expedición. Aun así Hércules se sintió fascinado por el minucioso trabajo y siguió preguntando.

— Lo que no entiendo es cómo a partir de un cuento de viejas podéis extraer información suficiente para saber que la Caja de Pandora es un objeto real y no una fantasía.

El profesor se limpió con una servilleta y lanzando a Arabela una mirada de lujuria inició una clase magistral:

—Lo mejor será ponerte un ejemplo. Como seguramente estás más familiarizado con la biblia que con los mitos helenos, usaremos mejor la primera. —comenzó el doctor tras un leve carraspeo— La historia de Jonás y la ballena nos valdrá. Supongo que la conoces.

—Si claro, a grandes rasgos. —dijo Hércules sin ocultar su interés.

—Está bien. Sabes la historia oficial, pero claro, esa historia pasó de boca en boca durante siglos antes de ser escrita por lo que probablemente no ocurrió tal como lo dicen las sagradas escrituras. No me cuesta mucho imaginar cómo podría haber pasado realmente. Quizás el gran Jonás era un judío esmirriado que a sus veintipico vivía aun en casa de su madre viuda. Una de esas madres hiperprotectoras que tendían a pensar que su hijo es el hombre más listo y atractivo de Judea y que por supuesto ninguna jovencita de los alrededores le merece. Ante su madre se mostraba como un chico formal y encantador pero la realidad era más bien otra…

Al escuchar hablar al profesor, los presentes, tras un día tedioso, acercaron sus sillas sedientos de una buena historia para acabar aquel día.

… En realidad, cuando su hijo Jonás iba supuestamente de peregrinación a Jerusalén, tomaba un pequeño desvió y se paraba un par de jornadas en Nueva Sodoma (por si no lo recuerdan, Dios se cargó la antigua) para correrse una buena juerga. Ya sabéis, alcohol, juego y un par de putas si quedaba algo de dinero. —continuó el anciano— El caso es que en esta ocasión la suerte le sonríe y gana casi un talento de plata a los dados. El primer instinto es llevárselo a su madre para que lo esconda junto a los ahorros de la familia o para comprar unas cuantas cabras más que añadir al rebaño que ya tienen, pero al salir a la calle, con la plata ardiéndole en la mano y ver la fachada del prostíbulo más lujoso de toda Sodoma, no se puede contener. Sin pensárselo dos veces entra dispuesto a quemar toda aquella pasta a base de polvos.

Respira hondo y atraviesa la puerta. Una mujer gorda toda enjoyada y pintarrajeada como una puerta le recibe obsequiosamente al ver la abultada bolsa que porta el recién llegado. Tras servirle una copa del mejor vino de Tarsis le lleva a una amplia estancia donde descansan las mujeres mientras esperan a sus clientes. Hay mujeres de todos los tipos y razas del mundo conocido, celtas, sirias, indias iberas… La madame le dice que con todo aquel dinero puede llevarse las que quiera, pero Jonás solo se fija en una. Nínive es una mujer de tez oscura como el carbón. Es alta y esbelta como un junco. Al ver que ha llamado su atención la mujer se incorpora del lecho donde yace y se acerca a él, exhibiéndose totalmente desnuda salvo por un collar y un cinturón, ambos compuestos con una mezcla de cuentas de hueso y azabache. Tiene los pechos grandes y redondos con unos pezones gordos y más negros aun que su piel, si eso es posible. Sus facciones son finas y agradables, tiene los ojos grande, los labios gruesos e invitadores y la nariz pequeña y ancha que le da un aire de niña traviesa, haciéndola irresistible a los ojos de Jonás.

Nínive acaricia a Jonás con una mano suave y le sonríe mostrando una dentadura blanca y regular. El afortunado judío no puede evitar la sensación de vértigo cuando un intenso olor a sándalo penetra en sus fosas nasales. La madame sonríe avariciosa y le comenta que la joven es la puta más cara del burdel, pero Jonás ya no oye nada y se limita a depositar la bolsa en las manos de la madame y a llevarse a Nínive a una de las habitaciones ordenando a la mujer que solo les moleste para llevarles comida y bebida.

Una vez a solas, Jonás no puede contenerse más y la obliga a quedarse quieta, desnuda frente a él. Observa con atención su piel brillante y perfumada por delicados afeites y acaricia su melena dividida en una miríada de pequeñas trenzas adornadas con cuentas similares a las que cuelgan de su cuello y cintura.

Su mano se desliza por la cara de la joven que sonríe al sentir el contacto y comienza a desvestirle hasta dejarle totalmente desnudo. La prostituta no puede evitar una risita al ver el miembro circuncidado de Jonás que sonríe un poco incómodo.

Al ver la reacción del joven, Nínive se agacha, lo coge entre sus manos con delicadeza y besa su glande con suavidad. Su polla se pone dura como una piedra inmediatamente, reaccionando tras una larga temporada de sequía.

La prostituta la agarra con sus manos y se la mete en su boca sonriente. La sensación de los labios y la lengua de la joven acariciando su polla es maravillosa, pero es más de lo que Jonás puede soportar y se corre casi inmediatamente en su boca. La puta se traga toda su semilla sin protestar y continua chupándole la polla para mantener su erección.

Jonás suspira roncamente y acaricia las trenzas de Nínive hasta que, totalmente recuperado del orgasmo la ayuda a levantarse y la tumba sobre un lujoso lecho. Tumbándose a su lado admira el bello cuerpo, recorre con sus manos su cuello y sus pechos, acaricia sus pezones y entierra sus dedos entre los labios de su sexo arrancándole el primer gemido de placer.

Animado por la respuesta de la mujer, comienza a masturbarla mientras recorre todo su cuerpo con sus labios saboreando los aceites que cubren su piel y dejando que sus aromas invadan sus sentidos.

Con un movimiento lánguido, Nínive se da la vuelta mostrando al pequeño judío un culo redondo y fibroso como el de una gacela, que Jonás no puede evitar morder y azotar con suavidad. Nínive gime y jadea con cada golpe, tensa sus piernas y agita su culo haciéndolo irresistible.

Jonás se acerca por detrás tras poner a la puta a cuatro patas. Nínive sonríe y cogiendo la polla de Jonás la dirige al pequeño agujero que da acceso a su ano. La joven prostituta sabe lo que debe hacer. Si tiene a aquel estúpido judío el suficiente tiempo embobado, ganara una buena cantidad de dinero y para ello está dispuesta a hacer cualquier cosa.

Aunque este circuncidada la polla del hombre es bastante grande y su intromisión le produce un doloroso calambre. Su esfínter se contrae repetidamente intentando expulsar aquel objeto duro y caliente y ella no puede evitar soltar un ahogado grito de dolor.

El culo de la puta es deliciosamente estrecho y Jonás no puede evitar hincarle la polla hasta el fondo. La mujer se queda quieta, rígida y con su mano le hace un gesto para que pare un instante. Jonás hace caso y se queda quieto mientras ella respira superficialmente hasta que el dolor se suaviza. Nínive comienza a moverse ligeramente y Jonás suelta un sonoro gemido de placer antes de comenzar a moverse.

Poco a poco va aumentando el ritmo y la profundidad de sus empeñones. La joven mete una de sus manos entre sus piernas y se masturba dando evidentes muestras de placer. Jonás se agarra a sus caderas y la folla con todas sus fuerzas mientras observa el cuerpo de ébano ponerse brillante de sudor.

Nínive se da la vuelta y le da un empujón. Jonás cae hacia atrás sobre el lecho. Se yergue inmediatamente intentando asir la bella gacela, pero esta se escurre y apartándose le pide que se siente en el borde de la cama.

Jonás obedece y ella le da la espalda sentándose sobre su regazo y clavándose de nuevo la polla en lo más profundo de su ojete con un sensual suspiro.

La puta comienza a moverse empalándose con fuerza una y otra vez mientras Jonás la rodea con sus brazos acariciando su clítoris, sobando su cuerpo y retorciendo y pellizcando sus pezones con fuerza. Los gemidos se convierten en desaforados gritos de placer cuando la mujer se ve asaltada por un monumental orgasmo. Jonás se levanta con la polla aun alojada en su culo, la empuja contra la pared de la estancia y la sodomiza salvajemente mientras le muerde el hombro hasta que no aguanta más y derrama en su interior incontables chorros de semen cálido y denso como la lava del Etna.

Cuando finalmente se retira, la mujer se gira y le besa por primera vez. Su boca sabe a semen y a uvas. Nínive le arrastra hasta la cama y recorre el cuerpo del hombre con sus uñas. lo lame da arriba a abajo y le mira con sus ojos grandes y oscuros. En ellos Jonás puede ver un deseo insaciable…

Las horas y los días se mezclan y difuminan en los brazos de esa belleza de ébano. Follan como leones y solo paran para comer, beber y descansar cuando Jonás está totalmente agotado.

Finalmente el dinero se acaba y Jonás se despide de la puta con un beso y la promesa de que volverá. Cuando sale del prostíbulo, apestando a sexo, la luz le deslumbra desconcertándole. Por un momento no sabe dónde se encuentra ni en qué día esta. Tras unos segundos se ubica y preguntándole a un transeúnte averigua que ha pasado nueve días, incluido el Sabbat follando como un animal con una prostituta gentil.

Recuerda el tiempo pasado con satisfacción hasta que con un escalofrío se da cuenta de que hace días que debería estar en casa. Mientras inicia el camino de vuelta a casa se pregunta qué excusa se va a inventar esta vez.

Al principio no se preocupa demasiado, pero a medida que se va acercando ve que se ha quedado sin historias y no sabe que decir. El pánico se va apoderando de él poco a poco hasta que ya no puede retrasarlo más y entra en casa.

—¡Jonás! —le recibe su madre con acento cantarín— ¿Dónde has estado mi amor?

—Verás, madre. Me ha pasado algo increíble. —respondió Jonás con su cerebro funcionando a toda velocidad.

—Cuéntame…

—Estaba camino de Jerusalén cuando Jehová se me apareció…

—¡Lo sabía! ¡Sabía que mi hijo era especial, que era un elegido del señor! ¡Alabado sea Jehová! —exclama su madre.

—El caso es que me pidió que fuese a esa ciudad de pecado, a… ¡Nínive! —dijo él con una súbita inspiración— Sí Nínive. Nuestro señor quería que denunciase su impudicia y su corrupción y anunciase a su gente que Jehová la destruiría si no se reformaba… Pero fui débil madre. Lo reconozco, huí a Jope y me embarque en el primer barco pesquero que encontré rumbo a… Tarsis dice recordando el dulce vino.

—¡Oh! ¡Pobre hijito mío! —dijo su madre anchándose una mano a la boca.

—Creí que estaba a salvo en el barco, pero Jehová envió una formidable tempestad. El pesquero se zarandeaba a punto de zozobrar. Los tripulantes, aterrados, aligeraron la nave y rezaron a sus dioses para aplacar la tempestad. Al ver que nada funcionaba me suplicaron que yo rezase a mi Dios, entonces reconocí lo que había pasado y me tiré al agua para evitar que muriesen inocentes por mi culpa. —continua Jonás envalentonado.

—¡Oh que valiente es mi niño! ¿Pero cómo te salvaste?

—Eso fue lo más extraordinario. Cuando ya creí que me ahogaba sin remedio Dios me envió un gran pez que me tragó entero, evitando que muriera ahogado y tras tres días que dediqué a rezar y dar gracias a Jehová, me vomitó en tierra sano y salvo…

—¡Ah! Ahora entiendo lo del olor a pescado hijo mío, por un momento creí que habías estado refocilándote con alguna mujer de mala vida.

—Madre, —replica él ofendido—¿Cómo puedes pensar eso de mí? En cuanto llegué a la costa vine directamente aquí.

—Estupendo, porque hay mucho que hacer antes de ponernos en camino.

—Pero madre —dijo dándose inmediatamente cuenta de su error— yo no…

—Deja de remolonear, el camino a Nínive es largo. Cuando le diga a tu tía Ruth que mi niño es un profeta se va a morir de envidia. Ella que siempre ha dicho que eras un jeta sin oficio ni beneficio.

—Como os podéis imaginar, el chico atrapado en su red de mentiras, no tuvo más remedio que ir a Nínive a pregonar el fin de la ciudad. Los habitantes se rieron de él mientras el perseveraba durante años sin éxito hasta que la muerte de su madre, que nunca dejó de creer en él, le permitió volver a casa.

Tras un instante de silencio la sala prorrumpió en una salva de aplausos. Hércules riendo manifestó haber entendido la lección y le dijo que era una lástima que ninguno de sus profesores hubiesen sido la mitad de entretenidos que él.

Riendo y comentando la divertida historia que se había inventado el doctor Kovacs sobre la marcha, se retiraron a su habitaciones esperando que el tiempo les permitiera al día siguiente que ellos también hiciesen historia.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: SEXO ANAL

Relato erótico:” Teniente Smallbird 1ª parte” (POR ALEX BLAME)

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El apartamento estaba en un viejo edificio de los años setenta medio roído por la aluminosis. El detective Smallbird subió las escaleras lentamente odiando cada cigarrillo que había fumado esa mañana.

El sargento Smallbird era bajo, delgado, de tez oscura y abundante cabello negro siempre engominado. Como siempre, vestía unos vaqueros, una camiseta por la que asomaba una cadena de oro y una chaqueta de cuero negro que siempre llevaba encima.

Cualquiera que le viera por la calle, caminando a pasos cortos y rápidos, con esas piernas cortas y ligeramente arqueadas y la mirada perdida, no repararía en él, ni sería capaz de describirlo, pero si esos ojos castaños se enfrentaban a un detenido o interrogaban a un testigo se volvían agudos e inquietantes.

La puerta del apartamento era de contrachapado y podía verse un gran agujero dónde uno de los miembros del servicio de emergencias la había pateado para acceder al inmueble.

El piso era tan oscuro y deprimente como el resto del edificio. Los muebles eran baratos y estaban gastados por el continuo uso.

—Hola Juan. —dijo el detective Smallbird—¿Han llegado los de la científica?

—Buenas noches teniente, —respondió el agente que hacía guardia a la puerta—acaban de llegar ahora mismo, el forense está haciendo el examen preliminar del fiambre. Tiene mala pinta.

—¿Quien encontró el cadáver?

—Aun no lo sabemos sargento —dijo el agente sacando un block de notas—A las seis de la mañana, emergencias recibió una llamada diciendo que había un cadáver en esta dirección. La llamada fue hecha desde una cabina telefónica que hay unos pocos números más abajo…

—Debía de ser alguien que vive por aquí. Apenas quedan cabinas telefónicas y no todo el mundo sabe dónde encontrarlas —dijo el sargento pensativo.

—…La operadora que atendió la llamada dijo que la voz estaba enmascarada y que ni siquiera pudo distinguir si se trataba de un hombre o una mujer. La grabación ya está en el laboratorio y me he encargado de que le envíen una copia a su correo electrónico.

—Muchas gracias Juan. ¿Qué pasó luego?

—Nosotros éramos los que estábamos más cerca y cogimos el aviso. Cuando llegamos a la puerta estaba cerrada con llave. LLamamos al timbre y no contestó nadie. Ante la sospecha de que pudiera haber alguien muerto en el interior tiramos la puerta abajo de una patada y Márquez y yo entramos en el piso.

—Encontramos el fiambre en el suelo del salón con múltiples puñaladas y en medio de un enorme charco de sangre.—continuó el agente— Registramos la casa y en cuanto nos aseguramos de que no había nadie más, nos retiramos al pasillo y llamamos a la central.

—Buen trabajo. Ahora que ya estamos todos aquí, ¿Por qué no vais preguntando a los vecinos a ver si han visto u oído algo sospechoso?

—De acuerdo jefe.—dijo saliendo de nuevo al pasillo y llamando a su compañero a grito pelado.

El sargento Smallbird se puso unas calzas y unos guantes para no contaminar el escenario y entro en el salón que olía a sangre y a esfínteres relajados.

El cadáver estaba tumbado boca arriba cosido a puñaladas y en un gran charco de sangre.

—Hola Fermín, ¿Qué opinas?—preguntó a un cincuentón barrigudo que estaba aculillado examinando el cadáver.

—Que si llego a saberlo me pongo pantalones de pescador.

—Ahora en serio. —dijo el detective desenvolviendo un chicle y mascándolo con furia.

—Varón blanco, caucásico, mediana edad, sobrepeso, por la indumentaria la higiene no era su mayor virtud.—respondió el forense señalando la camiseta de tirantes y los calzoncillos sucios.

—Ya veo ¿La causa de la muerte?

—Yo descartaría las causas naturales. Llevaba contadas cincuenta y seis puñaladas hasta que llegaste. Ahora voy a tener que volver a empezar otra vez. ¡Joder!

—Lo siento Fermín. Tiene pinta de algo pasional.

—Las múltiples puñaladas así parecen indicarlo pero hay algo curioso que me inclina a no descartar otro móvil. Las puñaladas fueron dadas a intervalos de tiempo, en ocasiones bastante largos.

—¿Cómo lo puedes saber?

—¿Ves estas primeras en los brazos y las piernas? por las manchas de sangre se puede ver que sangraron profusamente y hay respuesta inflamatoria, mientras que las del tronco apenas sangraron y más de la mitad de las heridas fueron claramente realizadas post mortem como puedes ver por la ausencia de sangre en las heridas.

—¿Quieres decir que el asesino se pasó toda la noche arreando cuchilladas a la victima?—preguntó Smallbird sorprendido.

—Yo calculo que, por la diferencia entre los cortes perimortem y los últimos realizados postmortem pasaron al menos doce horas. Sabré algo más cuando le haga la autopsia.

—¿Me puedes explicar cómo un tipo se dedica a cortar en finas rebanadas a la víctima sin que esta haga el más mínimo movimiento o despierte a nadie con sus gritos?

—Lo único que se me ocurre es que le drogaran pero no lo sabré hasta que tengamos el informe de tóxicos dentro de un par de días.

El detective se agachó y observó el cadáver. Inspeccionó muñecas tobillos y comisuras de la boca sin encontrar rastro alguno de ligaduras o mordazas.

Los ojos castaños y porcinos parcialmente velados por la muerte le miraron inexpresivos. El cadáver, casi desnudo como estaba, no le aportó ninguna información más y dio una vuelta sobre si mismo observando la habitación.

Aunque la mugre y el desorden reinaban por todo el piso, no parecía que nadie hubiese rebuscado algo entre su contenido. En una esquina había un televisor apagado y una PlayStation 4, que era lo único que parecía moderno y limpio en toda la vivienda. Al lado del televisor había una pila de juegos y un disco duro.

Se acercó a una mesa baja que el asesino había apartado para poder tener más espacio para manipular a la víctima. Con cuidado apartó los envoltorios de pizza congelados y las latas de cerveza estrujadas hasta encontrar un cenicero, las llaves de un Opel y una cartera de cuero sobada y llena de manchas de grasa.

Smallbird abrió la cartera. En el interior había treinta euros, un par de tarjetas de débito, un resguardo del euromillón y un DNI y un carnet de conducir a nombre de Alex Blame. Examinó el carnet con atención; el fallecido era varón, cuarenta y un años, nacido en una pequeña población de Ávila e hijo de Pegerto y Obdulia. La cartera no le aportó más pistas así que la dejó en su sitio para que los de la científica la embolsasen y la etiquetasen. Siguió buscando en la mesa pero no encontró nada más.

En la esquina contraria, al lado de la ventana, había un escritorio con un ordenador formado por una pantalla tft de veintidós pulgadas y cuatro torres conectadas por un complejo sistema de refrigeración líquida que se podía ver a través de la carcasa transparente. Lo encendió y el sistema se inició sorprendentemente deprisa mostrando una ventana dónde pedía una contraseña. Smallbird se sintió tentado pero al final desistió de pulsar ninguna tecla.

Lo que estaba claro era que el móvil no había sido el robo. El asesino no había tocado la cartera ni el ordenador que tenía pinta de ser de bastante caro.

Smallbird echó un nuevo vistazo sintiendo que faltaba algo. Buscó de nuevo en la mesa de nuevo sin éxito hasta que sus ojos se posaron en el sofá. Smallbird se acercó y levantó el cojín. Debajo encontró un montón de migas, un chicle y un móvil de prepago.

Satisfecho, el detective cogió el móvil. Era un Nokia antiguo, sin internet ni GPS, oprimió un par de teclas y el móvil se desbloqueó obedientemente. Smallbird no tardó en darse cuenta de que el aparato no iba a ser una gran fuente de información. La lista de contactos estaba vacía y al revisar el registro de llamadas y sms los encontró también vacíos.

El fiambre estaba empezando a tocarle las narices. Nadie que tuviese semejante despliegue de tecnología en casa tenía un móvil como ese si no quería ocultar algo. Con una sensación de desaliento dejo el móvil dónde lo había encontrado y se dirigió a la cocina.

La cocina era una sórdida estancia alargada, estrecha, oscura y sucia. El frigorífico rebosaba de packs de cervezas mientras que en el congelador había media docena de pizzas y un par de platos preparados. El resto del mobiliario era una mesa y unas sillas de formica desgastadas por el tiempo, un fregadero lleno de vasos sucios, una cocina de gas y un microondas que tenía pinta de ser el electrodoméstico más utilizado.

El detective husmeó en la basura pero solo encontró más envoltorios de pizza y latas de cerveza. Empezaba a pensar que aquel caso iba a ser de los difíciles.

La última estancia en inspeccionar fue el baño y esta vez encontró algo. En el armarito halló toda una colección de tranquilizantes y anfetaminas junto con un frasco de viagras, todos obtenidos sin receta, probablemente por internet.

—¿Has encontrado algo ahí dentro? —le preguntó el forense cuando Smallbird volvió al salón.

—Que con su dieta y las pastillas recreativas que tiene en el baño probablemente el asesino solo adelantó su muerte un par de días. —respondió el detective con una mueca sardónica— Te mandaré muestras para ver si su origen nos da alguna pista.

—De acuerdo, yo me voy de aquí, —dijo Fermín—no hay mucho más que hacer, en cuanto el juez firme el acta mis ayudantes se llevarán el cadáver.

—No hace falta que te diga que necesito el resultado para ayer.

—De acuerdo, pero no esperes averiguar mucho más. No creo que haya sorpresas.

El forense recogió su instrumental y con un leve saludo de la cabeza a los presentes abandonó el lugar del crimen bostezando ruidosamente.

El detective echó un último vistazo a su alrededor y después de cerciorarse de que no se le olvidaba nada salió por la puerta dónde ya le estaba esperando Juan con la libreta preparada.

—¿Qué has averiguado? —preguntó el teniente acercándose al agente.

—No mucho de momento. —respondió Juan revisando sus notas— Solo hay tres vecinos en casa. Dos son jubilados, uno dormía como un cesto y no se enteró de nada, ni siquiera notó nada cuando tiramos la puerta abajo gritando y eso que vive justo debajo y el otro está sordo como una tapia. El del primero es dueño de la mayoría de las viviendas y vive en el primer piso así que tampoco notó nada raro la noche pasada.

—Por lo menos el casero te habrá informado sobre los vecinos…

—Sí, señor. —respondió el agente pasando una hoja de la libreta— El piso de Alex era de su propiedad. En la puerta de enfrente vive una chica de unos veinte años como mucho que trabaja de camarera en el bar de la esquina. Encima de ellos no vive nadie y en el piso de abajo, además del sordo, vive un matrimonio de peruanos con tres hijos. Los dos padres apenas hacen otra cosa que trabajar y dormir y los niños son aún demasiado pequeños como para enterarse de nada.

—¿Qué te dijo de la víctima?

—Veamos… aquí está. Alex Blame le alquiló el piso hace dos años y después de seis meses le hizo una oferta que no pudo rechazar. No me quiso decir más sobre ello pero por la cara que puso, sospecho que una buena cantidad fue en dinero negro. El casero dice que desde el día que le compró el piso no le ha vuelto a ver más que en contadas ocasiones. Le traen casi todo a casa y aparte de los repartidores recibe muy pocas visitas.

—¿Sabe a qué se dedicaba?

—Según él, trabajaba en casa. Alex le dijo que en algo de internet. No fue muy concreto y el casero no estaba muy interesado en el tema así que no preguntó más.

—¿Fue testigo de algún altercado o sabía si tenía algún enemigo?

—Nada de nada. Por lo que dijo el casero era un vecino modelo. No hacía ruido ni montaba fiestas o escándalos. Ningún vecino se había quejado de él. Alguno de los más recientes dudo que supiesen de su existencia.

—O sea, que no tenemos nada de nada.

—La única esperanza es que Vanesa, la camarera, haya oído algo.

—De acuerdo Juan. Buen trabajo.—dijo el detective dándole una palmada en la espalda. Termina aquí y vete a descansar un poco. El informe puede esperar unas horas.

Smallbird salió a la calle y encendió un pitillo. A pesar de que aún era temprano, la ciudad llevaba despierta un buen rato y la acera estaba llena de viandantes. Se giró a la derecha y en la esquina vio una cafetería de aspecto moderno con la fachada pintada de rojo. El detective eludió la riada de peatones que iba en dirección contraria y se dirigió al establecimiento.

Demasiado tarde para el desayuno y demasiado pronto para el vermut del mediodía encontró el local prácticamente vacío. En el mostrador un chico jugueteaba con su smartphone mientras la chica limpiaba la barra.

Smallbird apagó el cigarrillo tras una última calada, entró y se sentó en la mesa más apartada del local. La joven siguió limpiando, esperando que su compañero se encargara pero un gruñido de este le indicó que no pensaba mover el culo de la barra.

La joven suspiró y dejando el trapo sobre el mostrador, se acercó a la mesa del detective. El detective aprovechó para echarla un buen vistazo. La chica era joven y rubia con la cara redonda y la nariz pequeña. Tenía el pelo largo y rubio platino recogido en un apretado moño. Llevaba un uniforme que revelaba un cuerpo ligeramente rechoncho y se ajustaba a un culo y unos pechos realmente portentosos.

—¿Que desea? —preguntó la joven frunciendo unos labios pequeños y gruesos pintados de un rojo que le recordaban a la sangre derramada.

—Un café con leche largo y una tostada, por favor. —respondió el detective admirando el culo y las piernas un poco gruesas pero firmes de la joven camarera mientras se alejaba.

Mientras pensaba en la eternidad que hacía que no se liaba con una joven como aquella el detective se dedicó a observar a la chica trajinando con la cafetera y la tostadora. A los tres minutos volvió con un café caliente pero aguado y una tostada bastante decente.

—¿Eres Vanesa? —preguntó el detective mientras hurgaba en el bolsillo para sacar la cartera.

—No salgo con clientes ni hago rebajas a conocidos de conocidos. —Respondió ella con cara de aburrimiento.

—Detective Smallbird, de la policía. —dijo él enseñándole la placa.

—Tampoco hacemos descuentos a la poli, pero tenemos una oferta de tres por dos en Donuts.

—Siéntate por favor, necesito hablar contigo. —le interrumpió Smallbird con un tono que no admitía réplica.

—Está bien, ¿Qué es lo que quiere?

—¿A qué hora se levanta para venir a trabajar? —preguntó el detective.

—Sobre las cinco y cuarto. A las seis tengo que preparar todo para empezar a servir los desayunos. —dijo la joven descartándose como autora de la llamada a emergencias.

—¿Notó algo raro esta mañana en su casa?

—No, nada inusual. Me levanté, puse el mp4, desayuné y salí corriendo para llegar al trabajo a tiempo.

—¿Y no oíste nada?

—No nada. En cuanto me levanto pongo lo auriculares y no oigo nada de lo que pasa fuera.

—¿Conoces a tu vecino de enfrente, Alex Blame?

—No, bueno sí .—dijo ella un poco azorada esquivando la mirada del detective— Se quién es pero apenas le he visto un par de veces. ¿Le ha pasado algo?

—Le hemos encontrado muerto en su salón está mañana. —respondió Smallbird detectando una mezcla de sorpresa y alivio en los ojos de la chica.

— Pero… ¿Cómo? —preguntó ella sorprendida.

—Acuchillado. —respondió el detective lacónico.

—¿Saben quién lo ha hecho?

—En eso estamos. ¿Puedes decirme dónde has estado en las últimas dieciocho horas? —preguntó el detective más para ver cómo reaccionaba la chica que por que la creyera capaz de una carnicería semejante.

La joven vaciló por un segundo mirando al detective con los ojos muy abiertos pero enseguida se recompuso y le relató con todo detalle todo lo que había hecho desde la tarde anterior. Como esperaba la joven tenía coartada y como testigos a todos los clientes de la cafetería. Era obvio que la joven ocultaba algo pero decidió no seguir presionándola hasta tener algo más de ella.

Después de pagar el café se despidió y le dio una tarjeta con un teléfono al que podía llamar de día o de noche si recordaba algo.

Smallbird salió de la cafetería y subió a su Ossa Yankee 500. Todo el mundo decía que estaba loco por conducir ese cacharro de casi cuarenta años, pero la había heredado de su padre y era perfecta para moverse por la ciudad.

Deslizándose entre el tráfico a toda velocidad tardó apenas quince minutos en llegar a la comisaría.

El departamento de homicidios ocupaba todo el ala derecha de la comisaría y el teniente estaba al cargo de un equipo de cuatro personas y un administrativo que le ayudaba con el papeleo y atendía las llamadas. Smallbird tenía un pequeño cuchitril para su uso personal con el espacio justo para un escritorio y un par de sillas justo al lado de las salas de interrogatorios.

Cuando entró todos saludaron al jefe con la típica dejadez del funcionario que acaba de levantarse de la cama y ponerse en la silla del trabajo. Smallbird les dijo que dejasen todo y le esperasen en la sala de reuniones.

Smallbird dejó a los chicos refunfuñando y levantándose de sus sillas y se dirigió al despacho del comisario. Negrete ya le estaba esperando con el rostro rubicundo y la cara de pocos amigos que mostraba habitualmente.

—Haber Smallbird. Dime qué coño ha pasado en Vallecas. —inquirió el comisario sin casi dejarle entrar.

—A las cinco de la mañana el 112 recibió una llamada en la que explicaban que había habido un asesinato en la calle Segismundo Varela, concretamente en el cuarto izquierda del numero ciento cuarenta y siete. —comenzó el teniente fiándose de su memoria en vez de recurrir a las notas— Los del 112 nos pasaron la llamada y una patrulla se acercó hasta el domicilio para intentar averiguar qué demonios pasaba. Tras intentar contactar sin éxito con el inquilino los dos agentes tiraron la puerta abajo.

—¿No había ningún vecino con un duplicado o es que todos los policías de esta comisaría se creen Harry el sucio? —espetó el comisario Negrete con su habitual mala leche.

—Ante la urgencia de la llamada no pensaron demasiado en buscar a los vecinos. El caso es que encontraron a un fiambre en el medio del salón.

—¿Asesinato o suicidio? —volvió a preguntar el comisario.

—No conozco a ningún tipo que haya sido capaz de darse más de cincuenta puñaladas a lo largo de al menos doce horas, algunas después de muerto.

—Menos chorradas Smallbird.

—Lo siento jefe, he dormido poco esta noche. El forense hizo el examen preliminar y todo parece indicar que la persona que se lo cargó tenía mucha mala baba acumulada. El tipo tampoco parece un santo precisamente, es informático y trabaja en casa, nadie sabe decirme exactamente en qué, no tenía nada más que un móvil de prepago sin contactos ni llamadas y había un montón de drogas de todos los tipos en el baño.

—Así que en cuanto empecemos a escarbar saldrán un montón de trapos sucios.

—Me temo que la lista de enemigos va a ser bastante larga, va a ser un caso complicado de cojones.

—¿Vas a necesitar a alguien de refuerzo?

—Camino me ayudará en la investigación de campo mientras que López y Arjona se encargarán de la investigación en la oficina. Carmen echará una mano a unos u otros dependiendo de las circunstancias. Lo que si voy a necesitar es un experto en informática, el tipo tenía un equipo impresionante y necesitaré ayuda para sacar la información.

—Cuenta con ello, ahora mismo llamaré a la central para que nos manden al mejor de que dispongan. —dijo el comisario— A partir de ahora este caso es vuestra prioridad. No me huele nada bien eso de estar arreando cuchilladas a alguien durante horas me suena a ritual, me temo que se trate de un asesino en serie. Te descargaré de parte del trabajo para que puedas emplear todos tus recursos en este caso.

—Tú mandas jefe. —replicó Smallbird— El caso Noya ya está listo, solo queda pasar el informe a limpio y de eso se puede encargar Lino, el administrativo. En cuanto el caso de los pandilleros y el de la Lola se los podemos pasar a estupefacientes y a antivicio, se alegrarán de hacer algo distinto.

—Bien, todo arreglado entonces —dijo el comisario despidiendo a Smallbird con un gesto y cogiendo el teléfono.

Cuando llegó a la sala de reuniones encontró a sus chicos estirados en las sillas con los pies apoyados sobre la mesa y haciendo caso omiso de los carteles repartidos por toda la sala recordando a los asistentes la prohibición de fumar en todo el edificio.

El teniente reprimió unas intensas ganas de imitarles y les hizo un somero informe del caso al que no hicieron demasiadas preguntas. A la espera de recibir los primeros informes y las pruebas encontradas en el escenario mandó a Arjona y a Carmen a informar a estupefacientes y a antivicio de los casos que les iban a derivar mientras que Camino intentaría averiguar que había en los archivos sobre la víctima y López investigaría el historial del resto de los vecinos del inmueble. En cuanto terminó todos se levantaron y se esfumaron a cumplir sus órdenes. Pese a su apariencia joven, desganada e indisciplinada estaba orgulloso de su equipo y pensaba sinceramente que eran los mejores investigadores de la comisaría. Con ese caso tendrían la oportunidad de volver a demostrarlo.

El resto de la mañana la pasó terminando el papeleo del caso Noya y dejándolo todo listo justo antes de comer.

Cuando volvió de la comida se encontró con una mujer esperando de pie en su despacho. A través de la ventana pudo ver la melena castaña y ligeramente rizada que casi llegaba hasta su cinturón reglamentario. Mientras se acercaba Smallbird se recreó en la figura delgada y alta que se mantenía de pie esperando en posición de descanso.

—Buenas tardes. —dijo el teniente sobresaltando a la joven al abrir la puerta.

—Buenos tardes señor se presenta la agente Viñales de la sección de informática. Creo que tiente trabajo para mí.

—No hace falta que te cuadres cada vez que me veas esto no es el ejército. —dijo Smallbird sorprendiéndose de la juventud de la agente— ¿Cuánto tiempo llevas en el cuerpo?

—Ocho meses señor.

Smallbird se tragó un juramento. Sabía que la gente de informática solía ser joven pero se esperaba otra cosa. Mientras pensaba en esta y otras cosas el detective se dedicó a observar a la joven de labios finos, pómulos marcados y ojos grises de mirada dulce.

—Está bien —dijo Smallbird después de una pausa— Puedes usar la mesa de la derecha. Pídele a Lino todo lo que necesites y el te lo conseguirá. Quiero que sepas que este es un caso prioritario y espero que estés a la altura. Nos espera un duro trabajo. Terminó acompañando a la joven fuera del despacho.

—Lino esta es Viñales es la nueva informática, ayúdala a instalarse, ¿Quieres?

—Desde luego jefe —dijo el administrativo echando a la joven una mirada libidinosa.

Poco después llegó Juan con su informe terminado. Tras echarle un vistazo y cerciorarse de que el agente no se había olvidado de mencionarle nada, se levantó de la silla y salió de su despacho.

Arjona y Carmen aun no habían vuelto de poner al día a Estupefacientes y a antivicio y Camino y López seguían enfrascados en sus tareas, así que como Viñales era la única que habiéndose instalado no tenía nada que hacer, decidió llevársela al depósito a ver si el forense podía hacerles un informe preliminar.

—Viñales, ¿Sabes conducir?

—Sí señor.

—Estupendo porque yo lo odio y como aun no tienes nada que hacer me llevas al depósito. —dijo Smallbird dirigiéndose hacia la puerta.

Smallbird se sentó en el asiento del acompañante del coche patrulla poniendo la llave en el contacto y disfrutó del nerviosismo de la joven al arrancar el baqueteado monovolumen.

Con extrema prudencia Viñales se internó en el tráfico mientras el teniente apagaba la molesta emisora y sintonizaba radio clásica.

Viñales conducía siguiendo las indicaciones de Smallbird con un intenso gesto de concentración como si estuviese de nuevo en su examen del carnet de conducir. El teniente se relajó y se recostó ligeramente en la puerta para poder observar sin ningún disimulo las evoluciones de la joven entre el tráfico vespertino mientras escuchaba a Verdi en la radio.

El trayecto duro apenas un cuarto de hora y Viñales aguantó el escrutinio sin una queja y sin perder la concentración, conduciendo con eficacia y seguridad.

En cuanto entraron en el Instituto Anatómico Forense Smallbird tomó la delantera y guio a la joven policía por una serie de largos pasillos hasta llegar al despacho de Fermín. En el despacho solo se encontraba una secretaría que les indicó que estaba en la sala de autopsias número tres.

—¡Vaya! Esto sí que me sorprende, por una vez el forense está examinando uno de mis fiambres antes de que empiece a pudrirse.—dijo Smallbird entrando en la sala acompañado de una reticente Viñales.

—No te hagas ilusiones —replicó el forense con las manos dentro del abdomen del finado— está noche ha sido anormalmente tranquila y el resto de los clientes podían esperar.

—¿Qué me puedes contar?

—Que he logrado contar finalmente todas las cuchilladas y son ochenta y ocho, hechas a intervalos de tiempo de menos de una hora con un cuchillo pequeño, de hoja no muy ancha y poco afilado. Diría que un cuchillo de cortar la comida, yo que vosotros buscaría entre los platos sucios . Treinta y cinco puñaladas fueron hechas ante mortem hasta que en una se le fue la mano al asesino y cortó limpiamente la arteria hepática, a pesar de ello siguió practicándole incisiones hasta completar ese bonito número.

—El ocho horizontal es el símbolo matemático de infinito. —intervino Viñales.

—¿Y esta joven tan atractiva? —preguntó Fermín poniendo cara de viejo verde.

—Me la ha prestado la central para esta investigación. —respondió Smallbird— Gracia viñales, Fermín Cuevas.

El forense, con toda la intención sacó la mano del abdomen del cadáver con el estómago agarrado y fingió ante la diversión del teniente intentar darle la mano a la joven luego simuló darse cuenta de que aun tenía el órgano en la mano y farfulló una disculpa.

Gracia se mantuvo firme aunque la visión del estómago cercenado y adornado de sangre y restos de tejidos le hicieron palidecer.

Buscando un mayor efecto el forense abrió el órgano delante de ellos y hurgó en el contenido con una pinza sacando restos de comida semi digerida y metiéndolos en tubos de ensayo para su posterior análisis.

—No queda mucho, calculo que su última comida fue unas tres horas y media antes de morir. Me costará averiguar que comió si lo consigo —dijo extrayendo otro trozo de comida mientras Viñales contenía una arcada.

—¿Restos de drogas?

—Las muestras de sangre están en el laboratorio, tardarán un par de días. En el cuerpo no encontré ningún pinchazo, aún. Por lo que encontraste en el baño me espero de todo.

—¿Algo más?

—Un tatuaje en la parte baja de la espalda que dice “A TOMAR POL CULO” en letra gótica. Su ropa estaba llena de residuos y fibras pero dado el nivel de higiene en el que vivía será casi imposible separar las evidencias útiles de la basura.

—¿Nada bajo las uñas?

—Al contario, de todo. La mayor parte comida en distintos estados de putrefacción. Lo único que he encontrado es un pelo púbico en su barba. Sé que no le pertenece porque es rubio. Dentro de un par de días tendré un perfil de ADN por si tienes un sospechoso o sospechosa con el que compararlo.

—De acuerdo buscare un coño rubio al que le falte un pelo —dijo Smallbird con una sonrisa torva.

—Buena suerte —dijo el forense encendiendo una sierra — ¿Os quedáis a ver el cerebro? Me muero de curiosidad…

El teniente se despidió sabiendo que la joven no aguantaría mucho más y la guio de nuevo al parking. Durante el trayecto de vuelta a la comisaría el color volvió poco a poco a las mejillas de Viñales mientras se concentraba en la conducción.

—¿Por qué el nombre de Gracia? —preguntó Smallbird para romper el incómodo silencio que se estaba estableciendo entre ellos.

—Mi madre adoraba a Grace Kelly y cuando murió en accidente se juró a si misma que su primera hija se llamaría como ella. Así que por eso tengo un nombre tan estúpido. —respondió ella resoplando.

—Es curioso, ahora que lo pienso, conozco a pocas mujeres que estén contentas con su nombre. A mí me parece un nombre bonito.

—Supongo que si hubieses pasado toda tu infancia y juventud recibiendo imitaciones de Gracita Morales a modo de saludo y te hubiesen puesto el mote de desgracia no te lo parecería tanto. ¿Y lo de Smallbird? —preguntó Viñales a su vez.

—Mi abuelo combatió con las brigadas internacionales en Madrid y vete tú a saber por qué se enamoró perdidamente de mi abuela con la que tuvo una relación de unos meses fruto de la cual nació mi padre. El hombre estaba casado y se volvió a América pero reconoció a mi padre como su hijo y mandó dinero a mi abuela regularmente hasta su muerte. De él no heredé ni su estatura ni sus ojos azules ni su atractivo natural pero me quedé con su apellido.

Antes de que las confesiones se volviesen más comprometidas Viñales metió el coche en el garaje de la comisaría y apagó el contacto. Cuando entraron en el departamento de homicidios Viñales ya tenía los discos duros del ordenador de Alex Blame sobre su mesa.

—¿Qué tal jefe? ¿Alguna novedad? —preguntó Arjona.

—Nada nuevo, aunque si tienes curiosidad fueron ochenta y ocho puñaladas.

—No está mal.¿ Sabías que el ocho en horizontal es el símbolo de infinito?

—Sí, ya me lo habían mencionado. —replicó Smallbird.

—Podríamos llamarle el asesino del infinito.

—Ni se te ocurra,—le cortó el teniente tajante — sí se filtra a la prensa se montaría un lio del carajo así que no quiero volver a oír ese mote.

Una vez en su oficina revisó el papeleo unos minutos. Arjona y Carmen habían terminado y se habían ido a casa .En pocos minutos terminó de anotar en el ordenador los resultados de la investigación del día y se dirigió a la mesa que compartían López y Camino.

—Bueno, ¿Qué habéis averiguado? —preguntó Smallbird cruzando los dedos.

—No demasiado, —empezó camino—El señor Blame no tenía antecedentes de ningún tipo, ni siquiera una multa de tráfico. Tiene… tenía una cuenta corriente con cuatro mil y pico euros. El historial de la cuenta se mantiene siempre entre los cuatro mil y los cinco mil euros. Solo la usa para pagar los gastos de luz, agua y esas cosas. De vez en cuando hace ingresos en efectivo de unos mil quinientos euros. Lo único que llama la atención es la factura de internet debe tener una conexión de la ostia.

—Con el pepino que tenía no me extraña. —dijo el teniente—Pásale un recibo a la nueva a ver que saca de él. ¿Qué más?

—Trabajó para un banco en la sección de informática durante un par de años pero se largó y desde entonces no había vuelto a tener ninguna ocupación conocida. Sus únicas propiedades son el piso y un Opel Calibra del noventa y uno. No tiene préstamos pendientes y tiene todos los impuestos al día. Si no fuese porque no puedo averiguar de dónde saca el dinero diría que es un ciudadano modelo.

—¿Facebook, Twiter?

—No tiene cuentas de ningún tipo en internet, ni siquiera tiene una cuenta de correo a su nombre.

—Hasta ahora no me has dado nada. —dijo Smallbird frunciendo el ceño frustrado.

—Hay una cosa, pero no creo que tenga mucha importancia. Al teclear su nombre en Google me sale un perfil en una página de relatos eróticos. Puede ser él o puede ser cualquier otro zumbado, la mayoría de esos salidos suele utilizar un seudónimo.

—No me parece una pista muy prometedora pero sigue con ella de todas maneras. y tú, ¿Qué me cuentas? —dijo el teniente volviéndose hacia Arjona.

—El edificio fue construido en el setenta y dos. No hay historial de movimientos extraños o delictivos. Los inquilinos son en su mayoría gente modesta con ingresos bajos. Al menos la mitad de los apartamentos están en este momento desocupados. El casero tiene todo en orden y salvo el matrimonio peruano que a veces se retrasa un poco, el resto pagan puntualmente y no dan problemas.

—¿Qué sabes de la camarera? —preguntó Smallbird interesado— Hablé con ella esta mañana y estoy seguro de que oculta algo.

—Veamos. —dijo Arjona revolviendo los papeles— Vanesa Díaz veinte años nacida en Valladolid vino aquí hace un par de años. Vivió primero en casa de su tío hasta que consiguió un trabajo y se independizó. Vive sola con su gato persa. Todo parece normal a primera vista pero cuando hurgas un poco hay algo extraño.

—Dime.

—Tiene una página de Facebook…

—¡Bendito Facebook! —corearon los tres haciendo que Viñales levantase la cabeza de su escritorio sorprendida.

—Tiene una página de Facebook… —repitió Arjona de nuevo— Al principio era bastante activa y tenía casi cien amigos con los que hablaba todos los días, pero actualmente no entra en ella casi nunca.

—Eso es normal, la gente se cansa. —dijo el teniente.

—Sí pero no lo deja de golpe. La chica tiene Smartphone e internet en casa y sin embargo en la semana del quince de Julio del año pasado pasó de entrar varias veces al día en su cuenta a no hacerlo prácticamente nunca.

Smallbird no dijo nada pero se quedó pensando. Despidió a los chicos y les mandó a casa. Montó en la Ossa y se internó en el tráfico con la imagen de la joven camarera revoloteando en su mente. Cada vez estaba más claro que a la chica le pasó algo hace año y medio que le había cambiado la vida radicalmente.

Paró en un semáforo sin dejar de buscarle un sentido a todo aquello. Alex Blame llega al piso después que la chica y lo alquila durante seis meses y luego decide comprarlo justo cuando la chica cambia de costumbres bruscamente. El semáforo se puso en verde y Smallbird arrancó seguro de cuál sería su siguiente visita al día siguiente.

2

El tío de Vanesa vivía en un bonito Chalet en el Soto de La Moraleja. Dobló en el cruce de acceso y le enseño la placa al vigilante de la urbanización que le franqueó el paso sin hacer preguntas. El sol estaba empezando a levantarse y le daba justo en los ojos cuando entró en la calle donde estaba la casa del tío de Vanesa. Cuando apagó el motor de la Ossa, Camino ya le estaba esperando en el coche patrulla.

—Buenos días, Camino —saludo Smallbird desmontando— Lo siento, pero llamé anoche al tío de Vanesa y trabaja todo el día. Me pidió como favor especial que le entrevistásemos antes de ir al trabajo. ¿Te he hecho madrugar demasiado?

—Tonterías Smallbird. Ya sabes que vivo al lado de la comisaría. Solo he tenido que levantarme media hora antes y Julio se ha encargado hoy de los niños.

—Estupendo; entonces vamos allá. —dijo él pulsando el botón del timbre.

—Una voz con un inconfundible acento argentino respondió en el telefonillo y les franqueó el paso después de que mostrasen sus placas a la cámara.

Entraron caminando en el corto sendero de graba que llevaba a la entrada de un chalet moderno y amplio con enormes ventanales.

Una mujer con un uniforme de asistenta de color gris les estaba esperando a la puerta y les llevó hasta una sala forrada de estantes repletos de libros desde el suelo hasta el techo.

Mientras Camino se sentaba tranquilamente en un sofá orejero, Smallbird no pudo evitar curiosear entre los estantes intentando hacerse una idea de los gustos de su dueño.

Una de las paredes estaba dedicada al arte y sobre todo a la arquitectura; entre manuales y códigos técnicos había libros dedicados a Gaudí, Le Corbusier y arquitectura japonesa. Guiado por la curiosidad cogió y abrió uno cuyo título “Construir Ficciones: Para una filosofía de la arquitectura” llamó inmediatamente su atención. Cuando entró Salvador Díaz estaba ojeándolo con interés.

—Buenos días —dijo el hombre entrando en la habitación— supongo que ya habrá imaginado a qué me dedico.

Smallbird levantó la visa del libro y disimuló su desagrado ante la vista de aquel hombre menudo de facciones pequeñas y frente despejada, que llevaba un traje de seda color gris y unas gafas de pasta, que aumentaban sus ojos hasta el punto de que a l teniente le parecía estar mirando los de un pez a través del cristal de una pecera.

—Buenos días señor Díaz —dijo el detective— Soy el detective Leandro Smallbird y ella es la detective Camino Balaguer. Necesitamos hacerle un par de preguntas sobre su sobrina.

—¿No se habrá metido en algún lio verdad? —peguntó el hombre pasándose la mano por su pelo gris y engominado en un gesto de nerviosismo que puso de nuevo al detective en guardia.

—No que nosotros sepamos. Pero se ha producido un delito en su edificio y estamos investigando a los vecinos por rutina.

Smallbird tomó la iniciativa en el interrogatorio mientras Camino se quedaba sentada en el sofá aparentemente sin hacer nada pero registrando hasta el más pequeño gesto del hombrecillo.

Empezó peguntándole por el motivo de que la joven viniese a Madrid. Según el arquitecto había venido a Madrid después de discutir repetidamente con sus padres para buscar trabajo y finalmente poder independizarse.

Salvador les contó como la chica había llegado prácticamente con lo puesto y como le había conseguido un primer trabajo en un pizzería. Fue la única vez que le echó una mano. A partir de aquel momento se las arregló bastante bien consiguiendo trabajos cada vez mejor pagados hasta que consiguió el de encargada de la cafetería donde estaba actualmente que le permitió alquilar un piso para ella sola.

—¿Tenía muchos amigos?

—Al principio le costó un poco. Ya sabe, el cambio de ambiente y todo eso, pero con el tiempo se hizo con una pandilla. Se traía a las amigas y los amigos de vez en cuando a casa hasta que un día la pillé haciendo cochinadas con un chico en el sofá.

—Fue en ese momento cuando se fue de casa? —preguntó el teniente advirtiendo una fugaz gesto de celos.

—Sí, se fue poco después diciendo que quería vivir su propia vida. —respondió él.

—¿Ha notado algún cambio en ella últimamente? —intervino Camino levantándose.

—Al principio no. Incluso iba a visitarla de vez en cuando para ver cómo le iba. —respondió de nuevo con un gesto posesivo que no se les escapó a ninguno de los dos— Pero con el tiempo se fue encerrando cada vez más en si misma hasta que un día me dijo que la dejase de visitar.

—¿Conocía a su vecino?

—¿El gordo? Sí, un tipo realmente desagradable. Me crucé alguna vez con él en el pasillo y soltaba una risilla realmente ofensiva cada vez que me veía…

El detective observó a aquel hombre detenidamente mientras Camino seguía interrogándole, aunque Salvador parecía sincero e intentaba responder las preguntas de la detective lo mejor que podía había algo en él que no acababa de convencerle.

Tras unos minutos más Camino se quedó sin preguntas y ambos se despidieron dándole las gracias.

—Este tipo oculta algo. —dijeron los dos a coro cuando salieron de la propiedad.

Cuando llegaron a la comisaría Negrete le esperaba con el rostro contraído de rabia a la puerta de su despacho. El teniente suspiró acostumbrado a los ataques de rabia de su jefe y despidiéndose de Camino se dirigió hacia él.

—¿Quién coño ha sido? —preguntó a grito pelado el comisario con una vena gorda como un dedo latiéndole rabiosamente en la sien.

—Perdón jefe pero no entiendo…

—¿Quién se ha chivado a los periodistas lo de las ochenta y ocho puñaladas? —preguntó tirando con rabia un par de periódicos sobre la mesa.

Los titulares hablaban por sí mismos. “¡88 puñaladas!” ” El asesino del doble infinito”. Smallbird echó un vistazo a la información y suspiró aliviado.

—Esto no ha salido de aquí. Hay demasiados detalles. Los chicos solo saben lo de las puñaladas pero como era tarde no les conté mucho más. Aquí hay mucha información que solo podía estar en el informe preliminar de la autopsia que ni siquiera yo he visto aún.

—¿Estás totalmente seguro de ello? —preguntó Negrete frunciendo el ceño.

—Sí señor. Alguien del depósito se ha ido de la lengua. Nosotros no hemos sido.

—De acuerdo. Te creo y espero que no te equivoques, porque les voy a cantar las cuarenta a esos imbéciles. Procura acabar con esto antes de que se convierta en un circo de tres pistas.

—Me temo que ya es demasiado tarde jefe. Voy a ver qué puedo hacer. —replicó Smallbird saliendo del despacho con cara de circunstancias.

El resto del equipo ya estaba trabajando en los informes sobre las pruebas que estaban empezando a llegar, ignorantes de la tempestad que se estaba formando a su alrededor.

— Hola, Gracia. ¿Has averiguado algo? —le preguntó Smallbird sabiendo que el ordenador era su mejor baza.

—Aun no he logrado sortear las contraseñas pero no tardaré mucho más. El tipo sabía lo que hacía. Tiene el ordenador protegido por sistemas de última generación a los que ha metido mano para mejorarlos, pero esto es como todo, solo cuestión de tiempo. A la tarde podré decirte algo.

El teniente se metió en su despacho resignado. Esa era la parte que más odiaba de su trabajo. Hasta que no tenía ordenados todos los indicios, no se podía hacer una idea de lo que podía haber pasado y no sabía qué rumbo dar a la investigación. En un par de horas el comisario le llamaría para que le diese algo con que aplacar a periodistas y políticos y le exigiría resultados para ayer con el estilo bronco e impaciente que le caracterizaba.

Suspiró y se metió entre los papeles que había encima de la mesa intentando parecer ocupado.

Tras otra hora de discusión con el comisario acerca de la falta de novedades y un almuerzo rápido en la hamburguesería de la esquina volvió a su despacho dónde la agente Viñales esperaba con su portátil entre los brazos y una sonrisa de satisfacción.

—He conseguido acceder a los archivos de la víctima y los ha descargado en el portátil. —dijo ella abriendo el ordenador sobre la mesa del teniente.

—¿Qué contienen? —preguntó Smallbird abriendo varios archivos al azar.

—Una parte son una serie de informes financieros del banco en que trabajaba. Aun no sé si significan algo. El resto, que es el ochenta por ciento, es una impresionante colección de películas porno bajadas de internet , clasificadas por temática, lo más probable es que tuviese una página de descargas en internet y de ahí sacase sus misteriosos ingresos.

—¿Y esto? —dijo abriendo una carpeta titulada guarradas.

—Son relatos eróticos, creo que escritos por él.

—Buen trabajo. —dijo Smallbird echando un vistazo rápido a los archivos de la carpeta y cerrándola a continuación— Quiero que tú te quedes con los informes financieros y le pases una carpeta de archivos de video a cada uno. quiero que investiguen los archivos uno por uno a ver si encuentran algo. A mi mándamelo todo.

Viñales salió sonriendo y dando pequeños saltitos con sus zapatos de tacón. Unos minutos después le trajo un disco duro extraíble con todos los archivos.

Apenas había abierto la carpeta con los archivos de video cuando Arjona apreció con cara de malas pulgas.

—Joder todos están viendo a tipas espectaculares haciendo guarradas increíbles y a mí me tocan las de maricas. Esto no es justo jefe. Todos se están divirtiendo de lo lindo mientras yo sufro escalofríos.

—Mala suerte Arjona, Viñales distribuyó las carpetas al azar y vuestra tarea es inspeccionar los archivos no pelárosla. ahora a trabajar.

Pasó el resto de la tarde inspeccionando archivos sin encontrar nada importante. A las ocho de la tarde cerró el ordenador y ordenó irse a todos a casa. En pocos minutos vio desfilar a todos ante él, camino de la puerta, hasta que finalmente quedó totalmente solo.

Cogió el disco extraíble que le había entregado Viñales y desconectándolo del ordenador lo sospeso, unos instantes entre sus manos para, tras unos segundos de vacilación, metérselo definitivamente en el bolsillo de su cazadora y salir de la oficina camino de su moto.

El piso de Smallbird estaba en un edificio nuevo a unos cuarenta minutos de la comisaría. Elena lo había amueblado con gusto y esmero, sin olvidarse de un solo detalle y luego se había ido para no volver. Nada de lo que dijo consiguió convencerla para que se quedara y no le dejara tirado.

Al principio Smallbird trató de conservarlo todo tal como ella lo había dejado. Poco a poco, con el tiempo fue dejando de limpiar y ordenar hasta que el piso se convirtió en el típico antro de un soltero. El polvo medraba sobre los estantes y el lavavajillas solo se conectaba cuando no había platos para comer. En el frigorífico se acumulaba la comida precocinada y el microondas era el único electrodoméstico que se usaba a diario en la casa.

Smallbird entró en el piso y dejando la cazadora sobre el sofá se descalzó, encendió un Marlboro y se dirigió al estudio donde estaba el ordenador conectando el disco duro.

Abrió la carpeta de los archivos de video y repasó el índice. Interrracial, tríos, asiáticas… hasta que dio con los videos amateurs. Con el oscuro deseo de encontrarse a su ex en uno de aquellos sórdidos videos, abrió el archivo y revisó su contenido. Otra carpeta con el título Producción Propia llamó inmediatamente su atención y la abrió.

La carpeta contenía una docena de archivos de video con una fecha por título. Abrió el primero que databa de unos seis meses después de que Alex Blame llegara al piso. La cámara estaba en el salón. Un timbre sonó y ante la sorpresa del detective vio como Vanesa, ajustaba el cinturón de la bata mientras pasaba por delante camino de la puerta.

Tras unos segundos apareció acompañada de su tío Salvador que se quedaba de pie mientras ella se sentaba en un ajado sofá y cruzaba las piernas.

—No entiendo cómo puedes vivir en un sitio así. —dijo Salvador—Sabes que te he perdonado y que puedes volver a casa cuando quieras. De veras. Sin rencores.

—Déjalo ya, ¿quieres? —replicó Vanesa con cara de hastío.

—Por favor Vane… —Suplicó su tío.

—Ahora estoy bien aquí. Me gusta tener mi propia casa. Ahora soy feliz.

—No me importa que traigas amigos. —dijo él sentándose a su lado y metiendo la mano entre sus piernas— No me importa lo que hagas con ellos, pero vuelve conmigo.

—Tío, quedamos en que no volverías a…

—¿Se que te gusta Vanesa, no recuerdas lo bien que lo pasábamos juntos? —preguntó él profundizando aun más en la abertura de la bata.

La joven se puso rígida e intentó cerrar las piernas entorno a la mano de Salvador. El hombre la ignoró y sacando la mano de su entrepierna le estrujó un pecho y le besó el cuello dejando sobre él un rastro de saliva.

La joven intentó un nueva protesta pero su tío le tapó la boca con sus labios comenzando un violento beso que acabó con toda su capacidad de resistencia.

El hombre se separó y sonrió satisfecho metiendo su mano en el interior de la bata esta vez sin oposición dando un estrujón a l pecho de la joven que hizo estremecer todo su cuerpo.

El arquitecto no fue mu y delicado. Con apresuramiento y violentos tirones le quitó la bata a Vanesa y le arrancó las bragas dejando a la vista un cuerpo pálido y extraordinariamente exuberante . El hombre se lanzó con el ansía de un hombre que atraviesa el desierto y encuentra una fuente de agua. Sorbió y mordisqueó los pezones de la joven provocando en ella los primeros gemidos.

Vanesa hizo un último intento por pararle pero fracasó cuando su tío acarició el suave vello rubio que cubría su pubis.

Los dedos del hombre resbalaron por sexo de la joven y penetraron en su interior con el mismo apremio con el que antes le habían arrancado la ropa.

La joven gimió, abrió las piernas y alzó el pubis para hacer más profunda la penetración. Salvador bajó la cabeza satisfecho y tirando de la joven para tumbarla en el sofá se agachó sobre su monte de Venus, lamiendo y mordisqueando la parte exterior de su sexo a la vez que seguía explorando su interior con los dedos.

La joven empezó a jadear y retorcerse haciendo que todo ella vibrara y temblara fascinando a Smallbird con la belleza de su cuerpo juvenil e impidiéndole separar la vista del monitor.

A continuación Salvador se quitó los pantalones y los calzoncillos mostrándole a la joven una polla abotagada y morcillona. El hombre se la puso a la altura de la cara y la chica obediente se la metió en la boca y comenzó a chuparla con energía. Salvador comenzó a gruñir de satisfacción a la vez que se polla crecía ojos vistas hasta ocupar toda la boca de la joven impidiéndole respirar. Salvador mantuvo la presión de su polla sobre la garganta de la joven hasta que está no pudo aguantar y se apartó medio asfixiada.

Salvador se quedó parado frente a ella con su polla erecta y con un hilillo de saliva de Vanesa colgando de la punta. La joven volvió a cogerla y le lamió y chupó la punta del glande jugando con la saliva y dejando que esta cayese entre sus jugosas tetas.

El hombre tumbó de nuevo a la joven y pasando una de sus piernas al otro lado de su cuerpo enterró su polla entre los pechos de la joven que los apretó entre sus brazos permitiendo a su tío follarle los pechos a placer.

El hombre volvió a gemir y siguió empujando entre los pechos de la joven que aprovechaba cada vez que la punta de la polla emergía de entre sus pechos, para darle un suave lametón. En cuestión de segundos el hombre se corrió copiosamente entre los pechos de la joven, acompañando el orgasmo de unos curiosos sonidos guturales.

Al parecer el viejo verde no había tenido suficiente y sin tomar precaución de ningún tipo penetró a Vanesa que le esperaba con todo su cuerpo enardecido por efecto de la corrida que mancillaba sus pechos.

La joven gimió y se agarró con desesperación con brazos y piernas al cuerpo de su tío mientras este empujaba como un poseso. Los pubis de ambos chocaban con un sonido húmedo cada vez más rápido y cada vez más fuerte hasta que todo el cuerpo de la joven se combó agarrotado por el orgasmo.

Tío Salvador aún no estaba satisfecho y dando la vuelta a la joven puso el culo redondo y blanco de Vanesa en pompa y tras lubricar su ojete con un poco de saliva le metió la polla.

La joven se quejó un poco mientras Salvador iba penetrando lentamente el delicado esfínter de la joven hasta que enterró la polla en el fondo de su culo. Vanesa gimió de nuevo y trató de concentrarse en la respiración para aliviar su dolor mientras su tío comenzaba a moverse poco a poco en el estrecho conducto de la joven.

Poco a poco los quejidos de Vanesa fueron cediendo y Salvador empezó a sodomizarla con más intensidad. La Joven separó las piernas un poco más y apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá para poder tener las manos libres para masturbarse.

A esta altura de la grabación Smallbird se dio cuenta de que el plano había cambiado y ahora veía la escena desde una perspectiva lateral. El muy cabrón había puesto varías cámaras y luego había editado los planos hasta conseguir una película casi profesional.

Desde esta nueva perspectiva se veía como los pechos de la joven se agitaban cada vez con más fuerza al ritmo de los embates de la polla de aquel viejo verde a la vez que gemía y se mordía el labio inconscientemente.

Los berridos guturales del hombre volvieron acompañados de varios salvajes empeñones mientras el querido tío de Vanesa depositaba su semilla en el fondo de su culo. Con el rostro escarlata y el cuerpo crispado, el hombre siguió sodomizando a la joven hasta que está se corrió momentos después con un sonoro grito de placer.

Salvador se separó y volvió a meter su polla en los pantalones en el mismo estado abotagado y morcillón en que la había sacado con un gesto de serenidad y satisfacción.

Vanesa se dio la vuelta y se tumbó desnuda en el sofá con cara de desconsuelo.

—Esto no está bien. —dijo ella tapando su sexo y sus pechos con las manos asaltada por un súbito impulso de arrepentimiento.

—Cómo va a estar mal que consueles a tu pobre tío en su soledad? —preguntó él acariciando las caderas de la joven con suavidad.

—No está bien —respondió ella — y no estás solo, estamos engañando a tía Julia.

—Tía Julia y yo ya no…

—Me da igual, eso es algo que tenéis que arreglar entre vosotros.

—Pero yo no…

—Tío, lo siento pero esta es la última vez. No pienso volver a tu casa y no te molestes en venir aquí porque no pienso volver a abrirte la puerta.

—Pero cariño ¿Qué voy a hacer sin ti?

—Francamente querido tío, me importa un bledo. —dijo ella levantándose y saliendo del campo de visión en dirección al baño.

El video terminó ante la sorprendida mirada de Smallbird. El teniente se acercó al mueble bar y se sirvió un Whisky doble con hielo antes de abrir los siguientes archivos y darse cuenta de que en ese disco duro estaba el móvil del crimen.

Eran casi las dos de la mañana cuando con el cuerpo excitado por los videos y la mente confusa por el alcohol se metió en la cama.

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 29. Amor Griego.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 29. Amor griego.

La tempestad se hizo eterna, pero finalmente terminó y el barco pudo abandonar al mediodía el refugio de la ensenada para dirigirse a la costa este del islote. Tardaron menos de veinte minutos. Todos estaban ansiosos y expectantes. Todos podían sentir lo cerca que estaban de su objetivo y no podían contener su nerviosismo. El yate ancló a unos cien metros de la costa y bajaron un par de Zodiacs. En la primera iba Arabela, Hércules y los doctores Prados y Kovacs y en la otra iba un equipo de apoyo con trajes de buceo por si fuese necesario sumergirse.

El tubo de lava estaba oculto tras un pequeño laberinto de escollos que lo ocultaba de miradas curiosas. Era de unas dimensiones discretas y estaba inundado en sus tres cuartas partes de forma que apenas un metro de la boca sobresalía del nivel del agua de la marea baja. Conscientes de que tenían poco tiempo hasta que el canal se inundara de nuevo, se internaron en el tubo. Hércules tuvo que agacharse para no tocar con el duro basalto que forraba el pasadizo. Las dos lanchas avanzaban lentamente con los focos iluminando hacia adelante, previniendo la aparición de obstáculos.

—Justo como decía Crotón en su poema. —dijo Bela al acabarse el tubo de lava y penetrar en una espaciosa caverna.

La cueva era de enormes dimensiones Tenía unos veinte metros de alto y un diámetro de al menos cien. La luz penetraba en diversas grietas que se podían ver en el techo. Hércules no tenía ni puñetera idea de cómo se podía haber formado aquella cámara en una isla volcánica. No era un especialista en la materia, pero dudaba que ningún geólogo en todo el mundo tuviese alguna teoría que pudiese explicar la formación de aquel majestuoso lugar.

Las lanchas atracaron en el único lugar que no estaba inundado y Arabela fue la primera en poner el pie en el suelo pedregoso. Observó con aire emocionado la inmensa laguna de agua salada que dominaba la casi total extensión de la cueva. Solo el lugar donde estaban, una faja de terreno desigual de cincuenta metros de largo por menos de veinte de ancho emergía de las quietas aguas. Se acercó a la pared de la cueva y acarició el duro basalto casi con sensualidad preguntándole dónde escondía su secreto.

Sin pararse más tiempo prepararon los trajes de buceo mientras Hércules observaba el muro de basalto con atención. En sus cincuenta metros de longitud era casi perfectamente liso salvo una pequeña ranura de un par de centímetros que había en el extremo oeste. Iba a observarla con detenimiento cuando Arabela le llamó para que se pusiese el equipo y se sumergiese con ella.

El agua era de un tono verdoso y era sorprendentemente cálida. Debía haber manantiales termales en el fondo. La profundidad era de apenas unos quince metros y el fondo estaba formado por enormes bloques de basalto cubiertos por una fina capa de limo y detritus. Bancos de pequeños pececillos evolucionaban a su alrededor y se acercaban a los haces de las linternas, provocando extraños reflejos con sus vivos colores. Hércules se acercó a Arabela y rozó su pierna con uno de sus dedos. La mujer se estremeció, pero por señas le dijo que se dejase de tonterías y siguiese explorando el lugar.

Tras poco más de dos horas el nivel de oxígeno estaba bajando y se vieron obligados a volver a la orilla. Otra pareja les sustituyó internándose en las verdosas aguas.

Hércules se sentó en la orilla dando la espalda a la ranura. Estaba seguro de que aquella rendija era la clave para descubrir la caja, pero no estaba seguro de querer decírselo a Arabela. Estaba en un dilema; dejar que Arabela la descubriese o dejar que buscase inútilmente y arriesgarse a que cualquier imbécil la descubriese por casualidad.

Durante media hora estuvo debatiéndose, pero al final llegó a la conclusión de que su misión era recuperar la caja de Pandora no impedir que Arabela la encontrara. Sabía perfectamente que ninguna de aquellas personas podía impedir que se apoderase de la caja por las buenas o por las malas.

Se levantó del suelo dejando a Arabela haciendo ejercicios respiratorios, preparándose para las siguiente inmersión y fingió observar atentamente la pared aunque sabía perfectamente a dónde se dirigía.

—¡Eh! Mirad esto. —exclamó Hércules acercándose a la ranura.

En un instante todos se habían olvidado de los buceadores y estaban observando la estrecha ranura en la lisa pared de basalto.

—Una caverna con una laguna… ¿Dónde he leído algo parecido? —se preguntó el Doctor Kovacs con sorna.

En ese momento a todos les vino a la mente la imagen de Caronte atravesando con su barca las almas perdidas en la laguna Estigia.

—¡Una moneda! —gritó Arabela llevada por el entusiasmo— La moneda que permitía a las almas llegar a los dominios de Hades. ¡Es como la maquina dispensadora de Herón en el templo de Zeus!

Alguien le dejó una moneda de un euro a Arabela que respiró hondo y la dejó caer en la ranura. Escucharon con expectación el ruido que producían una serie de mecanismos moviendose durante unos segundos, aunque al final se oyó un golpe sordo y a continuación no paso nada.

—¿Qué demonios? —exclamó Bela contrariada.

—Quizás sea la moneda equivocada. —se aventuró a decir Hércules.

—Cojonudo. —dijo el Doctor Kovacs— ¿Alguien tiene un óbolo a mano?

Tímidamente, entre el contrariado grupo, Pili una de las becarias encargadas del equipo de submarinismo, se adelantó mostrando un llavero.

Todos se quedaron un instante petrificados mirando la antigua moneda colgando de una fina cadenilla de plata.

—La compre hace años en un viaje de Erasmus. —dijo la jovencita alargamdo a Hércules el llavero.

Hércules lo cogió con delicadeza y golpeándolo con un cuchillo, cortó la endeble cadenilla. Le dio los restos del llavero a Pili y la moneda a Arabela. El óbolo desapareció en la ranura y esta vez los golpes terminaron en el inconfundible ruido de una cadena y del agua corriendo en una especie de torrente.

Inmediatamente el nivel de la laguna empezó a bajar, a la vez que subía un muro de piedra que contenía el agua procedente del tubo de lava y emergía un estrecho pasadizo que llevaba a un promontorio de la pared opuesta. Arabela se internó en el pasadizo seguida por Hércules mientras los buzos se quitaban las máscaras y se dirigían a la orilla con el agua por las rodillas.

Cuando llegaron al promontorio no se entretuvieron mucho. Arabela parecía saber lo que tenía que hacer y no se demoró mucho. En pocos segundos había abierto una estrecha puerta que daba una pequeña cámara apenas iluminada por los débiles haces de las linternas.

En una peana había una pequeña caja de terracota finamente decorada con motivos florales. En medio de los flashes del Doctor Kovacs que no paraba de hacer fotografías de la cámara y la caja, Arabela se acercó y la cogió entre sus manos, con Hércules a su lado preparado para arrebatársela si amenazaba con abrirla. No ocurrió así. La mujer la metió en un contenedor especialmente diseñado antes de volver a salir por el estrecho pasadizo.

Al cerrarse la puerta de la pequeña cámara, el muro que contenía el mar fue bajando de nuevo dejando que el nivel de la laguna volviese a aumentar poco a poco, permitiendo al trió llegar a la orilla justo antes de que el pasadizo quedase bajo el nivel de las aguas.

Arabela puso la caja sobre la mesita de su camarote y los dos la observaron. Era pequeña y aparentemente no tenía ningún cierre. Los relieves era pequeños y coloridos, de una delicada factura. Arabela acarició la tapa con suavidad.

—No puedo esperar para abrirla. Debería hacerlo ahora mismo.

—No. —replicó Hércules posando una mano sobre la de la mujer— Es tu momento de triunfo. Todo el mundo debe ser testigo.

Arabela apartó su mirada de la caja y sus ojos verdes se fijaron en Hércules. El calor y la suavidad de sus manos se expandieron por su cuerpo provocando una placentera sensación. Hércules notó la excitación de la mujer y lo aprovechó para desviar su atención de la caja.

La besó y cogiéndola en brazos se la llevó a la habitación. Arabela se dejó llevar y apoyó su cabeza en el pecho del hombre, escuchando su corazón latir fuerte y apresurado por la pasión.

La depositó sobre la cama y se tumbó sobre ella. La mujer soltó un corto suspiro. Le encantaba estar bajo él, dejarse dominar por su envergadura y sentir el peso de su cuerpo. Hércules volvió a besarla. Sus lenguas se entrelazaron y lucharon, intercambiaron saliva y se separaron para coger aire y volver al ataque una y otra vez. Tras lo que le pareció una eternidad sus labios se separaron y él tiró de su camisón hacia abajo mientras besaba su cuello y sus hombros.

Apartando su cabello enterró la cara entre sus pechos y los lamió y los besó con avaricia. Los pezones de Arabela se hincharon y él los envolvió con su boca chupándolos con fuerza, haciendo que se retorciera de placer.

Bela gimió al sentir la lengua de su joven amante recorrer sus costillas y su vientre, juguetear con los pelos que cubrían su pubis y acabar acariciando los labios de su vulva.

Los labios se hincharon y se abrieron ante sus ojos, la pálida piel de la zona se puso rosada haciendo que su sexo semejase aun más a una delicada flor. Acercó de nuevo sus labios y rozó su clítoris con la delicadeza con la que una abeja libaría el néctar de una flor.

Arabela soltó un gemido y todo su cuerpo se crispó. Estaba tan excitada que cualquier roce era una deliciosa tortura. Abrió las piernas e intentó apretar a Hércules contra ella, pero él no la dejó y siguió torturándola. Recorriendo su sexo de arriba abajo mordisqueando el interior de sus muslos y obligándola a suplicar.

Finalmente cuando ella creyó que iba a reventar de deseo se lanzó sobre ella chupando y lamiendo con intensidad, golpeando su clítoris con violencia y penetrando apresuradamente en su encharcado sexo con sus dedos. Cuando notó que estaba a punto de correrse retiró los dedos y dando la vuelta a Arabela y poniéndole el culo en pompa, comenzó a tocar suavemente la abertura de su ano con la punta de la lengua. La millonaria jamás había dejado que nadie hurgara en su puerta trasera, pero la excitación y la confianza que tenía en su joven amante hicieron que se dejase someter si una protesta.

Hércules empapó dos de sus dedos en los abundantes flujos de la mujer para luego introducirlos en su ano.

—No seas brusco por favor nunca…

—Así que eres virgen. —le interrumpió Hércules penetrando más profundamente con sus dedos y abriéndolos para ensanchar un poco más la abertura.

Arabela soltó un quedo quejido, pero le dejó hacer a Hércules que siguió moviendo con suavidad sus dedos a la vez que con la mano libre la masturbaba. El esfínter se fue relajando poco a poco hasta que creyó que ya era suficiente. Retirando los dedos se escupió la polla y apretando con suavidad se la fue introduciendo poco a poco hasta tenerla totalmente enterrada en su culo.

Arabela soltó un prolongado quejido al notar como la polla penetraba arrasadora en sus entrañas. Mordió las sábanas para ahogar un nuevo grito de dolor y respiró superficialmente varias veces hasta que las caricias de Hércules suavizaron el escozor.

No sabía muy bien cómo, pero aquel joven adivinó cuando el dolor se había convertido en una leve incomodidad y comenzó a moverse con suavidad, sin apresurarse, dejando que fuese ella la que se acariciase el sexo con sus manos temblorosas.

Hércules se inclinó y le besó y le lamió la espalda antes de agarrarla por las caderas y aumentar el ritmo de sus empujones. Él gemía roncamente mientras ella soltaba cortos quejidos que trataba de ahogar para no atraer al resto de la tripulación a su camarote.

Tras un par de minutos la mujer comenzó a sentir como el placer se iba imponiendo poco a poco y los quejidos daban paso a gemidos de placer.

Hércules estaba disfrutando de verdad de aquel culo estrecho y cálido y empujaba con brío procurando que la mujer también disfrutase. Sus manos se desplazaron por la espalda de Arabela cubierta de sudor como el de una poderosa yegua alazana. Soltando un grito de triunfo se agarró a su melena en llamas y la penetró con todas sus fuerzas mientras ella retorcía las sabanas con sus manos y gemía ardiendo de placer.

Arabela se metió los dedos en el coño y se masturbó con violencia hasta que un fortísimo orgasmo la asaltó con una fuerza que paralizó hasta su respiración. Hércules siguió empujando unos segundos más antes de sacar la polla del culo de la mujer y correrse sobre su espalda. Gruesos chorros de su leche se mezclaron con su sudor cubriendo la espalda de la mujer mientras caía derrumbada gimiendo débilmente.

Con la polla aun palpitante Hércules acaricio el culo de la mujer, irritado, pero satisfecho y se tumbó a su lado, dejando que sintiese como su polla se iba encogiendo poco a poco.

Arabela se volvió y le miró, en sus ojos verdes como esmeraldas se podía adivinar el sometimiento y la adoración.

Hércules se sintió un traidor. Podía ver cómo aquella mujer se abría por primera vez sin reservas a un hombre y ese hombre la traicionaría acabando con su confianza en el sexo masculino para siempre. Estuvo a punto de contarle la verdad y pedirle que le entregase la caja, pero se jugaba demasiado. No tenía ninguna duda acerca de la naturaleza de la caja y lo que esta podía desencadenar. No tenía elección ¿O sí?

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: CONTROL MENTAL

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 30. La Caja.” (POR ALEX BLAME)

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La travesía fue una continua fiesta. El barco navegaba por un mar en calma a medía marcha, sin apresurarse. El champán regaba la cubierta y las noches se prolongaban hasta terminar en borracheras y orgias en las que los únicos que no participaban eran Hércules y Arabela, que se habían retirado a su camarote donde follaban en la intimidad.

Arabela estaba totalmente enamorada de ese joven. Deseosa de compartir su fuerza y juventud infinitas. Jamás se había sentido tan colgada de un hombre. Deseaba estar siempre atractiva para él, se paseaba por el camarote tal y como él lo deseaba, únicamente vestida con sus conjuntos de lencería favoritos, siempre con tacones de vértigo que realzaban sus piernas y el movimiento de sus caderas.

Cuando él la tocaba, aunque fuese involuntariamente, todo su cuerpo estallaba en pequeños chispazos y hormigueos, sus pezones se erizaban y su sexo se humedecía. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de cumplir sus deseos. Hércules se mostraba atento con ella pero era él que tomaba siempre la iniciativa mientras ella esperaba expectante sus órdenes. A veces la follaba con una ternura que la hacía fundirse como la mantequilla, otras veces le arrancaba la ropa a tirones y la follaba con violencia, insaciable, durante horas, hasta dejarle todos sus orificios en carne viva… era fascinante.

La travesía terminó al fin y toda la tripulación del barco recibió su paga, acompañada de un generoso extra por el éxito de la expedición.

En cuanto llegaron a su casa Arabela se quitó la ropa de nuevo. Con solo un sujetador, un escueto tanga y un liguero se quedó frente a Hércules esperando una palabra, un gesto, una caricia…

Hércules se desnudó frente a ella, con movimientos rápidos como si la ropa fuese un estorbo del que disfrutara desprendiéndose. La mujer observó una vez más aquel cuerpo que parecía esculpido por el mismo Miguel ángel, con los músculos perfectamente delineados y apenas un poco de pelo en el pecho.

Arabela se acercó y se arrodilló frente a aquel miembro que tanto deseaba, pero no lo tocó hasta que su amante le autorizó a hacerlo. Sus manos acariciaron el preciado objeto de deseo con suavidad y disfrutó viendo como la polla crecía y palpitaba con sus atenciones hasta que estuvo totalmente erecta.

Mientras la acariciaba sintió un hambre intensa. Quería tener aquella polla en su boca disfrutar de su calor y su sabor bronco, a macho…

Hércules se inclinó y acarició su pelo con suavidad mientras ella besaba y chupaba con delicadeza su glande. La polla palpitaba y se retorcía dentro de la boca de Arabela que se la metía cada vez más profundamente y chupaba con fuerza. Las manos de su amante se deslizaron por su espalda liberando sus pechos de la prisión de su sostén.

Tirando de ella ligeramente para erguirla, la sentó en el borde de la cama y acarició sus pálidos y bamboleantes pechos. Los estrujó y pellizcó suavemente sus pezones hasta que estos estuvieron totalmente erizados. Arabela cerró los ojos y gimió en respuesta a las intensas sensaciones de dolor y placer que se mezclaban. A continuación sintió como su amante y dueño escupía entre sus pechos y a continuación metía su polla entre ellos.

La mujer apretó sus tetas contra aquel vástago duro y ardiente y dejó que Hércules empujase con fuerza. Abrió los ojos para ver como la punta sobresalía de entre ellos con cada empujón. Deseaba tenerla dentro, deseaba que la hiciese vibrar hasta explotar de placer. Pero aun más que todo eso deseaba complacer a su hombre.

Siempre había sido una amante egoísta. Aprovechaba su poder e influencia para controlar incluso a sus amantes sin saber lo apasionante que podía ser proporcionar placer a otra persona incluso a costa del suyo propio.

Los minutos pasaron, notaba los pechos ligeramente magullados. Se escupió entre ellos y Hércules la cogió por el pelo obligándola a besarle sin dejar de follárselos. Recorrió sus labios con la lengua y los mordisqueó antes de invadir su boca. Una oleada de excitación y deseo casi dolorosos la asaltó justo antes de que él deshiciera el beso y explotara, eyaculando e inundando sus pechos y su cuello con su esperma.

El calor de la semilla de Hércules la volvió loca sentía que se iba a explotar si no descargaba toda la tensión sexual que estaba acumulando. Con un mohín vio a Hércules sentarse en un pequeño butacón y observarla.

Arabela se tumbó de lado, de cara a él, con las piernas abiertas, intentando atraerle a su sexo hirviente. Se estrujó los pechos, húmedos y pegajosos y se pellizcó suavemente los pezones, consiguiendo un momentáneo alivio, pero el deseo volvió multiplicado. Se estiró el tanga y mostró a Hércules la mancha de humedad que lo adornaba. Se acarició el interior de los muslos, pero no llegó más allá. Tenía prohibido masturbarse.

Desesperada se tumbó de espaldas y levantó las piernas enfundadas en las medias de fantasía. Las tensó y las cruzó apartando el tanga para que su amante pudiese ver los labios de su vulva hinchados y atrapados entre sus muslos con su excitación resbalando de su abertura.

—Dime ¿Harías cualquier cosa por mí? —preguntó él desde la oscuridad de su rincón.

—Sabes que puedes pedirme lo que quieras. —respondió ella— Lo mío es tuyo.

—¿Cualquier cosa?

—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Coches? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? —dijo ella— Son tuyos.

—Solo quiero una cosa.

—Vaya, eso me pone más nerviosa. —dijo ella jugueteando de nuevo con el semen que cubría sus pechos.

—Quiero la caja. —dijo él lacónicamente.

Un escalofrío atravesó a la mujer al oír la respuesta de Hércules. La caja era el objeto por el que había luchado toda su vida desde que su abuelo le contara la historia de Pandora cuando era solo una niña y ahora él se la pedía. Bueno no era una petición, era una orden.

—¿Y si me negara?

—Te mataría. A ti, a tus guardaespaldas. A toda persona que se interponga en mi camino.

—¿Tan importante es para ti? —preguntó ella acariciando la seda de sus medias con las manos temblorosas.

—Es importante para la humanidad. ¿Te has preguntado alguna vez que pasaría si estas equivocada y al abrirla no encuentras esperanza si no algo terrible?

—¿Que pretendes decir?

—Que he venido a evitar que abras esa caja porque si lo haces acabaras con la humanidad y la caja pasará a llamarse la caja de Arabela, si es que queda alguien vivo para recordarte…

—Eso es mentira, te lo estas inventando. —repuso ella desesperada.

—Siempre pensé que serían los científicos y no las guerras los que acabarían con la humanidad. Cuando realizaron la primera reacción en cadena, había gente que opinaba que la reacción no podría pararse y acabaría con la humanidad, pero aun así lo hicieron. Cuando se puso en marcha el acelerador de partículas del CERN, hubo quien dijo que los microagujeros negros que se formaban en las colisiones aumentarían sin control destruyendo el planeta entero, pero no hicieron caso. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero ahora tú serás la que acabe la tarea.

Arabela miró a aquel hombre de hito en hito. No había ninguna señal de mentira o engaño en él. Solo había determinación por cumplir una misión. Iba a decir algo, pero Hércules se levantó y se acercó a ella. Su mirada se volvió tierna y a la vez sombría.

Se acercó y agarró a su amante por el cuello. Arabela no opuso ninguna resistencia estaba dispuesta a morir si Hércules así lo quería. Sabía que probablemente esa fuese la última vez que harían el amor y no pudo evitar que la emoción la embargara.

Se tumbó tras ella y sin soltar su cuello comenzó a besar su rostro y mordisquear sus orejas mientras Arabela se quedaba quieta y pasiva suspirando suavemente.

—Aquella noche, en la ópera. —dijo Arabela entre suspiros— No fue una casualidad.

—No, Arabela. No fue una casualidad.

La sensación de tener el cuerpo del joven tras ella, con la polla rozando su culo y sus caderas la excitó borrando cualquier pensamiento. El futuro no existía. Solo existía el presente y solo deseaba tener a aquel hombre dentro de ella. Movió sus caderas y se frotó contra aquella polla dura y caliente. Con un suspiro de alivio sintió como las manos de Hércules acariciaban su culo justo antes de separar sus cachetes y deslizar su miembro en el interior de su coño. Todo su cuerpo tembló al ver su deseo satisfecho. Las manos de sus joven amante recorrieron su cuerpo sin dejar de moverse en su interior acariciando sus pechos y su vientre, besándole en el cuello, haciendo que se derritiera de placer.

De un tirón la colocó encima suyo. Arabela apoyó las manos sobre el pecho de Hércules, puso las piernas a ambos lados de su cuerpo y comenzó a mover las caderas mientras gemía y jadeaba por el esfuerzo. Las manos de él se deslizaron por el su cuerpo sudoroso hasta llegar hasta su sexo, comenzando a acariciarlo. Los dedos del joven eran tan hábiles que pronto se vio saltando con todas sus fuerzas cubierta de sudor y clavándose el pene del joven sin descanso.

A punto de correrse se separó. En el fondo de su ser sabía que este sería su último polvo y quería que durase para siempre…

Intento zafarse, pero Hércules no tardó en alcanzarla. Elevándola en el aire la sentó sobre el tocador y separando sus piernas la penetró con golpes tan secos y fuertes que hacían crujir el pesado mueble renacentista. Arabela fijó la mirada en sus ojos y con la boca entreabierta le dijo que haría lo que quisiese, le suplicó que se quedase con él entre gritos y gemidos, rodeando posesivamente las caderas de su amante con sus piernas a la vez que se corría.

El placer era intenso, era dulce y amargo a la vez. Hércules siguió apuñalándola con saña haciéndola subir y bajar en una especie de montaña rusa en la que las emociones y el placer se mezclaban haciéndola sudar y llorar gritar y gemir, pedir paz y pedir guerra…

Tras lo que le pareció una eternidad Hércules se corrió, una riada ardiente colmó su interior provocando un brutal orgasmo mientras sus brazos estrechaban su cuerpo sudoroso y lo acercaban a él.

Con delicadeza la levantó en el aire y la depositó en la cama tumbándose a su lado. Se sentía tan agotada que en pocos minutos estaba totalmente dormida.

Cuando despertó se giró y solo encontró sábanas frías. Hércules y la caja habían desaparecido. Por un instante se sintió tan vacía que creyó que no sería capaz de vivir sin él. Mordió la almohada y lloró y gritó durante lo que le parecieron horas pero finalmente se sobrepuso. Tenía negocios que atender. Había estado demasiado tiempo fuera y tenía mucho trabajo pendiente.

***

Aquella había sido una prueba dura. No le gustaba lo que le había hecho a aquella mujer. No paraba de decirse a sí mismo que había hecho lo necesario. Aunque no la amaba, no le gustaba hace daño a nadie gratuitamente. En el fondo no era ninguna terrorista, solo era una mujer que llevada por el afán de descubrimiento se había topado con algo que la superaba.

Esperaba que Afrodita tuviese razón y aquel objeto fuese realmente muy peligroso. Afrodita. Su recuerdo se volvió de nuevo real e intenso. La belleza de aquella mujer y el erotismo que irradiaba lo subyugaban. Intentaba no hacerse demasiadas ilusiones. No sabía muy bien porque, pero sospechaba que aquella mujer era inalcanzable. De todas maneras se veía atraído por ella como un imán. Volvía a La Alameda satisfecho por haber conseguido la caja, pero sobre todo por poder volver a ver y acariciar su cuerpo.

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 31. La verdad duele” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 31:La verdad duele.

De camino a La Alameda, sentado en el asiento trasero del viejo taxi, Hércules estuvo tentado varias veces de abrir la caja. Por primera vez entendía a Pandora. La curiosidad por saber si lo que había dentro era el fin de la humanidad o un cuento de viejas hacía que sacase una y otra vez aquel objeto aparentemente anodino del bolsillo de la gabardina.

La sacó una vez más y esta vez el taxista desde el otro lado del espejo retrovisor se dio cuenta.

—¿Un regalo para su novia? —preguntó el hombre fijando sus ojos saltones en la caja.

—Mmm, sí. Algo parecido. —respondió Hércules imaginando la cara que pondría Afrodita en el momento que le entregase aquel objeto.

—No se preocupe. Si conozco un poco a las mujeres has elegido bien. Esos trastos pequeños y de colorines les encantan. Siempre que la cagaba, le regalaba una chorrada de esas a mi exmujer y lograba ablandarla. Me aguantó veintidós años antes de darme la patada. —dijo el taxista con una sonrisa cariada.

—Gracias. Oir eso de una persona experimentada como usted es un alivio. —respondió él sin poder evitar soltar el sarcasmo.

El taxi giró a la derecha y las luces perforaron la oscuridad. Los arboles que rodeaban el sendero formaban un estrecho tunel de sombras cambiantes y fantasmagoricas con las brillantes luces de la antigua mansión al final.

Pero no eran las luces las que le atraían. Detrás de aquellos muros estaba Afrodita. No sabía muy bien como le recibiría. ¿Estaría tan ansiosa como él por el reencuentro? ¿O ya le habría buscado a algún sustituto?

La grava crujió bajo las ruedas cuando el taxista finalmente paró el coche frente a la puerta. Hécules salió del taxi apresuradamente y le dio unos cuantos billetes al taxista sin esperar a recibir el cambio antes de entrar precipitadamente en el edificio.

Afrodita entró en su habitación. Estaba aburrida de estar allí abajo. Quería volver al Olimpo. Si por lo menos estuviese Hércules para divertirse un poco… Se paró ante el espejo, el mismo espejo frente al que habían hecho el amor hacía quince días. Desde el día de la ópera no había vuelto a verle. Cogió un poco de perfume y se lo aplicó al cuello, acariciándoselo con suavidad. En ese momento un movimiento furtivo en el espejo la hizo darse la vuelta con curiosidad.

—Hola preciosa. —dijo Hércules jugueteando con una pequeña cajita— Estoy de vuelta.

—Te has tomado tu tiempo. ¿Lo has pasado bien? —preguntó observando su cuerpo desnudo tendido relajadamente en su cama.

—He hecho lo necesario para conseguir la caja. —respondió él.

—Y seguro que te sacrificaste por el bien de la misión. —le reprochó afrodita sin poder evitarlo.

—Vaya, no me imaginaba que la mujer perfecta fuese capaz de tener celos.

—No son celos, era ansiedad y falta de noticias. No sabía si lo habías conseguido o habías fracasado. —mintió Afrodita acercándose a la cama y alargando el brazo para coger la caja.

Hércules sonrió y la apartó lo justo para obligar a su amante a pasar el cuerpo por encima del suyo, momento que aprovechó para agarrarla por la cintura.

—Te he echado de menos. —dijo Hércules.

—Sí, sobre todo cuando estabas entre los muslos de aquella pelirroja tetuda y forrada.

—Pude quedarme, pero no lo hice. —dijo Hércules abriendo la bata de Afrodita y deslizando sus manos por su piel tibia y suave.

Las manos de Hércules le hicieron olvidarse de la caja y suspiró quedamente antes de que él la besase. Sus labios se juntaron durante un instante. Afrodita se hizo un poco la dura y sin abrir su boca intentó separarlos haciendo un mohín. Hércules se incorporó siguiendo aquellos labios hasta que estuvo sentado con la bella joven encima, prácticamente piel contra piel.

Cogiéndola por el cuello la besó una y otra vez hasta que Afrodita se rindió y quitándose la bata se abrazó a él, dando rienda suelta a su deseo. Las manos de su hermanastro se desplazaron por su cuerpo tocando y sopesándolo todo, haciendo que el deseo prendiese en ella como un fuego abrasador.

Cuando se dio cuenta, estaba meciéndose en su regazo, con su polla hundida profundamente en su sexo. Excitada se agarró a su nuca y comenzó a realizar movimientos más amplios y profundos, empalándose con fuerza mientras Hércules no dejaba de besar sus labios y sus pechos.

El miembro del joven, duro y caliente se abría paso en su coño haciéndola sentir un placer intenso que hacía que su cuerpo se estremeciese y temblase cubierto de sudor. Sus manos se entrelazaron a la vez que Hércules le daba la vuelta y se situaba sobre ella.

Afrodita abrió sus piernas dejando que le aprisionase las manos contra el colchón mientras seguía follándola. Bajó su mirada excitada y deseosa de ver como aquel magnifico miembro entraba y salía de su congestionada vagina, una y otra vez, colmándola y chocando los pubis sonoramente.

Sentía con todo su cuerpo la fuerza desatada de aquel hombre al empujar sobre ella, cada vez más fuerte, hasta que un intenso orgasmo recorrió su cuerpo una y otra vez haciéndola estremecerse durante lo que creyó que era una eternidad. Indefensa, solo pudo dejar que aquel joven la embistiera con fuerza hasta que pudo recuperarse y lo apartó con un gesto.

Esta vez fue él el que se tumbó boca arriba mientras ella se inclinaba sobre su pene y besaba su glande con suavidad, provocándole apagados gemidos. Con una sonrisa abrió la boca, se metió la polla en ella y empezó a chupar, primero con suavidad, luego más intensamente.

Afrodita acarició el vientre de Hércules sintiendo como sus músculos se contraían con cada chupada, cada vez con más intensidad, hasta que doblándose eyaculó con un ronco gemido. Afrodita sintió como su boca se inundaba con el calor de la semilla de su hermanastro. Cuando su amante se hubo vaciado totalmente, se apartó y tragó el semen antes de besarle de nuevo.

Exhaustos se tumbaron en la cama uno al lado del otro. Hércules cogió la caja que aun estaba sobre la cama y la examinó con detenimiento.

—¿Cómo sabes que es la caja de Pandora? —preguntó él de repente dándole vueltas—Cuando se la quité a Arabela estaba totalmente convencido. Pero mientras más la examino más vulgar me parece. Además si fuese de verdad la caja, como sabes que tiene el último mal, el que acabará con la humanidad.

—¿Quieres apostar contra ello? —preguntó Afrodita sin ningunas ganas de contarle a aquel hombre la realidad.

—En serio. ¿Quién ha verificado que esta es la verdadera caja?

—Eso no te importa. Tu solo tienes que cumplir la órdenes que te damos y punto. ¿No querías ayudar? Pues eso es lo que haces. —dijo Afrodita intentando coger la caja.

—Sí, estoy dispuesto a llevar a cabo las misiones que me encomendéis, pero otra cosa es que no me plantee los motivos. No me gusta que me mantengáis a ciegas. —replicó él apartando la caja de su alcance.

—Yo sé lo mismo que tú…

—Eso sí que no me lo creo. Quizás deba abrir la caja para saber por mi mismo el secreto que oculta.

—¡No! —exclamó ella— Por favor, no la abras.

Hércules la manipuló con cuidado, fingiendo no hacer caso de sus súplicas, pero no muy seguro de saber qué hacer con la caja. El objeto tenía una serie de muescas que ocultaban media docena de pasadores. Hércules soltó uno haciendo que la caja emitiese un sordo crujido.

Las súplicas de Afrodita se hicieron más intensas y lastimeras a medida que los pasadores saltaban hasta que la diosa no pudo aguantar más y accedió a contarle lo que quisiese.

—Quiero que me cuentes porque estás tan segura de que esta es la caja verdadera. —dijo Hércules.

—Porque conozco al que la hizo y la vi cuando se la entregó a Pandora.

—¿Me quieres decir que conoces a Zeus y que le viste entregar la caja?

—Exacto.

—¡Ja! y ahora me dirás que lo viste porque eres Afrodita, la mismísima hija de Zeus la de la belleza incomparable.

—¿Acaso no te lo parezco? —preguntó ella súbitamente picada en su orgullo.

—Vale, lo entiendo. Y si eres una diosa, ¿Por qué no te ocupaste de todo esto? Solo tenías que haber ido al islote y llevarte la caja.

—No es tan sencillo. En el pasado todos los dioses firmamos un pacto y tú padre se vio obligado a concebirte y utilizarte para recuperar su caja sin tener que intervenir él o alguno de los dioses bajo sus órdenes provocando una guerra en el Olimpo.

—Un momento. —dijo Hércules súbitamente interesado— Has dicho mi padre. ¿Sabes quién es mi padre?

—Yo… —intentó ganar tiempo consciente de que había metido la pata.

—Déjate de rodeos si no quieres que me enfade. —dijo cogiendo a Afrodita por la garganta.

La diosa intentó revolverse, pero Hércules, a pesar de ser solo un semidiós, era más fuerte que ella y no podía liberarse. Una nueva pregunta y una nueva sacudida bastaron para que Afrodita le contara entre lágrimas la historia completa de como Zeus había urdido un plan para seducir a su madre.

Cuando terminó de contar se sintió liberada, pero en cuanto miró a Hércules vio como el peso lo llevaba ahora él. Ahora que las piezas encajaban al verdad le estaba abrumando.

Hércules vio como su vida empezaba a cobrar sentido. Las razones de porque sus madres le habían ocultado la realidad sobre su nacimiento, por qué tenía aquella fuerza. Era abrumador y a la vez liberador hasta que cayó en ello. Afrodita también era hija de Zeus. Estaba enamorado de su hermana. Y aun peor, había tenido relaciones sexuales con ella.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente.

PRÓXIMO CAPÍTULO: HETERO GENERAL

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Relato erótico: ” Hercules. Capítulo 32. El Borde del Precipicio.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 32. El borde del precipicio.

Salió de la mansión mareado y con una sensación de vértigo increíble. Su cabeza le daba vueltas. De todos esos dioses egoístas y mentirosos se lo podía esperar, pero que su propia hermana lo sedujese y le ocultase toda la verdad sobre su origen, hacía que le diesen ganas de destruirlo todo. Apretó los puños y sin querer mirar a los lados, ni escuchar las llamadas de Afrodita intentando explicarse, cogió el primer coche que encontró y salió derrapando por el camino de grava.

Condujo sin rumbo fijo, cogiendo los desvíos al azar y conduciendo a una velocidad endiablada con sus pensamientos muy lejos de allí. No podía creer que todo lo que tocase terminase de una u otra manera en catástrofe. El traqueteó del coche al meterse por un camino sin asfaltar le sacó de sus pensamientos justo a tiempo. Apretando la mandíbula pisó a fondo el freno evitando que el coche acabase cayendo por el acantilado.

Salió del coche suspirando de alivio. Se acercó al borde, vio la caída a pico de más de setenta metros y observó como las olas batían contra los agudos escollos del fondo.

El vendaval procedente del mar agitaba su pelo y lo enredaba impidiéndole observar la salvaje belleza del paisaje. Se ató la melena con un cordón y caminó por el borde con la mirada perdida. Una estrecha vereda recorría la costa subiendo hacia el lugar donde los acantilados eran más altos.

Ascendió por el camino, observando como el mar golpeaba furiosamente las rocas y farallones del fondo cada vez un poco más lejos. Cuando llegó a la parte más alta del promontorio el agua estaba más de trescientos más abajo. Atraído por la altura y el ruido de las olas se acercó al borde hasta que la punta de sus zapatos asomó por el abismo. El viento azotaba su cuerpo impidiendo que cayese hacia adelante.

Abriendo los brazos se inclinó un poco más hacia adelante, dejando que fuese el fuerte viento el que le equilibrase proporcionándole una salvaje sensación de libertad…

—¡Por favor, no lo haga! Soy la agente Gómez, Pamela Gómez. ¡Se que tiene problemas, pero lo que está a punto de hacer es lo único que no tiene solución!

Hércules se dio la vuelta sorprendido. Una mujer bajita, vestida de guardia civil le hablaba como a un suicida, mientras que con movimientos suaves intentaba disuadirle de algo que no pensaba hacer.

Al ver el rostro sombrío y amenazante de Hércules, la mujer echó inconscientemente la mano a su pistolera.

—No pretendía suicidarme, de hecho sería lo último que haría. —respondió él relajando su gesto sin conseguir que la guardia civil apartase su mano de la culata de la pistola.

—¿Ah sí? ¿Entonces qué hacías ahí ?

—Meditar, observar como las olas rompían en la costa, dejarme llevar por el viento…

—¡Ah! Ahora ya lo entiendo. No eres un suicida. Simplemente eres un majara. —dijo ella— Anda apártate del borde y ven hacia aquí. Lo último que me apetecería en este mundo sería tener que extraer los trocitos que quedasen de tu cuerpo de esa olla hirviente, antes de que se los comiesen los cangrejos.

Hércules levantó cómicamente las manos y se alejó del borde. La joven no carecía de atractivo, tenía el pelo negro y cortado muy corto y unos ojos de un azul intenso. Sus labios eran gruesos y tentadores a pesar de estar apenas maquillados. Siguió acercándose, observando la nariz pequeña y respingona y las largas y rizadas pestañas que rodeaban sus ojos.

—¡Quieto, ahí está bien! ¿Tienes una identificación? —preguntó la guardia alargando la mano.

Hércules le alargó su DNI y observó como la mujer lo escudriñaba con curiosidad.

—¿Te llamas Hércules? ¿En serio? ¿Quién diablos le pondría a un niño un nombre así?

—¿Una mujer a la que Zeus viola disfrazado de caballo y da a luz un hijo con fuerza sobrehumana que se folla a su hermana Afrodita sería suficiente?

—Decididamente estás como una cabra. —dijo ella al fin relajada tomando como una broma el sarcasmo de Hércules.

No sabía muy bien por qué, pero soltar todo aquello a una desconocida, aunque no se creyera una palabra, había aliviado su frustración o fue esa sonrisa amplia y desinhibida adornada por unos dientes pequeños y perfectos.

—¿Hay alguna manera de compartir un café contigo sin que acabe esposado? —dijo él juntando las muñecas frente a ella en un arrebato.

La mujer sonrió de nuevo y sus mejillas se sonrojaron ligeramente. Inmediatamente supo que habían conectado.

—La verdad es que ahora estoy de servicio, pero termino dentro de dos horas. Si quieres aburrirte un rato puedes esperarme en el bar del pueblo. Al llegar a la carretera asfaltada a la derecha. —dijo ella no muy convencida de que un tío tan bueno estuviese dispuesto a esperar por ella tanto tiempo.

—Allí estaré. Así te demostraré que puedo aburrirme y no recurrir a los barbitúricos, el cianuro o las cuchillas de afeitar.

Increíblemente, aquel tipo esperó por ella. Ni siquiera se había molestado en cambiarse porque estaba convencida de que no estaría allí cuando llegase. Ahora, frente a él era consciente de las manchas de sudor de su uniforme tras un largo día de patrulla y tuvo que tragarse unos juramentos al ver a Hércules, tomando un chupito de licor café casero y charlando animadamente con el camarero, la otra única persona viviente del local.

—Hola, agente Gómez. —saludo Hércules levantando el chupito en señal de saludo— Como puede ver aun estoy vivo.

—Hola señor Ramos, no sé si por mucho tiempo si sigues bebiendo ese mejunje. Debí empapelar a este idiota por fabricarlo en el patio trasero de su casa y no vender la receta como desatascador de inodoros.

Los tres rieron aunque la risa del camarero tenía un ligero tono ofendido. La guardia se acercó a la barra y pidió un chupito que se ventiló de un trago para darse valor.

—Estábamos charlando de tus hazañas mientras esperaba por ti. Ha sido muy revelador. —dijo Hércules sonriendo.

—Sí este lugar es un hervidero de delincuencia. —dijo la joven con ironía— Mi mayor hazaña ha sido detener a un jodido idiota que intentó arrancar el cajero automático del banco con el tractor porque quería recuperar su tarjeta.

—Me acuerdo. —dijo el camarero entre risas— Casimiro siempre ha sido un tipo muy impaciente. Intentó sacar dinero para ir de putas a las cuatro de la mañana y no podía esperar a que abrieran el banco así que intentó recuperar la tarjeta.

—¿Sabes Marcos, que esta mujer dijo que el nombre no me pegaba? —dijo Hércules cambiando de tema— Lo que no me explico es como se atrevió a entrar en el Cuerpo llamándose Pamela.

—Sí, es algo que nunca le perdonaré a mi abuela. Era una fan de Dallas y se empeñó en ponerme este nombre. De todas maneras mi nombre nunca me ha supuesto un problema. Cada vez que alguien se mete con él recibe un rodillazo en las pelotas. —respondió mirando a Hércules con seriedad.

Hércules la miró un instante con seriedad antes de prorrumpir en una sonora carcajada. Aquella mujer pequeña y decidida le encantaba. Cuando miraba aquellos ojos azules ella le devolvía una mirada franca, sin hostilidad, pero tampoco tímida o huidiza. Los vecinos empezaban a llegar para jugar la partida de después de la cena y por fin dejaron de ser el centro de atención. Pidieron unas cervezas y un par de raciones de callos y las comieron tranquilamente mientras charlaban subidos a unos taburetes.

Cuando se dio cuenta Pam estaba contándole su vida a aquel desconocido mientras el escuchaba y preguntaba con interés. Era evidente que no quería hablar mucho de él, pero se sentía tan atraída por aquel hombre y era tan fácil hablar con él que no le importó.

Las dos raciones desaparecieron y pidieron otra de calamares para completar la cena. Pam estaba desesperada. Era evidente que Hércules solo estaba de paso y solo tenía una oportunidad. Jamás se había comportado así, pero si quería llegar a algo con él tendría que ser esa misma noche.

Cuando terminaron de cenar le dijo en tono casual que tenía en casa un licor mucho mejor que aquel matarratas. Hércules asintió, mostrando sus dientes en una amplia sonrisa y acercándose a su oído le dijo a Pam que no le cabía una gota de alcohol más, pero que estaba dispuesto a acompañarla a su casa de todas maneras. Sus labios le rozaron la oreja provocándole un escalofrío y aumentando su determinación. Aquel hombre tenía que ser suyo, ya.

Salieron a la calle donde estaba aparcado el vetusto Megane de cuatrocientos mil quilómetros que tenía a su servicio. En cuanto se acomodaron y las luces interiores se hubieron apagado Hércules le cogió la cabeza y le dio un beso largo y húmedo que puso a Pam al borde de la locura. Desde que había llegado a aquel pueblo no había conocido nadie por el que se hubiese sentido ni remotamente interesada, con lo que la larga temporada de sequía le ayudó a dejar de lado cualquier atisbo de prudencia.

Arrancó el coche y le costó no poner la sirena y llegar a su casa a toda leche. Había alquilado una casita al lado del cuartel, así que dejó el coche para que pudieran usarlo sus compañeros y se fueron andando hasta su casa.

Hércules no se fijó en los muebles gastados ni en la pintura desconchada toda su atención estaba centrada en la mujer. Con aparente tranquilidad la dejo quitarse la cartuchera y dejar el arma en un cajón, pero cuando fue a quitarse las esposas con un movimiento sorpresivo se las quitó de las manos, esposó a Pam y la colgó de un perchero por las muñecas.

La joven gritó y le insultó más por haber sido engañada que porque pensase que aquel hombre fuese hacerle daño. Se sentía a la vez indefensa y excitada. Hércules se acercó y le lamió el cuello y la mandíbula mientras le abría la guerrera. Pam forcejeó inútilmente. El perchero estaba sorprendentemente bien fijado a la pared y no pudo evitar que el hombre recorriera su cuerpo estrujando y pellizcando con suavidad donde le placía.

Sin hacer caso de las quejas de la agente, fue abriendo uno a uno los botones de su camisa, besando cada porción de piel morena que quedaba a la vista hasta que estuvo totalmente abierta.

—¡Vaya! ¿Seguro que este sujetador es el reglamentario? —dijo Hércules al ver el sostén rojo profusamente bordado?

—¡Vete a la mierdaaaah! —respondió ella justo antes de que Hércules chupase sus pezones a través de la seda transparente.

Pam, impotente no pudo evitar que el hombre soltase el cierre del sujetador dejando sus pechos a la vista. Hércules los inspeccionó con detenimiento provocando a Pam que forcejeaba inútilmente. Los sopesó eran tersos y morenos, no demasiado grandes, pero con unos pezones prominentes que invitaban a chupar y mordisquear. Hércules le dio un par de golpes suaves observando cómo temblaban y se bamboleaban hasta quedarse totalmente quietos.

Pam estaba a punto de insultarle de nuevo, desesperada porque dejase de jugar con ella. Aquel idiota engreído se creía que podía hacer lo que quisiese con ella… Cuando él se acercó y la besó de nuevo se dio cuenta de que podía. Sin dejar de saborearla le quitó la visera y acarició su pelo negro y brillante.

Hércules acarició su pelo antes de bajar sus manos por su cuello y meterlas bajo su camisa para envolver a la mujer en un apretado abrazo. Asaltando su boca sin descanso, pegó su cuerpo a sus caderas deseoso de que notase su erección. Pam gimió y se restregó contra él igualmente ansiosa.

Hércules deshizo el beso y sus labios comenzaron a bajar por su cuello y su mandíbula. Su lengua se deslizó traviesa por detrás de sus orejas, por sus hombros y llegó hasta sus axilas aun húmedas y calientes por un día de trabajo. Pam intentó revolverse, pero él la aprisionó contra la pared disfrutando a placer del sabor salado y el aroma excitante de su cuerpo.

Sus labios se desplazaron por sus costillas, disfrutando de la incomodidad de la agente que no paraba de moverse. Pam vio como el hombre manipulaba los corchetes de sus pantalones y se los bajaba de un tirón dejando a la vista el resto del conjunto.

Hércules se retiró un par de pasos para admirar el cuerpo de la mujer hasta que esta se sintió incomoda. Con delicadeza le quitó las botas reglamentarias y los pantalones. Pam sin apenas ser consciente levantó sus piernas facilitándole la maniobra. El desconocido las acarició disfrutando de su suavidad besándolas a medida que subía por ellas hasta llegar a las proximidades de su sexo.

No podía mas, su sexo hervía deseoso de que aquel hombre lo acariciase y lo colmase de placer y no podía hacer otra cosa que agitar sus caderas intentando atraerlo.

Él apartó el delicado tanga que cubría el pubis de la joven y acaricio la pequeña mata de pelo que lo cubría provocando un largo suspiro. Consciente de que la joven no podía esperar más, lo besó y avanzó recorriendo los labios de su vulva abierta y húmeda solo para él. Pam separó las piernas de la pared y las abría dejando su sexo expuesto ante él y Hércules no se hizo esperar su lengua invadió su sexo haciendo temblar todo su cuerpo.

No se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba. Notaba como su sexo se hinchaba irradiando placer por todo su cuerpo. De un nuevo tirón consiguió arrancar el perchero de la pared y librándose de él agarró la melena de aquel hombre apretándolo contra ella.

Libre por fin le dio un empujón y salió corriendo de allí en dirección a la habitación. Cuando Hércules llegó ella ya se había desembarazado de las esposas y del resto de su ropa. Le esperaba tumbada con las manos entre sus piernas, acariciándose, con el cuerpo tenso como la cuerda de un piano.

Hércules se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo. Pamela no se movió, pero soltó un ligero gemido. Tras desnudarse se colocó sobre ella. Esta vez no había impedimentos y la agente exploró aquel cuerpo que parecía cincelado en piedra. Acarició sus pectorales y los arañó sin piedad, bajando por su vientre hasta tropezar con su polla.

El suave roce y aquella mirada fija y hambrienta, fueron suficientes para que el deseo de Hércules se multiplicase. Las manos pequeñas y cálidas acariciaron su miembro y lo guiaron erecto a su interior.

La joven se estremeció de nuevo al sentir el miembro de aquel hombre en sus entrañas, Rodeó su cintura con sus piernas y fijó su mirada en él abandonándose totalmente al placer.

Hércules se dejó llevar penetrándola con todas sus fuerzas mientras ella gemía y gritaba agarrándose a él con todas sus fuerzas. Cogiendo sus piernas las levantó mordisqueando sus tobillos y sus talones sin dejar de atacar aquel delicioso coño con saña.

Hércules sintió que Pam estaba a punto de correrse y se retiró apresuradamente. Pam refunfuño y abrió sus piernas mostrando su sexo hirviente, pero él se lo tomó con calma y tirando de su tobillo la acercó a él y la sentó sobre la cama. Agachándose acaricio su cara con ternura y besó sus labios con delicadeza. Al principio ella respondió devolviendo besos y caricias unos instantes hasta que termino por estallar:

—¿Quieres dejar de putearme y clavármela de una vez? —preguntó de mal humor.

Hércules la abrazó y se puso en pie con ella colgada de su cuello. Siguiendo sus ordenes la levantó un instante justo antes de penetrarla de nuevo.

En aquel momento Pam pudo sentir como aquel hombre elevaba y dejaba caer su cuerpo como si se tratase de una pluma empalándola con su miembro y haciendo que se deshiciese de placer. Gimiendo cada vez más fuerte, se agarró a su cuello y le miró a los ojos, para que Hércules pudiese ver el placer grabado en ellos.

La joven saltaba en su regazo, pero sus ojos estaban fijos en él sin apartarlos, ni siquiera cuando su cuerpo se vio asaltado por un intenso orgasmo. Hércules la llevó de nuevo a la cama y siguió penetrándola unos instantes más antes de apartarse y correrse sobre su vientre.

Pam creyó que allí iba a acabar todo, pero aquella fiera de melena dorada, en vez de tumbarse a su lado jadeante la cogió en brazos y se la llevó al baño. La puso bajo la ducha. El agua tibia corrió por su cuerpo llevándose los restos de sudor y esperma, pero lo mejor es que aun sentía aquel gigantón tras ella acariciándola y besándola.

Cuando se dio cuenta estaba de nuevo empalmado. Ella lo notó y dándose la vuelta se agachó y se metió la polla en la boca chupándola con fuerza…

***

Hércules calló finalmente. El tercer vaso de Gyntonic estaba vacío y se sentía un pelín mareado.

Durante un momento se estableció un silencio entre ellos. Pam le miraba fijamente a los ojos, con el semblante serio. Hércules se removió incómodo, pero no apartó la mirada, intentando descubrir que era lo que pasaba por la mente de su novia. Intentando adivinar si lo seguiría siendo ahora que lo sabía todo de él.

—¡Vaya! Es una historia interesante. No te enfades, pero necesito comprobar una cosa. —dijo ella alargando a Hércules un horrible y pesado busto de bronce de Beethoven.

No necesitaba preguntarle a Pam que era lo que quería que hiciese. Lo cogió con las dos manos y sin aparente esfuerzo le arrancó la cabeza a la estatuilla.

—Perdona, pero tenía que asegurarme de que no estaba majara, porque me he creído toda tu historia y no es algo fácil de digerir. Siento todo lo que te pasó y sobre todo lo siento por Akanke. Esa pobre mujer nunca tuvo suerte.

—Lo entiendo. —respondió Hércules deseando abrazarla sin atreverse a hacerlo— Y entederé que ahora que lo sabes todo no soportes continuar con alguien como yo.

Fue ella la que tomó la iniciativa y se sentó sobre él. Sin decir nada acaricio su mentón y sus mejillas y tras mirarle a los ojos le besó suavemente.

—La verdad es que desde que te vi por primera vez sabía que había algo distinto en ti, pero nunca pensé que fueses una especie de superhéroe vengador. —empezó ella recorriendo los hombros y el cuello de su novio con sus dedos delgados y suaves— No me gusta lo que hiciste, hay otras formas de solucionar las cosas. Son las autoridades las que deben aplicar justicia, pero supongo que el hecho de que todos las personas de las que te vengaste mereciesen como poco lo que les hiciste, que salvaste a la humanidad y todo esto, junto con el intenso y ciego amor que siento por ti, equilibran la balanza.

El suspiro de Hércules fue casi audible. Aliviado de haber confesado todo por fin acercó sus labios a los de Pam con intención de besarla.

—Un momento, —dijo ella poniéndole un dedo sobre los labios—antes de nada quiero que me prometas que nunca más vas hacer nada parecido. Ni siquiera por mí. ¿Lo has entendido? Estoy seguro de que Akanke tampoco hubiese querido que hicieses todo aquello por ella.

—De acuerdo. —respondió él— Te lo prometo.

—¡Ah! Y otra cosa. Quiero que sepas que a partir de ahora lo de “estoy cansado” no te va a servir de excusa. —dijo Pam frotándose de nuevo contra él— Y espero que empieces a poner en práctica tus dotes sobrenaturales follándome toda la noche hasta que mi coño eche humo.

Hércules agarró a su amante por toda respuesta y cogiéndola como si se tratase de una pluma se la llevó al dormitorio con la intención de demostrarle de lo que era capaz un hijo de Zeus en cuestión de sexo.

***

—¿No crees que es un poco bajita para él? —preguntó Afrodita observando a Pam con detenimiento.

—No seas gilipollas. Lo último que me esperaba de ti es que te pusieses celosa de una mortal. Hacen una bonita pareja y no quiero que hagas nada que la estropeé. —dijo Zeus haciendo que sus dedos chisporrotearan dejando claro a su hija que aquello no era meramente una recomendación.

Aquel pueblo pacífico y aquella joven pequeña, pero dura y avispada parecía ser todo lo que su hijo necesitaba. Desde el primer día se convirtieron en uno y no se volvieron a separar. Ella seguía en el cuerpo mientras que él, con la paga que había recibido de La Organización por sus servicios, había montado un pequeño taller en el que reparaba desde maquinaria agrícola hasta aparatos informáticos.

Zeus miró a la pareja de nuevo. Observó como su hijo estaba cada vez más enamorado de aquella joven. Estaba convencido de que tras estos meses al fin se había confiado a ella y podrían construir una relación que duraría toda la vida.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente.

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Relato erótico: “Teniente Smallbird 2ª parte” (POR ALEX BLAME)

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Smallbird se levantó al día siguiente acompañado por una respetable resaca. Entró en el baño tosiendo y descargó un escupitajo negro como su alma en la taza mientras meaba. Suspirando tragó un par de aspirinas y encendió su primer cigarrillo del día. Desayunó un café frío y se puso una camiseta limpia antes de ponerse la cazadora y el casco y salir de casa.

Entró en la comisaría precipitadamente y mientras le pedía a Gracia que preparase la sala de conferencias para una proyección se dirigió al despacho del comisario.

—Espero que tengas noticias, la alcaldesa está hecha un basilisco y me ha amenazado con arrancarme las pelotas si no resolvemos el caso para el fin de semana.

—Aun no tengo nada concreto pero creo que he dado con un posible móvil del asesinato. Ahora mismo vamos a analizar unos videos que la víctima hizo en casa de su vecina.

—¿La camarera?

—Sí, por lo que he podido averiguar la chantajeaba, al menos al principio, para poder acostarse con ella.

—Estupendo, sexo, violencia y cintas de video. —dijo Negrete resoplando— Por Cristo bendito, mantén todas las copias de esos archivos controladas. Si esos videos salen en alguna televisión o en algún canal de internet estaremos mañana todos en la calle.

—Descuida jefe, desde hoy esos archivos estarán únicamente bajo mi poder y solo se los dejaré a personal de confianza.

—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó el comisario.

—Vamos a analizar el material y luego vamos a traer a tío y sobrina para aclarar alguna cosilla sin importancia, será entonces cuando les presionaremos con todo lo que tenemos a ver qué averiguamos.

—¿Crees que son los asesinos? —preguntó Negrete con desconfianza.

—La chica no creo que tenga nada que ver, pero el arquitecto, pese a su capa externa ligeramente afectada, es posesivo y manipulador, podría ser nuestro hombre. Cuando la chica llegó a la ciudad le faltaba poco para la mayoría de edad, aunque ningún juez lo condenará podemos apretarle las tuercas insinuando que si le acusamos esas pruebas podrían hacerse públicas.

—De acuerdo, adelante entonces, pero no te pases, estás jugando con fuego y toda la prensa está encima nuestro. Huelen la sangre.

Smallbird salió del despacho satisfecho y se dirigió a la sala de conferencias dónde Viñales ya lo tenía todo preparado.

Smallbird le dio las gracias y les explicó a todos los reunidos lo que había encontrado. Sin más dilación conectó el disco duro, seleccionó el primer archivo y lo reprodujo ante la mirada a veces interesada a veces asqueada de los investigadores.

—¡Joder! ¡Ya era hora! —exclamó Arjona— Después del trabajito de ayer necesitaba algo así. La noche pasada la pasé soñando con que era el compañero de celda de un Nacho Vidal hipersalido.

—¿Es realmente necesario ver todo esto? —intervino la agente Viñales.

—Buena pregunta. Necesitamos todos los detalles porque luego vamos a interrogar a tío y sobrina y mientras más sepamos de todo esto, más posibilidad habrá de sorprenderlos y hacer que hablen. —respondió Smallbird—¡ Ah! Y aprovecha, Arjona, porque en cuanto terminemos volverás a examinar esos archivos. Puede que encontremos más información oculta en esas carpetas.

Arjona hizo una mueca de asco y se concentró en el visionado del siguiente archivo. Smallbird ya los había visto todos la noche anterior pero imitó a todos los presentes concentrándose en la pantalla.

Vanesa pasaba de nuevo por delante de la cámara y se dirigía a la puerta tras haber sonado el timbre.

—Hola, ¿Necesitas algo?— Se oyó decir fuera de cámara a la joven con la voz nerviosa.

—Sabes por qué he venido. ¿Te ha gustado la película?

—Yo no sé a qué te refieres. —intentó disimular la joven.

—Sé perfectamente que has abierto tu correo y has examinado el archivo así que no te molestes en mentirme. —dijo Alex Blame que por primera vez aparecía ante la cámara mientras iba acorralando a la joven contra una de las paredes del salón.

La joven intentó revolverse y empujar al señor Blame para conseguir zafarse de él, evidentemente sin conseguirlo.

—¡Déjame en paz o empezaré a gritar! —dijo la joven no muy convencida.

—No creo que lo hagas —replicó Blame acariciando la suave piel de la joven con unos dedos gordos como morcillas— que iba a decir papá si descubriese que la putita de su hija protagoniza una sórdida película acompañada de su hermano.

—Eres un cabrón. —dijo intentando reponerse.

—No, soy un cabrón con suerte. —dijo Blame alargando la mano y sobando el cuerpo de la joven por encima del ligero vestido de algodón.

Vanesa reaccionó inmediatamente y le dio un fuerte bofetón. Alex Blame sonrió y se lo devolvió con desgana. La joven gritó y se echó una mano a la mejilla. El hombre la cogió por un brazo y de un empujón la tiró sobre el sofá con una sonrisa maligna.

—Ni se te ocurra volver a hacerlo putita. Ahora desnúdate para mí —dijo el tipo sentándose cómodamente en el sofá y echándose mano al paquete.

La joven lo pensó durante unos segundos y finalmente se puso de pie apesadumbrada.

—Vamos putita, no tengo todo el día. ¿O prefieres que cuelgue tus grandes éxitos en internet? Por cierto ¿Y esos sonidos tan raros que hace tu tío cuando folla? ¿A qué se deben? ¿Alguna de vuestras antepasadas se folló un aullador?

La joven no le hizo caso y se quitó el vestido sin ninguna ceremonia.

—Vamos, vamos. Sé que lo puedes hacer mejor. —dijo él poniendo música con un mp3 que llevaba consigo.

Vanesa suspiró, cerró los ojos y comenzó a moverse al ritmo de la música. Desde una nueva perspectiva, todos vieron como los pechos grandes y turgentes de la joven se balanceaban al ritmo de la música ante la mirada porcina y acuosa de Blame.

—Así está mejor —dijo él— ahora quítate las bragas, quiero ver ese chochito rubito en vivo y en directo.

La joven se quitó obedientemente las sencillas braguitas de algodón que portaba y se quedó totalmente desnuda ante la libidinosa mirada de aquel tipo.

En el silencio de la sala de conferencias se oyó como Arjona tragaba saliva audiblemente al ver el cuerpo pálido y el vello rubio adornando el sexo de la joven.

—Realmente deliciosa. —dijo Blame babeando ante la visión del cuerpo joven y turgente mecerse sugerente al ritmo de la música.

Alex gruño y revolvió con su manaza en el bolsillo del albornoz sacando una pequeña pastilla azul.

—Esto, cariño —dijo mostrándole a la joven la Viagra antes de tragarla—me permitirá hacerte volar durante horas.

La risa resonó por todo el piso mientras Blame se quitaba el albornoz que llevaba puesto y le mostraba a la joven un cuerpo gordo blanco y ligeramente sudoroso. Su polla erecta y congestionada se bamboleaba bajo su tripa dándole una aspecto estrambótico.

Con la mirada fija en los grises ojos de la joven, se acercó a ella y le dio un largo beso en la boca. La joven se quedó rígida con los brazos quietos a los costados y cerrando los puños impotente mientras el hombre repasaba su boca su cuello y sus clavículas con la lengua.

—Tranquila cariño. Mi fuerte con las mujeres no es la primera impresión pero pronto sabrás apreciar todo lo que te voy a dar. —dijo agarrándose la polla y restregándola contra los muslos tensos de la joven.

Blame cogió a la joven con suavidad por un hombro y la guio fuera del campo de la cámara. Un nuevo plano les enfocó mientras entraban en la habitación. Blame le empujó contra la pared y agarrando uno de sus pechos lo chupó con avaricia. Vanesa gimió y con un gesto de miedo y asco tensó todo su cuerpo incapaz de de decidir si gritar o dejarse hacer.

—¿Cómo conseguiste hacer la película? —preguntó ella tras un par de minutos de magreo y dolorosos chupetones.

—Muy sencillo. —respondió él sin parar de estrujar emocionado los redondos pechos de la joven— El día que me ofrecí para instalarte gratis internet aproveché y puse algunas cámaras en tu piso.

—Cerdo, y yo me fie de ti.

—No te flageles, no eres la única, en realidad vivo de eso. Tengo una página web donde ofrezco películas gratis, cuando cualquier idiota se baja una de ellas yo robo todos los datos que hay almacenados en su ordenador. Oro puro.

Alex no se extendió más y agarró a la joven lanzándola sin miramientos sobre la cama. Sin dejarla reaccionar se tiró sobre ella inmovilizándola con su peso. Con un suspiro de placer se cogió la polla con la mano y la enterró en el fondo del coño de la joven.

—Vamos putita, imagina que soy tu querido tío que viene a consolarte en tu soledad.

Vanesa soltó un breve grito al notar como la polla de aquel hombre entraba cuando su coño aun no estaba del todo preparado e intentó revolverse pero Alex sujetó sin miramientos sus muñecas contra el colchón.

Segundos después Blame comenzó a entrar y salir abriéndose pasó en el deliciosamente estrecho coño de la joven y no tardó en correrse resoplando y empujando como un elefante marino.

A pesar de todo, la joven vio como tras la eyaculación la polla de su agresor seguía dura y caliente como un hierro al rojo.

—Tienes un chocho precioso putita. —dijo Blame enterrando la cabeza entre las piernas de la joven y chuperreteándole su sexo.

Muy a su pesar Vanesa comenzó a excitarse y olvidándose de quién estaba entre sus piernas agarró su cabeza y tiró de ella gimiendo mientras agitaba su pubis y arqueaba su espalda.

Blame penetró en el cálido interior de la joven, en esta ocasión con sus dedos, mientras que con maestría golpeaba con fuerza el clítoris de la joven con la lengua haciéndole retorcerse de placer con cada impacto.

A continuación Blame cogió a la joven aun estremecida y sentándose en el borde de la cama la depositó sobre su regazo. Esta vez fue ella la que cogió la polla con sus manos y se la metió en su coño, ahora totalmente encharcado de deseo. Agarrándose a los hombros comenzó a subir y bajar empalándose con el miembro de Blame, cerrando los ojos y dejándose llevar por el placer.

—Muy bien, más rápido putita. —dijo Blame sudando y resoplando.

La joven siguió cabalgando hasta que agotada se dejó caer brillante de sudor, Blame la agarró entonces por la cintura y la alzó en el aire sin dejar de penetrarla a un ritmo salvaje. Jadeante por el esfuerzo la depositó sobre un aparador y siguió follándola hasta que la joven se corrió gritando e hincando las uñas en la espalda de su chantajista.

Sin dejarla reponerse la obligó a arrodillarse y le metió la polla en la boca. Vanesa chupó obediente la polla de Blame olvidándose de cualquier comedimiento, repasando el miembro de extremo a extremo con su lengua, chupando y mordisqueando.

—¡Sí putita! Eso es. —dijo Blame enterrando la polla en el fondo de la boca de la joven y eyaculando de nuevo.

Alex sacó la polla mientras la joven tosía y escupía semen y golpeó las mejillas de la joven con su miembro aun duro como una piedra.

Ante la mirada alucinada de los presentes aquel cabrón cogía a la joven y la ponía a cuatro patas en la cama y lubricando su coño con un poco de saliva volvía a penetrarla.

Los dos amantes se alternaron en sus orgasmos sin solución de continuidad hasta que finalmente tras más de hora y media de ejercicios gimnásticos se tumbaron en la cama agotados y jadeantes.

—¡Joder! —exclamó Arjona cuando terminó la proyección— ¡Qué gran pérdida para la humanidad! Este tipo era el Cecil B. De Mille de los videos caseros.

El resto de la mañana la pasaron viendo maratonianas sesiones de sexo y preguntándose cuanto debía comer aquel tipo para poder mantener aquella tripa realizando un ejercicio tan intenso.

Cuando volvieron de la comida, Smallbird llamó a Vanesa y a su tío citándolos por separado para “aclarar unos detalles en la comisaría”.

Mientras esperaban la llegada de ambos, Smallbird echó una mirada al informe preliminar de la autopsia sin que averiguase nada que no le hubiesen contado antes los periódicos.

Salvador fue el primero en llegar con diez minutos de adelanto, Camino lo condujo a la sala de interrogatorios dónde Smallbird le esperaba tranquilamente sentado y cerró la puerta a sus espaldas.

—Perdone que le recibamos aquí, pero están redecorando mi despacho y no tengo un sitio mejor para recibirle. —mintió Smallbird con total naturalidad— Siéntese, por favor.

Smallbird abrió una carpeta llena de papeles que no tenían nada que ver con el caso mientras esperaba a que el tío Salvador se pusiese todo lo cómodo que era posible en la silla metálica que el detective le había ofrecido.

—Vaya. Así que es aquí donde obtienen las confesiones de los asesinos. —dijo Salvador mirando a su alrededor e intentando no parecer nervioso.

—Ante todo gracias por venir, sabemos que es un hombre muy ocupado. —dijo el teniente entrelazando los dedos sobre la mesa.

—En efecto, así que le ruego que vayamos al grano, por favor.

—Por supuesto. ¿Podría decirme donde estuvo la anteanoche? Digamos desde las nueve hasta las seis y cuarto de la mañana.

—¿Está insinuando que soy sospechoso?

—Oh no, —respondió Smallbird poniendo una cara de inocencia digna de un óscar— es todo pura rutina. Pedimos la coartada de todas las personas relacionadas con la víctima para descartar a la gente y evitar que nos enredemos en falsas pistas. Ya sabe no debemos malgastar el dinero del contribuyente.

—Lo entiendo —dijo Salvador—¿Pero qué tengo que ver yo con ese tipo tan desagradable? Creo que cruzarme un par de veces con él en el ascensor no quiere decir que estemos relacionados de ningún modo.

—Sí, bueno, el caso es que follarse a la misma mujer suele ser una relación bastante comprometida.

Las pupilas del arquitecto se dilataron y se quedo rígido durante un momento. Un ligero temblor del labio inferior denotaba el tumulto de emociones que pasaban en ese momento por su cabeza. Smallbird sacó un cigarrillo del paquete y lo encendió exhalando el humo a los ojos de aquel mequetrefe.

—¿Qué está insinuando? —acertó a decir al fin el hombre en un susurro ahogado por la nicotina.

—No lo estoy insinuando. Sé que se ha estado follando a su sobrina, al menos desde que llegó a la ciudad y sé que la víctima, el señor Blame, le tomó el relevo entre las piernas de Vanesa.

—¡Esto es intolerable! ¡Voy a hablar ahora mismo con mi abogado y les voy a demandar por atentado contra el honor! ¿Cómo se atreven …?

—Tenemos pruebas documentales. —le cortó Smallbird mostrándole una memoria extraíble pero sin ninguna intención de mostrarle el contenido— Así que será mejor que nos diga donde estuvo anteanoche y sus abogados no se verán obligados a determinar cuántos delitos ha cometido al abusar de una menor y encima con estrechos lazos de sangre.

—¿Pruebas? —preguntó el hombre temblando.

—Sí, tenemos un video con el que la víctima chantajeó a su sobrina. ¿Sigue afirmando que no conoce a Alex Blame de nada? —dijo Smallbird dando una nueva calada al pitillo.

—De nada absolutamente, señor. —respondió el arquitecto repentinamente respetuoso.

O el tipo era un actor consumado o la sorpresa había sido total. Después de eso, Salvador se derrumbó y respondió a todas las preguntas sin oponer ninguna resistencia. Según su declaración estuvo trabajando hasta tarde aquella noche y tenía varios compañeros como testigos, con los que a continuación habían ido a tomar algo al centro. Como comprobaría más tarde hablando con ellos, Salvador tenía una coartada sólida hasta las cuatro y pico de la mañana con lo que era imposible que hubiese podido cometer el crimen en persona.

El teniente dejó a Camino con el viejo verde, convenciéndole de que si había dicho la verdad no emprenderíamos ninguna acción judicial contra él y salió de la sala de interrogatorios para recibir a Vanesa que estaba a punto de llegar.

Con la chica decidió ser más suave y la recibió en su despacho. En cuanto atravesó la puerta y vio la cara de circunstancias del detective, automáticamente supo que su secreto había quedado a la luz.

—Sabía que solo era cuestión de tiempo —dijo ella sentándose y poniendo el bolso en la silla que quedaba libre.

—Entiendes entonces que debo hacerte unas preguntas.

—Desde luego. —replicó Vanesa tragando saliva.

—¿Puedes decirme qué estuviste haciendo la noche y la madrugada del asesinato del señor Blame? —preguntó el teniente.

—Estuve trabajando en la cafetería hasta la una, después recogí el local con la ayuda de mi compañero y me derrumbé en la cama a eso de las dos de la mañana. Me levanté a las cinco y cuarto de la mañana para servir los desayunos y me fui a casa unos minutos después de que tú terminases tu tostada y te fueses, a eso de las once.

—Tienes un horario complicado —dijo Smallbird.

—Depende de lo que se entretenga la parroquia. Normalmente no llego tan tarde a casa pero la otra noche había partido y la gente siempre se lía.

—Entiendo. ¿Cómo conociste a la víctima?

—Llegó al edificio unos pocos meses después que yo. Me crucé con él un par de veces al principio y aunque solo le faltó meter su hocico debajo de mi falda se mostró educado y no me pareció especialmente peligroso.

—Con el tiempo fue cogiendo confianza y comencé a encontrármelo más a menudo en la puerta o en el ascensor. Un día le comenté lo mucho que me molestaba tener que ir a la cafetería para tener una conexión wifi decente y él me dijo que se dedicaba a eso y que podía instalarme un par de repetidores para que la señal de la cafetería llegase a casa.

—Ahí fue cuando te pinchó el piso… —dijo Smallbird para permitir a la joven coger aire.

—En efecto, aquellos dos días instaló seis cámaras y varios micrófonos en mi casa. Incluso me puso una en el baño y se mondaba de risa viéndome cagar cuando estaba estreñida. —dijo la joven rabiosa.

—Desde luego ese tipo era una joya. ¿Qué pasó a continuación? —preguntó el detective.

—Lo has visto en los videos. Me chantajeó y fue tal como él había dicho. El tipo es muy hábil en todo lo que hace y con el tiempo, tal como me había prometido, empezó a gustarme lo que me hacía y establecimos una especie de morbosa y retorcida relación únicamente basada en el sexo. Cuando quería algo llamaba a mi puerta me hacía lo que le apetecía y luego se volvía a su piso.

El teniente se recostó pensativo mientras la joven describía los pormenores de su relación con aquel degenerado. Estaba claro que los continuos abusos que había sufrido por parte de su tío, probablemente incluso antes de que llegara a la capital, le habían dejado la autoestima por los suelos y Blame había llegado en el momento justo para establecer con ella una relación de dominación que la joven había aceptado con naturalidad.

—¿Sabes si Blame tenía enemigos?

—Los coleccionaba. —dijo la joven con una carcajada exenta de toda alegría— Decía que mientras más éxito tuviese, más enemigos tendría. Según él, la última vez que los había contado tenía dos mil trescientos y pico. Yo creo que exageraba.

—¿A qué se dedicaba?

—Venta de información. De cualquier tipo, conseguida de cualquier manera. Páginas de bajada de archivos, espionaje industrial, intercambio de favores…

—¿Podría haber sido alguno de ellos el autor del crimen?—preguntó Smallbird con interés.

—No lo creo. Protegía muy bien su identidad cuando hacía negocios. Además supongo que ya estaréis investigando a los cuentistas.

—¿De qué hablas? —preguntó el detective sorprendido.

—¿De veras no habéis logrado averiguar nada? ¿No habéis descubierto lo del perfil de Alex Blame en guarrorelatos? ¿Ni sabéis nada de los ochenta y ocho relatos?…

PARA CONTACTAR AL AUTOR:

alexblame@gmx.es


Relato erótico: “Teniente Smallbird 3ª parte” (POR ALEX BLAME)

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—Sabíamos que existía un perfil a nombre de Alex Blame—dijo Smallbird poniendo gesto de cansancio— pero justo cuando íbamos a investigarlo aparecieron los videos y…

—Jefe, —dijo Arjona interrumpiendo la conversación— ¿De veras tengo que seguir visionando los archivos …?

—¡Largo Arjona! —gritó Smallbird descargando toda su frustración en su ayudante— Y dile a Gracia que venga inmediatamente con su portátil.

—También revisé por encima los relatos que había en el disco duro y no me pareció que fuesen tantos. —comento Smallbird dirigiéndose de nuevo a la joven.

—Los relatos más largos solía dividirlos en entregas a la hora de publicarlos, por eso en la página Web eran ochenta y ocho…

—Que son justo las puñaladas que recibió. —dijo el detective confirmando a la joven lo que habían dicho los periódicos—¿En esa web también le gustaba coleccionar enemigos?

—Desde luego. —respondió la joven— escribía bien y sus relatos eran bastante bien valorados pero eso no le importaba demasiado, lo que le gustaba era escribir y poner a parir a los otros escritores en los comentarios.

—¿Podrías indicarme el nombre de alguno de ellos? —peguntó el teniente cogiendo un block de notas.

—No es tan fácil. —respondió la joven.—Alex era de los pocos, si no el único, que usaba su propio nombre, la mayoría usan apodos para conservar su anonimato, dado lo controvertido de los temas que se tratan en esa página web. A Alex se la soplaba todo, pero la mayoría de los que escriben tienen padres, esposas, hijos..

—Entiendo. ¿Podrías entonces decirme algunos de los apodos?

—Sí, claro —dijo levantando sus bonitos ojos grises al cielo haciendo memoria— Los que más a menudo discutían con él eran Chupachochos, King Koño, Carpene Diem, A Pollazos y Chochopelocho.

—¿Sospechas de alguno en concreto?—tanteó Smallbird al joven.

—De todos y de ninguno. Una de las últimas veces que hablamos me dijo que tenía un trol.

—¿Un trol?

—Llaman así a la gente que se mete en los foros y en las páginas dando opiniones negativas y poco justificadas solo con el propósito de meter cizaña y en casos como en Guarrorelatos votar con ceros a la competencia para que sus relatos se vean beneficiados en el top de los más valorados.

—¿Tan en serio se toman eso de escribir guarradas?

—Algunos de ellos sí y Alex se mondaba. No llegó a decirme quien era su trol pero dijo que ya lo tenía casi identificado y que iba a amaestrarlo y ponerle una correa.

Smallbird levantó la cabeza e hizo pasar a Gracia con una seña . El teniente le indicó que abriese el ordenador y buscase la pagina de guarrorelatos y el perfil de Alex Blame. En cinco minutos tuvo el perfil de Blame en la pantalla. En él figuraba su nombre nacionalidad, edad y un poco más abajo figuraba el número de relatos que como había dicho la joven eran ochenta y ocho. Además figuraba el número de valoraciones y comentarios que había hecho y un poco más abajo una sección que ponía sus autores y relatos favoritos.

Smallbird abrió la sección de autores favoritos en la que había apenas media docena. Bajo cada apodo había un breve comentario en los que más que amable o impresionado se mostraba condescendiente. Uno de ellos le llamó especialmente la atención. “Tiene unas historias originales podría llegar a ser un escritor de mediocre talento, si fuese capaz de escribir dos palabras seguidas sin cometer una falta de ortografía.

Sí esos eran los que le llamaban la atención, el teniente no se podía imaginar cómo trataría a los que escribían mal o trataban de hacerle la puñeta.

Smallbird repasó el listado de relatos. Al lado de cada relato había unas estrellas y si pinchaba sobre ellas había un sencillo gráfico con las valoraciones y un enlace para los comentarios.

Eligió uno de los relatos al azar “Groom Lake” y revisó los comentarios. El relato era bastante antiguo y apenas tenía un par de comentarios. Mientras que los comentarios venían acompañados del apodo de quien los mandaba, las valoraciones eran anónimas. Le preguntó a Gracia si podía averiguarlo pero tras trastear unos segundos en las líneas de código de la página dijo que la información relativa a la IP de procedencia de las votaciones se borraba automáticamente y que sería muy difícil si no imposible identificar a los votantes.

—Tengo una última pregunta, Vanesa. —dijo el detective — Si el asesino es uno de estos tipos ¿Cómo demonios localizó a tú nov… a Blame?

—Eso es algo que no me explico. Alex era muy cuidadoso en todo lo que se refería a su intimidad. Todos los días barría la red en busca de posibles rastros que pudiese dejar su navegación. Utilizaba nombres y direcciones supuestas hasta en sus operaciones financieras y hasta hacía rebotar su IP cientos de servidores remotos. A pesar de que usase su nombre verdadero no había nada más que pudiese averiguar nadie sobre él.

Interrogó a Vanesa un rato más sin obtener más detalles de importancia. Tras recordarle que tenía su tarjeta si necesitaba o recordaba algo le acompañó fuera de la oficina y le pidió a uno de los agentes que la acercase hasta casa.

Hirviendo por dentro y buscando posibles razones para que se le hubiese escapado esa pista, reunió de nuevo a todos los detectives en las sala de juntas.

—Bueno, chicos. Tenemos noticias. Tanto el tío como la sobrina tienen una coartada que no nos costará demasiado comprobar. Esa es la mala noticia. —comenzó Smallbird—La buena es que tenemos una nueva pista que explotar.

—¡Bien! —exclamo Arjona—Adiós a los videos de caballeros haciendo guarradas. Menos mal, ya estaban empezando a parecerme unas pollas más bonitas que otras. ¿Qué hacemos ahora?

—Lo primero que vais a hacer es devolver a Viñales todo los archivos para que los destruya dejando solo una copia por si los necesitamos más adelante. Arjona, tú y Camino vais a investigar las coartadas de Vanesa y Salvador mientras que los demás vamos a investigar el perfil y los relatos de Alex Blame rastreando los comentarios y haciendo una lista de autores que pudiesen estar enfrentados con él. Una vez los tengamos los compararemos y elegiremos los que más susceptibles de estar los suficientemente enfadados como para matar.

—¿Cuando empezamos? —preguntó Carmen.

—Me temo que no podemos esperar. Debemos recuperar el tiempo perdido. Empezaremos ahora mismo y quiero que tengáis una lista de sospechosos antes del mediodía de mañana.—dijo Smallbird viendo como todos ponían cara de circunstancias, conscientes de que el día iba a ser muy largo — Cuando tengamos la lista y la comparemos se la daremos a Viñales para que averigüe quién está detrás de los seudónimos y podamos interrogar a esas personas.

—Ahora, manos a la obra, no hay tiempo que perder.

En cuanto dejó a los chicos se fue al despacho del comisario. Cuando le contó todas las novedades vio como Negrete cambiaba de color hasta ponerse casi violeta. Durante dos minutos estuvo bajando santos al más puro estilo de los cabreros de la sierra extremeña de la que provenía. Finalmente se calmó un poco, cogió un vaso y una pequeña botella de Chivas que todo el mundo sabía que guardaba en su escritorio y sirviéndose una generosa medida se la bajó de un solo trago. Después de ofrecerle un trago al teniente, que Smallbird declinó cortésmente, le despidió diciéndole que no reparase en horas extras para avanzar en la investigación lo más rápido posible.

Sin pararse a hablar con nadie salió a la calle y fumó dos cigarrillos seguidos mientras observaba como caía la tarde e intentaba serenarse un poco. Ya más tranquilo gracias en parte a la nicotina, fue al bar que había enfrente de la comisaría, se comió un bocadillo de calamares y volvió a su oficina con una caja de donuts y cafés decentes para repartir entre la tropa.

Smallbird dejó a los chicos lanzándose sobre los donuts con voracidad. Una vez en su despacho no se demoró más pensando en el tiempo perdido y se enfrascó en el trabajo. Abrió de nuevo el perfil de Alex Blame y echó un vistazo a los comentarios de todos sus relatos para ver quien persistía en enviar comentarios hirientes de forma reiterada.

Pronto obtuvo resultados e identificó a Chupachochos, King Koño, A Pollazos y Carpene Diem. Luego pinchó en los apodos para estudiar los perfiles. Descartó en un principio a A Pollazos y a Chupachochos por ser Colombiano y Argentino respectivamente y se centró en los otros dos.

De los dos que le quedaban King Koño parecía ser una mujer a la que le encantaba que la vejasen y la insultasen así que Alex se ponía las botas llamándola de todo sin que la mujer hiciese poco más que insultarle blandamente para que Blame le diese cera a conciencia.

Sin embargo Carpene Diem con su jueguecito de palabras en latín parecía querer presentarse como alguien culto que escribía relatos de calidad.

Revisó su lista de relatos y escogió uno de la categoría de tríos. El tipo escribía bien y no cometía demasiadas faltas de ortografía pero tenía un estilo frío. Parecía que estaba contando a alguien el resultado de un examen más que escribir un relato.

Al principio el argumento le resultó interesante; Trataba de una mujer que estaba escapando de su cómplice en un atraco con el dinero y su coche se había averiado en una zona remota. Caminando en busca de ayuda se encontraba un viejo caserón dónde un grupo de científicos que están trabajando en la aplicación de detector de radares para android definitiva le daban cobijo. Pronto la joven se hace la reina de la casa debido a su astucia y a la ingenuidad de los científicos y los anima a su estilo para que acaben la aplicación y así poder robársela y venderla por su cuenta.

Fue en ese momento cuando al imaginarse a la joven le vino a Smallbird la figura de Bárbara Stanwyck en Bola de Fuego. Con una sonrisa torcida Smallbird resopló y se enfrascó de nuevo en la lectura:

… Los hombres se reunieron alrededor de ella mientras cantaba con voz lenta y sensual. La joven se sentó sobre la mesa de la biblioteca y la falda de su vestido se subió ligeramente mostrando una generosa porción de sus muslos, excitando la poderosa imaginación de los ingenuos sabios.

Con naturalidad, como si lo hubiese hecho mil veces, se puso de pie sobre el pulido nogal y empezó a bailar de forma sugerente sin dejar de cantar. Los cinco hombres se pusieron alrededor de la mesa y siguieron el ritmo de la música golpeando la superficie de la mesa con las palmas de sus manos.

Cuando la se abrió el vaporoso vestido de algodón mostrando un cuerpo escultural, solo tapado por un escueto conjunto de ropa interior de seda negra, las manos se quedaron automáticamente quietas y Débora disfrutó de las miradas ansiosas excitándose hasta sentirse tremendamente mojada por dentro.

Sin pensar en nada más que en aquellos hombres que le adoraban y que en esos momentos estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por ella, continuó bailando y acariciándose sus pechos y el interior de sus piernas.

Cuando la joven se quitó el sujetador y mostró unos pechos tan duros y hermosos como los de la Venus de Millo los cinco hombres tragaron saliva a la vez y se revolvieron inquietos sin saber muy bien qué hacer.

Suspirando con impaciencia, la joven se tumbó sobre la mesa y le dijo a Diego que le quitase las bragas.

Diego intentó decir algo señalándose y balbuceando algo ininteligible antes de que Rosco se le adelantase y le sacase las bragas de un tirón apresurado.

La joven arqueó su cuerpo y lo retorció envanecida por las miradas de admiración de los científicos y sentándose y poniéndose de cara a Rosco que parecía el más avispado abrió las piernas mostrando al científico un sexo lampiño rosado y tumultuoso.

Rosco intercambió una mirada con la joven pidiendo permiso y ante su leve asentimiento se lanzó sobre ella como un lobo hambriento. Débora se dobló sobre la cabeza del joven científico cuando este envolvió su delicado sexo con la boca y le chupó y le lamió su aterciopelado clítoris con violencia.

Los gritos y suspiros de la joven parecieron despertar a los científicos de su estupor y se lanzaron a acariciar y besar el cuerpo de la joven.

Débora se sintió arrasada por el placer y la soberbia cuando manos y bocas le asaltaron chupando, mordisqueando , tironeando y retorciendo. Su cuerpo entero hormigueaba y su sexo y sus pezones ardían excitados por las bruscas caricias de unos hombres excitados pero poco experimentados en el arte del amor.

Tras un gran esfuerzo logró apartar su cuerpo escalofriado por intensas sensaciones de los labios y las manos que las provocaban y se plantó ante los cinco hombres jadeante e imperiosa.

—¡Desnudaos! —dijo la joven lacónica mientras posaba ante ellos, solo vestida con las sandalias de tacón que le habían conducido a aquella mansión hacía ya más de una semana.

Los hombres, unos con cara de ilusión, otros con cara de deseo, le obedecieron con diligencia.

Ninguno de los cuerpos de aquellos hombres era igual, pero todos eran atractivos a su manera, Rosco alto, musculoso y seguro de sí mismo, Diego, anciano, menudo y miope le recordaba a un pajarillo desamparado, Nilo rellenito y lampiño le recordaba a un querubín, Felipe orgulloso y a la vez inseguro con aquella impresionante herramienta y Ananías serio y pensativo hasta cuando estaba empalmado.

Se acercó y acarició con sus suaves dedos las cinco vergas con suavidad hasta asegurarse de que estaban todas perfectamente preparadas, y arrodillándose frente a Nilo cogió su cipote y se lo metió profundamente en la boca.

La joven empezó a chupar y acariciar la polla de Nilo que gemía quedamente mientras el resto de los genios le rodeaban observándole con sus pollas tremendamente congestionadas apenas a unos centímetros de su cuerpo.

Débora sacó la polla de Nilo de su boca con un jadeo y sin siquiera mirar cogió otra polla al azar y casi se ahogó al encontrarse con la tremenda polla de Felipe en el fondo de su garganta. Estaba tan caliente que lo único que pensaba era en devorar todas aquellas pollas a la vez. En unos instantes se vio chupando el enorme monstruo de Felipe y pajeando las pollas de Ananías y Diego mientras Nilo frotaba su polla contra sus pechos grandes y colgantes y Rocco alzaba sus nalgas para penetrar en su coño chorreante de deseo.

La joven emitió un grito sofocado por la verga de Felipe y se dejó llevar complacida con los tremendos empujones de Rosco y las manos y las pollas que le acosaban, le acariciaban y arañaban ansiosas.

Tras un par de minutos Rocco se corrió en su interior llenando su vagina de cálido semen. La joven, con varios empujones se separó electrizada con los pezones erectos, la piel de gallina y el semen de Rocco corriendo por el interior de sus broncíneas piernas.

Los hombres se quedaron un poco confundidos sin saber que hacer hasta que ella tomó la iniciativa tirando a Nilo sobre la alfombra y ensartándose su polla con un largo gemido. El resto de los genios observaron como cabalgaba sobre el querubín a un ritmo salvaje hasta que Felipe se acercó y lubricando su polla la acercó al culo de Débora. La joven pegó un fuerte alarido cuando la gran herramienta superó el esfínter y penetró en el estrecho conducto de la joven.

Débora pensó que sus tripas iban a reventar al sentir como la polla de Felipe se abría paso por ellas mientras Nilo seguía moviéndose en su interior. El dolor fue brutal pero poco a poco su cuerpo fue adaptándose y el dolor fue dejando paso a un intenso placer.

Débora abrió la boca para expresar el intenso placer que estaba experimentando y ese fue el momento que Diego aprovechó para meter su miembro en ella. La joven gimió y se atragantó pero comenzó a chuparla de buen grado. Con todas sus oquedades ocupadas la joven respiró profundamente y aprovechando que Diego agarraba su larga melena para sostener su cabeza de modo que pudiera penetrar en su boca lo más profundo posible, la joven separó sus brazos y agarró las dos pollas restantes empezando a pajearlas.

Grandes lagrimones comenzaron a correr por las mejillas de la joven mientras los cinco hombres movían sus caderas extasiados disfrutando del hambre insaciable de polla de la joven. El esfuerzo hacía que el sudor corriese por los torsos de los hombres y entre los pechos de la mujer como pequeños riachuelos. Los movimientos se volvieron más intensos, más rápidos y más acuciantes presagiando un cercano final .

Débora fue la primera en correrse. Su cuerpo entero se arqueó al sentir la joven como un cúmulo de sensaciones rompía todos los diques que se le presentaban arrollando todo su cuerpo con un placer incontenible. Jadeando con fuerza y gritando aun con la polla de Diego en su boca, la joven no dejó de moverse hasta que los cinco hombres que la estaban follando se corrieron prácticamente todos al mismo tiempo, eyaculando abundantemente en su coño, en su culo, en su boca, en su cara y en su espalda…

Smallbird apartó la imagen de la Stanwyck tirada en el suelo de la sala con su cuerpo cubierto por el semen y el sudor de cinco hombres de su mente y siguió leyendo.

El relato acababa rápidamente describiendo como la joven se arrepentía de sus planes y se quedaba con los científicos convirtiéndose en su alegre esclava sexual.

Smallbird se estiró en el asiento y su polla erecta tropezó con el escritorio recordándole que hacía tiempo que no echaba un polvo decente. Al final del relato pinchó en los comentarios y entre todos ellos destacaba el ácido comentario de Blame.

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-08-06 16:14:24

Un principio esperanzador, en la línea de la más pura novela negra que has jodido, como siempre, plagiando una vieja película de 1941, pensando que porque nos matemos pajas somos tontos del culo. Para otra vez publicas este tipo de relatos en la sección de parodias y no me obligarás a ponerte un terrible.

El sexo ha sido entretenido pero un poco precipitado y que se corran todos los zopencos a la vez no termina de convencerme. Te diría que dejases de dedicarte a esto y te fueses al monte a follarte cabras pero como no me vas a hacer caso buena suerte con eso que llamas relatos con algo más que folleteo.

Como Smallbird esperaba, el escritor se daba por aludido y respondía en tono airado pero sin demasiada gracia y con frases hechas:

Carpene Diem (ID: 1459899930)

2014-08-06 19:35:02

Es lo que hay, está visto que no se hizo la miel para la boca del burro. No sabía de la existencia de esa película y si los argumentos se parecen es pura casualidad. LA VERDAD ES QUE, TENGAS RAZÓN O NO, ESTAS NO SON FORMAS DE CRITICAR A UN COMPAÑERO ESCRITOR QUE LO ÚNICO QUE QUIERE ES COMPARTIR SU TALENTO CON LOS DEMÁS SIN ESPERAR MÁS RECOMPENSA QUE UNAS PALABRAS AMABLES Y CRÍTICAS CONSTRUCTIVAS. SEÑOR BLAME PUEDE OPINAR TODO LO QUE QUIERA PERO YO NO ME REBAJARÉ A INTERCAMBIAR INSULTOS CON USTED. QUE TENGA UN BUEN DÍA.

La conversación continuaba siempre más o menos en ese tono, con el señor Carpene Diem intentando mantener su dignidad mientras Blame le destruía metódicamente hasta obligarle a abandonar.

Smallbird apagó el ordenador y echó un vistazo al reloj. Eran las once de la noche, por aquel día era suficiente. Despidió a todos y se fue a casa dónde se bebió tres Gyntonics y fumó medio paquete antes de irse a la cama.

PARA CONTACTAR AL AUTOR:

alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Teniente Smallbird 4ª parte” (PUBLICADO POR ALEX BLAME)

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5

Smallbird se despertó de nuevo con resaca, haciendo que esa mañana se confundiese con las anteriores. Desayunó uno de los donuts que había sobrado de la tarde anterior y se había traído a casa de la comisaría y una cerveza sin alcohol. Dos cigarrillos después ya se sentía humano y después de tender la ropa que llevaba tres días en la lavadora subió a la Ossa dispuesto a empezar una nueva y tediosa jornada laboral.

El comisario debía de tener una reunión importante porque no estaba en su oficina cuando el detective llegó . Eso le había evitado un engorroso informe en el que más o menos tendría que decir que seguían en ello. Esperaba que para cuando llegase al menos hubiese una lista de sospechosos.

Los chicos estaban todos enfrascados en la búsqueda de sospechosos en guarrorelatos así que se fue a su despacho sin entretenerles y les dejó hacer.

Llevaba un par de horas deambulando por la página web revolviendo entre relatos comentarios y listas de autores cuando recibió un Wasap de Fermín diciendo que tenía novedades. Harto de la atmósfera opresiva de la comisaría no le dejó que le contase lo que había averiguado por teléfono y le dijo que iba a hacerle una visita. Como siempre que iba solo, cogió la Ossa y se deslizó a toda velocidad por las calles casi desiertas a aquella hora del día llegando al Anatómico en poco más de ocho minutos.

Fumó un par de cigarrillos, tosió un par de veces y entró en el gris edificio con paso rápido y decidido. Recorrió los pasillos una vez más, intentando imaginar en qué estado le tocaría llegar allí en un futuro cada vez menos lejano. Ya fuese víctima de un tiroteo y llegase allí con una sobredosis de plomo, cayese aplastado con su moto bajo el camión de la basura de forma que tuviesen que enterrarlo con la Ossa o llegase en pequeños trocitos victima de la bomba de un yihadista, lo único que quería era una muerte rápida. Nada de largas y dolorosas enfermedades.

Entró en el despacho tras golpear la puerta con los nudillos, sin esperar respuesta y se encontró a Fermín jugando a Plants vs Zombies en el móvil.

—Qué, ¿Sigue sin haber trabajo? —dijo el teniente a modo de saludo.

—Es increíble, pero llevo una semana que parezco el protagonista de Torchwood, —dijo Fermín sin apartar los ojos del smartphone—está muriendo tan poca gente que voy a tener que aprovechar las neveras para enfriar cervezas.

—Tranquilo ya te llegará todo el curro de golpe. —replicó Smallbird— Dijiste que tenías algo para mí.

—Sí , ha llegado el informe del laboratorio. —dijo alargando una fina carpeta que había sobre el escritorio— Bromuro de pancuronio.

—Bromuro de panqué…—dijo Smallbird abriendo la carpeta— Creí que ya conocía todos las drogas que un gilipollas podía conseguir, pero esta es nueva.

—El señor Blame tenía alcohol, coca, éxtasis y Viagra en su venas, pero con mucha diferencia la mayor concentración era de bromuro de pancuronio, es un relajante muscular muy fuerte derivado del curare.

—¿El veneno de los indios del amazonas?

—Ese mismo. —dijo el forense dejando el móvil por fin con un gesto de contrariedad.

—Vale, así que tengo que buscar un tipo moreno, bajito, desnudo, con el pelo cortado en redondo y una cerbatana en la mano.

—O un tipo con bata blanca. —replicó Fermín.—Es una droga utilizada en cirugía para relajar los músculos y hacer las intervenciones más sencillas. En ocasiones se usa también como anticonvulsivante o en casos graves de epilepsia, pero no se suele hacer fuera del ámbito hospitalario, por el riesgo de pasarse con la dosis y producir una parada respiratoria.

—¿Cómo lo administró?¿Con un dardo?

—Por lo general la vía elegida es la intravenosa. Volví a examinar el cadáver buscando el punto de inyección pero no lo logré, supongo que el asesino utilizó alguno de los cortes para enmascararlo.

—Entiendo. ¿Algo más?

—Hay muchas drogas con las que puedes incapacitar a una persona, pero no hay tantas que lo hagan y esa persona siga siendo totalmente consciente y tenga la misma percepción del dolor. —dijo Fermín.

—Así que esto es algo muy personal. El asesino no solo quería cargarse al señor Smallbird, también quería hacerlo sufrir durante horas.

—Si no se le hubiese ido la mano, probablemente durante casi un día entero.

—¿Se necesita receta para conseguir esa droga? —preguntó Smallbird revisando por encima el resto de la bioquímica de Blame sin entender ni papa.

—Se necesita receta, en efecto, pero al no tener un uso, digamos recreativo, no está tan controlada como los opiáceos, así que el que la consiguió puede no haber dejado demasiado rastro.

—¿Cómo pudo administrarle el asesino una inyección intravenosa a la víctima sin que esta se opusiese? —preguntó Smallbird confundido. —Blame no era un tipo canijo precisamente.

—No lo sé, para eso estás tú, —dijo Fermín con una sonrisilla que venía a decir jódete— yo solo te doy las piezas, eres tú el que tiene que montar el puzle.

—De acuerdo, gracias por todo. —dijo el detective dándole la mano al forense— Por cierto, procura que esta vez esto no sea de dominio público.

—No te preocupes, estoy tan cabreado como tu comisario. Ya sé quién fue y le he puesto a organizar los archivos de los años ochenta, pero eso es todo lo que puedo hacer, es tan funcionario como tú y como yo. Todos los que han visto ese informe están advertidos, la próxima vez los denunciaré aunque me cueste el puesto.

Salió del despacho del forense y desanduvo el camino pensativo. ¿Cómo demonios le pones a un tipo una inyección intravenosa contra su voluntad? Lo más fácil sería noquearlo y luego pincharlo o ¿Había logrado convencerlo para que se prestase voluntariamente? ¿Podría haberle convencido de que se trataba de una nueva droga que no se podía perder?

El sol de primera hora de la tarde le deslumbró al salir de los oscuros pasillos de la morgue y le recordó que no había probado bocado desde el desayuno. Encendiendo un cigarrillo giró sobre si mismo situándose y se dirigió a la cafetería de la complutense para comer el menú del día.

De vuelta en la comisaría se reunió con el equipo en la sala de conferencias dónde esperaban todos para informarle.

—Bien, —empezó Smallbird— empezaré yo si no os parece mal. He investigado a cuatro de los autores que me enumeró Vanesa y Carpene Diem parece prometedor.

—Yo busqué entre los comentarios de los relatos de Blame y encontré varios. Descarté a los de fuera de España y me quedé con Carpene Diem, Matoapajas, Capacochinos y Malvado retorcedor de pezones. —dijo Carmen.

—Capacochinos también lo tengo yo —dio López— y también a Matoapajas.

El resto de los detectives siguieron añadiendo nombres a un lista que terminó siendo de cerca de una docena y empezaron a analizarlos uno a uno .Empezaron por los menos probables descartando rápidamente a los dos primeros ya que apenas habían recibido un par de comentarios y habían optado por no responder. El siguiente era un tal Trancadeveinte que había descubierto Gracia haciendo búsquedas entre los comentarios con un programa que había creado la noche anterior.

—Aunque no es un escritor muy prolífico y Blame comentó solo dos o tres, si abrís cualquiera de sus relatos, veréis que son extremadamente violentos —dijo Gracia abriendo el perfil y eligiendo un relato al azar que inmediatamente se proyectó en la pantalla para que todo el mundo pudiera leerlo.

El relato se titulaba Crónicas de Zoork : el ataque de la reina de las Magas Zorra.

El tal Zoork era un anciano mago, decano de una antigua sociedad de magos en el reino de Cernuria. Una de sus más aventajadas alumnas había tenido una grave desavenencia con su maestro, había desaparecido en un reino vecino durante cinco años y había vuelto convertida en la jefa de un clan de guerreros que había entrado en su hermandad a traición matando a casi todos sus integrantes.

Pero el anciano que estaba de viaje se libró y cuando se enteró de la traición juró vengar a sus condiscípulos. Fue matando uno a uno a todos los componentes del clan mientras la bruja huía hasta que acorralada en el claro de un bosque decide defenderse:

Desde la última vez que la había visto, la joven delgada y desgarbada se había convertido en una mujer esplendida alta, delgada, con una melena negra y brillante como el pelaje de un narguik. Sus pechos grandes y turgentes se adivinaban a través de la vaporosa túnica de color índigo que portaba y sus manos finas y blancas sujetaban una peligrosa varita de los artesanos de Kentai.

—Veo anciano que te subestimé dejándote con vida.—dijo la joven enarbolando su varita— Pero ahora verás lo mucho que he aprendido sin tu asfixiante presencia.

La joven puso el cuerpo en tensión pero el anciano arrugado y encorvado estiró el brazo con un gesto de condescendencia y con un suave murmullo le arrancó a la hechicera la varita de sus manos.

Podía decirse mucho de la joven, pero no que careciese de redaños. Desarmada optó como último recurso obtener la energía que necesitaba del poder acumulado en los tatuajes que recorrían su cuerpo, pero el gran Zoork ya lo estaba esperando y se adelantó a la joven.

—Por el poder del gran Reorx, —dijo el mago levantando sus entecos brazos en medio del claro agitado por la tempestad— por la ira de Tautona… por la insaciable sed de venganza del gran Kraga yo invoco el poder de los antiguos para que así se castigue la traición de esta oscura hechicera…

Las sarmentosas manos del anciano comenzaron a brillar cada vez más hasta volverse incandescentes y antes de que la hechicera pudiese completar su hechizo, dos tentáculos resplandecientes rodearon muñecas y tobillos de la joven elevándola un metro y medio en el aire y separando sus extremidades.

La joven se resistió todo lo que pudo y el gran Zoork disfrutó viendo los músculos de las piernas de la joven tensándose hasta casi romperse intentando deshacerse del mortal abrazo de la magia de su antiguo mentor.

Los tentáculos crecieron y se extendieron por los miembros y el torso de la joven hasta cubrir todo su cuerpo. Con un grito de rabia el anciano pronunció las últimas palabras del hechizo y el calor se que emitían los tentáculos fue tan intenso que la fina tela de los ropajes, el vello y la capa externa de la piel de la hechicera se volatilizó.

El anciano mago aspiró el olor a pollo quemado y se cercioró de que todos los tatuajes de la joven se habían volatilizado con la capa externa de su piel dejándola totalmente indefensa ante él. El mago retiró los tentáculos y mientras recogía la varita de la joven del suelo con dificultad, admiró su sensual cuerpo, ahora totalmente libre de vello salvo por su espectacular melena y su piel irritada y sensible como la de un herida acabada de cicatrizar.

El gran Zoork se incorporó y usando el poder de la varita hizo un sencillo movimiento haciendo que el cuerpo de la joven se arquease y estirase hasta que todas las articulaciones crujieron al borde de la dislocación.

-Ahora, puta, vas a experimentar la justicia del gran Zoork. —dijo el mago dando un nuevo estirón a las articulaciones de la joven, que se tuvo que morder el labio hasta hacerlo sangrar para evitar un grito de angustia.

Tras unos segundos, el mago aflojó un poco la tensión en el torso y los brazos, pero mantuvo la presión sobre las esbeltas piernas de la joven de manera que quedaron totalmente abiertas dejando su sexo expuesto ante la visión del mago que se abrió distraídamente la túnica profusamente adornada con los emblemas de su casa.

Con un gesto de su varita el anciano bajo el cuerpo de la joven hasta que estuvo a su alcance y acarició la sensible piel y los tensos muslos de la joven arrancándole por fin un grito de dolor.

—Así me gusta no te reprimas. —dijo él dando un par de palmadas a la joven que prorrumpió en nuevos gritos de dolor y angustia.

Zoork se acercó a la joven y aspiró el aroma del sexo joven y limpio. Sin apresurarse, el anciano introdujo en el coño sus dedos fríos y sarmentosos. La joven dio un respingo y aguantó como pudo la exploración notando como las largas uñas del anciano mago arañaban inmisericordes el delicado interior de su vagina.

Zoork se apartó y se quitó la túnica dejando a la vista una polla tan grande como la pitón reticulada que formaba parte del emblema de su hermandad. Con lentitud el anciano se acostó en el suelo en un lugar donde hierba era más mullida y fragante.

A continuación con un golpe de varita acerco el pubis de la joven totalmente abierta de piernas hasta su polla enhiesta y cuando lo tuvo a su alcance lo dejó caer de golpe sobre su polla ensartándola hasta el fondo de una sola vez. La joven pegó un alarido al notar como todo su coño se abría y distendía dolorosamente para acoger el formidable pene del mago.

Sin darle tregua y sin dejar de mantener su cuerpo tenso y arqueado, levantó a la joven con la varita repetidas veces para luego dejarla caer con todo su peso. Los gritos fueron sustituidos por jadeos a medida que la joven se iba cansando. El mago con una sonrisa maligna dio un golpe de varita y dejó a la joven suspendida a unos pocos centímetros de su pubis con las piernas abiertas y media polla de él en su coño.

Con un golpe seco en una de sus piernas, la joven ingrávida tuvo que soportar la polla del mago mientras ella giraba a toda velocidad en torno a ella. El mareo le hizo gritar hasta quedarse ronca.

Por fin el mago se separó y le dio una tregua liberándola de sus invisibles ataduras. La joven cayó al suelo a cuatro patas, temblando y con su rosada piel brillante de sudor .

Zoork observó el cuerpo bello y derrotado de la joven, jadeando ruidosamente intentando coger aire y lo acarició con suavidad. Por primera vez la joven experimentó placer cuando el anciano le acaricio su culo y su sexo y gimió casi sin querer.

Tras la corta tregua el mago volvió a penetrar a la joven, que esta vez gimió enardecida por las caricias. En su mente ella pensó que si lo hacía bien, quizás aquel anciano no acabase con su vida así que cerró los ojos y comenzó a retorcer su cuerpo abandonándose al placer.

El mago tuvo que reconocer que aquella joven era deliciosa y que era un pena tener que matarla pero los espíritus de sus hermanos no descansarían hasta que ella estuviese tan muerta como ellos.

Sin dejar de penetrarla el mago acercó la varita a su pubis y con un rápido hechizo la convirtió en un nuevo pene tan largo y grueso como el original.

La hechicera se puso tensa cuando un segunda polla penetró en su culo rompiéndoselo de un solo empujón pero estaba tan excitada que apenas sintió dolor.

Con una intensa satisfacción, el mago vio como la joven retenía el aire un momento para a continuación relajarse y recibir las dos pollas con gestos de intenso placer. Zoork siguió empujando dentro de los delicados orificios de la joven hasta que todo su cuerpo se tensó en un bestial orgasmo. Con un sencillo hechizo el anciano prolongó el orgasmo de la hechicera a la vez que hacía crecer los dos miembros en su interior aplastando órganos y triturando huesos.

La joven murió casi sin darse cuenta mientras el orgasmo recorría todo su cuerpo enervándolo.

El anciano se separó por última vez de la joven y cogiendo las dos pollas eyaculó sobre su cuerpo inerte.

“La venganza está cumplida” pensó el hechicero con un gesto vacio abandonando el cuerpo de la joven a las alimañas.

Todos apartaron la vista del relato a la vez y cuando Gracia vio los comentarios entendieron porque consideraba a Trancadeveinte un serio candidato:

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-12-08 11:14:21

El típico relato de brujería carente de toda originalidad salvo en la sádica manera en la que lo acabas. He leído todos tus relatos y he llegado a la conclusión de que tienes un serio problema de personalidad, así que contrariamente a lo que le aconsejaría a cualquier otro, te animo a seguir escribiendo estos bodrios si con eso conseguimos que no salgas a la calle a violar ancianitas.

Trancadeveinte (ID: 3450018419)

2014-13-08 19:34:24

Créeme sabandija, si alguna vez violo a alguien será a ti con un hierro al rojo rodeado de alambre de espino. Si me das tu dirección y numero de teléfono podemos quedar cuando quieras mamoncete.

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-13-08 19:54:41

Ja Ja, Buen intento. Pero te prometo que cuando me sienta solo y necesite un soplapollas diciéndome estupideces al oído y acariciándome con amor te daré mi número encantado.

Tras terminar de leer el largo intercambio de insultos y amenazas de muerte todos quedaron de acuerdo en que el señor Trancadeveinte se uniese a Carpene Diem en la lista de candidatos.

Siguieron trabajando toda la tarde hasta que reunieron una lista de ocho sospechosos. A Carpene Diem y Trancadeveinte, se unieron Matoapajas, un joven bastante imaginativo pero que no sabía apenas de sintaxis y ortografía; Capacochinos, un tipo que decía escribir únicamente experiencias propias con pibones y mujeres famosas y que se cabreó muchisimo cuando Blame le llamó fantasma; Fiestaconcadáveres, elegido por su afición morbosa por los asesinatos y la violación de fiambres; Deputacoña, una tipa que solo escribía escenas de sexo sin más, pero que ambientaba en entornos hospitalarios lo que junto a los insultos que había intercambiado con Blame le animó a Smallbird a incluirla; Grancoñóncolorado, una joven a la que Blame maltrato únicamente por escribir solo historias de lesbianas y Rajaquemoja, una mujer que escribía bien y era bastante original, que era muy tímida al nombrar las partes pudendas pero nada tímida a la hora de poner precio a la cabeza de Blame cuando se reía de ella.

—Bueno ahora que tenemos un punto de partida empecemos a investigar a esa gente. —dijo Smallbird encendiendo un pitillo.—Gracia, quiero que entres en la página y averigües los datos de esas personas a ser posible sin dejar huellas.

—No hay problema. Lo haré esta noche en casa en mi ordenador y me encargaré de que la intrusión sea indetectable.

— Camino, tú ponte en contacto con el administrador de la Web y pídele esos datos. Tardará un día pero así podremos trabajar con los datos que nos consiga Gracia y cuando alguien nos pregunte podremos decirles que los hemos obtenido legalmente.

El teniente se sentó y se quedó en la sala apurando el cigarrillo mientras los detectives desfilaban camino de casa tras un largo día de trabajo.

Estaba a punto de ponerse la cazadora y marchar él también, cuando vio el comisario pasar ante él y entrar en su oficina. No le apetecía nada, pero sabía que el hombre necesitaba noticias así que cogió la carpeta que le había dado el forense y la lista de sospechosos y pasó sin llamar.

Empezó con el informe del forense para terminar luego con la lista de sospechosos. Negrete no le interrumpió pero puso cara de escepticismo.

—¿De veras crees que uno de esos pajilleros mentales es nuestro hombre?

—Tiene que serlo. No se me ocurre ningún otro sospechoso y el detalle de que las ochenta y ocho puñaladas sean las mismas que relatos tenía la víctima para mi es definitivo. Debe haber algún tipo de conexión.

—De acuerdo pero no pienso decirle a la alcaldesa que estamos persiguiendo a una pandilla de pervertidos hasta que tengas un sospechoso. —dijo el comisario hurgándose los dientes con una uña— Date prisa, por Dios, me he pasado todo el día esquivando a la alcaldesa.

— Mañana sabré dónde buscar a los sospechosos y nos pondremos manos a la obra.

—Estupendo ahora vete y descansa un poco, te lo has ganado.

Relato erótico: “Teniente Smallbird 5ª parte” (POR ALEX BLAME)

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6

Los viernes siempre le parecían extraños ahora. Antes, las noches de los viernes eran sus preferidas, ahora que Julia se había llevado hasta los amigos, eran el principio de tres largos días sin nada que hacer. Mientras fumaba su primer Marlboro del día, deseó tener una buena pista que le obligase a mantener abierta la investigación el fin de semana.

En cuanto llegó a la comisaría llamó a Viñales y la llevó directamente a su despacho para averiguar si había conseguido los datos de todos los nicks sospechosos y la joven no le decepcionó.

Una vez tuvo la lista y sus datos personales pudo dividirlos para repartirlos entre Camino, Carmen, Arjona y él mismo. Gracia le pidió que le dejase interrogar a alguno de los sospechosos pero Smallbird sabía que estaba demasiado verde y pese a los ojos de desilusión que puso la joven le dijo que les necesitaba a ella y a López investigando todos las huellas digitales que pudiesen haber dejado los sospechosos.

Un primer vistazo le ayudó a dividir los ocho sospechosos en tres grupos. Tres que estaban en Madrid y uno en Toledo se los quedó para él el teniente. Uno de Sevilla y otro de Jaén se los daría a Camino, la de Vigo sería para Arjona y el restante, de Barcelona, se lo quedaría Carmen.

A Smallbird le hubiese gustado interrogar él mismo a todos los sospechosos pero el hecho de estar repartidos por toda la geografía española hacía imprescindible que tuviese que delegar en sus colaboradores.

A ninguno de ellos le gustó tener que ir a las cuatro esquinas de la península un viernes conscientes de que llegarían cansados y bastante tarde a casa, pero aquello venía con el trabajo, afortunadamente había AVE a todos los destinos y Smallbird ya había avisado para que un agente local estuviese pendiente y les ayudase en el caso de que les resultase difícil localizar a los sospechosos. Con un poco de suerte tendrían el resto del fin de semana libre.

Los chicos se fueron rápidamente y después de indicarles a Gracia y a López que empezasen por el de Toledo y los de Madrid, ya que él sería el primero en llegar salió del garaje en la Ossa camino de Toledo.

Antes de abandonar la capital se salió de la A-42 en Parla y se dirigió al Decatlón dónde trabajaba el primero de sus sospechosos.

Grancoñoncolorado resultó ser una jovencita que apenas pasaba de los dieciocho años que trabajaba de reponedora en el almacén. En cuanto Smallbird le nombró su nick, sus mejillas se encendieron como un semáforo y cuando el teniente le explicó el motivo de su visita le condujo hasta una pequeña oficina con gestos que mezclaban el miedo y la sorpresa.

Smallbird no se entretuvo mucho en los preliminares y aprovechando el desconcierto de la joven fue directo al grano.

—¿Eres la persona que hace llamarse Grancoñoncolorado en la página de guarrorelatos?

—Sí —respondió la joven aun ofuscada.

—¿Tú nombre es Melina Ramos Junquera? —preguntó el detective.

—En efecto. —dijo la joven respirando hondo para calmarse un poco.

—¿Escribes relatos eróticos en la página web guarrorelatos?

—Sí. —respondió la joven.

—¿Conoce a un tal Alex Blame? —preguntó el detective escaneando cualquier gesto delator en la cara de la joven.

—¿A ese misógino medio imbécil? Sí, no, bueno no personalmente. Solo hemos intercambiado unos comentarios por internet. ¿Qué es lo que quiere exactamente?

—¿Sabe que lo han asesinado recientemente?

—Imposible no enterarme, ha salido en la televisión y en los periódicos —respondió la joven.

—Entonces entenderás porque tengo que preguntarte si conoces la verdadera identidad de Alex o dónde vivía.

—No tengo ni idea y nunca me ha interesado. —respondió la joven a la defensiva.

—¿Puedes contarme dónde estuviste la noche y la madrugada del lunes al martes?

—Entré a trabajar en el turno de noche para colocar y reponer las estanterías para el día siguiente y descargar un camión que llegaba a las diez. —dijo ella suspirando de alivio al saberse libre de sospecha— Salí a eso de la dos y media y me fui directamente a casa, media hora después ya estaba tirada en la cama con mi novio. Si quiere puede comprobarlo, todos fichamos a la entrada y la salida del trabajo en persona.

—De acuerdo. Lo comprobaré —dijo el detective tachando mentalmente a la joven de su lista de sospechosos.

—¿Puede hacerme un favor? —preguntó la joven con los labios temblando— He respondido a todo lo que me ha preguntado. Cuando pida mi ficha de asistencia a mi jefe, ¿Hace falta que le diga por qué quiere esos datos?

—No te preocupes Melina, le diré que hubo un accidente en el que una joven con tu descripción se vio implicada y estoy comprobando tu coartada. Le diré que estás limpia y no mencionaré tu afición secreta.

—¡Gracias ! —exclamó la joven al borde de las lágrimas—Si mi jefe se enterase me echaría inmediatamente.

Smallbird no se entretuvo mucho más y después de comprobar que Melina había sido sincera con él en la oficina de personal, salió del hipermercado y arrancando la Ossa se dirigió hacia su siguiente sospechoso en La Puebla de Montalbán.

Tardó menos de una hora en llegar al pueblo de ocho mil habitantes en la rivera del Tajo. Nunca había estado allí y pronto le llamó la atención las plantaciones de melocotoneros y una gran torre emergiendo del centro del pueblo con el Tajo y los Montes de Toledo al fondo.

Paró a la entrada del pueblo y conectó el navegador del móvil para dar con la dirección del siguiente sospechoso de su lista en las afueras del pueblo. Como esperaba la casa estaba vacía y los vecinos no supieron o más bien no quisieron decirle dónde estaba en ese momento, así que se dirigió al puesto de la Guardia Civil. En un pueblo tan pequeño seguro que podrían decirle dónde podía buscar.

El cuartel era un pequeño edificio achaparrado de ladrillo cara vista situado a las afueras del pueblo. En ese momento solo había un sargento de unos cincuenta años y una poderosa barriga. Tras mostrarle la placa, el guardia le invitó a un café y comenzaron a charlar.

—¿Gabriel López Jaramillo? —dijo el sargento — claro que le conozco. ¿Qué ha hecho esta vez?

—Aun no lo sé con certeza, pero puede haberse visto implicado en un asesinato.

—¿Jaramillo? —preguntó el hombre sorprendido— No lo creo. Es un ladronzuelo de tres al cuarto. Se dedica a robar en casas o naves abandonadas y se lleva todo lo que no esté bien atornillado para venderlo luego, pero al más mínimo atisbo de peligro huye como un conejo. Le he detenido varias veces y la primera vez que lo hice, hace ya más de diez años, casi se caga encima de miedo.

—¿Tiene conocimientos médicos de algún tipo? —preguntó el detective viendo que el guardia lo conocía bastante bien.

—No, que yo sepa su especialidad es la compra venta de todo tipo de chatarra.

—¿Dónde lo puedo encontrar? —preguntó Smallbird apurando los restos del café.

—Tienes suerte porque este es el único día de la semana en que lo puedes localizar sin dificultad. Todos los viernes está en su puesto del mercadillo.

El sargento se despidió del detective dándole unas rápidas indicaciones y en cinco minutos estaba en la Plaza del Sol.

La plaza, un rectángulo irregular de trescientos metros de largo por cien de ancho, estaba atestada de gente. Smallbird se movió, abriéndose paso con dificultad hasta el lugar dónde el guardia le dijo que el sospechoso solía montar su puesto. Un minuto después oyó una voz que se destacaba nítidamente por encima del bullicio general.

—¡Robamos de noche! ¡Vendemos de día! ¡Más barato que en la mercería!

Smallbird giró la vista y vio a un tipo moreno y delgado con un bigote grande y negro que vociferada su eslogan a grito pelado sin apartar el cigarrillo que colgaba de la comisura de su boca.

—¡Eh! Señor dos calzoncillos seis euros…

La frase quedó suspendida en la boca de Jaramillo al ver la placa de Smallbird delante de su nariz. El detective pudo ver como las pupilas del hombre se dilataban de puro terror y antes de que se diese cuenta salía de su campo de visión echando a correr entre la multitud.

Mascullando un “jodido idiota” entre dientes Smallbird arrancó con desgana tras el sospechoso. Afortunadamente el hombre tenía los pulmones tan cascados como él y la única ventaja que tenía eran sus largas piernas, así que, aunque se distanció un poco, en ningún momento llegó a perderlo de vista.

El sol y el esfuerzo de abrirse paso a empujones entre la gente sorprendida y enfadada pronto le hicieron sudar. Afortunadamente, Jaramillo huyó por la calle dónde había aparcado la Ossa así que montó en la moto de un salto y al más puro estilo macarra aprovechó el impulso para arrancarla de una patada. Treinta segundos después estaba a la altura de Jaramillo que corría por la acera con el cigarrillo aun en la boca, sin percatarse de que el detective se le acercaba.

Cuando llegaron a la esquina Smallbird acercó la moto y le dio un suave empujón con la pierna. Jaramillo perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer. Extendió los brazos para mantener el equilibrio y cuando se dio cuenta era demasiado tarde para evitar el semáforo que estaba plantado en la acera.

—Vamos, despierta. —dijo Smallbird dando un par de bofetones a Jaramillo que permanecía tumbado al pie del semáforo con un prominente chichón en mitad de la frente.

—Vale, vale. Ya me levanto. —dijo el hombre aún un poco atontado—Pero no me haga más daño.

—Perdona, pero el daño te lo has hecho tú. Si no hubieses huido nada de todo esto hubiese sido necesario. —dijo el teniente cogiendo al hombre por su raída chaqueta para ayudarlo a incorporarse y empujándole al interior de una cafetería cercana— Ven, te invito a un café.

—¿Te suena el nombre de Alex Blame? —preguntó Smallbird bebiendo un sorbo de café hirviente.

—Déjeme que piense, inspector… No, ese nombre no me suena. —respondió el ladronzuelo rascándose la barbilla mientras fingía hacer memoria.

—¿Me vas a obligar a ponerme violento? Sé que escribes guarradas en una página web bajo el seudónimo de matoapajas, y que Alex Blame ha comentado tus relatos, así que no me mientas—siseó el teniente procurando que no se enterase nadie más en la cafetería semivacía.

—Está bien. —repuso Jaramillo palideciendo ligeramente—Se quién es y he intercambiado impresiones con él en alguna ocasión en esa página de relatos en internet.

—Veamos, —dijo el detective revisando unas notas— “ojalá se te caiga la picha a cachos” “que te den pol culo cabrón de mierda” ¿A eso le llamas un intercambio de impresiones?

—Ese tipo era un perro. Ya sé que nos soy ningún Chespir, pero no hacía falta cebarse conmigo de esa manera, lo único que yo quería era divertirme un rato y hacer pasar un buen rato a quién quiera leerme. ¡Joder! es una página de relatos guarros, no el premio Planeta.

No necesitaba preguntarle nada más a aquel individuo. Tal como había dicho el guardia aquel hombrecillo no tenía suficiente presencia de ánimo para perpetrar un asesinato como el que tenía entre manos. De todas maneras le preguntó que había estado haciendo la noche del asesinato y respondió que había estado toda la noche de viaje. Tras tomar el café, Jaramillo le llevó hasta una Ford Transit ruinosa y abriendo la guantera y tras revolver entre un montón de tiques de gasolinera encontró dos que le ubicaban en Baeza a las nueve de la noche del Lunes y en los alrededores de Águilas a las tres de la mañana.

Dejó a Jaramillo al lado de su furgoneta frotándose el bonito tolondro que se había ganado y se fue a comer algo. Ya tenía hambre y aún le quedaban dos sospechosos que visitar.

Al llegar a la estación del AVE en Jaén un agente de la policía municipal ya le estaba esperando en el andén.

—Buenos días inspectora, —dijo el agente estrechando la mano de Camino con la típica cordialidad del sur— soy el agente Flores y me han designado para acompañarla a donde lo necesite.

—Gracias, pero llámame Camino. —dijo ella observando al agente que aparentaba no pasar de los veinte años.

—Tú dirás a dónde quieres que te lleve.

—¿Sabes dónde está la calle Tula? —preguntó Camino.

—Sí, claro. Está a quince minutos de aquí —respondió él guiando a la inspectora a un viejo Xsara pintado con los colores de la policía municipal.

El joven se tomó a pecho su papel de cicerone y sin parar de hablar le fue señalando los lugares más emblemáticos de la ciudad a medida que la atravesaban. A aquella hora no había demasiado tráfico así que llegaron a la dirección de deputacoña incluso antes de lo que había pronosticado el agente.

Camino salió del coche y le pidió al agente Flores que le esperara en una bar que había enfrente mientras ella interrogaba a la sospechosa.

Emilia Canilla abrió la puerta del pequeño adosado al tercer timbrazo. Tenía la larga melena castaña revuelta y unas grandes bolsas violáceas bajo los ojos.

Camino le mostró la placa y la mujer sin parecer muy sorprendida le dejó pasar. Una vez en la cocina Emilia preparó dos tazas de café bien cargado y se sentó frente a Camino dispuesta a responder sus preguntas.

—No pareces muy sorprendida de que este aquí. Ni siquiera me has preguntado la causa.—dijo Camino sacando una libreta de su bolso.

—No es muy difícil saberlo. Esperaba su visita desde que publicaron en los periódicos lo de las ochenta y ocho puñaladas. Dados los intercambios de piropos que he tenido con la víctima sabía que tarde o temprano me harían una visita. ¿Ha venido a detenerme? —preguntó la mujer con una sonrisa torcida.

—No, solo quiero hacerte unas preguntas.

—Adelante, dispare.

—Tu nombre es Emilia Canilla.

—Sí.

—¿Eres auxiliar de enfermería en el hospital neurotraumatológico de Jaén?

—En efecto.

—Y eres la persona que se oculta tras el seudónimo deputacoña en la página de Guarrorelatos

—Sí. Tengo un trabajo bastante estresante y me gusta desconectar escribiendo relatos eróticos. —respondió la joven intentando justificarse—Eso es todo.

—Intercambiaste comentarios con Alex Blame. ¿Qué sabes de él?

—Que era un hijo de la grandísima puta. Escribía muy bien y sus relatos eran todos interesantes, pero a la hora de comentar los de los otros escritores era hiriente y malintencionado. Aunque la mayoría de sus críticas eran acertadas, las realizaba de una manera tan ofensiva y descarnada que la gente no podía menos que ofenderse y replicarle con todo tipo de insultos y amenazas. —dijo Emilia frunciendo el ceño— Creo que era eso lo que le ponía.

—Intercambiaste comentarios bastante duros con él.

—Fue un cabrón y respondí. Nada más. Tampoco me extendí en una polémica con él. Valoro los comentarios en lo que son, una opinión sobre tu trabajo y a pesar de que ese tipo de ataques me cabrea, los olvido pronto y sigo escribiendo.

—¿Tienes idea de quién ha podido matarle?

—Todos y ninguno. No me parece que nadie de la página que yo conozca sea capaz de hacer una cosa semejante.

—¿Sabes lo que es… el bromuro de pancuronio? —preguntó Camino echando un vistazo a sus notas.

—Es algún tipo de anestésico, en mi unidad también lo usan a veces los médicos para controlar las convulsiones. —respondió la mujer más interesada que recelosa por la pregunta— ¿Lo utilizaron para matarle?

—¿Es muy difícil sacarlo de un hospital? —pregunto Camino tratando de no darle importancia a la pregunta.

—Solo los médicos y las enfermeras tienen acceso a el medicamento pero supongo que si reconoces el envase y sabes dónde buscar no te resultaría demasiado difícil sacar unos cuantos viales de extranjis. No está especialmente vigilado como la morfina o los tranquilizantes.

—Entiendo, solo una última pregunta, ¿Qué hiciste en la madrugada del lunes al martes?

—Estuve tomando algo con unas compañeras hasta las seis de la tarde más o menos y luego me volví a casa, vi un rato la tele y me acosté pronto porque tenía turno de mañana al día siguiente.

—Entiendo, gracias por todo. —dijo Camino levantándose.

Las dos mujeres intercambiaron un par de frases de despedida y Camino se fue a buscar al agente Flores pensando que no podía eliminar a esa mujer de la lista de sospechosos a pesar de que la ventana de tiempo era muy justa ya que debió correr bastante para llegar a tiempo al trabajo. Otra cosa que llamó su atención es que Emilia era una mujer muy segura de sí misma, ni siquiera había vacilado en responder a la pregunta sobre el pancuronio a pesar de que la incriminaba.

El tener acceso a la droga y estar en un ambiente en el que podía haber aprendido la mejor forma de administrarla, unido a que debido a su trabajo estaba acostumbrada a hacer esfuerzos y manejar cuerpos muertos la hacía parecer una firme candidata.

Mientras el agente la llevaba de vuelta a la estación, Camino le dijo a Flores que como favor personal echasen un ojo esos días a la sospechosa, para ver si se comportaba de una manera rara.

Arjona tuvo coger el AVE en plena madrugada ya que no estaba dispuesto a coger el que salía al mediodía y perderse una noche de viernes en Madrid. Se pasó casi todo el camino durmiendo y cuando llegó a Santiago de Compostela apenas sabía dónde se encontraba. Una fina película de lluvia lo recibió a la salida de la estación obligándole a correr hasta la parada de taxis. El taxista un cincuentón barrigudo se frotó las manos cuando Arjona le indicó el puerto de Vigo como destino y se echó a dormir en el asiento trasero.

El taxista le despertó un poco más de una hora después . Arjona le dijo que le llevase al edificio de la lonja y después de pagar la abultada carrera y pedir una factura, se alejó del taxi en dirección a la nave de la lonja.

Al entrar, un guardia jurado se le acercó y el detective le mostró la placa y aprovechó para preguntarle si conocía a María del Carmen Castiñeira.

—Claro, todo el mundo la conoce aquí —dijo el segurata señalando a una mujer grande, de formas rotundas, con una brillante y abundante melena negra recogida en un apresurado moño con un boli Bic que pujaba con acento cantarín por diversas cajas de pescado y marisco.

Arjona se quedó en pie esperando y observando como la joven de veintipocos años se hacía con astucia con varias cajas de pescado y marisco aprovechando los movimientos de su cuerpo y expresiones procaces para despistar al personal que era masculino en su mayoría.

—¿Verdad que se le da bien? —comentó el guardia de seguridad admirando las esbeltas piernas de la joven que asomaban por la abertura del guardapolvos que llevaba.

Finalmente la joven ya tenía lo que quería y se volvió dando indicaciones a un ayudante para que se llevara las cajas mientras ella pasaba por la oficina para pagar el producto.

Cuando salió de la oficina, los ojos grandes y grises de la joven captaron al detective y primero denotaron interés por el desconocido para luego entrecerrarse con suspicacia.

—Buenos días señorita Castiñeira, soy el detective Darío Arjona de la policía Nacional de Madrid. Necesito hacerle unas preguntas.

—Tiene que ser algo importante para que vengas desde tan lejos. —dijo la joven con el cantarín acento gallego.

—Me temo que sí.

—Entonces será mejor que vayamos a un sitio más cómodo. ¿Has traído coche?

—No —respondió el detective.

La joven le guio hasta una vieja furgoneta C15 con el rótulo de su pescadería en los costados y le invitó a entrar sin ceremonias.

Carmiña, como insistió en que la llamase, se internó en el tráfico de Vigo que le recordó a Arjona a una mezcla de la locura suicida del tráfico en Madrid y las cuestas de San Francisco.

Tras veinte minutos de pitidos e insultos en gallego y portugués, llegaron a una pescadería en las afueras. La joven salió de la furgoneta seguida por Arjona, abrió la puerta de la pescadería y luego fue a la parte trasera de la C15 y agachándose cogió la primera caja de pescado. El detective se quedó quieto mirando el orondo culo tensar la tela del guardapolvo y las piernas blancas y tersas de la joven tensarse por el esfuerzo.

—Ya que está ahí, podría echarme una mano.

La joven no esperó la respuesta de Arjona y le puso una caja de pulpo en los brazos y cogiendo ella otra, le indicó con un gesto que le siguiese.

Hicieron un par de viajes mas hasta la cámara de la pescadería y cuando la furgoneta quedó totalmente vacía, la dejó abierta de par en par y llevó a Arjona a una pequeña oficina que tenía en la parte trasera donde se sentaron en dos sillas frente a frente.

—¿No vas a cerrar la furgoneta? —preguntó el detective extrañado.

—Sí, para que esté el resto del día cheirando a pescado. Esto no es la capital, a quién le va a interesar una furgoneta vieja y vacía.

El inspector se encogió de hombros pensando que en Madrid no se podía dejar una colilla en la calle sin encadenarla a una farola.

—Está bien ¿De qué querías hablarme?

—Se trata de Alex Blame… —empezó Arjona.

—¡Ah! Sí, un tipo simpático. —le interrumpió Carmiña — No tiene pelos en la lengua. ¿Qué ha pasado? ¿ Alguien le ha denunciado por injurias?

—No, me temo que es algo más grave. Ha muerto apuñalado. ¿No te habías enterado?

—La verdad es que no veo mucho la tele y el único noticiario que escucho es el de la gallega, ya sabe para enterarme del tiempo y las noticias locales. ¿Cómo ocurrió?

—Le mataron en su casa de ochenta y ocho puñaladas.—dijo Arjona esperando un gesto revelador de la joven que no llegó.

—¡Carallo! Alguien no le quería muy bien. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó la joven cruzando la piernas y haciendo que el guardapolvo se subiera mostrando una generosa porción de ellas.

—Verás, —dijo el detective tragando saliva—Sabemos que la víctima y tú frecuentabais la misma página web de relatos eróticos y el número de puñaladas coincide con el de relatos que tenía publicados en la web. Eso unido a que había muchos autores que odiaban sus comentarios…

—¡Ahora entiendo! —exclamó la joven sonriendo quitándose el bolígrafo y dejando que la larga melena escurriese por su hombros y se derramase por su pecho— Es por lo de que puse precio a su cabeza.

—Sí —dijo Arjona tragando saliva.

—Eso fue una tontería, en realidad me cabreé por una estupidez. Cuando escribo soy un poco pudorosa nombrando las partes… ya sabes… —dijo descruzando las piernas de nuevo— el caso es que utilizo toda clase de diminutivos a la hora de nombrarlas. Blame se dio cuenta e hizo sangre de ello. Yo me cabreé mucho en el momento pero la verdad es que me ayudó mucho y ahora a la polla le llamo polla y al chocho, chocho.

Durante unos segundos Arjona no pudo decir nada al ver a aquella chica tan explosiva hablando de sexo con tanta naturalidad. Antes de volver al interrogatorio tuvo que enumerar mentalmente dieciséis reyes godos para cortar una incipiente erección.

—¿Puede decirme dónde estuvo la noche del lunes al martes pasado?

—Estuve con mi madre toda la noche hasta las diez de la mañana que es cuando suelo abrir la pescadería.

—¿Su madre puede corroborarlo?

—Sí, aunque tiene ya ochenta y ocho años y ya está un poco chocha. —respondió la joven levantándose.

—Ochenta y ocho. Qué curioso, parece que este número me persigue. —dijo Arjona levantándose a su vez.

—¿Algo más?— preguntó la joven volviéndose para quitarse el guarda polvo y colgarlo de la silla.

Al darse la vuelta a Arjona se le cortó la respiración al ver como los pezones de la joven se le erizaban con el ambiente fresco de la pescadería haciendo relieve en el fino jersey beige.

La joven sonrió maliciosa y se paró unos segundos dejando que el veterano detective la observara unos instantes más.

Carmiña se dio la vuelta y le guio fuera de la oficina. Arjona le siguió, admirando el culo respingón apretado por una falda ajustada justo por encima de la rodilla.

—En realidad solo soy una mujer que intenta salir adelante y escribe en su escaso tiempo libre. —dijo la joven acercándose a una caja de percebes.

—¿Sabes cómo los llamo en uno de mis relatos? —dijo la joven dándose la vuelta con un percebe en la mano y fijando los ojos de largas pestañas en el detective.

—No —fue lo único que Arjona acertó a decir.

—Carallos de mar, —explicó ella acercándose el marisco a los labios— tienen la forma de una polla, cuando le quitas la parte de fuera queda lo más rico a la vista, suave y rosado y si no tienes cuidado al manipularlo te salpica la cara.

Arjona no pudo resistirse más y aprisionó a la joven contra el mostrador dándola un violento beso.

Carmiña gimió y se frotó contra el detective devolviéndole el beso convertida en pura lujuria.

En ese momento Arjona dejó de ser el detective, sustituido por el hombre que deseaba demostrarse a sí mismo que las películas que había estado viendo toda la semana no habían influido en su hombría.

Con la polla amenazando perforar su bragueta agarró a la joven por las caderas y le arremangó la falda deseoso de palpar y acariciar el interior de aquellos portentosos muslos.

—¡Vamos polizonte! ¡Fóllame! —exclamo Carmiña quitándose el jersey y enterrando la cabeza del detective en el profundo escote de su sujetador.

Arjona subió a la joven al mostrador y besó el escote y los pechos de la mujer por encima de la seda del sujetador mientras acariciaba con sus manos el interior de sus muslos.

Carmiña, ardiendo de deseo, tiró del pelo canoso del detective para acercarle a sus labios y poder darle una serie de violentos besos que el veterano policía devolvió con entusiasmo mientras bajaba la copas del sujetador y amasaba los grandes pechos de la joven.

Deshaciendo el violento combate de lenguas y saliva, Arjona bajó la cabeza recorriendo el cuello y el pecho de la joven con su lengua hasta llegar a sus pechos y sus pezones. Cogiendo uno de los pechos con sus manos se metió el pezón en la boca y lo chupó y lo mordisqueó hasta hacer a la joven gritar y retorcerse de placer y ansia.

Arjona siguió bajando por su vientre y su ombligo y arremangándole la falda hasta la cintura abrió las piernas de la joven tirando desesperadamente de su tanga.

—Sí, sí ¡Ven a mi lameiro de toxos! —dijo la joven abriendo aun más la piernas y empujando al detective hacia un abismo rizado y salvaje.

Arjona apartó con la mano el abundante vello negro y rizado que cubría el monte de Venus de la joven y acarició con su lengua el sexo húmedo y caliente. La joven gritó y empujó la cabeza del detective contra ella acompañando los lametones y mordiscos del detective con violentos movimientos de sus caderas.

Con su coño oscuro y chorreante de deseo la joven logró apartarse y sin dejar de mirar al inspector con aquellos ojos grises e hipnotizadores se quitó la ropa quedando totalmente desnuda ante él.

En instantes la piel blanca se erizo por el fresco ambiente de la pescadería haciendo contraste con el calor y los flujos que escapaban del pubis de Carmiña haciendo que Darío se muriese por entrar en ella.

La mujer se acercó a él y arrodillándose le bajó los pantalones y los calzoncillos dejando a la vista la tremenda erección del detective. Con una sonrisa pícara la joven acarició la polla de Arjona con su melena antes de metérsela en la boca.

El detective tuvo que apoyar los brazos en el mostrador creyendo que se derretiría como un helado ante los dulces chupetones de la joven. Tras unos pocos instantes tuvo que apartarla para no correrse en su boca.

Carmiña fue subiendo por la cintura y el pecho del poli arrancando ropa y arañando y mordiendo como una gata salvaje. Sus pechos grandes y ligeramente caídos se bamboleaban golpeando su polla convirtiéndose en una tortura que Arjona no pudo resistir más.

Cogiendo a la peixeira por las caderas la depositó sobre el mostrador y le metió la polla de un solo golpe. El miembro del detective entró con facilidad mientras la joven se quedaba congelada y soltaba un largo gemido. Arjona acarició sus pechos y pellizcó sus pezones haciendo que la joven volviese a agitarse excitada.

El inspector comenzó a moverse en el interior de la joven mientras ella se agarraba a él con desesperación insultándole y gimiendo con rabia.

Arjona aumentó el ritmo y la violencia de sus empujones a lo que la joven respondió clavándole las uñas y mordiendole a la vez que gritaba de placer.

Esta vez fue él el que se separó mientras la joven se tumbaba sobre el frió mármol y exhibía su cuerpo con la piernas abiertas sin ningún reparo. El detective disfrutó unos segundos de la vista del pubis cubierto de pelo oscuro y rizado y de los muslos blancos y apetitosos mojados con los jugos de su sexo antes de que la joven se diese la vuelta y volviendo la cabeza le invitase a seguir follándola con un gesto.

Arjona se acercó y agarrando su brillante melena tiró de ella para acercar los labios de la joven a los suyos. El beso se prolongó unos instantes que parecieron eternos mientras la polla del policía rozaba la vulva de la joven haciendo que el placer y el ansia de ambos se volviesen casi dolorosos.

Finalmente fue la joven la que sin dejar de besar a su amante cogió la polla con sus manos y tras acariciarla suavemente la introdujo en su interior con un jadeo.

Arjona empujó hasta que la polla entera estuvo enterrada en lo más profundo del coño de la joven y empezó a acariciar todo su cuerpo. Carmiña se puso de puntillas y comenzó a mover sus caderas gimiendo suavemente y disfrutando de unas caricias que electrizaban todo su cuerpo.

Arjona disfrutó unos segundos más de la ardiente necesidad de la joven antes de coger de nuevo su melena y penetrarla de manera salvaje, haciendo que todo el cuerpo de la joven temblase con cada embate.

Con dos alaridos la joven se corrió temblando descontroladamente en los brazos del detective que seguía empujando aunque más suavemente.

Tras unos instantes la joven se separó con un suspiro, se arrodilló ante Arjona y comenzó a masturbarle con dedos suaves y amorosos hasta que incapaz de contener más su placer se corrió salpicando la cara de la joven con su semen.

Con una sonrisa Carmiña se metió la polla en la boca y saboreó una última vez el rosado percebe.

Smallbird había vuelto a Madrid y después de una comida rápida en una taberna del centro mantuvo una charla bastante tensa con Carpene Diem, que resultó ser juez del tribunal supremo descartándole rápidamente como sospechoso por sus múltiples compromisos

De vuelta en la comisaría, llamó a los chicos para ver como les había ido en sus investigaciones.

Camino había descartado a Capacochinos que tenía coartada, ya que había estado toda la noche de juerga con sus compadres de cofradía (maldita la habilidad que tenían los andaluces de estar de juerga hasta los lunes por la noche) y se había quedado con deputacoña aunque la ventana horaria era un poco justa.

Carmen no había tenido demasiada suerte con su sospechoso y también mostró una coartada solida al estar en una silla de ruedas.

Por último cogió el teléfono y llamó a Arjona.

—Hola Darío —dijo Smallbird al notar que se había establecido la conexión.

—Hola jefe, —respondió el detective con una voz un poco rara que no se le escapó a Smallbird.

—¿Ya estás de camino? —preguntó Smallbird.

—Mmm… No jefe. —respondió el detective con un apagado ruido de fondo.

—¿No has conseguido hablar con tu sospechosa? —preguntó Smallbird sorprendido.— Creí que querías estar aquí lo antes posible.

—¡Eh! Sí. Esto… he tenido un imprevisto y… —ahora Smallbird oyó nítidamente una risa cantarina en el fondo de la conversación.

—¡Joder Arjona! —gritó el teniente—¿No me digas que te estás acostando con la sospechosa?

—Ella… Yo…

—Estúpido. Deja ahora mismo a esa fulana y ven para acá. ¡Me están dando ganas de meterte un paquete de tres pares de cojones!

—Lo siento mucho, jefe.

—Bah, bah, tú no lo sientes nada. Más vale que esa mujer sea inocente si no, no vas a encontrar una piedra los suficientemente grande dónde esconderte del comisario. Por lo menos habrás comprobado su coartada.

—Claro jefe, estuvo toda la noche con su madre…

—Sí una coartada genial, anda sal de esa cama y presenta un informe antes de tomarte el fin de semana libre. Espero que lo hayas pasado bien y no tengas que arrepentirte de esto mamón.

Smallbird colgó el teléfono no sabiendo si reír o desesperarse con el comportamiento de Arjona. El hombre era un excelente investigador pero no conocía a nadie tan enamorado de sacarle brillo a su pirola. En el fondo confiaba en su instinto y aunque la coartada de la mujer era bastante endeble, había que tener mucha presencia de ánimo para cepillarse al tipo que viene a investigarte si eres el asesino. De todas maneras no la eliminaría de la lista de sospechosos hasta estar totalmente seguro.

Eran ya casi las ocho de la tarde cuando Smallbird cogió el teléfono para hacer la llamada más temida:

—Hola Fermín… o debería llamarte Fiestaconcadáveres.

—Hola Leandro esperaba tu llamada desde hace unos cuantos días. —dijo una voz apesadumbrada al otro lado de la línea.

—Podías habérmelo puesto un poco más fácil. ¿Por qué no me lo has contado antes? —preguntó el teniente.

—No sé, supongo que fue por vergüenza. No estaba preparado para hablar con nadie de mi pasatiempo secreto, así que cerré el pico y esperé que la investigación te llevase por otros derroteros. —dijo el forense intentando justificarse.

—Tenemos que hablar cara a cara. —dijo Smallbird.

—Desde luego, Leandro, pero no ahí, ni tampoco aquí ¿Qué te parece terreno neutral?¿ Nos vemos dentro de una hora en el Rick´s?

—De acuerdo, en una hora.

Rick´s era uno de los pocos pubs que aun tenía el viejo ambiente de principios de los noventa, esos años nunca volverían. Era verdad que ahora cuando salías por ahí podías dejar la ropa de nuevo en el armario, pero tras la aprobación de la ley antitabaco los bares oscuros y neblinosos en los que podías encontrarte a una mujer fumando con la típica sonrisa a lo estoy de vuelta de todo, que tan bien interpretaba la Bacall, habían sido sustituidos por sitios luminosos y estridentes, llenos de jóvenes deportistas y anoréxicas modelos sin ningún tipo de glamour.

El lugar estaba semivacío y no le costó encontrar a Fermín sentado en una mesa de la esquina con un Gyntonic.

Smallbird pidió un Glenfiddich con hielo y se sentó frente a él.

—Aquí estamos, —dijo el teniente arrellanándose en la incómoda silla— ¿Te parece si vamos al grano y luego terminamos la copa tranquilamente?

—Por mí estupendo, Leandro. —respondió Fermín serio pero tranquilo—Pregunta lo que quieras.

—¿Cómo te iniciaste en Guarrorelatos? —preguntó Smallbird más con la intención de asegurarse de la sinceridad del forense confrontándole con un tema espinoso, que por el interés que pudiese tener para la investigación.

—Bueno, ya sabes que en nuestro trabajo se ve de todo y me dio por escribir algunas anécdotas. Publique los primeros cuentos en alguna Web de relatos normales pero el ambiente un tanto consanguíneo que reina en ellas, no me inspiró nada, así que cuando descubrí esta página, aderecé mis relatos con un poco de sexo y me fue tan bien que desde entonces no he parado de escribir.

—Entiendo… ¿Y Blame?

—Es, era un provocador. Tanto en sus relatos como en sus comentarios. No le gustaban las opiniones complacientes e incluso se metía con los lectores que le alababan. —respondió Fermín sin vacilar.

—Y tú ¿Cómo te llevabas con él?

—Mal como todo el mundo. A pesar de que los comentarios no influyen demasiado en mi moral, en ocasiones me sentía obligado a responder e invariablemente ese cerdo se las arreglaba para que terminásemos llamándonos de todo.

—¿Quién ganaba las discusiones? —preguntó Smallbird.

—Invariablemente él. Al final me cansaba y le decía alguna burrada o le mandaba a tomar por el culo. —dijo el forense.

— ¿Dónde estabas la noche del Lunes?

—Como te imaginaras tuve turno de noche por eso me encontraste en la escena del crimen. Tengo tres testigos en el instituto si dudas de mi palabra…

—Tonterías —dijo Smallbird aliviado—pero me hubieses evitado el disgusto hablando de ello antes.

—Lo siento mucho, yo creí…

Una llamada al teléfono del teniente interrumpió la conversación. El número no era conocido. Smallbird se disculpó y contestó a la llamada.

—Smallbird

—Hola, —dijo una voz agitada de mujer desde el otro lado de la línea— soy Vanesa Díaz la vecina de…

—Sé quién eres ¿Pasa algo? —pregunto el detective con las alarmas encendidas ante la voz ansiosa de la joven.

—Estoy muy asustada, creo que alguien me sigue….

Relato erótico: “Teniente Smallbird 6ª y última parte” (POR ALEX BLAME)

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7

—Está bien, tranquila. —dijo Smallbird despidiéndose de Fermín con un gesto apresurado y saliendo del pub en busca de su Ossa— No te pares, sigue caminando sin mirar atrás y dime dónde estás.

—En la calle Juan Quintero. —respondió la joven.

—Muy bien —dijo Smallbird montando en la moto y conectando el manos libres— Llegaré en cinco minutos. Sigue andando en dirección oeste.

—¿Oeste? —preguntó la joven confundida.

—Perdona, en dirección a la calle Arganda. —replicó el teniente esquivando el tráfico a toda velocidad— Ah, ahora párate y suelta un buena carcajada y procura que parezca real.

—Pero…

—No preguntes y hazlo —dijo Smallbird esquivando un camión de la basura por cuestión de milímetros.

Smallbird rezó para que el perseguidor no se diese cuenta mientras la joven lanzaba una carcajada que más bien parecía un relincho.

El detective siguió avanzando entre el denso tráfico de un viernes por la noche mientras seguía hablando con Vanesa para tranquilizarla y evitar que alarmase a su perseguidor.

Tres minutos más tarde estaba en la misma calle unos números más abajo.

—¿Puedes describírmelo sin tener que mirar atrás? —preguntó Smallbird mientras acercaba la Ossa a la acera izquierda y avanzaba a escasa velocidad buscando a alguien sospechoso.

—Un tipo alto, con vaqueros y una sudadera azul. Lleva la capucha echada sobre la cara así que no puedo decirte mucho más.

El detective siguió avanzando lentamente acercándose a la joven y procurando no llamar demasiado la atención. Doscientos metros más adelante lo vio.

—Vale, ya le veo … ¡No! —Gritó Smallbird al ver a Vanesa darse la vuelta instintivamente y mirar a su perseguidor y luego a él.

El hombre se dio cuenta inmediatamente y se lanzó a una corta carrera que le llevó a una boca de metro dónde desapareció en menos de diez segundos. Seguro de que había perdido la oportunidad de atrapar a aquel individuo avanzó hasta Vanesa y aparcó a su lado.

—Lo siento, —dijo la joven consciente de que había metido la pata— al oír que ya lo tenías no sé por qué, me volví para asegurarme de que estabas ahí. Lo he estropeado todo.

—No te preocupes. Lo importante es que estás bien. Sera mejor que vayamos a un sitio donde podamos hablar un rato. —Dijo el teniente acercándole a la joven un casco.

Smallbird arrancó la Ossa y la joven se sentó obediente tras él. El detective no pudo evitar un escalofrío al notar como la joven le rodeaba su cintura con sus brazos y pegaba los pechos contra su espalda.

El policía arrancó con suavidad y se alejó del lugar cogiendo un par de calles laterales. Llegó a una pequeña plazoleta donde había un bar de moteros y paró la Ossa delante.

—Coño Smallbird. —dijo el camarero, un hombre de metro noventa con el pelo rapado al cero y una larga perilla— Cuanto tiempo. ¿Y quién es esta belleza? ¿Es tú nueva choni?

—Es un historia muy larga, peludo, así que déjalo y pon un par de cervezas y unas bravas. —respondió Smallbird sentándose en la terraza y encendiendo un Marlboro.

La joven cogió la cerveza con manos aun temblorosas y le dio un largo trago. Smallbird no la apuró y esperó un rato hasta que la vio un poco más tranquila.

—Ahora cuéntame que ha pasado. —dijo el detective dando una última calada al cigarrillo y estrujándolo en el cenicero.

—Este mediodía salí de casa para ir al trabajo y cuando entraba en la cafetería me pareció ver un figura colándose fugazmente en un portal. —comenzó Vanesa con un suspiro—Cuando terminé a eso de las ocho, al abrir la puerta del local vi a alguien con una sudadera azul sentado tres portales más abajo al otro lado de la calle. En cuanto me dirigí a la acera, la figura se levantó sacudiéndose los pantalones y vi por el rabillo del ojo como me seguía sin cambiar de acera, a unos cincuenta metros de distancia.

—Procuré no darle importancia y fui al centro a hacer unas compras de última hora. Al salir del supermercado, me pareció verle de nuevo así que decidí coger un par de calles aleatoriamente. Aproveché un semáforo en una esquina para asegurarme de que me seguía y allí estaba de nuevo a unos cincuenta metros fingiendo observar un escaparate. Fue entonces cuando cogí el teléfono y te llamé.

—Lo has hecho muy bien —dijo Smallbird— y no te mortifiques por ese último error, me hubiese sido difícil detener a ese hombre yo solo. ¿Sabes de quién puede tratarse?

—No tengo ni la más remota idea. —dijo ella confundida.

—Tranquila, lo encontraremos, solo es cuestión de tiempo. —mintió el teniente recurriendo a todas sus dotes de interpretación— Mientras tanto, ¿Tienes algún sitio dónde quedarte?

—La única persona que conozco aquí es mi tío —respondió ella con el rostro crispado por la angustia— y evidentemente no me gustaría volver allí ni por todo el oro del mundo.

—De acuerdo. —dijo el detective haciendo una seña al camarero para que les pusiese un par de cervezas más—Lo único que se me ocurre es que pases la noche en mi casa. Mi piso no es gran cosa pero el sofá es cómodo.

—No quiero molestar…

—Tonterías no molestas para nada. Mañana haré un par de llamadas y conseguiré una habitación en una casa de acogida, allí estarás segura.

La joven asintió y bebió la segunda cerveza con un gesto de alivio. Smallbird se recostó en la silla y la observó beber la cerveza y comer las patatas con tranquilidad por primera vez en toda la semana. Sus bonitos ojos grises brillaban de agradecimiento, no sabía si eso era bueno o malo.

Lo primero que hizo Smallbird al entrar en casa fue disculparse por el lamentable estado en el que estaba. Fueron al salón y abrió el sofá-cama para ella. Entre los dos le colocaron las últimas sábanas que le quedaban limpias y le dio una manta por si tenía frío durante la noche.

Vanesa no se había traído nada consigo, afortunadamente Julia se había dejado algo de ropa vieja al irse que el teniente no había tenido ni tiempo ni ganas de tirar a la basura y pudo darle a la joven un camisón algo ajado pero aun utilizable.

Le preguntó si necesitaba algo más pero la joven dijo que estaba agotada por las emociones del día y que iba a acostarse. Smallbird tenía planeado ver un rato la tele pero con el salón ocupado optó por sacar una botella de Whisky de la nevera y leer un libro de criminología que había comprado hacía ya un mes y que aun no había ojeado siquiera.

Una hora más tarde estaba profundamente dormido.

8

Smallbird despertó tarde el sábado con el ruido de alguien trajinando al otro lado de la puerta de su dormitorio. Lo primero que hizo fue echar mano de la pistola reglamentaria que siempre guardaba en el cajón de la mesita. Luego se dio cuenta de que tenía una invitada y volvió a meter la pistola en el cajón mientras encendía su primer cigarrillo del día. Expulsó el aire con satisfacción mientras se preguntaba qué demonios estaría haciendo Vanesa para meter tanto ruido.

Finalmente, guiado por la curiosidad, se levantó de la cama y se puso una bata para salir de la habitación. Por un momento pensó que le habían cambiado el piso mientras dormía. El salón estaba recogido y todas las superficies estaban brillantes y libres de polvo.

En ese momento se dio cuenta de que la ceniza del cigarrillo estaba a punto de caer y con un sentido de culpabilidad buscó un cenicero donde depositar la colilla.

Inmediatamente encendió otro cigarrillo y cogiendo el cenicero para llevárselo consigo se dirigió a la cocina donde veía a la joven moverse a través del cristal traslúcido que les separaba.

El detective abrió la puerta y estuvo a punto de tirar el cenicero al ver a la joven de espaldas a él rascando la vitrocerámica con vigor.

Smallbird vio el culo de la joven pálido y redondo adivinarse a través de la desgastada tela del viejo camisón moverse y temblar exquisitamente.

—Buenos días dormilón. —dijo la joven dándose la vuelta al percatarse de la presencia del detective.

Las formas de Vanesa eran más rotundas que las de Julia y todas sus curvas estiraban y tensaban la tela y las costuras del camisón amenazando con desintegrarlo.

—¿Quieres desayunar algo? Preguntó ella cogiendo la jarra de la cafetera y llenando una taza para él.

—Gracias, con el café bastará —respondió el detective— ¿Qué tal has dormido?

—Muy bien, el sofá es muy cómodo.

—No tenías por qué haber limpiado esta leonera. —dijo el detective.

—No ha sido nada, además necesitaba compensarte por lo que has hecho por mí. —replicó la joven sentándose frente a él y dejando que uno de los tirantes del camisón resbalase de su hombro.

La joven clavó aquellos ojos grises y grandes en los de Smallbird. El detective bajó la mirada y se concentró en el café intentando no revelar la profunda excitación que estaba experimentando.

Cuando el teniente terminó su café la joven se levantó e inclinándose recogió la taza. Smallbird no pudo evitar echar un vistazo por el escote del camisón y observar una buena porción de los pechos redondos y pesados de la joven comprimidos por la tela de la prenda íntima.

Vanesa no esperó más y acercó su boca a la del detective dándole un suave beso.

—No Vanesa, —dijo Smallbird intentado parecer convencido de lo que decía— No es necesario nada de esto.

—Lo sé —dijo ella— pero quiero hacerlo.

El detective intentó resistirse pero la joven volvió a fundir sus labios con los del policía mientras se remangaba el camisón y se sentaba a horcajadas sobre él. Smallbird se rindió finalmente y acarició los muslos y el culo de Vanesa mientras le devolvía el beso.

Poco a poco los besos se hicieron más profundos a la vez que las caricias se volvían mas rudas y anhelantes. Smallbird tiró del camisón hacia abajo dejando a la vista uno de los pechos de la joven; era grande y redondo con el pezón grande y rosado. El detective lo estrujó y lo sopesó antes de metérselo en la boca.

Vanesa gimió y quitándole la bata de un tirón frotó su sexo desnudo contra la pierna del detective.

Smallbird sintió el calor y la humedad que emanaba del interior de la joven y se rindió finalmente. Agarrando a la joven por el culo la acercó contra él besándole el cuello y la barbilla. Vanesa se revolvió inquieta buscando el pene erecto del detective bajo ella, lo sacó del boxer y lo acarició con suavidad haciendo que el detective suspirara ahogadamente.

Con una sonrisa la joven se puso de puntillas y se introdujo la polla de Smallbird lentamente, disfrutando de cada centímetro y haciendo disfrutar al detective.

Vanesa se agarró a su cuello y comenzó a subir y bajar por la polla de él atravesada por escalofríos de placer. Smallbird se limitaba a dejarse hacer contemplando el cuerpo de la joven vibrar y retorcerse con sus besos y sus caricias.

Con un empujón levantó a Vanesa y la tumbó sobre la mesa, haciendo una pausa contempló el cuerpo rotundo y acarició el vello rubio que cubría el monte de Venus de la joven. Separándole las piernas con suavidad se inclinó sobre ella y le acarició el sexo con los labios. La joven se estremeció y arqueó el cuerpo con el contacto.

El detective saboreó los flujos que escapaban del coño de Vanesa sorbiendo y lamiendo con violencia las partes más intimas de la joven haciéndola gritar de placer.

Finalmente se incorporó y la penetró. Vanesa tenso su cuerpo, ciño sus piernas contra las caderas del detective y desvió la vista a sus ingles observando cómo entraba y salía la polla de su sexo provocándole un intenso placer con su dureza y su calor.

La joven se incorporó un instante solo para besar de nuevo al detective y después de entrelazar sus manos con las de él volvió a tumbarse abandonándose al placer cada vez más intenso hasta que no pudo más y se corrió.

Smallbird contempló a la joven retorcerse y sacudirse involuntariamente asaltada por el orgasmo. Cogiéndola por el cuello la atrajo hacia sí y besó sus pechos y su cuello disfrutando del placer de la chica como si fuese el suyo propio.

Con un fuerte suspiro la joven dejo de estremecerse y se quedó unos instantes desmayada en brazos de su amante antes de apartarle y arrodillarse frente a él.

Smallbird sintió como ella asía su miembro con sus manos y lo masturbaba golpeándolo contra su boca y sus pechos. El detective gimió y metió su polla entre los sudorosos pechos de la joven. Cada vez más excitado comenzó a follar las suaves tetas de la joven mientras ella las apretaba con sus manos.

Smallbird se corrió instantes después regando los pechos de Vanesa con su semen.

Vanesa sonrió y se acarició los pechos mientras el detective jadeaba intentando recuperarse, pero antes de que pudiese derrumbarse sobre la silla y fumar un cigarrillo notó como una boca insaciable se cerraba en torno a su polla chupándola y mordisqueándola hasta que estuvo totalmente erecta de nuevo.

Smallbird se sentía agotado pero la excitación era mucho más fuerte y siguió a la joven que le llevaba de la mano hasta el sofá del salón, aunque no la dejó llegar. Agarrándola por las caderas le empujó contra la pared más cercana y le metió la polla hasta el fondo.

Vanesa separó las piernas y retrasó el culo para que el detective le follase con más facilidad.

Smallbird agarró su culo y tiró de él al ritmo de sus empujones. Los dedos del detective se hundían en el suave culo de la joven mientras la polla penetraba en su coño haciéndole aullar de placer.

El tiempo se volvió borroso mientras se separaban y volvían a juntarse de nuevo en el sofá. Smallbird le besó de nuevo inundando la boca de la joven con el sabor de sus Marlboros, mientras empujaba dentro de su cálido interior hasta que Vanesa se corrió de nuevo.

El teniente sacó su polla y se masturbó unos segundos más hasta eyacular sobre el suave vello rubio que cubría el pubis de la joven.

Smallbird se tumbó al lado de la joven y encendió un pitillo mientras esta se acariciaba el pubis con gesto ausente.

—¿Te arrepientes de haberlo hecho? —preguntó la joven jugando con los rizos de su entrepierna.

—No es eso. Solo que obviamente no debo acostarme con los testigos o los sospechosos de un asesinato.

—¿Soy testigo o sospechosa? —preguntó la joven acariciando el miembro inerte del detective.

—Aun no lo he decidido. —mintió Smallbird dando una calada a su Marlboro.

9

—¡Vaya cara! —exclamó el comisario al ver las ojeras de Smallbird aparecer por la puerta—Deberías beber menos y dormir más. Eres uno de mis mejores investigadores y no me puedo permitir perderte.

—Hola jefe. —saludó el detective poniendo cara de circunstancias y callándose la verdadera causa de las ojeras.

Vanesa había resultado insaciable y habían pasado el fin de semana bajo las sábanas follando como animales. Mientras hablaba con Negrete notificándole la falta de novedades y las pocas posibilidades que había de que sus sospechosos fueran realmente los asesinos de Blame se preguntaba cómo iba a mirar a Arjona, al que había abroncado el viernes pasado por hacer lo que había estado haciendo él todo el fin de semana.

Después de que el comisario volviese a echarle la bronca por la falta de resultados y le apremiase para que resolviese el caso de una puñetera vez se reunió con sus investigadores. Los informes que les presentaron no fueron alentadores. No parecía haber ningún hilo del que tirar.

—Bien, Carmen, aunque parece poco probable tú y Arjona investigaréis más a fondo a la enfermera y a la pescadera. —dijo Smallbird— Camino ponte de acuerdo con Lopez y turnaros para vigilar la cafetería de Vanesa. El viernes por la tarde alguien siguió a Vanesa desde el trabajo. El resto quiero que investigue sobre el bromuro de pancuronio. Es una droga no demasiado común. Quiero saber todo sobre ella y si es posible investigar recetas que se hayan extendido para particulares fuera de los hospitales.

Smallbird despidió a todos no muy convencido de que saliese algo de aquella búsqueda pero al menos tendría a la gente ocupada hasta que se le ocurriese algo mejor. Con un suspiro se estiró y cerró los ojos para “meditar” un rato en soledad. Aquel caso le iba a volver loco pero estaba tan cansado que apenas podía pensar.

—¡Jefe! —dijo Gracia entrando como una tromba y rompiendo la serenidad del despacho— ¡Creo que tengo algo!

—¿Qué demonios? —gruñó Smallbird al despertarse sobresaltado.

—¡Oh! Lo siento señor. —dijo la joven un poco azorada sin saber que hacer—¿Quiere que vuelva luego?

Smallbird se desperezó y miro el reloj, había dormido toda la mañana. Cuando logró enfocar la vista al fin, vio a Gracia ante él con una sonrisa tímida y el portátil en el regazo.

—Dime, Gracia. —respondió Smallbird sin cambiar su postura relajada.

—He estado pensando que solo hemos estado investigando una vertiente del caso pero nos hemos olvidado de que la mayor parte de los comentarios los hacen los lectores.

—¿Estás insinuando que puede haber un fanático entre los admiradores de estos autores? —preguntó el teniente poniendo los pies sobre el escritorio con un suspiro de placer.

—O Blame cabreó a quién no debía.

—No es mala idea. Yo también he estado reflexionando sobre cómo diablos logró el asesino averiguar la identidad de Blame y llegué a la conclusión de que la única manera es que lo conociese en persona.

—Tienes razón. —dijo Viñales— Bastante gente conocía al Alex Blame de internet y también hay gente que conocía al Alex Blame de carne y hueso, pero apuesto a que hay muy poca gente que conozca las dos caras del personaje.

—Exactamente —repuso Smallbird sonriendo— podrías hacer un programa que cruce las identidades de los usuarios de guarrorelatos y cualquier cosa que pueda relacionar a los usuarios con el Blame de carne y hueso, direcciones, el banco para el que trabajaba, el pizzero que le traía la comida a casa y cualquier otra cosa que se te ocurra.

—De acuerdo jefe.—dijo la joven — Ya estoy en ello.

Cuando Gracia se hubo ido el teniente se quedó reflexionando. Tenía que haber algo que pudiese hacer a parte de esperar. Tras unos minutos dándole vueltas al asunto no pudo llegar a ninguna otra conclusión; tendría que usar a Vanesa de cebo.

—Bien. —comenzó Smallbird dejando sobre la mesa media docena de Smartphones— Vamos a tender una trampa a ese mamón.

—¿Para qué necesitamos los móviles? —preguntó Viñales desorientada.

—¿Se puede saber qué demonios os enseñan en la academia? —dijo Arjona.

—Vamos a realizar un seguimiento a un sospechoso. —le explicó Smallbird con paciencia— Todo el mundo se fija en alguien intentando ocultar un pinganillo colgando de la oreja mientras habla solo, pero nadie se fija en un tipo enviando un wasap mientras camina por la calle.

—Entiendo. —dijo Gracia— ¿Puedo participar en el seguimiento?

—Desde luego. —dijo Smallbird dándole uno de los móviles— Te lo has ganado.

—¿A quién vamos a seguir? —preguntó Carmen.

—Tenemos razones para pensar que el asesino es alguien del entorno cercano de Blame y quizás sea el desconocido que persiguió a Vanesa la tarde del viernes.

—¿Por qué iba a estar interesado en Vanesa el asesino?—dijo Arjona.

—No sé, igual vio a la chica salir del coche patrulla cuando la llevamos a casa tras el interrogatorio, o piensa que puede haber visto u oído algo. ¿Quién sabe? En fin, eso lo dejaremos para cuando atrapemos a ese cabrón. Voy a hablar con Vanesa y le voy a indicar una ruta que debe seguir cuando salga del trabajo. Nos apostaremos por tramos y vigilaremos a la joven y a cualquiera que le siga. Gracia, tu iras conmigo, el resto se apostaran por esta ruta y les seguiremos hasta la calle Buendía dónde le atraparemos. Camino, sustituirás a López en la vigilancia de la cafetería y en cuanto desaparezca el sospechoso irás con el coche a cortarle el paso. ¿Alguna pregunta?

Después de la charla se dirigió a casa. En cuanto atravesó la puerta Vanesa se lanzó sobre el totalmente desnuda y Smallbird no pudo resistirse. Acorralándola contra la pared se la comió a besos acariciando sus pechos y su sexo. Segundos después estaba tumbado encima de la joven follándola sobre el suelo. Smallbird no tuvo piedad y eyaculó dos veces dentro de ella antes de poder apartarse de la joven satisfecha y cubierta por el sudor de ambos.

Vanesa suspiró y se abrazó al teniente mientras este fumaba un Marlboro intentando relajar su agitada respiración. No pudo evitar un ramalazo de culpabilidad cuando la joven mirando a los ojos del detective aceptó inmediatamente su plan.

Eran las cuatro de la mañana cuando Vanesa salió de la cafetería a paso ligero. Desde el coche, Camino vio como una sombra salía de un portal cercano. Camino envió un wasap a sus compañeros y esperó unos minutos antes de arrancar el coche camuflado e ir a situarse en posición.

Arjona fue el primero en ver pasar a Vanesa y a su perseguidor. Fingió vomitar contra una farola mientras enviaba un nuevo wasap. Cuando los objetivos desaparecieron en la siguiente esquina, corrió por una calle lateral para ponerse en el siguiente puesto.

La noche era oscura y una tenue niebla lo envolvía todo con su humedad. Gracia y el teniente esperaban en su puesto fingiendo ser una pareja que charlaba antes de despedirse. Se habían metido en un portal oscuro en la acera opuesta a la que utilizarían sus objetivos en unos instantes. Smallbird miró hacia la calle. Aun no se veía a nadie. Desvió la mirada un momento, Gracia temblaba ligeramente probablemente fruto de la excitación del momento. Era la primera vez que hacía una vigilancia y se la veía notablemente emocionada.

—Tranquila, en realidad esta es la tarea más aburrida del mundo. —dijo el teniente guiñando el ojo para tranquilizarla.

—Lo sé. —respondió ella con sus bonitos ojos chispeando de emoción— Pero no puedo evitarlo. Es la primera vez que me siento una policía de verdad desde que salí de la academia…

La conversación se interrumpió porque Vanesa acababa de aparecer por la esquina y se dirigía hacia ellos por la otra acera. Veinte segundos después una sombra apareció por la esquina moviéndose con cautela. En ese momento la sombra se paró indecisa y de repente cruzó la calle dirigiéndose directamente hacia los dos policías.

Smallbird se quedó petrificado observando como el hombre se acercaba directamente hacia ellos.

Fue Gracia la que reaccionó con presteza y abrazándose a Smallbird le besó.

Samllbird le devolvió el beso y se abrazó a la novata. Mientras se deleitaba con el sabor dulce y joven de la boca de su compañera, con los ojos entreabiertos observaba al desconocido pasar a su lado con el rostro oculto bajo una capucha.

Smallbird agarró más fuerte a Gracia y la giró para poder seguir al desconocido con la mirada. Justo en ese momento Vanesa se giró para tomar la siguiente esquina y no pudo evitar echar un vistazo. El teniente notó como los ojos de Vanesa se posaban en él echando rayos y centellas.

—¡Buf! Ha estado cerca. —dijo la joven deshaciendo el abrazo.

—Has estado muy bien. Tienes madera. Quizás siga llamándote cuando necesitemos apoyo. —dijo Smallbird mientras se dirigían al lugar de la emboscada.

La calle Buendía era una callejuela estrecha, recta y solitaria. Quince minutos después Vanesa entraba en ella taconeando con decisión. Su perseguidor vio la oportunidad y comenzó a acercarse. Cuando estaba apenas a diez metros los policías ocultos a lo largo de la calle pudieron ver como el hombre sacaba un cuchillo del bolsillo de la sudadera. Smallbird no esperó más y salió de un portal.

—¡Alto policía!

Vanesa siguió las instrucciones del teniente. Salió corriendo como una bala y no paró hasta caer en brazos de Arjona pegando su cuerpo al del detective mientras miraba a Smallbird.

El desconocido se giró sorprendido, primero hacia el teniente y luego hacia todos los policías que le rodeaban acercándose a él con las armas desenfundadas.

El tipo tardó un segundo, pero con un grito de rabia enarboló el cuchillo y se lanzó sobre el teniente. Smallbird no se lo esperaba pero reaccionó con rapidez y desvió el brazo con el que blandía el arma mientras le arreaba un golpe con la Beretta en el pómulo.

El desconocido se derrumbó y soltando el cuchillo se agarró el rostro dolorido.

—¡Quedas detenido imbécil! —dijo el teniente sacando las esposas.

Smallbird se agachó y sin delicadeza echó los brazos del desconocido hacia atrás y lo esposó.

Arjona se acercó y le ayudó a Smallbird a levantar al hombre que aun se quejaba por el golpe. En cuanto el asesino estuvo en pie, el detective retiró la capucha.

El rostro del casero de Vanesa apareció ante los ojos de los presentes, con cara de pocos amigos y un hilo de sangre corriendo por su mejilla.

El teniente mandó a Vanesa a casa acompañada por Arjona y se fue directamente a la casa del sospechoso mientras el comisario sacaba a un juez de la cama para conseguir una orden de registro.

Dos horas en la casa del asesino bastaron para que la científica encontrase restos de sangre limpiados apresuradamente en el suelo del baño y en la cocina. También habían encontrado en la basura varios viales de bromuro de pancuronio a punto de caducar vacios y alguno lleno en un armario de la cocina.

Una búsqueda en el historial de su ordenador les permitió averiguar que visitaba la página de Guarrorelatos como lector, con el nick de Arrascamelasbolas. Una sencilla investigación les permitió averiguar cómo los intercambios entre él y la víctima habían sido agrios y frecuentes.

Tampoco le costó a Smallbird deducir que el sospechoso admiraba especialmente el trabajo de Rajaquemoja y casualmente todos los competidores de la autora recibían un terrible en la puntuación, independientemente de la calidad de sus trabajos para favorecerla. Smallbird se volvió a la comisaría donde el casero asesino les esperaba, seguro de que Gracia sería capaz de probar que el sospechoso efectivamente era el origen de aquellas valoraciones.

Desde el otro lado del cristal camuflado, el sospechoso esperaba sentado y esposado con la mirada perdida en el vacío. Tras la detención le habían llevado a la sala de interrogatorios y le habían hecho esperar mientras registraban su casa en busca de huellas y procesaban el cuchillo en busca de restos de la víctima. Smallbird fumó un último Marlboro mientras observaba al sospechoso aparentemente impasible antes de comenzar el interrogatorio.

— Carmelo García Castillejo. —dijo Smallbird depositando una gruesa carpeta sobre la mesa—Nacido en Navalmoral de la Mata hace cincuenta y tres años. Sin oficio conocido aparte de administrar un edificio de… doce viviendas que heredó junto con su hermano. Bernardo era buen chico pero tenía unos ataques epilépticos tremendos ¿No?

Carmelo siguió con la mirada fija en la pared sin decir nada de nada, aunque una ligera mueca de desagrado le indicó a Smallbird que había acusado el golpe.

—Tan tremendos —continuó Smallbird— que tenías que inyectarle bromuro de pancuronio para aliviarle… No me imagino la fuerza que hay que tener para inmovilizar e inyectar por via intravenosa ese anestésico a un adulto mientras se mueve espasmódicamente… Por cierto lamento lo de su muerte.

El sospechoso continuó sumido en un hosco silencio y ni siquiera mostró curiosidad cuando Smallbird se levantó dejando la carpeta abierta.

—No voy a aburrirte con los detalles, pero tengo que decir que nos tenías totalmente desorientados señor Arrascamelasbolas. Lamento los de las esposas ¿Le pican mucho en estos momentos?

Más silencio por toda respuesta.

—No hace falta que digas nada, tenemos suficiente para encerrarte sin tener en cuenta el intento de asesinato a mi persona y la resistencia a la autoridad. —dijo Smallbird intentando hacerle reaccionar— Hemos encontrado los viales de pancuronio vacios y restos de sangre por toda la casa, lo único que me falta por saber es como un tipo como tú es capaz de cometer una salvajada semejante.

Carmen entró en ese momento y dándole una carpetilla al teniente, le dijo algo al oído y se retiró rápidamente.

—Ya está —dijo Smallbird tendiéndole la carpeta al sospechoso— Hemos encontrado rastros de sangre del asesino en el arma que portabas y es del mismo grupo sanguíneo que Alex Blame. Mañana estará listo el análisis de ADN que lo confirmará. No necesito que hables para ponerte treinta años a la sombra pero no me creo que quieras ir al trullo sin dar ninguna explicación y quedar como un puto chalado.

—Ese tipo merecía morir. — le espetó Carmelo.

—¿Por qué no me explicas lo que paso? Solo quiero entenderlo.

—Era un cabrón. La primera noticia que tuve de él fue en la página de relatos. Veía como se metía con los autores y los intimidaba hasta el punto de que algunos dejaban de escribir. Durante un tiempo leí y disfruté de sus relatos que eran imaginativos y graciosos pero terminé por cansarme de que tratase a todo el mundo como si fuese una mierda. Cuando se metió con Rajaquemoja fue la gota que colmó el vaso y decidí enfrentarme a él.

—Pero no fue muy bien. —añadió Smallbird animando al asesino a continuar.

—La verdad es que el tío tenía respuesta para todo y encima mientras más te cabreabas más se divertía él poniéndote en evidencia. Aun así no dejé de intentarlo.

—Y entonces fue cuando lo conociste.

—Al principio creí que era una casualidad a pesar de lo raro del nombre, pero el día que le lleve la copia del contrato de compraventa del piso vi como tenía la página de guarrorelatos en el ordenador y me convencí de que era él.

—Y ese fue el momento en que decidiste matarlo.

—No estoy tan zumbao. Aunque se me pasó por la cabeza, ya que no me imaginaba como iba a poder compartir portal con ese ejemplar, lo pensé mejor y no me resultó difícil acostumbrarme ya que apenas salía de casa y nunca me cruzaba con él en el portal pero entonces llegó Vanesa y todo cambió.

—¿Y eso?

—Era una joven muy dulce, siempre me saludaba con una sonrisa aunque llegase agotada por el trabajo. —dijo el hombre con semblante soñador— Llegamos a ser amigos pero entonces, de repente, se volvió reservada e iba por ahí con el rostro pálido y contraído por un rictus extraño que no sabía cómo interpretar. Un día, mientras limpiaba las escaleras, vi como ese cabrón de Blame salía del piso de Vanesa subiéndose la bragueta con aire satisfecho. No pude evitarlo, me acerqué a la puerta de Vanesa y distinguí el llanto que salía del interior de la casa. Mi primer reflejo fue llamar a la puerta e intentar consolarla…

—Ya veo. —dijo Smallbird dándole tiempo a Carmelo para que organizara sus pensamientos.

—… Pero al final no lo hice. Sabía perfectamente que aquel cabrón no pararía hasta destruir a la joven y convertirla en una puta barata. Además, decidí que no solo lo mataría, sino que le haría sufrir todo lo que había hecho sufrir a un montón de gente. Vigilé los movimientos de los inquilinos durante una semana y descubrí que no sería difícil entrar y salir del piso de Alex sin que me vieran, así que el lunes siguiente llamé a su puerta. Me colé en su piso con la excusa de que Hacienda me pedía ciertos datos suyos para la declaración de la venta del piso y cuando se dio la vuelta le inmovilicé agarrándole por detrás como hacía con mi hermano cada vez que sufría una crisis y le inyecté la dosis de pancuronio que tenía preparada en la yugular.

Smallbird no pestañeo siquiera mientras Carmelo contaba como había tumbado a Alex inmovilizado sobre el suelo pero totalmente consciente del dolor y de lo que le iba a pasar.

—Pude ver en aquellos ojos porcinos como el terror invadía hasta la última fibra de su ser mientras se cagaba y se meaba encima por efecto de la droga y del miedo. —dijo el asesino regodeandose en el recuerdo— A continuación cogí el cuchillo y se lo clave lenta y metódicamente en distintas partes del cuerpo, procurando no matarle mientras leía sus relatos.

—Hasta que se te fue la mano.

—En un momento determinado la anestesia se disipó lo suficiente como para poder hablar… y el muy cabrón se rio de mí y me dijo que no tenía ninguna imaginación. Perdí lo nervios y le clavé el cuchillo en el pecho. Después de eso no tardó demasiado en morir.

—Esto lo entiendo, pero entonces por qué has intentado acabar con Vanesa, si era a ella a quién querías proteger.

—Esa desagradecida me trató como si no le hubiese hecho un favor. Cuando volvió del interrogatorio nos encontramos en portal y en vez de mostrarse aliviada se mostró esquiva y alterada, parecía al borde de las lágrimas y apenas se paró a hablar conmigo.

—¿Para qué la perseguiste aquella tarde?

—Le seguí para poder hablar con ella tranquilamente y contarle que no volvería a dejar que le pasase nada. Pero cuando te llamó y te la llevaste en la moto me di cuenta que había sido un iluso. Probablemente le gustaba lo que Alex le hacía y ambos se reían de mí mientras leían mis comentarios y me ponían a parir.

—¿Y eso bastó para querer matarla? —preguntó Smallbird sorprendido del grado de perturbación de aquella mente.

—¡Me traicionó! ¡Salve el culo de esa putilla! ¡Y lo único que conseguí fue ver cómo caía en los brazos de un asqueroso poli! —respondió Carmelo mirándo a Smallbird con desprecio.

—Buen trabajo Smallbird —dijo el comisario dándole al detective varias sonoras palmadas en la espalda. Tenemos la confesión completa de ese pirado. Va a pasar unos cuantos años a la sombra.

—No sé, jefe, a mi me da la impresión de que si los abogados juegan bien sus cartas podría terminar en una institución mental. —replicó el teniente.

—No seas iluso, lo único que está más atestado y masificado que las cárceles son los psiquiátricos. Te garantizo que ese tipo acabará como todos los asesinos psicóticos, en la cárcel, que es el único sitio donde no harán ningún daño a nadie.

—Supongo que tienes razón. Pero ese tipo quizás merezca una oportunidad. Siempre estuvo solo, con su hermano por única compañía hasta que este murió y se quedó totalmente solo. Probablemente escogió a Vanesa como el siguiente objeto de su protección.

—En cualquier caso ese jamado está bien fuera de circulación. —dijo el comisario Negrete— Tómate el día libre, yo me voy corriendo al ayuntamiento a informar a esa panda de tiralevitas, a recibir palmaditas y buenas palabras para variar.

Eran casi las once de la mañana cuando Smallbird salió con su Ossa del garaje de la comisaría. El cansancio de una noche de tensión se dejaba notar y abrió la visera del casco para que entrase aire fresco y le despejase un poco. Veinte minutos después estaba en casa.

En cuanto entro en el piso, vio acercarse a Vanesa vestida únicamente con una de sus camisas. El teniente sonrió al ver esas piernas pálidas y firmes y no pudo evitar una punzada de deseo.

—Hola…

—¡Cabrón! —dijo la joven cortándole el saludo y dándole un bofetón con todas sus fuerzas.

Smallbird recibió el primer golpe sorprendido pero cuando Vanesa intentó repetirlo le cogió la muñeca y se lo impidió.

—¿A qué viene esto? —preguntó sorprendido el detective.

—¿Te crees que soy tonta? Anoche vi como besabas a la poli esa en medio de la calle. Todos los hombres sois unos cerdos. —respondió Vanesa intentando deshacerse de la presa de Smallbird sin éxito.

—Si viste el beso también pudiste ver como el asesino se nos echaba encima y estaba a punto de descubrirnos. El beso desvió la atención del sospechoso y además tapó mi cara que podía haberle resultado conocida. Entre Gracia y yo no hay nada.

—¿Cómo puedo creerte? —dijo Vanesa revolviéndose de nuevo.

—Porque estoy enamorado de ti. —admitió Smallbird sintiéndose ridículo por la situación.

Antes de que la joven pudiese decir nada, el detective la empujó contra la pared con las muñecas en alto y la beso con violencia. Smallbird exploró su boca y se apretó contra la joven hasta dejarla casi sin aliento, disfrutando del contacto con sus pechos.

—Hasta hace tan solo tres días me despertaba todos las mañanas abrazado a una botella de Jack Daniels, ahora me despierto y te tocó solo para asegurarme de que eres real y no producto de un delirio alcohólico. —dijo Smallbird deshaciendo el beso para tomar aire.

—Mentiroso… —dijo ella intentando resistirse sin ninguna convicción.

Antes de que dijese nada más Smallbird volvió a besarla disfrutando del sabor a fruta de su boca y le soltó los brazos. Vanesa se quedó en la misma postura con los brazos en alto mientras el detective metía las manos por debajo de la camisa y le acariciaba el vientre y los pechos disfrutando de la suavidad y el calor de su piel. La joven suspiró y tembló ligeramente ante el contacto, interrumpiendo el beso solo para respirar.

De un tirón arrancó la camisa de Vanesa dejándola totalmente desnuda. Smallbird retrocedió unos centímetros y admiró el cuerpo rotundo y juvenil de Vanesa respirando aceleradamente por la excitación. El detective se sentía como una especie de vampiro aprovechándose de la vitalidad y la juventud de aquel cuerpo.

—No te sientas culpable. —dijo Vanesa dejando que el teniente la admirase— Soy mayorcita y sé lo que quiero. No te estás aprovechando de mí.

—Ya, pero no puedo evitar sentir que estoy abusando de ti de alguna manera como todos los hombres que han pasado por tu vida.

—No digas estupideces. No solo he tenido relaciones con hombres mayores que yo y tú eres el único que me ha hecho sentirme querida y respetada. —dijo ella mordiéndose el labio inferior y acariciándose el cuerpo con suavidad para excitar al detective.

—Yo…

—Deja de comerte la cabeza y disfruta del momento. Ahora mismo lo único que deseo es tenerte dentro de mí. —le interrumpió ella mientras jugaba con los rubios ricitos de su pubis.

Olvidando sus remordimientos Smallbird cogió a la joven por las caderas, le dio la vuelta y separando sus piernas, metió la mano entre ellas y comenzó a acariciarle el sexo. La joven gimió y entrelazó su mano con la de él acompañándole en las caricias.

Smallbird se arrodilló y retrasó un poco el culo de la joven. Admirando su sexo abierto e inflamado acercó sus labios a él y lo beso con suavidad. Todo el cuerpo de la joven se estremeció a su contacto.

Los besos suaves dieron paso a lametones y mordisqueos cada vez más rápidos e intensos. Vanesa abrió aun más sus piernas y clavó las uñas en la pared gimiendo de placer.

El teniente continuó un par de minutos para luego incorporarse y penetrar el delicioso coño de la joven con sus dedos. Vanesa sintió como aquellos dedos la exploraban cada vez de forma más ruda haciéndole sentirse al borde del orgasmo.

Smallbird notó como el cuerpo de la joven se tensaba y su coño se inundaba de flujos mientras la joven gritaba estremecida, aceleró sus movimientos y no le dio respiro hasta que un chorro de liquido claro empezó a escurrir por el interior de su piernas.

Vanesa se mantuvo quieta jadeando y disfrutando de los últimos relámpagos de placer, disfrutando de las cosquillas que le provocaba el correr de los flujos de su orgasmo por el interior de sus piernas.

El detective abrazó a la joven por detrás viendo complacido como sus costillas se marcaban en su espalda mientras intentaba recuperar el aliento. Dándole la vuelta, la besó, esta vez con más suavidad y cogiéndola en brazos se la llevó a la habitación.

Vanesa se acurrucó contra el pecho del hombre y se dejó llevar disfrutando de la sensación de ingravidez.

Depositó a la joven sobre la cama y esta se dio inmediatamente la vuelta para acariciar el paquete del policía. Smallbird se quitó la chaqueta de cuero y la camiseta mientras la joven le abría los pantalones y le sacaba la polla totalmente erecta de los calzoncillos.

Vanesa le miró con los ojos traviesos mientras recorría las gruesas venas de su pene provocando a Smallbird un intenso placer. El detective jugueteó con la melena de la joven mientras se metía la polla en la boca y comenzaba a chuparla lenta y profundamente.

Con un gemido Smallbird se apartó para no correrse. Vanesa se rió y tumbándose boca arriba, se dio la vuelta y con el culo en el borde de la cama levantó las piernas y comenzó a acariciar el pecho del detective con sus pies.

Samllbird agarró uno de los pies de la joven y recorrió los dedos con su boca chupando las pequeñas uñas pintadas de rojo rabioso, provocando nuevos escalofríos en la joven. Con suavidad cogió los tobillos de Vanesa y le separó las piernas poco a poco hasta ponerlas a ambos lados de sus caderas.

Con un suspiro de placer Smallbird enterró su polla en el coño de la joven.

Vanesa gimió al sentir el pene duro y caliente del policía abrirse paso en su interior lentamente provocando relámpagos de placer que irradiaban desde su sexo al resto de su cuerpo haciéndole estremecerse. El ritmo de las penetraciones se hizo más intenso y las sacudidas empezaron a confundirse unas con las otras hasta convertirse en una catarata de sensaciones que le obligaron a retorcerse y a gemir sin ningún control.

Smallbird no se pudo contener más y se corrió en el interior de la joven dejándose caer exhausto sobre ella.

Vanesa aun hambrienta salió de debajo del detective y dándole la vuelta comenzó a juguetear con su polla que ya empezaba a flaquear. Se la metió en la boca y saboreando los restos de semen comenzó a chuparla con fuerza, haciendo que volviese a ponerse dura de nuevo. Antes de que Smallbird pudiese protestar se incorporó y subiéndose a horcajadas se metió la polla hasta el fondo.

El teniente se dejó hacer y se limitó a observar el voluptuoso cuerpo de la joven mientras subía y bajaba a lo largo de su polla. Vanesa se movía tan rápido como podía y en pocos segundos los jadeos del esfuerzo se confundieron con los de placer.

Smallbird acercó la mano aquellos pechos redondos y sudorosos y los acarició. La joven sonrió y adivinando el deseo del detective se inclinó y le aproximó los pechos a la boca mientras se tomaba un descanso.

El teniente cogió uno de los pechos entre sus labios y lo chupó y lo mordisqueó arrancando a Vanesa grititos de placer cada vez más intensos hasta que la joven no pudo resistirse más y se incorporó para continuar clavándose el miembro de Smallbird en una cabalgada salvaje que le hizo estallar de placer. Desmadejada se tumbó sobre él sintiendo aun a polla dura como una roca palpitar en su interior y atizando levemente los rescoldos del orgasmo.

Tras unos segundos Vanesa se separó y cogiendo la polla de Smallbird entre sus manos comenzó a agitarla y acariciarla. Smallbird eyaculó con un gemido mientras la joven se metía la polla en la boca chupándola con fuerza hasta que está dejo de agitarse entre sus manos…

FIN
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Relato erótico: “Thriller” (POR ALEX BLAME)

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Ramón se dio unos últimos toques a los rizos de su peluca frente al espejo retrovisor y salió a la fresca noche de Hallowen.

Mientras se acercaba a la casa de Diana miró hacia el cielo. La luna grande y oronda les observaba agazapada tras las nubes que se desplazaban lentamente arrastradas por un suave viento del sur.

—¡Hola Ramón!, Que disfraz más logrado. Date la vuelta y deja que te eche un vistazo. —dijo Diana al abrir la puerta de su casa.

Ramón levantó un brazo y dio una torpe pirueta y un gritito mientras se agarraba el paquete. La cazadora de cuero roja con las dos tiras negras dispuestas en v y los pantalones a juego crujieron a pesar de que se veían bastante ajados.

—¡Tachan! —exclamó él extendiendo los brazos.

—A pesar de que los zapatos negros y los calcetines blancos es lo correcto, sigues dándome grima. —dijo ella.

—¡Ja, lo dices tú meneando esa fusta!

Diana estaba espectacular vestida con un corpiño de cuero que realzaba su esbelta figura completado con un culotte también de cuero, unas medias de rejilla y unas botas de tacón de aguja hasta las rodillas. El largo pelo rubio se lo había teñido de violeta oscuro y se lo había recogido en un apretado moño escondiéndolo bajo una gorra de cuero de reminiscencias nazis.

Ella sonrió enseñando unos dientes blancos y brillantes como perlas que contrastaban con el maquillaje oscuro que adornaba sus labios y rodeaba sus ojos. Ramón sintió una punzada de deseo al ver a Diana morderse el labio y agitar la fusta haciendo que chasquease contra sus botas.

—¡Vamos! —dijo Diana cerrando la puerta.

—Cuando quieras dirty Diana. —dijo Ramón haciendo una torpísima imitación del Moonwalker.

—Sin pasarse pequeño Michael —replicó ella dándole un suave golpe con la fusta en el muslo.

Subieron al coche y veinte minutos después estaban aparcando. Al salir del coche oyeron la banda sonora de Blade salir por todas las grietas de aquella vieja fábrica abandonada.

Los organizadores no habían necesitado mucho para convertir aquel edificio en un lugar oscuro y siniestro. La fábrica Homs era una gran nave de ladrillo de finales del diecinueve con grandes ventanales oscurecidos por el polvo y espesas telas de araña. La mastodóntica maquinaria textil estaba oxidada y parecía no haber sido usada en decenios. Hasta habían tenido suerte con los antiguos focos que aun funcionaban bañando todo el lugar con una luz mortecina.

Los organizadores habían situado grandes altavoces intentando cubrir todos los espacios y habían colocado jaulas con fantasmales gogós retorciéndose al ritmo de la música. La barra tenía casi cuarenta metros de longitud, la habían adosado a la única pared libre de maquinaría y la habían poblado con esculturales camareros y camareras vestidos con uniformes de aire gótico.

En cuanto entraron, Diana le cogió por el brazo y lo arrastró a una de las múltiples pistas de baile. La chica se pegó a Ramón inmediatamente y comenzó a bailar apretando su cuerpo contra el de él, exhibiéndolo con malicia. Ramón le acompañaba moviendo ligeramente las piernas y sujetándole por la cintura sin perderse ninguno de sus contoneos.

El escueto vestido y la mirada traviesa bajo la gorra ligeramente ladeada atrajo a varios moscones, incluso un par de ellos intentaron acercarse y afanarle la chica a Ramón recibiendo sendos fustazos acompañados de crueles sonrisas.

Bailaron sin descanso durante más de una hora, hasta que Ramón, agotado, se llevó a Diana hacia la barra. Pidieron dos cervezas. Diana retrasó la cabeza y bebió con avidez. Ramón observo el largo cuello de la joven moverse mientras tragaba la cerveza fresca. Él dio un trago a la suya sin apartar los ojos del cuello y del pecho ligeramente sudoroso de la joven. Esperó con paciencia a que la chica terminara la cerveza y le dio un suave beso.

Diana reaccionó devolviéndoselo y pegando su cuerpo contra el de él.

—Creí que no lo ibas a hacer nunca. —dijo ella dejándose asir por la cintura y dándole un segundo beso más largo y húmedo.

La lengua de Diana entró en su boca, traviesa y apresurada, explorando cada rincón y colmando la boca de Ramón con una mezcla de aromas de cerveza y frutos secos. Sin pensar recorrió con sus manos la espalda y el cuello de la joven que respondió suspirando sin dejar de besarle.

—Cabrón, que bien besas. Espero que todo lo hagas así de bien. —dijo ella dándole un ligero fustazo en el culo.

Ramón no respondió y se limitó a recorrer el cuello de la joven con sus labios con suavidad, mordisqueando aquí y allá a medida que subía por el hacia su oreja.

—Vámonos, —le susurró él al oído— tengo una sorpresa.

Tras diez minutos de forcejeo consiguieron salir de la improvisada macrodiscoteca y llegaron al coche.

—¡Eh qué haces! —dijo Diana un poco mosqueada cuando Ramón le ciñó un pañuelo oscuro entorno a sus ojos.

—Tranquila, es una sorpresa, —dijo el tratando de serenarla— y estoy seguro de que te gustará.

Diana refunfuñó un poco pero se dejó hacer sentándose obediente, aunque un poco tensa, en el asiento del coche.

Ramón se sentó tras el volante y luego se inclinó sobre Diana; con la excusa de colocarle el cinturón de seguridad aprovechó para rozar con su boca las clavículas de la joven.

Diana suspiró y le insultó en voz baja un poco más relajada. Ramón arrancó el coche y encendió el radio CD. La música de Leonard Cohen ayudó a construir una atmósfera melancólica.

—Ya veo que lo tenías todo preparado. —dijo ella— ¿No me vas a dar una pista de adónde vamos?

—No, nada de nada.

El trayecto no fue muy largo y llegaron a su destino en apenas veinticinco minutos. Cuando Diana salió, ayudada por Ramón, una suave brisa le asaltó poniéndole la piel de gallina.

—¿Dónde estamos?

—Paciencia, en dos minutos habremos llegado y lo sabrás.

Ramón le cogió de la mano y le guio. Los tacones de sus botas se hundían en la tierra húmeda y le obligaban a apoyarse en Ramón para no tropezar. Se pararon un momento antes de oír un ruido de cadenas y unas bisagras que crujieron y chirriaron intentando oponerse sin éxito a los empujones de Ramón.

El barro dio paso a la grava y anduvieron unos metros hasta que finalmente Ramón se paró y abrazando a la joven por detrás le susurró al oído.

—It’s close to midnight and something evil’s lurking in the dark

Under the moonlight you see a sight that almost stops your heart

You try to scream but terror takes the sound before you make it

You start to freeze as horror looks you right between the eyes

You’re paralyzed*

Con la última sílaba, Ramón tiró del pañuelo dejando que la joven recuperase la vista.

—¡Qué fuerte! —dijo ella, sonriendo al ver el panteón de mármol blanco adornado con una multitud de rosas y claveles.— ahora sé porque tardaste tanto en llegar hoy.

—Tenía que prepararlo todo, —le susurró Ramón al oído mientras abrazaba a la joven por el talle acercando su culo contra él— No te imaginas lo que me ha costado recoger todas las flores. he dejado casi limpias las tumbas de los alrededores.

Diana se giró y le dio un largo y cálido beso a Ramón, dejando que este repasase todo su cuerpo con las manos. Apoyándose con las manos en los hombros de él dio un salto y se sentó sobre la lápida. Las flores le protegieron del frio mármol y amortiguaron la caida. Ramón intentó abalanzarse sobre ella. Con una sonrisa la chica levantó sus piernas y le detuvo poniendo sus tacones de aguja sobre el pecho de Ramón.

Frustrado agarró las botas de ella por los tobillos se los besó; continuó avanzando con labios y manos, pierna arriba hasta llegar al interior de los muslos de Diana. La joven suspiró y le revolvió el pelo con la fusta. Sin dejar de besarla, levantó unos momentos la vista y se paró hipnotizado observando como el sexo de la joven tensaba y se marcaba en el fino cuero negro del culotte.

Diana le dio un golpecito con la fusta para sacarle de su ensimismamiento y Ramón con un gesto rápido se lanzó sobre el sexo de la joven que se dobló emitiendo un grito de placer.

Ramón no esperó, deseaba explorar el sexo de la joven sin barreras. De dos tirones le apartó el culotte hasta las rodillas y separándole las piernas todo lo posible se sumergió en la entrepierna de Diana. El chico notó como la vulva crecía en el interior de su boca y se abría ante sus ojos como una cálida y húmeda flor.

Diana gimió aguijoneada por el deseo y con una mano tiró de la suave piel de su monte de Venus para exponer la parte más sensible de su sexo a la boca de Ramón.

Ramón no se cortó y lamió y mordisqueó las partes más sensibles de la joven haciéndole disfrutar como una loca.

—¡Vamos, métemela! —dijo ella con la voz ronca de deseo.

Ramón tiró de ella por toda respuesta y dándole la vuelta la puso de pie con los brazos apoyados sobre la tumba rodeada por un intenso aroma a rosas. Con un movimiento rápido se colocó el preservativo y tras asegurarse de que estaba preparada le introdujo la polla poco a poco.

Diana dio un largo suspiro de satisfacción e intentó separar la piernas todo lo que el culotte que aun estaba enredado en sus rodillas se lo permitía.

Ramón empujó suavemente mientras acariciaba el culo terso y los magníficos muslos de la joven tensos por el esfuerzo de mantener el equilibrio. Estaba tan excitante con aquel traje que no pudo evitar tirar de su cuello y levantarle la cabeza para poder besarle la nuca mientras la follaba cada vez más duro.

La joven intentaba mantener el equilibrio sin ningún otro apoyo que sus piernas pero no tuvo más remedio que apoyarse en la mano que la sujetaba el cuello. La falta de oxígeno intensificó su placer hasta que no pudo contenerse más y se corrió con un largo gemido.

Ramón acarició los músculos tensos y vibrantes de la joven y le soltó el cuello dejando que tomase una larga bocanada de aire.

Diana respiró el aire golosamente mientras él le daba la vuelta y la tumbaba sobre el panteón. La joven echó la cabeza hacia atrás viendo como un querubín la observaba desde un mausoleo cercano. Un par de segundos después notó como el culotte resbalaba por sus piernas hasta desaparecer liberándoselas. Diana abrió sus piernas inmediatamente mostrando a Ramón su sexo ardiente. Con un respingo recibió los dedos del hombre que jugaron con su sexo y lo penetraron buscando su punto G.

Un grito le indicó a Ramón que había dado con su objetivo y engarfiando los dedos lo acarició con suavidad obligando a Diana a suplicarle que le follase. No se hizo de rogar y la penetró disfrutando de la estrechez y el calor de la joven.

Una vez le hubo metido la polla hasta el fondo se paró a pesar de las protestas de la joven y soltando los corchetes del corsé le sacó los pechos. Eran pequeños y redondos con unos pezones rosados, grandes, invitadores.

Diana ronroneó y disfrutó de la admiración de Ramón al tiempo que le golpeaba con suavidad los muslos con la fusta.

Ramón le asió los pechos y se los estrujó con fuerza mientras comenzaba a moverse en su interior. Diana gimió y se dejó llevar disfrutando de la polla que le asaltaba una y otra vez sin descanso.

La joven se irguió y apoyando la fusta tras la nuca de él se agarró con las dos manos para mantenerse erguida y poder besarle mientras él seguía follándola.

Ramón agarró uno de los pechos y lo chupó y lo besó con violencia mientras la penetraba con más rapidez y contundencia, cada vez más cerca del clímax.

Diana sintió como la leche ardiente de Ramón se derramaba en su interior contenida por el condón. Él siguió penetrándola hasta que relámpagos de placer le atravesaron paralizándola.

Diana gimió y se retorció disfrutando de cada oleada de placer dejando que el torso de Ramón descansase sobre su vientre.

—¿Qué es eso? —susurró Diana nerviosa al oír pasos y susurros entre la bruma.

Ramón al principió no respondió concentrado como estaba en escuchar la respiración agitada y el corazón apresurado de la joven , pero al levantar la cabeza también él oyó chasquidos y risas ahogadas.

Diana se vistió apresuradamente y siguió a Ramón que avanzaba con autela entre las tumbas hacia un tenue resplandor que se acercaba hacia ellos en la oscuridad de la brumosa noche.

Un desgarrón entre la bruma permitió a la luna brillar e iluminar una fantasmal procesión de figuras vestidas con túnicas y capirotes blancos portando antorchas en las manos.

—Vamos, Pedro, no enredes.—dijo una de las figuras —aquí está bien.

Ramón y Diana suspiraron a un tiempo al ver que solo eran un grupo de gente disfrazada que también había elegido ese cementerio para hacer alguna broma.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Diana en un susurro mientras observaba como los encapuchados apagaban las antorchas.

—Ni idea ¿Una orgía?

Desde su escondite a unos metros del grupo pudieron ver como uno de los desconocidos sacaba de una bolsa una gran vasija de barro y un cucharón. Otro sacó una garrafa de agua mineral y la vació en la vasija junto con una monda de limón unos granos de café y varios puñados de azúcar.

—Ya sé lo que están haciendo —dijo Ramón con una sonrisa.

—¡El mechero! —pidió una de las figuras más altas.

—Mierda me lo dejé en el coche. —dijo otro.

—¿Alguien tiene uno?

Un murmullo negativo se extendió entre los presentes.

—¡Joder para una cosa que os encargo! ¡Manda huevos! ¡ Y encima apagais todas las antorchas!—dijo el tipo alto.

—¡Coño, esto es mucho más divertido si se hace a oscuras! —replicó otro encapuchado para justificarse.

—Quizás yo pueda ayudar —dijo Ramón saliendo del escondite con Diana cogida de la mano.

—¡Joder, que susto! —dijo una de las figuras con voz de mujer—casi me meo en las bragas.

—Buena aparición Michael, ¿Por qué no os unís a nosotros? —le preguntó el hombre alto con una carcajada— este cementerio parece más concurrido que la Gran Vía.

Ramón y Diana se acercaron y se presentaron como Michael Jackson y Eva Braun mientras le tendían un mechero al cabecilla de la Santa Compaña.

—Apártate un poco Michael —dijo el que llevaba la voz cantante— no me gustaría volver a ver arder esos rizos.

El tipo no se hizo esperar y con una carcajada que pretendía ser lúgubre cogió un poco de orujo con el cucharón y le prendió fuego a la vez que comenzaba a recitar.

Todo el mundo se mantuvo en silencio observando bailar las llamas azuladas en el interior del recipiente mientras el hombre con voz profunda seguía recitando:

…Podridos leños agujereados,

hogar de gusanos y alimañas,

fuego de la Santa Compaña,

mal de ojo, negros maleficios;

hedor de los muertos, truenos y rayos;

hocico de sátiro y pata de conejo;

ladrar de zorro, rabo de marta,

aullido de perro, pregonero de la muerte…**

Poco a poco las largas llamas azules que surgían del cuenco fueron reduciéndose y amarilleando hasta que finalmente el maestro de ceremonias lo apagó de dos fuertes soplidos.

Con el licor aun humeando otro de los encapuchados empezó a sacar pequeñas tazas de barro de un bolsa y sumergiéndolas en el recipiente las llenó y las repartió entre los presentes. Otro más sacó un mp3 con unos altavoces y depositándolo sobre uno de los panteones lo conectó. La música celta inundó el cementerio invitando a la gente a beber, cantar y bailar. El tiempo se volvió confuso, Diana y Ramón bailaron con los desconocidos ligeramente embriagados por la magia de la queimada hasta que la luz del sol les anunció que la fiesta terminaba.

Ramón paró el coche frente a la puerta de la casa de Diana minutos después de la salida del sol.

—Gracias, —dijo ella dándole un beso— Ha sido una noche mágica.

—Me alegro de que te haya gustado —dijo el acariciando el pelo violeta. Yo también me lo he pasado genial. Esos tipos estaban un poco locos pero eran divertidos.

—Casi me muero de risa cuando quedamos con ellos para el año que viene.—replicó ella —pero lo que más me gustó fue el sexo. Me ha encantado como te molestaste para prepararlo todo. Espero que esta no sea la última sorpresa que me tengas preparada.

—Descuida, —dijo Ramón entre beso y beso— no lo sera.

—Por cierto lo pasé también que no me fije de quién era la tumba…

Ramón le susurro al oído la respuesta provocando que la joven se dirigiese a casa en medio de de un torrente de carcajadas.

*Es casi medianoche

y algo malvado está acechando en la oscuridad,

bajo la luz de la luna,

ves algo que casi para tu corazón ,

intentas gritar,

pero el terror se lleva el sonido antes de que lo hagas,

comienzas a congelarte (paralizarte)

mientras el horror te mira directamente a la cara,

estás paralizado.

De la canción Thriller de Michael Jackson.

**Fragmento del conjuro de la queimada.
para contactar con el autor;
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “La chica de la curva 2” (POR ALEX BLAME)

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2

Afortunadamente el día siguiente era sábado y no tenía que trabajar. No me apresuré suponiendo que Brooke estaría agotada por la aventura de la noche anterior y tome un café en la terraza mientras admiraba el sol brillando sobre la oscura superficie del lago. Eché un último vistazo al reloj y vistiéndome a toda prisa cogí el coche y me dirigí a la casa rural.

—Hola, Justina. —saludé a la vez que la mujer me abría la puerta— ¿Ya se ha levantado nuestra amiga?

—Acaba de hacerlo hace veinte minutos. Íbamos a desayunar. ¿Te apetece unirte a nosotros?

Lo más característico de la casa Justina era su familiaridad. Los huéspedes que se alojaban en ella eran tratados como uno más de la familia y Justina se comportaba como una abuela atenta y cariñosa. A Algunos les chocaba, a otros les divertía, pero a muy pocos les desagradaba. Yo lo achacaba a que solo habían tenido un hijo con el que nunca habían acabado de entenderse, que vivía en Australia y venía a visitarlos de pascuas a ramos.

Ayudé a la mujer a poner la mesa mientras ella hacía un desayuno pantagruélico. En pocos minutos la mesa estaba repleta de platos con huevos revueltos, tostadas de mantequilla casera con miel o mermelada, un poco de bollería y embutidos variados.

Pocos segundos después apareció Brooke con la cara fresca y el pelo revuelto.

—¡Hola Juan! —le saludó ella sorprendida y complacida de verme.

—Hola Brooke —respondí yo volviendo a usar mi apolillado inglés— ¿Has dormido bien?

—¡Buf! Hacía tiempo que no dormía tan bien. Ni un solo ruido a parte de los grillos en toda la noche y esta mañana me he levantado y al asomarme al balcón veo la luz del sol reflejada en las aguas del lago y las montañas nevadas al fondo… espectacular.

—La primera vez que vine aquí sentí exactamente lo mismo. Me enamoré del lugar y me instalé aquí. —dije yo recordando la primera vez que visité el lugar acompañado de Helena.

—Por cierto me acaban de llamar los de las empresa de alquiler. —dijo Brooke sentándose a la mesa y atacando los huevos revueltos con entusiasmo— Ya tienen el coche en ese pueblo… ¿Cómo se llamaba?¿Vaecila?

—Valdecilla. —le corregí yo— Estupendo, que esperen un rato mientras desayunamos y luego te llevo para que lo recojas.

No nos apresuramos y degustamos el delicioso desayuno tranquilamente. Brooke probó todo lo que Justina le ofreció y dejó especialmente limpio el plato de los embutidos. Durante todo el desayuno no paró de preguntar por los nombres de todo lo que comía o le llamaba la atención en el vetusto comedor. También se esforzó por aprender algunas frases en castellano y cuando fueron a por el coche se despidió de Justina con un “hasta luego” bastante decente.

Llegamos a Valdecilla en unos minutos dónde nos esperaban dos hombres con un coche y cara de pocos amigos. Imaginé que les había sacado de la cama para llevar un coche a un pueblo perdido en las montañas de Zamora un sábado por la mañana. Uno de ellos se adelantó y le ofreció las llaves a Brooke mientras yo examinaba el estado del automóvil. Tras unas pocas palabras de disculpa ambos hombres se subieron a otro coche y se alejaron del pueblo con un chirrido de ruedas como única expresión de disgusto.

—Bueno, al fin tienes un coche y parece que este tiene todo en orden. —le dije abriéndole la puerta del conductor —Si quieres te acompaño a recoger tus cosas y luego te guio hasta la entrada de la autovía. Solo tienes que seguir la A-52 durante tropecientos quilómetros hasta que encuentres los indicadores que pongan Sevilla, no tienes perdida.

—Gracias, has sido muy amable. Pero como no tengo prisa y me ha gustado tanto este lugar que creo que me voy a quedar unos días. Si no te molesta, me gustaría abusar un poco más de tu amabilidad y pedirte que me enseñes este sitio tan encantador. —dijo Brooke con una sonrisa capaz de derretir un glaciar.

La sonrisa y los ojos azules de la joven me subyugaron de tal manera que solo pude responder con un breve balbuceo y un asentimiento de cabeza.

Volvimos a la casa rural con mi cabeza hecha un revoltijo intentando interpretar aquella enigmática mirada y aquella taimada sonrisa. ¿Era solo un gesto coqueto para conseguir que hiciese de guía o era algo más? Era una mierda. Nunca había sido demasiado perceptivo para esas cosas. Entre el trabajo y la ruptura con Helena apenas había salido por ahí en los últimos meses y estaba bastante desentrenado. Mientras circulaba por la estrecha carretera no podía dejar de evocar la imagen de Brooke haciendo el gesto una y otra vez, intentando descifrar su significado con el mismo resultado que todos los que intentaban descifrar la sonrisa de la Mona Lisa.

Cuando llegamos a la casa rural, Justina nos estaba esperando a la puerta. La sonrisa de la mujer cuando le dije que Brooke estaba encantada con el lugar y que se quedaría unos cuantos días más no fue tan difícil de interpretar. A pesar de ser una buena mujer, no pudo evitar un chispazo de alegría y avaricia al contar con aquella joven americana unos cuantos días más derrochando dólares en su establecimiento.

Dejamos a la casera haciendo las cuentas de la lechera y nos dirigimos hacía el lago. El día era claro y luminoso pero un viento fresco proveniente de las montañas rizaba la superficie del agua y nos recordaba que estábamos solo en el principio de la primavera.

Brooke se acercó a la orilla y respiró el aire limpio y fresco con fruición. Contempló las aguas desde la orilla mientras se abrazaba el torso solo cubierto por un fino jersey de lana.

Yo observaba su figura y sus largas piernas envueltas en unos vaqueros ajustados. La tentación de acercarme y abrazarle por la espalda fue tremenda pero al final me quedé un par de metros tras ella esperando en un segundo plano, dejándole disfrutar del paisaje.

Tras unos segundos, me acerqué hasta ponerme a su lado y cogiendo una piedra plana la hice saltar sobre la superficie del lago. Eso pareció sacarle de su estado de contemplación y tras un corto suspiró sugirió caminar un rato.

Con un gesto de conformidad le indiqué un camino que recorría la orilla del lago para luego internarse por la ribera de un arroyo en dirección a la montaña.

Hombro con hombro, caminamos por la estrecha vereda al sol del mediodía mientras Brooke charlaba de cosas intrascendentes y comentaba todo lo que le llamaba la atención. Yo respondía a sus preguntas maravillado de lo mucho que había mejorado la fluidez de mi inglés tras unas pocas horas de charla con la joven.

El camino se hizo más estrecho y sombrío al empezar a bordear el arroyo. Sauces y abedules se amontonaban en la orilla buscando la humedad y se hacían cada vez más ralos hasta desaparecer a pocas decenas de metros de la corriente. Poco a poco la pendiente se hizo más fuerte y la conversación murió sustituida por la respiración agitada debido al esfuerzo.

Tras un poco más de un quilómetro de ascensión, dejamos el sombrío arroyo y guie a Brooke rodeando una enorme roca hasta un mirador.

Con los ojos aun entrecerrados por el cambio de luminosidad, nos apoyamos en la barandilla y observamos el lago que destellaba por efecto de la luz del sol trescientos metros más abajo.

—Es impresionante—dijo Brooke cuando se le hubo normalizado la respiración.

—Sí, impresionante —repliqué yo desviando la mirada hacia el rostro de la joven que miraba abstraída mientras el viento agitaba su brillante melena rubia.

Brooke sacó el móvil de su bolsillo e hizo unas cuantas fotos ignorante de que a su lado observaba cada uno de sus gestos.

—Todavía no me has dicho a que te dedicas tú. —dijo ella mientras deshacían el camino de vuelta a la casa rural.

—Soy enólogo. Lo siento pero no sé como se dice en inglés. —respondí sorprendido por la pregunta.

—¿Enolojo?

—Soy experto en la elaboración y el análisis del vino.

—¡Ah! un catador de vinos.

—No exactamente—le corregí yo.—Mi profesión engloba todo lo que rodea a la fabricación, asesoro a los bodegueros para ayudarlos a elaborar un vino de la máxima calidad posible. Saber catar los vinos es solo una de sus facetas.

—Ah entiendo. Parece un trabajo fascinante. Aunque confieso que casi no sé nada de vinos.

—¿Te apetece que te de una pequeña clase de iniciación? Podemos ir de tapas esta noche por Zamora y de paso te doy una pequeña lección.

—Mmm me parece estupendo. —dijo Brooke acercándose a la puerta de la casa.

—Entonces está hecho. Paso a recogerte a las siete y media. —dije echando un vistazo al reloj.

—Muy bien hasta luego entonces. —se despidió recompensándome con una espléndida sonrisa y desapareciendo en el interior de la casona.

Las nubes se arremolinaron con el correr de la tarde, amenazando con descargar una tormenta. Cuando pasé a recoger a Brooke, el cielo era de un color gris plúmbeo y el ambiente estaba cargado de ozono y estática pero no llegó a caer una sola gota de agua.

Brooke apareció con una blusa sencilla y unos vaqueros que se ajustaban a su cuerpo como una segunda piel. Completaba el conjunto con unos tacones vertiginosos y una gabardina gris. Al mirar su sonrisa me fije en su cara limpia y fresca con solo unos pequeños toques de maquillaje para realzar su belleza natural.

La saludé un poco envarado sin saber muy bien qué hacer y tras un momento de duda le di dos besos como haría con cualquier amiga. Una pequeña descarga de estática chasqueó al contactar con su mejilla haciéndonos dar un respingo. Tras abrirle la puerta y dejarla dentro del coche tomé el volante y nos pusimos en marcha.

Cuarenta minutos después estábamos en Zamora. Dejamos el coche en el parking y nos internamos en la zona de vinos, no sin antes dejar que Brooke echase un vistazo a la catedral. Tuvimos suerte y estaban dando misa con lo que pudimos colarnos y echar un vistazo por dentro. No pude evitar sonreír al ver la cara que puso al contarle que aquel edificio tenía casi novecientos años.

—Ya sé que a ti te parece normal —susurró un poco mosqueada— pero el edificio más antiguo que hay en mi país no llega a la mitad y dudo que cualquiera de ellos vaya a durar tanto.

Me disculpé y salimos de allí rumbo a mi bar de tapas favorito. El mesón La Catedral no era tan antiguo, aunque los vecinos decían que llevaba allí hacía más de trescientos años y las gruesas vigas de madera negras por el humo y el paso de los años así lo atestiguaban. El resto del local había sido renovado varias veces pero siempre con la intención de crear un lugar cómodo y acogedor. No había ni luces chillonas ni muebles de Ikea, todo era de sólida madera maciza y lo más importante, el vino era bueno y la comida aun mejor.

En cuanto entramos en el establecimiento, el aroma y la comida de los expositores nos hizo salivar a ambos. Me acerqué a la barra y saludé a Albino, el dueño del local. Como siempre, me correspondió con efusividad aunque esta vez sin apartar la vista de mi acompañante.

El local no estaba demasiado lleno aun, así que pudimos escoger una mesa tranquila. Le pedí a Albino un par copas de un vino joven y una tabla de embutidos ibéricos. En menos de un minuto el camarero nos trajo un par de copas de un vino del Bierzo y la tabla de embutidos.

—Adelante , estoy preparada para mi primera lección de cata. —dijo Brooke levantando la copa.

—Lo primero que tienes que saber es que la copa se coge por el tallo. Solo con eso en la mayoría de los sitios darás el pego.

—¿Así? —pregunto ella observando cómo cogía la copa y haciendo lo mismo— ¿Y por qué?

—Por varias razones, primero que no calientas el vino y segundo que te permite manejarla mejor para poder observar sus características al no dejar huellas en el cáliz. —respondí yo girando e inclinando la copa entre mis manos para demostrárselo.

—Entiendo, ¿Y ahora qué? —volvió a preguntar expectante.

—Bien, lo primero que se analiza es el color.

—¡Ah! Sí es lo que hace la gente cuando levanta la copa hacia la luz…

—Y lo hace mal—le interrumpí yo— El color se debe determinar inclinando la copa hacia adelante sobre una superficie blanca. Coge una servilleta.

Brooke siguió mis instrucciones obediente mientras con un gesto le pedía Albino que me trajese una copa de vino de la casa.

—A mi me parece rojo sin más.

—Hay un pequeño truco, no es muy fino, pero sirve para poder ver la diferencia. Coge una gota de tu vino y ponla sobre la servilleta.

Una pequeña gota color rojo cereza se extendió por el papel. A continuación puse una gota del vino de la casa para que pudiera compararla con el rojo más violáceo de este.

—Ya veo, parece mentira —dijo Brooke sorprendida.

La mujer escuchó con interés mi lección y permaneció abstraída mientras le enseñaba a observar los ribetes la intensidad y el aspecto.

—Ahora analizamos el aroma. —dije metiendo la nariz en la copa y aspirando los aromas que subían del vino. —luego agitamos la copa y volvemos a oler el vino…

Brooke se mostró bastante avispada y a pesar de no tener aromas para que pudiese comparar logro identificar algunos de los más fuertes sin dificultad. La parte que más le costó, como a todos los principiantes fue la vía retronasal. Brooke agito el vino en su boca y lo tragó con una risa traviesa sin lograr identificar ningún aroma nuevo.

—Por último se analiza el sabor—dije levantando la copa para dar un nuevo trago— volvemos a coger un trago y lo agitamos en la boca. En una cata deberíamos escupirlo si no queremos terminar bolingas perdidos, evidentemente. Analizamos si es dulce o ácido, si pica o tiene burbujas, si es áspero o te deja una sensación de sequedad en la boca y su grado de alcohol aproximado.

—¿La sensación de aspereza que te queda en la boca, es el cuerpo? —preguntó ella al terminar de catar el vino de la casa.

—No, eso es la astringencia, la mejor forma de evaluar el cuerpo es observar la persistencia de la sensación que te deja el vino al pasar por la garganta, mientras más tiempo persista mayor es el cuerpo…

La noche se paso en un plis mientras le enseñaba a Brooke los rudimentos de la cata del vino , probando vinos de distintas denominaciones para que pudiese diferenciar distintos sabores y aromas acompañados de sabrosas tapas.

Con el transcurso de la noche cambié el vino por la cerveza sin alcohol mientras ella seguía “comentando ” vinos y comiendo tapas fascinada.

A eso de las doce comenzó a sentirse satisfecha y no queriendo que el primer recuerdo que me llevase de ella fuese una borrachera , le sugerí volver a casa. Debí imaginar que tramaba algo cuando accedió sin oponer ninguna resistencia.

En el viaje de vuelta Brooke apoyó la cabeza en mi hombro y simuló dormitar mientras yo conducía lo más suavemente posible. Casi una hora después, cuando entrabamos en Valdecilla Brooke despertó y se estiró como una gata satisfecha.

Aprovechando un stop la joven se acercó y dándome un suave beso en los labios me preguntó:

—¿No vas a invitarme a tu casa?

La pregunta me pilló totalmente fuera de juego. En ningún momento había pensado que podía llegar más allá de ir una noche de tapas con aquella impresionante joven. Brooke aprovechó mi desconcierto y volvió a besarme. Esta vez no se conformó con rozar mis labios y se abrió paso con su lengua invadiendo mi boca con el dulce aroma del vino.

Tardé un instante más en reaccionar pero finalmente cogí a la joven por la nuca y le devolví el beso con ansia. Sin darnos respiro seguimos besándonos suavemente pero con intensidad hasta que un coche dándonos las luces nos devolvió a la realidad.

Arranqué y giré a la derecha alejándome de la casa rural. Quince minutos después estábamos en la entrada de mi casa. El chalet no era muy grande, pero instalado en la ladera que daba a la orilla norte del lago disfrutaba de unas vistas espectaculares. Yo no lo hubiese construido de aquella manera, pero era la ilusión de Helena y le dejé hacer, al final tuve que darle la razón y concluir que sus líneas bajas y modernas y su revestimiento de piedra y madera combinaban perfectamente con el paisaje circundante . Cuando se fue, me pareció increíble que lo hubiese dejado. Siempre pensé que aquella casa le importaba más que cualquier otra cosa en su vida.

Cuando Brooke salió del coche no pudo evitar un gesto de admiración. Le dejé curiosear un par de minutos y luego me acerqué a ella tímidamente. Mis manos contactaron con su cara. Acaricié sus mejillas con delicadeza y observé su cara con detenimiento antes de volver a besarla suavemennte.

No me apresuré. Dejé que los aromas y el sabor de la joven me impregnasen y colmasen todo mi cuerpo de sensaciones.

—De un color cereza apagado, —dije separándome y acariciando los labios de la joven —con ribete color tierra. En nariz despliega un intenso aroma floral con pinceladas de jazmín y madreselva… —continué acercando su nariz al cuello de Brooke y aspirando el dulce aroma que emanaba de su ser.

El cuerpo entero de la joven se estremeció cuando mis labios recorrieron su cuello y su mandíbula para terminar cerrándose de nuevo sobre su boca.

—En boca es dulce, sedosa y elegante, con un carácter fino que persiste largamente en el paladar…

Brooke me interrumpió volviendo a besarme de nuevo esta vez con ansia, no me sorprendí y la cogí en brazos introduciéndola en la casa y devolviendo el beso con entusiasmo.

Desde que lo había dejado con mi ex, no me había sentido con fuerzas para tener otra relación con una mujer, ni siquiera una fugaz. En ese momento sentí como toda esas necesidades largamente aplazadas volvían de golpe amenazando con paralizarme.

Mientras desnudaba a Brooke, recuerdos de mis noches con Helena me asaltaron. El cuerpo joven y esbelto de Brooke, tan parecido y tan distinto del de mi ex, me turbaba y a la vez me excitaba.

A pesar de mis intentos por ocultarlo, Brooke debió notar algo y con una sonrisa tranquilizadora tomo la iniciativa colgándose de mi cuello y besándome con intensidad. Su boca se desplazó por mi cuello y abriendo mi camisa, me besó y arañó el pecho a medida que bajaba hasta mi cintura.

Con manos expertas me soltó el cinturón y me desabotonó los pantalones dejando al descubierto mi pene erecto sobresaliendo parcialmente de mis calzoncillos.

Paralizado observé como con una sonrisa Brooke cogía mi polla entre sus manos acariciándola con suavidad.

Y ese fue el momento más embarazoso de la noche. Los largos meses sin haber tenido relación con una mujer me pasaron factura y me corrí en cuestión de segundos .

—Dios, lo siento… —dije avergonzado retirando con torpeza restos de mi semen del cuerpo desnudo de Brooke— He debido batir algún record.

—Tranquilo, no es la primera vez que me pasa. —dijo ella riendo— No te preocupes, conozco el remedio.

Antes de que pudiese reaccionar se introdujo mi pene en la boca y comenzó a chupármelo con fuerza. Cerré los ojos y me concentré en la avalancha de sensaciones que me asaltaron. Su boca y su lengua eran suaves, húmedas y cálidas. Mi miembro revivió casi instantáneamente mientras Brooke mordisqueaba mi miembro y recorría con su lengua las gruesas venas que se marcaban en su piel. Con un suspiro de placer ayudé a Brooke a incorporarse y la deposité sobre la cama.

La joven abrió sus piernas largas y delgadas dejándome a la vista su sexo . Lo tenía totalmente depilado . Me acerqué y lo rocé con suavidad con uno de mis dedos. Brooke gimió y movió sus pelvis instintivamente.

Introduje uno de mis dedos en su coño mientras acariciaba y besaba el interior de sus muslos tersos y calientes. Brooke gimió y tensó su cuerpo disfrutando de cada caricia. En pocos segundos tenía el sexo de la joven en mi boca. Tirando de su pubis con suavidad expuse el clítoris a las caricias de mi lengua sin dejar de penetrarla con los dedos de forma que no tardó en correrse.

—Yo tampoco he tardado demasiado —dijo ella gimiendo y estrujándose los pechos electrizada.

Yo apenas oí lo que decía saboreando los flujos que escapaban de su sexo. Una vez pasaron los últimos relámpagos de placer, aparté mi boca de su pubis y recorrí su cuerpo poco a poco. Mordisqueé sus caderas, introduje mi lengua juguetona en su ombligo y chupé sus pezones haciendo que se hincharan excitados. Cuando llegué a su cuello Brooke gemía de nuevo excitada y se abalanzó sobre mi comiéndome a besos.

Cuando me di cuenta ella estaba sobre mí restregándose anhelante contra mi polla. Incapaz de contenerme un segundo más guie mi polla a su interior.

Brooke dio un largo gemido y apoyando sus manos sobre mi pecho comenzó a mover sus caderas .

No sé que me excitaba más, si los movimientos cada vez más rápidos y apremiantes de sus caderas o la visión de la joven con sus pechos temblando excitados y su cara girada hacia al techo crispada por el placer.

Tras un par de minutos, me erguí y la abracé estrechamente mientras ella no paraba de moverse en mis brazos. No podía dejar de besarle y mordisquearle. Con suavidad la giré y me monte encima con mi polla aun en su interior.

Sujetando sus muñecas por encima de su cabeza la besé de nuevo. Brooke rodeó mi cintura con sus piernas mientras yo la penetraba. Nuestros cuerpos se juntaban y se separaban con un ruido húmedo, cada vez más rápido, hasta que el cuerpo de la joven se tensó y combó bajo mi cuerpo asaltado por el orgasmo.

Yo seguí follando aquel cuerpo hermoso, vibrante y resbaladizo por el sudor unos pocos minutos más hasta vaciarme totalmente en su interior. Jadeante me dejé caer sobre ella disfrutando de su contacto y de su calor. Satisfecho besé su cuello una vez más antes de darme cuenta de que la estaba aplastando y tumbarme a su lado. Besé una vez más su cuello sabía a sexo y a sal.

Hubiese fumado con gusto un cigarrillo, pero era algo que me había prometido dejar después de la separación, así que puse mis manos en la nuca y me quedé mirando al techo mientras Brooke se giraba para quedarse dormida sobre mi pecho agradeciendo que la oscuridad ocultara mi sonrisa de idiota.

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Relato erótico: “La chica de la curva 3” (POR ALEX BLAME)

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3

Cuando Brooke se despertó yo estaba de pie, desnudo, mirando por la galería las tranquilas aguas del lago. Silenciosamente se acercó por detrás y me abrazó.

—Un centavo por tus pensamientos.

—Primero tendría que desenmarañarlos para poder contártelos. —respondí yo acariciándole lo brazos cubiertos con un fino vello rubio.

—¿Cuál es el problema?

—No sé. En realidad ninguno. Solo que…

—¿Dudas haber estado a la altura? —preguntó Brooke divertida.

—Oh no, no es eso. En realidad sé que no puedo competir en capacidades atléticas con tus compañeros de trabajo, sí algo sé de las mujeres es que para vosotras, el sexo es mucho más que un mete saca con un tipo que parece un búfalo. Es más, lo que me preocupa es que no sé si he actuado bien. Desde que Helena y yo lo dejamos, hace seis meses, no había estado con una mujer y creo que me he dejado llevar por la excitación del momento. No quiero que pienses que no te respeto por el hecho de dedicarte a ese trabajo. —respondí turbado.

—Seis meses, no está mal, eso son como treinta años de abstinencia en una mujer —dijo ella riéndose—No entiendo como no me despertaste otras tres veces esta noche para volver a follarme. Puedes estar tranquilo, hacía mucho tiempo que no tenía una velada tan especial con un hombre y el sexo fue el colofón.

—Sí, sobre todo cuando me corrí como un adolescente salido a la primera caricia. —dije yo recordando avergonzado.

—Oh deja de fustigarte, ¡Cómo sois los hombres! Para mí fue tierno y halagador, y una vez se te pasó el apuro fuiste un amante hábil y atento…

En ese momento no pude evitarlo, me di la vuelta y besé esos labios dulces y sonrientes. Brooke suspiró sorprendida aunque un segundo después estaba devolviéndome el beso con urgencia. Esta vez no hubo ropa que quitar así que en pocos segundos estábamos haciendo el amor de nuevo.

El resto del domingo fue una especie de vorágine. Desayunar, follar; comer, follar; paseo, follar; cenar, follar; follar, follar…

Todo lo bueno se termina, aquel fin de semana se esfumó en un instante y el lunes a las siete de la mañana sonó el despertador de nuevo. Refunfuñando y con mis músculos quejándose por el intenso ejercicio del día anterior me levanté de la cama dejando a una mujer preciosa durmiendo desnuda en mi cama.

El agua caliente me ayudó a despejarme y a relajar mis músculos atenazados por las agujetas. Brooke se coló un par de minutos después en la ducha.

—¿Te vas? —pregunto ella cogiendo un poco de jabón en la palma de su mano y extendiéndomelo por la espalda.

—No tengo más remedio. Hoy tengo que visitar cuatro bodegas. Si no me apuro, llegaré a casa a medianoche.—respondí yo dejando que las manos de Brooke me rodearan la cintura y enjabonaran mi pubis y mi culo.

—¿Pero no te irás antes de haber quedado bien limpio, verdad? —dijo ella mordisqueándome el hombro.

Brooke no me dejó responder y con sus manos increíblemente suaves siguió enjabonando mi pecho y mi vientre a la vez que pegaba su cuerpo desnudo contra mi espalda. En pocos segundos volvía a estar empalmado. Intenté girarme para besarla pero ella me lo impidió y siguió bajando con sus manos.

Mi polla se bamboleaba erecta y hambrienta pero Brooke la dejó a un lado y comenzó a enjabonarme los huevos con suavidad hasta que todo mi bajo vientre hormigueó de deseo. Agachándose me besó y mordisqueó el culo. Con suaves empujones me obligó a inclinarme y a separar un poco mis piernas.

Me sentí un poco inseguro en una posición un tanto femenina. Esta vez fui yo el que se dejó hacer. Con el agua corriendo por mi espalda Brooke cogió mi polla y empezó a masturbarme con suavidad mientras con su boca y su lengua me chupaba los huevos.

Poco a poco fue retrasando sus labios y su lengua hasta llegar a mi ano. En un primer instante me sentí incómodo pensando estupideces, pero la maestría de Brooke con sus manos y su lengua me hicieron olvidar todos los tabúes y me limité a disfrutar hasta que me corrí.

Brooke se apartó y al fin pude darme la vuelta para besarla. Su cuerpo brillaba con el agua que corría por su cuerpo haciendo su belleza irresistible. Esta vez fui yo el que se puso tras ella. Cogiendo champú le eché una generosa porción sobre su pelo y lo froté hasta que toda su cabellera estuvo cubierta de espuma. Con toda la delicadeza que pude le lavé el pelo, metiendo mis dedos entre su cabellera y masajeándole el cuero cabelludo.

Tras lavarle el pelo bajé mis manos y acaricie sus pechos, su cuerpo cálido y resbaladizo volvió a excitarme y mis besos se hicieron más ansiosos e insistentes. Le di la vuelta y me arrodillé frente a ella. Acerqué mi boca a su Monte de Venus y lo besé.

Brooke dio un respingo, separó sus piernas y adelantó su pubis. Embriagado por su calor me agarré a sus caderas y recorrí su vulva con mi boca mordisqueando y lamiendo, sintiendo como el cuerpo de ella se estremecía con cada caricia.

Incapaz de contenerme más me erguí y poniendo a Brooke de cara a pared le penetré. Brooke soltó un gemido y apoyándose en los azulejos comenzó a mover las caderas al ritmo de mis empujones. Mis manos recorrieron su pechos acariciando y pellizcando sus pezones con suavidad.

El coño de Brooke abrazaba mi polla y vibraba con cada embate, mis manos fueron bajando por su espalda hasta llegar a su culo. Agarré sus cachetes y tire hacia mí. Al hacerlo vi la estrecha abertura de su ano y juguetón quise devolverle el placer. Recorrí suavemente la sensible piel que lo rodeaba para a continuación penetrarlo con mi dedo pulgar.

El dedo enjabonado entró con facilidad provocando un largo gemido. Yo excitado, aumenté la fuerza de mis penetraciones mientras movía mi dedo con suavidad en su ano. Brooke empezó a jadear con más fuerza y separó un poco más sus piernas deseosa de que la penetrase más fuerte y más profundo.

—Un momento —dijo ella con la voz entrecortada por el placer— déjame a mí.

Cogiendo un generoso puñado de gel se separó y embadurnó mi polla con él. A continuación se volvió a dar la vuelta y dirigió mi miembro hacia su culo. Mi polla resbaló con suavidad en el estrecho conducto, un pequeño quejido de incomodidad me refrenó y empujé suavemente en su interior hasta que los quejidos cesaron.

Mientras apoyaba una mano en la pared, con la otra, Brooke empezó a masturbarse hasta que los quejidos fueron sustituidos por gemidos de placer. Poco a poco comencé a moverme con más violencia disfrutando de la estrechez y el calor del culo de Brooke. En pocos instantes estaba agarrado a sus caderas penetrándola con todas mis fuerzas haciendo que todo el cuerpo de la joven se conmoviera con mis andanadas. Segundos después Brooke se corrió. Inmediatamente me separé y me agaché para acariciar y besar su sexo y su culo intentando prolongar su placer.

Con Brooke aun jadeante introduje mi polla entre su piernas y me dedique a meterla y sacarla de entre sus muslos hasta que pocos segundo después eyaculé.

Después de volver a lavarnos el uno al otro, salimos del baño, desayunamos juntos y me fui a trabajar.

—No hace falta que te diga que estás en tu casa. —le dije dándole una copia de las llaves.

Con una sensación de tristeza dejé a aquella diosa desnuda diciéndome adiós desde la puerta mientras yo entraba en el coche rezongando y me alejaba a toda pastilla intentado que la espera fuese lo más corta posible.

La verdad es que nunca dejaré de pensar que soy tonto del culo. Pasé todo el puñetero día pensando en ella. Debía de estar en mi naturaleza eso de colgarme por las mujeres. Cualquiera en mi lugar, después de tener una relación como la que había tenido con Helena y le hubiesen dejado tirado de aquella manera, no pensaría en las mujeres nada más que para un polvo rápido y un adiós muy buenas. Pues no, yo me tenía que volver a enamorar como un maldito gilipollas y encima esta vez la relación era ya imposible desde un principio. ¡Estupendo!

Al mediodía llegué a la bodega de los Grisma. Era una pequeña bodega familiar en la orilla derecha del Duero y les tenía un especial afecto porque habían sido los primeros en contratarme. Echamos un vistazo rápido al vino y en cuanto terminamos los dueños insistieron en que me quedase a comer.

—Una buena carne y un mejor vino. —dije yo cuando hubimos terminado.

—Más te vale porque tú eres en parte culpable. —dijo Genaro, el cabeza de familia, un hombre alto y delgado a punto de jubilarse.

—Sí, lástima que no me hagas un poco más de caso, podrías tener un vino excelente. —respondí yo insistiendo en la discusión que tenía con él cada vez que iba a la bodega.

—Y yo te entiendo amigo, —replicó el con una sonrisa y una palmada en mi hombro— pero yo no quiero un vino que se parezca a los demás. Desde hace generaciones venimos haciendo el vino de esta manera. Sé que me tengo que adaptar a los nuevos tiempos y los nuevos métodos de elaboración pero creo que el valor de mi marca es el valor de la tradición y quiero mantener los aromas y los sabores lo más fieles posibles a los originales…

Genaro siguió hablando y yo contestaba y le decía que lo entendía intentando convencerle de mis puntos de vista pero hoy tenía la mente en otro sitio y el bodeguero no tardó en darse cuenta.

—¿Estás bien? Te noto un poco distraído.—preguntó Genaro mirándome con atención.

—No, todo va bien, de veras. Solo que anoche no dormí muy bien y estoy un poco cansado.

—¡Oh! Déjalo en paz Genaro ¿No ves que está enamorado? —dijo Elvira su mujer como quién no quiere la cosa.

Elvira no era una mujer muy habladora pero con un par de frases me había dejado desnudo. Yo me puse colorado, Genaro se rio, Luis, su hijo de veintipocos años se rio, Elvira se rio y yo terminé riendo para no parecer gilipollas.

—¡Joder! —Exclamó el bodeguero—Solo tenías que decirlo. Ve al sofá del salón y échate una siesta. Seguro que te has pasado toda la noche matando a polvos a la afortunada. Ya era hora hombre, desde que dejaste a tu mujer te veía cada vez más tenso y triste. Hoy te noté algo raro en cuanto entraste en casa, pero si no llega a ser por mi mujer no me hubiese dado cuenta que era porque volvías a estar encoñado.

Fueron apenas veinte minutos, pero dormí como un bebe y me levanté con las pilas totalmente cargadas. Me despedí de los Grisma y visité las bodegas que me faltaban procurando entretenerme lo mínimo indispensable de manera que cuando llegué a casa eran poco más de las ocho y media de la tarde.

En cuanto aparqué el coche en la entrada, Brooke salió de por la puerta. Estaba preciosa con un vestido de punto y unas bailarinas. Me saludó al veme salir del coche y se lanzó sobre mí abrazándome. Yo le devolví el abrazó y hundí mi nariz en su cuello aspirando el aroma de su piel y de su pelo.

—Hola Juan, me he aburrido mucho sin ti —dijo Brooke separándose y poniendo morritos.

Yo me limité a asentir embobado mientras observaba a la joven intentando grabar en mi mente cada uno de sus lunares y cada uno de sus movimientos.

—Deja de mirarme como un pervertido y vamos dentro, la cena esta lista. —dijo Brooke cogiéndome de la mano y guiándome al interior de la casa.

Había puesto la mesa con mantel, servilletas e incluso unas velas que ni siquiera sabía que había. En el centro me esperaba una ensalada de arroz de aspecto delicioso.

—No es gran cosa, pero en el pueblo no hay mucha variedad y temía coger el coche para ir a la ciudad y acabar en Sevilla esta vez.—dijo ella un poco insegura.

—Tiene una aspecto increíble —dije quitándome la americana y sentándome a la mesa.

Brooke se acercó y me sirvió una generosa porción de ensalada antes de servirse y sentarse a su vez.

—¿Qué tal te ha ido el día? —preguntó Brooke.

—Bien, bien. —dije dando un bocado pensativo.

—¿Pasa algo? —preguntó ella.

—No, que va… Es solo que había perdido la costumbre de que alguien me esperara con la cena en la mesa y me siento un poco raro.

—¿Cómo era tu Ex?

—Caprichosa, terca, lunática, aguda, mentirosa…

—La amabas—sentenció Brooke.

—Con toda mi alma —repliqué yo—y me ha costado un montón olvidarla.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No sé, creo que se aburrió de mí. —respondí yo tratando de ser sincero— Al principio todo era nuevo y mágico. Yo trabajaba y ella pintaba. Decidimos establecernos aquí y ella puso todo su empeño y toda su energía en hacer la casa perfecta para nosotros y mientras hubo algo que hacer en la casa todo fue bien. Pero cuando la casa se terminó se quedó un poco como si no tuviese objetivo. Yo me pasaba muchas horas fuera de casa, incluso más que ahora y la pintura no era suficiente. Este lugar es precioso pero un poco solitario, supongo que no aguantó y se marchó dejándome la casa y la hipoteca.

—¿Lo supones?

—Sí, porque en realidad nunca recibí una explicación, un día volví y ya no estaba. Cogió sus cosas y desapareció. Le llamé por teléfono pidiéndole una explicación pero me dijo que no lo entendería y me colgó llorando, suplicándome que no le volviese a llamar. —respondí yo aun con un deje de amargura en la voz.

—¿Has vuelto a saber algo de ella?

—Hace un par de meses me encontré con una hermana suya por casualidad. Me dijo que vive en Francia y que tiene un nuevo novio.

—Que historia más triste, —dijo Brooke sentándose en mis rodillas y metiendo la mano por dentro de mi camisa— será mejor que haga algo para animarte.

Quince minutos después estaba en la cama abrazando su cuerpo desnudo mientras ella cabalgaba en mi regazo subiendo y bajando con suavidad, sin dejar de mirarme a los ojos. Esos ojos azules me miraban con tal intensidad y abandono que sentía que me estaba haciendo el amor con ellos. Nos dimos la vuelta. Con mi cuerpo sobre ella envolvió mi cintura con sus piernas y agarrándome por el pelo me obligó a sumergirme en aquellos dos lagos azules. La presión de mi cuerpo y el rítmico golpeteo de nuestros sexos acabo en un orgasmo tan intenso e intimo que me conmovió.

Nos separamos jadeando y sudando y nos quedamos casi inmediatamente dormidos.

Inevitablemente sentí como aquella mujer me atrapaba con su sensualidad. Por la noches hacíamos el amor, por el día pasaba el tiempo pensando en ella mientras trabajaba.

Finalmente llegó el día de la despedida. En realidad recuerdo muy bien que recibí la noticia con una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que al día siguiente estaría a diez mil quilómetros de distancia, probablemente no volvería verla en mi vida y pronto solo sería la mujer que encontré en la decimoquinta curva. ¿O no?

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Relato erótico: “La chica de la curva 4” (POR ALEX BLAME)

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4

Al día siguiente me desperté e inconscientemente alargué un brazo buscando su cuerpo. Una sensación de soledad, una sensación muy conocida, me asaltó de nuevo. Me incorporé en la cama y a duras penas aguanté la tentación de desayunar un poco de vodka. Afortunadamente tenía que trabajar y me vestí y salí de casa tan rápido como pude obligándome a no pensar en ello.

Y cuarenta y ocho horas después, al llegar a casa, sufrí la maldición de internet. Estaba cenando tranquilamente cuando recibí el Wasap.

“Acabo de llegar a casa. Estoy casi muerta después de cuarenta horas de viaje. Gracias por unas vacaciones inolvidables. Te quiere, Brooke”

¡Joder! ¡Mierda! ¿Qué significaba todo aquello? ¿Y ese te quiere? ¿Me echaría de menos? Lo poco que había avanzado en olvidar aquel episodio de mi vida se esfumó. Le respondí con un lacónico “ha sido un placer, descansa un poco y mañana estarás como nueva” acompañado de un par de caras sonrientes, deseando que volviese a su vida y me olvidase… o eso creía.

El resto de la semana no volví a tener noticias de ella y yo me tranquilicé un poco. Tomando el viejo dicho de un clavo con otro se quita al pie de la letra, decidí llamar a Julio y salir el viernes a tomar unas copas y ver como se daba la noche.

Julio era un tipo majo. Era representante de una marca de productos fitosanitarios. Lo había conocido en una charla sobre nuevos herbicidas y desde aquel día habíamos mantenido una relación de amistad cordial, aunque discontinua, debida a los continuos viajes de ambos.

Ese viernes tuve suerte y Julio estaba en León así que cogí el coche y nos encontramos en el Barrio Húmedo. Julio me recibió en la plaza mayor con un par de cervezas de ventaja. La noche estaba bastante animada y ambos lo pasamos bien entrando a universitarias aunque sin demasiado éxito. El alcohol y los cuerpos jóvenes y ligeros de ropa me ayudaron a olvidar por lo menos fugazmente a Brooke y entretenerme un rato.

La noche se alargó y a eso de las cinco de la mañana Julio me llevó a un pub en el que me aseguró que ligaríamos fijo… y no se equivocaba. El ambiente era un poco disipado, decorado al estilo de los años ochenta, oscuro y ruidoso. La música de Alaska se intercalaba con la de Dinamita Pa los Pollos y viejas canciones de Camilo Sesto.

La parroquia estaba conformada por divorciados y solteros empedernidos en busca de relaciones rápidas y sin complicaciones. En poco más de media hora había rechazado un par de mujeres. Julio no fue tan remilgado y en diez minutos ya se estaba largando por la puerta del brazo de una rubia rellenita y muy guapa.

Yo me quedé acodado en la barra con mi whisky y estaba a punto de irme cuando vi a la pelirroja entrar en el local. Carla llevaba un vestido de color rojo, ajustado y que le llegaba justo por encima de las rodillas. No esperé a que se acercase ningún moscón e indiqué al camarero que le invitase a ella y a sus amigas a una copa de mi parte.

La mujer aparentaba unos treinta y pico muy bien llevados y su vestido no realzaba una figura rotunda y unos pechos grandes y tiesos. En cuanto el camarero le dio la copa y le dijo por quién estaba invitada se acercó a mí con una sonrisa de loba que hizo que mis huevos hormigueasen. Cuando estuvo más cerca pude ver sus labios gruesos y rojos ligeramente retocados por la cirugía pero sin llegar a ser exagerados. Se presentó y nos dimos dos besos el aroma de su cuerpo consiguió excitarme aun más. Charlamos un rato, una charla banal de la que apenas si recuerdo nada. Solo recuerdo los ojos verdosos, la melena pelirroja y rizosa, la piel morena de solárium y las piernas largas enfundadas en medias negras. Con el paso de los minutos el bar se fue vaciando y nosotros nos fuimos acercando. Una mano en el hombro simulando quitar una mota de polvo, una boca que se acerca a una oreja para susurrar algo… Finalmente me atreví y rocé su cuello con mis labios provocando en ella un ligero escalofrío. Mi roce se convirtió en un beso húmedo y devorador. Nuestros labios se juntaron y comenzamos a besarnos con lujuria. Con mis manos recorrí su cuerpo y no pude evitar comparar sus formas más redondas con las más esbeltas de Brooke.

Cogiéndome de la mano me guio por el pub casi desierto hasta los baños. En cuanto entramos por la puerta le empujé contra la pared y besé su cuello, amasando sus pechos grandes y tiesos a través de la tela del vestido. Carla gimió y se agarró a mi cabellera. Volví a besarla y con gesto apresurado le retiré el tirante del vestido dejando uno de sus pechos a la vista. Era grande y tieso con el pezón pequeño y oscuro.

—¿Te gustan? —preguntó la mujer realmente interesada en mi respuesta— Con mi segundo hijo se me cayeron un poco así que decidí operármelos.

—No parecen operados —dije yo estrujándolos y sopesándolos como si estuviese tratando de averiguar si los melones estaban maduros.

Antes de que intentase decir alguna otra chorrada le chupé y le retorcí uno de esos pequeños pezones haciéndole soltar un gritito de disgusto.

Carla intentó protestar pero mis manos ya habían bajado hasta sus piernas y le estaba arremangando la falda del vestido. Bajé la vista y pude ver unas piernas largas y bronceadas enfundadas en unas medias que le llegaban al muslo y sujetas con un ligero profusamente bordado. Mis manos recorrieron el borde de sus caderas y recorriendo las trabillas del liguero con mis dedos acabé en el interior de sus muslos. La mujer pareció dudar un momento pero yo ya no podía parar y avancé con las manos entre sus piernas hasta llegar a su sexo y cubrirlo con ellas.

La mujer dio un respingo pero en cuestión de segundos noté como su cuerpo reaccionaba a mis caricias y el sexo humedecía su tanga. Sin dejar de explorar su boca y sus pechos introduje mi mano por dentro de su tanga y le acaricié su pubis recorriendo su vulva con mis dedos.

Carla gimió de nuevo, se retorció al notar como mis dedos invadían su interior y clavó su uñas en mi pecho. En un instante, sin dejar de retorcerse y jadear, me abrió la camisa y me acarició el pecho y los pezones.

Escapando de las garras delgadas y cuidadosamente arregladas me arrodillé y metí mi cara entre sus piernas.

—¡Uff! ¡Sí! ¡Como lo necesitaba! —dijo la mujer separando sus caderas de la pared y abriendo sus piernas bronceadas para facilitar mi acceso a su coño.

No me hice esperar y apartando el tanga recorrí la raja de su sexo con mi lengua. Su calor y humedad me excitaron y tirando de las trabillas del liguero la atraje hacia mi envolviendo su pubis y su sexo con mi boca sin dejar de mover mi lengua como una serpiente enfurecida.

Carla tensó sus muslos y gimió agarrada a mi cabellos sonriendo y disfrutando a pesar de la incómoda postura. El tanga me molestaba y se interponía continuamente entre mi boca y el sexo depilado de la mujer, así que llevado por la lujuria tire de él hasta arrancárselo. Una estrecha marca roja apreció en sus caderas allí donde la tira del tanga había mordido su piel. Las besé con suavidad acallando sus protestas para a continuación erguirme.

Sin dejar de acariciarla la cogí en volandas y la subí al lavabo con mi erección entre sus piernas. Con precipitación Carla me sacó el cinturón y abrió mis pantalones sacando mi polla del interior de mis calzoncillos. Con una sonrisa fue ella ahora la que acaricio y sopeso mi erección acercándola a su sexo pero desviándola cada vez que intentaba penetrarla. Su sexo estaba abierto y caliente y yo no pude contenerme más, aparté sus manos y le metí mi verga de un solo empujón. El cuerpo entero de Carla se estremeció como si hubiese estado esperando ese momento durante siglos. La mujer se agarró a mis caderas con su piernas mientras yo empujaba en su interior, entonces cerré por un momento los ojos y la imagen de Brooke sustituyó a la de la mujer.

—¿Pasa algo? —preguntó al ver que había parado por un instante.

—No, no pasada nada—respondí estrujando uno de sus pechos con violencia mientras volvía a asaltarla.

La sensación de estar follándome a una mujer cuando realmente deseaba estar con otra con todas mis fuerzas era nueva para mí, así que al sentir que mi excitación disminuía tiré de Carla dándole la vuelta, le separé las piernas y agarrando sus caderas volví a penetrarla. Cerrando los ojos imaginé que la mujer que jadeaba y gemía intentando mantener el equilibrio con sus altos tacones era Brooke y no aquella pelirroja de cuerpo rotundo.

Tras un par de minutos los gritos y los jadeos de la mujer se hicieron más intensos. Saqué mi polla de su coño y acaricié su vulva con ella.

—¡Eh! No por ahí no —dijo ella moviendo sus caderas enfurruñada cuando acaricié la entrada de su culo con mi glande.

A pesar de que lo deseaba me limite a tocar y presionar sobre el esfínter sin llegar a penetrarlo para a continuación cogerla por el cuello y entrar en su coño con todas mis fuerzas. Carla gritó y apoyó las manos sobre el alicatado mientras con cada empujón su cuerpo se elevaba ligeramente en el aire.

Rodeé su cintura con un brazo mientras dejaba el otro ciñendo estrechamente su cuello y seguí penetrándola hasta llevarla al clímax. La mujer soltó un grito estrangulado y su cuerpo se quedó rígido durante un instante atenazado por el orgasmo.

Tras unos segundos Carla, aun jadeante, se separó arrodillándose y metiéndose mi polla en la boca. Cerré los ojos pero no era lo mismo, su lengua era más torpe su boca menos experimentada. A pesar de todo el calor y la suavidad de su boca hicieron su trabajo y tras unos segundos me separé y eyaculé varios chorros de leche sobre su cara y sus pechos.

La mujer cogió mi polla y la chupó un poco más alargando unos segundos mi placer, para a continuación levantarse, limpiarse un poco y volver a colocarse el vestido.

Yo me limité a mirar a Carla con cara de póquer mientras esta se recomponía el maquillaje. Cuando terminó se quitó el tanga que aun tenía enredado en torno uno de sus tobillos y me lo metió en el bolsillo de la camisa.

—Me ha encantado.—dijo ella apuntando un número de teléfono en un papel—Llámame si vuelves por aquí.

Carla salió del baño contoneando las caderas ignorante de que no era ella a quién tenía en la cabeza.

Salí de aquel antro ya casi desierto con un sabor amargo en la boca. En vez de sacar el primer clavo ahora tenía la sensación de tener dos profundamente clavados.

—¡Mierda! —grité con rabia mientras tiraba el tanga y el número de teléfono a una papelera.

Llegué a casa la tarde siguiente con una sensación amarga. Echaba de menos a Brooke y estaba claro que andar echando polvos por ahí no me iba ayudar. Intenté sacarla de mi cabeza razonando. Era una actriz porno. Se dedicaba a follar profesionalmente. ¿Cómo podía saber lo que pasaba por su cabeza cuando hacía el amor con ella? Una relación con una mujer así sería difícil si no imposible y eso sin contar los nueve mil quilómetros que separaban nuestras respectivas vidas.

Seguí así hasta bien entrada la noche pero no conseguí quitármela de la cabeza. Genaro tenía razón, estaba encoñado.

Estaba bebiendo un Whisky con hielo intentando no pensar en nada más cuando llegó un wasap.

“Hola Juan”

“Hola Brooke, ¿Que tal la vuelta al trabajo?”

“Liada en la oficina”

“¿También tenéis papeleo?”

“Oh, no, simplemente tuve una escena en la que hacía de secretaria”

“Ah” respondí yo aliviado de que el wasap no transmitiese mi escaso entusiasmo.

“Te he echado mucho de menos”

No, no, no sigamos por ahí pensé yo.

“Bueno sé que probablemente habrás seguido con tu vida pero quiero que sepas que no era broma cuando te dije que habían sido unas vacaciones inolvidables. Quizás podrías venir a pasar las tuyas a Malibú”

Afortunadamente existían los emoticonos y le envié unas cuantas caras sonrientes con los mofletes colorados intentando ser lo más impreciso posible. Tenía la cabeza hecha un lio.

Al ver mi respuesta Brooke no insistió y cambió la conversación a cosas más rutinarias hasta que me deseo buenas noches y se despidió.

Me acosté aun sabiendo que no iba a dormir. Mi cabeza daba vueltas sin parar. Brooke era todo lo que podía desear pero se dedicaba a follar por dinero. Si me hubiesen dicho antes de que todo esto iba a pasar, hubiese dicho que esas mujeres no eran más que putas y no las tocaría ni con un palo y ahora estaba pensando seriamente en recorrer medio mundo tras una de ellas.

El hecho de ser la primera mujer que me había gustado después de que Helena me dejase lo hacía todo más confuso. No sabía si mi cuelgue por aquella chica era por lo cañón que estaba, por lo bien que follaba, por lo joven que era, por que era la primera tras la separación o porque realmente era la mujer de mi vida.

Cada vez que encontraba una razón para olvidarme de aquella relación el recuerdo de Carla esforzándose en complacerme mientras yo estaba pensando en Brooke desbarataba todos mis razonamientos.

Al final después de sopesar pros y contras no conseguí decidir nada. Los contras ganaban claramente, pero cada vez que parecía estar a punto de tomar una decisión los ojazos azules me miraban intensamente desde mi recuerdos haciéndome olvidar todo salvo los ratos de intensa intimidad que había pasado con ella.

Sin dejar de darle vueltas al asunto me fui sumergiendo poco apoco en un agitado sueño.

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Relato erótico: “La chica de la curva 5” (POR ALEX BLAME)

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5

De nuevo su cuerpo desnudo está pegado al mío. Sus pechos laten contra el mío, pálidos, recorridos por finas venas azules. Sus pezones turgentes y cálidos atraen mi atención, los acaricio con suavidad. Brooke gime suavemente a mi oído, su aliento cálido en mi oreja me provoca, me excita, me estremece.

Me coloco encima de ella, mi polla roza su muslo, mi muslo roza su coño . Me muevo con lentitud mientras agarro uno de sus pechos y lo meto en mi boca, su pezón crece dentro de mi boca, mi polla crece dura entre sus piernas.

Ya no me contengo más y la penetro , mirándola a los ojos, estremecido de placer. Entro en ella con suavidad, disfrutando de cada centímetro mientras ella se agarra mí moviendo su pubis sedienta de sexo.

En ese momento un brazo musculoso me coge por el hombro y me aparta de ella. Yo intento revolverme pero veo a Nigel mostrando su polla gorda y bruñida ante los ojos extasiados de Brooke, una pequeña gota de liquido seminal escapa de la punta de la polla erecta y dura como una piedra.

Brooke abre las piernas hipnotizada por el gigantesco pollón y separa los labios de su coño invitando a Nigel a tomarla.

El hombre se lanza sobre ella y le mete la polla de un solo golpe. Brooke grita y se estruja los pechos satisfecha. Ante mis ojos, Nigel penetra en las entrañas de la joven como si fuese Atila. La gigantesca polla hace relieve en el liso vientre de Brooke cada vez que entra en su coño. Los movimientos cada vez son más violentos y salvajes y los gritos y los jadeos de Brooke son más fuertes hasta que se corre con un grito estrangulado. Nigel sigue follando aquel coño estremecido como una locomotora sin control. Pocos minutos después Brooke se ve asaltada por un nuevo orgasmo que paraliza hasta su respiración por un instante.

Nigel aun no está satisfecho y sacando su polla de la vagina de la joven se la mete en la boca y comienza a bombear de nuevo. Parece que la mandíbula de Brooke se va a desencajar pero increíblemente la polla de Nigel entra entera en su boca.

Dos gritos roncos indican a Brooke que Nigel está a punto de correrse pero no aparta la boca sino que agarra los huevos del hombre y los acaricia y masajea mientras eyacula en su boca chorro tras chorro de esperma caliente.

La leche rebosa de su boca y cae entre sus pechos. Finalmente, Nigel se retira con su miembro aun tieso y duro mientras Brooke me mira y juega con el semen que reposa entre sus pechos…

Me despieto con un grito y el cuerpo bañado en sudor. Hace tres semanas que se ha ido y sigo teniendo sueños con ella como protagonista. Unas veces son deliciosos, otras veces deliciosas pesadillas, pero siempre está ahí, presente.

Cada día decido firmemente olvidarme de ella y cada noche mi subconsciente me dice que por los cojones te vas a olvidar tú de ella. El caso es que estos últimos días mitad consciente, mitad inconscientemente he estado adelantando trabajo para que quede todo listo para primeros de junio.

Mantenemos el contacto aunque ella no vuelve a insistir, no sé si porque no quiere presionarme o porque está segura de que he caído en sus redes. No soy tan bueno en eso de la psicología femenina.

Finalmente me doy por vencido y reservo un vuelo a Los Angeles para mediados de junio.

Esperé tres días más antes de decírselo. De repente me entraron las dudas. ¿Y si ya se había olvidado de la invitación?¿Y si me quedo plantado en medio de Los Angeles como un pasmarote sin nada que hacer?

Al cuarto día me atreví y le envié un wasap con la noticia.

Tardó en responderme varias horas, supongo que para hacerme rabiar y cuando lo hizo una foto suya en ropa interior fue su única respuesta.

Hay que estar un poco loco para meterse en un vuelo de trece horas en clase turista. El aeropuerto de Heathrow estaba a tope y llegué a la puerta de embarque justo antes de que cerrasen el vuelo.

—No le gustan los aviones, ¿eh? —dijo el anciano que estaba sentado a mi lado con un acento americano que hasta yo reconocí— A mí me pasaba lo mismo al principio, pero después del segundo accidente terminas por acostumbrarte.

—¿Ha tenido más de un accidente? —respondí intentando evaluar el grado de Alzheimer del abuelete.

—No ponga esa cara de escéptico hombre, tengo casi noventa años pero la azotea me sigue funcionando perfectamente.—dijo el anciano señalándose la sien—Me llamo Calvin Atwood, soy de Amarillo Texas.

—Juan Olmos, de Santander, España ,encantado. —respondí dándole la mano al anciano mientras el avión comenzaba a carretear por la pista— ¿Y qué asuntos le llevan tan lejos de la soleada Texas?

—Vengo de visitar Normandía. Estuve destinado allí durante el desembarco con mi viejo Thunderbolt*. Ese trasto no era ninguna maravilla, los 190** nos daban mil vueltas pero a la hora de ametrallar trenes no había ningún cacharro mejor. No había nada más gratificante en aquella época que ver a esos hijoputas de cabezacuadradas saltar como conejos de sus camiones en cuanto oían el ruido de nuestros motores. —respondió el abuelete con una cara de psicópata que daba miedo.

—Debió ser muy duro. —dije yo dándole cuerda para combatir el tedio.

—La hostia de duro. Los putos cabezacuadradas se agarraban a cada palmo de terreno como garrapatas. A veces perdía la cuenta de las salidas que hacia al día. Pero las noches lo compensaban.

—¿Y eso?

—Raramente volábamos por la noche y cuando no lo hacíamos nos escapábamos del aeródromo a visitar la ciudad más cercana en busca de chochitos franceses.—dijo el hombre relamiéndose mientras recordaba— Sabes lo que era para un paleto del Texas meterse entre los muslos perfumados de una delicada francesita. La mezcla del aroma del perfume y el olor a sexo hacia de esos chochos la cosa más atractiva del mundo. Soñábamos cada día con liberar coños franceses.

—Éramos jóvenes y no sobraban las fuerzas, por el día peleábamos y por la noche follábamos, en fin como decía el título de la película, Camas blandas, Batallas duras. —continuó el anciano con aire soñador.

—No he visto esa peli. —dije yo.

—No te pierdes gran cosa, lo mejor es el título. Trata de un prostíbulo parisino durante la guerra. Nada que ver con la realidad.

—¿Le derribaron alguna vez? —pregunté yo cambiando de tema.

—Una vez un jodido 190 me dio en el motor sobre el Sena. Afortunadamente conseguí mantener el avión en el aire el tiempo suficiente para lanzarme en paracaídas sobre terreno aliado. También tuve dos aterrizajes forzosos, uno de ellos con un boquete en un ala en el que me cabía la cabeza. —respondió el anciano reproduciendo con las manos el tamaño del agujero— Así que ya sabe, volando conmigo no tiene nada que temer yo ya he cumplido mi cupo de huesos rotos.

El viaje fue largo y las turbulencias en las Rocosas casi lograron que me mease encima, pero al fin, catorce horas después, estaba en el aeropuerto de Los Angeles.

Al salir del avión una desagradable mujer de metro ochenta y más de cien kilos de peso me cacheó y registró mis pertenencias como si fuese un terrorista internacional, confiscándome una deliciosa botella de Rioja crianza del 2009 que me había dado un bodeguero para el que trabajaba.

Salí de la zona de aduanas cagándome en todo, pero mi enfado se esfumó automáticamente al ver a Brooke vestida con una minúscula faldita de vuelo, un top de color rosa y una gorra de chofer. Con las manos agitaba un cartel en el que ponía JUAN OLMOS en letras enormes mientras hacía globos con un chicle. Los hombres que estaban a su lado esperando por esposas e hijos no podían evitar echarle miradas lascivas.

Estaba a punto de llegar a su altura cuando el anciano veterano se me adelanto.

—Hola jovencita. ¿Sabes que eres la cosa más hermosa que estos ancianos ojos de ochenta y nueve años han visto en su vida? Si tuviese unos pocos años menos pondría ese culito en órbita, ya lo creo.

—Papa, ¿quieres dejar de molestar a la joven? —dijo una mujer de mediana edad acercándose al anciano y tirando de su brazo.

—No se preocupe —dijo Brooke guiñándome el ojo— No molesta.

—Ves como no molesto. ¿Qué tal si te invito a cenar esta noche, nena? Sé de un lugar donde ponen unos cangrejos al estilo cajún espectaculares. —dijo el veterano con su hija al lado muerta de vergüenza.

—Lo siento, es muy tentador, pero ya tengo plan para esta noche. —dijo Brooke señalándome.

—¡Maldita sea, eres un tipo con suerte. Debí abrir la puerta de emergencia y haberme deshecho de ti en medio del Atlántico. —dijo el anciano en tono socarrón— En fin, otra vez será princesa —dijo besándole la mano a la joven— Y tú, trata a esta belleza como se merece, que no me entere de que ese chochito pasa hambre.

—¡Vamos padre! —dijo la mujer abochornada—que haya dónde vayas siempre me tienes que montar el numerito…

Las dos figuras se fueron alejando entre la gente. La mujer seguía echándole la bronca al vejete muerta de vergüenza ante la mirada divertida de la gente. Yo, por mi parte, me olvide de ellos inmediatamente y me fundí en un largo abrazo con mi chofer, perdón chica, perdón amiga, perdón lo que fuera a estas alturas de la historia.

Con un ligero golpecito le retiré la gorra hacia atrás y me dediqué a disfrutar de esos ojos grandes, claros y expresivos antes de estampar un beso en sus labios. Solo por saborear a Brooke y tener sus brazos alrededor de mi cuello merecieron la pena cada una de las catorce horas de viaje.

—Hola, ¿Me has echado de menos? —me preguntó con aire de suficiencia.

—Psss —respondí yo buscando una inexistente mancha en mis uñas.

Brooke me puso morritos y yo acerqué mi boca a su oído soltando un “cada minuto” cargado de lujuria a la vez que acariciaba su espalda con la punta de mis dedos.

Brooke se dio la vuelta satisfecha y me guio hasta el aparcamiento de la terminal. En la plaza 2229 GA nos esperaba un Camaro SS descapotable nuevecito.

—¿Qué diablos has hecho con mi limusina, Bautista? —dije yo con una sonrisa al ver aquel torpedo negro e intimidante.

Siguiendo con la coña Brooke se caló de nuevo la gorra sobre los ojos y me abrió la puerta. Yo me senté y me puse el cinturón de seguridad mientras ella cerraba la puerta y arrancaba el coche. Salimos a la autopista y nos dirigimos al norte atravesando Santa Mónica en dirección a la costa. El tiempo era esplendido y el sol era una bola roja anaranjada que se iba escondiendo poco a poco en el horizonte. Me quité el jersey y disfruté de la brisa fresca que venía del mar mientras observaba las casas y las palmeras que flanqueaban la carretera.

Diez minutos después circulábamos por la carretera en dirección a Malibú. La vía rápida discurría encajonada entre las colinas y la costa proporcionando a los que circulaban por ella unas vistas espléndidas. Mire hacia el mar, la luz dorada de los últimos rayos del sol caía sobre el cabello de Brooke arrancándole brillos dorados y rojizos. Acerqué mi mano y acaricié el pelo suave y brillante. Brooke se giró hacia mí y sonrió.

Podía haber dicho muchas cosas, pero no soy un tipo muy hábil con las palabras, así que decidí no romper la magia del momento con alguna estupidez y dejar que mis manos y mis labios hiciesen el trabajo.

A medida que nos acercábamos a Malibú, la estrecha franja de playa empezó a poblarse de casas construidas sobre pilotes aprovechando todo el espacio disponible.

Malibú está situado en una lengua de tierra de forma triangular que se adentra en el mar mirando hacia la sur. Rodeada de acantilados y con unas playas de fina arena a los pies de estos, las casas situadas en primera línea de costa disfrutaban de unas vistas privilegiadas.

La casa de Brooke era un chalet moderno no muy grande, pero situado en la costa con acceso a la playa que estaba treinta metros más abajo y un pequeño jardín con piscina rodeándola.

Dejamos el coche en el garaje y Brooke me guio hasta una terraza con vistas al mar. Mientras yo observaba como la oscuridad se iba adueñando poco a poco del paisaje acodado en la balaustrada que daba al acantilado, desapareció un momento para volver con un par de copas de vino tinto.

—Vaya, veo que te has aficionado —dije mientras examinaba la copa y degustaba un vino Merlot con un toque de Cabernet Sauvignon— Es vino de aquí, ¿Verdad? Me encanta el sabor que tienen a frutos del bosque.

—Calla y bebe listillo —dijo acercándome la copa y brindando.

Los cristales entrechocaron con un sonido limpio y claro. Bebimos un trago y nos miramos durante un instante, de nuevo sus ojos me embrujaron. Acerqué mis labios a los suyos y la besé suavemente. El vino resultaba mucho más sabroso tomado de su boca.

Brooke me abrazó y se apretó contra mí devolviéndome el beso con urgencia. Al fin, juntos de nuevo…

—La carne está en el horno, aun tardara unos minutos —dijo ella empujándome contra una hamaca y sentándose encima mío…

*Cazabombardero americano de la segunda guerra mundial famoso por su resistencia y su aptitud para el ataque a objetivos terrestres.

**Focke Wulf 190 probablemente e mejor caza alemán de la segunda guerra mundial.

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Relato erótico: “La joven de la curva 1” (POR ALEX BLAME)

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Lo que iba a ser otro viaje de vuelta a casa después de una agotadora jornada de trabajo, se convirtió en algo que ni siquiera mi desbordante imaginación podía concebir. Justo al pasar la decimoquinta curva (ya las contaba por puro aburrimiento), la misma curva que había tomado un millón de veces antes, el destino me estaba esperando en forma de un reventón.

La curva no era muy cerrada así que pude ver con tiempo las marcas del frenazo y el trompo en la carretera y el coche con todo el lateral izquierdo dañado mirando hacia mí en la cuneta. Ella salió de detrás del coche aún humeante haciéndome señas desesperada.

Paré el coche inmediatamente y poniéndome el chaleco reflectante, salí para ver en que podía ayudarle. Hasta que no estuve a un par de metros de distancia no la reconocí. A pesar de no llevar ningún maquillaje estaba preciosa y esas piernas largas y esos ojos azul cielo eran inconfundibles. Por un momento no supe cómo reaccionar pero me repuse rápidamente y antes de que ella pudiese decir nada desempolvé mi inglés de secundaria y le pregunté :

—What can I help you? Are you OK? *

—¡Oh! ¡Gracias a Dios! —pude entenderle a duras penas —Yo estoy bien gracias, pero…

—Lo siento señorita pero por favor hábleme un poco más despacio para poder entenderla, mi inglés deja bastante que desear. —logré interrumpirle antes de que cogiese carrerilla.

—¡Oh! —volvió a exclamar ella— Lo siento estoy un poco nerviosa todavía.

—Me lo imagino, has tenido suerte. ¿Te encuentras bien?

—Perfectamente, gracias. —dijo ella de forma exageradamente lenta.

—Estupendo eso es lo importante. Ahora, cuéntame qué ha pasado y dime en que puedo ayudarte. —dije yo mientras cogía los triángulos de peligro del maletero del coche accidentado para señalar el siniestro.

—Realmente no lo sé muy bien, estoy de vacaciones y alquilé este coche en el aeropuerto y … eso fue lo único que salió bien. A las tres horas me di cuenta que el navegador no funcionaba correctamente y no me llevaba a mi destino y cuando intenté volver a modificar el destino se apagó.

—¿A dónde ibas? —Pregunté yo.

—A Sevilla.

—Pues creo que llevas horas circulando en dirección contraria. —dije yo esperando que Brooke no se ofendiera al verme intentando contener las carcajadas.

—Me salí de la autovía en cuanto me di cuenta para preguntar y acabé en un pueblo pequeñito, con gente muy amable. Me dieron muy bien de comer en el restaurante del lugar pero nadie hablaba más que unas pocas palabras de inglés. Les debí entender mal, al intentar volver a coger la autovía me equivoqué de nuevo y cuando me di cuenta estaba en el medio de ninguna parte.

—El norte de Zamora más concretamente. —puntualicé yo.

—¿Zamora? —Preguntó Brooke.

—Sí como el reino de los ladrones de Conan. —respondí yo—¿Cómo te la pegaste?

—Eso fue lo más raro. Iba despacio, intentado buscar un indicio de hacia dónde iba, cuando hoy un ” pop “. Un instante después estaba dando vueltas en medio de la curva y acabé en la cuneta. Afortunadamente choqué con la parte del pasajero y no me pasó nada.

—Coches de alquiler —dije yo observando los neumáticos peligrosamente desgastados— Hay que inspeccionarlos siempre antes de recogerlos. En fin, ahora ya no tiene remedio. ¿Has llamado a la grúa?

—Ese es el otro problema, no tengo cobertura con el móvil. El tipo que me lo vendió , muy simpático por cierto, me dijo que Livinn era la empresa que más cobertura tenía…

—… y te mintió como un bellaco. —dije yo sonriendo y tendiéndole mi móvil.

Brooke lo cogió agradecida y marcó el número de la empresa de alquiler. Después de un par de minutos de espera empezó a hablar y se interrumpió a media frase; le habían vuelto a poner en espera.

Brooke se apoyó en el maletero del coche accidentado y yo no pude evitar echarle un vistazo muuy detenido. Tenía la misma espectacular figura que mostraba en sus películas aunque no iba vestida como una zorra quinceañera. Llevaba una falda corta que mostraba una buena porción de unas piernas blancas y delicadamente torneadas y una blusa blanca traslucida que dejaba entrever su ropa interior. Un cinturón ancho, cerrado con corchetes entorno a su talle realzaba su esplendida figura de reloj de arena.

La joven sacudió su larga melena rubia para apartarla a un lado llamando mi atención sobre su cara de tez pálida y suave, sus ojos grandes, de un azul limpio, casi glaciar, su nariz pequeña y ligeramente ancha, sus labios gruesos y jugosos pintados de un rojo discreto…

—¿Perdona ? —pregunté yo abstraído en la contemplación al ver a la joven tapar el móvil y dirigirse a mí.

—Ahora que he hablado con el tipo del teléfono me he dado cuenta de que no nos hemos presentado y tú me has hablado en inglés desde el primer momento…

—Bien yo… He visto alguna de tus… películas. —Respondí yo un poco avergonzado temiendo muy bien no se qué.

—¿De veras? ¡Qué bien! —dijo ella con una mezcla de orgullo y alegría— Aun así creo que deberíamos presentarnos, al menos para que yo no esté en inferioridad.

—Me parece justo. Soy Juan Olmos. —dije tendiéndole la mano a Brooke con timidez.

—Encantada, como ya sabes, yo soy Brooke Meltdown—respondió ella asiendo mi mano con sus dedos largos y finos y dándome dos besos que me pusieron casi en órbita.

Iba a decir alguna tontería más pero una voz en el teléfono nos interrumpió salvándome del ridículo. La sonrisa de alivio de Brooke se vio sustituida por una expresión de confusión para luego pasarme airada el teléfono.

—Lo sentimos mucho —decía una voz enlatada en inglés— pero ahora mismo no disponemos de operadoras que hablen su idioma disponibles. Le rogamos que lo intente de nuevo un poco más tarde.

—Déjame —le dije colgando el teléfono y volviendo a llamar.

—Coches de alquiler La Ardilla. ¿En qué puedo ayudarle? —respondió una voz cansada de mujer al otro lado de la línea.

—Buenas noches, señorita, estoy aquí con una de sus clientas que desgraciadamente no habla su idioma. Ha tenido un accidente porque alquilan coches con los neumáticos en los alambres. Afortunadamente ha resultado ilesa pero cuando ha intentado conectar con ustedes para que le ayuden nadie se ha dignado a sacar de la cama a algún empleado que hable inglés.

—Lo siento señor, enseguida le paso con el servicio de ayuda en carretera…

—De eso nada, lo que va a hacer es enviar una grúa al kilometro treinta y tres de la comarcal ZA-23 para que recoja el coche. Yo me llevo a su cliente hasta la Valdecilla de Sanabria y les dejo las llaves del coche en el paso de la rueda delantera izquierda.

—Pero no puede dejar el coche así. —intentó protestar la operadora.

—Tampoco ustedes pueden dejar tirada a una persona en medio del monte de Zamora. —dije yo levantando la voz ante la diversión de Brooke— Además no creo que vaya a escapar nadie con su coche en ese estado.

—Es más, sin no quieren que está mujer les envíe un ejército de abogados se encargaran de tener un coche preparado para ella mañana en la plaza del pueblo. ¿Me he explicado con claridad?

—Sí señor. —dijo la telefonista intentando ocultar su cabreo.

—Se que usted no tiene la culpa de que esta empresa sea un asco, pero lo mínimo que se debe hacer es tratar de solucionar las cosas y no pasarle la patata caliente a otro. Buenas noches señorita. —dije cortando la línea antes de que la voz del otro lado pudiera replicar.

—Cómo ya nos conocemos espero que no te parezca mal que te lleve hasta un pueblo cercano donde hay una casa rural en la que podrás descansar. Lo he arreglado para que mañana tengas un coche esperándote a la puerta.—le dije a Brooke.

—¿Y el coche?—preguntó Brooke confundida.

—Que le den por el culo, igual que te dieron ellos a ti cuando les pediste ayuda. —respondí abriendo el maletero y sacando el equipaje de la actriz.

—Muchas gracias, no sé que hubiera sido de mí si no hubieses aparecido.

—Habría aparecido otro, supongo —dije yo encogiéndome suavemente de hombros y abriéndole la puerta a Brooke.

Arranqué el coche deseando que una banda de gitanos pasase por allí y les desmontase el coche a esa pandilla de imbéciles. A los diez minutos la joven se relajó y se quedó dormida. Yo no puede evitar echar una mirada de reojo a la falda ligeramente remangada que dejaba ver aquellas piernas espectaculares en todo su esplendor y no pude evitar rememorar la última escena que había protagonizado.

La historia podía ser la de cualquier culebrón. El personaje de Brooke era la enamorada esposa de un tal Nigel, un tipo guapo y genial pero que tenía el inconveniente de que no podía tener hijos. Tras intentarlo todo fracasan y no tienen más remedio que recurrir al hermano de Nigel para que se folle a la joven hasta dejarla embarazada.

A pesar de que la capacidad de interpretación no es el principal atributo en estas producciones, los protagonistas reflejaban con bastante eficacia el momento de tensión y vergüenza en el que los tres se presentan.

Brooke se ha vestido de manera sexy con un vestido negro de tirantes y falda ajustada por medio muslo y unos tacones de aguja mientras que Jan lleva unos sencillos pantalones de pinzas y un polo de manga larga que no puede ocultar sus abultados músculos.

Nigel hace el amago de retirarse para dejarles solos pero Jan insiste en que participe en la sesión de sexo para hacerlo más íntimo.

***

—No sé. Creo que si te viese follarte a mi mujer, me volvería loco de celos. —dice Nigel a su hermano.

—No lo hago por eso hermano, quiero que le hagas el amor a tu mujer conmigo, no quiero que sea un acto puramente mecánico. Un hijo debe ser creado con un acto de amor.

—Además, si ambos os corréis dentro de mí siempre habrá una pequeña probabilidad de que tú seas el padre real de nuestro hijo. —interviene ella acercándose a su esposo y besándole el cuello con suavidad.

Incapaz de rebatir los razonamientos de los otros dos Nigel accede dejándose desnudar por su mujer. Jan no se hace de rogar a su vez y se desnuda.

Brooke, aun vestida, se separa y observa a los dos hermanos; ambos son altos, fuertes y musculosos. Se parecen bastante, aunque Jan se diferencia por tener un tatuaje de una serpiente en el omoplato y por tener una polla más grande que la de Nigel.

Con una sonrisa tranquilizadora Nigel se acerca a su hermano y le da un abrazo fraterno que le proporciona tranquilidad a Jan y emociona a la joven Brooke que les observa de pie.

Finalmente los hermanos se pasan los brazos sobre los hombros mutuamente y se vuelven hacia ella.

Brooke sonríe y agita sus largas pestañas con coquetería mientras se acaricia los muslos arremangándose poco a poco la falda de su vestido. Al principio fija su vista en su marido para disminuir un poco la sensación de vergüenza de desnudarse frente a alguien tan conocido, pero con el tiempo empieza desviar la mirada hacia su cuñado admirando su cuerpo casi tan perfecto como el de Nigel y el pene enorme y erecto oscilando excitado al ver el tanga semitransparente de Brooke tapando levemente su sexo rasurado.

La joven comienza a contonearse ante la visión ansiosa de sus amantes y se va quitando el vestido poco a poco por la cabeza mostrando su cuerpo delgado y elástico, su culo respingón y sus pechos redondos con unos pezones grandes que apenas se distinguen de la areola . Ambos hermanos resoplan aunque se mantienen firmes esperando que sea ella la que tome la iniciativa.

Brooke se acerca a ellos y se arrodilla cogiendo sus vergas, cada una con una mano. Las sopesa comparándolas . La de Nigel era más corta y gruesa con venas protuberantes que le dan el tacto algo rugoso que tanto le gusta cuando está dentro de ella. La de Jan en cambio es más larga y lisa, como un bruñido misil, coronada por un glande grueso y rosado que llama poderosamente su atención.

Después de sacudirlas con suavidad, mirando a su marido, se acerca la polla de Jan a la boca y le da un sonoro chupetón.

Jan sofoca un grito de sorpresa y su hermano se revuelve incómodo pero Brooke excitada lo ignora y sigue chupando. La polla de Jan es larga y apenas puede meter un tercio de ella en la boca sin atragantarse. Pronto la polla de su cuñado está cubierta por una espesa y resbaladiza capa de saliva.

Con una sonrisa malévola deja a Jan temblando y a punto de correrse y se concentra en la polla de su marido. Brooke la lame y la mordisquea consciente de que a su marido le encanta.

Nigel coge a su esposa por la melena y metiéndole la polla en la boca comienza a follarla con suavidad disfrutando del calor y la humedad unos segundos antes de cogerla en brazos y llevársela al dormitorio.

En cuanto Nigel la deposita en la cama los dos hombres se lanzan sobre ella como dos lobos hambrientos. Nigel la besa en la boca y el cuello mientras que Jan maravillado juega con sus pechos observando como todo el conjunto de pezón y areola se hincha mientras Brooke suspira excitada y dirige la cabeza de su esposo hacia sus ingles.

Nigel no se molesta en apartar el tanga cuando acaricia el hinchado sexo de la joven. Brooke gime y se retuerce asediada por dos pares de labios y dos pares de manos que le acarician, le mordisquean le estrujan y le aprietan.

Brooke intenta quitarse el tanga pero su cuñado se adelanta y se lo arranca de un tirón golpeando su vulva con su polla caliente y dura como una piedra. Jan no se lo piensa más y entra en el delicioso coño de la joven. Brooke gime y se estremece al ser penetrada mientras Nigel se queda mirando un instante antes de inclinarse sobre su esposa y volver a besarla.

Jan mira a su hermano y con una seña dan la vuelta a la joven poniéndola a cuatro patas. Brooke siente como Jan le mete toda la polla de un solo golpe y abre la boca para gritar. Su marido de rodillas frente a ella aprovecha y le mete la polla en la boca. La joven es empujada alternativamente por las pollas de sus dos amantes de forma que el empujón de uno hace más profunda la penetración del otro. Brooke quiere gemir y gritar loca de placer pero la polla de su marido se lo impide.

Tras unos minutos de asalto continuado Jan inca los dedos en el culo de la joven y con dos salvajes empujones eyacula dentro de su cuñada en medio de broncos gemidos.

Jan se aparta tras haber depositado su ardiente leche en las entrañas de la joven y Nigel dando la vuelta a su esposa la toma a continuación. El sexo entre los esposos no es tan violento. Nigel penetra a Brooke con suavidad en el chorreante y aun hambriento coño de su esposa mientras la besa con ternura.

Jan observa la complicidad de los dos esposos y amantes mientras se relaja con el deber cumplido. Observa como los movimientos de su hermano se van volviendo más urgentes a petición de su esposa que se corre con un largo gemido. Nigel sigue follando el cuerpo tembloroso de su esposa hasta que con un último empujón eyacula en su interior.

***

A continuación Nigel invita a su hermano a que se una a ellos y la escena termina con los tres amantes dormidos en un abrazo, con la joven esposa durmiendo satisfecha entre ellos.

Las luces del pueblo le sacaron de su ensoñación y con un oportuno carraspeo despertó a la actriz.

—¿Ya hemos llegado? —pregunto Brooke—Lo siento me he quedado dormida.

—En efecto, —dije yo aparcando el coche frente a la casa rural— y en unos minutos podrás volver a estarlo.

Dejando a la joven desperezarse salí del coche y llamé a la puerta de la casa. Tuve que insistir unas cuantas veces porque el matrimonio que la regentaba era ya un poco mayor y si no tenía gente se acostaban temprano.

—Hola Juan, —dijo una mujer de rostro arrugado por la intemperie y con los ojos aun entrecerrados por el sueño— ¿Qué diablos quieres a estas horas?

—Alegra esa cara que te traigo una clienta. Me la encontré en la carretera, la ha dejado tirada el coche. —dije intentando no entrar en demasiadas explicaciones.

—¡Oh, estupendo! —dijo la matrona cambiándole la cara inmediatamente— ¿Os ayudo con las maletas.

—No te molestes Tina ya me encargo yo.

—Justina, esta es Brooke. Es americana y no entiende absolutamente nada de castellano.

—Ah, perfecto, porque yo hablo el inglis pitinglis de fábula. —dijo Justina con una sonrisa,

—Adelante, milady, adelante. ¿Tienes hambre, hija? ¿Quieres comer algo? —Dijo la casera con un gesto inconfundible.

—¡Oh! Sí grasias. —dijo Brooke exhibiendo las dos únicas palabras que dominaba del castellano.

Tras ayudarle a subir las maletas a una enorme habitación con chimenea que la Justina le había adjudicado, me despedí de Brooke diciéndole que me pasaría al día siguiente para ayudarla a salir de allí y guiarla hasta la salida de la autovía. Me despedí de Justina haciendo bromas sobre pedir comisiones y dejé a las dos mujeres manteniendo una animada conversación cada una en su idioma.

*¿En qué puedo ayudarte? ¿Te encuentras bien? Ni yo estoy preparado para escribir nada en inglés, ni supongo que buena parte de vosotros tampoco lo está para leerlo, así que a partir de ahora para señalar los diálogos de los protagonistas en este idioma los escribiré en cursiva. Las palabras que vayan en el formato normal serán en castellano. Espero que no nos liemos.

para contactar con el autor:
alexblame@gmx.es

Relato erótico: ” Jane VII” (POR ALEX BLAME)

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7

El señor Hart estaba disfrutando como siempre de su puro y su coñac vespertinos cuando Patrick entró en el salón con su rifle aún humeante. Lo apoyó abierto y descargado sobre uno de los sofás orejeros y se sirvió una copa.

-Es usted afortunado –dijo el Señor Hart con una sonrisa–la Sra. Bowen ha ido al mercado y eso le libra de una buena reprimenda.

-Sabía que esa vieja bruja no estaba, por eso lo he hecho y haz el favor de tutearme así podré hacer yo lo mismo.

-¿Ha habido suerte hoy?

-Desde luego Philip, mañana habrá estofado de facóquero para comer. –respondió Patrick.

-Estupendo, me muero por algo parecido a unas chuletas de cerdo. –dijo el funcionario abriendo un ejemplar del London Times que sólo había llegado con nueve días de retraso.

-Tengo entendido que conoces a todo el mundo aquí en Kampala –intervino de nuevo Patrick antes de que el hombre se enfrascara en la lectura de la crónica política de la capital.

-Tarde o temprano todos los habitantes de este lugar dejado de la mano de dios necesitan pasar por mi oficina para pagar los impuestos o pedir alguna ayuda gubernamental. ¿Hay algo que desees saber?

-Mi pistero me ha contado una entretenida historia sobre hechizos y brujos y ha despertado mi curiosidad. Me gustaría averiguar un poco más. Este lugar es bastante aburrido y no voy a estar constantemente de caza.

-La verdad es que es un tema fascinante. La religión de esta zona, antes de que viniéramos a enseñarles lo equivocados que estaban, –dijo el funcionario mitad en serio mitad en broma – era una mezcla de animismo e islamismo. Es sorprendente la capacidad que tiene esta gente para asimilar cultos nuevos y adaptarlos a sus creencias.

-Ya lo creo Philip, el caso es que me gustaría tener datos de primera mano. Quizás pueda escribir algo sobre ello cuando vuelva a Londres. ¿Conoces a algún brujo que viva por aquí?

-Tienes suerte, no la conozco personalmente pero el dueño de una plantación me habló de ella. La encontró por medio de uno de sus criados y la contrató para encontrar agua y en dos días tenía tres pozos manando agua a menos de dos metros de profundidad. –dijo Hart apartando el periódico.

-¿Una mujer? –preguntó Patrick extrañado.

-Joven y preciosa, por lo que dijo el hombre. Y con un gran poder según el criado del hacendado.

-¿Sabes algo más de ella?

-Algo sé. –Dijo Philip sacándose las lentes y limpiándolas con un pañuelo no muy limpio -Sé que nació en Etiopia, que escapó de allí cuando era adolescente para evitar la ceremonia de la ablación. Vago por la sabana medio muerta de hambre y sed, pero sobrevivió y llegó a una aldea al norte de Uganda. El viejo hechicero de la tribu reconoció inmediatamente su poder, las bestias y la sabana la habían respetado, así que la acogió bajo su tutela. En pocos años se convirtió en la hechicera más importante de Uganda. Hace un par de años se instaló en Kampala y aprendió el inglés. Sirve tanto a los negros como a nosotros, solo que a nosotros nos cobra diez veces más por sus servicios.

-¿Sabes dónde puedo encontrarla?

-Los negros la adoran y la temen a la vez. Acuden a ella siempre que tienen un problema pero no se acercan a ella ni entablan relación ninguna más allá de la profesional. –continuó Philip. Vive en una pequeña cabaña a unos seiscientos metros de la ciudad en el camino de Nairobi. Allí realiza sus ritos sin que nadie la interrumpa.

-¡Vaya yo que creía que la única mujer temida de Kampala era la señora Bowen! –replicó Patrick dejando la copa vacía y recogiendo el rifle al oír entrar a la dueña del hotel en el edificio…

La cabaña estaba justo donde le había dicho el funcionario. Era más amplia y sólida que las habituales chozas de las afueras de Kampala, estaba hecha a la manera tradicional con arcilla y estiércol pero el tejado era sólido y tenía un par de amplias ventanas cosa inusitada en la vivienda de un nativo.

Antes de que Patrick llamase a la puerta una voz femenina le invitó a entrar en la casa.

-Bienvenido –dijo una mujer con la piel del color del ébano y una belleza felina.

Patrick esperaba que fuese joven, pero no tanto. No podía creer que esa chica de apenas diecinueve años fuese la hechicera más poderosa de los alrededores. Ella notó la duda del hombre en sus ojos e hizo un mohín pero no dijo nada.

El interior de la choza era amplio, tenía dos estancias, la más grande hacía de cocina salón y oficina y estaba separada por lo que debía ser el dormitorio por una cortina de vivos colores. Tenía un hogar con una especie de trébede donde estaba cocinando algo a fuego lento, una mesa con cuatro sillas y un par de cómodos canapés. Los muebles eran cómodos y vistosos, nada que ver con las toscas sillas de madera y los jergones de paja habituales.

Subumba era casi tan alta como el, vestía una túnica y un turbante color índigo que resaltaba sus cuerpo esbelto y grácil. Sus ojos oscuros, almendrados y un poco separados, junto con su nariz pequeña y ancha, sus pómulos salientes y sus labios gruesos y oscuros le daban el aspecto de una pantera esquiva y enigmática.

Sin decir palabra se dio la vuelta , con movimientos elásticos e insinuantes se reclinó sobre el canapé y quitándose las sandalias subió los pies al tapizado mientras invitaba a Patrick a sentarse.

-En que puedo ayudarte –dijo ella en un inglés casi perfecto.

-Dicen que eres una bruja poderosa, -dijo él yendo al grano -¿Es eso cierto?

-Dicen que el Dios del hombre blanco es poderoso, sin embargo, cuando estáis en problemas no recurrís a él, me llamáis a mí. –dijo ella desdeñosa. –El poder es relativo. Dime lo que quieres de mí y te diré si puedo complacerte. –sentenció la joven moviéndose en el canapé haciendo que Patrick se fijase en sus pechos firmes, que se movían libremente sin la prisión de un corsé o un sujetador.

-Quiero domesticar una hiena –dijo él sin tapujos.

La hechicera se le quedo mirándole, un ligerísimo rubor se adivinaba en su suave piel color café. Sin decir nada se le quedó mirando con intensidad unos momentos valorando la situación hasta que finalmente habló.

-Puedo hacerlo, pero no es tan sencillo. Una Hiena no se domestica, se forja una alianza con ella. Tú la modificas a ella, pero ella también te modifica a ti. Ya no serás el mismo, serás un hombre hiena. Se necesita un temple especial para lograrlo, no todo el mundo es capaz. –dijo ella acercando la mano y cogiendo la barbilla perfectamente rasurada del hombre con sus dedos largos y suaves para escrutar su rostro.

-Veo que eres un hombre con el corazón roto… -dijo ella con una voz extraña –Eso está bien. La ausencia de vínculos emocionales hará más fácil la transición.

-¿En qué voy a cambiar? –dijo él sintiéndose desnudo ante aquella mirada.

-No temas, no es nada físico. Ella se llevara la peor parte, la tendrás totalmente dominada y estará bajo tus órdenes. Tus cambios, sin embargo serán más sutiles, pero no dejan de entrañar cierto peligro. Tu olfato y tu vista nocturna mejoraran en incluso si te concentras podrás ver lo que vea tu acólita, pero también reaccionaras de forma más brutal e instintiva a los estímulos que te exciten o te irriten. Si no te controlas puedes cometer actos salvajes, impropios de un ser incivilizado.

-Entiendo los riesgos pero quiero seguir delante de todas formas. –Dijo él sin apenas intimidarse por las palabras de la mujer.- ¿Qué tengo que hacer?

-Lo primero que debes hacer es capturar una hiena. –Dijo ella –una hembra preferiblemente, son más grandes y más seguras de sí mismas, además la atracción entre sexos opuestos ayudará en el proceso.

-De acuerdo, mañana mismo volveré con una.

-¡No! –dijo ella levantando la voz. –Es importante que la captures de la forma adecuada. Las hienas van a comer a los basureros todas las noches. Debes ir allí y ofrecerles comida hasta que te ganes su confianza y logres establecer un vínculo con ella. Una vez lo hayas conseguido impregnarás la comida con una droga que voy a preparar y me la traerás para realizar el resto del ritual.

-De acuerdo, vendré mañana por la poción. –Dijo él echando la mano al bolsillo -¿Una guinea será suficiente por tus servicios?

-De momento bastará –dijo ella acercándose con una sonrisa enigmática para recoger la moneda de las manos del inglés. El aroma de Subumba, una mezcla de sándalo y sudor despertó por un momento en él deseos aletargados desde la desaparición de Jane. Patrick rompió el contacto apresuradamente y salió de la cabaña sacudiendo la cabeza intentando concentrarse en su nuevo objetivo.

Le encantaba moverse por la selva, atravesar la espesura y jugar con los monos. En pocas semanas había conseguido establecer una relación de confianza con los chimpancés. La relación que mantenía con ellos no era tan íntima como la que tenían con Tarzán pero casi. Con los gorilas era diferente. Su tamaño le intimidaba y aunque no temía que la atacasen prefería mantener las distancias.

Una tarde Tarzán desapareció y volvió con pedazos de piel curtida que según le contó había “recogido” en una aldea de pigmeos cercana. Con ayuda de un cuchillo que siempre llevaba consigo el salvaje, Jane recortó una banda alargada de unos veinte centímetros de ancho y otra en forma de reloj de arena.

Aprovechando una ausencia del salvaje, se quitó la ropa sucia y ajada y se colocó la banda en torno a los pechos para sujetarlos y protegerlos de golpes y arañazos y luego se puso la otra pieza en las ingles cerrándola con dos lazos en ambas caderas. El uniforme era escueto pero mucho más práctico y la suave piel evitaba que se le produjesen escoceduras o erupciones.

Al fin las tormentas les dieron una tregua y los chimpancés lo celebraron con una ininterrumpida serie de juegos y gritos. Aquel día incluso Jane se atrevió a participar tímidamente en los juegos. Ahora ya se movía con bastante soltura y no necesitaba la constante ayuda de Tarzán para avanzar aunque aún no podía seguir el ritmo de los más jóvenes. Era ya casi de noche cuando un ligero chasquido puso a toda la tribu en alerta. En dos minutos todos salieron disparados en dirección contraria al origen del ruido y desaparecieron. Jane más curiosa que atemorizada se quedó intentando escudriñar entre la espesura.

En ese momento apareció un gatazo grande y oscuro moviéndose en total silencio. Cuando la detectó, fijo su mirada en la joven y con un rugido se lanzó sobre ella. Jane pegó un grito de pánico y salió corriendo. Atravesaba la espesura con la rapidez que le proporcionaba el miedo, pero la pantera, segura de que iba a cobrar su presa, recortaba la distancia que la separaba poco a poco. Finalmente llegó a un claro y con la fuerza que le daba la desesperación pegó un salto asiéndose a una liana que estaba a más de tres metros de distancia. Esta vez se sujetó sin problemas y aprovechando el impulso aterrizó en la seguridad de los brazos de Tarzán que le esperaba al otro lado del claro.

-Nunca quedar sola en la oscuridad –le dijo Tarzán – la noche ser el reino de Blesa.

-¿Temes a la pantera? –preguntó ella aún temblando en los brazos de él.

-No, Blesa temer a Tarzán –dijo antes de dar un fuerte alarido y golpearse el torso con sus puños como lo hacían habitualmente los gorilas.

La pantera había bajado al claro con la evidente intención de continuar la persecución pero al oír el grito y ver a Tarzán, soltó un rugido de frustración y agachando las orejas huyó internándose en la espesura.

Jane suspiró y se apoyó en el torso del salvaje, el efecto de la adrenalina había pasado y se sentía exhausta. Tarzán la cogió en brazos y ella se dejó llevar apoyando su cabeza, agradecida, en el pecho del hombre .

Cuando llegaron al claro, Tarzán hizo rápidamente un nido y le trajo a Jane un poco de fruta. Jane mordió el jugoso fruto y poco de jugo rezumó escurriendo por su barbilla y su pecho. Tarzán la miró a los ojos, acerco su mano y con su dedo índice recogió varias perlas del dulce líquido de su pecho y se lo llevó a la boca. El suave vello de la joven se erizó inmediatamente.

Jane suspiró quedamente y le devolvió la caricia excitada.

-A Tarzán gustar Jane. –dijo el hombre con una mirada en la que se mezclaba la excitación y la inocencia.

Jane sonrió y metió la mano en el taparrabos de Tarzán acariciando suavemente su polla. El miembro reaccionó instantáneamente y se puso duro entre sus dedos como una piedra.

A partir de ese momento Jane no tuvo ningún control sobre la situación.

De un tirón Tarzán le arrancó la banda que sujetaba, sus pechos. Estos libres rebotaron excitando aún más al salvaje que los magreó con dureza. Jane notó como sus pezones se endurecían y todo su cuerpo se enardecía ante la brusquedad con la que el hombre le estaba tratando.

Con un aullido ronco levantó a Jane en vilo y la tumbó de cara al suelo del nido. Con dos tirones le arrancó el taparrabos y poniéndole el culo en pompa la penetró sin contemplaciones.

Jane gritó y notó como su cuerpo reaccionaba con lujuria ante el maltrato. Sin darle tiempo a colocarse, Tarzán la agarró de las caderas y comenzó a penetrarla con tal fuerza que con cada empujón todo su cuerpo, estremecido de placer, se separaba unos centímetros de la superficie del nido. Los movimientos del hombre se hicieron más rápidos y sus gemidos roncos enmascaraban los más débiles de Jane. En pocos segundos con un último empujón brutal, dejó su polla incrustada en lo más profundo de la vagina eyaculando con fuerza e inundando su coño mientras erguía su torso pegaba un ensordecedor alarido y se golpeaba satisfecho el pecho con los puños.

Antes de que pudiese darse cuenta Tarzán se separó de ella y empezó a correr y a dar saltos desapareciendo en la espesura dando alaridos de satisfacción, mientras ella se quedaba allí tumbada con el sexo rebosante de semen y frustrada por no haber sido capaz de retener al hombre hasta que le llevase al clímax.

Jane se acarició la vulva aún excitada por la salvaje cabalgada de Tarzán. Cerró los ojos y sin cambiar de postura introdujo sus dedos en su coño rebosante con la leche del salvaje. Saco sus dedos y saboreó el semen de Tarzán mientras seguía masturbándose con la otra mano libre. Un sabor intenso a fruta invadió su boca haciendo que se corriese. Jane se acurrucó con una mano en la boca y la otra en su coño mientras todo su cuerpo se agarrotaba con las sucesivas oleadas de placer que la recorrieron.

Cuando abrió los ojos, Idrís la observaba desde una rama unos dos metros por encima de ella y se acariciaba imitando los movimientos de Jane. Tras ella el viejo macho, Shuma, apareció, se acercó y comenzó a copular con ella. En unos pocos minutos Jane se vio rodeada de dos docenas de monos envueltos en una orgía desenfrenada.

Relato erótico: “La chica de la curva 6” (POR ALEX BLAME)

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6

Tener de nuevo a esa ninfa en mi regazo me hizo olvidar de golpe el jetlag. Mi cuerpo respondió inmediatamente al contacto con el cuerpo de la joven que movió sus caderas sonriendo al darse cuenta.

—Sabía que me echabas de menos —dijo ella ronroneando y meciéndose lentamente sobre mi erección.

—¿Cómo no iba a echarte de menos? Seguro que más que tú a mí.

Brooke iba a contestar algo, pero yo estaba demasiado excitado para una larga conversación. Sin dejarle replicar le acaricié la mejilla y besé sus labios frescos y rojos con suavidad. El sabor del carmín invadió mi boca un segundo antes de que nuestras lenguas entrasen en contacto.

Jamás pensé que llegase a necesitar algo con tanta urgencia. Ni en el momento más tórrido y apasionado de mi relación con Helena había sentido esta necesidad casi dolorosa de fundirme con otra persona. Mis manos recorrieron su costado internándose bajo su top y estrujando sus pechos. No podía dejar de besarla y acariciarla. Necesitaba sentir su piel cálida y su corazón palpitando en el pecho para asegurarme de que aquello no era un sueño. Todas mis dudas quedaron en suspenso, deseaba a esa mujer por encima de todo, deseaba estar dentro de ella.

Con un empujón se apartó y se quitó el top y el sujetador mientras yo le acariciaba suavemente los muslos y el culo. Sonrió y me miró orgullosa del efecto que su cuerpo joven y esbelto ejercía sobre mí.

—Tengo que reconocer que ese viejo decía verdades como puños. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. —dije preguntándome qué diablos sería lo que había visto en mí.

Brooke sonrió satisfecha y bajando las manos me desabrochó los pantalones y cogió mi polla dura como una piedra entre sus manos.

Por un segundo creí que iba a volver a correrme como un idiota y Brooke lo notó y sonrió traviesa justo antes de apartar su tanga y dejar que mi polla resbalara poco a poco en su interior.

La joven soltó un suspiro ronco y satisfecho cuando tuvo toda mi polla alojada en sus entrañas. Echando su melena rubia hacia atrás comenzó a balancear suavemente sus caderas, apoyando sus brazos en mis hombros.

Yo me limitaba a dejarle hacer mientras acariciaba su cuerpo con las yemas de mis dedos, con suavidad, como si estuviese leyendo un texto en Braille. Mis manos se detuvieron en sus pezones y fascinado observé como crecían y se inflamaban al sentir el contacto con mis dedos.

Sin dejar de moverse Brooke los acercó a mi boca y yo los chupé goloso arrancándole un gemido de placer. Excitado la levanté en volandas y poniendo mis brazos bajo sus piernas comencé a levantar y bajar su cuerpo sobre mi polla.

Brooke se agarró a mi cuello, acompaño mis empeñones con los movimientos de sus caderas y gimiendo suavemente cada vez que mi miembro llegaba a lo más profundo de su cálido interior.

A punto de estallar, me separé y la deposité sobre la hamaca arrancándole la faldita y el tanga con precipitación. Brooke se estiró y movió su pubis lasciva mientras yo acariciaba y besaba el interior de sus muslos calientes y húmedos. Poco a poco, con desesperante lentitud fui avanzando entre ellos hasta envolver su sexo con mi boca.

Brooke dio un respingo y se estremeció al sentir mi lengua explorando su interior. Lamí con suavidad los flujos que escapaban de él y mordisqueé su clítoris. Ella respondió con insultos y suspiros anhelantes.

Introduje mis dedos en su coño y buscando su parte más sensible comencé a moverlos con fuerza sin dejar de chupar su sexo consiguiendo que se corriera en pocos minutos.

Brooke gritó y se estrujó los pechos recorrida por intensos relámpagos de placer mientras yo, aun hambriento, volvía a penetrarla.

Gimiendo y jadeando se agarró con sus piernas a mi cintura mientras yo empujaba con todas mis fuerzas disfrutando como un loco de aquel sexo cálido y chorreante entrando y saliendo una y otra vez hasta correrme en su interior.

Sin darle tregua a mi polla le di la vuelta y volví a entrar en su coño. Brooke separó sus piernas y bajó su torso mientras yo me agarraba a su culo y la follaba haciendo que mis huevos golpeasen contra su pubis con fuerza. Los gemidos de la joven se fueron haciendo más intensos hasta que todo su cuerpo se crispó víctima de un intenso orgasmo. Acariciando suavemente sus muslos y su culo estremecidos mantuve mi polla en lo más profundo de su coño mientras movía ligeramente mis caderas intentando prolongar su placer.

Con un último suspiro Brooke se separó y se dio la vuelta sentándose sobre la hamaca. Yo me mantuve de pie con mi polla aun erecta a la altura de sus ojos.

Con una sonrisa traviesa la cogió entre sus manso y se la metió en la boca. Toda mi cuerpo tembló de placer al sentir como su lengua acariciaba mi miembro.

Mirándome con esos ojos azules e intensos siguió chupando y lamiendo mi polla hasta que no pude contenerme más y eyaculé en su boca. Yo no pude hacer otra cosa que inclinarme sobre ella para abrazar su cabeza y acariciar su melena mientras ella seguía chupando hasta apurar la última gota de mi leche y mi placer.

Nos separamos justo antes de que el horno sonara anunciándonos que la cena estaba lista. Brooke se incorporó y totalmente desnuda se dirigió a la cocina. Yo la seguí aun excitado y embelesado por aquel cuerpo esbelto y moviéndose elegante delante de mí.

La abracé por detrás, acaricié su cuerpo y besé su cuello y su nuca hasta que me obligó a apartarme con un par de codazos y así poder servir la cena.

La sonrisa que mostró Brooke cuando alabé su pastel de carne hizo que comiese un pelín más de la cuenta y cuando terminamos el empacho, unido al jetlag, provocaron que me sintiese un poco atontado.

Brooke se dio cuenta y me acompañó a la cama. A pesar de que no podía más, mis manos seguían pensando por sí mismas y no dejaban de acariciar el cuerpo desnudo de aquella belleza provocando que la piel de la joven se erizase como si le rozase un viento del norte.

Me guio por un corto pasillo hasta unas escaleras que desembocaban en la habitación principal que ocupaba todo el piso superior. El dormitorio era enorme, en la parte derecha había un vestidor y un baño con ducha mientras que el resto del espacio lo dominaba una enorme pero sencilla cama con un par mesitas de Wengué y un sofá de lectura situado al lado de un ventanal.

—Vaya, me esperaba otra cosa. —dije yo con una sonrisa pícara.

—Ah, ¿Sí?¿Qué te esperabas? —preguntó ella poniendo morritos.

—Ya sabes, una cama aun más grande, en forma de corazón, giratoria, con un colchón de agua, la ropa de cama de satén rosa o borgoña y unos espejos en el techo. —respondí yo cachondeándome.

—¡Idiota!—exclamó ella poniendo morritos de nuevo y sonriendo.

Abracé de nuevo a Brooke y le di un largo beso pero noté que el cansancio finalmente había hecho mella en mí y apenas podía mantener los ojos abiertos. Aun así no podía separarme de aquel cuerpo joven y delicioso. Tuvo que ser ella la que finalmente me tumbase en la cama de un empujón.

—¿No vienes a la cama? —le pregunté yo medio dormido.

—Lo siento, pero tengo que repasar este guion, mañana tengo que trabajar. —respondió ella sentándose en el sofá de lectura y encendiendo una lámpara que había a su derecha.

No dije nada, pero me llamé capullo mil veces. Si me hubiese decidido un poco antes, quizás pudiese haber organizado su agenda para tener unos días libres.

Me di la vuelta de espaldas a la luz con las escenas que había visto de ella a lo largo del tiempo dando vueltas en mi cabeza. Me sentía raro sabiendo que al día siguiente estaría follando con otro hombre y acaso disfrutando con ello. Pero lo curioso es que no tenía ganas de estrangularle a ella o al tipo que se la follase si no que deseé tener la posibilidad de llegar al estudio cogerla en mis brazos y llevármela delante de toda aquella tropa.

Por un momento fantaseé con la idea, pero luego me di cuenta de que casi no nos conocíamos y aquel era un trabajo que le proporcionaba dinero, un dinero que yo no tenía. Mierda ¿Por qué no podía estar forrado como Richard Gere? Con la idea de que la vida era muy injusta el sueño me alcanzó y me quedé profundamente dormido mientras Brooke seguía memorizando las escenas del día siguiente.

El jetlag me la jugó pero bien y a las cuatro de la mañana abrí los ojos totalmente fresco y despejado. Hice un amago de moverme pero tenía la parte superior de Brooke descansando sobre mi pecho. Acaricié su melena revuelta y la aparté para poder ver la cara de la joven que dormía apaciblemente. No pude evitarlo y rocé las largas pestañas rizadas y oscuras y la punta de la nariz. La joven se revolvió y se rascó la punta de la nariz provocándome una sonrisa. Estuve tentado de volver a hacerlo, pero luego recordé el duro día que le esperaba, la dejé dormir y me limité a observar su cara, su cuello y la parte de la espalda que asomaba por el borde de las sabanas.

Con ella desnuda a mi lado, todas las dudas sobre que estaba haciendo a diez mil quilómetros de casa se evaporaban y lo único en lo que pensaba era en cómo convencerme de que esta relación podía funcionar. Brooke suspiró en sueños y se dio la vuelta dándome la espalda y colocándose en posición fetal. La ropa de cama resbaló por su cuerpo dejando a la vista su espalda y su culo brillando pálidamente a la luz de la luna. Acerqué mi mano tentado de acariciarlos pero la aparté rápidamente temiendo que todo aquello fuera un sueño. Finalmente me quité la ñoñería de encima y la abracé por detrás adaptando mi cuerpo a su postura hasta que no nos separó ni una sola molécula de aire.

El amanecer nos sorprendió en la misma postura y el despertador tocó a las seis en punto.

—Vaya, te he despertado. —dijo Brooke al notar que me estiraba a su espalda.

—¡Qué va! El maldito Jetlag, llevo despierto dos horas.—respondí dándole un par de suaves besos en la espalda.

—Oh, para, déjalo ya o no voy a ser capaz de levantarme.—refunfuñó ella incorporándose.

Media hora después oí como la puerta del garaje se abría y dándome la vuelta en la cama intenté dormir. Deseaba que el tiempo pasase cuanto antes.

Me desperté tres horas después incapaz de quedarme por más tiempo en la cama. Me duché rápidamente y me dirigí a la cocina para desayunar un poco. Sobre la mesa Brooke me había dejado una nota diciéndome que volvería a la tarde y una copia de las llaves por si quería salir a dar un paseo.

El día había amanecido luminoso y ya se superaban los veinticinco grados de temperatura así que me propuse dar un paseo por la playa y quizás un baño. A aquellas horas de la mañana aun no había mucha gente, solo unos cuantos corredores y algún jubilado sacando el perro a pasear. Aspiré el aroma a salitre proveniente del mar y después de extender la toalla hice unos cuantos estiramientos y comencé a correr por la orilla. Inevitablemente, mi mente se olvidó del ejercicio y se centró en pensar qué estaría haciendo Brooke en ese momento. Seguramente estaría acariciando un cuerpo desnudo y preparándose para una maratoniana sesión de sexo. Intenté determinar el raro sentimiento que me asaltó. No eran celos precisamente, tampoco era miedo a perderla o un sentido de inferioridad, pero lo que fuese estaba ahí atenazando la boca de mi estomago. Esprinté de vuelta a la toalla tratando de no pensar y me tumbé sobre ella exhausto.

Tras descansar unos minutos me di un baño en el mar y volví a la casa. Pasé el resto de la mañana dando un largo paseo por Malibú y comprando algo para la cena. Cuando volví eran cerca de las dos de la tarde. Comí algo y me dispuse a esperar.

Brooke llegó a eso de las seis de la tarde con aspecto de estar bastante cansada aunque se animó un poco al verme esperándole en plan cocinillas.

—¿Qué tal el día? —le pregunté sirviéndole un plato de espaguetis— ¿Estás cansada?

—¿Seguro que quieres que te lo cuente? —preguntó ella.

—No con detalle por supuesto, pero sí en general. —respondí yo.

—Bueno, —dijo ella no sabiendo muy bien que decir— Ha sido un día largo y estoy bastante cansada, pero hemos avanzado bastante y con un par de días más acabaré el trabajo y tendré libres casi diez días antes del próximo rodaje.

—Eso sí que son buenas noticias, estoy deseando que me lleves a Disneylandia. —dije medio en broma medio en serio.

Brooke sonrió y se sirvió un nuevo plato de espaguetis mientras yo miraba su rostro sin apenas probar bocado. Cuando terminamos el postre la saqué a empujones de la cocina mientras recogía todo y metía los platos en el lavavajillas. Al salir a la terraza ella ya se había puesto cómoda y estaba acodada en la barandilla de espaldas a mí. Vestía una bata ligera que había anudado descuidadamente en torno a su cintura. Los rayos vespertinos atravesaban el vaporoso tejido revelando su hermosa figura. Me acerqué por detrás y la abracé contemplando de nuevo la puesta de sol.

—Podría acostumbrarme a esto. —dijo Brooke con una sonrisa al sentir mis brazos rodeándola.

Yo continué abrazando su cuerpo pensativo, sin decir nada por un momento, disfrutando de la puesta del sol y de la caricia de su pelo movido por la brisa proveniente del mar.

—Yo también. Aunque debes reconocer que hacemos una pareja un poco rara. Tengo muchas dudas, pero de lo que estoy convencido es de que me estoy enamorando de ti. —dije finalmente con una sensación de vértigo recorriendo todo mi cuerpo.

La joven se dio la vuelta y con una sonrisa que no le cabía en la cara, se giró y me dio un suave beso. Tiré de ella con suavidad, me senté en una tumbona y abriendo mis piernas acogí su cuerpo en mi regazo envolviendo su cintura con mis brazos.

—Apenas te conozco. Soy bastante mayor que tú, vivo a medio planeta de distancia, no sé exactamente lo que implica estar con una mujer que tiene un trabajo como el tuyo y no sé si esta relación tiene futuro.— dije jugueteando con su melena.

—Está bien ¿Qué quieres saber? —dijo ella acomodándose en mi regazo.

—No sé, qué te parece si me cuentas como acabaste en esta industria. —dije yo.

—Aunque no lo creas, no vengo de un hogar desestructurado ni me vi inmersa en este mundo por una serie de desafortunadas circunstancias. Simplemente tuve la oportunidad de ganar mucho dinero haciendo una cosa que no me supone un gran esfuerzo y lo hice. Mis padres no eran pobres pero tampoco nadaban en la abundancia y esta fue la mejor forma que encontré para tener una vida desahogada sin tener que depender de un hombre o trabajar doce horas diarias para llegar a duras penas a fin de mes.

—¿Te arrepientes?

—A veces, sobre todo cuando veo a un tipo acercarse a mí acariciándose una polla del tamaño de una anaconda. Pero supongo que todo el mundo tiene días malos en su trabajo. —respondió ella cogiéndome una mano y entrelazando sus dedos con los míos.

—Siempre me imaginé esta industria un poco como un universo cerrado, ¿Sabes de compañeros que mantengan relaciones estables mientras se dedican a esto?

—Es difícil, —respondió ella cruzando las piernas y dejando que asomasen por la abertura de la bata— pero no imposible. Y tú ¿Qué crees?

—Bueno tengo sentimientos encontrados. No me siento amenazado por los actores en sí. Pero el hecho de que practiques el sexo con muchos hombres distintos hace que no sepa como plantearme nuestra relación. —respondí yo intentando explicarme—No sé como plantearme la fidelidad. No sé si es justo que yo folle con otras mujeres. No sé cómo reaccionar si un tipo te para por la calle y te saluda diciéndote que tienes el conejo más bonito de toda California.

—¿Estás diciéndome que quieres que deje este trabajo? —preguntó ella tratando de no parecer recelosa.

—No, eso es lo único que no me planteo. —respondí yo acariciándole el muslo—Simplemente digo que, si en una nueva relación ya hay incógnitas, en tú caso estas se elevan al cubo. Y no dispongo de mucho tiempo para despejarlas. Tarde o temprano las vacaciones acabarán y tendré que tomar una decisión.

—Podrías dedicarte a esto conmigo. —dijo ella riéndose solo de pensarlo.

—Sí sería estupendo. Me imagino haciendo de jefe cuarentón follándote encima de una mesa de oficina sin quitarme el traje para que no se me vean las lorzas. —repliqué riendo— Acabaría muriendo victima de los estragos de la Viagra.

Nos reímos un rato más imaginando la escena hasta que las carcajadas se extinguieron y solo quedó la bola naranja del sol hundiéndose en el azul horizonte del Océano Pacífico.

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