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Channel: ALEX BLAME – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: «Navidad de cuero » (POR ALEX BLAME)

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-¡Joder tío! Estamos volando. ¿Qué más quiere? ¿Que rompamos la barrera del sonido?–dijo Cometa.

Sin título-Y dale otra vez –añadió Cupido recibiendo un nuevo latigazo. –me voy a quejar al sindicato.

-Sí, hazlo. –Intervino Trueno –los duendes lo hicieron y ahora trabajan dieciocho horas diarias y les han bajado el sueldo un treinta y siete por ciento. El gordo les amenazó con echarlos a todos y traerse unos cientos de indochinos. Para eso valen los sindicatos.

-Callaos todos y tirad, -dijo Rudolph autoritario mientras por encima de ellos volvía a chasquear el látigo. –cuanto más rápido vayamos más rápido acabaremos con esta mierda.

-Papa Noel miraba aburrido el paisaje mientras sobrevolaban la campiña. Ni los campos blancos, ni los abetos con sus ramas dobladas por el peso de la nieve ni los carámbanos que colgaban de los tejados le emocionaban ya. Era siempre la misma mierda año tras año. Afortunadamente solo era un día, si no probablemente ya  se habría hecho el hara kiri con un bastón de caramelo.

Llevaba ya ocho horas repartiendo juguetes y afortunadamente solo quedaban unas cuantas casas en  un apartado y oscuro valle de los Cárpatos.  Cuando comenzó a bajar a la aldea, los aullidos de los lobos provenientes del bosque se trasmitieron con nitidez en el gélido aire invernal poniendo nerviosos a los renos. Papa Noel les arreó un par de amables latigazos para que pensasen en otra cosa. Una vez en la vertical de la aldea, dio un par de vueltas  y ante  los berridos del navegador (ha llegado a su destino, ha llegado a su destino…) aterrizó sobre el techo de una cabaña.

Cuando el trineo se detuvo el gordo sacó una lista del bolsillo y leyó el siguiente expediente:

-Csenge Tibor, veintitrés años y… ¡vaya, vaya has sido una niña buena este año! –Exclamó Papa Noel sorprendido –vas a recibir un regalo por primera vez desde los doce años.  ¿Qué has pedido, pequeña? –dijo para sí revolviendo en un saco ya casi vacío. –Aja, aquí esta. ¡Vaya! ¿Para que coños querrá  un bocado y unas espuelas si no tiene caballo? Bueno, yo sólo soy el mensajero, cada loco con su tema.

Cogió los dos regalos y silbando una alegre tonadilla navideña que provocó el resoplido furioso de Vondín y Pompón, se acercó a la chimenea y con la habilidad que le procuraban siglos de experiencia se coló por ella.

En cuanto salió de la chimenea notó que algo iba mal, aunque no supo exactamente que hasta que fue demasiado tarde; un furtivo movimiento a su derecha y un hábil golpe en la nuca con una porra de cuero y todo se volvió negro inmediatamente. 

Cuando despertó se encontró colgando por las muñecas totalmente desnudo salvo por su simpático gorro rojo. La cuerda que lo sujetaba colgaba de una gruesa viga del techo de la cabaña y estaba atada a un gancho de hierro sólidamente anclado a la pared. Sus pies apenas tocaban el suelo y sólo le permitían dos opciones igualmente dolorosas, o permanecer de puntillas como una bailarina del bolshoi, o dejarse colgar inerte dejando que sus brazos soportasen su considerable masa.

-Hola –dijo una voz de mujer fuera de su campo de visión.

Papa Noel se puso de puntillas y poco a poco con suaves golpecitos de la punta de sus pies fue rotando lentamente hasta que consiguió quedar cara a cara frente a su captora.

Papa Noel se estremeció involuntariamente a medias por el terror, a medias por la excitación. Sentada sobre sus piernas en un sofá, como una pantera  satisfecha le sonreía una mujer con un ajustado mono  de cuero negro, unos guantes  y unas botas de tacón alto y acerado. Lo único que estaba a la vista era su rostro de labios gruesos y rojos como la sangre y sus  ojos grises y grandes  de expresión cruel, enmarcados por una melena larga,  negra  y lisa que caía hasta sus hombros como si tuviese un peso en su extremo.

Sin poder evitarlo, nuestro querido amigo notó como su polla empezaba  a hincharse y a crecer  poco a poco a pesar de que no podía vérsela por el tamaño de su gigantesca e hirsuta panza. Csenge se levantó  del asiento con parsimonia y cogiendo un látigo entre los distintos instrumentos de tortura que había sobre una mesa se acercó al gordo colgante.

-Por fin estas aquí –comentó ella satisfecha con una sonrisa fría como el hielo –creí que no ibas a venir nunca, de hecho, he sufrido lo indecible este año siendo una niña buena  para poder estar hoy ante ti, pero ya se sabe, lo bueno siempre se hace esperar. –dijo rozando las ingles de Papa Noel  con el látigo.

-¿Qué quieres de mí?

-Oh, no es esa la pregunta, la pregunta correcta es  ¿Qué quise de ti? Dijo ella dándole un suave cachete en la mejilla mientras que con su muslo recubierto de suave cuero le rozaba la polla. Cuando era una niña, era una buena chica, obediente, aplicada y generosa. Y cuando llegaba la navidad esperaba mi recompensa, pero año tras año me decepcionabas. Cuando te pedía una Barbie, me regalabas una pepona, cuando te pedía un coche teledirigido me regalabas un camión de plástico con un cordel, cuando te pedía una cocinita me regalabas un par de cacerolas minúsculas, en fin que siempre fuiste una constante decepción. Finalmente con la llegada de la pubertad decidí volverme mala, y créeme cuando te digo que ha sido mucho más satisfactorio. Este año sin embargo he sido una niña buena y he recibido el regalo que quería por primera vez en mi vida; Papa Noel colgando de una cuerda…

-Oye Rudolph –preguntó Danzarín – no tarda el gordo un poco.

-Tienes razón ni siquiera cuando trae la barba llena de migas de galleta tarda tanto. Acerquémonos a la chimenea a ver si oímos algo.

-Se oye como sí… – dijo Danzarín al oír un silbido y un chasquido.

-…Le estuviesen fustigando –terminó Rudolph al oír el chillido del viejo cabrón.

-¿No deberíamos hacer algo? –preguntó Relámpago el buenazo.

-Sí dijo Rudolph escavar en la nieve a ver si encontramos algún liquen potable sobre la pizarra del tejado. Me temo que vamos a estar aquí un buen rato.

El látigo silbaba una y otra vez contactando con la espalda peluda de Papa Noel y, desplazándose por ella, continuaba abrazándole amorosamente su costado y terminaba en su barriga o en su pecho produciendo a su paso finos y dolorosos verdugones. El gordo gritaba angustiosamente  con cada golpe sin ablandar lo más mínimo a su torturadora que continuaba con su tarea minuciosamente, con una enorme sonrisa en sus labios.

Cuando terminó, Csenge se acercó al viejo. El sudor recorría todo su cuerpo y bañaba sus verdugones haciendo que  las diminutas erosiones en su piel le escocieran como el demonio. La joven se acercó contoneando sus apetitosas caderas y con sus manos enguantadas en unos finísimos guantes de piel de cabritilla comprobó que el viejo seguía tan empalmado como Urdangarín.  Le acarició suavemente la verga y esta se movió espasmódicamente buscando un coño que penetrar. Csenge frunció el ceño ante la reacción y castigo la lascivia del viejo con dos sonoros y dolorosos golpes en los huevos.

Papa Noel chilló como un cerdo y se dobló por la mitad tratando de aliviar el intenso dolor. Cuando logró recuperarse y levantó la vista  Csenge estaba ante él con un nuevo instrumento en la mano.

-¿Sabes qué es esto? Es un vergajo, la polla de un toro. –dijo ella lamiendo  una fusta   de poco más de un metro de longitud arrollada en espiral y con un bonito mango de cuero repujado.

-No, por favor…

Las súplicas del viejo fueron interrumpidas por una serie de violentos zurriagazos que Csenge le propinó con el vergajo en los muslos y el culo. El trabajo de la joven fue tan concienzudo que Papa Noel parecía vestido de nuevo de lo irritada que tenía la piel por los continuos golpes.

-Bien. –dijo Csenge satisfecha con lo que veía –Ahora un pequeño descanso.

Mientras Csenge metía su sinuoso cuerpo por la chimenea y empezaba a trepar, Papa Noel respiro profundamente tratando de relajarse. Debería estar asustado y loco de dolor pero lo que sentía en ese momento era un delicioso hormigueo en toda la superficie de su cuerpo, era como si aquella mujer hubiese conseguido que la sangre volviese a correr por sus venas como cuando era joven apasionado y atrevido.

-Joooder,  si es Catwoman–exclamó Juguetón al ver salir de la chimenea  a una mujer alta y delgada con unos pechos grandes y prietos y unas caderas rotundas –ahora me explico porque tarda tanto  el viejo.

-Hola chicos –dijo ella acercándose a los renos y repartiendo  caricias y golosinas entre ellos.

El frio viento del norte azotaba inclemente la esbelta figura y en pocos segundos los pezones de la mujer comenzaron a resaltar gruesos y duros sobre el fino y ajustado cuero, haciendo que los hocicos de los renos empezasen a parpadear en modo avería. 

Vigilada por la atenta mirada de los renos, Csenge se dirigió al trineo y eligió entre los bastones de caramelo uno grande que se adaptase   a sus necesidades.

-Adiós chicos –dijo la joven mientras embutía su redondo culo en la chimenea para volver a bajar.

-Veo que no has ido a ninguna parte, así me gusta –dijo Csenge con una sonrisa retorcida acercándose a la mesa de instrumentos y cogiendo dos mordazas unidas por una cadenilla de plata.

Cuando Papa Noel adivino las intenciones de la joven intentó resistirse moviéndose e insultándola, pero nada impidió que Csenge le acoplase dolorosamente las mordazas en los pezones. Con un tirón seco comprobó que estaban bien sujetas y de paso arrancó un grito de dolor al viejo.

Sin soltar la cadenilla  se acercó a la pared y soltó el nudo que mantenía colgando a Papa Noel. Este cayó como un fardo y soltó un suspiro de alivio.

La joven esperó a que se repusiese un poco y  este fue el momento que aprovechó el gordito para echarse encima de ella. Csenge  le estaba esperando y se apartó con soltura de la torpe embestida para seguidamente dar un fuerte tirón de la cadenilla.

Papa Noel gritó y se quedó tirado en el suelo. Antes de que pudiese coger aliento, la joven  le propinó una desganada patada en la barriga y el viejo quedó boca arriba jadeando entrecortadamente, rendido.

-A partir de ahora me llamaras Ama ¿de acuerdo? –dio Csenge dando una patada más suave al cuerpo inerme.

-Si Ama. –respondió el  viejo obediente.

-Muy bien, ahora incorpórate –dijo ella bajándose la cremallera del mono de cuero hasta la cintura y sacando unos pechos grandes y turgentes con unos pezones hermosamente erectos.

Con un ligero tirón de la cadenilla acercó la cara de Papa Noel a sus pezones y dejó que se los chupase. Csenge suspiró  y tras unos segundos  le obligó a bajarle la cremallera totalmente hasta dejar su sexo cuidadosamente depilado a la vista. Esta vez el viejo no esperó la orden y se puso a lamer y acariciar el coño y el clítoris de la joven ama.

Csenge separó las piernas y jadeando movió su pubis disfrutando de una lengua larga y unos dedos hábiles. Sus músculos se tensaban haciendo relieve sobre el cuero y excitando aún más al viejo que chupaba  cada vez más fuerte emitiendo sonidos húmedos.

-Ahora veamos mi regalos –dijo acercándose a los paquetes que había traído Papa Noel. 

-Perfecto –dijo sacando el bocado y poniéndoselo a Papa Noel  mientras le obligaba con la rodilla a ponerse a cuatro patas.  

El viejo intentó revolverse pero con un movimiento sencillo fruto de la experiencia tiró hacia ella y retorció la fina correa de cuero, haciendo que el hierro del bocado se le clavase al viejo en la encía dolorosamente obligándole a recular. Sin soltar la brida, puso un pie sobre una silla y se dedicó a colocarse una de las bonitas espuelas de plata con adornos de turquesa  sobre las botas  ignorando las miradas de lujuria que Papa Noel lanzaba sobre su inflamado sexo.

Después de colocarse la otra espuela, se sentó en la silla y, cogiendo el bastón de caramelo de cuatros dedos de grosor y abriendo las piernas para mostrarle su sexo al viejo, empezó a chuparlo y a introducirlo en la boca tanto como podía.

Papa Noel, excitado intentó acercarse a cuatro patas arrastrando la punta de su miembro erecto por el suelo pero la suela de la bota en frente de su cara lo freno en seco.

-¿Qué pretendías miserable? Como castigo por tu osadía me vas a limpiar las botas con la lengua –dijo acercándole sus botas y  haciendo tintinear las espuelas.

-Sí Ama –dijo él cogiendo la bota con delicadeza y lamiendo el suave cuero con detenimiento mientras Csenge se acariciaba su sexo abierto como una flor, sin dejar de chupar el bastón de caramelo.

-Muy bien, han quedado perfectas –dijo ella levantándose.

Seguidamente Csenge cogió el bastón y con un movimiento rápido  le metió a Papa Noel un palmo en el culo.  El viejo se revolvió un momento pero Csenge tiró fuerte de la brida y se sentó sobre su espalda.

Papa Noel se sintió dolorido y humillado, pero cuando comenzó a andar a cuatro patas azuzado por las espuelas de Csenge hincándose en sus muslos,  el movimiento del bastón en el culo y él coño de la joven frotándose caliente y húmedo contra su espalda le produjeron un intenso placer.

La joven le hizo dar unas cuantas vueltas mientras le dirigía con las bridas y le hincaba las espuelas cuando el viejo aflojaba el ritmo. Incapaz de contenerse más le dio la vuelta de un empujón y fustigándole con la brida del bocado se metió la polla de Papa Noel poco a poco hasta que estuvo entera palpitando dentro de su coño.

Csenge suspiró y acomodó su cuerpo como un vaquero haría buscando la posición adecuada en una montura nueva. Sin apresurarse comenzó a moverse arriba y abajo sobre aquella estaca dura y caliente hasta que se sintió cómoda y empezó a cabalgar, primero al trote y luego al galope tendido sin dejar gritar y  de fustigar a su gorda montura.

Nunca pensó Papa Noel que todavía fuese capaz de eyacular así; tres, cuatro, cinco chorreones de espeso semen inundaron la vagina de la joven justo antes de que esta se corriese a su vez.

-Sucio –dijo ella jadeando  apenas recuperada de su monumental orgasmo, fustigándolo de nuevo y tirando de las mordazas de los pezones –ahora, por correrte dentro de mí, vas a limpiarme el coño y los muslos, ¡No quiero que dejes una sola gota de tu asquerosa leche dentro de mí, perro sarnoso! –dijo quitándole el bocado y sentándose encima de su cara.

-Sí, Ama –dijo Papa Noel medio asfixiado.

Cuando Csenge quedó plenamente satisfecha le sacó el bastón de caramelo, le quito las mordazas y le devolvió la ropa.

-Y ahora vete, tienes aún algunos regalos que repartir. – Dijo ella subiéndose la cremallera satisfecha –Y el año que viene volverás a pesar de que voy a ser muy pero que muy mala.

-Si Ama –dijo el viejo mientras se colaba con dificultad por la chimenea.

-¡Joder, ahí viene el viejo! –exclamó Trueno.

– Ya era hora, casi está amaneciendo. Pero, ¿No está un poco raro? –preguntó Pompón.

-Si –dijo Danzarín –se tambalea como si hubiese bebido.

-Pues a mí me parece que tiene pinta de que le han dado una paliza. –añadió Rudolph.

-Y entonces ¿Por qué tiene la misma sonrisa que el día que Mama Noel dejó que la follase por el culo…?


Relato erótico: «Bluetooth 1ª Parte» (POR ALEX BLAME)

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Sin título1-Hola Gus, ¿Cuándo llegas? Tengo ya todo preparado para la firma.

Sin título-¿Sí? ¡Estupendo, llegare dentro de dos días! –respondo levantando la voz por encima del ruido del viento.

-Pero… ¿Y el avión? ¿Han cancelado el vuelo?

-No pero he decidido  devolver el billete y alquilar un coche para ir hasta ahí. Llegaré con tiempo de sobra para la firma y siempre he deseado hacer un viaje así. He alquilado un Camaro descapotable que es una pasada. En estos momentos estoy atravesando Hoboken.

-¡Serás cabrón! ¿Y qué coños hago yo mientras tanto? Ya lo tenía todo preparado para esta noche…

-No te preocupes Jackie, -la interrumpo de nuevo –cuando llegue te lo compensaré.

-Eso espero porque estoy hirviendo de deseo. Conduce con cuidado, no estás en tu país, aquí lo del límite de velocidad se lo toman en serio.

-De acuerdo –respondo pensando que quizás me he precipitado en mi decisión.

-Bien, dos días entonces. Ahora tengo que colgar, me llaman por la otra línea. Te llamaré mañana para ver cómo te va. –dice Jackie mientras su voz se desvanece del bluetooth del Camaro.

***

-Hola Jackie, ¿Qué tal? ¿Me has echado de menos?

-Hola querido, ¿Por dónde andas?

-Acabo de pasar por las afueras de Mechanicsville, los americanos no os partís mucho la cabeza poniendo nombres. ¿Cómo llamáis a los de aquí?  ¿Transformers?

-Muy gracioso, ¿Dónde pasaste la noche? –Me pregunta Jackie con curiosidad.

-Paré a dormir en Fredericksburg. Llegué a las cuatro de la tarde y no pude resistirme a visitar el campo de batalla de la guerra de secesión. También vi la estatua del tipo que fue a la tierra de nadie a dar de beber a los heridos jugándose el pellejo. Como dicen en mi pueblo hay gente pa to.

-¿Y eso fue lo que hiciste toda la tarde?

-Básicamente, -respondo yo –A eso de las seis fui a cenar al típico restaurante de carretera. Tenían una carne estupenda, pero lo mejor fue la camarera. Morena pequeñita y vivaracha, con la típica mezcla explosiva de este país, padre colombiano y madre checa buff…

-No quiero saber más. –dice ella intentando cortar sin éxito mi conversación.

-El caso es que ayer era un día de poco movimiento –empiezo a contarle ignorándola –y la invité a sentarse un rato conmigo para tomar un café. Lucy era bajita y menuda pero tenía un cuerpo moreno perfectamente proporcionado y unos pechos redondos y tiesos capaces de hipnotizar a cualquier ejemplar del sexo masculino. Su boca era grande y tenía unos  labios gruesos y rojos la mar de sugerentes. El pelo negro y brillante cortado a lo paje le daba un aire de rebeldía y hacía destacar sus ojos grandes y de un azul  profundo, casi abisal con vetas grisáceas haciendo que me sintiera como un astrónomo viendo girar una galaxia.

-Hijo de perra, ¿cuantos años tenía esa chiquilla?

-Los suficientes, lo comprobé charlando un rato con ella. Era una mezcla de sensualidad y atrevimiento tal que no fui capaz de resistirme y la invité a tomar unas copas cuando terminase su turno.

-Cabrón…

-Quedamos en una cervecería en el centro del pueblo y como aún le quedaban un par de horas de turno me despedí y aproveché el tiempo que tenía para coger una habitación en un hotel cercano y acicalarme un poco. Yo fui puntual pero ella tardo unos veinte minutos más en aparecer. Había cambiado el traje de camarera rosa con su nombre en el bolsillo por unos pantalones cortos que dejaban  ver unas piernas deliciosamente torneadas y un minúsculo top de color azul petróleo. Algunos de los escasos parroquianos que se habían dejado caer a aquellas horas giraron sus cabezas pero Lucy ignorando las miradas de interés de éstos me localizó rápidamente y vino directamente hacia mí. Su movimiento felino y desenvuelto a pesar de las gruesas botas Caterpillar congelaron la cerveza a medio camino de mi boca. Sin más que un pequeño gesto de reconocimiento se sentó a mi lado en la barra y pidió una jarra de cerveza. Sólo después de bajarse la mitad del contenido de la jarra se volvió hacia mí con una amplia sonrisa. Dirás que yo un cuarentón, no tendría mucho de qué hablar con una joven de veintitrés años escasos pero resultó tener una licenciatura  en historia y se había especializado en finales del siglo diecinueve, así que nos pasamos discutiendo buena parte de la noche sobre el desastre del Maine y las semejanzas del periodismo americano de la época y el actual.

-Ya veo –replica Jackie –luego una cosa llevó a la otra y…

-La verdad es que no fue del todo así, Incluso se llegó a enfadar un poco cuando le dije que el hundimiento del Maine me olía a cuerno quemado, pero como el bar tenía que cerrar y ninguno de los dos quería terminar la discusión la invité a mi habitación para seguir hablándolo con un par de copas. Te juro que fue de lo más inocente. Entramos en la habitación, nos sentamos en dos sofás frente a frente y charlamos mientras el camarero nos servía; un Gin-tonic para ella y un Suntory de quince años para mí, pero cuando le dije que los americanos eráis capaces de aprovecharos de la muerte de vuestros conciudadanos para atacar una nación inocente se levantó como un resorte y se abalanzó sobre mí dispuesta a golpearme.

-Bien por ella, si me dices eso a mí te arranco los ojos mamón. Da gracias que estamos en este mundo para salvaros el culo repetidas veces, si no haría tiempo que Europa entera estaría practicando el paso de la oca.

-A duras penas conseguí atrapar su muñeca antes de que su mano me abofeteara con rabia. Sus ojos chispeaban con tal furia que como un encantador de serpientes no pude evitar acercar mi cara a la suya y besarla suavemente. Lucy reaccionó con mayor furia aún y sentándose encima de mí intentó inmovilizarme pero solo consiguió excitarme aún más, así que la cogí en volandas y la tiré sobre la cama. Aprovechando su momentánea desorientación me tiré sobre ella y con una sonrisa malévola la inmovilicé agarrándola por las muñecas. Intentó zafarse durante unos segundos sin resultado hasta que viendo la inutilidad de sus esfuerzos se rindió y se quedó quieta.

-Te parecerá bonito, abusón…

-Acerqué de nuevo mis labios a su cuerpo jadeante por el esfuerzo y le besé el cuello, ahora en vez de revolverse gimió ligeramente y estiró el cuello invitándome a continuar. Rápidamente retiré mis manos de sus muñecas para acariciar su pelo espeso y sedoso mientras recorría su cuello con mi lengua hasta llegar al arco de su mandíbula. Justo antes de besar de nuevo sus labios la miré a los ojos, la furia había dejado paso al deseo en esa galaxia en rotación. Los besos se sucedieron tórridos y violentos como la discusión anterior, sólo separábamos nuestros labios para tragar bocanadas de aire. Al fin logré separarme los segundos suficientes para quitarle el top y besar sus pechos morenos. Sus pezones se endurecieron inmediatamente  oscuros  y belicosos, los besé y chupé mientras introducía mis manos bajo el  escueto pantalón buscando su sexo. El interior de sus piernas estaba cálido y húmedo y Lucy estalló en un nuevo gemido cuando mis dedos acariciaron su coño. Adivinando su deseo no me demoré más en sus pechos y con fuertes y desmañados tirones le arranqué los shorts y le quité las odiosas botas. Me paré solo unos segundos para poder admirar el cuerpo moreno y suave que temblaba de deseo a mis pies. Acaricié sus piernas y besé sus pies y sus uñas pintadas de negro con esmero. Lucy respondió tensando todo su cuerpo y gimiendo suavemente. Su tanga se ladeó ligeramente y tuve un atisbo de su pubis cuidadosamente arreglado. Adelantando mis manos aparte la prenda con delicadeza, la visión de los labios de la vulva abiertos mostrando un pequeño piercing me volvieron loco y con rudeza envolví todo su sexo con mi boca. Lucy gritó y empujo su pubis hacia mí mientras con sus manos tiraba de  mi cabeza hacia ella. Mi lengua entró en su vagina, recorrió los labios rojos y húmedos por el deseo y terminó golpeando con suavidad el piercing obligando a Lucy a doblar su cuerpo con el placer.

-Sigue –dice Jackie con la voz extrañamente anhelante.

-Mientras yo me deshacía de mi ropa,  –continuo obedientemente mientras paso por las afueras de Rocky Mount –Lucy se quitó el tanga y  esperó pacientemente a que yo terminara de desnudarme. Con una media sonrisa se quedó mirando mi cuerpo pálido y delgado adornado con un pene erecto y congestionado.  Con un gesto de apremio Lucy entreabrió sus piernas y se acarició el sexo invitándome a acompañarla. Me acerque y ayudándome de las manos rocé su sexo con mi polla, Lucy gimió e intentó guiarme hacía su interior pero no la hice caso, me tumbé sobre ella y le besé los pechos y le mordisque el cuello mientras seguía frotando mi polla sobre su pubis y su vientre. Poco a poco fui bajando mis manos hasta el interior de sus piernas y separándolas la penetré de un rápido empujón. Mi polla resbaló en su húmedo interior hasta clavarse en el fondo de su coño arrancándole  un grito de placer. Con las uñas de ella clavadas en mi espalda comencé a empujar con rapidez hasta que todo su cuerpo se paralizó por el orgasmo. Ignorando sus protestas la levanté en vilo y seguí penetrándola ayudado por la gravedad. Lucy se agarraba a mí y gemía aún arrasada por el orgasmo. Cuando se recuperó un poco me senté en el borde de la cama y fue ella la que empezó a subir y bajar por mi polla con lentitud besándome e invitándome a acariciar su cuerpo febril. A punto de correrme me separé e introduje mis dedos en su coño metiéndolos y sacándolos rápidamente mientras besaba y mordisqueaba todo su cuerpo. Lucy se corrió y yo seguí masturbándola sin hacer caso de sus suplicas hasta que las oleadas de placer la obligaron a doblarse en posición fetal gimiendo y tensando todos los músculos de su cuerpo. Cuando su vagina termino de contraerse saqué mis dedos de su sexo y saboreé el orgasmo de Lucy, ácido y dulce al mismo tiempo, igual que ella.

-¿Y tú no te corriste? –pregunta Jackie suspirando.

-Claro que no. Mi leche la guardo para ti. Estos días solo estoy agitando mis huevos suavemente y manteniéndolos a la temperatura exacta, como si estuviese haciendo una salsa holandesa que sólo  tú probarás.

-Mmm –dice Jackie justo antes de que una sirena interrumpa la conversación.

-¡Vaya! me temo que me  he despistado un poco con mi relato y me he ha pillado el radar. –digo pidiendo a Jackie que guarde silencio pero sin apagar el bluetooth del Camaro.

-Buenos días caballero, la agente Simpson ayudante del sheriff del condado de Cumberland. ¿Sabe a qué velocidad iba?

-Lo siento agente –respondo sorprendido ante la belleza de las agentes de la ley de Carolina del Norte –creo que me he despistado un poco.

-Iba a sesenta y tres millas por hora en un lugar limitado a cincuenta y cinco. Documentación y papeles del coche –dice abriendo su talonario de multas mientras yo aún excitado por el relato anterior admiro el cuerpo voluptuoso de la mujer, un poco entrado en carnes, su melena larga y rubia y sus ojos oscuros rodeados por unas pestañas largas y rizadas.

-Cuanto me va a costar el despiste –digo alargándole los documentos y mirándole con rostro compungido.

-Doscientos ochenta dólares con cincuenta.

-Me temo que no tengo tanto dinero en este momento –replico yo –pero si me guía hasta el cajero más cercano se la pagaré con gusto, incluso le invito a un café y a un poco de tarta de queso.

-Hacía tiempo que no me topaba con alguien que se lo tomara tan bien, -dice la agente un poco sorprendida mientras me devuelve los papeles junto con la multa –sígame…

-No pensaras… -dice Jackie, que ha escuchado toda la conversación con atención.

-Hasta mañana querida –digo yo poniendo en marcha el gigantesco V8 de seis litros del Camaro y siguiendo mansamente a la agente de la ley…

Continuará…

Relato erótico: «Bluetooth 2ª Parte» (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 2BLUETOOTH

Sin título-Hola Jackie ¿Qué tal?

-Aquí esperando, aburrida. –dice ella con disgusto. -¿Cuándo piensas llegar?

-Me he levantado temprano y ya casi estoy en Savannah. Deliciosa ciudad, desde que vi “Medianoche en el jardín del bien y del mal” he querido visitarla. Ese ambiente tan tórrido y recargado seguro que las mujeres de allí son todo fuego.

-¡Ni se te ocurra! Tienes que estar aquí esta noche. –replica Jackie enfadada.

-Era broma mujer, ya sé que te mueres por verme, ¿Qué tal pasaste la noche? –le pregunto con malicia.

-No sé la de vueltas que di en la cama. Como vuelvas hacerme algo así te retiro la palabra.

-Americanos, siempre lo queréis todo aquí y ahora, no sabéis disfrutar de la espera…

-Sí seguro ayer esperaste mucho para follarte a la versión femenina de Wyatt Earp.

-Como aún me quedan quinientas millas te lo voy a contar. En el fondo la joven  estaba harta de ver a la misma gente día tras día,  así que después de que le pagué la multa se relajó y dejó que le invitara al café y a la tarta. Cuando entramos en la cafetería todo los parroquianos se giraron y empezaron a hacerle preguntas sobre mí como si yo no existiese.  Tras unos segundos en los que la agente Simpson les mandó a la mierda yo tomé la palabra y me presenté invitándoles a una ronda de café y un poco de tarta.

-Con mi dinero por supuesto.

-Vamos no te quejes tanto, total solo eran siete personas las que estaban allí a esas horas y así se pusieron a comer y dejaron de curiosear. La agente y yo nos sentamos en una mesa alejada del bullicio general y nos pusimos a charlar mientras comíamos una porción de tarta de arándanos riquísima. Me interrogó a conciencia y cuando le dije que estaba de paso y que sólo pasaría la noche no pudo evitar un leve gesto de desilusión. La radio crepitó y una voz de mujer le dio un aviso de un accidente en las afueras de la ciudad, así que tuvo que dejarme tan precipitadamente que no pude decirla ni adiós.

-Vaya –me interrumpe Jackie –así que al final dormiste sólo.

-No adelantes acontecimientos. –le digo yo –Como te iba diciendo La agente Simpson, o Sarah como le llamaban los parroquianos tuvo que dejarme plantado así que me acerqué a la barra y después de pagar la cuenta le pregunté al camarero por un buen hotel. El camarero, un negro gigantesco con una sonrisa bonachona me indicó la dirección de un hotel cercano. El hotel era el típico establecimiento con encanto. Una gran mansión de estilo sureño con sus columnas en la entrada y un jardín enorme con una vegetación exuberante que amenaza con apoderarse de toda la propiedad. Los dueños la habían reformado totalmente por dentro creando diez habitaciones amplias de techos espectacularmente altos y enormes camas con dosel. De las diez sólo una de ellas estaba ocupada así que escogí la más tranquila que daba a la parte de atrás. Como no tenía nada que hacer…

-Salvo coger el coche y llegar aquí lo antes posible…

-…Decidí dar un paseo por Fayette. Me hizo gracia porque todo el mundo fue superamable, incluso uno de los tipos de la cafetería con el que me crucé me saludó y me llamó por mi nombre. Me encanta la hospitalidad sureña.

-Si por el día te saludamos y por la noche nos calzamos una sábana y quemamos una cruz delante de la casa de un negro. –dice Jackie sarcástica.

-Sea como tú dices o no, el caso es que disfruté del largo paseo, de las fantásticas mansiones del barrio y del sol vespertino. Cuando volví al hotel, la abuelita que estaba en recepción me entregó la llave de mi habitación con una sonrisa que no entendí hasta que abrí la puerta.  Dentro de la habitación me estaba esperando la agente Simpson repantigada en un sofá orejero, con una copa e brandy en la mano y un ligero aire de aburrimiento. Ante mi mirada interrogativa ella se limitó a decirme que por algo era policía.  Después de reprocharme lo mucho que había tardado se levantó desperezándose como una gata mimada y se acercó a mí para colgarse de mi cuello dándome un par de besos desinteresados. Le pregunté por el accidente mientras le rodeaba las caderas aparentando el mismo desinterés que había fingido ella, o por lo menos intentándolo. Sarah sació mi curiosidad contándome cómo un tipo totalmente borracho se  las había ingeniado para encajar su Dodge Ram en el exiguo espacio que había entre una farola y una parada de autobuses mientras me mordisqueaba la oreja. Al abrazarla comprobé que era casi tan alta como yo, su cuerpo era robusto, para nada fofo, aún llevaba puesto el traje de faena a pesar de haber terminado su turno y olía ligeramente a sudor.

-Así qué esa zorra andaba tan caliente que ni siquiera pasó por su casa a cambiarse… -dice Jackie.

-No sé si lo hizo a posta o no pero no sabes cómo me puso tener a una mujer de uniforme en mis brazos. Con un movimiento casual cogí su sombrero y lo lancé sobre el sofá y una cascada de pelo rubio cayó sobre sus hombros. Siguiendo con el juego del disimulo subí mis manos y comencé a jugar con el pelo espeso y brillante acercando mis labios a los suyos pero sin llegar a entrar en contacto. Sarah no se movió  limitándose  a entreabrir la boca y mostrarme como el extremo de su lengua rozaba sus incisivos incitándome a besarla. Me acerqué unos milímetros más mirándola a los ojos y en el último momento tiré del pelo para retrasar su cabeza y besar y lamer su cuello. La agente soltó un gemido ronco, apretó su cuerpo contra mí y deshaciéndose de mi presa me dio un largo y húmedo beso mientras me arrancaba la ropa. Tras unos segundos me empujó hasta dejarme sentado en la cama y comenzó a quitarse el uniforme poco a poco,  primero las botas y los calcetines, luego la chaqueta y más tarde el pantalón revelando unos muslos potentes sin rastro de celulitis. Sin terminar de desabrocharse la camisa se sentó sobre mí con sus braguitas de algodón. Mí polla reaccionó inmediatamente ante el contacto endureciéndose como la piedra. Sarah lo notó y comenzó a balancearse lentamente  con una sonrisa de satisfacción en su cara. Yo terminé de quitarle la camisa y el sujetador deportivo descubriendo unos pechos enormes, ligeramente caídos con unas areolas rosadas y grandes como galletas oreo. Les pegué unos chupetones, la agente suspiró excitada y me besó de nuevo sin dejar de moverse encima de mí. Estrujé sus pechos y su culo cada vez más excitado y con un movimiento rápido nos giramos y me tumbé encima de ella. Metí mis manos bajo sus bragas y  acaricié su sexo con delicadeza. Bajé mi cabeza y tirando de las bragas hacia abajo deje a descubierto un pubis cubierto de una mata de pelo rubio y rizado. Con mi lengua recorrí su monte de venus,  sus labios y lamí  los jugos que salían de su coño ardiente. Poco a poco los gemidos fueron transformándose en gritos a medida que mis manos y mi boca la exploraban y la penetraban  buscando los lugares más sensibles de su sexo.  Atendiendo sus suplicas me incorporé y la penetré. Su vagina me acogió suave, cálida y húmeda como las noches en el sur,  Sarah gimió y me abrazó con tanta fuerza cuando llegó al orgasmo que creí que me iba a partir en dos. Cuando al fin se relajó  me apartó y levantándose se abrazó a una de las columnas que sujetaba el dosel de la cama. Movió su cuerpo ruborizado y sudoroso y sonrió satisfecha y a la vez anhelante. Me acerqué a su espalda y acaricié su culo redondo y pecoso como el tuyo, le separé los cachetes  y acaricié su ano…

-No me jorobes…  – dijo Jackie sorprendida.

-Lo recorrí con suavidad y metí un dedo en su interior. Ella se estremeció y volviendo su cara me hizo un leve gesto de asentimiento. Más excitado que nunca la abracé estrechamente  y con delicadeza comencé a entrar en su culo lentamente, parando y esperando unos segundos cada vez que la agente gemía de dolor, acariciando  su clítoris y besando su nuca y sus orejas. Finalmente comenzó a relajarse y a disfrutar y aceleré el ritmo de mis empujones. Sarah gemía y se agarraba a la columna de madera clavando sus uñas en ella y mordiéndola, pidiéndome más, yo obediente seguí acelerando mi ritmo hasta que un nuevo orgasmo la paralizó. Debo reconocer que está vez estuve a punto de correrme pero recordando mi promesa logré retirar mi miembro de su ano aún estremecido justo antes de hacerlo. Me quité el condón rápidamente y lo anudé para que no sospechara y nos tumbamos uno al lado del otro jadeando rendidos.

-¡Depravado! ¡Sodomita! ¡Suertudo!

-Nada de lo que haya hecho estos dos días se compara con lo que le voy a hacer a ese cuerpo de infarto cuando te eche el guante. Prepárate porque ya estoy en Jacksonvile, acabo de entrar en la península de Florida y dentro de menos de tres horas estaré ahí.

Continuará

Relato erótico: «Bluetooth 3ª Parte» (POR ALEX BLAME)

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BLUETOOTH 3ª

Sin título-¿Dónde demonios estás?

-Ahora mismo estoy a entrando en la ciudad. –Respondo – ¿Estás ansiosa cariño?

-Déjate de chorradas Gus, mi coño opina que llegas con más de cuarenta y ocho horas de retraso.

-En veintidós minutos  según el navegador, estaré ahí para comértelo hasta que me pidas clemencia.

-¿Sabes? Eres de las pocas personas de las que me tomo las amenazas en serio. Aún recuerdo el día que te conocí. Me pareciste el tipo más raro del mundo. Alto, delgado y algo desgarbado. Nada en ti es bonito ni perfecto pero lo que en cualquier otra persona podría ser chocante o incluso grotesco en ti resulta… natural.

-No me digas que te estás poniendo sentimental –digo yo evocando aquel momento.  –no sabes lo que me pone  que me llames raro. La mayoría de la gente se enfada y piensan que es algo malo pero  para mí raro es  sinónimo de único, insólito y excepcional, como tú.

-¿Alguna vez has pensado que deberíamos vernos más a menudo? –pregunta Jackie.

-Pienso en ti casi todos los días, en tu pelo largo, castaño y suavemente moldeado, en tus labios gruesos y rojos y tus dientes blancos y perfectos. Me recreo con  tu piel clara y pecosa y tus ojos grises sonriendo y brillando cuando me ven. Deseo acariciar tu cuello largo y tus pechos grandes y cálidos. Pienso en lo que disfrutaría agarrándome a tus caderas, metiéndome entre tus piernas largas y flexibles y follándote mientras te mordisqueo los dedos de los pies… Pero eso es lo divertido, pienso en ti, apuro todo lo que puedo y cuando termino el trabajo y estoy dispuesto para firmar de nuevo, es como si todos los astros se alinearan y llegase el momento de practicar alta hechicería contigo. Lo siento querida pero disfruto tanto con la espera como contigo.

-Una bonita manera de disfrazar tu superstición y el temor que tienes a que si rompes el ritual tu siguiente libro sea una mierda. ¿Te has planteado alguna vez que pasaría si un día de estos yo me casara?

-¡Oh! Espero que un año de estos lo hagas,  pero sabiendo lo excepcional negociadora que eres estoy seguro de que te las arreglarías para convencer a tu pareja de que lo estás haciendo por el bien de vuestra relación.  –digo con una carcajada.

-Eres raro, raro, raro.

-Gracias Jackie. –digo aparcando el coche y cortando la comunicación sin despedirme.

La mayor parte de los empleados se han ido y sólo queda una secretaría que me acompaña hasta la oficina de Jackie antes de recoger sus cosas e irse a su vez. La oficina de Jackie, es una sala de casi cincuenta metros cuadrados con un escritorio, un cómodo sofá cama para cuando se alargan las negociaciones y un par de obras de arte corporativo en la pared.  Está en el piso treinta y siete y sus gigantescos ventanales me ofrecen unas maravillosas vistas de los rascacielos  y Cayo Vizcaíno pero mis ojos solo se fijan en la mujer que me espera de pie, apoyada contra el escritorio. Está tan arrebatadora como siempre con una blusa blanca, una falda recta hasta casi la rodilla de color beis y unas sandalias de tacón envolviendo sus deliciosos pies. Me acerco a ella  observando como sonríen sus ojos hasta que quedamos cara a cara, parados como estatuas, a pocos centímetros uno del otro. Los dos primeros botones de la blusa están estratégicamente sueltos y del interior de su escote surge un aroma enloquecedor.  Saco de mi bolsillo un pen con mi nueva novela y me inclino para dejarlo sobre el escritorio, aprovecho para rozar sus labios y los recuerdos de la anterior noche pasada con ella me asaltan como si hubiese ocurrido ayer, la beso y estrujo sus pechos plenos y suaves a través de la blusa y el sujetador. Me separo un momento para tomar aire y aprovecho para contemplarla de nuevo y acariciar su cara y su cuello. No decimos nada, no necesitamos decir nada, con precipitación le desabotono la blusa, tiro de ella para sacársela de debajo de la falda y hundo mi cara entre sus pechos, el aroma de su perfume invade mis fosas nasales volviéndome loco de deseo. Bajo uno de los tirantes de su sujetador y le chupo y mordisqueo el pecho, Jackie gime y me tira del pelo para poder besarme de nuevo. Le arremango la falda y meto mi mano entre sus piernas acariciándole el interior de sus muslos y tiro del tanga húmedo de deseo largamente aplazado. Me mira un poco enfurruñada, no hace falta que lo exprese con palabras, he sido un niño muy malo.

Me agacho y termino de subirle la falda hasta la cintura descubriendo un fino triángulo de vello oscuro y rizado. Jackie abre sus piernas, tanto como lo permite el tanga que aún está a la altura de sus rodillas invitándome a acariciar su sexo suave y tremendamente congestionado.  Ayudándome con las manos separo los labios de su vulva y le chupo y le golpeó suavemente el clítoris con mi lengua. Ella da un respingo y empuja con su pelvis hacía mi boca. Tras unos segundos me separo y voy bajando el tanga con mis manos mientras que  con mi boca recorro el interior de sus piernas y sus tobillos.  Jackie se sienta sobre el escritorio, yo levanto sus piernas y con delicadeza termino de quitarle la fina pieza de lencería. Me paro y observo sus pies, acaricio el puente  y beso los largos dedos y las uñas pintadas de rojo oscuro sin quitarle las sandalias. Jackie gime excitada y yo me quito la ropa apresuradamente mientras ella se  deshace de la falda.

Me acerco y ella se incorpora y me acaricia la verga dura y caliente y mis huevos repletos, hormigueantes  y dispuestos, esta vez no voy a contenerme. La beso de nuevo  mientras ella me acaricia suavemente el miembro. La abrazo y le mordisqueo el cuello y las orejas dejando que sea ella la que decida cuando quiere meterse mi polla. No se hace esperar y abriendo un poco más sus piernas dirige mi glande al interior de su coño con un largo suspiro.  Mi polla entra con facilidad y noto como su vagina  se contrae y  todo el cuerpo de Jackie se estremece.  Saco mi verga de su interior y vuelvo a penetrarla esta vez con más fuerza, Jackie gime y se muerde el labio mientras se agarra a mi nuca sin dejar de mirarme a los ojos. Comienzo a empujar con fuerza cada vez más rápido hasta que ella, incapaz de aguantar más, levanta la mirada al techo y se corre con un grito. Yo dejo mi pene profundamente alojado en su sexo sintiendo como vibra y se encharca de los jugos del orgasmo a la vez que chupo con violencia sus pechos y sus pezones.

Finalmente Jackie se relaja y retiro mi miembro a punto de estallar. Meto dos de mis dedos en su vagina  arrancándole nuevos gemidos. Acerco mi boca a su coño y lo chupo saboreando su orgasmo y excitándola de nuevo pero ella me separa con un suave empujón y me sienta en el escritorio.

-Ahora voy  a  probar esa salsa –Dice Jackie inclinándose sobre mi miembro.

Un escalofrío recorre mi espalda cuando se mete mi verga en la boca. Me la chupa un par de veces y luego comienza a subir besándome el vientre y el pecho mientras aprieta sus pechos con sus manos deslizando mi polla entre ellos. Yo cierro los ojos y disfruto de sus besos y sus mordiscos y sobre todo de sus pechos blandos cálidos y acogedores.

Se separa de nuevo y tantea mis huevos provocándome un gemido ronco, se agacha y empieza a lamerme la punta del glande mientras yo le acaricio su maravillosa melena. Con suavidad va bajando hasta tener todo mi pene en su boca. Sube y baja por él acariciándome las piernas e hincando sus uñas en mi pecho hasta que a punto de estallar intento separarla, pero ella no me deja y sigue chupándome el miembro hasta que me corro en su boca. Me doblo sobre la cabeza de Jackie y tras dos días de contenerse, mis huevos se retuercen y expulsan con violencia varios chorreones de semen que Jackie no deja escapar.  Traga mi semen con una sonrisa pícara mientras chupa mi miembro aun erecto y hambriento. La levanto y  beso de nuevo su boca, aún tiene el sabor de mi semen. Ella me coge de la mano y tira de mí hacia una pequeña puerta de madera. Al traspasarla veo que es un pequeño baño. Sin decir nada me mete en la ducha y abre el grifo. Un chorro de agua caliente nos envuelve, yo cojo un poco de gel y le enjabono el cuerpo a conciencia, vuelvo  a estar salido perdido. La pongo de espaldas a mí mientras la acaricio y penetro en su sexo húmedo y resbaladizo con mis dedos.  Aparto su pelo mojado y le beso la nuca y la espalda mientras me aprieto contra su culo con mi pene de nuevo preparado.

Subo mis manos hasta sus caderas y se las retraso ligeramente para poder penetrarla de nuevo. Jackie gime y se agarra los pechos estrujándoselos satisfecha. Mis empujones son rápidos y salvajes y Jackie sin los tacones tiene que ponerse de puntillas y agarrarse a la mampara para mantener el equilibrio. Acaricio sus muslos y su culo tensos bajo la cortina de agua caliente y vapor que nos envuelve. Todo su cuerpo se crispa cuando llega el orgasmo. La sujeto envolviendo su cintura con mis brazos  y sigo empujando su cuerpo estremecido hasta que me corro de nuevo  en su interior.

Nos quedamos así unos segundos abrazados, acariciándonos y besándonos hasta que volvemos a la realidad. Salimos de la ducha y nos secamos rápidamente el uno al otro sonriendo satisfechos.

Mientras ella se prepara para la cena, yo voy al escritorio y echo un vistazo al contrato. Como espero son las condiciones de siempre, así que firmo todas las hojas y me recuesto en el asiento. Entonces un pensamiento me recorre el cerebro fugazmente; ¿Hará con todos sus escritores lo mismo? Lo desecho rápidamente sintiendo una punzada de culpabilidad sólo por haberlo pensado.

Jackie aparece en pocos minutos con un vestido corto  de seda blanco con un escote en u. Consciente de que tiene mi atención se gira enseñándome el escote trasero que llega casi hasta la cintura. Recoge un pequeño bolso a juego, mete en él cuatro cosas imprescindibles y cogiéndome del brazo salimos de la oficina.

Cogemos el coche y vamos a un restaurante cerca de la playa. Ella pide una ensalada mientras yo pido un poco de pasta para recuperar fuerzas. Por fin conseguimos hablar un rato de negocios mientras cenamos, aunque las miradas fugaces de deseo y los roces no se interrumpen en ningún momento. Le cuento el argumento de mi novela y le resumo mis expectativas y los resultados de ventas en mi país. Mientras hablamos, Jackie sonríe halagada al percibir como  no puedo apartar mis ojos de su cara y de los movimientos de sus pechos dentro del vaporoso  vestido. Cuando salimos del restaurante, ella me lleva a su apartamento del centro. Es la primera vez que estoy allí y me maravillo de su amplitud y su luminosidad, pero no por mucho tiempo. Volvemos a hacer el amor, con más calma disfrutando de cada caricia y cada beso hasta que nos dormimos agotados.

El teléfono suena dos horas antes del vuelo. No me apresuro demasiado y me quedo mirando a la mujer que se despierta desnuda a mi lado. Ni el pelo alborotado, ni su cara hinchada por la falta de sueño disminuyen un ápice su  atractivo. Se levanta y me prepara un café aún desnuda seguida por mi mirada aún codiciosa a pesar del atracón de sexo. No me ducho, quiero tener el aroma de su cuerpo sobre mi piel durante el pesado viaje. Tomo el café, recojo mi pequeña maleta y antes de abrir la puerta,  Jackie tira del bolsillo de mi americana  y me da un largo beso de despedida.

Estoy sobre el Océano Atlántico. Miro por la ventanilla y solo veo el mar desierto e infinito. Cojo una libreta de mi maleta y comienzo a escribir y hacer garabatos  sin pensar demasiado en lo que hago hasta que surge una idea; sigo el hilo de mis pensamientos escribiendo sin parar, totalmente absorto. En ochocientos kilómetros tengo hecho el esqueleto de una nueva novela.

Me paro un momento y tomo aire, el aroma de Jackie sigue envolviéndome y vuelvo a excitarme recordando su cuerpo abrazado a mí. Una insuperable necesidad de sentirla a mi lado me asalta. Le pido el teléfono a la azafata. Lo sopeso, pienso en Jackie y llego a marcar los dos primeros números pero no consigo terminar. Me convenzo a mí mismo de que no debo hacer nada en caliente, debo pensarlo bien.  A medida que los kilómetros que nos separan aumentan se va disipando mi ansiedad y sigo escribiendo como un poseso.

Cuando aterriza el avión me quedan dos hojas en la libreta. Salgo del aparato y atravieso la terminal en dirección al garaje vigilado y recojo mi coche. Enciendo el Smartphone y este pita varias veces al recibir los mensajes y los avisos de las llamadas que me he perdido.  Tres de las llamadas son de Jackie. Arranco el coche.

-¡Llamar a Jackie!

-Hola Gus, ¿Llegaste bien? –Su voz suena dulce y cercana en el bluetooth.

-Sí, y ha sido un viaje muy fructífero…

-¿Recibiste  mi regalo? –me interrumpe ella con voz ansiosa.

-¿Qué regalo? –respondo hurgando en mis bolsillos.

Del bolsillo de mi americana saco el tanga que le quité anoche arrugado e impregnado del aroma a hembra de Jackie. Doy un volantazo y aparco en el arcén mientras admiro la diminuta prenda de tela.

-Gus, ¿Estás ahí?

-Quizás tengas razón y debamos vernos más a menudo…

Fin

Relato erótico: «Jane I» (POR ALEX BLAME)

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JANE I


Sin títuloAl salir del tren ni siquiera el intenso sol ecuatorial que caía  de plano sobre la chapa de zinc  que cubría el techo de la estación de Kampala, le obligó a cambiar su sonrisa de satisfacción. Lo había conseguido. En el momento en que se enteró de que su padre y su prometido iban de safari a Uganda comenzó una operación de acoso con el objetivo de acompañarles.

 Jane era la hija única del Conde de Lansing, pelirroja menuda y de tez pálida, a primera vista parecía la típica damisela  frágil y sensible pero la pérdida de su madre a temprana edad le había convertido en una mujer atrevida e independiente. Su padre  le había proporcionado una educación esmerada, pero incapaz de negarle nada,  también le había permitido dar clases de equitación, tiro, esgrima e incluso una exótica arte marcial que le enseñaba un viejo criado chino.  Primero lo pidió educadamente, más tarde lo suplicó y ante la severa negativa de ambos tuvo que recurrir al chantaje; Cuando una semana antes de partir les amenazó con romper el compromiso con Patrick, conscientes de que Jane nunca desafiaba  en vano, tuvieron que rendirse e incluirla en el peligroso viaje.

La noche en que   embarcaron rumbo a Suez, Patrick hizo un último intento de disuadirla. Con su ropa de viaje echa a medida, su fino bigote y sus ojos grises muertos de preocupación por ella, estuvo a punto de convencerla de que se quedara, pero el deseo de correr una última aventura antes de casarse y sentar la cabeza fue más fuerte y se mantuvo firme. Con un “no me pasará nada” y un largo beso a hurtadillas zanjó el asunto y se dirigió a la pasarela del paquebote con paso  firme y sin mirar atrás.

-¡Que calor más terrible! –dijo Mili, su doncella, mientras abría la sombrilla blanca de encaje sobre la cabeza de Jane.

-Vamos Mili no seas quejica, -replicó Jane con su ojos verdes brillando de emoción –ésta va a ser una aventura que no olvidaremos en nuestra vida.

Jane se giró y admiró la multitud de gente de color que se agolpaba a las puertas de los vagones de tercera clase cargados con todo tipo de mercancías desde cabras vivas hasta  tejidos y cuentas de colores. Sus ropas eran sencillas pero de colores vivos y casi todos llevaban anillos brazaletes y pendientes  extravagantes de cualquier material. Su padre la sacó del trance fascinado en el que estaba suspendida y con un ligero tirón le guio fuera de la estación.

A la puerta del desvencijado edificio les esperaba la calesa de Lord Farquar, su anfitrión, un viejo amigo, compañero de su padre en el ejército que tenía una finca a pocas millas de Kampala. Jane y su padre se sentaron a un lado y Patrick en el otro mientras Mili iba sentanda en el pescante cotorreando sin parar con el adusto cochero negro. Estaban al final de la estación seca, el mejor momento para cazar en la sabana ya que los animales se reunían cerca de las fuentes de agua y era más fácil localizarlos. La hierba estaba agostada y el calor hacia que el aire caliente subiese creando torbellinos de polvo y espejismos. Los únicos animales que logró ver fueron una pareja de chacales y un pequeño grupo de gacelas de Thompson que intentaban extraer un poco de comida de aquella desierta extensión.

Nunca se cansaba de mirarla, sabía perfectamente que Jane, debido a su fama de díscola e independiente no había tenido muchos pretendientes, pero cuando descubrió que su interés era correspondido se sintió el hombre más afortunado del mundo. Su piel pálida y suave, su pelo rojo y espeso, suavemente rizado y su figura atlética aunque no carente de curvas a pesar de su baja estatura le volvían loco. Cada vez que podían se escabullían de la vigilante mirada de su futuro suegro para robarse un beso y tenía que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no arrancarle la ropa y hacerla el amor salvajemente. El calor intenso del mediodía le había provocado un intenso rubor en las mejillas que la hacía aún más adorable a sus ojos.

-Vamos Patrick, no seas necio, tienes un paisaje espectacular a tu alrededor y te dedicas a mírame embobado como si no hubiese nada más en el mundo.

-Querida, no hay nada en este mundo que pueda superarte en belleza. –replicó Patrick satisfecho al ver cómo se intensificaba el rubor de Jane en sus mejillas.

-Afortunadamente pronto estaremos entre fieras salvajes y me quitaras el ojo de encima o morirás arañado, mascado, vapuleado, pisoteado… -dijo ella maliciosamente.

-Tan serena y apaciguadora como siempre hija –dijo su padre intentando cortar la conversación. –no sabes lo que me costó convencerle para que viniese de cacería, así que deja de amedrentarlo. Aquí los únicos que van a morir son las fieras que nos aguardan ahí fuera.

La Mansión de Lord Farquar era pequeña pero no le faltaba ninguna comodidad. Incluso tenía un amplio jardín y un laberinto hecho con arbustos locales que no tenía nada que envidiar a cualquier otro de Europa, si no te acercabas al follaje erizado de unas espinas largas y muy agudas.

Lord Farquar les recibió a la puerta de su hogar. Tenía la misma edad de su padre,  pero el rigor de la vida en los trópicos había pasado factura, se le veía demasiado delgado y su cara estaba amarillenta y  surcada de arrugas. A pesar de todo se mostró  encantado de recibirles y estrecho efusivamente la mano de los dos hombres.

-¡Querido amigo! No te imaginas las ganas que tenía de verte. –dijo lord Farquar. –cuando respondiste positivamente a mi invitación me  hiciste un hombre feliz. Pero pasad, por favor  ahí fuera no se puede aguantar ni dos minutos. Tenéis que contarme todas las noticias de Londres. Los periódicos llegan aquí sin demasiada regularidad, las ultimas noticias que tengo son de hace más de dos meses.

-¡Oh! Me temo Henry, que vivo semirretirado en el campo, apenas voy por la capital si no es por asuntos de negocios y de política me temo que estoy igual de mal informado que tú.

-¿Y quién es esta bella dama que os acompaña? –pregunto interesado el hombre a la vez que besaba la mano de Jane.

-Es mi hija Jane, lamento no haberte avisado de su llegada, pero fue una incorporación de última hora y me temo que no tuvimos tiempo de avisarte.

-Tonterías Avery, hay sitio de sobra en la casa, le diré al  mayordomo que prepare otra habitación más mientras tomáis un refrigerio, el viaje ha debido ser agotador.

-Si te soy sincero –dijo su padre – hacía tiempo que no tenía uno tan malo, tuvimos temporal en el Atlántico, las olas en Gibraltar eran del tamaño de montañas y en Eritrea tuvimos que rechazar un ataque de piratas. Y finalmente el viaje desde Mombasa en tren fue lento, caluroso y apretado. Afortunadamente  hicimos casi todo el trayecto  de noche y dormimos una buena parte del viaje.

Mientras su padre y su anfitrión seguían charlando y poniéndose a l día Jane y Patrick les siguieron haciendo manitas al interior de la casa. El hogar de Lord Farquar era una incongruente mezcla de recargados muebles victorianos traídos de Europa a precio de oro, armas indígenas y trofeos de caza. El ambiente en el interior era oscuro y fresco  y  en el centro del comedor una mesa les esperaba con emparedados, leche fresca, frutas y verduras exóticas.

Hasta que no probó el primer bocado no se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Henry les sirvió vino a los hombres y limonada para Jane sin dejar de hablar nada más que para picar algún que otro minúsculo bocado.

Una vez terminaron, el mayordomo indio de Lord Farquar se presentó para avisarles de que las habitaciones estaban listas. Lord Farquar les dejó tomar posesión de sus habitaciones y refrescarse un poco antes de la cena, cosa que los tres agradecieron. La habitación de Jane no era muy grande pero estaba lujosamente amueblada, la cama era enorme, de madera de nogal y tenía un recargado dosel del que colgaba la imprescindible mosquitera. Un pesado armario, un espejo de cuerpo entero, un sencillo tocador y una butaca de bambú  completaban el mobiliario. Jane se tumbó vestida sobre la cama e inmediatamente se quedó dormida.

Un suave toque a la puerta le despertó indicándole que era la hora de cenar. Apresuradamente se refrescó un poco la cara y las manos con el agua que había en el tocador y se cambió el sencillo vestido de viaje por un vestido de noche color vainilla más apropiado para la ocasión.

Lord Farquar había invitado a varios vecinos, así que lo que Jane creyó que iba a ser una cena más o menos informal, se convirtió en un banquete con más de cuarenta invitados. Todos se mostraron encantados de tener alguien nuevo con quien charlar, las mujeres se mostraron especialmente interesadas en el vestido de Jane y en las novedades que venían de París.

Durante la cena se sentaron al lado de los Swarkopf un joven y simpático  matrimonio alemán que había comprado una propiedad al este de allí. Comieron cebra, pintada, mijo y tortas de maíz y bebieron vino francés de la bodega de Lord Farquar. Cuando terminaron se dirigieron al salón y al ritmo de un cuarteto de nativos que evidentemente hacían lo que podían se pusieron a bailar.

Jane procuró no impacientarse demasiado y atendió todas las invitaciones a pesar de que era con Patrick con la única persona con la que quería bailar. Cuando por fin lograron bailar juntos lo abrazó y colocando su cabeza sobre el amplio pecho de Patrick se dejó llevar por la música con un suspiro de satisfacción.

-¡Oh Dios! –Susurró Jane –estaba deseando abrazarte.  Esto de estar a tres metros de ti y no poder ni tocarte es una tortura.

-Tranquila, dentro de tres meses podrás hacerlo todo lo que quieras… y más que eso –respondió él con una sonrisa pícara.

Cuando levantaron la cabeza se dieron cuenta de que la música había terminado y todo el mundo les estaba mirando divertidos. Antes de que la situación se volviese incómoda Max Swarpkof levanto la copa y brindo por los novios desencadenando el júbilo general.

-Bueno señores, –dijo Henry sustituyendo a la pareja como centro de atención –siento mucho tener que interrumpir esta maravillosa velada pero la temporada de las lluvias se nos echa encima y me temo que nuestros invitados necesitan descansar si queremos salir de caza mañana mismo. ¡Un último brindis por los novios!

El calor de la noche ecuatorial y la excitación que le había producido la cercanía de Patrick en el baile no le dejaban dormir. Llevaba más de una hora dando vueltas bajo la mosquitera, insomne, pensando en su futuro con Patrick. Se incorporó  y encendió la lámpara de petróleo que tenía en la mesita. Su rostro se reflejó en el espejo captando su atención. Se levantó y se miró de cuerpo entero. El fino tejido del camisón le permitía atisbar sus pechos del tamaño de pomelos, su figura delgada y sus caderas rotundas. Estaba un poco preocupada, no sabía mucho de los hombres, Patrick había sido su primer y único novio. – ¿Y si no le gusto? –pensó Jane dándose la vuelta sin dejar de mirarse al espejo. Con un gesto de disgusto se arremango un poco el bajo del camisón dejando a la vista sus piernas firmes y atléticas y su culito, blanco y respingón.

En ese momento  la mujer del otro lado del espejo le devolvió una mirada decidida. Esa misma noche iba a empezar el safari.

Cogió su ligera bata de seda a juego con el camisón y descalza salió en total silencio de la habitación. El primer problema era que no sabía cuál era la habitación de su trofeo, así que tendría que explorar la zona.

El pasillo estaba oscuro y silencioso. Jane se movía como una gata tratando de no hacer ningún ruido, cada vez que una de las viejas tablas del suelo crujía se le cortaba la respiración y el corazón amenazaba con escapársele del pecho. En esa ala había otras tres habitaciones. La del fondo, con una gigantesca y recargada puerta de doble hoja la desechó inmediatamente, tenía que ser la de Lord Farquar. No le hizo falta acercarse mucho a la siguiente puerta de la derecha para identificar los sonidos que provenían de ella como los rugidos de un león particularmente grande o más seguramente los ronquidos de su padre. Siguió a la siguiente habitación y al no oír nada abrió la puerta con mucho cuidado para descubrir… que estaba totalmente vacía. Deshizo sus pasos y se dirigió a la izquierda, un crujido particularmente fuerte la obligó a paralizarse y a aguzar el oído, tras unos segundos de silencio continuó su avance hasta llegar a otra puerta, pegó el oído a la madera y le pareció escuchar algo aunque no estaba segura. La abrió ligeramente y el inconfundible aroma del tabaco egipcio de Patrick la invadió trasladándole unas pocas horas en el tiempo, a los brazos de su novio durante el baile de esa misma noche.

Excitada por el triunfo, se quitó la bata y a la luz de la luna que se colaba por la ventana abierta de par en par se acercó en camisón a la cama donde yacía ajeno a su presencia su futuro esposo. Jane apartó la mosquitera y subiéndose a la cama dónde Patrick yacía semidesnudo rozó sus labios. Patrick abrió los ojos ligeramente en la penumbra simulando estar dormido:

-Mili, ahora no…

-¿Qué demonios? -Dijo Jane  separándose sobresaltada.

-Has picado –dijo Patrick divertido –Estaba despierto leyendo cuando te he oído zascandilear por el pasillo, he apagado la luz y he esperado al acecho.

-¿Cómo sabías que era yo?

-Nadie es capaz de moverse con esa gracia y en casi total silencio, no había ninguna duda. Además nadie aparte de ti tenía motivo para moverse a hurtadillas por la casa.

-Salvo Mili…

-Muy graciosa, el caso es que la astuta cazadora ha sido sorprendida por su presa. –dijo Patrick besando sus labios suavemente.

-Mierda –dijo Jane contrariada –espero ser un poco mejor con los búfalos, si no estoy arreglada.

-¿Por qué has venido? –Le preguntó Patrick –a estas horas deberías estar durmiendo.

-No puedo, estoy nerviosa.

-¿Por el safari?

-Y por otras cosas. Por ti, por la boda.

-¿Has cambiado de opinión con respecto a nuestro enlace? –Preguntó Patrick temeroso.

-No, no es eso. Te amo, pero he leído libros, ya sabes, de ese tipo, a escondidas en casa de mi padre y sé que los hombres le dais mucha importancia a la belleza de una mujer…

-No sólo a eso –le interrumpió Patrick.

-Lo sé,  pero no puedo esperar a la boda para saber si te gusta mi cuerpo –dijo ella quitándose el camisón con un rápido movimiento.

Patrick se quedó helado mirando el cuerpo perfecto de Jane brillando a la luz de la luna como si fuera alabastro. Por unos segundos no supo que hacer aparte de abrir la boca extasiado admirando los pechos firmes con los pezones rosados y erectos por la excitación, su abdomen plano y su pubis rojo como la boca de un volcán en erupción.

-¿No dices nada? –dijo ella malinterpretando la estupefacción de Patrick.

-Eres la mujer más preciosa que he visto en mi vida. ¿Cómo voy a ser capaz de no volverme loco hasta el día de la boda con esta imagen grabada a fuego en mi retina, repitiéndose hora tras hora? Mi amor, esto es muy cruel.

-No tienes por qué esperar hasta la boda –dijo Jane apremiada por el hormigueo y las humedades que comenzaban a invadir su ingle.

-No debemos…

-Vamos Patrick, tienes casi treinta años, estoy segura de que no soy la primera mujer con la que yaces, aunque si espero ser la última así que, supongo que sabrás que hay formas de hacerme el amor sin que yo pierda mi virtud. –dijo ella besándole apasionadamente.

Patrick se rindió y respondió al beso abrazando su espalda desnuda. Estaba caliente y ligeramente sudorosa, Jane se movió y se sentó sobre los muslos de Patrick exhalando un ligero gemido.  Patrick movió sus manos espalda abajo y tanteó su culo como había hecho otras veces solo que esta vez sin cuatro capas de tejido por el medio. Lo estrujó con fuerza y aprovechó para acercar un poco más el cuerpo de Jane hacia él hasta que el pubis de Jane estuvo encima de sus calzoncillos groseramente abultados por su erección.

Jane deshizo su beso  y se irguió excitada dejando sus pechos a la altura de la cara de su novio. Patrick cogió uno de ellos con una mano y acariciándolo con suavidad se lo llevo a la boca. Jane sintió un placer nunca experimentado cuando Patrick comenzó a darle lametones y sonoros chupetones a sus pechos. Mientras, ella frotaba su sexo con fuerza contra el bulto que sobresalía en los calzoncillos de Patrick.

Pasaron unos momentos y Jane se apartó jadeando. Armándose de valor se agachó sobre la entrepierna de Patrick dispuesta a hacer lo que había visto en las láminas de aquel libro escrito en sánscrito que su padre había traído de la India.

Al apartar el calzoncillo no pudo evitar comparar el pene de Patrick con el de las ilustraciones. Parecía igual de grande pero tenía un poco de piel suelta rodeando el extremo y estaba ligeramente curvado hacia arriba. Una gruesa vena palpitaba en la parte superior.

Jane lo cogió y se lo metió en la boca imitando a la muchacha del libro. Se la intentó meter entera  pero se atragantó y tosió. Patrick suspirando de placer la cogió por la melena y le indicó como hacerlo para que ella estuviese cómoda y el disfrutase más.

En pocos instantes Jane ya sabía lo que le gustaba y subía y bajaba por aquella estaca húmeda y caliente, lamiendo y mordisqueando,  arrancando a Patrick roncos gemidos de placer.

Dándose un respiro, Patrick apartó a Jane y la tumbó boca arriba abriéndole las piernas. Jane esperaba expectante con su coño aún virgen las caricias de Patrick. Patrick no se dirigió directamente hacia él sino que se dedicó a besar y mordisquear sus piernas y el interior de sus muslos volviéndola loca de deseo.

Cuando finalmente le envolvió el sexo con la boca, los labios y la lengua experta de Patrick no necesitaron las indicaciones de la joven y la obligaron a doblar su cuerpo con el placer. En ese momento Patrick se giró y poniendo las piernas a ambos lados de la joven dejó su polla a la altura de los labios de Jane sin dejar de explorar su sexo con manos y boca.

Jane cogió el pene con sus manos, lo metió en su boca y comenzó a chupársela. La sensación de tener su coño en la boca de Patrick y la polla de él en su boca empujando y entrando hasta su garganta fue más de lo que pudo resistir y se corrió con un fuerte gemido que afortunadamente quedó enmascarado por las risas de las hienas.

Una vez recuperada salió de debajo de Patrick y  siguió chupando su miembro   hasta que este se corrió soltando varios gruesos chorreones de semen sobre los pechos de Jane.

-¿Te he gustado? –preguntó Jane aún estremecida por el orgasmo mientras jugaba con el esperma que  bañaba sus pechos.

-Sí mucho. Te amo Jane. –dijo él limpiando el pecho de Jane delicadamente con una camisa sucia.

Afortunadamente un primer rayo de sol cayó sobre ellos y despertó a Jane con el tiempo justo  de escurrirse a su habitación sin llamar la atención de nadie.

Relato erótico: «Jane II» (POR ALEX BLAME)

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Sin título3JANE II

Sin títuloDesayunaron todos juntos  en el porche huevos revueltos, leche de cabra, pan recién hecho y tortitas de maíz. Tanto Henry como su padre estaban poco habladores y no eran capaces de abrir los ojos ante el resplandor matutino debido a la resaca de tabaco y coñac. Gracias a eso, Jane y Patrick pudieron lanzarse todas las miradas cómplices que quisieron conscientes de que la única que se enteraba era la pintada que corría por el jardín. Después de desayunar comenzaron a hacer los preparativos. Jane y Patrick acabaron rápido ya que Henry y su padre se  ocuparon de la mayor parte de la logística del viaje, así que sin nada que hacer cogieron sus rifles y se fueron a hacer prácticas de tiro en la parte de atrás.

-¿No es un rifle un poco pequeño? –preguntó Patrick señalando el arma de Jane y colocando unas latas en los árboles.

-La munición300 del doble Holland es más liviana y tiene menos retroceso pero si eres lo suficientemente preciso, –dijo Jane echándose el arma al hombro y derribando dos de las latas en cinco segundos –puede parar a un elefante en seco.

-Sí, bueno, en parte tienes razón, pero desde mi punto de vista no hay nada como una buena artillería –replicó Patrick haciendo saltar una tercera y una cuarta lata y arrancando de cuajo las ramas en las que estaban colocadas con su Jeffery 500.

Siguieron un rato pegando tiros y charlando,  disfrutando ambos  de la cercanía del otro hasta que el hombro de Jane comenzó a dolerle y se volvieron a la casa para recoger las armas e introducirlas en su equipaje. Al mediodía estaban de nuevo en la estación, listos para partir hacia el sur dónde le esperaba un refugio de caza que tenía Henry en  Ibanda cerca del fin de la vía del tren. Pasarían la noche en el refugio y luego con la ayuda de las mulas y los porteadores se internarían en la sabana en dirección al canal Kazinga y el lago Eduardo en busca de piezas.

El viaje fue un poco más cómodo ya que  sólo lo ocupaban ellos y su impedimenta, además Jane había cambiado la asfixiante vestimenta que había llevado puesta hasta ese momento, quitándose el corpiño y sustituyendo enaguas y faldas por unos cómodos bloomers* que no eran nada favorecedores pero que junto con las botas de montar le permitían moverse con facilidad y evitar arañazos y enganchones. Aun así el viaje fue tedioso debido a la escasa velocidad que desarrollaba la vieja locomotora que hacia aquella línea. Necesitaron casi diez  horas en  recorrer los escasos trescientos kilómetros del trayecto. Cuando entraron en el refugio ya había pasado la medianoche. Aquella noche no pudieron dormir juntos ya que los hombres se vieron obligados a ocupar el gran salón mientras Mili y ella ocupaban un pequeño catre en la única habitación del refugio. La noche, pese a ser corta, pasó con gran lentitud con el cuerpo de Jane hirviendo de deseo  e incapaz de masturbarse con Mili roncando suavemente a su lado.

Se despertó muy pronto, de mal humor y con los ojos inyectados en sangre debido a la falta de sueño. Sólo después de la segunda taza de café empezó de nuevo a sentirse humana. Patrick se acercó a ella y se tuvo que conformar con un casto beso en la mejilla ya que había casi doce personas en la gran sala de la cabaña de caza.

Minutos después el guía nativo los esperaba a la puerta dispuesto para partir.  En cuestión de minutos  partió la expedición al completo. Las primeras tres horas se mantuvieron juntos avanzando en fila india por la planicie. Primero los guías y los cazadores seguidos por las mulas y en la retaguardia los porteadores  llevando enormes bultos sobre su cabeza. Flanqueando la fila iban cuatro hombres armados atentos a posibles amenazas aunque a Jane se le antojó una medida excesiva dada lo consumida que estaba la hierba de la sabana  a esas alturas de la estación seca, impidiendo cualquier emboscada.

Al comenzar a caer la tarde, a unas pocas millas del río, los porteadores eligieron un lugar para acampar bajo la sombra de cuatro grandes acacias mientras los cazadores impacientes hacían su primera salida.

El sol aún estaba alto en el horizonte y una brisa fresca proveniente del lago Eduardo hacia un poco más soportable el calor. Los guías sonrieron satisfechos, se estaban acercando a contraviento. Cuando empezaron a escuchar el rumor de río se desviaron hacia la izquierda buscando un lugar un poco más alto desde donde poder tener una panorámica más amplia de la orilla del río.

El espectáculo era formidable, la orilla del rio bullía de vida. A sus pies se extendía una llanura de tres o cuatro hectáreas  salpicada de acacias aquí y allá. La hierba aquí aún era verde gracias a la humedad del rio y llegaba a la altura de la cintura. Entre varios cientos de cebras, ñus y antílopes, dos jirafas se movían pausadamente. Se acercaron a la orilla y Jane vio fascinada con sus prismáticos como separaban sus patas delanteras hasta que pareció que iban a romperse para poder acercar sus hocicos al agua. Las pequeñas gacelas, nerviosas se acercaban a la orilla daban unos pequeños sorbos y se alejaban con saltos nerviosos ante el más mínimo indicio de peligro. Por encima de ellos, por las copas de las acacias corrían, saltaban y gritaban pequeños grupos cercopitecos verdes.

Los búfalos tardaron casi hora y media en aparecer. Era un pequeño grupo de machos guiados por un viejo ejemplar. Sus cuernos, enormes, cubrían toda la parte superior de la cabeza y se abrían hacia el exterior para luego curvarse hacia dentro y hacia atrás terminando en unas afiladísimas puntas provocando a Jane un escalofrío.

El resto de los animales presentes se apartaron ligeramente dejando un poco de espacio a esos vecinos irascibles. Lo primero que hicieron fue resoplar y dirigir su mirada a los alrededores buscando potenciales amenazas. Los jóvenes fueron los primeros en acercarse al agua, la olfatearon desconfiadamente y finalmente comenzaron a beber. Patrick, impaciente, hizo el gesto de incorporarse para comenzar la caza pero el guía más cercano le sujeto el brazo y por señas le indicó que debía esperar.

Tras calmar su sed se alejaron un poco en dirección a una charca de barro donde esta vez fue el viejo ejemplar el que entró primero. Con sus prismáticos, Jane pudo ver por fin un gesto de placer en los ariscos animales. Fue este el momento en el que los guías les hicieron avanzar. Bajaron del montículo silenciosamente y una vez en la planicie se separaron en dos grupos: uno con Jane su padre y uno de los guías y otro con Henry, Patrick y el  guía restante.

Mientras Jane y su grupo se dirigían casi a rastras directos hacia la charca, Patrick y el suyo dieron un rodeo para acercarse por la izquierda. Los minutos le parecían horas, a cada paso tenían que interrumpir la marcha esquivando un grupo de gacelas o a  un ñu despistado, pero finalmente llegaron sin contratiempos hasta unos noventa metros de la charca. Se acercaron a un termitero que ya habían tomado como puesto de acecho y se ocultaron tras él esperando que Patrick y Henry se pusiesen en posición. La señal para el ataque la daría el viejo búfalo cuando saliese del barro. El animal se demoró un buen rato en el baño mientras los jóvenes, impacientes, probaban sus fuerzas peleando por parejas. Jane veía aquellas gigantescas masas de músculos contraerse y entrelazar sus cornamentas empujando y levantando nubes de polvo a menos de cincuenta metros de la acacia donde se escondía su novio y no pudo evitar un suspiro de nerviosismo.

Finalmente el gran búfalo se levantó con dos pequeños pájaros subidos a su lomo. Jane quitó el seguro a su rifle y se apostó preparada para derribar a su animal. Habían quedado en que Patrick y su padre harían los primeros disparos y Henry y Jane les cubrirían por si había algún problema. Su padre esperó tranquilamente a que Patrick hiciese el primer tiro ya que tenía a los búfalos más cerca y no se hizo esperar. De un  sólo tiro derribó a uno de los jóvenes que tenía más cerca de forma que apenas pudo dar tres pasos antes de caer exánime. El resto levantó inmediatamente la cabeza en dirección al origen del estallido y en ese momento Su padre apuntó al viejo macho y apretó el gatillo. La bala impactó en el tronco en forma de barril del viejo macho pero impactó un poco más arriba de lo que esperaba y el bicho aunque soltando un chorro de sangre salió lanzado a un pequeño bosquecillos de acacias enanas que había a unos quinientos metros de allí. Jane apuntó a otro de los búfalos pero no tuvo oportunidad ya que estos saltaron como resortes y siguieron al ejemplar herido mugiendo con furia.

Cuando salieron de los escondites se reunieron junto al búfalo muerto. Era un ejemplar espléndido pero la cabeza de todos estaba en el gran ejemplar herido, así que uno de los guías se quedó sacando los solomillos y el trofeo del búfalo muerto y el resto recargaron y se dirigieron tras la pista de los otros.

El rastro era fácil de seguir por el chorro de sangre que perdía el ejemplar herido. Iba directo hacia el bosquecillo. Mientras se acercaban a los árboles el guía  les previno de que esto podía pasar debido a que eran animales sumamente fuertes, que podían prolongar la caza incluso horas y tras indicarles que estuviesen atentos a posibles cargas de los jóvenes escoltas para proteger al animal herido se internaron con precaución desplegados en abanico, manteniendo el contacto visual y atentos a cualquier ruido.

Durante veinte minutos se internaron en aquel laberinto de arbolillos espinosos hasta que un sonido ronco a su derecha los alertó. Jane y su padre levantaron el rifle y avanzaron con más precaución aún.  Al fin los encontraron, al viejo ejemplar aún de pie pero con evidentes signos de debilidad y uno de los jóvenes que les miraba amenazador. Lo que pasó después fue un flash, antes de que su padre hubiese terminado de apretar el gatillo para rematar al ejemplar herido, el joven arrancó como una exhalación directo hacia ellos. Jane no dudó  y eligiendo el momento en el que el animal estiraba las patas delanteras, apretó el gatillo, el fusil golpeó su hombro y la bala se introdujo en el pecho del animal atravesando su corazón y derribando al animal de inmediato. Con una sangre fría que a ella misma le sorprendió se apartó un par de pasos para dejar pasar a su lado al enorme animal resbalando por el suelo inerte.

Cargaron de nuevo rápidamente el rifle y esperaron unos momentos  atentos a la aparición de los dos restantes pero se habían ido sin dejar rastro.

Cuando volvieron a la charca arrastrando los trofeos de los dos búfalos el guía que había quedado estaba descuartizando el animal con ayuda de algunos porteadores que habían llegado del campamento para echar una mano.

La cena se retrasó y se prolongó hasta la madrugada recordando cada uno de los lances de la cacería. La gran protagonista fue Jane y Mili casi se cayó de espaldas cuando le contaron los detalles  finales.

Jane sonreía automáticamente distraída e inmersa en los ojos grises y profundos de su novio que se revolvía inquieto en su silla sin dejar de mirarla.

 El banquete terminó tarde, ya entrada la madrugada y los comensales se retiraron a sus tiendas borrachos y felices por el triunfo. Cuando se acostó en su catre, en la tienda que compartía con Mili estaba eufórica. No podía dormir, lo único que hacía era rememorar el momento en que la bestia, herida de muerte, estiraba el cuello intentando alcanzarla con sus cuernos. ¿Sería eso lo que sentían los grandes depredadores cuando derribaban a una pieza? Por un momento en aquel bosquecillo, se sintió como una leona satisfecha al lado de su presa. Recordaba el tacto aún caliente del animal y por un momento mientras examinaba la herida estuvo a punto de coger un poco de sangre y pintarse con ella los labios…

Necesitaba contárselo a alguien, Mili dormía, así que se escabulló y se dirigió a la tienda de Patrick. Esta vez había tenido la precaución de averiguar cuál era su tienda así que no tuvo que inspeccionar los refugios uno por uno.

-Sabía que vendrías –dijo Patrick que la esperaba con un codo apoyado en el catre.

La tienda de Patrick parecía un poco más grande al no tener que compartirla y había sitio para un baúl, un pequeño escritorio plegable y una silla. Apoyado en el poste central de la tienda estaba el rifle abierto y descargado. Patrick se levantó y la abrazo estrechamente.

-Hoy has sido la heroína. Estoy orgulloso de ti, -dijo él –pero júrame por Dios que no volverás a arriesgarte tanto. Me gustaría celebrar una boda, no un funeral.

-¡Oh! No seas tan melodramático –replicó ella intentando quitarle hierro al asunto pero por primera vez consciente que la que yacía en el suelo inerte bien podía haber sido ella misma.

-No soy melodramático –dijo poniéndose serio –lo único que pasa es que no quiero perderte, quiero casarme contigo, acostarme todas las noches a tu lado, hacer el amor todas las mañanas, envejecer juntos…

Jane le interrumpió su discurso con un beso en la barbilla y Patrick deslizó su abrazo para terminar con  sus manos apretando suavemente el culo de Jane. Jane se colgó del cuello de Patrick obligándole a bajar la cabeza y así poder besarle en la boca. El contacto con su lengua le recordó su aventura en la casa de Lord Farquar provocándole un hormigueo de excitación. Sin dejar de besarle voluptuosamente bajo su mano hasta la entrepierna de su hombre para descubrir que él también se había animado, le sopesó los huevos y se los apretó suavemente hasta conseguir que la erección de Patrick fuese completa.

Cansada de estar de puntillas sentó a Patrick en la silla y encaramándose a él, comenzó a comérselo a besos mientras se balanceaba suavemente sobre su erección. Patrick respondió acariciando su espalda y su cuello y estrujando sus pechos hasta casi hacerla gritar.

Jane se levantó y comenzó a abrirse la bata poco a poco con una sonrisa pícara, dejando a la vista un suave camisón de seda. Sus pezones duros como piedras por las caricias y los estrujones de Patrick hacían  relieve en la fina tela. Jane se llevó la mano a la boca, se chupo un dedo y se acarició el pezón con un suspiro de satisfacción. Patrick estaba paralizado observando la escena. Con la bata a sus pies Jane agarró la falda del camisón y comenzó a subirla poco a poco dejando a la vista primero las piernas y luego los muslos suaves hasta que el bajo del camisón le permitió a Patrick atisbar unos pocos pelos del pubis de Jane.

Sin dejar de contonearse sujetándose el camisón con una mano, con la otra se bajó una de las tiras de la prenda que resbaló dejando uno de sus pechos a la vista. Patrick se removía inquieto en la silla, pero temeroso de romper el hechizo no se levantó.

Fue ella la que se acercó y se montó de nuevo encima de él.

-Quiero sentirte dentro de mí. –Le susurró al oído con voz anhelante.

-Pero… -intentó resistirse Patrick.

-He tenido el día más excitante de mi vida y quiero que termine de una manera igual de memorable –replicó ella sacando su polla del calzoncillo.

-No deberíamos. –dijo él en un último y desesperado intento por ser caballeroso.

-Confió en ti, sé que en dos meses seremos marido y mujer, ¿Por qué esperar?

Patrick, sin argumentos, se   rindió y la beso de nuevo. Ella se deshizo del camisón y observo el miembro erecto de Patrick bajo ella estremecida por el contacto. Por un momento le asaltaron las dudas, ¿No sería la polla de él demasiado grande? ¿Le haría daño? ¿Sería más placentero que lo de la otra noche?

El movimiento de Patrick bajo ella y el placer que le asaltó disipó sus dudas y humedeció su sexo. Estaba preparada.

Patrick estaba excitado como un burro, sentía la sangre hervir en su cuerpo y deseaba tomar a aquella mujer y destrozarla a pollazos hasta que pidiese clemencia, pero fascinado por la determinación de ella le dejo hacer. Jane no era la primera mujer que desvirgaba pero nunca había tenido una en sus brazos dispuesta a hacerlo ella misma.

-Si en algún momento quieres parar, lo entenderé –dijo al ver que Jane se incorporaba y asía su polla con nerviosismo.

Jane respondió con una sonrisa y se introdujo el pene en su sexo. Patrick se quedó quieto mientras ella tanteaba su virgo con la punta de su glande. Tras coger aire Jane se dejó caer sobre el pene de Patrick. Notó una sensación de resistencia y luego un tirón y un poco de escozor  pero el miembro de Patrick resbaló con facilidad provocándole una sensación de placer y plenitud que expresó con un laaaargo suspiro de satisfacción. Se incorporó de nuevo y volvió a bajar hasta que toda la polla de Patrick estuvo de nuevo dentro de ella, su vagina se estremecía de placer y el placer irradiaba en todas las direcciones atenazando su cuerpo. Poco a poco comenzó a moverse más rápido disfrutando de la polla de Patrick tanto como de sus caricias y sus besos, hasta que éste incapaz de contenerse eyaculó en su interior. Jane notó como aquel liquido espeso la inundaba con su calor excitándola aún más y se sintió un poco decepcionada al creer que todo había terminado, pero Patrick, aún empalmado la levantó en el aire y empezó a penetrarla salvajemente. Jane se agarraba como podía con todos sus nervios agarrotados por el placer mientras él  la follaba implacablemente y le tapaba la boca para amortiguar sus gritos de placer descontrolado. El orgasmo la paralizó y todo su cuerpo  tembló durante unos segundos mientras él seguía penetrándola más y más rápidamente  hasta correrse de nuevo y derrumbarse sobre la silla con Jane aun empalada gimiendo y besando su pecho lleno de arañazos.

-¡Dios!  -dijo ella jadeando aun con la polla de Patrick dentro–ahora entiendo por qué os gusta esto tanto a los hombres.

-Créeme, mi amor, si en todas las ocasiones fuese así los hombres no haríamos otra cosa –respondió el sonriendo.

-¿Pues sabes qué? –Dijo –jane comenzando a moverse de nuevo –que yo ahora mismo no pienso en otra cosa…

La semana transcurrió en un sueño. Por la tarde cazaba, por la noche follaba y por la mañana dormía satisfecha como una leona.

Al final de la semana, su padre también estaba satisfecho a su manera, habían cazado varios antílopes de enormes cuernos tres leones, un leopardo, e incluso un elefante macho de respetable tamaño.

-Ha sido una semana excelente Henry –dijo Avery –y parece que el tiempo aún va a aguantar unos días más.

-Sí, la verdad es que ha sido una cacería muy satisfactoria Avery, pero ¿Qué tienes en mente viejo zorro?

-Había pensado que como tenemos tiempo podíamos mandar las mulas de vuelta al refugio e ir un poco más al sur, ligeros de equipaje, a por un gorila de montaña.

-Es arriesgado y las lluvias están cerca.

-¿Dices que esto es arriesgado después de lo que pasamos en la India? –Le desafió Avery –Casi nadie en el viejo continente tiene un buen ejemplar de espalda plateada, yo quiero ser uno de ellos.

-De acuerdo –replicó Lord Farquar – pero no te garantizo el éxito y si un montón de problemas.

Cuando les dieron la noticia a los jóvenes, estos insistieron tercamente en acompañarles y no hubo forma de convencerlos para que se volviesen con la impedimenta, así que se rindieron y partieron todos juntos con media docena de porteadores en dirección a las montañas que se perfilaban oscuras y amenazantes a dos o tres días de marcha hacia el sur.

 

*Bloomers: eran una especie de pantalones bombachos predecesores de la falda pantalón fueron creados en la época victoriana para permitir a las mujeres realizar ciertos deportes como la equitación o el ciclismo con más comodidad. Al principio estaban escondidos bajo una falda pero a finales del siglo XIX, ésta termino por desaparecer.

Relato erótico: “Jane III” (POR ALEX BLAME)

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JANE III

Sin títuloRukungiri era un villorrio de apenas quince casas  rodeadas de un cerco de espinos para proteger a los habitantes y sus animales de los depredadores. Las casas eran de barro y estiércol mezclados con paja y estaban dispuestas sin orden ni concierto en un pequeño claro  entre la maraña de arbustos espinosos que cubría el valle.

Habían tardado casi una jornada en llegar y estaban mugrientos y cansados pero no disponían de tiempo, así que se dirigieron a la choza del jefe de la aldea y con la ayuda de uno de los guías contrataron a un par de rastreadores que decían saber dónde encontrar gorilas.

Desde el primer momento Jane desconfió de aquellos dos tipos. Las miradas que le lanzaban eran torvas y parecían esconder algo pero cuando dijo a su padre que aquellos dos tramaban algo, él la ignoro cegado por su ambición por conseguir su ansiado trofeo.

Los nuevos guías les condujeron a través de estrechos valles a una pequeña llanura al borde del bosque tropical donde establecieron el campamento. Esa noche Jane estaba tan rendida que ni siquiera tuvo fuerzas para acercarse a la tienda de Patrick.

Cuando despertaron  al amanecer cogieron sus armas y una mochila cada uno y se internaron en la selva tras los pisteros dejando al resto de porteadores y la mayor parte de la impedimenta en el campamento.

En cuanto entraron en el bosque se dieron cuenta de la dificultad de su tarea. Los arboles no eran muy altos pero eran muy frondosos y apenas dejaban pasar la luz, sus raíces muy superficiales junto con las enredaderas que lo  cubrían todo les hacían tropezar ralentizando su avance. Además el terreno era abrupto y había que tener cuidado donde ponías los pies porque la mezcla de barro y hojas muertas lo hacía sumamente resbaladizo. Los claros eran frecuentes y solían estar cubiertos de una espesa vegetación que en ocasiones era más alta que ellos y estaban cubiertos de una densa niebla.

Jane sudaba y jadeaba subiendo por las empinadas laderas pero seguía alerta preocupada por aquellos  tipos. Sus miradas esquivas y sus sonrisas serviles no la engañaban, se traían algo entre manos.

Pasado el mediodía se derrumbaron en un claro exhaustos. Comieron rápidamente y en silencio. A pesar de las promesas de los guías no habían visto un solo animal y Jane tenía la sensación de que no hacían nada más que dar vueltas en círculo y cada vez estaba más paranoica.

Después de una hora de descanso continuaron su trayecto por un angosto camino que se abría paso a duras penas en la maleza. Poco a poco el paisaje se volvió más abrupto hasta que llegaron a un caudaloso torrente que había escavado una profunda fisura en el terreno. El único puente disponible era el delgado tronco de un árbol derribado por alguna tormenta. El tronco era tan fino que apenas cabía el ancho de una bota dentro. Pero el guía con el extremo de una cuerda lo atravesó con la facilidad de un mono y ató la cuerda a un árbol cercano para que pudieran tener un apoyo extra. Primero pasaron los dos guías y luego los hombres le dejaron pasar a Jane primero. El tronco estaba resbaladizo y ver la corriente bajo ella turbia y tumultuosa diez metros bajo ella le puso nerviosa pero agarrándose firmemente a la cuerda siguió avanzando y con un suspiro puso el pie en la otra orilla.

En ese momento, con una sonrisa de satisfacción propia de un chacal, uno de los guías le agarró por la espalda inmovilizándola mientras el otro cortaba la cuerda y le daba una patada al tronco dejando a Patrick y a su padre aislados en la otra orilla. Pero eso no fue lo peor, por detrás de ellos desde la espesura se oyó un fragor y con unos gritos escalofriantes aparecieron una decena de guerreros portando lanzas. Afortunadamente Henry y su padre eran veteranos curtidos y no se dejaron llevar por el pánico. Junto con Patrick hicieron una descarga cerrada con sus fusiles y derribaron a tres atacantes. Cuando terminó de disparar su arma Henry tiro su rifle al suelo y con un revolver que llevaba a la cadera los mantuvo a raya y derribó  a otro mientras sus compañeros recargaban. Antes de un minuto había tres  negros más en el suelo sangrando. Por su parte Henry que era el que más se había expuesto tenía una lanza clavada en el muslo aunque no por eso dejaba de disparar a aquellos condenados.

El hombre que la sujetaba aflojo un poco su presa concentrado en el drama que se producía al otro lado del torrente y eso fue lo que estaba esperando Jane. Con un taconazo de sus botas sobre el pie desnudo de su captor logro zafarse y cogiéndolo del brazo y haciendo palanca con su cadera lo derribó en el suelo dando un último tirón en el hombro para intentar dislocárselo. No se quedó a comprobarlo y salió corriendo en dirección a la espesura antes de que el otro hombre pudiese reaccionar.

Salió corriendo como una bala, medio agachada para evitar las enredaderas y hacerse menos visible para los dos hombres que habían salido tras ella. Mientras avanzaba podía oír como parloteaban en su lengua ininteligible, cada vez más cerca. Tras diez minutos de persecución estaba empezando a cansarse. Consciente de que no podía seguir corriendo y caer desmayada en brazos de sus captores decidió esconderse tras un árbol y hacer frente a sus perseguidores.

Se apoyó de espaldas contra la dura corteza y relajo su respiración tal como Lun Pao le había enseñado. Cuando apareció el primero corriendo como un loco Jane se limitó a salir del abrigo del tronco en el momento preciso y arrearle con todas sus fuerzas en el cuello con el canto de la mano. El hombre cayó al suelo boqueando como un pescado fuera del agua agarrándose el cuello maltrecho, Jane no se lo pensó y le arreó una patada con su bota en la sien dejándolo inconsciente.

En ese momento apareció el segundo hombre cojeando ostensiblemente, con el brazo derecho colgando inerte y con un enorme machete en la mano izquierda. Jane vio enseguida que la mano izquierda no era su mano dominante y pensó que tenía una oportunidad. Se puso en guardia y esperó…

En ese momento un terrible aullido conmocionó la selva, parecía el grito de un animal iracundo pero en el fondo a Jane le pareció que tenía algo de  humano, quizás fuera  la forma de cerrarse la “o” al final del aullido. El grito volvió a repetirse reverberando por todo el dosel de la selva incapacitándola para averiguar el lugar de origen. Su atacante se quedó petrificado y el machete comenzó a temblar en su mano, aterrado soltó el arma y desapareció en la espesura gritando ¡Shetani…mzungu! A pleno pulmón. Ella salió corriendo en dirección contraria. Tras unos segundos se lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos intentando volver al arroyo para  reunirse con Patrick y con su padre, pero ya era demasiado tarde, estaba total e irremediablemente perdida en la selva.

Estaba realmente confundido. Siempre había creído que era único. Desde la primera vez que se vio en el estanque de la luna y reconoció la imagen que se reflejaba en él cono suya, empezó a sospechar que Idrís no era su verdadera madre. Más tarde cuando comenzó a hablar y vio por primera vez a los monos del suelo fue consciente de cuál era su verdadera naturaleza. Pero hasta que no vio a esa mujer menuda, con el pelo del color del fuego no se dio cuenta de que había más monos calvos de piel pálida. Una súbita oleada de curiosidad le invadió mientras seguía observando a la joven mona blanca, quizás ella pudiese explicarle de dónde venía. La siguió desplazándose entre los árboles y pudo sentir su dolor y su desconcierto, pero no por eso dejo de intentar salir de la selva aunque sin éxito. La vio vagabundear sin rumbo fijo durante horas hasta caer agotada en un claro y quedarse inmediatamente dormida. Poco a poco se deslizo por una liana y bajo al suelo. El claro era pequeño pero el inconfundible aroma de Blesa la pantera negra le indicaba que era uno de los lugares favoritos de paso. No podía dejar a la mona allí o acabaría siendo la merienda de alguien. A pesar del volumen de su ropa le resulto sorprendentemente ligera. Estaba tan exhausta que apenas soltó un ligero suspiro cuando él se la hecho al hombro y trepó por el árbol más cercano. Se desplazó rápidamente y en silencio por la bóveda del bosque. Sus pasos eran firmes y silenciosos y cuando llegó a un lugar apropiado la depositó en  una horquilla mientras arrancaba unos brotes tiernos y un montón de hojas para hacerle una cama mullida. Por último la depositó en ella y le ató una liana en el tobillo para evitar que se estrellara contra el suelo veinte metros más abajo. La mona seguía durmiendo. Se acercó y la olisqueó. Olía a sudor y a miedo pero también a algo más un aroma fresco y atrayente la rodeaba atrayéndole como un imán. Acaricio su piel suave y observó sus manos finas con unas uñas largas y frágiles. La mona se revolvió inquieta en sueños y murmuro algo que él no entendió. La indecisión lo paralizo unos minutos pero finalmente decidió ir a buscar a Idris, ella le ayudaría con la mona. Se cercioró una vez más de que todo estuviese en orden y salió en busca de su madre.

La escaramuza duró apenas unos minutos pero el resultado para los atacantes fue devastador. Siete de los atacantes estaban muertos o  gravemente heridos.  Patrick salió en  persecución del resto, dejando a su futuro suegro cuidando la herida de Henry, para intentar conseguir información pero los perdió de vista en pocos minutos y volvió sobre sus pasos. De vuelta al lado del torrente intento despabilar a alguno de los heridos pero dos se murieron en sus brazos y el tercero no entendía nada de lo que trataba de preguntarle. Frustrado y rabioso los remató y se acercó a Henry:

-¿Cómo te encuentras? –Preguntó Patrick preocupado por la mancha de sangre que empapaba el pantalón del viejo.

-Bien hijo, creo que la lanza  no ha tocado ningún vaso importante, Avery me la ha sacado sin hacer más destrozo, como en los viejos tiempos. Un par de semanas en cama y como nuevo.

-¿Qué te parece si te dejamos aquí un rato mientras vamos en busca de Jane? ¿Estarás bien?

-Sí, adelante no os preocupéis por mí, el torniquete ha cortado la hemorragia y aún puedo aguantar un buen rato, pero volved al anochecer u os perderéis y de nada le serviréis a Jane si no podéis encontrar el camino de vuelta en este laberinto.

Le dejaron a Henry las mochilas y casi todo el agua que llevaban encima y se fueron torrente arriba para buscar un sitio por donde atravesarlo. Les costó casi una hora pero finalmente consiguieron vadearlo. La corriente era rápida y el agua estaba sorprendentemente bastante fresca lo que supuso un momentáneo alivio para sus cansados músculos. Una vez alcanzaron la otra orilla siguieron el riachuelo corriente abajo hasta volver a encontrar a Henry. Se despidieron de nuevo y se internaron en la selva siguiendo el rastro de Jane. Afortunadamente el rastro era claro y no tardaron en encontrar a uno de los captores inconsciente. Tenía un feo hematoma en el cuello y un huevo de considerables dimensiones en la sien izquierda. Patrick intentó despertarlo pero a pesar del fuerte zarandeo el hombre permaneció en el mismo estado. Lo ataron a un tronco por si despertaba y siguieron adelante. Doscientos metros más adelante el rastro se bifurcaba e incapaces de decidirse se dividieron. Avery cogió el ramal de la derecha que le pareció más prometedor y Patrick se internó en la jungla por la izquierda quedando en ese lugar en dos horas y pegando un tiro al aire cada diez minutos si encontraban a Jane.

Patrick encontró al segundo porteador tirado a la sombra de un árbol con un hombro dislocado y un pie machacado. Al ver al hombre blanco apuntándole con el cañón del fusil intentó huir pero solo logró dar unos pocos pasos antes de caer al suelo. Estaba febril y muerto de miedo.

-La mujer, ¿Dónde está? ¿Dónde la habéis llevado?

-Yo capturar para vender a caravana de sal, ella me golpeó y escapar, yo no saber dónde está.

-¿Estás completamente seguro? –preguntó Patrick metiéndole el cañón del fusil en la boca y amartillando el arma. –Si no me lo dices ahora mismo te mato a ti y a todo el pueblo.

-Yo no saber Shetani – muzungu, él se la llevó.

-¿Quién coños es ese? ¿Es el jefe del pueblo?

-Yo, shetani, él saberlo todo…

-¿Quién es shetani? ¿Dónde puedo encontrarlo? –volvió a preguntarle exasperado.

-Yo, él, solo saberlo él…

-¿Cuántos eráis?

-Yo, él, Mzungu , Shetani…

-A la mierda –dijo Patrick apretando el gatillo y escupiendo el cadáver –y luego arreglaré cuentas con el resto de tu aldea negro miserable.

Patrick siguió adelante unos cientos de metros pero pronto se convenció de que el rastro desaparecía a la altura del pistero, así que volvió sobre sus pasos y luego fue tras Avery. Lo encontró dos horas más tarde  en un pequeño claro del bosque totalmente desconcertado.

-Patrick ¿La has encontrado? –preguntó Avery con un deje de esperanza en la voz.

-No, encontré a otro de los secuestradores pero no me dijo más que incoherencias y a su lado se perdía el rastro con lo que este debe ser el bueno.

-Yo también lo creo y creo que estaba sola, un poco más atrás el rastro se confunde en varios puntos, como si hubiese dudado la dirección que debía tomar pero luego coge esta dirección y llega hasta aquí. Creo que se sentó aquí a descansar pero luego es como si se hubiese esfumado.

-No hay manchas de sangre –puntualizó Patrick –aún está viva. Inspeccionemos detenidamente los alrededores en algún sitio tiene que volver a aparecer el rastro.  

Inspeccionaron el lugar durante horas desesperados sin  encontrar ninguna pista del paradero de Jane.

-Vámonos Patrick, debemos volver al campamento antes de que anochezca y con Henry a cuestas tenemos el tiempo justo.

-¿Y abandonamos a Jane?

-Yo tengo tantas ganas de encontrarla como tu pero de nada le serviremos si nos perdemos nosotros también. Debemos volver a la aldea y conseguir dos nuevos guías y luego empezar un registro sistemático antes de que lleguen las lluvias.

No del todo convencido Patrick siguió a Avery y juntos deshicieron el camino. Cuando llegaron junto al hombre inconsciente que habían atado con intención de intentar interrogarlo de nuevo descubrieron que algún depredador se les había adelantado y estaba parcialmente devorado, un escalofrío les recorrió a ambos al pensar en Jane sola en aquella terrible semipenumbra. Cuando llegaron hasta el torrente vieron que Henry estaba con un ojo abierto y el otro cerrado. A pesar de estar herido no estuvo parado y ayudándose de un machete había cortado un troco no muy grueso pero de aspecto resistente y lo había acercado a la orilla.  Cuando los vio se levantó ansioso y su decepción se hizo patente al no ver a la joven con ellos. Con un gesto de resignación hurgó en la mochila saco una cuerda y ató al extremo una piedra. Al tercer intento logro atravesar el rio y atando el otro extremo a la rama lograron improvisar una pasarela. Avrery le contó lo sucedido y Henry se mostró de acuerdo con sus planes. Dejando la mayor parte de su equipo escondido partieron los más rápido que la pierna de Henry les permitía y llegaron al campamento justo cuando el sol estaba a punto de ponerse. Dejaron a Henry al cuidado de los porteadores y continuaron en dirección a la aldea de los traidores con ánimo sombrío.

Cuando llegaron era casi medianoche. Se abrieron paso a machetazos en el cerco de espinos y penetraron en la aldea como un vendaval. Cada uno armado con dos revólveres recogidos en el campamento sacaron a todos los habitantes de las chozas a rastras medio dormidos y aterrados y mataron como a un perro al único que se atrevió a oponer resistencia. Curiosamente aparecieron dos hombres que hablaban su idioma así que expusieron sus peticiones con total claridad. Se llevarían a dos hombres que conociesen el bosque atados y desarmados. Si encontraban a Jane  les permitirían conservar la vida, si no matarían a todo hombre mujer y niño de la aldea y los dejarían allí tirados para que fuesen pasto de las fieras. El viejo jefe inmediatamente comprendió su delicada situación y le dijo algo a un niño que inmediatamente desapareció en la espesura. Aguardaron tensos y con las armas dispuestas hasta que veinte minutos después el niño volvió acompañado de los tres guerreros supervivientes del ataque. Patrick levantó automáticamente el arma y le pegó un tiro en la frente a uno de ellos.

-Sólo necesitamos dos.

Los otros dos  se pusieron de rodillas implorando clemencia. Avery , sin decir palabra, les ató las manos por delante dejando un trozo de cuerda de unos dos metros y dándole una de las cuerdas a Patrick abandonaron la aldea con los nativos abriendo camino en la oscuridad. 

Relato erótico:”Jane IV” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 24

Sin títuloJane despertó, vio una cara oscura, arrugada y curiosa, reculó asustada a toda velocidad, perdió pie y cayó fuera del nido. Un segundo después notó un tirón en el tobillo y quedo suspendida boca abajo a quince metros del suelo con el corazón en la boca. Levantó la vista y vio la cara del chimpancé asomándose por el borde del nido enseñándole su dentadura con una mueca sardónica.

-¡Joder! –dijo Jane por primera vez en su vida.

Respiró profundamente dos veces y reuniendo las fuerzas que le quedaban, logró doblarse sobre sí misma y agarrar la liana de la que estaba suspendida. Poco a poco fue trepando los cinco metros de liana que le separaban del nido bajo la atenta mirada del chimpancé que sonreía y se hurgaba la nariz disfrutando del espectáculo. Tras un par de minutos de agónico esfuerzo logró agarrarse al nido e izándose en un último esfuerzo logró pasar la cabeza por encima del borde. Ver la cara de un hombre blanco de pelo largo y enmarañado y sonrisa salvaje le hizo perder el equilibrio de nuevo cayendo otra vez al vacío.

-¡Joder! –Dijo Jane por segunda vez en su vida mientras escuchaba furiosa las risas provenientes de arriba –me estoy empezando a cansar de hacer el idiota.

Jane se dobló de nuevo pero no pudo repetir la hazaña anterior y solo logró ver como hombre y mono la observaban y parecían compartir algún tipo de broma. Jane cada vez más enfadada les hizo señas para que la izasen, pero ellos divertidos se lo tomaron con calma y estuvieron viéndola balancearse un rato antes de empezar a tirar de la liana.

Cuando llegó arriba la cara de Jane estaba como la grana, más por el enfado que por haber estado suspendida varios minutos boca abajo. El chimpancé se apartó instintivamente al ver el gesto de ira de la joven, pero el hombre la miraba con descaro y curiosidad infantil. Era un hombre joven, alto, vestía un minúsculo taparrabos de cuero con lo que Jane pudo admirar su cuerpo musculoso, sus hombros anchos y su pecho profundo. Tenía el pelo largo y negro atado con descuido y los ojos marrones, unos ojos que la escrutaban como si fuese una especie de jeroglífico que aquel hombre intentaba desentrañar. Sacando los labios hacia fuera y emitiendo un sonido parecido a un suspiro acercó la mano al rostro de Jane y le tocó la melena. Jane primero intentó apartarse pero como solo percibió un gesto de curiosidad le dejó hacer. Parecía no haber visto una persona de su raza en toda su vida. Cogió un mechón de pelo y se lo llevo a la nariz olisqueándolo ruidosamente.

-¡Hey!, ¡Cuidado! –grito jane cuando el salvaje tiro del pelo para que la mona también lo oliera.

La chimpancé no fue tan comedida y después de aspirar el perfume del champú de Jane empezó a dar gritos y saltos y acabó encaramada en una horquilla dos ramas por encima de ellos. El salvaje observó las evoluciones de la mona unos segundos y luego continuó examinando a Jane. Palpó su ropa e intento tirar de ella para ver lo que había dentro pero Jane se lo impidió con una sonora palmada.

-¿Hablas mi idioma? –Le preguntó Jane esperanzada.

-¿Parlez-vous français? –repitió en francés recibiendo el mismo silencio por respuesta.

-¿tu parli italiano?

-¿Sprechen du deutch?

El salvaje se dedicó a mirarla sin decir una palabra. Jane, maldiciendo su suerte suspiró y empezó por el principio:

-Yo Jane, -dijo señalando su pecho con el índice –¿y tú? –dijo tocando su pecho.

El hombre respondió con una mirada interrogativa así que armándose de paciencia repitió otras dos veces hasta que finalmente el hombre respondió:

-¡Jane! –dijo señalándose no muy convencido.

-No, no, no –dijo ella perdiendo la paciencia y pensando que aquel tipo era más tonto que una piedra –Yo Jane, tú…

-¡Tarzán! –dijo con una sonrisa de iluminado.

-Tú Jane –dijo el salvaje hincando su dedo dolorosamente en una teta de Jane –yo Tarzán, tu Idrís –dijo señalando a la mona que seguía observándolos desde arriba.

-No, -dijo sacudiendo la cabeza –ella Idrís. Yo Jane, tú Tarzán, ella Idrís.

-Yo Tarzán, tu Jane, el-la Idrís. -Dijo el señalando correctamente con una sonrisa de satisfacción.

-Ahora sigamos con la lección –dijo arremangándose la blusa –tu y yo dijo señalándose a ambos -humanos, ella –dijo señalando a Idrís – mono.

-Tú, yo, humanos, ella mono.

-Yo, nosotros –dijo señalando a ambos –humanos. Idrís mono…

Cuando se dio cuenta el sol estaba alto en el cielo y un rugido de sus tripas le recordó que no tenía ni idea de cuando había comido algo por última vez. Moviendo su mano sobre su estómago y haciendo el gesto de echarse algo a la boca le pidió algo de comer. El salvaje pareció entender, se irguió, se golpeó varias veces el pecho con los puños y desapareció en la espesura. Mientras volvía y siempre bajo la vigilante mirada de Idrís se sacó la bota para examinarse el tobillo que le había salvado la vida. Estaba magullado y tenía una pequeña escoriación en él pero podía moverlo con libertad y apenas le dolía. Probó a ponerse de pie pero toda la frágil estructura del nido se estremeció y con mucho cuidado volvió a dejarse caer en el lecho de hojas. Cuando miró por el borde vio que el suelo estaba a más de veinticinco metros de altura y por primera vez fue consciente de la fuerza que debía tener aquel hombre para haber logrado subirla hasta allí.

Mientras el hombre volvía Jane se dedicó a observar a Idrís, jamás había estado tan cerca de un animal salvaje y su ausencia de miedo ante su presencia le desconcertaba un poco. Con una señal inequívoca le animó a la chimpancé a que se acercase. Idrís pareció dudar unos momentos pero luego pudo más la curiosidad y se bajó de la rama en la que estaba encaramada dejándose caer con habilidad sobre el nido. Por su aspecto con pelos blancos en la barbilla y algunas calvas distribuidas por todo el cuerpo daba la impresión de ser bastante anciana, pero sus ojos grandes y verdes expresaban vitalidad y curiosidad.

Con deliberada lentitud para no sobresaltar al animal fue acercando una mano hasta poder acariciar la mejilla de la mona. Idrís se giró un poco y olfateó la mano de Jane mientras emitía unos cortos suspiros. Jane sonrió por la calidez y la inteligencia con la que se expresaba el animal sin tener que decir una sola palabra. Durante unos instantes Jane consiguió olvidarse de su precaria situación; perdida en la selva, sin armas ni pertrechos y a merced de los caprichos de un salvaje incivilizado. Cuando Tarzán llegó con una selección de frutas entre los brazos Idrís estaba espulgando amorosamente el largo y rizado pelo de Jane.

Diez minutos después Jane estaba tumbada en el nido sintiéndose atiborrada de plátanos y unos frutos amarillos y blandos que le dieron una ligera sensación de mareo. Ante la atenta mirada del salvaje se quedó rápidamente dormida.

Cuando despertó, el sol empezaba a caer y atendiendo a los gestos de Tarzán se levantó y se puso en movimiento tras él. Durante unos doscientos metros no le pareció tan difícil moverse por la bóveda forestal a pesar de que su ropa se enganchaba y sus botas resbalaban en la corteza húmeda constantemente. Al igual que en el suelo, los animales tendían a moverse siempre por los lugares más accesibles y hacían pequeños senderos en el ramaje. Sin embargo, cuando llegaron al final del sendero y sus dos acompañantes se lanzaron con naturalidad al vacío para agarrar una liana y poder acceder al árbol siguiente se quedó congelada mirando al suelo treinta metros más abajo. Desde el otro lado Tarzán le hizo señas y la llamó por su nombre para que hiciese lo mismo pero rápidamente se dio cuenta de que Jane no era capaz, saltó de nuevo a la liana y con una naturalidad asombrosa, se acercó a ella la cogió por el talle y la deposito en el otro árbol. Fueron unos pocos segundos pero la sensación de ingravidez y el fuerte brazo del hombre ciñendo su talle contra el despertaron en Jane una punzada de deseo. Durante todo el viaje se repitió la situación. Ella avanzaba a trompicones entre un ramaje más o menos espeso y cuando llegaban a un obstáculo que a Jane se le antojaba insalvable, él la cogía por la cintura y ella entrecerraba los ojos, se dejaba llevar y humedecía su ropa interior con el deseo. Cuando volvía a poner el pie en un lugar más o menos seguro recordaba a Patrick y su compromiso y la culpabilidad y la vergüenza se apoderaban de ella.

Al llegar a su destino las botas sucias, la ropa ajada y el pelo revuelto merecieron la pena. A su derecha una cascada de veinte metros de altura desaguaba en un estanque de aguas frescas y cristalinas. En el claro que lo bordeaba una familia de gorilas remoloneaba entre la hierba verde y frondosa junto con un par de elefantes y unos antílopes parecidos a las jirafas pero con rayas blancas y negras en las ancas como las cebras. Por los árboles que rodeaban al claro, jugaban, peleaban y gritaban los compañeros de Idrís ahogando los trinos de miles de pájaros.

Sin mirar a Jane Tarzán no se lo pensó y con el alarido que había escuchado cuando estaba en manos de los bandidos se lanzó al estanque desde lo alto del árbol. Jane ayudada de una liana bajo hasta el suelo, se quitó la ropa sucia detrás de un pequeño arbusto bajo la atenta mirada de los dos elefantes y con un movimiento furtivo se metió en el agua disfrutando de su frescor.

Al darse la vuelta vio como Tarzán observaba con curiosidad su cuerpo distorsionado por las ondas del agua. Jane se tapó los pechos y el sexo con las manos con una sensación de vergüenza pero también de emoción al ver el deseo en los ojos del hombre.

Llevaban días buscando y se les acababa el tiempo. Cada hora que pasaba las posibilidades de Jane disminuían y cada hora que pasaba sus ánimos decrecían. Con las primeras tormentas el suelo se embarró y los rastros, de haber existido, habrían desaparecido, así que tuvieron que retirarse derrotados antes de que la temporada de lluvias los dejase aislados. El padre de Jane parecía haber envejecido diez años de repente .Cuando llegaron a la aldea, Patrick estaba tan furioso que mató a los dos guías y aunque no cumplió su promesa de matar a todos los habitantes de la aldea, le dio una soberana paliza al jefe jurándole que si volvía a enterarse de que le tocaban un pelo a otro hombre blanco volvería para cumplir su promesa.

El viaje de vuelta a Ibanda fue triste por la ausencia de Jane y penoso por la lluvia que no dejaba de caer empapándolo y embarrándolo todo.

-Lo siento Avery –dijo Patrick con el refugio de caza ya a la vista –debí ser fuerte y negarme a llevarla conmigo. Es mi culpa, soy su prometido y debí imponer mi criterio.

-No te culpes Patirck, -respondió Avery –ambos sabemos que si adorábamos a Jane, en parte era por su atrevimiento y su independencia. Nada en el mundo le habría disuadido de acompañarnos.

-Yo… la amaba sinceramente. No sé qué voy a hacer ahora sin ella. –dijo Patrick hundido.

-Debemos seguir adelante, volver a Inglaterra y continuar con nuestra vida, aferrándonos a su recuerdo. –replicó el anciano con la voz temblando.

-No, -dijo con una mueca de tristeza –no me iré de aquí sin encontrar al menos su cuerpo. Eso se lo debo. Cuando termine la estación de lluvias volveré y la encontraré.

En el refugio les esperaba Lord Farquar lo bastante recuperado para poder viajar gracias a los cuidados de Mili, aunque la mirada esperanzada que lanzó a los dos compañeros se veló rápidamente ante el gesto de tristeza y derrota que portaban los dos hombres cuando traspasaron el umbral.

A la mañana siguiente cogieron el tren con destino a Kampala y llegaron a la mansión de Lord Farquar ya avanzada la noche.

El ánimo en la mansión era el de un funeral. La casa permanecía en un silencio sólo roto por los ocasionales sollozos de Mili. Henry y Avery permanecían en el salón, sin hablar, fumando puros y bebiendo una copa de coñac tras otra. Patrick se dedicó a disparar su rifle practicando su puntería hasta que dejo de pensar en nada, cargar, apuntar, disparar, extraer el casquillo, cargar… continuó bajo la lluvia hasta perder la noción del tiempo. Cuando oscureció se retiró a su habitación totalmente indiferente a lo que ocurría a su alrededor.

Avery se sentía totalmente vacío, su hija y única heredera, a la que amaba hasta el punto de dedicarle toda su vida, había desaparecido y ni siquiera tenía un cuerpo que llorar. Estaba bebido, pero el coñac tampoco ayudaba. A las dos de la madrugada Henry se disculpó y poniendo su mano vacilante sobre el hombro de Avery y apretándolo suavemente se retiró a sus aposentos. Avery siguió bebiendo y fumando en la oscuridad hasta que se sintió lo suficientemente borracho como para caer inconsciente en la cama.

Una vez en su habitación se quedó sentado con la cabeza dándole vueltas pero incapaz de pegar ojo, los ojos verdes de Jane le miraban acusadores desde el fondo de su mente. Se acercó al equipaje y revolviendo entre las armas sacó su revólver, el viejo Colt Peacemaker le había acompañado fielmente por todo el mundo. Acarició el cañón y con los ojos llorosos se lo metió en la boca. El sabor a hierro y lubricante invadió su boca. Apretando los dientes amartillo el arma y puso el pulgar en el gatillo… Unos suaves toques en la puerta interrumpieron sus pensamientos y acabaron con su determinación. Con un suspiro apartó el arma y lo puso bajo la cama.

-Adelante –dijo Avery con la voz entrecortada mitad por efecto del alcohol, mitad por la emoción.

-Hola señor –dijo Mili atravesando el umbral con pasos vacilantes. –he oído ruidos en mi habitación y pensé que podría necesitar ayuda.

-Gracias, eres muy amable, pero no necesito ayuda –replicó Avery arrastrando las palabras. –nada puede ayudarme ahora.

-Entiendo perfectamente por lo que está pasando señor. He sido la doncella y confidente de Jane desde su juventud y la quise como como a una hermana. He sacrificado todo, incluso parte de mi felicidad por ella y nunca me he arrepentido. Jane era la criatura más valiente y generosa que nunca conocí.

-Lo sé y sé que ella también te quería y valoraba tu amistad y tus consejos. En fin, estoy convencido de que ahora está en un lugar mejor.

-Yo también, -dijo ella mientras se acercaba y le ayudaba a Avery a quitarse las botas. –Ahora debe acostarse e intentar dormir un poco. Yo le ayudaré.

Con manos hábiles fue quitándole la ropa a un Avery ausente hasta que este quedó en ropa interior. Le ayudó a acostarse en la cama y se tumbó junto a él.

-¡Oh! Avery cuanto lo siento –dijo Mili apretándose contra él procurando que el hombre sintiese la tibieza de su cuerpo a través del tenue camisón.

Avery se removió pero no se apartó de aquel cuerpo generoso, cálido y acogedor. Mili alargó el brazo y rozó los calzoncillos con sus manos regordetas. La polla de Avery reaccionó ante el contacto pero lentamente por el alcohol que corría por sus venas. Mili introdujo sus manos bajo la tela y empezó a sacudir el pene de Avery con suavidad notando como crecía poco a poco. Avery gimió y se revolvió de nuevo pero no apartó a la doncella.

Con una sonrisa, Mili apartó el calzoncillo, se metió el pene semierecto de Avery en la boca y comenzó a chuparlo con fuerza. Poco a poco el pene de Avery fue creciendo en la boca de Mili hasta llenarla por entero. En ese momento empezó a acariciarlo con su lengua con más suavidad, haciéndole disfrutar y embadurnándolo con su saliva, Avery gemía suavemente y acariciaba el pelo de la mujer con torpeza.

Mili se irguió y se quitó el camisón mostrando al hombre su cuerpo blando y generoso con unos pechos grandes y unos pezones rosados e invitadores. Avery alargó la mano y la introdujo en el triángulo de oscuro vello que había entre las piernas de Mili. La mujer se estremeció ligeramente al notar los dedos de Avery acariciar su clítoris y penetrar en su húmedo y cálido interior. Excitada y deseosa por acoger el brillante miembro de Avery en su interior se agacho y le dio al hombre un largo y húmedo beso. Su boca sabía tan fuerte a una mezcla de Whisky y tabaco que le hicieron vacilar pero rápidamente se puso a horcajadas y sin darle tiempo a Avery a reaccionar se metió su polla hasta el fondo. Había dedicado tanto tiempo a Jane que hacía años que no yacía con un hombre. La sensación de tener de nuevo un miembro vivo, caliente y palpitante en su interior fue tan deliciosa que no pudo evitar un grito de placer y satisfacción. Las sensaciones irradiaban desde su vagina y se difundían por todo su cuerpo despertándolo de un largo sueño. Comenzó a moverse con movimientos lentos y profundos mientras dejaba que Avery manoseara y pellizcara sus pechos y sus pezones volviéndola loca de deseo. Cuando se dio cuenta estaba saltando con furia sobre el hombre empalándose con su miembro duro y ardiente. El orgasmo interrumpió el salvaje vaivén unos segundos mientras Mili jadeaba con su cuerpo crispado y sudoroso pero inmediatamente siguió subiendo y bajando por su pene con su coño aun estremecido hasta que notó como Avery se corría dentro de ella inundando su vagina con su semen espeso y caliente.

Mili se derrumbó agotada sobre Avery y sintió el miembro del hombre decrecer lentamente en su interior. Cuando recuperó el resuello depositó un beso en la frente del hombre que ya roncaba ligeramente, se levantó de la cama y salió sigilosamente de la habitación.

Se tumbó en su cama agotada pero satisfecha. Alargo su mano y recogió un poco de la leche de Avery que había escurrido por el interior de sus muslos. La observó a la luz de la luna y la acarició entre sus dedos. En ella residía su futuro, aunque sabía perfectamente que no era una jovencita, aún era fértil y pretendía aprovecharlo.


Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 22. El Corazón de Afrodita.” (POR ALEX BLAME)

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QUINTA PARTE: PANDORA

Capitulo 22: El corazón de Afrodita.

Afrodita se apresuró por los pasillos de la mansión a recibirle. No sabía por qué, pero estaba ansiosa por verlo. Le recibió con una sonrisa y le felicitó por haber salvado la vida a la joven hija del cónsul.

Hércules tenía un aspecto cansado, pero por debajo podía percibir su excitación después de varios días observando a una pareja hacer el amor constantemente y de mil maneras distintas.

De repente, una intensa necesidad de reconfortarle la envolvió. No pensó en nada más. La lujuria hizo presa en ella y no pensó en las consecuencias. Se acercó a su hermanastro con los movimientos elásticos y sensuales de una pantera.

Los ojos cansados de Hércules se reavivaron y chispearon de excitación mientras alargaba una mano y acariciaba el sedoso cabello de la mujer.

Afrodita suspiró y cogiéndole la mano tiró de ella y se lo llevó a su habitación. En ningún momento pensó lo que Hércules opinaría de tener contacto carnal con su hermana, ya pensaría como contárselo más tarde, ahora solo pensaba en satisfacer la imperiosa necesidad de tener el miembro de su hermano dentro de ella.

Hércules entró en la habitación de la mujer. La misma habitación y la misma mujer que había estado espiando hacia pocos días. Aun tenía marcada a fuego en su mente aquella noche, aquellos pechos grandes y turgentes, aquellas piernas esbeltas y brillantes que deseaba acariciar y besar a toda costa.

Aquella noche se había tenido que retirar alertado por unos pasos, pero ahora nada le impediría hacer suya aquella belleza. Afrodita le soltó la mano y se adelantó hasta el espejo de nuevo exponiéndose con coquetería. Llevaba un vestido de fino algodón blanco de falda corta y profundo escote en “v” que ensalzaba unos pechos grandes y tiesos, libres de la prisión de un sujetador.

Hércules se acercó y abrazó por detrás a la mujer, besando con suavidad su cuello. Con lentitud desplazó sus manos desde la cintura hasta sus pechos, apretando su cuerpo contra la espalda de la joven. La sensación al estrujar aquellos pechos grandes, suaves y erguidos fue tan placentera que su polla se erizó instantáneamente. Afrodita respiró profundamente y dejó que los sopesase, los acariciase y metiese las manos dentro del escote para acariciar y pellizcar suavemente sus pezones.

Con un gemido de excitación Afrodita se giró y poniéndose de puntillas se colgó del cuello de su hermano y empezó a darle suaves besos hasta que Hércules reaccionó y abrió la boca respondiendo con intensidad, explorando la boca de la mujer con violencia mientras apretaba su cuerpo contra el de él.

Tras unos segundos… ¿O habían sido años? Afrodita se separó y le quitó la ropa, aprovechando para dejar que sus manos tropezaran y acariciaran el duro cuerpo de su hermano. Cuando lo tuvo totalmente desnudo, fue ella la que se colocó tras él y poniéndose de puntillas observó el reflejo de su cuerpo en el espejo de plata por encima de su hombro, acariciando sus músculos y cogiendo con una manos cálidas y suaves el congestionado miembro de su amado hermano.

Con una sonrisa traviesa sacudió su polla con suavidad haciendo que Hércules suspirase cada vez más excitado hasta que no pudo más y dándose la vuelta empujó a Afrodita sobre la cama. Su hermana cayó sobre la cama con el vuelo de la falda levantado, dejando a la vista el pubis totalmente depilado. Hércules se agachó y separó las piernas de la mujer, observando la piel suave y pálida del sexo de Afrodita con los labios hinchados y ligeramente enrojecidos, incitándole.

Sin pensarlo más, enterró la cara entre los cálidos muslos de la joven y envolvió su sexo con la boca. Un sabor dulce e intenso como nunca había percibido en una mujer, invadió su boca. Hambriento, acarició su clítoris y la entrada de su coño haciendo que su hermana se agitara presa del placer y expulsase nuevos y sabrosos jugos que Hércules no se cansaba de libar.

Fue Afrodita, la que hundiendo los dedos en su melena y tirando con fuerza de él logró separarle de su coño. La boca de Hércules subió por su cuerpo apartando la tenue tela del vestido para besar y chupar a medida que Afrodita tiraba hasta que estuvo tumbado sobre ella.

Hércules la besó de nuevo mientras ella, ansiosa bajaba las manos para guiar aquella polla caliente como el averno a su coño mientras soltaba un largo gemido de placer.

Hércules sintió como su polla resbalaba con suavidad, abriéndose paso en el estrecho conducto que no paraba de estremecerse provocándole un intenso placer. Agarrando la nuca de su hermana comenzó a penetrarla con suavidad, disfrutando y haciendo disfrutar. Los gemidos de la joven se hicieron más intensos y los labios gruesos y entreabiertos le llamaban constantemente haciendo que interrumpiese sus empujones para darle largos besos.

Afrodita se sentía tan excitada que apenas podía controlarse. Lo que realmente deseaba es llevarse a aquel hombre al Olimpo y follar en una bañera llena de ambrosía, pero sabía que no era el momento, no aun…

Hércules volvió a moverse en su interior, esta vez con más energía a la vez que estrujaba con fuerza uno de sus pechos.

Los relámpagos de placer eran intensos y cada vez más frecuentes. Afrodita se separó y poniéndose de pie, se quitó el vestido, quedando totalmente desnuda frente a su hermano, dejando que la admirase y la desease. Lentamente se dio la vuelta y se apoyó contra el espejo. Hércules se levantó y separándole sus piernas la penetró. Afrodita observó su reflejo en el espejo, la expresión de satisfacción cada vez que la polla de su hermano entraba profundamente en sus entrañas, las pequeñas perlas de sudor resbalando por su cuello, sus pechos bamboleándose…

Hércules la agarró por las caderas y comenzó a follarla con golpes más rápidos y bruscos haciendo que los pies de la diosa apenas tocasen el suelo hasta que incapaz de aguantarse eyaculó en su interior.

El calor y la fuerza de los chorros de semen golpeando el fondo de su vagina desató una incontenible oleada de placer que la paralizó por completo. Sus dientes se clavaron en sus labios y sus uñas arañaron el espejo haciendo pequeñas muescas en la plata.

Afrodita se despertó, el aroma de hércules sobre su cuerpo le desató una oleada de sensaciones excitantes. Se giró y le observó, dormido a su lado, oliendo a deseo satisfecho. Habían hecho el amor un par de veces más antes de simular estar exhausta. Sintió un intenso deseo de despertarle y contarle toda la verdad sobre los dos, pero las órdenes de Zeus eran categóricas, no debía saber nada sobre su identidad antes de cumplir con su misión. Aun así, casi no podía contenerse, así que se montó encima y le hizo el amor de nuevo con desesperación, sin decir palabra…

Hércules se despertó al día siguiente, dolorido por primera vez en su vida. Nunca había conocido a una mujer que se entregara de aquella manera. Era realmente insaciable.

Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que tropezó literalmente con el director antes de darse cuenta que estaba ante él.

—¿Mala noche? —dijo el anciano con un gruñido— Deberías dormir un poco más, jovencito. No se puede andar por ahí como un zombi, sobre todo cuando estas pendiente de comenzar la misión más importante que te he encomendado hasta ahora.

—Ah, ¿Pero tengo una misión? —preguntó Hércules intentando despejarse totalmente.

—Sí y comienza esta misma noche. Vamos, te contaré los detalles. —respondió el director posando una mano sobre su hombro y guiándole a la biblioteca.

Hércules se sentó en un sofá orejero mientras su anciano jefe servía dos generosos vasos de whisky con manos temblorosas. Mientras observaba y se deleitaba con el liquido ambarino, le explicó la misión con detalle, incidiendo en la importancia de recuperar la caja intacta y evitar que Arabela la abriese.

Esta vez no hubo dosieres, se limitó a encender un plasma que había en una esquina de la biblioteca. El hombre presionó una tecla del mando a distancia y una mujer apareció en la pantalla. Era de mediana edad, pelirroja y muy atractiva. Hércules la reconoció al instante; Arabela Schliemann, la presidenta del conglomerado industrial más importante del país, que desde hacía unos meses había descubierto su nueva pasión, la arqueología.

La mujer respondía a las preguntas de la periodista con entusiasmo, sin reparar en alabanzas a sus colaboradores, mientras anunciaba que pronto iniciaría una nueva expedición, la que definitivamente le pondría a la altura de Howard Carter o Indiana Jones.

—Arabela Schliemann, rica, bella, famosa, implacable… —dijo el anciano cuando hubo terminado el video— Es la persona más peligrosa para la humanidad en este momento y tú la vas a parar. Afortunadamente tiene un punto débil. Adora tener una buena polla entre sus piernas y mientras más joven mejor. Ahí es dónde entras tú.

—Ya veo, yo soy el semental que va a montar a la yegua desbocada…

—Y por eso esta noche vas a ir a la opera. —dijo Zeus recordando con placer aquella noche tan lejana en la que concibió al hombre que tenía ante él.

—¿La ópera?

—Sí y deja de repetir todo lo que digo como si fueras un loro. —replicó el anciano— Arabela va a todos los estrenos a hacer acto de presencia y mezclarse con las élites, aunque no le gusta demasiado y se escurre al final del segundo acto por una puerta lateral que da a un callejón de la parte trasera del edificio. He contratado a unos sicarios para que la asalten en él, así tú podrás acercarte a ella. Afrodita se encargara de entretener a los dos guardaespaldas. Buena suerte.

—¿Y una vez haya accedido a ella? —preguntó Hércules.

—Harás que te invite a ir con ella a la expedición y la observarás de cerca. Si consigue la caja tendrás que arrebatársela por todos los medios a tu alcance. Es vital que la recuperes intacta. ¿Lo has entendido?

—¿Qué pasaría si llegase a abrir alguien esa caja? —preguntó el joven.

—La muerte se desataría y camparía a sus anchas sobre el mundo arrasándolo todo a su paso.

—Ahora me vas a decir que tiene una maldición como la de la tumba de Tuthankamon. —dijo Hércules con una mueca excéptica.

—No es cosa de risa. —rugió el anciano con violencia— Si esa caja llega a abrirse, la humanidad puede darse por acabada, tú incluido.

—Vale, lo siento, ya he captado la importancia de la misión. No se preocupe, tendrá la caja.

—Preferimos no llamar la atención y que la consigas sin violencia, pero como comprederás, si no tienes más remedio, estas autorizado a hacer todo lo que consideres necesario.

—Entiendo, no le fallaré señor. —dijo Hércules sin saber si creer realmente aquella historia o no.

—Entonces en marcha. No hay tiempo que perder. —dijo el anciano apurando el resto de Whisky de un trago.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web.

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Relato erótico: ” Hércules.Capítulo 23.La Libertad Guiando al Pueblo” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 23: La libertad guiando al pueblo.

En realidad no era la primera vez que estaba allí. Su abuelo le había llevado cuando cumplió diecisiete años a ver Otelo, pero a mitad del primer acto se había largado para irse de birras con los amigos.

Nunca le habían gustado ese tipo de actos, el smoking le apretaba en el cuello, los bíceps y los muslos y el ambiente de lujo y derroche, con todas esas joyas y esa ropa de marca le ponían enfermo. Toda esa gente eran como pavos reales, lo principal era exhibirse y parecer más de lo realmente se era. Se acodó en la barra mientras esperaba que llamasen al publico a ocupar sus asientos y echó un vistazo a los asistentes. En ese momento una rubia recauchutada y con unos tacones con los que apenas podía mantenerse en píe se le acercó sonriendo con sus gruesos labios operados.

—Creo que a ti no te conozco… —dijo ella posando una manicura de cuatrocientos pavos sobre su hombro— y me jacto de conocer a todos los que acuden a este lugar.

—Será porque acabo de salir de la cárcel.

—¿Sí? ¿No me digas? —preguntó la mujer palpando los generosos bíceps de Hércules— Ahora entiendo lo de estos músculos. ¿Y por qué se supone que estuviste allí?

—Maté a una docena de personas con mis propias manos. —respondió él haciendo crujir los nudillos y sonriendo con una frialdad que hicieron que la mujer retirara la mano como si el brazo de Hércules quemara.

La desconocida dio una rápida excusa y se marchó con el paso de una cigüeña drogada hacia el otro extremo de la barra, dejándole terminar su copa con tranquilidad.

Poco después apareció ella, con un espectacular vestido color turquesa de falda corta y escote asimétrico que se sujetaba a su generoso busto por medio de un tirante rematado por un broche de pedrería. Dos gorilas entraron tras ella y se apartaron discretamente un par de metros, con los músculos en tensión, dispuestos a saltar al más mínimo indicio de peligro.

Los hombres se acercaban y saludaban a aquel fenómeno pelirrojo con la lujuria marcada en sus ojos, mientras que las mujeres se apartaban y miraban con envidia las enormes esmeraldas que colgaban de sus cuello y sus orejas haciendo juego con sus ojos.

Arabela charló con unos y con otros e intercambió tarjetas con algunos. Hércules observó divertido como la mujer suspiraba de alivio cuando las luces empezaron a parpadear llamando al público a ocupar sus butacas. En el último momento Arabela reparó en él y le lanzó una mirada inequívoca, justo antes de desaparecer por la puerta de su palco.

La obra que se representaba era Ça Ira, una ópera contemporánea ambientada en la revolución francesa. A los veinte minutos Hércules ya estaba saturado de gorgoritos. Nunca había entendido como nadie podía mearse en las bragas escuchando una pandilla de gordos quejándose de que les apretaba la ropa interior.

Tras el primer acto salió disparado y volvió a pedir otra copa, la necesitaba. Arabela salió poco después fingiendo estar arrobada por el espectáculo. Dos hombres, a los que Hércules reconoció sin problemas como el presidente de un equipo de fútbol y el propietario de una de las mayores constructoras del país, se le echaron encima, llenando sus oídos de susurros y propuestas que atendía intentando que no trasluciese su aburrimiento. Mientras tanto, volvió su mirada hacia él y le pegó un buen repaso. Hércules no se cortó y le devolvió la mirada divertido, haciendo todo lo posible para que quedase claro que sus ojos se fijaban en los pechos y las piernas de la mujer.

Por fin los dos pelmazos se retiraron reclamados por sus putillas de turno y la mujer se dirigió hacia él. Los dos guardaespaldas iban a acercarse cuando Afrodita, vestida con un ajustado vestido de lentejuelas, pasó a su lado provocando su inmediata lujuria con un único guiño.

Estaba a apenas a tres metros de él cuando las luces parpadearon de nuevo. Hércules pudo leer en los ojos la frustración de la mujer mientras él desaparecía por la puerta que llevaba a su humilde asiento en la platea.

A mitad del segundo acto salió de nuevo del patio de butacas y se dirigió a la barra del bar, no quería que la vieja se le escapase. El lugar estaba desierto y el camarero, aburrido, le dio conversación y le sirvió otra copa. Arabela no tardó en aparecer.

—Jaime, —dijo acercándose a la barra— ¿Has visto a los dos inútiles de mis guardaespaldas?

—No, señora Schliemann. La última vez que les vi fue justo antes del segundo acto hablando con una jovencita muy atractiva que no había visto nunca.

—Estupendo, ahora en vez de estar protegiéndome, esos mastuerzos estarán montándose un trío con una menor.

—Es un fastidio, pagas a unos tipos una miseria para que reciban las balas por ti y te dejan tirada por una jovencita. —interrumpió Hércules sonriendo con sorna y bebiendo un trago de su copa— No pienses mal. Seguro que habrán acabado con la chica antes del fin de la obra.

La mujer se volvió con gesto agrió y replicó con voz fría:

—¿Qué es lo que te hace suponer que no pago a mis empleados lo que merecen?

—Es evidente, nadie se hace rico siendo honesto.

La mujer soltó una carcajada por toda respuesta. Aquel chico le caía bien por su desfachatez. En el fondo estaba convencida de que le estaba tomando el pelo.

—El caso es que yo les pago para algo, sea mucho o poco. ¿Y si resulta que quiero largarme porque ya no aguanto más este tostón?

—Bueno, quizás yo fuera capaz de proteger ese cuerpo… —dijo Hércules echando un largo y detenido vistazo al cuerpo de Arabela.

—Sí, estoy segura de que me guardarías las espaldas. —dijo ella soltando un bufido.

—Ahora en serio, —dijo Hércules apurando la copa— si quieres irte, estaré encantado de perderme ese truño infumable y acompañarte hasta el coche.

Arabela le miró con escepticismo y finalmente, al ver que aquellos inútiles no terminaban de aparecer, miró el reloj y asintió con la cabeza.

—Está bien, tú ganas. Dejaré que me mires el culo hasta que llegue a la limusina, luego podrás volver a disfrutar de esa sublime muestra de la cultura occidental. —dijo ella bufando de nuevo.

—Cuando quieras, a propósito, me llamo Hércules.

—Yo soy…

—Arabela Schliemann, nunca me pierdo el Sálvame Naranja. —le interrumpió él con una sonrisa burlona.

Sin decir nada, Arabela se dio la vuelta y se dirigió taconeando con firmeza en dirección a una de las puertas laterales del edificio. A pesar de la desfachatez de aquel chaval, podía sentir la mirada de él fija en su culo, siguiendo cada vibración que se producía en sus nalgas cada vez que daba un paso con aquellos vertiginosos tacones. Mientras oía los pasos del joven tras ella no pudo evitar pensar que debería estar indignada, sin embargo se sentía excitada y emocionada ante las miradas apreciativas que le había lanzado Hércules durante la conversación. Abrió la puerta y salió al callejón imaginando a aquel hombre joven y vigoroso desnudo ante ella, así que cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde.

Salidos de no sabía bien dónde, cinco hombres blandiendo armas blancas y balanceando objetos contundentes les habían rodeado. Arabela se encogió aterrada, pero casi se quedó tiesa cuando sintió como el hombretón que la acompañaba se encogía aun más que ella escondiéndose a su espalda.

—¿Pero qué coños? —dijo ella sorprendida al notar como aquel petimetre de metro noventa se escondía tras sus espaldas.

—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? Deben ser la mamaíta forrada y su hijo “en mi vida he dado un palo al agua” —dijo un hombre grande y desaliñado que parecía ser el cabecilla.

—Cuidado con lo que hacéis, mastuerzos, no sabéis quién soy. —dijo Arabela librándose de Hércules de un tirón haciéndole trastabillar y caer a los pies de un tipo gordo con un bate.

—Deja que lo adivine… Eres Catwoman —dijo un tipo de aspecto oriental.

—No, que va. Es Supergirl. —intervino otro con una enorme cicatriz que le recorría toda la mejilla.

—Por, favor no me matéis. —intervino Hércules agarrado a los tobillos del hombre frente al que había caído — Es ella la que está forrada, sus joyas valen un pastón, yo solo pasaba por aquí.

—Y tú, evidentemente no vales una mierda. ¡Serás cabrón! —le espetó ella dando un paso hacia atrás y mirando en todas direcciones buscando inútilmente una salida.

—Por favor, tengo hijos y un … un pato. ¿Qué será de ellos sin mi? Ella os dará todo lo que queráis pero no nos hagáis daño. —suplicó Hércules provocando la hilaridad de los asaltantes y la desesperación de Arabela.

—Vamos, señora pórtese bien, haga caso a la mariquita rubia y denos toda esa chatarra, nosotros le quitamos un peso de encima y usted puede volver a ver a esos gordos gritar hasta que amanezca.

El cabecilla se adelantó y con un “basta de pichadas” le arrancó el collar cuyo cierre saltó con facilidad. Más engorroso fue el broche, que al estar cosido al tirante del vestido le obligó al asaltante a tirar con fuerza. Arabela inconscientemente se echó hacia atrás en un movimiento defensivo de manera que, al arrancar el broche, el ladrón le rompió el tirante dejando un pecho grande y pálido a la vista de todos.

Con los asaltantes fijos en el pecho de Arabela, Hércules no dejó pasar la ocasión e incorporándose como una centella le dio un puñetazo en los testículos al hombre gordo que dejo caer el bate y se acurrucó en el suelo en posición fetal gimiendo apagadamente.

Lo que aconteció a continuación dejó a Arabela totalmente boquiabierta. Los cuatro asaltantes restantes se volvieron y se lanzaron sobre Hércules blandiendo su armas.

La forma en que se libró de ellos no le impresionó tanto como la cara de aburrimiento que ponía mientras le arreaba a uno con el bate hasta romperlo, cogía el cuerpo inconsciente del hombre como sustituto y aporreaba a los otros dos con él hasta noquearlos, todo ello a una velocidad escalofriante.

Finalmente cogió los cuerpos de todos y los tiró a un contenedor cerrando la tapa de un sonoro golpe y sacudiéndose las manos con gesto de asco.

—Bonita exhibición.

—Fue la visión de tu pecho al aire, libre de la rígida opresión del sostén rodeada de una multitud armada la que me ha inspirado… ¿O será porque he topado con una pelirroja de verdad?—dijo Hércules con sorna.

—¿De qué coño estás hablando? —preguntó ella confundida.

—Esos pezones rosados y grandes, que no puedes distinguir de las areolas y que cuando se excitan parecen fresas jugosas y apetecibles son inconfundibles.

—Y eso lo sabes porque te has follado un montón de pelirrojas. —replicó Arabela mientras se tapaba el pecho como podía.

—En realidad he visto un montón de pelis porno de pelirrojas. No sé que tenéis que me ponéis a cien. Supongo que es ese matojo entre las piernas que hace que parezca que vuestro chocho está en llamas. —dijo Hércules acercándose y susurrándole a la oreja.

—Y no sé qué es lo que tienes tú que todo lo que dices parece sucio. Cerdo salido. Me das asco. —replicó procurando que no trasluciese cómo crecía la excitación en ella.

—Tonterías, señora Schliemann,—dijo él sin dejarse engañar— puedo percibir como tu cuerpo reacciona a mi presencia. Como se te erizan los pelos de tu nuca y tiemblan las aletas de tu nariz…

Los labios del joven rozaron su cuello. Arabela tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no temblar de excitación. Se maldijo a sí misma. Podía aguantar durante horas los asaltos de cualquier cuarentón vanidoso y gilipollas. Pero los jóvenes como él, su fuerza, su juventud, su ímpetu y su despreocupación les hacía irresistibles. No lo podía evitar, eran su debilidad.

Cuando se dio cuenta había soltado sin querer el tirante del vestido y volvía a tener el busto a la vista. La mirada fija de Hércules le hizo sonrojarse complacida, aun tenía unos pechos capaces de llamar la atención de un hombre joven. El primer instinto de taparse fue sustituido por el deseo de exhibirse descaradamente ante él.

Hércules no se lo pensó, de un empujón la acorraló contra el contenedor y metió una mano entre sus piernas. Con un gesto brusco llegó hasta su sexo, lo acarició un instante a través de las bragas y hurgando bajo ellas, buscó la pequeña mata de pelo que cubría su pubis.

Incapaz de contenerse por más tiempo Arabela gimió sintiendo como el placer recorría su cuerpo al ser acariciada por aquellos dedos jóvenes y fuertes hasta que Hércules enredó uno de sus dedos con los pelos de su pubis y pegó un fuerte tirón.

—¡Ah! ¡Joder! ¡Serás hijo de puta! —dijo ella recuperándose del súbito e intenso escozor.

—¿Ves como tenía razón? Pelirroja natural, no falla. —la ignoró Hércules mostrándole triunfante un par de pelos rizados de un intenso color rojo— ¿Sabíais que estáis en peligro de extinción? Lo he leído por ahí, os quedan unos noventa años. —dijo admirando los dos pelos, rojos como el fuego, que había logrado arrancarle— una verdadera lástima.

Arabela cerró los puños indignada y sin dejar de insultarlo intentó agredirle, por supuesto sin ningún éxito. Hércules cogió a la mujer por las muñecas e interrumpió sus insultos con un largo beso. La lengua del joven invadió su boca explorándola con desvergüenza y haciéndola sentir una cálida sensación de placer extendiéndose por todo su cuerpo.

A partir de ese momento no pensó en nada más, ni en los asaltantes, ni en los desaparecidos guardaespaldas, solo estaba concentrada en los labios del joven y en sus manos que volvían a explorar su cuerpo bajo la falda.

Hércules se separó dejándola respirar por fin. Esta vez tiró con suavidad de sus bragas acariciando sus muslos y sus piernas a la vez que tiraba de ellas hacia abajo. Arabela gimió, separó ligeramente las piernas y se remangó la falda enseñándole su sexo cálido y atrayente.

No se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre él envolviéndolo con su boca, obligando a Arabela a doblarse asaltada por un intenso placer. Hundió ambas manos en la rubia melena del joven disfrutando de cada lamida y cada chupetón, respondiendo con quedos gemidos.

Tras unos segundos, Hércules se irguió y dejó que la mujer le sacase la polla de sus pantalones. Aquellas manos suaves y experimentadas no tardaron en conseguir que su miembro se pusiese duro como la piedra. Hércules la besó de nuevo, saboreándola e inundándola con el sabor fresco de la ginebra que había estado tomando.

Con un movimiento brusco la dio la vuelta. Arabela no tuvo más remedio que apoyar sus manos en la mugrienta tapa del contenedor para no perder el equilibrio mientras las manos de él estrujaban sus pechos y acariciaba sus inflamados pezones.

Hércules se separó un instantes y admiró la silueta de la mujer, recorriendo con la vista sus curvas, que la edad había hecho más generosas y excitantes. Con una sonrisa se acercó y dirigió la polla al interior de su coño.

Arabela soltó un respingo y gimió al sentir la polla del joven rellenando sus entrañas con su palpitante miembro. Agarrada con fuerza al borde del contenedor dejó que Hércules empujara con suavidad en su interior haciendo que el placer lo dominase todo.

—Te imaginas que sensacional portada para el Sálvame Naranja. — le susurró Hércules al oído.

Arabela se puso rígida, levanto la cabeza y buscó entre las sombras súbitamente aterrada. En ese momento se dio cuenta de que estaba totalmente indefensa en las manos de aquel hombre al que no conocía de nada y que podía estar a sueldo de cualquier periodista hambriento de una buena exclusiva. Y encima los gilipollas de sus guardaespaldas seguían sin aparecer…

—¿Cuánto crees que me darían por enseñar esos dos pelos en prime time? —insistió Hércules.

—Cabrón. —dijo ella intentando resistirse.

Arabela comenzó a agitarse y contorsionarse intentando escapar, pero Hércules la tenía bien asida por las caderas.

—¡Oh! ¡Sí! ¡Sigue así, nena! Es como montar un potro salvaje… —exclamó Hércules entre roncos gemidos.

Finalmente se dio por vencida y dejó que el joven siguiese follándola. Venciendo su aprensión giró la cabeza. Cuando vio la cara divertida de Hércules supo que le estaba tomando el pelo lo que le puso de nuevo furiosa.

—Hijoputa, no vuelvas a jugarmelaaahh.

Los insultos se diluyeron en el aire nocturno cuando Hércules agarrándola por los hombros le dio una serie de salvajes empujones. El placer la asalto, su enfado se esfumó y lo único que fue capaz de emitir fue un prolongado gemido.

Dándose un respiró se separó y volvió a poner a Arabela de frente a él. Aun tenía cara de enfado, pero no era capaz de ocultar la profunda excitación que dominaba su cuerpo.

Hércules se acercó a ella, con una mezcla de admiración e irritación pudo sentir la confianza que el joven irradiaba. Pasó un brazo por encima de su hombro con suavidad para, con un movimiento sorpresivo, levantar la tapa del contenedor y descargarla con fuerza sobre la cabeza de uno de los asaltantes que empezaba a asomar por el borde.

—Disculpa. ¿Por dónde íbamos señora Schliemann?—dijo Hércules con naturalidad penetrándola de nuevo.

—Déjate de chorradas y llámame Bela. Sabes perfectamente que cualquier mujer de mi edad odia que le traten de señora.

Arabela volvió a gemir al sentir como el joven la elevaba en el aire y la ensartaba una y otra vez con su polla. Incapaz de tener sus manos quietas, abrió su camisa e hincó las uñas en su potente torso disfrutando de su firmeza y su calidez, riéndose de los torpes intentos de los sebosos banqueros y empresarios que acosaban su cuerpo y su dinero como buitres hambrientos.

El joven la posó de nuevo en el suelo y apoyándola contra la pared comenzó a penetrarla, cada vez más fuerte hasta que con dos salvajes empujones se corrió inundando su coño con el calor de su semilla. Tras unos instantes El joven se separó e introdujo dos de sus dedos en su sexo masturbándola con violencia provocándole un brutal orgasmo.

Arabela gritó y su cuerpo se descontroló mientras una mezcla cálida y densa de flujos y semen escurría de sus entrañas y recorría el interior de sus muslos provocándole un placentero cosquilleo.

La mujer se estremeció una última vez mientras Hércules la rodeaba con sus brazos y le recolocaba amorosamente el vestido. Arabela sentía que le faltaba el oxigeno y sus piernas le fallaron. El joven sonrió y la sujetó por la cintura besándola de nuevo e iba a llevársela hasta la limusina cuando de repente recordó algo y se volvió de nuevo al contendor.

Con un carraspeo abrió la tapa abriendo y cerrando las manos en un gesto inequívoco. En un instante unas manos temblorosas le devolvieron las joyas robadas. Con una sonrisa les dio las gracias a los asaltantes por su colaboración y les deseó unos felices sueños antes de cerrar la tapa del contenedor con estrepito y devolverle las joyas a su amante.

—Ahora en serio ¿Que te parecería un espectáculo de verdad para variar? Mañana estrenan la nueva de David Statham… —dijo Hércules llevándose a Bela camino del aparcamiento.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web.

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Relato erótico: “Jane X” (POR ALEX BLAME)

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Esa mañana Jane comió algo de fruta y se marchó a dar un paseo sola. Sin títuloTenía mucho en que pensar. Necesitaba hacer planes. Ahora ya se desplazaba con bastante facilidad por la bóveda forestal y Tarzán la dejó ir sabedor que ella podía arreglárselas.

Todo había empezado hacia tres semanas pero aquella mañana, después de su segunda falta estaba totalmente convencida, se había quedado embarazada. En el fondo se lo esperaba, había estado follando como una gata en celo durante semanas. Lo que le extrañaba es que hubiese tardado tanto en pasar.

No es que le disgustase el hecho de quedarse embarazada, de hecho cuando se dio cuenta se sintió tan feliz que sintió que el corazón no le cabía en el pecho. Le iba a dar un hijo al hombre que amaba.

Pero junto con la alegría también llegó el temor. Una de sus compañeras en la escuela era la hija de una comadrona y las historias que la chica le contaba eran escalofriantes. Naturalmente sabía que en la mayoría de los casos, los partos, aunque dolorosos, no entrañaban un grave peligro para la madre, pero aún así Jane era consciente de la necesidad de que su hijo viniese al mundo con ayuda de alguien experto en el tema.

El problema era como podía planteárselo a Tarzán. El salvaje sólo había visto parir a las monas y estas, por lo que ella había podido ver hasta el momento, no tenían demasiados problemas para dar a luz. No necesitaban ayuda y como mucho en cuatro o cinco horas tenían un monito precioso agarrado a su pecho…

Y esa era otra. Cuando su bebé naciese iba a estar totalmente desvalido un año o dos como mínimo. Realmente no tenía ni idea de cómo podría arreglárselas para que el niño sobreviviera en un lugar tan paradisíaco pero a la vez tan peligroso.

Siguió deambulando sin rumbo fijo durante cerca de una hora sumida en sus pensamientos hasta que unas risas femeninas llamaron su atención. Picada por la curiosidad y por ver otro ser humano después de tanto tiempo se dirigió hacia el lugar de donde provenía el alboroto.

A sus pies una pareja de jóvenes nativos se besaban y charlaban animadamente.

A pesar de que Jane no entendía nada, el lenguaje de la atracción y el sexo era universal y con deleite observó como el hombre fuerte y alto acorralaba a la joven menuda y bonita y le regalaba los oídos con dulces palabras mientras ella se hacía la remolona fingiendo querer escabullirse.

Jane se sintió identificada con la chica y las imágenes del sexo desenfrenado con Tarzán le asaltaron haciendo que un latigazo de excitación azotase sus ingles.

Finalmente la joven se rindió y dándole un largo beso al joven comenzó a acariciar su miembro por encima del taparrabos. El taparrabos comenzó a hincharse hasta alcanzar un tamaño respetable, pero cuando la mujer le quitó la prenda al guerrero, Jane se quedó patidifusa al ver aquel gigantesco miembro.

La joven en cambió no pareció amilanarse y agarró con seguridad aquella gigantesca porra de más de un palmo de longitud y gruesa como una pitón y se la metió en la boca.

Jane no pudo evitar acariciar sus pechos cuando la joven abrió su mandíbula hasta casi desencajarla para dejar entrar semejante miembro. El hombre resopló de placer y le metió la polla hasta el fondo de la boca.

Jane pudo ver horrorizada y excitada al mismo tiempo como la polla del hombre hacía relieve en la delicada garganta de la joven. Después de unos segundos la joven se separó jadeando y con los ojos llorosos comenzó a lamer y chupar la verga del hombre embadurnándola a conciencia con su saliva.

El hombre gemía y agarraba las finas trenzas de la joven empujando suavemente con su pelvis.

Con un ligero tirón obligó a la joven a incorporarse y le dio un largo beso mientras metía la mano entre sus piernas y comenzaba a acariciarle el sexo.

Jane metió a su vez la mano en el taparrabos y se acarició unos segundos antes de quedarse helada por la sorpresa. Al levantar la cabeza hacia el cielo acuciada por el placer vio con preocupación cómo no era la única espectadora. Por encima de ella, a unos treinta metros a su derecha, Blesa observaba a la pareja con curiosidad.

Jane se quedó helada sin saber qué hacer. Si intentaba avisar a los chicos quizás provocase el ataque de la pantera. Probablemente la fiera no se atreviese a atacar a los dos y se retirase aburrida después de un rato. De todas maneras decidió no quitarle el ojo de encima.

Mientras tanto el hombre había acorralado a la mujer contra un árbol besándola y chupando y mordisqueando sus pechos y sus pezones para seguidamente levantarle una pierna y penetrarla. Increíblemente, el hombre fue enterrando poco a poco su polla en el coño de la joven hasta que sólo sobresalieron sus huevos. La mujer suspiro satisfecha y sonrió comenzando a mover sus caderas. El joven no se hizo esperar y empezó a moverse, primero con suavidad, y luego al ver los jadeos y las muestras de placer de la joven con más rapidez y violencia. La joven no tardó en correrse con un grito que hizo huir a monos y pájaros de los alrededores mientras el guerrero seguía bombeando sin piedad.

Tras recuperarse ligeramente la joven apartó al hombre con suavidad lo suficiente para poder darse la vuelta. Durante unos segundos Jane se quedo extasiada viendo el espectáculo de aquella polla gigantesca y la joven desnuda con sus manos apoyadas contra el árbol y moviendo su cuerpo sudoroso y su culo grande y prieto para excitar a aquel hombre. El joven la penetró de nuevo con tal fuerza que los pies de la mujer dejaron de tocar el suelo por un momento. La joven gritó y comenzó a moverse al ritmo de los empeñones del hombre, dando pequeños saltitos para acomodarse a su ritmo.

Con las manos en su sexo y la vista nublada por el placer que sentía Jane apenas vio como el hombre le daba unos últimos y violentos empujones para luego sacar su polla y eyacular gruesos chorreones de semen sobre el cuerpo de la joven que temblaba de placer y excitación.

Cuando se recuperó del orgasmo Jane abrió los ojos y vio como Blesa tensaba su cuerpo y se relamía. Los jóvenes se estaban despidiendo.

Con horror pudo ver que el joven guerrero se iba y la mujer quedaba allí relajada haciendo dibujos con el semen que el hombre había depositado sobre su piel.

Blesa no esperó mucho y cuando estuvo segura de que el hombre no volvería, de dos saltos se plantó ante la joven que quedó inmediatamente paralizada por el miedo.

Movida por un instinto que desconocía, Jane se movió por el ramaje hasta encontrar un sitio adecuado y sin pensárselo pegó un salvaje alarido, agarró una liana y se dejó caer con los pies por delante impactando en el flanco de la pantera con la fuerza de un ariete. El cuerpo entero de Jane vibró y perdió la liana cayendo de espaldas con el choque, pero la pantera salió despedida y chocó contra un árbol a más de tres metros de distancia con un ominoso crujido. Blesa soltó un rugido de dolor y escapó rápidamente con un par de costillas rotas.

Jane se levantó con la espalda dolorida y esperando que no le hubiese ocurrido nada al bebé. La joven la miraba alucinada y después de decir unas palabras inteligibles escapó corriendo.

Jane iba a dejarla marchar pero luego lo pensó mejor y decidió seguirla para saber a dónde iba. La joven era ágil pero Jane había vuelto a subir a los árboles y la seguía sin dificultad. Tras unos minutos la joven se calmó y cambió la carrera por un trote más cómodo.

Cuando llegaron al riachuelo Jane lo reconoció al instante y ya no necesitó seguir por más tiempo a la joven, iba a la aldea de la que había partido meses atrás antes cuando intentaron secuestrarla.

-¡Querido amigo! -exclamó Lord Farquar abrazando a Avery. – No sabes lo que me alegra verte tan recuperado. Lamento haberte arrastrado de nuevo hasta aquí, tan cerca de recuerdos desagradables pero creo que la situación es crítica. Patrick ha desaparecido.

-¿Cómo que ha desaparecido? -preguntó Avery alargándole el equipaje al sirviente y subiéndose a la calesa que había traído Lord Farquar.

-Lamento que no puedas tomarte un merecido descanso tras este largo viaje pero el señor Hart me contó que hace tres días Patrick le abordó y le pregunto cuál era el mejor lugar para abastecerse para una expedición de caza. Al parecer antes de ayer salió sólo, acompañado de la hiena con destino desconocido. Varios negros lo vieron marchar en dirección sur camino de Ibanda.

-¡Ha salido en busca de Jane!

-Eso me temo. -replicó Lord Farquar -me he tomado la libertad de hacer los preparativos necesarios y partiremos mañana con el amanecer hacia Ibanda y luego a Rukungiri. Me temo que pueda perpetrar allí una carnicería si no encuentra lo que busca… sólo tú puedes detenerlo.

Patrick partió con lo imprescindible. Una manta, una mochila con agua, galletas, municiones y su rifle. Con la hiena abriendo camino comenzaban la jornada al atardecer y se desplazaban durante toda la noche. Los sentidos de Patrick eran ahora tan agudos que no necesitaba luz para desplazarse por la sabana y corría sin apenas cansarse durante horas. Antes del amanecer cazaba algún animal con ayuda de Damu, hacia una fogata y se daban un atracón antes de descansar todo el día con la tripa llena.

Tardaron diez días en llegar a Rukungiri. Durante el camino Patrick pensó en Jane. Aunque pareciese absurdo Subumba no la había encontrado en el reino de los muertos. Ella lo había achacado a que era blanca, pero la sospecha de que Jane seguía viva había ido creciendo en el corazón de Patrick y aunque después de poseer la salvaje sensualidad de la hechicera no estaba seguro de lo que sentía por Jane todo lo que le había ocurrido había sido por su causa y necesitaba terminar lo que había comenzado.

Recordaba a Jane como una joven cariñosa y sensual pero no emanaba poder por todos sus poros como Subumba. Cada vez que pensaba en la hechicera recordaba las salvajes sesiones de sexo, los desinhibidos gritos de placer de la joven y las perlas blancas de su semen adornando su cuerpo oscuro y satisfecho. Hasta ese momento no se había planteado lo que iba a hacer si encontraba a Jane con vida pero durante el viaje tuvo tiempo y llegó a la conclusión de que debía romper su compromiso, África se le había metido en la sangre.

Cuando llegó a la aldea una mezcla de temor y devoción rodearon a hombre y hiena. El viejo hechicero se les acercó. La diferencia entre la actitud servil de este y la majestad de Subumba le indicaron que no tenía nada que temer de él.

Ignorando los cánticos del viejo se dirigió a la choza del jefe y le indicó por señas que quería hablar con él. Con una orden y sin quitarle ojo a la afilada sonrisa de la hiena, el jefe hizo traer a un intérprete.

-¿Que desear?-preguntó el jefe temeroso.

-Información -dijo Patrick mientras se sentaba colocando despreocupadamente el rifle en su regazo. -supongo que recordaras quién era, y reconocerás quién soy ahora.

-Se quiñen eres, eres el diablo que viene a castigarnos por nuestros pecados pasados y presentes.

-Pues este diablo -dijo Patrick señalándose -destruirá esta aldea hasta los cimientos si no contestas a mis preguntas con total sinceridad.

-Haré lo que esté en mi mano. -dijo el jefe dando unas palmadas.

En pocos minutos un modesto montón de comida estaba servido en el suelo entre ambos. Las mujeres que lo habían servido se retiraron inmediatamente sin atreverse a mirar a los ojos de ninguno de los dos.

-¿Ha pasado algún hombre blanco por aquí desde que nos fuimos?

-No, ninguno Bwana.

-De acuerdo -dijo satisfecho con el tratamiento que le prodigaba el jefe.

-¿Habéis tenido noticias de la mujer desconocida?

-No pero hace poco tiempo una de nuestras mujeres salió a recolectar miel y volvió con una extraña historia sobre un espíritu del bosque que la había salvado del ataque de una fiera.

-¿Y?

-Dice que el espíritu se le apareció en forma de mujer con la piel blanca como la leche y el pelo del color del fuego.

-Traedme a la mujer, -dijo Patrick- deprisa.

Al poco llego un hombre arrastrando a una joven que evidentemente temblaba de miedo.

-Dime todo lo que sepas y no te pasará nada.

La joven habló durante unos minutos y atemorizada por la hiena fue totalmente sincera hablando de su cita a escondidas y todo lo que ocurrió después. Cuando terminó Patrick se quedó meditando unos segundos y luego cogiendo a la joven por el brazo la saco fuera de la choza.

-Me llevarás al lugar exacto donde ocurrió todo ¿Entendido? -dijo él recogiendo la mochila y saliendo del pueblo con la joven y la hiena.

Relato erótico: “Jane XII” (POR ALEX BLAME)

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12

La luz de la luna se colaba en el claro dando a la escena un aire de irrealidad. Cuando irrumpió en el claro y vio a Jane semidesnuda con el pelo rojo brillante y alborotado le dio un vuelco el corazón y por un momento pensó en volver con ella y olvidar todo lo pasado en los últimos meses. Pero cuando instantes después un hombre de aspecto indómito la abrazó por detrás dispuesto a atravesar con ella el claro colgados de una liana todo se volvió rojo.

Jane lo vio y le dedicó una amplia sonrisa que se convirtió en una mueca de terror cuando Patrick levantó el fusil y apuntó a Tarzán con él.

-¡No! -grito Jane poniéndose delante del salvaje.

Patrick no veía a la joven con la que se había prometido. Sólo veía a un furcia que se había reído de él y que ahora intentaba evitar que matase a aquel salvaje. La hiena reía y enseñaba los dientes sedienta de sangre. Percibía el peligro en Tarzán y animaba a Patrick con sus risas y gimoteos, levantando la cola y erizando su pelaje amenazadora.

Patrick levantó el percutor del rifle y apuntó a la cabeza del salvaje. Procuraría no herir a la joven. La vista de su cuerpo, joven y turgente apenas tapado por un par de bandas de cuero despertó su deseo, pero tampoco estaba dispuesto a que el salvaje se le escapara. Empezó a acariciar el gatillo con su dedo cuando Avery y Lord Farquar penetraron en el claro.

La hiena se giró y enseñó los dientes a los dos intrusos dispuesta a atacarlos. Patrick sintió el peligro y bajando el arma agarró al animal por el pescuezo y la tranquilizó contrariado. Deseaba más mantener con vida a Damu que matar a aquel idiota.

Los dos hombres bajaron las armas poco a poco lanzando miradas preocupadas a hombre y hiena alternativamente.

-Vamos Tarzán -dijo Jane llamando la atención de todos y deslizándose por una liana hasta el suelo del bosque.

Avery que se había olvidado por un momento de la joven se volvió y se dirigió corriendo hacia su hija fundiéndose con ella en un largo abrazo. La alegría de Avery era inconmensurable su hija había vuelto de entre los muertos sana y salva. Sin poder reprimirse la levantó en el aire y dio una pirueta con ella en brazos como hacía siempre que llegaba a casa de vuelta de un lago viaje.

Lord Farquar se acercó renqueando y saludó a la joven efusivamente. No podía explicarse el origen de aquel milagro.

-Y ese hombre ¿Quién es?

-Papá, Henry, este es Tarzán, -dijo ella con un deje de incertidumbre en su voz -él me salvo la vida.

-Encantado joven -dijo Avery ofreciéndole la mano- es un plac…

Sin dejarle terminar Tarzán asió a su padre por las axilas y ante las miradas divertidas de los presentes imitó la pirueta a la perfección.

-…er. -terminó Avery una vez que estuvo de nuevo en el suelo.

-Papá tengo muchas cosas que contarte pero creo que con quién primero tengo que hablar es con Patrick…

Todos se giraron hacia el lugar donde estaba Patrick, pero hombre y hiena habían desaparecido. Jane le llamó un par de veces pero solo los pájaros y los monos contestaron a sus llamadas. Tarzán sintió que aquel hombre no era del todo dueño de sí mismo y aunque no les deseaba ningún mal, el lado salvaje que lo unía a la hiena le azuzaba e intentaba imponerse. No dijo nada pero siguió manteniéndose alerta por si volvía. Si lo hacía, no sería para darles un abrazo.

Con un gesto de tristeza Jane se volvió y sintió como un calor y una alegría inmensos le envolvían al ver a los dos hombres que más amaba en el mundo juntos, sonriendo y mirándola con adoración.

Tarzán se acercó a Lord Farquar dispuesto a repetir el saludo pero este mediante gestos y unas pocas palabras le explicó divertido como saludaba un caballero.

-Papá hay algo más que debes saber. -dijo ella armándose de valor cuando todos se hubieron calmado un poco.

-Dime hija mía.

-Me temo que debo romper mi compromiso con Patrick… Estoy enamorada de Tarzán.

-Tú y ese joven salvaje. ¿Qué sabes de él?

-Lo sé todo -dijo ella un poco a la defensiva- Fue abandonado o se perdió en la selva cuando era pequeño, no lo recuerda. Lo criaron un grupo de chimpancés de la selva no muy lejos de aquí y se ha convertido en el hombre más sabio y dulce que jamás he conocido exceptuándote a ti.

-Interesante -dijo Lord Farquar pensativo sin decir nada.

-Tranquila cariño -dijo Avery al oír el tono de voz de la joven que tanto conocía y que solía preceder a una tormenta.- Si no hubieses roto tú el compromiso lo hubiera hecho yo. Patrick esta cambiado.

-Hombre con hiena ser peligroso, estar en parte dominado por espíritu de animal. Mejor lejos. -sentenció Tarzán.

-Hay algo más, estoy embarazada.

En ese momento Avery se dio cuenta que su joven princesita había crecido y ahora era una mujer, que por cierto, no había visto tan ligera de ropa desde que la había parido su madre.

Las luces del alba les sorprendieron charlando animadamente en el claro. Jane les contó lo que había vivido desde que el ataque de los nativos les hubiese separado, evitando obviamente las escenas más subiditas de tono.

Impacientes por salir de allí tomaron un rápido refrigerio y cogieron el camino de vuelta. Los nativos habían desaparecido pero eso no les inquietó ya que sólo tenían que seguir sus huellas para volver a Rukungiri. A pesar del cansancio la alegría y el frescor de la mañana hicieron que avanzaran a buen paso.

-¿No recuerdas nada de cuando eras pequeño? -preguntó Lord Farquar a Tarzán cuando en un momento dado se quedaron un poco rezagados.

-No, Tarzán no recordar. Primer recuerdo en brazos de Idrís.

-Ajá. ¿Sabes que hace unos diecisiete años…?

-¿Años?

-Mmm, diecisiete temporadas de lluvia.

-Ah, sí, mucho tiempo… -dijo Tarzán.

-El caso es que los Lynney, unos hacendados que tenían una gran plantación al sur de Ibanda, cerca de mi pabellón de caza, salieron a dar un paseo y desaparecieron misteriosamente. Su hijo también desapareció y cuando todo ocurrió tenía entre tres y cinco años, coincide con la edad que debías tener cuando desapareciste…

La conversación se interrumpió por un grito de Jane. Tarzán tan protector como siempre se adelantó de dos saltos y se colocó a lado de Jane dispuesto a repeler cualquier agresión. Pero lo que vio no representaba ninguna amenaza. Bajo un enorme árbol, rodeados de un charco de sangre yacían los cuerpos inertes de los dos nativos salvajemente mutilados por las mandíbulas de una fiera.

Por un momento Tarzán pensó en Blesa pero al ver el fémur del hombre partido en dos por un mordisco como si fuese un palillo le convenció de que sólo podía ser la hiena.

Con un suspiro de tristeza hicieron un pequeño hoyo en la tierra con los pocas herramientas de las que disponían y les dieron sepultura. Era lo único que podían hacer con ellos. Mientras los enterraban, Jane no pudo evitar recordar los besos y el amor con que habían llenado aquel claro la pequeña mujer que yacía bajo tierra y su prohibido amante.

Tras dejar la macabra escena atrás, avivaron el paso con las armas dispuestas y cuando llegaron a Rukungiri las más terribles suposiciones se habían hecho realidad.

En la calle principal, frente a la cabaña del jefe, yacían trece cadáveres más, entre ellos el jefe y el hechicero de la aldea. Los supervivientes se habían reunido en torno a ellos llorando gritando y arañandose la cara en señal de dolor.

Un rápido vistazo a los cadáveres no dejó lugar a dudas. Las heridas de bala y los salvajes mordiscos señalaban claramente a los autores.

Lord Farquar intentó interrogarles con lo poco que sabía de swahili pero ajenos a él repetían una y otra vez “castigo” y “hombre hiena”.

Todos quedaron atónitos. Jane no podía creer que el dulce Patrick fuese capaz de cometer una masacre semejante. Dejaron sobre los cadáveres unas pocas guineas que llevaban encima y abandonaron la aldea con un gran peso sobre los hombros.

Al llegar la noche montaron el campamento bajo una acacia. Tarzán subió al árbol y tras insistir un poco se llevó a Jane a una cómoda percha a unos cuatro metros de altura del suelo.

Tarzán no durmió nada aquella noche alertado por la cercanía del hombre hiena. Se limitó a vigilar y a velar los agitados sueños de Jane.

Patrick se despertó con la luna, con sus ropas salpicadas de sangre. Al principio no recordaba nada, pero poco a poco los flases de la masacre en el pueblo y el asesinato de los dos guías le fueron asaltando con toda crudeza. Se irguió casi presa del pánico. La idea del suicidio se paseó por su mente pero al posar la mano sobre Damu todos los remordimientos desaparecieron. Aquellas gentes eran unos traidores asquerosos y todo lo que había ocurrido era culpa suya. Todos los actos tienen consecuencias. La hiena rio satisfecha y se incorporó estirándose. Patrick imitándola se levantó, se acercó a un arroyo donde sació su sed, se enjuagó un poco las manchas de sangre y comenzó, acompañado de Damu, el largo camino de vuelta a Kampala.

-Arboles sabana ser malos. tener pinchos y hojas pequeñas. Tarzán no poder hacer cama -dijo bajando del árbol cuando el sol despuntaba.

Tarzán se estiró y oteó el paisaje. El repugnante aroma de la hiena y el olor de Patrick ya no se detectaban en el ambiente. Patrick se había marchado. Tarzán pensó en todas esas personas muertas por la locura de un hombre y le entraron ganas de llorar.

-¿Qué vamos a hacer ahora con Patrick? -dijo Avery expresando en voz alta lo que todos estaban pensando.

-No hay mucho que podamos hacer. -respondió Henry mientras cojeaba por la sabana en dirección a Ibanda. -¿Recuerdas cuando el cabo Martins perdió la cabeza en Bengala y exterminó medio pueblo? Esto es algo parecido. Un montón de negros que a nadie le importan, para más inri cazadores de esclavos, mueren en el culo del mundo a manos de un blanco con motivos de sobra para matarlos. Ningún tribunal le condenaría. Sólo podemos rezar para que no lo repita.

El ánimo de Jane era como un tiovivo, por una parte estaba rebosante de alegría porque iba a volver a casa con Tarzán e iba a tener un hijo y por otro no paraba de recordar los cuerpos muertos pulcramente alineados en el suelo de la aldea.

Hablaron poco y caminaron mucho, de forma que al segundo día pudieron llegar a Ibanda. Una vez allí descansaron lo imprescindible y Jane intentó sin éxito hacer dormir a Tarzán en la cama.

Tres días después estaban en la mansión de Lord Farquar. Una vez allí decidieron tomarse un tiempo para aclimatar a Tarzán a la sociedad y enseñarle unas normas básicas de comportamiento antes de partir para Inglaterra.

Su padre decidió que Jane y Tarzán debían dormir separados para mantener las apariencias. Jane no tenía ni idea a que se refería con eso de mantener la apariencias, así que la primera noche, en cuanto tuvo la oportunidad se coló en la habitación de Tarzán. La cama estaba desecha, era obvio que había estado saltando en ella pero él estaba tumbado, totalmente desnudo en el suelo encima de una manta.

Cuando Jane entró sus ojos se iluminaron y antes de que la joven pudiese abrir la boca el hombre se le echó encima.

Esta vez no fue tan fácil. Hasta que hubieron llegado a Kampala la única ropa de Jane había sido la escueta prenda de cuero y un asfixiante capote militar que había traído Lord farquar. Pero ahora llevaba un camisón y un batín de seda color turquesa. Tarzán la besó e intentó acariciar su cuerpo pero terminó liándose con el cinturón del batín.

Jane le devolvió el beso y se quitó la bata dejando a la vista un camisón de seda que se ceñía a su cuerpo mostrando ya una incipiente barriga.

Tarzán la arrinconó contra la pared y agarró sus pechos estrujándolos con fuerza.

-Cuidado bruto. -susurró ella al sentir las manos del hombre en sus pechos aumentados e hipersensibles con el embarazo.

-Tarzán querer hacer amor, querer dar placer a Jane toda la noche.

Jane sonrió excitada, se quitó el camisón antes de que Tarzán se lo arrancara y se quedó desnuda ante él. Tarzán se separó un poco y se quedó quieto acariciando el cuerpo grácil y sinuoso de la joven.

Jane ardía por dentro con sus pechos aun calientes y doloridos por el restregón. Con una seña le dijo a Tarzán que se acercara y guió su boca hasta sus pezones.

Punzantes relámpagos de placer casi doloroso le atravesaron el cuerpo cuando Tarzán rodeó sus pezones con la boca y chupó con fuerza. Jane jadeó, se mordió los labios reprimiendo un grito y se abrazó al cuerpo duro y moreno de Tarzán.

Tarzán levanto la cabeza de los pechos temblorosos de Jane y besándola separó sus piernas y empujándola contra la pared la penetró. Jane notó como la polla dura y caliente resbalaba en su húmedo interior y gimió satisfecha agarrándose con sus piernas a la cintura de Tarzán.

Con cada empujón Tarzán la aprisionaba contra la pared restregando su cuerpo contra ella aplastando sus pechos y su pubis ultrasensibles y asfixiando sus gemidos con largos y húmedos besos.

-Vamos, siéntate en la cama -dijo ella jadeando.

Tarzán obedeció y se sentó con su polla aún dentro de su amada. Jane se agarró al cuello de Tarzán y comenzó a subir y bajar con movimientos cada vez más amplios y violentos. Subía hasta que la polla casi se le salía de su coño y luego se dejaba caer empalándose con el miembro rico y caliente y sintiendo como sus senos pesados se estremecían y bamboleaban aumentando su placer.

Tarzán le agarraba el culo y con sus brazos le ayudaba a subir mientras observaba el cuerpo cremoso de Jane con sus pechos grandes vibrando y bamboleándose con cada penetración. Jane gemía jadeaba y le sonreía con su cara arrebolada y su pelo rojo oscuro pegado a la frente por el sudor.

Con un movimiento brusco Tarzán la levantó en el aire y la tumbó en la cama. Su polla protestó con un espasmo de indignación al sentir que aquel sabroso coño se le escapaba. pero Tarzán no hizo caso y hundió su cara entre las piernas de Jane. El hombre cariñoso y rudo a la vez, comenzó a chupar y mordisquear el clítoris de la joven que no pudo evitar un grito de placer.

Con todo el cuerpo hormigueándole, Jane sintió como los dedos del hombre entraban en su coño y comenzaron a moverse rápidamente hasta que todo el cuerpo de Jane se quedó paralizado por el orgasmo. Tarzán excitado por la vista de aquel cuerpo sudoroso y tenso jadeando y gimiendo siguió acariciando y chupando sin misericordia. Jane notó como sin terminar las oleadas de placer del primer orgasmo se acercaba otro. De nuevo gritó y su cuerpo se combó sudando profusamente. La sensación de placer no fue tan fuerte pero la perseverancia de Tarzán en su vientre hizo que se prolongara. Jane se agitaba apretando su sexo contra la boca de Tarzán y pellizcándose los pezones buscando el contraste y la mezcla de placer y dolor que casi la vuelve loca.

Cuando el segundo orgasmo pasó Jane se tumbó bocarriba unos segundos tomando deliciosas bocanadas de aire. Tarzán estaba de pie ante ella con su cuerpo musculoso y reluciente por el sudor acariciándose el pene mientras la observaba jadear.

Jane le acercó y se metió la polla entre sus pechos pesados y sudorosos. Tarzán empezó a empujar entre ellos. Con cada embate Jane sentía como se agitaban sus tetas arrancándole relámpagos de dolor y placer al mismo tiempo.

Con un último empujón Tarzán se corrió y gruesos chorreones de leche se esparcieron por el cuello y la cara de Jane.

Jadeantes y bañados en sudor se tumbaron en la cama.

-¿Cómo te encuentras? -le preguntó ella cuando sus respiraciones se calmaron.

-Tarzán estar bien.

-¿No echas de menos la selva?

-No tanto como echar de menos a ti si tu no estar conmigo. Tarzán querer a Jane y querer al hijo que crecer dentro de Jane. Gente ser ruidosa gritona y maloliente pero si Jane aguantar Tarzán también poder. No tener miedo.

-¿Ni de casarte?

-Tarzán hacer rito de brujería como tu padre querer para que nuestros espíritus queden unidos para siempre, pero Tarzán saber que no necesitar eso. Tarzán amar a Jane.

Jane no pudo evitar abrazar a aquel hombre. Aquellas palabras valían más para ella que el diamante más grande del mundo.

Con satisfacción notó como la polla de Tarzán volvía a crecer con el contacto de su cuerpo y se preparó para una nueva sesión de sexo.

-Buenos días. -saludo Lord Farquar al ver aparecer a la pareja en el porche agarrados de la mano. -¿Habéis dormido bien?

-Perfectamente, Henry, muchas gracias. Por fin he conseguido que Tarzán duerma en una cama…

-Gracias, por la información querida -dijo el hombre un poco abochornado – pero me temo que ayer no pude evitar oír sus… ejem…

-¡Oh! Lo siento Henry -dijo Jane con una sonrisa avergonzada -¿Mi padre también se enteró?

-No creo el duerme en el otro ala de la casa. Madrugó y marchó temprano a Kampala. Dijo que tenía que ir a correos.

Queridísima Mili:

Espero que os encontréis bien el niño y tu cuando leáis estas frases.

Ardo en deseos de volver a Inglaterra y enterrar mi cuerpo en tus abrazos.

Tengo noticias maravillosas. ¡Jane está viva! y está con nosotros. Le han ocurrido cosas maravillosas durante este tiempo y está deseando contártelas todas. Me ha comentado que te ha echado mucho de menos y que esta desando volver a verte.

Vamos a descansar una semana en Kampala y partiremos para allá. Calculo que estaré en casa con tiempo suficiente para ver nacer a nuestro hijo.

Estoy rodeado de buenas noticias, me siento tan feliz que creo que me va a estallar el corazón.

Tu hombre que te quiere y te echa de menos:

Avery

Una lágrima cayó sobre el papel emborronado un par de palabras. Mili arrugó la carta hasta hacer una pelota y la tiró al fuego con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Ahora que estaba tan cerca, con su hijo a punto de nacer volvía a aparecer Jane y su hijo volvería a ser un pobre bastardo sin ningún derecho. Avery le compraría una modesta casita en la ciudad y le daría un pequeño estipendio para vivir pero se olvidaría de ellos y se dedicaría a cuidar de su adorada hija.

Pero no lo pesaba permitir, no se dejaría vencer sin ofrecer resistencia. Quería un futuro para su hijo.

Patrick no podía dormir. Los recuerdos de la Aldea volvían durante su sueño perturbándolo. Subumba le había dicho que el espíritu de la hiena era muy poderoso y que durante esos momentos había tomado el control.

La joven hechicera en cambio, respiraba suavemente a su lado satisfecha después de haber hecho el amor.

Patrick estiró el brazo y acarició su muslo oscuro y brillante recordando el aplomo con el que se había tomado lo sucedido. Sólo notó un leve gesto de asentimiento al descubrir que Jane estaba viva, debía haberlo supuesto al no descubrirla en el reino de los muertos.

Jane… durante un segundo Patrick pensó que todo volvería a ser igual, pensó que podía recuperar lo perdido, pero ambos habían establecido nuevos vínculos y el de él con Damu era tan fuerte que sólo una poderosa hechicera podía contrarrestarlo.

Miró al techo insomne acariciando a Subumba y buscando un nuevo objetivo en su vida.

Fin del libro 1

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 24. Pico y Pala.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 24. Pico y pala.

Nunca había sentido nada parecido. Para Arabela el sexo siempre había sido eso, sexo. Le encantaba, disfrutaba de cada minuto y disfrutaba de los hombres y las mujeres, mientras más jóvenes y hermosos mejor. Pero jamás había sentido esa imperiosa necesidad de mantener a una persona junto a ella. No lo podía creer, estaba encoñada.

Creyó que la oferta del cine había sido una broma, pero Hércules no se cortó y la llevó a una sala cochambrosa a ver como un tipo calvo de mirada inexpresiva se repartía mamporros durante hora y media con un chino de rostro picado de viruelas. Podría haber resultado un desastre, pero él la sentó en la última fila y se dedicó a besarla y magrearla en la oscuridad.

Cuando la película terminó Arabela estaba tan caliente que no podía pensar, solo quería tenerlo entre sus piernas, así que se lo llevó a casa. Nunca había tenido un amante tan atento e incansable. Cuando hacían el amor la colmaba con su fuerza y su calor, pero además con su actitud le daba la impresión de que se estaba conteniendo, que si quisiese podría matarla a base de polvos. Lo deseaba a todas horas y follaron durante dos días seguidos, solo parando para comer y descansar unos minutos entre polvo y polvo.

Cuando finalmente paró exhausta, no pudo evitar pensar en cómo se las arreglaría para dejarlo mientras se iba a las Cícladas. La expedición partía en apenas un día y todavía no sabía cómo abordar el tema cuando Hércules se lo facilitó preguntándole a dónde iba cuando la vio vestirse.

No tenía ninguna necesidad de hacerlo ya que iba a una reunión informal para hacer los últimos preparativos, pero ella escogió su conjunto de lencería más sexy, un conjunto de Victoria Secret de seda negra y transparente adornado con bordados que apenas tapaban sus pezones y su sexo, completado con un ligero y unas medias de de seda sin costura. Se lo puso todo lentamente, dándole la espalda y segura de que era el centro de atención.

—Todavía no has respondido a mi pregunta. —dijo él interrumpiendo sus pensamientos.

—Tengo una reunión. —respondió ella mientras se ponía unos Manolos negros y de tacón vertiginoso—Si de veras ves el Sálvame deberías saber que me voy a una expedición arqueológica a las Cícladas…

—Estupendo, ¿Cuando salimos? —dijo él incorporándose del lecho.

Dios, que difícil era aquello. Decirle que no a aquel dios desnudo, separarse de ese torso musculoso, de esos labios sensuales y de esa mirada dulce y traviesa. Finalmente se armó de valor y se lo dijo. Al contrario de lo que esperaba, él no se enfadó, sencillamente se levantó y se abalanzó sobre ella. Todo el cuerpo de Arabela reaccionó, poniéndose la piel de gallina y emitiendo chispazos de excitación que amenazaban con quebrar su voluntad.

—¿Qué demonios haces? —dijo ella— Mañana tengo un viaje, tengo que ir a la reunión y descansar u poco…

—Ganarme el pasaje. —respondió Hércules.

—Ni se te…

Antes de que Bela pudiese terminar la frase, él cortó sus protestas echándose encima de ella besándola. Intentó resistirse, pero el peso de aquel cuerpo joven y musculoso y el contacto de aquella polla erecta y hambrienta contra su vientre despertaron de nuevo su hambre de sexo.

Se maldijo una y mil veces mientras los labios de Hércules se separaban de su boca y comenzaban a explorar su cuerpo erizando sus pezones y creando regueros de lava en su piel allí por donde la boca y las manos da aquel hombre pasaban.

Tras unos instantes de duda, finalmente claudicó y soltó un sonoro gemido. Hércules hundió su sonrisa de triunfo entre las piernas de la mujer que suspiró y jadeó incapaz de disimular su intenso placer.

Sin darle ninguna tregua abarcó todo su pubis con su boca, apartando el tanga e introduciendo su lengua profundamente en el coño de Arabela que gemía cada vez más fuerte mientras tironeaba de su rubia melena.

Sus manos recorrieron el cuerpo de Bela, acariciaron su vientre y estrujaron sus pechos a la vez que jugueteaba con los tirantes del liguero. Besó sus muslos y sus pantorrillas y lamió sus tobillos a través del fino tejido de las medias, dejando que la mujer se relajara ligeramente antes de lanzarse de nuevo sobre su sexo son especial violencia.

Arabela gritó sorprendida y se dobló sobre la cabeza de Hércules. Era justo lo que esperaba, con facilidad se puso en pie con ella aun encima manteniendo un precario equilibrio.

Arabela se sintió elevada en un instante, Instintivamente levantó sus brazos hasta apoyarlos en el techo y cerró sus piernas en torno al cuello de Hércules que la sujetaba como si se tratase de una pluma sin dejar de chupar y lamer todos sus recovecos.

El placer y la adrenalina se fusionaron provocándole un orgasmo brutal. Su cuerpo se encogió y tembló mientras el hombre la sujetaba para que no cayese.

—¿Me llevarás contigo? —preguntó Hércules. Separando sus labios de su hinchado coño.

Apenas pudo hacer más que un desmayado signo de negación con la cabeza, porque aquella bestia desatada la posó sobre el suelo y le dio un violento empujón. Arabela tuvo el tiempo justo para apoyar los brazos tras ella y evitar chocar contra la pared. Hércules aprovechó para asaltarla. Las manos del hombre la exploraron con avaricia, bajando las copas del sostén estrujando sus pechos con violencia y recorriendo todo su cuerpo. Aquel hombre hacía que se sintiese la mujer más atractiva y deseada del mundo, las arrugas desaparecían y el paso de los años se difuminaba haciendo que sintiese un irrefrenable impulso por complacerle.

Hércules le metió dos dedos en la boca haciendo que Arabela se los chupase. Clavando sus ojos en él los chupó con fuerza, acariciándolos con su lengua y envolviéndolos con una espesa capa de saliva.

Tras un par de minutos Hércules sacó los dedos de su boca y los hincó profundamente en su sexo a la vez que la besaba con lujuria. Bela descubrió que volvía a estar excitada y separó las piernas ligeramente para facilitarle la tarea.

Los dedos de Hércules se engarfiaron contactando con la parte más sensible de su coño, provocando una serie de gemidos cada vez más intensos. Un instante después, no sabía cómo, estaba de cara a la pared sintiendo la polla de su amante dura y palpitante rozando su culo y su espalda.

Retrasó las caderas y separó las piernas en una muda súplica para que el hombre la tomara. Hércules se acercó a ella, podía sentir el cálido aliento en su espalda. Sus dedos rozaron suavemente su piel provocando un sobresalto. Arabela se mordió los labios para no pedir a aquel hombre que la follara y esperó pacientemente que dejase de hacer lentos círculos con sus dedos en su culo y en el húmedo interior de sus muslos.

La polla entró por sorpresa, como una serpiente, dura y caliente, arrasando su sexo y provocando relámpagos de placer. Los brutales empujones le obligaron a estirar sus piernas y ponerse de puntillas tensando todos sus músculos. Hércules los acariciaba rudamente mientras la penetraba cada vez más rápido.

Cuando Hércules se quedó quieto de repente, ella estaba tan excitada que empezó a dar pequeños saltos con los tacones ensartándose con su polla. La forzada postura hizo que pronto comenzase a jadear y sudar profusamente mientras su amante la acariciaba y saboreaba el sudor que corría por su espalda.

Un calambre casi la hizo caer pero Hércules la agarró por debajo de sus muslos y sin separarse la levantó en el aire y comenzó a follarla levantando y dejando caer su cuerpo indefenso sobre la polla exhibiendo su fuerza con descaro, mientras ella retrasaba sus brazos y se agarraba a la nuca del joven para poder mantener un precario equilibrio.

Arabela no aguantó mucho y se corrió de nuevo, pero él siguió insistiendo hasta que un cálido chorro salió proyectado de su vagina y resbaló por sus medias formando un charco en la cara alfombra persa.

—¿Me llevaras contigo? —preguntó de nuevo tumbándose boca arriba con Arabela todavía ensartada con su polla encima de él.

—No —repitió Bela con todo su cuerpo aun tembloroso.

Hércules la agarró por la cintura y la tumbó de lado comenzando a martirizar su hirviente coño. La polla entraba y salía incansable impidiendo que su sexo se relajara y enviando continuas oleadas de placer por todo su cuerpo.

Con delicadeza Hércules tiró de su cabeza para girársela y poder besarla y ahogar sus gemidos con su boca dulce y su lengua juguetona. Arabela pegó su cuerpo contra el de él deseando fundirse con su amante. Una mano se deslizó entre sus piernas y comenzó a acariciar su pubis tan sensible por el continuo roce que el contacto fue casi doloroso.

Hércules siguió empujando inasequible al desaliento. Sus manos se deslizaban por su cuerpo acariciando y pellizcando con suavidad sus costados y sus sexo.

Con un último beso la giró de nuevo y puso a Arabela sobre él mirando al techo. Haciendo un supremo esfuerzo se irguió y comenzó a cabalgarlo, ayudada por los suaves empujones de su amante en las caderas. El placer no disminuía, pero estaba tan agotada que tras apenas uno instantes se derrumbo sobre él incapaz de seguir.

—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? —dijo él.

No le dejó responder. Hércules cogió sus caderas y comenzó a moverse dentro de ella cada vez más rápido haciendo que el placer aumentase por momentos. Cuando se dio cuenta estaba apoyando las manos sobre el pecho de su amante mientras su polla entraba y salía a un ritmo infernal y sus huevos golpeaban su clítoris con violencia.

—Me llevarás contigo. —afirmó Hércules cerrando las manos sobre sus grandes pechos evitando que botasen dolorosamente.

Un nuevo orgasmo llegó sobrepasándola y arrollándola con un placer intenso que Hércules prolongó con habilidad mientras insistía una y otra vez. Arabela se estremecía y gritaba presa de una sensación de placer casi dolorosa hasta que Hércules finalmente se separó y se inclinó sobre ella para eyacular sobre su vientre.

Al intenso placer le siguió una intensa sensación de vértigo y vacio. Necesitaba a ese hombre abrazándola y protegiéndola con su cuerpo del frío nocturno. A pesar de todo consiguió resistirse y no le dejó ir con ella.

Tras un par de minutos Arabela se incorporó. Era tarde, así que tuvo que recomponerse la ropa interior y limpiarse rápidamente con unos pañuelos de papel antes de ponerse unos vaqueros y una camisa de franela. Al contrario de lo que esperaba, Hércules la observaba desnudo con las manos tras la cabeza con una sonrisa de triunfo grabada en la cara que le causó un escalofrío.

Hércules la observó irse nerviosa y dubitativa. Con una última mirada se despidió y le dijo que ya le llamaría. La mujer intentó fingir seguridad en sí misma, pero él supo que Arabela solo necesitaba un último empujón así que le sonrió tranquilamente y se dispuso a esperar el momento del asalto final.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web.

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Relato erótico: “Jane XIX” (POR ALEX BLAME)

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11
Jane mantuvo abrazado a Tarzán después de que este se corriese una vez más en su interior. Le encantaba tener aquel cuerpo fuerte sudoroso y jadeante sobre ella con su polla dentro. Sentir su peso aplastándola, convenciéndola de que todo eso no era un sueño.

Tarzán se incorporó un poco y comenzó a acariciarla. Sus manos rudas y ásperas hacía poco tiempo, habían aprendido rápidamente y ahora jugaban con su cuerpo con habilidad y ternura.

Jane sabía que lo que más le maravillaba era su pelo rojo y no dejaba de buscar cualquier excusa para acariciarlo y desenredarlo. Tarzán metió la mano entre las piernas de Jane y le acarició el pubis mientras la besaba. Jane notó como todo su cuerpo respondía inflamándose con una simple caricia.

Jane suspiró y se separó con el punto de disgusto que sentía siempre cuando la polla de Tarzán resbalaba y abandonaba su sexo con un último estremecimiento de placer.

-Tarzán querer Jane. -dijo él tumbándose a su lado.

-¿Hasta el punto de dejarlo todo por mí?

-¿Qué ser todo? -preguntó él intrigado.

-Todo. -dijo ella moviendo un brazo alrededor.

-¿No estar a gusto aquí? -preguntó sorprendido. -Éste ser buen árbol, fuerte.

-Me encanta pero hay un problema.

-¿Problema?

-Si vamos a tener un bebé.

-¿Qué ser bebé?

-Un Tarzán pequeño tuyo y mío.

-¿Por qué decir mío también? Los monitos salen de las hembras.

-Pero es necesario que un macho deposite su semilla dentro de la hembra para que esta pueda concebir.

-¿Conce bir?

-Crear una nueva vida.

El hombre se quedó parado un momento asimilando la explicación hasta que finalmente se irguió dando un alarido que casi la dejó sorda y se subió a la rama más alta donde estuvo unos minutos golpeándose el pecho henchido de satisfacción.

-¿Cómo saber? -dijo él cuando finalmente bajo de nuevo a su lado.

-Las mujeres sangramos todas las lunas. Hace tres que no me ocurre, la única explicación lógica es que estoy embarazada.

-Embar azada. repitió Tarzán memorizando el nuevo termino con una sonrisa.

-El caso es que no me puedo quedar aquí. Necesito ayuda para dar a luz.

-¿Por qué?

-Porque las mujeres no dan a luz tan fácilmente como las monas. Y el bebé nace totalmente desvalido.

-¿Más que el bebé de Youba? -preguntó él señalando a una joven hembra que amamantaba en ese momento a un bebe chimpancé todo ojos y orejas.

-No sólo son incapaces de agarrarse a su madre, es que ni siquiera pueden mantener la cabeza erguida. Ni con nuestra ayuda y la de Idrís podría sobrevivir.

-¿Y cómo conseguirlo yo?

-Es una buena pregunta que me he hecho varias veces. La única conclusión a la que he podido llegar es que debiste llegar a este lugar con unos tres o cuatro años de edad.

-¿Por qué?

-Porque con esa edad los niños ya pueden mantenerse de pie y agarrarse y subir a los sitios con la habilidad de un mono de un par de meses. El resto lo haría la suerte y los cuidados de Idrís. Además los recuerdos a esas edades suelen ser difusos o inexistentes, por eso no recuerdas una vida anterior.

-Idrís ser buena madre.

-Sí lo hizo muy bien -dijo Jane acariciando la mejilla de Tarzán.

-¿Cuando tener que irnos? -dijo él con una candidez que la emocionó.

-Pronto, en un par de días, el viaje hasta Inglaterra es largo.

-¿Inglaterra?

-Es el país de dónde yo vengo.

-¿Qué ser país?

-Es una gran extensión de tierra cuyos habitantes tienen cosas en común cómo la lengua, tradiciones, intereses, religión…

-¿Qué ser religión? ¿Qué ser tradiciones?¿Qué ser intereses?

-La religión es el conjunto de creencias que ….

Cuando entraron a Rukungiri el jefe del pueblo y el hechicero les informaron de que habían llegado medio día tarde. Se habían apresurado todo lo que habían podido. Habían fustigado a las mulas sin descanso y sólo pararon unas pocas horas en Ibanda antes de partir de nuevo.

Agotados descansaron unas horas en la aldea cuyos habitantes se esmeraron en proporcionarles todo lo que necesitaron conscientes de que eran los únicos que podían parar al diabólico hombre hiena.

Una vez recuperados salieron a la mañana siguiente con un guía tras la pista de Patrick. Durante el viaje, cada recodo del camino le recordaba a Avery el viaje que hacía unos meses había terminado con la desaparición de su hija. Cada paso se le clavaba en el corazón como una espina haciéndolo sangrar. Lord Farquar se daba cuenta e intentaba distraerlo sin ningún éxito. Durante un momento se preguntó si no habría hecho mal en llevarlo hasta allí.

Poco a poco siguieron avanzando entre la maleza hasta que llegaron al riachuelo donde todo había ocurrido. Aún eran visibles los restos de la batalla. El agua se había llevado la sangre y los aldeanos a sus muertos, pero las ramas rotas y los agujeros que los disparos de los dos hombres habían hecho en la vegetación seguían allí.

Sobre el arroyo habían tendido un nuevo puente, tan endeble como el anterior. Nada más atravesarlo Avery se arrodilló y con las lágrimas corriendo por sus mejillas rezó una oración por el eterno descanso de su hija. Mientras se incorporaba de nuevo trabajosamente le suplicó a Dios en silencio que le devolviese al menos los restos de su hija.

La selva le hacía a Patrick y a su hiena sentirse incómodos. Acostumbrados a los espacios vastos y los horizontes despejados de la sabana, la exuberante vegetación, el calor y la humedad les hacían avanzar lentamente, con todos sus sentidos alerta. La temporada de lluvias había borrado casi todas la huellas. Sólo se veía algún rastro de los golpes de machete que habían dado los salvajes cuando perseguían a Jane que fueron haciéndose cada vez más débiles hasta desaparecer definitivamente.

A partir de aquel momento se dejó llevar por la joven y terminó en un pequeño claro del bosque. El olor a sexo en el lugar era tan fuerte que no pudo evitar tener una erección. Miró a la joven con lujuria durante un momento, pero está no resistió la comparación con Subumba y decidió dejarla en paz.

Era ya casi de día así que decidió hacer una fogata y descansar un poco. La joven se acurrucó aterrada y extenuada lo más lejos posible de la hiena. La luz de la luna los despertó y se dispuso a ponerse en marcha. Recorrió el claro buscando una pista o una sensación que le indicase por donde seguir sin ningún éxito. Tras una hora iba a escoger un camino al azar cuando un alarido indudablemente humano llamo la atención de la joven salvaje que les acompañaba.

-¿Qué es eso?

-Shetani. Kimantu.

-Deja de decir idioteces y habla en mi lengua. -le interrumpió Patrick.

-Hombre mono, diablo blanco se la selva. Se mueve por los árboles y aparece como fantasma colgando de liana. Creo él tener ahora compañera, espíritu del bosque. Salvarme de pantera.

-Estupendo -dijo él agarrando a la joven por el brazo y tirando de ella en la dirección de donde venía el sonido.

El equipaje consistió en una piña de bananas. Más complicadas fueron las despedidas. Ambos se despidieron uno a uno de cada chimpancé mientras Tarzán les explicaba personalmente que se tenía que ir. La escena era desgarradora y Jane no pudo dejar de sentirse culpable incluso cuando Idrís poniendo la mano de Tarzán entre las suyas le indicó que le daba su bendición.

Se dieron un último baño en el estanque e hicieron el amor, lentamente como queriendo que nunca terminase. Las manos de Tarzán se demoraban en sus pechos más de lo normal. Los besos eran más largos el sexo más lento y suave que nunca. Cuando terminaron se quedaron abrazados, desnudos y respirando suavemente mientras el resto de los monos les observaban desde arriba gimiendo suavemente.

La tribu les acompañó durante un par de horas hasta el límite de su territorio.

-Volveremos -le dijo Jane a Idrís dándole un último abrazo antes de desaparecer.

Continuaron toda la tarde en la dirección que Jane indicaba. Se desplazaban en silencio. Jane no podía ni imaginar cómo se sentiría su hombre. Ella sólo había estado allí unos meses y sentía como su corazón se desgarraba por dentro al abandonar ese lugar.

Le miró durante un momento acurrucada en sus brazos mientras se desplazaban por medio de una liana. Sus ojos no sonreían como siempre pero había un destello de amor y determinación en su mirada que la convenció de que hubiera sido peor quedarse y que hubiesen muerto ella o el hijo que crecía en su vientre.

-¿Por dónde ahora? Pregunto Avery al guía.

-Por aquí. Atajaremos y llegaremos antes dónde Sabibú encontró al espíritu del bosque.

-¿Que espíritu?

-Sabibú dijo que un espíritu en forma de mujer en llamas le salvo del ataque de una pantera.

-¿Sabes qué quiso decir con eso? -preguntó Avery notando como una chispa de esperanza comenzaba a crecer en su interior dándole fuerzas para avivar el paso.

Lord Farquar les seguía intentando no rezagarse, maldiciendo la herida de la pierna y apretando los dientes.

Lo rastros eran cada vez más frescos y Patrick no se ocupaba de ocultarlos así que cuando llegaron al claro pudieron comprobar que sólo les llevaba unos minutos de ventaja. Continuaron por un ladera dónde la vegetación era tan espesa que temían darse de bruces con Patrick y su Hiena pero antes de que pudiesen topar con él le oyeron hablar y junto con su voz… no era posible… era la voz de Jane.

Con el corazón en la boca Avery se lanzó a la carrera en dirección a las voces y cuando llego al pequeño claro la escena le heló la sangre.

Patrick estaba apuntando a Jane. El rifle temblaba en las manos del hombre por la rabia contenida mientras ella hacía de escudo humano poniéndose delante de un hombre alto y fuerte, de pelo largo y oscuro, que aparentaba estar de lo más confundido.

-¡Alto Patrick! dijeron Avery y Lord Farquar al unísono a la vez que desenfundaban sus revólveres apuntando a Patrick y a la hiena.

Relato erótico: “El pecado de Emma” (POR ALEX BLAME)

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Salió de la ducha y se miró al espejo. No quería reconocerlo pero estaba más nerviosa que una adolescente. Después de mirarse detenidamente y rociarse ligeramente el cuello los pechos y la entrepierna con su mejor perfume, abrió la puerta del armario y eligió la ropa detenidamente. Escogió una blusa de satén gris perla y una falda de tubo que le llegaba justo por debajo de las rodillas y con el talle alto y ajustado para disimular su pequeña barriga y realzar sus caderas.

Lo que más le costó fue decidir la ropa interior. Pensó en un conjunto blanco muy sexy, luego en uno rojo pero al ponérselo se dio cuenta de que era un error; aquel conjunto estaba cargado de malos recuerdos. La mirada de desprecio que le lanzó Enrique cuando intentó llamar su atención con aquel conjunto y el “mira que eres puta” que le soltó, le estuvo escociendo durante semanas. Después de eso el divorcio sólo fue cuestión de tiempo. Se lo quitó y estuvo a punto de tirarlo, pero luego pensó lo bonito que sería intentar cambiarle un día el karma a esa prenda.

Finalmente se decantó por un conjunto que había comprado las navidades pasadas. De color negro y casi transparente estaba decorado con un precioso bordado. El tanga era de suave seda transparente mientras que el sujetador tenía una pequeña copa que cubría sólo la parte inferior de su generoso busto dejando a la vista sus pezones grandes y rosados. El conjunto se completaba con un liguero profusamente bordado y con un par de flores plateadas en las trabillas. Para terminar se puso unas medias con un fino bordado blanco en la parte posterior.

Mientras se ponía las medias no pudo evitar que su mente divagase y se vio de nuevo taconeando por la calle a toda velocidad.

El día no había sido muy atareado pero tuvo que hacer una corrección de última hora y salió diez minutos tarde. Partió tan rápido como sus tacones lo permitían, rezando para no perder el cercanías y tener que esperar otra hora y media para llegar a casa. Todo iba bien y parecía que iba a conseguirlo hasta que su tacón se enganchó en una rejilla. Afortunadamente el pie salió del zapato sin romperlo pero no pudo evitar perder el equilibrio y caer como un saco en la acera.

La gente la miró con curiosidad pero sólo un joven se acercó para preguntar si se encontraba bien. Abochornada aceptó la mano que el joven le ofrecía y sintió como la levantaba sin ninguna dificultad. Cuando se puso de pie se olvidó por un momento que le faltaba uno de los tacones y volvió a tambalearse. El chico reaccionó inmediatamente y la cogió por el talle atrayéndola hacia él. Ella ahogó un suspiro cuando todo su cuerpo reaccionó al abrazo.

-Lo siento, soy una torpe -dijo ella recogiendo el zapato que él le ofrecía.

-No te preocupes, me encanta abrazar mujeres atractivas en plena calle -dijo el sonriendo galante.

-Pues esta vieja va a abusar un poquito más de tu confianza -dijo ella sin poder creerse que estaba flirteando con un joven que podía ser su hijo.

Sin dejar de mirarle a los ojos, apoyó su mano en un hombro firme y musculoso, levantó una pierna, se quito la media rota y se puso el zapato de nuevo. Luego se cambio de lado y sin apartar sus ojos grises de él, repitió el gesto con la otra pierna.

-Muchas gracias, creí que nadie iba a echarme una mano -dijo ella colocándose el pelo lo mejor que pudo.

-Creo que te falta esto -dijo él divertido alargándole el bolso.

-¡Oh Dios! Créeme normalmente no soy tan tonta. -dijo ella.

-Te daré el beneficio de la duda. -replicó él sin dejar de sonreír.

Miró el reloj y se dio cuenta de que el cercanías acababa de salir así que, sin pensar demasiado en ello, invitó al joven a un café para darle las gracias.

-Y bien -dijo ella para romper el hielo mientras esperaban por los cafés- ¿A quién tengo el placer de darle las gracias?

-Soy Guillermo. -respondió él por primera vez nervioso.

-Encantada yo soy Emma. Y dime, ¿A qué te dedicas?

-Acabo de terminar publicidad, relaciones públicas y marketing y llevo buscando mi primer trabajo unos meses.

-¡Oh! es lo que más miedo me da. Mi hijo lleva tres años con la carrera y temo que no encuentre trabajo cuando termine. Estamos en unos tiempos tan malos… -dijo ella mordiéndose el labio.

-¿Estás casada? -preguntó el joven con naturalidad.

-No, divorciada.

-¿Te engañaba?

-No, que yo supiese. -respondió ella con la mirada perdida.

-Perdona, no es asunto mío, pero no soy un gran conversador…

-No te preocupes querido, -dijo ella con una tierna sonrisa, -en realidad temo aburrirte con mis problemas. Bastantes tienes tú con la falta de trabajo.

-¡Oh! No te creas. Me gusta escuchar y creo que tú necesitas hablar con alguien.

-Eres un cielo pero…

-Adelante, ¿Qué tienes que perder? -le dijo él mientras la camarera les servía un café solo con hielo para él y un capuchino para ella.

-No sé por dónde empezar.-dijo ella sintiendo un escalofrío al desnudar su alma ante un desconocido. -Le conocí en el trabajo y fue un flechazo instantáneo. Él era el director de una pequeña constructora y yo era una de las administrativas encargadas de la contabilidad. Al poco tiempo éramos amantes. Me trataba como una reina y no podía pasar un día sin que hiciésemos el amor al menos un par de veces .

Cuando nos casamos, no tarde en quedarme embarazada de Jorge y a partir de ese momento cambió. Se volvió más distante conmigo y aunque quería al niño con locura a mí dejo de tocarme.

Con la crisis las cosas empeoraron. La empresa entró en pérdidas y se vio obligado a despedir a la mayor parte de su personal. Para ayudar, como Jorge ya tenía doce años, busqué trabajo y después de varios intentos lo conseguí. Yo creí que el alivio de tener un segundo sueldo para apoyarle le animaría, pero el efecto fue el contrario, se volvió terriblemente celoso. Cada vez que llegaba tarde me gritaba, me llamaba puta e insinuaba que me quedaba en la oficina para follarme a mis jefes.

-¿Llegó a pegarte? -preguntó Guillermo con cara de preocupación.

-No, nunca me puso la mano encima, pero los insultos y las miradas de odio fueron peor que cualquier bofetón. Llegó un momento en que apenas salía de casa, incluso me planteé dejar el trabajo pero necesitábamos el dinero, así que tuve que aguantar. Mi vida se redujo a ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Perdí todas mis amigas ya que las pocas veces que salíamos, lo hacíamos con sus amigos o clientes. En esos momentos me trataba con una educación exquisita así que nadie sospechaba del infierno en el que vivía.

-¿Por qué no te divorciaste?

-Primero por Jorge, luego por él, a pesar de que ya no le amaba no quería dejarle en ese momento cuando su negocio se tambaleaba y luego por mí. En cierta manera llegué a creerme todas las barbaridades que me decía y pensé que en cierta forma lo merecía.

-¿Y cómo lograste dejarle? -preguntó Guillermo con curiosidad.

-Fue mi hijo el que me animó. Un día que me vio llorando en la cocina se acercó a mí y me preguntó por qué no me iba de casa. Me paré allí mismo a pensar una razón y no se me ocurrió ninguna. Ese mismo día hicimos los dos las maletas y nos fuimos a casa de mis padres. El divorcio fue horrible pero después de once meses era una mujer libre. Me mudé, busqué un trabajo y afortunadamente no he vuelto a saber nada de él.

-Me alegro por ti. -dijo él agarrando la mano de Emma y estrechándosela con afecto. -Y como te sientes ahora.

-Un poco rara. Hace tres años que me divorcié y con mi hijo en la universidad me siento un poco sola. El fue mi apoyo durante todo el proceso y probablemente no lo hubiese logrado sin él.

-¿No has vuelto a intentar tener relaciones con otros hombres? -preguntó él.

-La verdad es que ahora soy mucho más cauta. Cada vez que veo un hombre que me atrae me siento rara, insegura, como si Enrique me estuviese vigilando y esperando que fracase para reírse de mí. Además en esta ciudad apenas conozco a nadie.

-Tiene que ser duro -dijo Guillermo haciéndola sentir que alguien la comprendía.

El tiempo pasó volando y cuando se dio cuenta era la hora de coger el tren.

-Me ha encantado charlar contigo Guillermo, eres un sol -dijo Emma impidiendo que él pagase la cuenta.

-A mi también. Toma, -dijo apuntando su número de teléfono en una servilleta- llámame si quieres tomar un café o charlar un rato.

Emma aceptó el teléfono con una mirada tímida y sus dedos se rozaron de nuevo provocándole un escalofrío. Salió de la cafetería sin mirar atrás pero segura de que el joven observaba el contoneo de sus caderas abandonando el establecimiento.

Al día siguiente estaba deseando llamarlo de nuevo pero consiguió aguantar tres días antes de sucumbir y marcar su número. Guillermo le cogió el teléfono al segundo timbrazo y pareció sinceramente complacido de que le hubiese llamado. Tras charlar un rato le sugirió quedar para tomar algo y charlar y el aceptó de inmediato.

Quedaron para tomar un café cuando Emma saliese del trabajo y lo pasó realmente bien. Guillermo era un joven inteligente y su charla era amena. Charlaron de todo y nada y Emma se sintió tan a gusto que casi se olvidó de coger el cercanías.

Cuando llegó a casa se dio cuenta de que le deseaba como hacía mucho tiempo que no deseaba a ningún hombre.

Al día siguiente recibió un wasap:

-Hola Emma, lo pase muy bien ayer.

-Yo también, eres un cielo de hombre.

-Lo sé soy irresistible.

-Seguro que las chicas hacen cola para quedar contigo.

-No te creas, además las chicas de mi edad son un poco aburridas.

-¿Por qué?

-No sé, o sólo quieren sexo o están haciendo planes de boda con el primer beso, no hay término medio. Y cuesta horrores encontrar una que sepa cocinarte algo más que un huevo frito.

-Ja ja. Seguro que encontrarás a alguien que sea capaz de hacerte la boca agua en todos los sentidos. Mientras tanto quizás yo pueda hacerte una cena como Dios manda. -tecleó Emma con el pulso acelerado.

– No me lo digas dos veces que acepto. Cualquier cosa hecha con esas manos tiene que estar buenísima.

-Dime el día y tendrás una cena sabrosa y casera. Yo me ocupo de todo lo demás, tú trae el vino.

Cuando Guillermo contestó afirmativamente y le sugirió ese mismo viernes por la noche notó como una cálida sensación recorría todo su cuerpo. Inmediatamente se puso a hacer planes para la cena.

El resto de la semana estuvo ocupadísima y no se pudieron ver. Tan sólo pudo hablar brevemente con él para decirle que se pasase sobre las diez si no quería que la cena se enfriase. Él prometió ser puntual justo antes de que ella tuviese que colgar…

Terminó de ajustarse las medias y se puso la falda y la blusa. Cuando miro el reloj vio con sorpresa que eran casi las nueve y media. Se había quedado embobada pensando y ahora tenía el tiempo justo.

Fue a la cocina, se puso un delantal, terminó de rellenar los canelones y tras echarles un poco de tomate y espolvorearlos con un poco de queso los metió en el horno para seguidamente salir corriendo en dirección al baño para darse un último retoque.

Se puso ante el espejo dispuesta aplicarse un poco de rímel y se quedó mirando la imagen que le devolvía; unos ojos grises, nerviosos y asustados la contemplaban. Dudó. ¿Qué estaba haciendo? El pequeño cepillo tembló unos segundos con su indecisión, sólo unos segundos. Ahora ya era demasiado tarde para arrepentirse.

Terminó rápidamente con un poco de sombra de ojos y un pintalabios rosa.

Cuando salía del baño oyó el telefonillo. Descolgó y vio a Guillermo poner cara de buen chico ante la cámara. Le abrió y fue corriendo a la habitación a por unos zapatos de tacón negros con la suela roja de Sergio Rossi.

Cuando Guillermo llamó a la puerta, Emma estaba acabando de ponerse los tacones a toda prisa.

-¡Mierda! -dijo ella con la mano en el pomo de la puerta al ver que todavía llevaba el delantal puesto.

-¡Un segundo! -exclamo mientras se lo quitaba , se giraba y tiraba la prenda dentro del paragüero.

Finalmente se colocó el pelo ligeramente alborotado y abrió:

-Hola Guillermo. Pasa por favor. -dijo dándole los besos.

Guillermo se los devolvió y le entregó una botella de un Ribera del Duero y un modesto ramo de rosas.

-¡Oh gracias! -dijo ella olvidándose del vino y aspirando la fragancia de las flores intentando recordar cuando había sido la última vez que alguien le había regalado rosas.

-De nada es lo menos que debía hacer.

-Pero pasa y no te quedes ahí. Entra en el comedor y sírvete algo mientras yo pongo estas bellezas en agua.

Emma le dio la espalda y se alejó hacia la cocina taconeando con decisión y cimbreando las caderas para deleite del joven.

-Estas preciosa Emma. -dijo él con un vaso de Whisky en la mano.

-Gracias, es lo primero que pillé en el armario. -dijo ella mintiendo como una bellaca y dando una vuelta sobre sí misma para que Guillermo pudiera admirarla.

Se sentaron a la mesa y Emma le sirvió los canelones de puerros y gambas y una ensalada de canónigos y rúcula. Guillermo con el apetito de la juventud atacó los canelones sin vacilar mientras que ella, nerviosa, apenas si probó unos bocados.

De postre saco un par de cuencos de helado de mandarina. Durante la cena y el café, no hablaron mucho. Emma estaba bastante nerviosa pero él no lo estaba menos.

Cuando terminaron el café se levantó para recoger los platos y Guillermo se incorporó inmediatamente para ayudarla.

-¿Sabes por qué aquel día me apresuré a ayudarte? -dijo él mientras enjuagaba los platos y se los pasaba a Emma para que ella los colocase en el lavavajillas.

-No dime…

-Yo estaba en la esquina de la calle cuando te vi aparecer con el traje chaqueta y los tacones, corriendo con pasos cortos y rápidos pero con un estilo y una gracilidad que me dio la sensación de que flotabas.

-No será para tanto -dijo ella ruborizada.

-Ojalá, he visto pocas mujeres que lleven los tacones con esa elegancia.

Guillermo le alargo un plato y Emma despistada se le resbaló de la mano. Emma se agachó para recogerlo pero él había sido más rápido y lo cogió antes de que cayera al suelo. Al incorporarse se quedaron los dos frente a frente y Guillermo no esperó más y la agarró por el talle.

Emma tembló al notar los brazos fuertes del joven y hundiendo su mirada en aquellos ojos marrones y profundos le dio un beso. Con un movimiento brusco Guillermo la levantó en el aire y la deposito sobre la encimera. Emma abrió las piernas para permitir que el cuerpo del joven se le acercase y la falda se subió quedando a la vista el elástico de las medias y las trabillas del liguero profusamente bordados. El beso se hizo más profundo y ansioso y Emma comenzó a desabotonar la camisa del chico sin dejar de explorar su boca con sabor a mandarina y café.

Bajo la camisa había un cuerpo duro y fuerte que Emma acarició con la punta de las uñas. Sin dejar de besarle boca, cuello y orejas Guillermo se quitó la camisa y la abrazó de nuevo. Con timidez, como esperando la aprobación de la mujer fue deslizando sus manos hacia su busto y le rozó los pechos con las puntas de sus dedos. Emma suspiró y vio con satisfacción como los pezones se erguían haciendo relieve en el delicado tejido de la blusa.

Guillermo se inclinó y cogiendo uno de sus pechos lo beso y lo succionó a través de la tela. La sensación fue de una excitación tal que durante un instante la dejó paralizada. Con un movimiento apresurado se abrió la blusa dejando sus pechos y sus pezones a la vista de Guillermo que los acarició los chupó y los mordisqueó suavemente haciéndola gritar de placer.

Instintivamente Emma se agarró su cabeza y la atrajo hacia sí con su cuerpo entero ardiendo al sentirse por fin deseada. Sin dejar de jugar con sus pechos y su cuello el joven acarició sus piernas y con brusquedad coló sus manos entre ellas para acariciarle el sexo. Ruborizada notó como Guillermo acariciaba su tanga y lo notaba empapado en los flujos de su sexo.

Con una sonrisa traviesa y un corto beso le bajo la cremallera a la falda y levantando el cuerpo de Emma como si fuese una pluma se la quitó. Antes de que Emma volviese a colocarse el joven separo su piernas y empezó a besar y lamer el interior de sus muslos acariciando el resto de sus piernas con sus manos. La sensación de la lengua de Guillermo repasando sus muslos y las manos resbalando por el delicado tejido de las medias le hicieron suspirar excitada mientras sus flujos seguían empapando su tanga.

El joven no se molesto en apartar la fina prenda y Emma se dobló entera al sentir la boca del joven acariciando y lamiendo su sexo encharcado de deseo. Grito y apretó la cabeza del joven contra ella mientras le tironeaba del pelo con la mirada perdida en el techo.

-Vamos a un lugar más cómodo -dijo el cogiendo a la mujer en brazos.

-A la derecha -dijo Emma jadeando, besando el pecho ancho moreno de Guillermo mientras era llevada en volandas.

Todo el cuerpo de Emma hervía enloquecido y cada célula de su ser gritaba pidiendo que atrajese a ese semental a su interior. Pero quiso disfrutar un poco más de esa sensación y cuando Guillermo la depositó en la cama e iba a tumbarse a su lado, ella le paró y le dejo de pie mientras le bajaba los pantalones y los calzoncillos del pato Lucas.

Un destello de remordimiento le atravesó al ver aquel dibujo infantil pero pronto se vio relegado al quedar a la vista el miembro erecto y palpitante de Guillermo.

Lo cogió entre sus manos y lo acarició brevemente. El joven suspiró y su polla se retorció en sus manos. Emma se tumbó boca abajo y sacando la cabeza por el borde de la cama comenzó a lamer y a chupar la punta. Él gemía y acompañaba los chupetones con un ligero movimiento de vaivén.

Emma se dio la vuelta y dejo que la polla de Guillermo penetrara hasta de fondo de su garganta. Él se inclinó y comenzó a acariciar el pubis de Emma mientras empujaba suavemente en lo más profundo de su garganta sin dejarla respirar. Cuando no pudo más ella se apartó un poco y el joven dándose cuenta retiró su polla a punto de estallar. Emma jadeo ansiosa un par de segundos escupiendo saliva sobre la verga del joven. Sin darle tiempo para recuperarse se la volvió a meter en la boca y tras dos largos chupetones Guillermo se apartó y eyaculó sobre el cuerpo de ella.

El joven intento excusarse pero ella no oyó nada atenta a aquel jugo espeso y caliente que incendiaba su piel.

-Fóllame, por favor -susurro en su oído quitándose el tanga y acariciándole la verga.

Guillermo la cogió en el aire y le dio la vuelta colocándola de pie contra la pared. Apartó su pelo y la beso el cuello haciendo que toda su piel hormiguease. Con una mano la cogió por la cintura y la atrajo hacia sí. La polla del joven rozó su sexo haciendo temblar sus piernas.

-¡Vamos, no aguanto más!

El calor del miembro del joven penetró en ella arrancándole un grito de placer. Guillermo la penetraba con fuerza sin dejar de buscar su pechos, su culo, su cuello y su boca con las manos pellizcando, acariciando y besando sus hombros y su espalda. Con cada empujón y cada caricia se sentía bella, joven, deseada…

Con un ligero empujón lo separó le dio la espalda y se dirigió taconeando a la cama. El joven la siguió y se tumbó encima de ella. Emma le besó y cogiendo su verga con la mano se la introdujo de nuevo en su coño. Abrió los ojos y miro la expresión de placer y deseo en el rostro del joven mientras se agarraba a su culo intentando empujar y hacer más profundas sus penetraciones. Bajo la cabeza para asegurarse de que era un hombre de verdad y una polla de verdad la que le estaba llenando justo antes de correrse. Grito y jadeo con todo su cuerpo arrasado por un violento orgasmo. Con los ojos cerrados notó como la polla de Guillermo se abría paso cada vez más deprisa provocándole un nuevo orgasmo y corriéndose dentro de ella.

Agotado, el joven se tumbó sudoroso y jadeante sobre ella. Mientras acariciaba su cuerpo se sentía gloriosamente sucia. Notaba como la saliva el sudor y los flujos de ambos se mezclaban entre sus cuerpos prolongando su sensación de placer.

Guillermo sonrió y se apartó. Emma no pudo evitar un sentimiento de pérdida cuando la polla del joven ya flácida salió de su interior.

-Ha sido el mejor polvo de mi vida. -dijo él.

-No será para tanto. -dijo Emma halagada- Además, apenas nos conocemos. Tú también has estado muy bien y has sido muy atento.

-Siento lo de la primera corrida…

-Tonterías fue muy excitante. -dijo ella haciendo círculos con los restos de semen que quedaban en su vientre- En realidad todo ha sido muy excitante. Gracias, no me había dado cuenta de cuánto necesitaba sentirme mujer de nuevo. Espero que después de esto sigamos siendo amigos.

-En realidad creo que no quiero que seamos amigos. Quiero salir contigo, en plan serio. Me gustas, tienes un cuerpo de infarto y me pones en órbita.

-Cariño no crees que soy demasiado mayor.

-Tonterías, eres más lista, más dulce y más experimentada que cualquier otra mujer que haya conocido. Quiero que mañana salgamos por ahí y nos divirtamos y luego pienso hacer el amor contigo hasta que no seas capaz de andar.

La cabeza de Emma era un revoltijo de esperanzas y temores. Deseaba tener a ese joven entre sus brazos más que nada en el mundo, pero no podía imaginarse una relación con un chico casi veinte años más joven que ella. Sería el blanco de todas las puyas y todo el mundo la pondría de puta para arriba. No podía dejar de pensar en lo que haría sin un día Jorge se plantaba con una fulana de treinta y muchos en su casa y la presentaba como su novia.

-¿Qué me dices?- preguntó él.

-¿Lo has pensado bien? -replicó ella.

-Sí, -dijo el- no tengo dudas No sé si eres la mujer de mi vida, pero sé que ahora no deseo otra cosa que estar contigo, protegerte y hacerte el amor con mis manos y con mis palabras en cada momento del día.

-¡Que diablos! -dijo Emma ruborizada por las palabras de Guillermo mientras se incorporaba y se sentaba sobre su polla.


Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 25. Duelo de Voluntades.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 25: Duelo de voluntades.

Una vez en el barco, Arabela dio las instrucciones a los distintos miembros del equipo. Mientras hablaba, sentía los restos de semen de Hércules ardiéndole en el vientre y el sudor y sus propios flujos orgásmicos, haciéndole cosquillas en las piernas, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para evitar que trasluciese su incomodidad por sentirse sucia y excitada.

Cuando terminó la reunión pensó en volver a casa, pero no se sintió con fuerzas para enfrentarse de nuevo a su amante, así que optó por enviar a uno de sus subordinados a por el equipaje que ya estaba preparado. Se sentía una asquerosa cobarde, incapaz de enfrentarse a Hércules, pero sabía que si volvía a estar en la misma habitación se lo llevaría con ella.

Llevárselo con ella, ¿Qué habría de malo? No, no podía incorporarlo. Se suponía que era una expedición privada. A pesar de que era de dominio público, nadie salvo ella y unos pocos allegados, conocían el objetivo y no se vería con buenos ojos que incorporase a un desconocido a última hora.

De todas maneras el chico merecía una explicación y no quería perderle, así que se dirigió a su camarote y respirando hondo, se armó de valor y marcó su número de móvil.

—Hola, Hércules, siento haberme ido con tanta prisa. —dijo ella sentándose en la cama.

—¿Qué tal la reunión? —dijo el sin ningún tono de reproche.

—Bien, bien. —se apresuró a contestar— Ya estoy en el barco y se me ha ocurrido que no tiene sentido volver a casa y tener que madrugar para estar puntual aquí, así que creo que me quedare a dormir en el barco.

—Cobardica. —dijo él entre risas.

—Oye yo no… —intentó replicar ella ofendida, a pesar de que sabía que Hércules tenía toda la razón.

—Vamos, no intentes escurrirte con excusas. Sabes perfectamente que no vienes porque temes que si vuelves a estar ante mí perderás el control.

—Yo…

—En realidad tienes razón, porque si estuvieses aquí te volvería a pedir que me llevases contigo. Será mejor que te quedes en el barco porque si no…

El tono de voz era inequívoco y la mujer sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Optó por no decir nada esperando que Hércules colgara, pero deseando seguir escuchando su voz.

—¿Si no, qué? —dijo ella rindiéndose y rompiendo al fin el silencio.

—Si estuvieses aquí te depositaría sobre mi regazo, te bajaría los pantalones y te daría unos azotes.

—No te atreverías.

—Me encantaría ver ese culazo grande y pálido con mis manos marcadas en él. Escuchar el ruido de mis palmadas y oír tus grititos… Mmm, vuelvo a estar empalmado.

Arabela no contestó, pero sintió como su ropa interior volvía a mojarse. Descuidadamente metió una mano en sus pantalones intentando aplacar una creciente comezón.

—Sé que para ti solo soy una pequeña distracción temporal, —dijo fingiendo una exasperación que no sentía— no sé que voy a hacer sin el contacto con tu cuerpo, el sabor de tu boca y el aroma de tu piel.

—Vamos no seas melodramático. Estaré aquí antes de lo que piensas.

—Sí y quizás encuentre otra mujer mientras tanto, quizás este ahora mismo abrazado a un cuerpo suave y cálido. —dijo él.

Arabela podía percibir la sonrisa de aquel cabrón al otro lado de la línea y aunque le contestó que no se atrevería, una desagradable sensación comenzó a hacer presa en ella. ¿Podía ser posible que estuviese celosa de un fantasma? Mientras tanto Hércules seguía provocándola sin clemencia:

—¿Sabes esa criada Dominicana tan mona que tienes? La del culo potente y jugoso y esos ojos grandes y castaños que siempre mantiene bajos, pero que cuando los levanta son capaces de traspasarte como si fueses de papel. Pues ahora podría estar en tú cama, conmigo, desnuda, esperando pacientemente que le dedique mis atenciones.

—¡Mentira!

—Quizás —replicó Hércules— o quizás no. Ahora podría estar acariciando su piel color caramelo, tersa y brillante y aspirando el intenso aroma a madreselva que emana. Podría acariciar el interior de sus muslos y admirar su cuerpo total y escrupulosamente depilado, haciendo que parezca aun más joven y atractiva.

Arabela deseaba colgar, deseaba librarse de la tortura que suponían las palabras de su amante despechado, deseaba mandarle a la mierda, pero las imágenes que se formaban en su mente la habían excitado de tal manera que no podía evitar seguir escuchando, hipnotizada, acariciándose el pubis bajo los vaqueros.

—Separo con mis dedos los labios de su sexo. Un hilo de flujos cálidos y excitantes los mantiene unidos. ¿La oyes suspirar mientras empapo mis dedos con ellos?

—Acercó mis dedos a la nariz, es un olor intenso y potente, como a mar y algas. —continuó sin esperar respuesta— Lo pruebo, es ligeramente ácido pero sabroso y despierta mi apetito. Entierro mi boca entre sus piernas, beso su pubis terso y limpio y me ayudó de las manos para sacar a la vista su clítoris que emerge como una pequeña flor rosada de los oscuros pliegues de su vulva.

Los dedos de Arabela tropezaron con su clítoris imaginando la lengua de Hércules rozando el pequeño botón de placer de la joven e imitando sus movimientos.

—Lupita gime y se retuerce mientras sigo asaltándola y saboreándola con mi lengua hasta que le doy una pequeña tregua. Avanzo con mi boca poco a poco por su vientre liso y juvenil…

Juvenil. El muy cabrón sabe donde hacer daño. Arabela se siente especialmente vulnerable y no puede evitar pensar que está en desventaja con los miles de jovencitas que hay por ahí, dispuestas a hacer de todo con tal de pillar a un hombre como Hércules. Aun así no puede dejar de masturbarse mientras escucha como él le describe los pechos pequeños, con unos pezones grandes y oscuros que se endurecen inmediatamente y hacen que la joven se estremezca de placer ante el más mínimo roce.

—Acerco mis labios a los suyos, pero ella me los niega, no me besará mientras te comparta con ella. Yo lo vuelvo a intentar, pero ella consigue darse la vuelta dándome la espalda. ¿No oyes como me susurra al oído que quiere que sea solo suyo?

A través del auricular Hércules escuchó como los apagados jadeos se interrumpían con un rechinar de dientes. Satisfecho decidió seguir presionándola.

—Al darme la espalda me nuestra un culo grande y musculoso. Separó sus cachetes descubriendo el diminuto y delicado esfínter que cierra la entrada de su ano. Me ensalivo el dedo y lo acaricio con suavidad. Introduzco la punta de mi dedo corazón y la retiro. El agujero se cierra inmediatamente. Sueño y deseo la estrechez y el calor de ese estrecho conducto.

Arabela, deseó estar allí, deseó ser ella la que giraba la cabeza y le sonreía dándole permiso para sodomizarla.

—¡Ahh! ¡Qué placer el del sodomita! El culo de Lupita es estrecho y cálido. Su esfínter abraza amorosamente el tallo de mi polla mientras ella suelta un pequeño gritito de dolor y se muerde el labio mientras yo me quedo quieto esperando que pase el dolor. Lupita suspira y yo empiezo a moverme mientras deslizo una mano alrededor de sus caderas y acaricio su sexo. ——Mi polla entra y sale con suavidad del estrecho agujero, disfrutando y haciendo disfrutar a la joven que en poco tiempo empieza a gemir de placer. Me agarro a sus caderas y las levanto para poder follarla con más comodidad.

Arabela ya no escuchaba y se masturbaba con más violencia, deseaba tener a ese hijoputa a su lado con desesperación.

—Lupita hunde la cabeza en la almohada, la muerde para evitar gritar mientras mis acometidas hacen que toda la cama tiemble. El placer se intensifica cuando ella aprieta el culo en torno a mi verga. Yo me vuelvo loco y la follo salvajemente. Lupe grita desaforadamente y se corre. Su cuerpo tiembla provocando a su vez que eyacule en su interior. El calor de mi semilla hace que el placer de la joven se intensifique y se prolongue. Lupita extasiada me dedica palabras de amor, me pide que no me separé nunca de …

—¡Esta bien! ¡Basta cabrón! —le interrumpió Arabela en el momento en que un intenso orgasmo estalla atenazando su cuerpo— Mañana, seis de la mañana, muelle veintidós. Ni se te ocurra llegar un minuto tarde o te juro por Dios que te dejo en tierra.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web.

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Relato erótico: “Los veinticuatro minutos de Le Mans” (POR ALEX BLAME)

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Los veinticuatro minutos de Le Mans.

La Camila corría por el estrecho camino vecinal levantando una nube de polvo, gravilla e insectos muertos. El calor de Junio convertía el cacharro en un horno, pero Julio se negaba a perder cinco caballos de los pocos que le quedaban a la vetusta Peugeot.

Cuando llegó a su destino, entregó el último paquete y miró al reloj satisfecho. Había tardado treinta y cinco minutos en llegar a su último destino, una hora más y estaría en casa duchado y preparado para ver la sesión de clasificación.

—Hola cariño ¿Qué tal el día?

—Bien, bien. La Camila se ha portado y he terminado el reparto temprano. Adiós al trabajo hasta el lunes.

—¿Puedes dejar de llamar Camila a ese cacharro? Parece que en vez de ir a trabajar, vas a ir a cepillarte a tu amante. —dijo Mila poniendo Morritos— “Voy a darle un poco de cera a la Camila…” “Hoy se me calentó demasiado la Camila”…

—No te enfades mujer, no lo puedo evitar. Esos ojos pequeños, ese culo grande y blando, ese aire a la vez regio y campesino, es inevitable no llamarla de otro modo que Camila Partner Bowles.

—Puff, eres un imbécil.

—Tienes toda la razón, soy tu imbécil. —dijo Julio sacando una cerveza de la nevera y cogiendo a su novia por la cintura.

Mila se apretó contra él y le dio un beso largo, húmedo y profundo. Durante unos segundos Julio se olvidó de todo y se dedicó a saborear a su novia. Un intenso aroma a fresas y yogurt invadieron su boca.

—Voy al salón, empieza la sesión de calificación —dijo Julio separándose y dejando a Mila jadeando en la cocina.

Encendió el televisor, la cerveza estaba fresca y la presentadora estaba buena. Todo estaba preparado en el circuito de La Sarthe. Los primeros en salir a calificar fueron los de la categoría GT. Desde el principio 911s Corvettes y Aston Martins se pegaban unos a otros tratando de cogerse el rebufo en las tres largas rectas del circuito y ganar unos pocos kilómetros por hora.

Cinco minutos después empezaron a salir los LMP-1 y LMP-2 y se dedicaron a arrancarles las pegatinas a los GT1 y GT2. Ver correr a los prototipos y adelantar al resto de participantes a 350 por hora en las largas rectas hacia que los Porsches y los Ferraris se pareciesen a su Camila.

—Cariño deja eso y vístete, hemos quedado con mi hermano para cenar.—Dijo Mila desde la habitación.

—¿Qué coños? —dijo Julio sorprendido.

—¿No te lo dije? Vamos a ir a cenar. Me llamó esta tarde.

—Pero…

—¿Algún problema?

—No, claro. Dame veinte minutos.

—Tienes diez .

Su cuñado era divertido y un fiestero, pero tenía el gran defecto de que los deportes no le interesaban lo más mínimo, así que era casi imposible para Julio ver un partido de fútbol o una carrera de coches si coincidían en fin de semana. Tragándose uno cientos de juramentos suspiró y vio como una rubia de largas piernas acercaba la alcachofa a Nick Strong, el actor de cine:

—Hola Nick. —saludó la joven de ojos grandes y azules — ¿Cómo te sientes en tu primer contacto con el asfalto de Le Mans?

—Bien Gisselle. Estupendamente, tengo un equipo competitivo…

—…que has conseguido gracias a tu último taquillazo “Amor de Segunda División” —dijo Julio a la televisión.

—…Mis compañeros han demostrado ser unos grandes profesionales y tengo que darles las gracias por contribuir de manera determinante al ajuste de los reglajes del vehículo.

—Dicen que tus reglajes son los más conservadores de la parrilla para que tu coche sea más sencillo de conducir a altas velocidades y que eso te hará perder unos pocos kilómetros por hora de velocidad punta.

—Sí, pero creo que con el pronóstico meteorológico que manejamos para el domingo estos reglajes pueden suponer una gran ventaja en mojado.

—¿Cuál es tu objetivo para tu primera participación en un Le Mans?

—La verdad es que no me lo he planteado.—respondió el actor con falsa modestia— Es mi primera participación, pero creo que tenemos equipo suficiente para igualar el segundo puesto de Paul Newman, en nuestra propia categoría claro.

—¿Y qué tal tu primera experiencia conduciendo por la noche? —dijo la joven evitando por muy poco poner los ojos en blanco ante la presuntuosa respuesta.

—Excitante y aterradora a la vez. El hecho de no saber si se te acerca un 911 o un Audi E-tron hace que estés en permanente tensión. Afortunadamente he pasado el test sin problemas.

—Buena suerte. —dijo despidiéndose la joven con una risita tonta.

—Gracias Gisselle —replicó Nick con una sonrisa traviesa que no presagiaba nada bueno.

—¡Vamos Julio! ¡Mueve el culo de un puñetera vez!

—¡Voy joder! —respondió Julio levantándose del sofá.

***

Nick Strong se metió en su caravana jurando en arameo. Por mucho que se esforzase, la diferencia entre sus vueltas y las de sus compañeros no bajaba de los cinco segundos y se multiplicaba por dos durante la noche. Además no podía mantener un ritmo constante debido a los continuos fallos y cuando veía venir algún prototipo se acojonaba y perdía demasiado tiempo al dejarlo pasar.

Tiró el casco que Tina Bergkamp había decorado en exclusiva para él y se bajó el mono hasta la cintura. Abrió la nevera y bebió un poco de zumo de frutas deseando poder tomar algo más fuerte que calmase su frustración.

Apenas se había tumbado en el cómodo sofá italiano cuando unos suaves golpes sonaron en la puerta de su caravana.

—Hola, Nick. —dijo la rubia reportera de los tetones de goma cuando él abrió la puerta.

—Hola, Gisselle. Pasa, por favor. ¿Qué te trae por aquí?

—¡Oh! Verás, estoy muy interesada en tu participación. —dijo la joven mientras se estiraba nerviosa su fino y ajustado vestido de lana— He pensado que quizás pudieses concederme una entrevista en profundidad. Ya sabes, o sea, que me gustaría que alguien acostumbrado a expresarse con claridad pudiese explicar a los profanos este mundillo tan complicado.

—Mmm, estupendo. —dijo Nick dirigiéndose a la nevera— Solo tengo Zumo de frutas, leche y barritas energéticas.

—Un poco de zumo de arándanos, por favor. —dijo la joven a sus espaldas.

El aire acondicionado estaba a tope y cuando Nick se dio la vuelta no pudo evitar fijar sus ojos en los pezones de la joven haciendo relieve sobre el fino tejido del vestido. Nick cogió dos copas y sirvió un poco de zumo en ellas mientras la reportera permanecía de pie con la mirada expectante.

Nick se acercó dominándola con su estatura y le dio la copa. Sus dedos se rozaron y una descarga les atravesó. Acostumbrado a coger lo que quería, Nick no se lo pensó y asiendo a la joven por la cintura besó aquellos labios gruesos y húmedos.

La joven refunfuño unos segundos pero no tardó en devolver el beso con su lengua juguetona y sabrosa.

Con un empujón Nick acorraló a la joven contra la pared y sobó sus pechos grandes y firmes. La reportera gimió y se retorció sin dejar de besarle.

—No deberíamos —dijo la joven suspirando con la voz ronca de deseo.

Nick la ignoró y con la sangre hirviéndole, bajó las manos para arremangarle la falda del vestido. La joven suspiró y rodeó el cuello del actor con sus brazos largos y bronceados.

Nick acarició los muslos tersos y cálidos de la joven que gimió y separó ligeramente sus piernas. La besó de nuevo, con violencia, intentando llegar hasta lo más profundo de su boca mientras acariciaba su pubis a través de la fina tela del tanga y la empujaba aun más contra la pared de la caravana.

La joven gimió y se retorció de nuevo al sentir como los dedos del actor apartaban el tanga y penetraban en su sexo húmedo y anhelante.

Sin dejar de besarla ni magrearla con la mano libre, Nick le acarició el sexo con rudeza disfrutando de la mezcla de deseo y temor en los ojos de la joven.

Tras unos segundos se apartó y desabrochándole el cinturón le sacó el vestido por la cabeza dejando a Gisselle desnuda salvo por un minúsculo tanga que en esos momentos no tapaba el triángulo de bello rubio que adornaba su pubis.

Nick se desembarazó rápidamente del mono ignífugo y de la ropa interior y dando la vuelta a Gisselle la penetró sin contemplaciones. La reportera gritó y arañó la pared de la caravana. Nick agarró a la joven por la caderas y empezó a empujar con fuerza volcando toda su frustración en aquel cálido y resbaladizo agujero. Gisselle gemía y jadeaba separando sus piernas para conseguir que el actor la penetrara más profundamente.

Nick, a punto de correrse, se tomó un respiro y admiró el cuerpo de la joven. Acarició su espalda y penetrándola con suavidad junto las piernas y se puso de puntillas. La joven tensó las suyas intentado mantener inútilmente el contacto con el suelo a pesar de los largos tacones. Nick le acarició las piernas mientras la joven giraba la cabeza y le sonreía y comenzó a follarla de nuevo.

Los salvajes empujones eran respondidos con gritos de placer de Gisselle que excitaron al actor hasta eyacular dentro de ella. Nick se separó y la joven aun hambrienta le cogió de la mano y le llevó a la cama que había al fondo de la caravana. La joven le sentó en el borde y cogiéndole la polla que ya empezaba a retraerse le dio un suave lametón al glande. Nick jadeó y cerró los ojos mientras la joven le chupaba la polla y volvía a ponérsela dura como un canto.

Nick agarró a la joven con rudeza y la tiro boca arriba en la cama. Gisselle abrió sus piernas con el tanga descolocado y el semen de Nick escurriendo entre sus piernas. Arrebatado por un deseo violento y primitivo agarró a la joven por las piernas para separárselas al máximo y la penetró con todas sus fuerzas. No hubo tregua y la joven no la pidió gimiendo y aullando como loca mientras Nick cubierto de sudor la follaba con fiereza y pellizcaba y mordisqueaba sus pechos y sus pezones hasta que la joven se contorsionó presa de un monumental orgasmo. Sus pechos grandes y artificiales bailaron estremecidos por los movimientos involuntarios de la mujer hasta que pasaron los relámpagos del orgasmo .

Gisselle se fijó en como Nick miraba sus pechos magullados y deliciosamente doloridos y sentando al actor sobre la cama, se arrodilló y metió la polla entre ellos acariciándola con suavidad.

Nick creyó estar por un momento en el cielo mientras los deliciosos pechos de la joven acariciaban su glande.

El actor escupió el canalillo de la joven que se limitó a apretar las tetas entorno a su polla mientras Nick comenzaba a empujar con furia de nuevo hasta que súbitamente se separó para cogerse la polla y eyacular dirigiendo los chorros de semen a la cara de la reportera.

Cuando terminó Nick observó satisfecho como su leche corría por las mejillas de la joven y velaba sus bonitos ojos azules.

***

—Hola, cuñado —saludó el hermano de su novia entrando en tromba.

—Hola —dijo Julio mientras se terminaba de vestir delante de la tele.

—¡Coño! ¿Qué es eso? ¿Un consolador con ruedas?

—No, es el Nissan ZEOD RC.

—Pues para ser una polla japonesa parece bastante grande…

Despertó al mediodía con una resaca enorme. Entre Julio y el cuñado habían bebido dos botellas de vino durante la cena y de madrugada habían caído varios cubatas más.

Mila ya se había levantado y había salido a correr. Con las piernas aun temblando se tomó un par de paracetamoles y se sentó en el sofá frente a la tele.

El Warm up fue bastante aburrido. Los equipos no arriesgaban lo más mínimo reservando su mecánica lo más posible para la carrera. El único que le dio un poco de emoción fue el Nissan, la polla rodante, cuando consiguió dar un vuelta a los trece kilómetros del circuito de La Sarthe usando solo la energía eléctrica y un poco más tarde alcanzar los trescientos por hora con el motor de gasolina apagado.

Mientras el dolor de cabeza amainaba, Mila llegó, se quitó el Mp4 y la ropa y se metió sudorosa en la ducha.

Iba a desnudarse y meterse con su novia bajo el agua cuando sonó el teléfono.

—Hola Julio.

—Hola Lino —respondió Julio sabiendo lo que venía a continuación.

—¿Vamos a tomar algo al Salgari? —le preguntó el suegro.

—Dame media hora —respondió Julio suspirando consciente de que ya no vería la salida.

Al vermut en el Salgari le siguió la comida, el café y la partida en la casa de los suegros.

A punto de volver a casa, el cuñado llamó a Mila y le invitó a tomar otro café en su chalet de las afueras. Julio intentó resistirse pero unos morritos y un guiño de sus irresistibles ojos color miel le bastaron a Mila para acabar con su determinación.

Cuando terminaron con el segundo café eran ya las ocho de la tarde, justo la hora en la que empezaba el concurso de tapas en el barrio antiguo. Cuando terminaron y llegó a casa eran más de las doce.

Julio se derrumbó en el sofá agotado y le dio al mando del televisor. Los coches corrían rasgando la oscuridad con sus potentes faros y manteniendo la velocidad como si estuvieran a plena luz del sol. Tras unos minutos se enteró de que el Nissan había conseguido aguantar cinco vueltas antes de tener que retirase y que dos de los equipos favoritos también habían tenido que abandonar por distintas causas.

Al fin había conseguido relajarse y estaba viendo al Audi encarar por centésima vez, en cabeza, las curvas Porsche, cuando la cabeza de Mila asomó por la puerta.

—¿No vienes a la cama? —pregunto ella mordiéndose la punta de la lengua con una sonrisa pícara.

—Estoy viendo las veinticuatro horas de Le Mans, voy dentro de un rato.

—¿Seguro? —replicó Mila asomando una pierna enfundada en una media de fantasía y unos tacones largos como un día sin pan.

Julio dudó un momento pero las largas piernas de su novia y las trabillas plateadas de su liguero favorito hicieron que mandase a los coches al cuerno.

La joven tiró de él satisfecha mientras Julio se hacía el remolón y aprovechaba para contemplar el culo respingón y las largas piernas de su hembra.

En cuanto entraron en la habitación Julio abrazó a Mila por detrás haciéndole sentir su erección mientras estrujaba sus pechos a través del sujetador. Su novia suspiró y restregó su culo contra la polla erecta de Julio volviéndole loco de deseo.

Mila se dio la vuelta y se colgó del cuello dándole a Julio un largo beso. Julio se olvidó por unos segundos de los pechos de su novia y la abrazó apretándola contra él, disfrutando de su carne tersa y cálida.

—No te preocupes. — le susurró al oído mientras Julio le besaba el cuello— Enseguida te olvidaras de esos malditos coches.

—Seguro que no son tan malditos cuando sepas que uno de esos trastos lo conduce tu querido Nick Strong. —replicó Julio mientras le quitaba el sujetador.

—¿No te parece un poco arriesgado recordarme a Nick justo en este momento? Mmmm.

—No me importa que pienses en él si eso te pone más cachonda. —dijo él chupando uno de los pezones de Mila.

—Pues yo te prohíbo que pienses en Angelina Jolie. —respondió ella estrujando el paquete de Julio solo un pelín más fuerte de lo necesario.

—¡Auu! Trátalos un poco mejor si no quieres dejarme nenuco*

Julio cogió a Mila por los hombros y la tiró sobre la cama. Agarró a su novia por los tobillos y se los beso con suavidad. Poco a poco sus labios y sus manos fueron recorriendo el interior de sus piernas y sus muslos mordisqueando y tironeando de las medias sin llegar a romperlas.

Mila comenzó a gemir y movió sus pubis excitada. Julio lo vio y besó suavemente su sexo. Mila suspiró y tiró del pelo de Julio para hundir su cabeza aun más entre sus piernas. La lengua de Julio se introdujo en su interior, acarició sus labios y su clítoris provocando nuevos gemidos de placer y empezó a subir por su vientre y sus pechos hasta llegar de nuevo a su boca.

Mila no esperó y cogiendo el miembro de Julio se lo metió ansiosa en su coño. Julio comenzó a moverse lentamente dentro de su chica sin dejar de mirarla a los ojos. Acarició su mejilla y sin dejar de empujar en su interior la besó con ternura.

—Más deprisa —dijo Mila ciñendo sus piernas en torno a las caderas de Julio.

Julio aumentó la velocidad y la profundidad de sus penetraciones disfrutando del calor y la suavidad de la vagina de su novia.

—Déjame encima —Le pidió ella.

Julio obedeció y se sentó en el borde de la cama mientras ella se sentaba en su regazo y rodeando el cuello de Julio con sus brazos se empaló con su polla. Julio tiró del pelo de Mila para poder besarle el cuello mientras ella gemía y se movía en su regazo.

Pronto los movimientos de Mila se hicieron más rápidos y amplios hasta que con un grito, su cuerpo se arqueó arrasado por el orgasmo. Julio se movió ligeramente y le acarició con ternura mientras admiraba el cuerpo esbelto de su novia contraerse y jadear.

Mila se separó y con una sonrisa pícara acaricio la polla de Julio con su labios.

—¡Oh! ¡Sí, nena! —dijo Julio pensando inmediatamente que parecía un mal imitador de un actor porno.

Mila sonrió divertida, se metió la polla de Julio en la boca y empezó a chuparle el miembro con energía.

La muy puñetera le conocía tanto que antes de que le advirtiese, ella se sacó el pene de la boca y lo pajeó unos segundos hasta que Julio terminó corriéndose abundantemente sobre sus pechos.

La noche no terminó ahí sino que la sesión de sexo se alargó hasta que cayeron rendidos ya bien entrada la madrugada.

Julio volvió a despertarse tarde el domingo. Desayunó y se fue directamente a la tele. Los coches seguían rodando y la situación parecía haberse estabilizado en las categorías de prototipos mientras que en las de GT seguían pegándose casi tan igualados como al principio.

Las cámaras dejaron a los dos Audis y al Porsche y se centraron en el “gran” Nick Strong que se sentaba por fin a los mandos de su Porsche 911 con una sonrisa y el dedo pulgar levantado dispuesto a hacer el último relevo.

***

El polvo con la reportera le había relajado y había conseguido que volviese a recuperar la confianza en sí mismo. Además, sus compañeros habían hecho un trabajo espléndido y se encontraban terceros aunque con poco margen sobre sus perseguidores.

Nick aceleró tras salir de boxes y se incorporó a la carrera. El coche era noble y fácil de conducir y la relativa lentitud en las rectas la compensaban en parte cuando llegaban a la zona más virada del circuito. Las primeras tres vueltas transcurrieron sin tráfico y fueron bastante fáciles, pero a partir de la cuarta la cosa se complicó.

El calor y los nervios hicieron que notase como todo su cuerpo se bañara en sudor y empezara a picarle horrorosamente. Al fin, después de otras dos estresantes vueltas pudo relajarse un poco y ese fue su error. En una de las curvas Porsche abrió un poco más de gas de lo debido e hizo un trompo quedando parado en el medio de la pista. Fastidiado puso la primera marcha y comenzó a rodar de nuevo sin darse cuenta de que un LMP-2 se le echaba encima como una flecha. El impacto fue tan violento que el morro del prototipo se deshizo en pedazos y los mil doscientos kg del 911 quedaron tumbados de lado en la pista.

La aventura de Nick en Le Mans había terminado tras veinticuatro minutos al mando de su Porsche 911.

***

El Safety Car salió a la pista mientras Nick trepaba para salir de su coche, se quitaba el casco y lo pateaba con saña ante la mirada divertida de Julio.

En las siguientes dos vueltas los comisarios limpiaron los desperfectos y justo cuando estaban preparándose para reiniciar de nuevo la carrera, las negras nubes que habían estado amenazando con descargar su contenido sobre el circuito durante parte de la noche y toda la mañana se abrieron y la lluvia cayó con inusitada violencia.

Julio vio impotente como la carrera se paraba mientras el agua caía sin interrupción durante las tres horas siguientes hasta que pasadas las veinticuatro horas reglamentarias, los comisarios dieron por finalizada la carrera.

—¿Qué tal el fin de semana? —preguntó Juan en el almacén mientras cargaban las furgonetas.

—No preguntes. Lo tenía todo preparado para ver todo el fin de semana las 24 Horas de Le Mans y entre mi cuñado, mi suegro mi novia y la lluvia logré ver como media hora. A veces me gustaría vivir en el Desierto del Gobi.—respondió Julio cerrando el portón de la furgoneta y poniéndose tras el volante.—Afortunadamente tu nunca me fallas, Camila. —dijo arrancando la furgoneta y dando un suave golpe al salpicadero.

*Juego de palabras entre eunuco y la famosa marca de colonia para bebes.

Relato erótico: “Thriller” (POR ALEX BLAME)

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THRILLER

Ramón se dio unos últimos toques a los rizos de su peluca frente al espejo retrovisor y salió a la fresca noche de Hallowen.

Mientras se acercaba a la casa de Diana miró hacia el cielo. La luna grande y oronda les observaba agazapada tras las nubes que se desplazaban lentamente arrastradas por un suave viento del sur.

—¡Hola Ramón!, Que disfraz más logrado. Date la vuelta y deja que te eche un vistazo. —dijo Diana al abrir la puerta de su casa.

Ramón levantó un brazo y dio una torpe pirueta y un gritito mientras se agarraba el paquete. La cazadora de cuero roja con las dos tiras negras dispuestas en v y los pantalones a juego crujieron a pesar de que se veían bastante ajados.

—¡Tachan! —exclamó él extendiendo los brazos.

—A pesar de que los zapatos negros y los calcetines blancos es lo correcto, sigues dándome grima. —dijo ella.

—¡Ja, lo dices tú meneando esa fusta!

Diana estaba espectacular vestida con un corpiño de cuero que realzaba su esbelta figura completado con un culotte también de cuero, unas medias de rejilla y unas botas de tacón de aguja hasta las rodillas. El largo pelo rubio se lo había teñido de violeta oscuro y se lo había recogido en un apretado moño escondiéndolo bajo una gorra de cuero de reminiscencias nazis.

Ella sonrió enseñando unos dientes blancos y brillantes como perlas que contrastaban con el maquillaje oscuro que adornaba sus labios y rodeaba sus ojos. Ramón sintió una punzada de deseo al ver a Diana morderse el labio y agitar la fusta haciendo que chasquease contra sus botas.

—¡Vamos! —dijo Diana cerrando la puerta.

—Cuando quieras dirty Diana. —dijo Ramón haciendo una torpísima imitación del Moonwalker.

—Sin pasarse pequeño Michael —replicó ella dándole un suave golpe con la fusta en el muslo.

Subieron al coche y veinte minutos después estaban aparcando. Al salir del coche oyeron la banda sonora de Blade salir por todas las grietas de aquella vieja fábrica abandonada.

Los organizadores no habían necesitado mucho para convertir aquel edificio en un lugar oscuro y siniestro. La fábrica Homs era una gran nave de ladrillo de finales del diecinueve con grandes ventanales oscurecidos por el polvo y espesas telas de araña. La mastodóntica maquinaria textil estaba oxidada y parecía no haber sido usada en decenios. Hasta habían tenido suerte con los antiguos focos que aun funcionaban bañando todo el lugar con una luz mortecina.

Los organizadores habían situado grandes altavoces intentando cubrir todos los espacios y habían colocado jaulas con fantasmales gogós retorciéndose al ritmo de la música. La barra tenía casi cuarenta metros de longitud, la habían adosado a la única pared libre de maquinaría y la habían poblado con esculturales camareros y camareras vestidos con uniformes de aire gótico.

En cuanto entraron, Diana le cogió por el brazo y lo arrastró a una de las múltiples pistas de baile. La chica se pegó a Ramón inmediatamente y comenzó a bailar apretando su cuerpo contra el de él, exhibiéndolo con malicia. Ramón le acompañaba moviendo ligeramente las piernas y sujetándole por la cintura sin perderse ninguno de sus contoneos.

El escueto vestido y la mirada traviesa bajo la gorra ligeramente ladeada atrajo a varios moscones, incluso un par de ellos intentaron acercarse y afanarle la chica a Ramón recibiendo sendos fustazos acompañados de crueles sonrisas.

Bailaron sin descanso durante más de una hora, hasta que Ramón, agotado, se llevó a Diana hacia la barra. Pidieron dos cervezas. Diana retrasó la cabeza y bebió con avidez. Ramón observo el largo cuello de la joven moverse mientras tragaba la cerveza fresca. Él dio un trago a la suya sin apartar los ojos del cuello y del pecho ligeramente sudoroso de la joven. Esperó con paciencia a que la chica terminara la cerveza y le dio un suave beso.

Diana reaccionó devolviéndoselo y pegando su cuerpo contra el de él.

—Creí que no lo ibas a hacer nunca. —dijo ella dejándose asir por la cintura y dándole un segundo beso más largo y húmedo.

La lengua de Diana entró en su boca, traviesa y apresurada, explorando cada rincón y colmando la boca de Ramón con una mezcla de aromas de cerveza y frutos secos. Sin pensar recorrió con sus manos la espalda y el cuello de la joven que respondió suspirando sin dejar de besarle.

—Cabrón, que bien besas. Espero que todo lo hagas así de bien. —dijo ella dándole un ligero fustazo en el culo.

Ramón no respondió y se limitó a recorrer el cuello de la joven con sus labios con suavidad, mordisqueando aquí y allá a medida que subía por el hacia su oreja.

—Vámonos, —le susurró él al oído— tengo una sorpresa.

Tras diez minutos de forcejeo consiguieron salir de la improvisada macrodiscoteca y llegaron al coche.

—¡Eh qué haces! —dijo Diana un poco mosqueada cuando Ramón le ciñó un pañuelo oscuro entorno a sus ojos.

—Tranquila, es una sorpresa, —dijo el tratando de serenarla— y estoy seguro de que te gustará.

Diana refunfuñó un poco pero se dejó hacer sentándose obediente, aunque un poco tensa, en el asiento del coche.

Ramón se sentó tras el volante y luego se inclinó sobre Diana; con la excusa de colocarle el cinturón de seguridad aprovechó para rozar con su boca las clavículas de la joven.

Diana suspiró y le insultó en voz baja un poco más relajada. Ramón arrancó el coche y encendió el radio CD. La música de Leonard Cohen ayudó a construir una atmósfera melancólica.

—Ya veo que lo tenías todo preparado. —dijo ella— ¿No me vas a dar una pista de adónde vamos?

—No, nada de nada.

El trayecto no fue muy largo y llegaron a su destino en apenas veinticinco minutos. Cuando Diana salió, ayudada por Ramón, una suave brisa le asaltó poniéndole la piel de gallina.

—¿Dónde estamos?

—Paciencia, en dos minutos habremos llegado y lo sabrás.

Ramón le cogió de la mano y le guio. Los tacones de sus botas se hundían en la tierra húmeda y le obligaban a apoyarse en Ramón para no tropezar. Se pararon un momento antes de oír un ruido de cadenas y unas bisagras que crujieron y chirriaron intentando oponerse sin éxito a los empujones de Ramón.

El barro dio paso a la grava y anduvieron unos metros hasta que finalmente Ramón se paró y abrazando a la joven por detrás le susurró al oído.

—It’s close to midnight and something evil’s lurking in the dark

Under the moonlight you see a sight that almost stops your heart

You try to scream but terror takes the sound before you make it

You start to freeze as horror looks you right between the eyes

You’re paralyzed*

Con la última sílaba, Ramón tiró del pañuelo dejando que la joven recuperase la vista.

—¡Qué fuerte! —dijo ella, sonriendo al ver el panteón de mármol blanco adornado con una multitud de rosas y claveles.— ahora sé porque tardaste tanto en llegar hoy.

—Tenía que prepararlo todo, —le susurró Ramón al oído mientras abrazaba a la joven por el talle acercando su culo contra él— No te imaginas lo que me ha costado recoger todas las flores. he dejado casi limpias las tumbas de los alrededores.

Diana se giró y le dio un largo y cálido beso a Ramón, dejando que este repasase todo su cuerpo con las manos. Apoyándose con las manos en los hombros de él dio un salto y se sentó sobre la lápida. Las flores le protegieron del frio mármol y amortiguaron la caida. Ramón intentó abalanzarse sobre ella. Con una sonrisa la chica levantó sus piernas y le detuvo poniendo sus tacones de aguja sobre el pecho de Ramón.

Frustrado agarró las botas de ella por los tobillos se los besó; continuó avanzando con labios y manos, pierna arriba hasta llegar al interior de los muslos de Diana. La joven suspiró y le revolvió el pelo con la fusta. Sin dejar de besarla, levantó unos momentos la vista y se paró hipnotizado observando como el sexo de la joven tensaba y se marcaba en el fino cuero negro del culotte.

Diana le dio un golpecito con la fusta para sacarle de su ensimismamiento y Ramón con un gesto rápido se lanzó sobre el sexo de la joven que se dobló emitiendo un grito de placer.

Ramón no esperó, deseaba explorar el sexo de la joven sin barreras. De dos tirones le apartó el culotte hasta las rodillas y separándole las piernas todo lo posible se sumergió en la entrepierna de Diana. El chico notó como la vulva crecía en el interior de su boca y se abría ante sus ojos como una cálida y húmeda flor.

Diana gimió aguijoneada por el deseo y con una mano tiró de la suave piel de su monte de Venus para exponer la parte más sensible de su sexo a la boca de Ramón.

Ramón no se cortó y lamió y mordisqueó las partes más sensibles de la joven haciéndole disfrutar como una loca.

—¡Vamos, métemela! —dijo ella con la voz ronca de deseo.

Ramón tiró de ella por toda respuesta y dándole la vuelta la puso de pie con los brazos apoyados sobre la tumba rodeada por un intenso aroma a rosas. Con un movimiento rápido se colocó el preservativo y tras asegurarse de que estaba preparada le introdujo la polla poco a poco.

Diana dio un largo suspiro de satisfacción e intentó separar la piernas todo lo que el culotte que aun estaba enredado en sus rodillas se lo permitía.

Ramón empujó suavemente mientras acariciaba el culo terso y los magníficos muslos de la joven tensos por el esfuerzo de mantener el equilibrio. Estaba tan excitante con aquel traje que no pudo evitar tirar de su cuello y levantarle la cabeza para poder besarle la nuca mientras la follaba cada vez más duro.

La joven intentaba mantener el equilibrio sin ningún otro apoyo que sus piernas pero no tuvo más remedio que apoyarse en la mano que la sujetaba el cuello. La falta de oxígeno intensificó su placer hasta que no pudo contenerse más y se corrió con un largo gemido.

Ramón acarició los músculos tensos y vibrantes de la joven y le soltó el cuello dejando que tomase una larga bocanada de aire.

Diana respiró el aire golosamente mientras él le daba la vuelta y la tumbaba sobre el panteón. La joven echó la cabeza hacia atrás viendo como un querubín la observaba desde un mausoleo cercano. Un par de segundos después notó como el culotte resbalaba por sus piernas hasta desaparecer liberándoselas. Diana abrió sus piernas inmediatamente mostrando a Ramón su sexo ardiente. Con un respingo recibió los dedos del hombre que jugaron con su sexo y lo penetraron buscando su punto G.

Un grito le indicó a Ramón que había dado con su objetivo y engarfiando los dedos lo acarició con suavidad obligando a Diana a suplicarle que le follase. No se hizo de rogar y la penetró disfrutando de la estrechez y el calor de la joven.

Una vez le hubo metido la polla hasta el fondo se paró a pesar de las protestas de la joven y soltando los corchetes del corsé le sacó los pechos. Eran pequeños y redondos con unos pezones rosados, grandes, invitadores.

Diana ronroneó y disfrutó de la admiración de Ramón al tiempo que le golpeaba con suavidad los muslos con la fusta.

Ramón le asió los pechos y se los estrujó con fuerza mientras comenzaba a moverse en su interior. Diana gimió y se dejó llevar disfrutando de la polla que le asaltaba una y otra vez sin descanso.

La joven se irguió y apoyando la fusta tras la nuca de él se agarró con las dos manos para mantenerse erguida y poder besarle mientras él seguía follándola.

Ramón agarró uno de los pechos y lo chupó y lo besó con violencia mientras la penetraba con más rapidez y contundencia, cada vez más cerca del clímax.

Diana sintió como la leche ardiente de Ramón se derramaba en su interior contenida por el condón. Él siguió penetrándola hasta que relámpagos de placer le atravesaron paralizándola.

Diana gimió y se retorció disfrutando de cada oleada de placer dejando que el torso de Ramón descansase sobre su vientre.

—¿Qué es eso? —susurró Diana nerviosa al oír pasos y susurros entre la bruma.

Ramón al principió no respondió concentrado como estaba en escuchar la respiración agitada y el corazón apresurado de la joven , pero al levantar la cabeza también él oyó chasquidos y risas ahogadas.

Diana se vistió apresuradamente y siguió a Ramón que avanzaba con autela entre las tumbas hacia un tenue resplandor que se acercaba hacia ellos en la oscuridad de la brumosa noche.

Un desgarrón entre la bruma permitió a la luna brillar e iluminar una fantasmal procesión de figuras vestidas con túnicas y capirotes blancos portando antorchas en las manos.

—Vamos, Pedro, no enredes.—dijo una de las figuras —aquí está bien.

Ramón y Diana suspiraron a un tiempo al ver que solo eran un grupo de gente disfrazada que también había elegido ese cementerio para hacer alguna broma.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Diana en un susurro mientras observaba como los encapuchados apagaban las antorchas.

—Ni idea ¿Una orgía?

Desde su escondite a unos metros del grupo pudieron ver como uno de los desconocidos sacaba de una bolsa una gran vasija de barro y un cucharón. Otro sacó una garrafa de agua mineral y la vació en la vasija junto con una monda de limón unos granos de café y varios puñados de azúcar.

—Ya sé lo que están haciendo —dijo Ramón con una sonrisa.

—¡El mechero! —pidió una de las figuras más altas.

—Mierda me lo dejé en el coche. —dijo otro.

—¿Alguien tiene uno?

Un murmullo negativo se extendió entre los presentes.

—¡Joder para una cosa que os encargo! ¡Manda huevos! ¡ Y encima apagais todas las antorchas!—dijo el tipo alto.

—¡Coño, esto es mucho más divertido si se hace a oscuras! —replicó otro encapuchado para justificarse.

—Quizás yo pueda ayudar —dijo Ramón saliendo del escondite con Diana cogida de la mano.

—¡Joder, que susto! —dijo una de las figuras con voz de mujer—casi me meo en las bragas.

—Buena aparición Michael, ¿Por qué no os unís a nosotros? —le preguntó el hombre alto con una carcajada— este cementerio parece más concurrido que la Gran Vía.

Ramón y Diana se acercaron y se presentaron como Michael Jackson y Eva Braun mientras le tendían un mechero al cabecilla de la Santa Compaña.

—Apártate un poco Michael —dijo el que llevaba la voz cantante— no me gustaría volver a ver arder esos rizos.

El tipo no se hizo esperar y con una carcajada que pretendía ser lúgubre cogió un poco de orujo con el cucharón y le prendió fuego a la vez que comenzaba a recitar.

Todo el mundo se mantuvo en silencio observando bailar las llamas azuladas en el interior del recipiente mientras el hombre con voz profunda seguía recitando:

…Podridos leños agujereados,

hogar de gusanos y alimañas,

fuego de la Santa Compaña,

mal de ojo, negros maleficios;

hedor de los muertos, truenos y rayos;

hocico de sátiro y pata de conejo;

ladrar de zorro, rabo de marta,

aullido de perro, pregonero de la muerte…**

Poco a poco las largas llamas azules que surgían del cuenco fueron reduciéndose y amarilleando hasta que finalmente el maestro de ceremonias lo apagó de dos fuertes soplidos.

Con el licor aun humeando otro de los encapuchados empezó a sacar pequeñas tazas de barro de un bolsa y sumergiéndolas en el recipiente las llenó y las repartió entre los presentes. Otro más sacó un mp3 con unos altavoces y depositándolo sobre uno de los panteones lo conectó. La música celta inundó el cementerio invitando a la gente a beber, cantar y bailar. El tiempo se volvió confuso, Diana y Ramón bailaron con los desconocidos ligeramente embriagados por la magia de la queimada hasta que la luz del sol les anunció que la fiesta terminaba.

Ramón paró el coche frente a la puerta de la casa de Diana minutos después de la salida del sol.

—Gracias, —dijo ella dándole un beso— Ha sido una noche mágica.

—Me alegro de que te haya gustado —dijo el acariciando el pelo violeta. Yo también me lo he pasado genial. Esos tipos estaban un poco locos pero eran divertidos.

—Casi me muero de risa cuando quedamos con ellos para el año que viene.—replicó ella —pero lo que más me gustó fue el sexo. Me ha encantado como te molestaste para prepararlo todo. Espero que esta no sea la última sorpresa que me tengas preparada.

—Descuida, —dijo Ramón entre beso y beso— no lo sera.

—Por cierto lo pasé también que no me fije de quién era la tumba…

Ramón le susurro al oído la respuesta provocando que la joven se dirigiese a casa en medio de de un torrente de carcajadas.

*Es casi medianoche

y algo malvado está acechando en la oscuridad,

bajo la luz de la luna,

ves algo que casi para tu corazón ,

intentas gritar,

pero el terror se lleva el sonido antes de que lo hagas,

comienzas a congelarte (paralizarte)

mientras el horror te mira directamente a la cara,

estás paralizado.

De la canción Thriller de Michael Jackson.

**Fragmento del conjuro de la queimada.

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 26. Arabella planta cara” (POR ALEX BLAME)

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Capitulo 26. Arabela planta cara.

Las oraciones de Arabela no fueron escuchadas y Hércules se presentó puntualmente, vistiendo un traje de lino blanco y una sonrisa de desfachatez que casi le sacó de quicio. Con una naturalidad desarmante subió por las escalerillas del pequeño buque y saludó a todos los presentes antes de acercarse a ella.

—Hola, querida, te garantizo que esta travesía no la olvidarás. —dijo a modo de saludo.

Arabela le devolvió un frío beso en la mejilla, intentando mantener una imagen de profesionalidad. Tras pensar en cómo incluir a Hércules en la expedición, había pagado a uno de los chicos para todo el doble de sueldo y lo había despedido en secreto para sustituirlo por él. Para justificar su ausencia había dicho que el chico tenía la gripe A y debía guardar cama una semana mínimo. No sabía cuánto tardaría el equipo en darse cuenta de la mentira, pero la alegría que sintió al tener a Hércules cerca fue colosal.

El barco era un pequeño mercante reconvertido en buque oceanográfico. Arabela no había escatimado en gastos y lo había dotado de toda clase de instrumentos de rastreo. Hércules siguió a su amante que le enseñó orgullosa cada rincón de la nave antes de llegar a la sala de mando.

La capitana Goldman les esperaba con una actitud serena y profesional en el puente de mando, saludó a la jefa de la expedición y apenas le dirigió una mirada a Hércules, como si se tratase de un insignificante insecto. Arabela escuchó con interés de los sugerentes labios de la capitana las últimas previsiones para la travesía y observó como, ayudados por el práctico, abandonaban el puerto a un tercio de potencia.

El mar estaba tranquilo, olas de menos de un metro, eran apenas suficientes para balancear ligeramente el barco, lo que fue suficiente para que Hércules se sintiese ligeramente indispuesto las primeras horas de viaje, hasta que su cuerpo logró adaptarse.

En cuanto se sintió un poco mejor, salió del camarote y se dirigió al puente, donde encontró a la capitana charlando con Bela y poniéndole ojitos.

—Ahora que estamos en aguas internacionales podrás levantar el secreto y decirme cual es nuestra misión. —dijo él interrumpiendo la animada conversación.

La cara de satisfacción que puso Arabela al verle no pasó desapercibida a la capitana, que no pudo evitar fruncir el ceño antes de alejarse para dar unas supuestas instrucciones al timonel.

Bela le guio hasta la mesa de mapas donde, con una uña color vino, señaló una pequeño islote deshabitado en las Cícladas, a pocas millas de la isla de Tera.

Aquí, en esta isla, dentro de un enorme tubo de lava semiinundado, está escondida la reliquia más importante del mundo antiguo. Todos creyeron que estaba loca por creer que las leyendas eran ciertas, pero en un par de semanas le demostraré al mundo lo equivocado que estaba.

—¿Qué coños hace ahí el Arca de la Alianza? —preguntó Hércules haciéndose el tonto.

Arabela no pudo evitar soltar una carcajada ante la ocurrencia del joven. La verdad es que no se lo había planteado, pero quizás esa debería ser la siguiente reliquia que debería buscar.

—No, tonto, busco la caja de Pandora.

—¿La caja de Pandora? ¿Y para qué demonios la quieres? La última vez que la manipularon acabó jodida toda la humanidad y Pandora quedó como ejemplo de lo peligrosa que puede ser la idiotez. En mi opinión ese trasto debería seguir perdido. Lo que deberías hacer es hundir con explosivos el túnel de lava. —dijo Hércules haciendo un esfuerzo por disuadir a la mujer.

—Los textos dicen que al cerrarla quedó la esperanza dentro de ella…

—Y suponiendo que eso sea cierto y que no tenga la epidemia definitiva que acabe con esta mierda de humanidad. ¿Qué tiene de bueno la esperanza? —replicó Hércules recordando los sentimientos que había despertado Akanke en él y la profunda desesperación que sintió cuando esta apareció muerta— La esperanza es el deseo de los perezosos y los cobardes. Todos los que no quieren o no pueden conseguir algo, tienen la esperanza de conseguirlo… como si solo con esperar te cayese todo como maná del cielo.

Las palabras de Hércules la hirieron y la enfadaron. Ella no era una idiota, había estudiado todos los escritos de los antiguos filósofos griegos y romanos, logrando separar el grano de la paja y había seguido con determinación y minuciosidad las pistas que había dejado Epimeteo por toda la Hélade hasta conseguir encontrar el sitio donde la caja estaba enterrada y estaba segura al cien por cien de que era lo que contenía… ¿O tenía la esperanza de saberlo?

Enfadada por el fugaz pensamiento frunció el ceño y abandonó el puente de mando con paso rápido en dirección a su camarote.

Hércules la dejó ir. Por un momento vio con cierta esperanza (jodida esperanza, apareciendo una y otra vez) que la mujer vacilaba, pero rápidamente se impuso su orgullo y la vio salir de la habitación con gesto airado.

No volvió a verla hasta la hora de la cena. Se había sentado al lado de la capitana con quién charlaba animadamente. La oficial sonreía, rozaba el brazo de la millonaria y le lanzaba inequívocas miradas de interés a las que Arabela respondía con risas desinhibidas. Hércules se sentó en una esquina alejada y se limitó a observarlas con gesto taciturno. ¿Se habría pasado o solo quería darle una lección? Aquella mujer estaba acostumbrada a hacer lo que le daba la gana y si quería llevar a cabo la misión con éxito, eso debía cambiar radicalmente.

Una determinación comenzó a crecer en su mente cuando terminaron los postres y las dos mujeres abandonaron la mesa cogidas de la mano con descaro. Hércules las observó salir satisfecho.

Esperó unos minutos a que los presentes olvidasen el incidente e iniciasen la sobremesa y disculpándose abandonó el comedor atestado de humo y risas.

Se dirigió al camarote de Arabela y tal como esperaba vio luz saliendo por debajo de la puerta. Con cuidado sacó unas ganzúas y aprovechando una de las sesiones de adiestramiento de Afrodita, manipuló la cerradura en silencio hasta que consiguió abrir la puerta del camarote.

Las estancias de la millonaria parecían más la suite de un crucero que el camarote de un buque oceanográfico. Al traspasar el umbral se encontró en un pequeño recibidor adornado con un mueble de madera de cerezo, y una pequeña banqueta. Avanzó en silencio y atravesó una sala de estar de considerables dimensiones en dirección a una puerta entornada que había en el fondo. Ruidos apagados y respiraciones agitadas surgían del otro lado de la puerta.

Ahogando el ruido de sus pasos en la espesa moqueta llegó hasta el umbral, pero se lo pensó mejor y se volvió al recibidor para coger la banqueta y colocarla de manera que pudiese asistir al espectáculo arropado por la oscuridad y cómodamente sentado.

Cuando finalmente se sentó, las dos mujeres ya estaban desnudas. La capitana Goldman no estaba mal a pesar de que no era su tipo. Tenía el pelo rubio y bastante corto por la nuca y las sienes y más largo y de aspecto despeinado en la parte superior. Tenía el cuerpo esbelto y unas tetas pequeñas con unos pezones diminutos y rosados, uno de ellos con un piercing. Hércules bajó la mirada para observar el culo de la mujer, pequeño y respingón y las piernas delgadas, con las rodillas un pelín huesudas para su gusto.

Las dos mujeres, ignorando que eran observadas por una figura en las sombras, estaban besándose y abrazándose estrechamente. La tez pálida y el pelo rojo de Arabela contrastaban fuertemente con la piel morena de la capitana. La millonaria acarició el brazo de la oficial y fue recorriendo con los dedos toda su longitud hasta llegar al hombro y a los pechos. Rozó los pezones de la joven haciendo que la mujer suspirase suavemente. Arabela aprovechó el momento y se lanzó sobre los labios entreabiertos besándolos con un ansia que para Hércules resulto un pelín exagerado.

De un empujón la tiró sobre la cama, se sentó sobre el muslo de la capitana y comenzó a mover sus caderas restregando su sexo contra los muslos morenos de Goldman. En cuestión de segundos Arabela jadeaba y agitaba sus caderas mientras se estrujaba los pechos con fuerza. Hércules no podía separar la vista de ardiente pubis de la mujer hinchado y húmedo de deseo.

Con un movimiento sorpresivo, la capitana se giró tumbando a su jefa de espaldas para a continuación tomar el mando de las operaciones. Hércules vio como la joven enterraba su cabeza entre las piernas de Arabela que pronto comenzó a estremecerse gimiendo y gritando a medida que se acercaba al éxtasis.

La capitana se giró y sin separar los labios del hipersensible sexo de Arabela, puso las piernas a ambos lados de su cabeza. Las dos mujeres se acariciaron y besaron sus sexos mutuamente, moviendo las caderas como abejas furiosas. Los gemidos de ambas se mezclaban y confundían haciéndose cada vez más intensos hasta que ambas se vieron asaltadas por un intenso orgasmo.

Con el calor aun recorriendo sus cuerpos, Hércules se levantó de su asiento y aplaudió como si fuera un espectador satisfecho. La capitana Goldman se levantó como accionada por un resorte y se abalanzó sobre él, pero no era rival. Con la facilidad con la que se desharía de un mosquito, cogió a la mujer desnuda por las muñecas y sin ninguna contemplación la sacó de la estancia a rastras y la echó de allí mientras ella no dejaba de insultarle y decirle que iba a acusarle de amotinamiento y a colgarle del mástil dónde lo dejaría para que se pudriese a la vista de toda la tripulación.

Hércules cerró la puerta y deslizó el pestillo dejando que la mujer siguiera despotricando desnuda desde el otro lado. A continuación se dio la vuelta y se dirigió a la habitación donde Arabela seguía tumbada, desnuda, con la mata de pelo rojo que tenía entre las piernas llamando su atención de la misma forma que las llamas atraerían a un pirómano.

—¿Quién te crees que eres para tratarnos así?

Hércules no la hizo caso y cogiéndola por el pelo la obligó a levantarse estrellando su cuerpo contra el mamparo con una fuerza cuidadosamente calculada. La mujer soltó un suspiro ahogado sorprendida por la violencia de la respuesta de Hércules.

El joven se acercó a ella dominándola con su envergadura y obligándola a levantar la cabeza en una postura incomoda para mantener la mirada fija en el. Soltó el pelo de Arabela e inmovilizó su mandíbula para besarla. Ella, al principio se resistió, pero el sabor y el erotismo que exudaba aquel hombre eran enloquecedores y en cuestión de segundos se había olvidado de la capitana y estaba restregando su cuerpo desnudo contra la erección que abultaba los pantalones de Hércules.

Nunca se había sentido tan vulnerable y excitada a la vez. Se había llevado a la capitana del barco a la cama con la única intención de hacerle daño a Hércules. Creyendo que si ella no lograba desligarse de él, quizás él pudiese hacer el trabajo. Pero Hércules no era un tipo normal, irradiaba una fuerza y una confianza en sí mismo que la subyugaba. Cuando se dio cuenta se estaba comiendo su lengua golosamente, mientras él acariciaba sus pezones y los pellizcaba con suavidad haciendo que un escalofrío recorriese su espina dorsal.

Hubiese seguido besando a aquel hombre hasta que el tiempo se congelara, pero Hércules separó los labios para poder besar y mordisquear su cuello, sus axilas y terminar en sus pezones ya crecidos y erizados por sus caricias.

Arabela gimió y rodeó los rizos del joven con sus brazos sintiendo como cada caricia y cada lengüetazo amenazaban con hacerla perder el poco control que le quedaba.

Hércules sabía que la tenía a su merced y no esperó más. Cogiéndola por la cintura, le dio la vuelta y la obligó a ponerse de espaldas a él, con las manos apoyadas en la cama. Sin una sola palabra se abrió los pantalones y la penetró de un solo golpe. Todo su cuerpo se estremeció, conmovido por el salvaje empujón. Arabela gritó y se aferró al colchón clavando las uñas en él mientras Hércules le propinaba una brutal andanada.

Arabela se sentía abrumada por el placer primario y salvaje que sentía. Por fin sintió que su amante no se guardaba nada. Las manos de Hércules se agarraban a sus caderas hincándose dolorosamente en su carne y produciendo un delicioso contraste en comparación con el intenso placer que irradiaba desde su coño, de manera que no tardó demasiado en correrse. El orgasmo fue tan intenso que, indefensa, no pudo hacer nada cuando Hércules la obligó a arrodillarse en el suelo y le metió la polla en la boca obligándola a chupársela unos instantes antes de sacarla de nuevo y eyacular sobre su cara y su cuello.

Sin una palabra, ni una caricia, el hombre se tumbó en la cama con un gesto ausente mientras ella, aun estremecida y confusa, se acurrucó a sus pies limpiándose el semen que corría por su cara, consciente de que a partir de ese momento no sería capaz de respirar si él no se lo permitía.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: DOMINACIÓN

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :

alexblame@gmx.es

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 27. Capitulación.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 27. Capitulación.

A la mañana siguiente Arabela se despertó en la misma postura. La fresca brisa del mar entraba por el ojo de buey poniéndole la piel de gallina. Se tapó con la sabana y el movimiento despertó a Hércules por un instante, que medio en sueños la acogió entre sus brazos apretándola contra su cuerpo y trasmitiéndole su calor. Se volvió a dormir hasta que unos suaves golpes sonaron en su puerta y la voz de la capitana se filtró preguntándole si se encontraba bien.

Arabela se despertó y poniéndose una bata de seda se acercó a la puerta y abrió. La capitana entró en la estancia flanqueada por dos fornidos marineros que portaban sendos bicheros. Bela intentó disuadirlos pero los hombres entraron en la habitación dispuestos a reducir a Hércules.

—Tranquila, Hansen y Jensen se ocuparan de él. —dijo la capitana Goldman—¿Te ha hecho daño ese animal? Le voy a hacer pagar caro…

—No hay ningún problema, Mary y será mejor que retires a tus chicos. —le interrumpió Arabela.

Antes de que pudiese terminar la frase se oyeron dos golpes no muy fuertes y en pocos segundos salió Hércules totalmente desnudo y agarrando a cada uno de los marineros por un brazo que llevaba retorcido a sus espaldas.

—A sus órdenes capitana, —dijo Hércules dando un empujón a aquellos dos inútiles de forma que cayesen de bruces a los pies de las dos mujeres.

La capitana observó con asco el cuerpo desnudo y la sonrisa despectiva de aquel estúpido muchacho y no pudo evitarlo:

—No sé qué te crees, gilipollas, pero has infringido las leyes del mar. Has agredido al capitán de un barco, la máxima autoridad en esta lata de sardinas mientras nos encontremos en aguas internacionales. Una orden mía y estarías colgando del mástil.

—¿Y quién iba a colgarme? ¿Serías tú? ¿O serían estos dos inútiles? —replicó Hércules dando una ligera patada al costado a Jensen o de Hansen.

—¡Basta! ¡Los dos! —les interrumpió Bela— Nadie va a hacer nada. Yo soy la que paga los sueldos de todo el mundo así que vamos a volver todos a nuestras respectivas tareas y vamos a olvidar todo lo que ha pasado aquí. ¿Entendido?

—Pero… —intentó protestar débilmente la capitana.

—¿Entendido? La misión de este barco es lo primero y no quiero absurdas rencillas entre los componentes de la expedición. Si alguien tiene algún problema podemos atracar en el puerto más cercano y podrá abandonar el barco. Yo me encargaré de conseguirle un sustituto.

Las duras palabras de Arabela acabaron con la resistencia de la capitana que se tragó su orgullo y se retiró consciente de que si renunciaba a su trabajo perdería un sustancioso sueldo.

El resto del día transcurrió sin incidentes. Hércules empezó a desempeñar sus tareas que básicamente eran ser el chico para todo. Gracias a sus conocimientos prácticos y su fuerza, tanto podía arreglar el brazo robótico de un minisubmarino, como llevar un montón de cajas de provisiones de la bodega a la cocina. El incidente de la noche anterior había sido la comidilla de la tripulación. La capitana con sus ademanes secos y sus maneras autoritarias no caía muy bien a nadie, así que se encerró en el puente de mando y dejó de tener contacto con nadie que no fuese miembro de la tripulación.

Arabela apenas vio a Hércules en todo el día, pero por lo que le decían los miembros de la expedición, había sido un excelente fichaje. Era simpático y un manitas y las mujeres, ante el fastidio de Arabela, no paraban de opinar sobre sus bíceps, sobre su sonrisa o sobre lo que escondía bajo sus bermudas.

Para la hora de la cena ya se había ganado a todo el equipo y todos reían escuchando sus anécdotas y las bromas pesadas que intercambiaba con sus compañeros del equipo de rugby.

La velada terminó rozando la medianoche. Todos los componentes de la expedición se fueron retirando uno a uno hasta que solo quedaron ellos dos. Arabela se levantó charlando con el doctor Kovacs unos instantes antes de terminar y separarse para dirigirse a sus respectivos camarotes.

Al girarse vio que Hércules la seguía sin disimulo. Irritada, aceleró el paso e intentó cerrar la puerta en sus narices, pero él fue demasiado rápido impidiendo que se cerrase del todo. De un empujón abrió la puerta haciéndola retroceder y cogiéndola de un brazo la empujó contra la puerta, cerrándola con el empujón.

Hércules la observó durante un momento y acarició su cabello rojo durante un instante antes de besarla. Sus labios se fundieron y las lenguas de ambos se tantearon con suavidad saboreándose el uno al otro mientras las manos de Hércules se deslizaban por su cara hasta rodear su cuello. En ese momento apretó su cuello cortando su respiración.

—Nunca vuelvas a intentar cerrarme la puerta. —dijo él apretando un poco más— ¿Me has entendido?

Gruesos lagrimones corrían por las mejillas de la mujer haciendo que se corriese el rímel en gruesos churretones por su cara. Arabela sentía como el oxígeno se iba agotando, pero hipnotizada por aquella profunda mirada no hizo ningún gesto de rebeldía. Estaba dispuesta a morir si era lo que Hércules deseaba y se lo demostró quedándose quieta, esperando pacientemente a que su amante decidiera sobre su vida. Finalmente, él aflojó un poco la presa, permitiendole coger una bocanada de aire antes de volver a recibir sus besos.

Hércules la avasallaba con su fuerza y su lujuria desarmándola con caricias y besos, pero sin dejarla en ningún momento tomar la iniciativa. Jamás se había sentido tan excitada e indefensa a la vez. Las manos del joven sacándole la ropa a tirones la devolvieron a la realidad.

Apenas tuvo tiempo de sorprenderse y Hércules ya estaba sobre ella manoseando su cuerpo, besando, chupando y mordiendo hasta dejar su pálida piel llena de marcas y chupetones.

Con una ligera presión la obligó a arrodillarse y le puso la polla en sus manos. Bela la acarició obediente, sintiendo como crecía y se endurecía con sus caricias. Agarró el miembro palpitante con más fuerza y empezó a masturbarle.

Las manos de Bela eran cálidas y suaves y sus gestos experimentados. En cuestión de segundos estaba totalmente excitado. La mujer levantó la vista un instante e interrumpió los movimientos de sus manos para besar suavemente su glande. Hércules sintió un escalofrío recorriendo su columna. Cogiendo su melena en llamas, le introdujo el miembro poco a poco en la boca, disfrutando del calor y la humedad de su boca. Con un último empujón se la alojó en el fondo de su garganta.

Arabela contuvo una arcada. Su boca se llenó de saliva y se vio obligada a retirarse para poder respirar. Hércules la dejó coger un par de bocanadas y volvió a penetrar su boca esta vez con más suavidad, moviendo ligeramente las caderas y dejando que ella fuese la que decidiese hasta dónde quería que llegase su glande. Arabela a su vez chupaba con fuerza y acompañaba con su lengua cada retirada de la polla del joven.

Estaba tan excitada que apenas puso oposición cuando la levantó y la maniato con las manos por delante. Antes de que se diese cuenta estaba con los brazos colgando de una viga del techo del camarote, de forma que solo tocaba el suelo si se ponía de puntillas.

Hércules se paró y observó el cuerpo de la mujer. Los músculos de sus muslos y sus pantorrillas estaban contraídos por el esfuerzo de mantener el contacto con el suelo. Dio una vuelta en torno a ella y acarició su espalda antes de acercarse y taparle los ojos con un pañuelo oscuro.

Arabela no veía nada y apenas podía moverse. Podía olerle y oírle dando vueltas a su alrededor como una pantera hambrienta. Se sintió como una presa, como un sacrificó para aplacar la ira de un Dios. Un roce en su cadera bastó para sobresaltarla y hacer que toda su piel se pusiese de gallina. Levantó una pierna para descansar un poco y ese fue el momento que eligió el para cogerla pasando sus brazos por debajo de sus muslos y penetrarla.

La mujer suspiró excitada y dejó aliviada que Hércules cargara con su peso. Aquel joven la levantaba como una pluma y unas veces la penetraba con suavidad y otras la dejaba caer con todas sus fuerzas ayudándose de la gravedad. La polla de Hércules se abría paso en su interior provocándole un intenso placer y se imaginaba su sonrisa burlona cada vez que ella gemía sorprendida.

Hércules apartó sus brazos para poder acariciar su cuerpo. Arabela perdió el pie un instante y las ligaduras mordieron sus muñecas haciéndole soltar un grito, pero reaccionó rápido y rodeó las caderas de Hércules con sus piernas mientras este se comía literalmente su cuello y sus labios.

Durante unos instantes siguió besando y estrujando su cuerpo y ella no podía hacer otra cosa que abrazar su cuerpo con sus piernas y frotar su sexo anhelante contra su polla.

Con un empujón volvió a dejarla sola en la oscuridad y el silencio. La gruesa moqueta ahogaba todo los sonidos. Le pareció oír algo a su izquierda y se volvió. Una ligera caricia y nada más. Levantó la pierna e intentó barrer el espacio circundante pero no encontró nada. Cuando volvió a apoyar los dos pies en el suelo un par de dolorosos cachetes en el culo hicieron que pegase un alarido. Notó el intenso escozor y la sensación de ardor. Debería estar dolorida y aterrada pero en realidad se sentía aun más excitada.

Se puso de puntillas y retrasó su culo. Las ligaduras volvían a apretar sus muñecas, pero le daba igual. Solo deseaba una cosa, deseaba tenerle dentro de ella. Hércules se tomó su tiempo, pero finalmente la penetró. Las manos de Hércules eran dos serpientes que rodeaban su cuerpo y atacaban sus lugares más sensibles con rapidez y habilidad, produciendo instantáneos relámpagos de placer que intensificaban la gratificante sensación de tener la polla del joven moviéndose dentro de su coño.

Sin dejar de gemir y jadear, Arabela le pedía con insistencia que siguiese y le diese cada vez más fuerte. Cuando esto no fue suficiente comenzó a dar pequeños saltos para intensificar su placer, en ese momento Hércules volvió a agarrarla del cuello y lo apretó con fuerza pero ella ya no podía parar, todo le daba igual, solo importaba el placer que aquel miembro le estaba dando.

El orgasmo le llegó intenso y profundo. Todo su cuerpo se agitó incontenible recorrido por un placer que la arrasaba y se negaba a abandonarla. Hércules se apartó dejándola al fin respirar. Sin ocultar sus movimientos se puso frente a ella y la besó mientras se masturbaba. Le suplicó que la dejase hacérselo ella, pero por toda respuesta solo escuchó un sordo gemido antes de que él eyaculase derramándose sobre su vientre y sus muslos.

Con un último beso el joven la desató y dejó que se quitase la venda de los ojos. Hércules sonreía satisfecho, tal como se lo había imaginado. Arabela se quedó allí, dejando que la observase mientras hacía dibujos con la leche que cubría su vientre.

El resto de la travesía la paso en una nube. Durante el día Hércules la trataba con respeto y deferencia. A medida que el sol avanzaba en su recorrido hacia el ocaso Arabela se sentía más y más excitada hasta el punto de que cuando llegaba la cena solo pensaba en arrastrar al joven a su camarote, pero Hércules alargaba la sobremesa y la torturaba con una sonrisa mientras jugaba a las cartas o contaba chistes a los compañeros de expedición.

Cuando finalmente la llevaba al camarote, totalmente mojada y rendida dejaba que Hércules la follara a su antojo y ella disfrutaba cumpliendo todos su deseos sabiendo que cuando lo hacía siempre era recompensada.

Cinco días después estaban a la vista del desértico islote. Apoyados en la baranda, a apenas cinco millas de la costa, observaron la nubes que se arremolinaban en el horizonte, perfilando la isla. Hércules aspiró profundamente, podía oler la tormenta que se preparaba.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO : PARODIAS

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alexblame@gmx.es

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