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Channel: ALEX BLAME – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “El edredón” (POR ALEX BLAME)

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Desde mi juventud conservo un trauma. Todos los sábados por la mañana, a las diez en punto era despertado para ayudar a limpiar la casa. Era una chorrada, cuarenta minutos a lo sumo pero tenía que hacerse en ese justo momento y a menudo con una resaca espantosa. Cada vez que me levantaba con la boca pastosa y un montón de enanitos bailando la conga en el interior de mi cráneo me juraba a mí mismo que cuando fuese un ente independiente limpiaría cuando me diese la gana. Y así fue, durante un breve espacio de tiempo la suciedad y el desorden dominaron felizmente en mi vida.
Y como nada es para siempre llego ella. Es guapa, lista, dulce, me hace reír y no sé por qué extraña razón me encuentra irresistible. Pero entre todas estas virtudes tiene un gran inconveniente, tiene la puñetera manía de limpiar los sábados.
De nuevo me veo transportado a mi adolescencia, madrugando para frotar, clavándoseme el  insidioso  ruido del aspirador en mi cabeza resacosa. Ella parece no darse cuenta de mi profundo sufrimiento y me mandingonea  llevándome de un sitio a otro de la casa con el trapo o la fregona y reprendiéndome por lo chapucero que soy o por no limpiar el baño con una gran sonrisa de satisfacción en mi cara.
Pero este sábado iba a ser distinto. Desperté con la determinación… no, con la firme determinación de que hoy no iba a limpiar los cristales, de que no me agacharía a quitar el polvo de los rodapiés,  de que no retorcería la fregona, en fin de que hoy sería el guarro que una vez llegué a ser.

 

La primera media hora la gané remoloneando en la cama y haciendo caso omiso de los toques a retreta que me hizo la parienta. Cuando vi que lo estiraba demasiado y que se avecinaba bronca me levanté y me dirigí a la cocina para desayunar. Me tomé mi tiempo y me demoré todo lo posible, para cuando terminamos eran las once de la mañana.
-Vamos, rápido hay que limpiarlo todo antes de ir a comer a casa de mi madre, así que levanta el culo de la silla de una vez.
Yo me levanto y la sigo dócilmente hasta la habitación. La ventana ya está abierta y el aire fresco de la mañana despeja un poco mi cabeza dolorida aumentando mi determinación.
-Saca las sábanas que hay que mudar la cama. –ordena mi novia mientras coge el edredón para sacudirlo.
Yo, me dirijo al armario y saco las sábanas limpias y dejándolas encima de la cama me largo al baño aprovechando que ella está de espaldas.
-Pero ¿Qué haces? ¿A dónde coño vas? Vuelve aquí ahora mismo. –me grita  con las sábanas en la mano.
Yo la ignoro, descargo mi vejiga y me lavo las manos con parsimonia. Cuando vuelvo a la habitación ella me está esperando con la sábana bajera en la mano, y con una mueca de disgusto en la cara. Yo ensayo una sonrisa inocente intentando que se relaje y no se enfade demasiado. El truco está en mantener el nivel de cabreo lo más bajo posible y hacer que todo parezca casual.
Me pongo al otro lado de la cama aparentemente dispuesto a ayudarla a hacer la cama. Ella me lanza la sábana y yo la agarro sólo durante un instante para luego soltarla haciendo que el tejido vuelva revotado y arrugado a las manos de mi novia.
 
-Deja de hacer el tonto.
Yo sonrió y le devuelvo una sonrisa maliciosa. Ella resopla y pone morros, sabe que va ser una mañana dura.
-Cómo lo sueltes esta vez te rompo el alma.
Yo sin decir ni mu recojo la sábana esta vez con diligencia pero cuando se dispone a encajar el elástico en la esquina del colchón, yo fingiendo estirar la sábana para encajarla en mi esquina tiro de ella con fuerza  consiguiendo que se le escape de las manos y quede el pedazo de algodón inerte y arrugado esta vez de mi lado de la cama.
Si las miradas matasen, en estos momentos me estaría friendo el cerebelo, pero yo la ignoro y haciendo un leve gesto de contrariedad, vuelvo a coger la sábana. Esta vez se la lanzo yo a ella pero se me escapa, vaya por Dios y voy a darle  con ella en la cara.
Ahora está realmente enfadada y ahora es cuando empieza lo divertido. Frunce esos exquisitos labios y me grita diciéndome que deje de hacer el gilipollas. Yo no la hago ni caso y me dedico a hacerle muecas intentando que sonría. Gano el duelo y en pocos segundos esta apretando los labios para no sonreír. El resultado es una media sonrisa y unos morritos que me ponen a cien.
Finalmente la sábana bajera está colocada. Mientras ella va a por la otra sábana, yo finjo quitar con diligencia imaginarias motas de polvo de la sábana ya colocada. Mi novia hace un gesto de resignación y me lanza la sábana. Esta vez la tiene cogida con tal fuerza entre sus que sus nudillos están blancos. Así que finjo no darme cuenta y cojo la sábana que me lanza  sin dar problemas.
-¿Qué tal por ahí?
-Cuelga –respondo lacónico.
-Ya lo sé que cuelga idiota, –responde soltando un gritito de desesperación –te pregunto si cuelga mucho.
-No sé, no he visto como está por ahí. –digo con toda la lógica del mundo.
Ella opta por ignorarme y coloca la sábana sin hacerme más preguntas, yo la estiro por mi lado y me quedo quieto de pie viendo como ella la remete por su lado debajo del colchón.

 

-Mete la sábana debajo del colchón, ¿O es que tengo que decírtelo todo?
Obedezco y la meto de cualquier manera, ella lo ve y apartándome con un empujón lo hace ella misma agachándose y mostrando todo el esplendor de su trasero.
Cuando se da la vuelta, me pilla observándola y pone los ojos en blanco y va por el edredón.
-Una pregunta ¿Por qué, si tenemos edredón, ponemos sábana?
-Para no mancharlo –responde ella pacientemente.
-Tenemos tres fundas para el edredón, sigo sin ver cuál es la diferencia entre lavar las sábanas y lavar el edredón.
-La diferencia es que lo digo yo y punto. –responde ella lanzándome el edredón.
Esta vez pasa de darme indicaciones y coloca el cobertor ella misma. Craso error. Cuando se pone de mi lado y se da la vuelta satisfecha por el trabajo realizado, la empujo con un leve golpe de mi barriga y desequilibrada cae sobre la cama arrugando el edredón.
Se levanta como un resorte y con la bata entreabierta me ataca con furia. Yo la abrazo divertido y espero a que se calme. Con rapidez meto mis manos dentro de la bata tocando su piel desnuda y provocándole un escalofrío.
-Cabrón tienes las manos frías –es lo único que logra decir antes de que le tape la boca con un beso.
Sin dejar de besarla recorro su espalda con mis manos, continúo por sus axilas y sus brazos aprovechando para quitarle la bata y dejarla totalmente desnuda a excepción de un minúsculo tanga.
El aire fresco que entra por la ventana acaricia su cuerpo poniéndole la carne de gallina y endureciéndole los pezones. La abrazo de nuevo y la beso mientras sus pezones se clavan en mi torso.

 

Un nuevo empujón y ella se deja caer sobre la cama sin ningún gesto de lucha. Aparto su pelo y le beso la oreja, la mandíbula, el cuello y  las axilas hasta llegar a sus pechos. Los recorro con la lengua los chupo y los mordisqueo  con suavidad arrancándole los primeros gemidos.
Mis manos acarician con suavidad el interior de sus piernas y la mata de pelo de su pubis, las suyas cuelgan inertes por encima de su cabeza.
Mi boca va bajando poco a poco por su vientre, le beso el ombligo haciéndole cosquillas y acabo en sus piernas. Le beso los muslos que cuelgan del borde de la cama y me arrodillo separándole las piernas con suavidad.  Aparto el tanga y acerco mi boca a su sexo. Ella responde con un respingo apretando mi cabeza entre sus piernas. Su vulva se hincha y enrojece casi instantáneamente al contacto con mi lengua. Con mi mano tiro de  la piel con suavidad dejando su clítoris a la vista, lo chupo y lo golpeo con mi lengua, ella gime y abre las piernas instintivamente para hacer su sexo más accesible a mis juegos.
Me levanto y me quito la ropa, ella observa con detenimiento mi tremenda erección sin decir nada. Me inclino y le levanto las piernas para quitarle el tanga. Le beso los pies mientras meto mi polla entre sus muslos. Gime y mueve sus piernas con suavidad acariciándome el miembro con sus muslos y excitándome aún más.
Sin previo aviso separo sus piernas y penetro en su sexo sediento y húmedo de un solo golpe hasta el fondo. Ella gime y me rodea con sus piernas. Durante unos segundos no lo muevo disfrutando del calor de su coño y de la hermosura de su cuerpo desnudo. Poco a poco mis caderas empiezan a moverse lentamente en su interior. Mi polla entra y sale casi por completo con cada movimiento, cada vez un poco más rápido. Mi novia gime y me pide más, me abraza y clava sus uñas en mi espalda.  
A punto de correrme saco mi polla y cogiéndola por las piernas le doy la vuelta y tiro de ella hasta que su culo esta en el borde de la cama otra vez.  Acaricio su espalda y la beso dejando que mi pene roce su culo y sus piernas. Poco a poco voy bajando con mi lengua por el hueco de su columna  hasta su culo. No puedo evitar morderlo con fuerza, blanco y redondo, es como si estuviese mordiendo la luna llena. Ella grita de dolor y me insulta pero al instante lo está moviendo y agitando sensualmente para incitarme. Le pego otro mordisco y separo los cachetes para tener una visión de su sexo caliente y rebosante de jugos que me atraen con su aroma como el néctar de una flor. Primero los pruebo con la punta de la lengua, luego los chupo golosa y ruidosamente. Aparto mi cara y acaricio sus labios hipersensibles con mis dedos, ella gime y se revuelve, yo adelanto los dedos,  atrapo su clítoris entre ellos y lo masajeo consiguiendo que se le escape un grito. Sin darle cuartel la penetro con dos de mis dedos tan profundo y tan rápido de lo que soy capaz. Con cada empujón ella levanta la cabeza y ambos podemos ver su expresión de placer a través del espejo del armario.
Unos segundos después se corre, su cuerpo se pone rígido y mis dedos notan como su vagina vibra y se inunda de fluidos pero yo apenas me doy cuenta disfrutando de la visión de sus mejillas arreboladas y un gesto de profundo placer en su cara con los ojos cerrados y sus pequeños dientes blancos mordiéndose el labio inferior.

 

Excitado por el reflejo del espejo la vuelvo a penetrar, ella me recibe  separando las piernas y bajando el torso. Me vuelvo loco y agarrándola por las caderas la embisto con violencia.
Ella gime y me insulta volviendo la cabeza para mirarme a los ojos mientras nos corremos los dos prácticamente a la vez. Incapaz de parar de golpe sigo penetrándola con  mi polla aún dura alargando su orgasmo.
Aún estamos sobre la cama tumbados y jadeantes cuando llaman al teléfono.
Es el suegro, la parte final de mi plan, aunque lo esperaba un pelín más tarde:
-Hola, Paco ¿Qué tal? –respondo al teléfono intentando calmar la respiración.
-Bien, algo aburrido. ¿Qué tal si vamos a tomar un vermut antes de comer?
-Por mi perfecto –respondo instantáneamente con una sonrisa de oreja a oreja. –Nos vestimos y estamos ahí en veinte minutos.
-¿Se puede saber qué coño hacéis desnudos a las doce del mediodía? No me lo digas, prefiero no saberlo. –Dice mi suegro intentando salir del aprieto -De acuerdo, en media hora en el bar de la esquina.
Me levanto  y me dirijo al baño. Antes de entrar,  me giro y veo el cuerpo desnudo de  mi novia sudoroso y espléndido,   enmarcado por un torbellino de ropa de cama sucia y arrugada. Yo sonrío y ella me contesta con una peineta:
-¡Que te den!  En cuanto volvamos te voy a hacer limpiar toda la casa con el cepillo de dientes. Y no voy a volver a chupártela en tres semanas. –grita mientras yo tarareo una canción en la ducha y simulo que no la oigo.
 
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Relato erótico: “Enemigo público II” (POR ALEX BLAME)

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                Llegó a casa cansada y confusa, no podía parar de darle vueltas a lo que había pasado. Durante el camino de vuelta estuvo a punto de pegársela tres veces con el Alfa.
                Con un impulso repentino, cogió el teléfono dispuesta a contárselo todo a su jefe y dimitir. Si lo hacía así quizás y sólo quizás, no la denunciaran y la quitaran la licencia para siempre. El auricular se quedó a medio camino de su boca. No podía hacerlo, aún tenía el cuerpo estremecido por lo que había pasado unas horas antes.
                -Lo consultaré con la almohada y mañana decidiré con la cabeza despejada.  –pensó tirando la ropa sucia en la lavadora. Totalmente desnuda  se dirigió al baño y abrió el grifo de la ducha. Pero estaba claro que esa noche no iba a terminar nada de lo que empezase. En vez de meterse en la ducha se estaba mirando en el espejo, intentando entenderlo, intentando entenderse. Tenía el cuerpo caliente y pegajoso, pero no quería sentirlo de otra forma.
                Cerró el grifo y se dirigió a la habitación tumbándose en la cama. Distraídamente se rozó el interior de sus pechos con un dedo y se lo llevo a la boca. El sabor inconfundible del esperma de aquel hombre junto con el de su propio sudor inundaron su boca. Así no iba a poder olvidar lo ocurrido y centrarse en el problema.
                Jamás se había dejado llevar de aquella manera. Normalmente solía ser ella la que usaba su belleza y su cerebro para aturdir a su amante y tener el control de la relación sexual. Sin embargo aquel hombre, a pesar de llevar meses sin tocar una mujer o quizás por eso, no se había sentido intimidado por ella. Le había acorralado, Le había magreado, Le había follado con violencia y lascivia y ella se  había limitado a gemir y a dejarse manejar como una muñeca.
                Cuando le paso las esposas por el cuello, pensó que iba a morir pero en vez de debatirse o protestar se había limitado a tensar su cuerpo, preparada para morir si aquel hombre lo deseaba, si le  complacía.
                Analizándolo  fríamente tenía tres soluciones: uno, confesarlo todo y aguantar el chaparrón; dos, seguir su vida como si nada hubiese pasado e intentar, no sabía cómo, evitar que volviese a ocurrir; o tres, dejarse llevar y mantener el engaño todo lo posible aprovechando cada minuto con ese hombre como si fuese el último…
                Cat se levantó de la cama y se dirigió al ventanal. La ciudad se extendía a sus pies ajena  a sus preocupaciones. Hasta ese momento no se  dio cuenta de que seguía con el dedo en la boca. Lo pasó otra vez entre los pechos y lo volvió a chupar. El sabor de aquel hombre volvió a inundar su boca haciéndole recordar cuando hacía nada tenía el miembro de Mario en su boca. Con el dedo aún en su boca recordó cómo recorría aquella verga con su lengua, la sensación de tenerla en su boca, como palpitaba y se movía en su interior incitándola a chupar, más fuerte, más rápido, más profundo.
                Volvía a estar caliente como la lava. Su cuerpo estaba cansado y dolorido por la violenta sesión de sexo pero aún excitado. El dedo esta vez no se quedó entre sus pechos sino que bajo hasta el interior de sus piernas, hasta la entrada de su sexo,  húmedo y caliente otra vez más.
                El solo contacto de sus manos con el interior de sus muslos la inflamo, y recorriendo con la lengua  sus labios húmedos de deseo se acarició el sexo recordando las caricias de Mario. Con un suspiro se introdujo un dedo en la vagina y luego otros dos. Con la mano libre se acariciaba los pechos y se retorcía los pezones. Apoyando la frente contra el cristal y separando un poco más las piernas empujo un poco más fuerte y un poco más adentro temblando de placer.
                En ese momento abrió los ojos y le vio. Apoyado tranquilamente en la barandilla de él edificio de enfrente, un piso por debajo del suyo, un tipo seguía con sus ojos los movimientos  de sus pechos. Al descubrir que lo había visto, el muy mamón, en vez de abochornarse le lanzo un beso.
                Cat, encabronada por la actitud de aquel cincuentón,  pego sus pechos al cristal sin dejar de masturbarse. El cristal frío erizo sus pezones y le hizo dar un respingo. El hombre sonrió, Cat le insulto.
                Saco los dedos de su interior y se los llevo a la boca mirando al tipo a los ojos, el hombre cambio incomodo de postura y se llevó la mano a la bragueta para colocar su miembro erecto de una manera más cómoda en el interior de su pantalón.
                Cat se dio la vuelta y pego su culo y sus piernas contra el cristal para seguidamente separarlas y mostrarle a aquel hombre un sexo abierto y anhelante, pero que no era para él. Sus manos volvieron a acariciar y a penetrar en todos sus recovecos. Cat gemía y se movía, sudaba y se exhibía con descaro.   Los movimientos se hicieron más acuciantes. Cat los acompañaba con sus caderas y jadeaba ansiando tener otra vez a Mario entre sus piernas.
                Con un último impulso, más profundo,  se corrió, sus piernas temblaron y todo su cuerpo se tensó con el placer. Sin hacer caso del mirón se acostó en la cama y se quedó profundamente  dormida.
***
             

  Las luces se habían apagado hacía rato y Mario yacía en su cama, sin poder dormir. Su cabeza era un revoltijo de pensamientos que le impedían cerrar los ojos. Lo que había pasado esa tarde podía calificarse de muchas formas. Imprudencia, impulso, estupidez… pero él prefería calificarlo como una oportunidad. Si jugaba bien sus cartas y tenía un poco de suerte podría salir de ese agujero y retirarse a un país que no admita extradiciones.

                -¿Quieres dejar de moverte? –dijo su compañero de celda. –Así no hay quien duerma, joder.
                -Cállate puto o te arranco la lengua y te la hago tragar
                -¿Qué paso? ¿Fue mal tu entrevista con la psicóloga? –dijo en un susurro para no alertar a los guardias. –Por lo que me han dicho entiendo que estés de los nervios. Está tan buena que Nelson intento violar a Carlos Fuentes después de verla, ¿Puedes imaginártelo? Un peruano de 1.50 intentando reducir a un atleta de 1.85. Pues no te lo creerás pero después de recibir una somanta de palos de Carlos se la pelo seis veces –dijo su interlocutor conteniendo a duras penas las carcajadas.
                -La verdad Paquito es que no me parece tan mala idea. Quizás debería bajarte los pantalones y darte un rato por el culo.
                -¿No lo dices en serio, verdad colega? –Preguntó  Paco cesando de reír instantáneamente – Mi culo es estrecho, peludo y lleno de hemorroides y hace que no me lo limpio semanas. Además te estaba tomando el pelo, puedes pasarte toda la noche haciendo chirriar esos muelles si quieres colega, porque somos colegas ¿Verdad?
                -Tranquilo burro, antes que meter mi picha en ese culo de yonqui leproso me lo hago con Yoko Ono. Ahora cierra la boca y duérmete, o lo que quiera que hagas todas las noches ahí abajo.
                Dos horas después seguía sin poder dormir. Cada vez que trataba de  relajarse intentando dejar la mente en blanco, esta se dedicaba a evocar el cuerpo desnudo sudoroso y jadeante de Cat. Cada vez que cerraba los ojos veía su cara con esa expresión, mitad sumisión, mitad abandono que tan cachondo le puso. Cada vez que cambiaba de postura su pene rozaba contra las ásperas sabanas  provocando una nueva erección. Así que  como  no podía dormir dedicaría la noche a hacer  planes.
                Todo dependía de aquella rubia voluptuosa y complaciente. Tenía que convencerla de que estaba totalmente colado por ella y tenía que hacerlo rápido. Una vez consiguiese su colaboración todo el plan comenzaría a moverse.
                Mañana por la mañana, en cuanto pudiese, llamaría a Ingrid. Sabía que no le dejaría tirado. No le había dicho dónde estaban los diamantes y así podía forzar su colaboración amenazándola con dárselos a los maderos para rebajar la pena que le habían impuesto.
                Ingrid era una pendeja y no tenía escrúpulos pero era muy buena en lo suyo, parecía que le quería y aún más importante adoraba el dinero y el lujo.
                Un clavo para sacar otro. Planear su fuga le ayudo a olvidar un rato a Cat, pero le recordó lo mucho que echaba de menos a Ingrid.
                Ingrid, la turbulenta Ingrid, la violenta Ingrid, la salvaje Ingrid. Si hubiese nacido en los años setenta seguramente se hubiese enrolado en algún tipo de grupo terrorista de extrema izquierda, pero en estos tiempos en los que ya nadie cree en nada que no sea el dinero, era cliente de si misma. Era fría, inteligente, egoísta y violenta, sólo su debilidad por las mascotas le hacía humana. Allí donde fuera siempre le acompañaba una gigantesca gata blanca. Decía que la tenía porque eran almas gemelas y en su opinión tenía algo de razón. Ingrid no era muy alta, pero era ágil y mucho más fuerte de lo que parecía. Su tono de voz era suave y sus ojos del mismo color verde que los de su gata. A las dos les encantaba salir de noche y a ambas les encantaba el pescado poco hecho. Ingrid era austríaca, Frio que así se llamaba la gata, persa.
                Mario se concentró para poder recordar su rostro, su cara ovalada, sus ojos verdes, grandes y un pelín separados, sus pómulos altos, su nariz pequeña y puntiaguda, y sus labios rectos el superior pequeño y el inferior más grueso, siempre pintados de rojo cereza. Su pelo negro fino y lacio, siempre cortado corto y con un mechón teñido de añil, dejando a la vista aquella nuca que tanto le gustaba acariciar…
                -Joder, putas mujeres –dijo sin interrumpir los ronquidos de su compañero de celda.
                Volvía a estar empalmado.
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alexblame@gmx.es

 
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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 21. El Club Janos.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 21: El Club Janos.

Después de dar a Sergio instrucciones para que no se interpusiese en su camino, volvió al piso franco. Cuando llegó faltaban solo tres horas para el amanecer y decidió aprovecharlas para dormir, dejando la lectura de los informes para la mañana siguiente.

El sol, atravesando la ventana del pequeño estudio, le dio en la cara despertándole. Echó un vistazo para cerciorarse de que los dos tortolitos seguían durmiendo y leyó los informes del detective en el ordenador mientras desayunaba un café y un par de tostadas.

El hombre era minucioso y anotaba todo lo que observaba dando una crónica detallada del día a día del hombre, que no parecía separarse de la joven ni un minuto, con lo que Hércules consiguió hacerse una imagen de la pareja. Parecía obvio que era él quien llevaba la voz cantante y la joven se limitaba a hacer lo que le ordenaba. A menudo Julio se mostraba como un tipo dominante y caprichoso y ella se limitaba a obedecer y adorarle como a un dios, su dios.

Cuando continuó con la lectura descubrió que con cierta frecuencia visitaban un club en la zona vieja, el nombre le sonaba, pero no terminaba de ubicarlo.

Buscó en internet y rápidamente recordó de que lo conocía. El Janos era un club de intercambio de parejas. Lo sabía porque uno de sus compañeros del equipo de rugby iba allí con frecuencia.

No le extrañó demasiado. Joanna ya había sido capaz de cometer un delito por él. No le parecía descabellado que eso incluyese sexo con otras personas.

A eso del mediodía, la pareja al fin se puso en marcha y Hércules apagó el ordenador dispuesto a seguirles el resto del día.

Pasó un par de días más persiguiendo a la pareja en sus andanzas. Básicamente no hacían otra cosa que follar y salir de fiesta. Como no quería seguirlos tan de cerca y arriesgarse a que lo reconociesen, había optado por clonar el móvil de Joanna y usarlo como micrófono y GPS para tenerlos siempre vigilados.

El detective había cumplido su palabra, seguía las instrucciones que le había dado, se mantenía en un segundo plano y solo aparecía lo justo para poder seguir realizando informes para la misteriosa mujer. Por ese lado podía estar tranquilo.

A la noche del tercer día, los dos tortolitos se pusieron sus mejores galas y salieron de nuevo a la calle. Hércules salió a la azotea y les siguió pensando que volverían de nuevo a una de las discotecas del centro a beber y a follar, pero le sorprendieron tomando un camino diferente. Finalmente llegaron al club Janos. Hércules se quedó en la azotea del edificio de enfrente y se conectó al móvil de Joanna para poder enterarse de lo que estaba pasando.

Al principio solo oyó el crujido de los objetos que golpeaban contra el móvil dentro del bolso, pero tras uno segundos el bolso dejó de moverse y pudo escuchar algo.

La música en el local era suave y estaba en volumen bajo, permitiendo conversar a los presentes sin tener que forzar la voz. Escuchó como sus objetivos pedían unos gin tonics mientras charlaban con las distintas personas presentes en el club. Las conversaciones eran desinhibidas. Hablaban de preferencias sexuales posturas y fantasías eróticas con otras parejas. Al principio no parecían tener preferencia por nadie, pero tras poco más de media hora pareció que solo quedaba una pareja con ellos.

Charlaron un rato, Julio alabó el pelo largo y castaño y los ojos azules de la mujer de la otra pareja lo que puso a Hércules en guardia. A continuación Julio les preguntó que por que les habían elegido a ellos ya que estaba claro que todas las parejas del local se habían fijado en ellos. Sus interlocutores respondieron que les habían caído bien y que el hombre se había fijado en el cuerpo de Joanna.

Joanna no contestó, pareció la más cohibida de los cuatro. Durante unos segundo se produjo un silencio incómodo que Julio interrumpió con un chiste e invitó a la pareja a una de las habitaciones que había en la parte trasera del club.

El ruido de golpes y roces le indicó que se habían puesto de nuevo en movimiento. Un par de minutos después llegaron a la habitación y Hércules oyó como Joanna sacaba el móvil mientras Julio no paraba de parlotear y posándolo sobre una superficie plana conectaba la cámara.

Hércules pudo ver como la cámara del Iphone abarcaba una habitación tenuemente iluminada con una enorme cama con dosel por todo mobiliario.

En el otro extremo de la habitación Julio entretenía a la otra pareja sin parar de hacerles preguntas y procurando que le diesen la espalda a Joanna para que pudiese colocar adecuadamente la cámara sin que la otra pareja se diese cuenta.

Cuando Joanna terminó, se volvió y se acercó al trío que se acariciaba y se desnudaba mientras conversaba animadamente. No le extrañaba que Julio los hubiese elegido; la belleza de la otra pareja era espectacular. El chico era un hombre joven perfectamente musculado de pecho profundo con un rostro atractivo y una sonrisa socarrona de las que suele volver locas a las mujeres.

La mujer le produjo a Hércules un escalofrío. Era exactamente como la había descrito el detective. No le gustaba nada, pero como aun no sabía lo que aquellos dos pretendían exactamente prefirió esperar. No podía entrar allí y matar a aquella pareja sin ninguna prueba. No sabía lo que querían de Joanna y Julio y ni siquiera estaba seguro al cien por cien de que aquella espectacular mujer fuese la que había contratado a Sergio Lemman.

A pesar de que ya habían acudido a aquel club varias veces nunca se acostumbraría a aquello. Joanna se sentía tan nerviosa y vulnerable que estaba a punto de salir corriendo. Solo una sonrisa de aliento y un ligero cachete de su novio le animaron a continuar.

Por lo menos esta vez su pareja le resultaba realmente atractiva. A pesar de ser más joven que Julio tenía el mismo punto canalla y malote que tanto le ponía. De todas maneras dejó que fuesen su novio y aquella zorra de pelo castaño los que empezasen a acariciarse. Miró a la otra mujer con envidia. Era una belleza. Tenía el pelo largo y liso, de color castaño hasta la cintura, una cintura de avispa que daba paso a un culo respingón y unas piernas largas, esbeltas y morenas que incluso ella estaba tentada de acariciar.

Vio como Julio miraba, estrujaba sus grandes tetas y chupaba sus pezones, sintiendo como los celos la dominaban. Julio la miró y su sonrisa se le clavó en el corazón haciendo que reaccionase.

Apretando los puños para contener el temblor que dominaba su cuerpo se acercó al otro hombre.

Así que quieres que te llame Sirena, —dijo el desconocido acariciando el cabello de Joanna— Puedes llamarme Trancos.

El hombre se desnudó ante ella con una sonrisa desvelando el por qué de haber elegido ese apodo. La polla que colgaba, aun semierecta de su entrepierna era la cosa más enorme e intimidadora que había visto jamás.

Saboreando la revancha, Joanna se acercó al hombre y arrodillándose frente a él la tomó entre sus manos acariciándola con suavidad mientras de reojo miraba la cara de duda y fastidio de Julio al ver semejante herramienta.

Tras un par de minutos abrió la boca todo lo que pudo y se metió la punta de la polla. Inmediatamente un sabor acre inundó su boca. Durante un instante la joven dio un respingo, pero el calor y la suavidad de aquella polla la excitaron animándola a seguir chupando. Medio asfixiada se sacó el pene de Trancos y recorrió aquel bruñido pistón con su lengua, sintió la sangre correr apresurada por aquellas gruesas venas calentando aquel miembro y de paso calentándola a ella.

Giró un instante la cabeza y vio como su novio estaba encima de aquella mujer besándola y acariciando sus pechos y sus piernas. Se quedó un instante parada observándolos y su pareja aprovechó para darle un empujón tirándola sobre una espesa alfombra. Antes de que pudiese reaccionar Trancos esta inmovilizándola con su peso restregándole el pubis con su polla y lamiendo y mordisqueando su cuello y los lóbulos de las orejas.

De un nuevo tirón giró su cuerpo de modo que si la joven levantaba la vista podía ver como su marido le hincaba la polla a la mujer de Trancos sin contemplaciones. Joanna observó como la mujer rodeaba la cintura de Julio mientras este la penetraba con golpes secos, sin apresurarse, haciendo temblar todo el cuerpo de la desconocida.

Por un instante no se dio cuenta de que la boca del hombre bajaba por su cuerpo hasta que se cerró entorno a su sexo. Un gemido salió incontenible de su garganta al sentir como una lengua exploraba su húmedo interior. Inconscientemente, cerró los muslos y combó su espalda incapaz de estarse quieta.

Pronto los gemidos de la otra mujer se unieron a los suyos llenando la habitación. Trancos la dio la vuelta y la puso a cuatro patas. Cuando la polla del desconocido entró en ella sintió como su coño se estiraba lentamente acogiéndola hasta que estuvo alojada en el fondo, golpeándolo y distendiéndolo, provocando un intenso placer que recorría todo su cuerpo.

Joanna gritó y estiró su cuello viendo como la desconocida cabalgaba a su novio dejando que su larga melena ondease al ritmo de sus caderas. Se fijó unos instantes en la cara de su novio que se dio cuenta y el guiñó un ojo antes de agarrar un pecho de la mujer y metérselo en la boca.

Los duros empujones la obligaron a afirmarse en la alfombra y el placer se hacía cada vez más intenso a la vez que los empujones se hacían más rápidos y profundos. El miembro de aquel hombre entraba y salía con fuerza enterrándose profundamente en ella haciendo que perdiese el control sobre si misma…

El orgasmo le llegó arrasador e incontenible, el calor que invadió su cuerpo se unió al del semen de Trancos que eyaculaba dentro de ella una y otra vez prolongando su placer y haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Joanna abrió la boca y gritó a la vez que abría los ojos justo en el momento en que veía como la desconocida se sacaba un largo alfiler que había camuflado entre su cabellera y apuñalaba repetidamente a Julio con él.

Joanna gritó, esta vez de terror e intentó incorporarse y apartar a aquella bruja de su novio, pero Trancos la agarró por las caderas inmovilizándola con su cuerpo y rodeándole el cuello con sus manos.

—Lo siento mucho querida. —dijo el desconocido apretando el cuello de la joven— Pero tu novio no ha sido sincero con nosotros y debe recibir un castigo. No se puede engañar al cártel y pensar que no va a pasar nada.

La presión de las manos aumentaba inexorablemente cerrando sus vías respiratorias. Joanna intento gritar pidiendo auxilio, pero solo salió un áspero gañido de sus labios.

—Quiero que sepas que lo tuyo es pura mala suerte, pero como no os separabais ni un minuto no hemos tenido más remedio que acabar contigo también, no me gusta, pero así es la asquerosa realidad. —continuó el asesino dando un último apretón.

Notaba como sus fuerzas se escapaban. Con un último esfuerzo levantó la vista para ver como la sangre brotaba mansamente del cuerpo inerte del que fuera su novio. Pequeñas motas negras aparecieron ante sus ojos y empezaban a revolotear preludiando la llegada de la inconsciencia y la muerte cuando la puerta de la habitación salió proyectada hacia el interior con estruendo.

Como una tromba, un desconocido de larga melena rubia y rizada y de aspecto intimidante irrumpió en la habitación. La asesina reaccionó inmediatamente y con un grito se lanzó intentando apuñalar al gigantón.

El nuevo invitado agarró a la mujer en el aire y con un gesto de fastidio la estampó contra la pared. La mujer emitió un grito de dolor y cayó como un saco en el suelo, totalmente inconsciente.

Con un juramento Trancos apartó las manos del cuello de Joanna y se levantó. En un principio parecía que iba cargar sobre el desconocido, pero en el último segundo hizo una finta y se lanzó sobre el montón de ropa que había en una esquina.

El gigantón no logró atraparle a la primera, pero con un gruñido se lanzó sobre Trancos.

—¡Cabrón! ¡Hijo de puta sin alma! —exclamó agarrando al asesino por el tobillo.

Tomando aire con ansia Joanna vio como aquel hombre agarraba el cuerpo del asesino por el tobillo lo elevaba en el aire y lo estampaba contra el suelo con todas sus fuerzas. La pistola que había conseguido sacar el desconocido de entre el montón de ropas se le escapó de las manos y cayó mansamente al lado de Joanna.

Como activada por un resorte, se incorporó con la brillante pistola en las manos. De dos pasos sorteó al hombre que yacía en el suelo con el cráneo aplastado, se acercó a la bella desconocida que intentaba recuperarse del vuelo y le apuntó con el arma.

—No te atreverás. —dijo la mujer con desprecio— Y si lo haces pasarás el resto de tu vida en la cárcel.

—Te equivocas en las dos cosas. —dijo Joanna apretando el gatillo— Lo haré y no iré a ningún sitio porque tengo pasaporte diplomático.

Hércules estuvo tentado de parar a la joven, pero se identificaba totalmente con ella y sabía que aunque no le devolviese la vida de su novio, probablemente la venganza le ayudaría a pasar página.

***

—Bien, el tiempo se ha agotado. —dijo Hera observando cómo Hércules borraba las huellas en pistola y la ponía en las manos del cadáver del asesino— ¿Estará preparado?

—No lo sé, pero como dices no hay más remedio. Tiene que estarlo. —respondió Zeus mientras acompañaba a Hera y miraba como Hércules cogía a la joven y se la llevaba en volandas fuera del edificio— Esa diabólica mujer está cada vez más cerca de su objetivo. Va a montar una expedición que le llevará hasta la caja y solo Hércules puede impedirlo. Nadie más podría resistir la tentación de abrir esa puñetera caja.

—Espero que aprendas la lección y te dejes de jueguecitos de ahora en adelante.

—Necesito un último favor…

—¡Oh! ¡Por favor! —replicó Hera con hastío.

—Solo necesito que entretengas a Hades un rato para que yo pueda hablar con Hércules y convencerle de la importancia de la misión. Debe entregarse a fondo.

—¡Maldito seas! —dijo Hera— Espero que todo esto termine bien, porque si no…

Zeus no perdió el tiempo y antes de que Hera desapareciese en busca de Hades ya se había transformado en el anciano director de La Alameda.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO AMOR FILIAL

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Relato erótico: “Historias de la B. La heroína” (POR ALEX BLAME)

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Había llegado el momento. Para eso nos habían adiestrado, desde los cuatro años habíamos sido entrenadas, primero en el baile, luego en la guerra encubierta usando todas las armas disponibles.
Ahora estábamos ante el que podía ser el reto de nuestras vidas, una misión por la que una de nosotras pasaría a la historia. Sus descendientes escribirían libros sobre ella y sería recordada como la heroína que liberó a su pueblo del yugo de sus opresores.
-Seré la elegida –pensaba mientras hacía estiramientos con el resto de mis compañeras, -y disfrutaré de ello cada segundo aunque muera en el intento.
A una señal del jefe, entramos en el círculo del banquete y con un paso grácil y ligero, nos paramos en el centro formando un semicírculo entorno al fuego y frente al invitado.
-Como muestra de respeto ante nuestro Juez y conquistador, las seis muchachas más bellas de la ciudad bailaran esta noche para él, -gritó para que  los asistentes  dejaran sus conversaciones y le hicieran caso –Elegidas desde pequeñas por su belleza y adiestradas, primero en el arte de la danza y luego en su adolescencia, en el del amor, nuestro insigne invitado podrá disfrutar de ellas como más guste, de una, de varias, o de todas ellas.
Con unas palmadas de nuestro jefe comenzó la música, y con ella comenzamos a movernos al son de los instrumentos. Sin separar los ojos de mi odiado enemigo y con una sonrisa que mostraba mis dientes jóvenes y blancos retorcí mis brazos y agite mis caderas al ritmo de la música, dulce e hipnótica. Por mi piel morena y brillante por los afeites que nos habían  aplicado, resbalaban las gotas de sudor confluyendo en el interior de mis muslos y haciéndome deliciosas cosquillas.
Al principio el hombre movía sus ojos preñados de lujuria de un cuerpo cimbreante a otro, sin pararse demasiado en ninguno en particular, pero al cabo de unos minutos empezó a fijarse especialmente en mí. Cada vez que notaba su mirada sobre mí, agitaba mi cuerpo con toda la sensualidad y frenesí del que mi cuerpo era capaz.

 

De las seis, yo no era la más alta, tampoco la más exótica, pero mi pelo negro mis ojos grandes y azules y mi figura voluptuosa me daban ventaja. Sin  quitar mis ojos de los suyos, me acerqué a él y al ritmo de la música y moviendo los brazos empecé a retrasar mi tronco hasta que note que empezaba a perder el equilibrio. Cuando volví  a erguirme, él estaba mirando el relieve que marcaba mi sexo en el diminuto taparrabos que llevaba puesto. Con la punta de la lengua entre mis dientes me incline sobre él y cogí una uva del racimo que tenía en sus manos. El Juez se limitó a mirar como la empujaba dentro de mi boca y la estrujaba con mis dientes dejando que su jugo resbalase por la comisura de mis labios.
A partir de ese momento, ese necio sólo tuvo ojos para mí. Al final iba a tener la oportunidad, ahora tenía que quedarme a solas con él y descubrir su secreto.
La música terminó y nos quedamos quietas, jadeando entorno al fuego, esperando expectantes la decisión del invitado.
El hombre, con un gesto de cortesía por su parte, se levantó un poco borracho y se acercó a nosotras. Una a una nos preguntó nuestros nombres, nos felicitó por nuestra actuación y repartió algunas caricias. Cuando me tocó, simulé un ligero temblor.  El bajo la vista y la paso por mis pechos grandes y turgentes y por mis incitantes caderas cubiertas por un minúsculo taparrabos.
Unos segundos después estaba sentada en su regazo comiendo uvas y bebiendo un poco de vino para adquirir un poco de valor. Mientras tanto las manos ásperas de aquel hombre recorrían mi cuerpo sudoroso provocándome escalofríos de miedo y de placer.
La velada termino con un interminable y rastrero discurso de nuestro jefe alabando todas las cualidades de las que nuestro invitado carecía. Nos levantamos y cogiéndole de la mano con suavidad le llevé hasta una pequeña cabaña en el jardín del pequeño palacio del jefe.
La habitación era pequeña pero había sido preparada especialmente para alojar discretamente al Juez y un alegre fuego la caldeaba y la inundaba con una suave luz dorada. En el centro había una cama con sábanas del más fino lino y varios cojines. Con aparente impaciencia le quite la capa y no pude por menos que admirar aquel cuerpo musculoso y duro como una roca. Su nariz aquilina y sus ojos penetrantes, junto con su melena negra le daban el aspecto de los legendarios leones del Atlas.
Luego me desnudé yo. Las dos pequeñas bandas de tela cayeron a sus pies como años antes habían caído las armas de mis ascendientes tras la cruenta batalla que había acabado en nuestra esclavitud.
Con un ademán fingí que iba a taparme los pechos pero lo que hice fue agarrármelos y juntarlos apuntando mis pezones erectos contra su cara. El invitado sonrió con malicia y admiro mi cuerpo juvenil y elástico, mi vientre liso y mis piernas finas.
Con otro gesto malévolo se quitó el taparrabos mostrándome una tremenda erección. El tamaño de su miembro me intimidó en un principio pero me tranquilicé sabiendo que había sido entrenada durante años para seducir a aquel animal.
El hombre se acercó y sacándome de mis pensamientos me cogió como si fuese una pluma y me beso los pechos.
-Mmm que fuerte, -dije mientras me agarraba a él y le acariciaba la melena. -¿Cuál es el secreto de tu fuerza?
-Comer carne de ternera asada todos los días –respondió el Juez obviamente mintiendo.
Sin hacer caso de su mentira, abracé su cintura entre mis piernas con más fuerza. La punta de su pene rozaba mi sexo excitándome hasta convertirme en puro fuego. Él magreaba mi cuerpo y chupaba mis pezones con tal fuerza que creí  que me los iba a arrancar.
Me soltó y yo quedé de rodillas frente a aquel enorme falo. Lo cogí entre mis manos y lo acaricie mientras introducía su glande en mi boca. Sabía a sudor y a vino. Chupé con fuerza y me retiré dejando su pene oscilando húmedo y congestionado. Lo volví a coger y lo lamí, primero en la base y luego en la punta, mordisqueando ligeramente su glande. El Juez se tensó y soltó un resoplido.
Me metí de nuevo su miembro en la boca y chupé de nuevo con fuerza, subiendo y bajando todo lo que podía por su pene duro como una estaca mientras con mis manos acariciaba sus huevos. El, empezó a gemir con fuerza y a acompañar mis chupetones con el movimiento de sus caderas. Ayudada por sus manos, mis movimientos se hicieron más superficiales y rápidos hasta que  sin previo aviso y empujando con fuerza su pene hasta el fondo de mi garganta eyaculó con un gemido bronco.
Retiro su pene mirándome como tosía y escupía semen y saliva.
-¿Eso es todo? –pregunté desafiante.
-Sólo acabo de empezar –respondió el invitado tirándome en la cama con la erección aún intacta.

 

Se tumbó encima de mí y me beso. Su lengua se introdujo en mi boca con apremio, llenándola con el sabor del vino y el cordero especiado de la cena al tiempo que frotaba su pene contra la parte inferior de mi pubis. Sus labios fueron bajando primero por mi cuello y luego por mis pechos provocando un primer gemido por mi parte, cuando bajó hasta mi ombligo sus manos ya estaban acariciando mi bajo vientre con una habilidad que no esperaba de alguien acostumbrado a tomar lo que desea. Finalmente sus labios se cerraron en torno a mi sexo haciéndome gritar y temblar. Agarré su melena y empujé su cabeza en el interior de mis piernas.  
-Tómame –dije anhelante –te quiero ya entre mis piernas, mi señor.
Obediente cogió su pene, lo acerco a mi sexo, acaricio mi clítoris inflamado con su glande y lo golpeó con suavidad arrancándome nuevos gemidos. Finalmente me penetro, su polla se abrió paso poco a poco en mi vagina. La angostura de mi sexo abrazaba estrechamente su pene haciéndonos gemir a ambos. Me apreté contra él y le abracé con fuerza clavando mis uñas en su espalda mientras empezaba a moverse dentro de mí, primero lentamente, luego al ver que no me disgustaba más rápido y más profundo.
Hirviendo de lujuria levantó mi piernas y las puso sobre sus hombros penetrándome aún más profundamente metiendo su polla hasta que su pubis hacia tope contra mi clítoris con una especie de húmeda palmada. El ritmo del aplauso se convirtió en una ovación justo antes de que volviese a correrse, yo asustada comprobé como después de depositar su carga, su polla seguía dura y firme palpitando dentro de mí. Sabiendo que yo estaba a punto de correrme agarró con fuerza mis muñecas y me propinó repetidos y profundos empujones provocándome un violento orgasmo. Yo gritaba y mi cuerpo se arqueaba con todas las sensaciones que atravesaban y arrasaban todos mis nervios mientras él me inmovilizaba y seguía penetrándome sin piedad.
-¿Vas a seguir eternamente? –pregunté yo.
-Sólo hasta que te rindas –Respondió el con una sonrisa.
-Antes me dirás cuál es el secreto de tu fuerza. –le dije yo desafiante, provocando una nueva carcajada por su parte.
El invitado sacó su polla y cogiéndome por las caderas me dio la vuelta poniéndome a cuatro patas sobre la cama. Yo agaché la cabeza y con las piernas separadas levanté mis caderas expectante. Él se limitó a mirar mi cuerpo jadeante y brillante de sudor esperando abierta y sumisa cumplir sus deseos. Aún estremecida noté como sus dedos acariciaban mi sexo tenso y vibrante como las cuerdas de un violín. Yo gemí y separe aún más las piernas esperando su polla, sin embargo no lo hizo inmediatamente sino que se limitó a penetrar con sus dedos en mi interior haciéndome olvidar el reciente orgasmo y preparando mi sexo para el siguiente.
Se puso en pie y cogiéndome por las caderas tiro de mí hasta poner mi culo en el borde de la cama. Su pene volvió a entrar de nuevo, igual de duro y caliente que antes. Me estiré y clave mis dedos en la ropa de la cama para estabilizarme. Mi coño, lubricado por su eyaculación admitió su polla con más facilidad y él aprovecho para realizar una serie de salvajes embestidas que casi me cortaron la respiración. Sin darme tregua me cogió el pelo y arqueando mi cuerpo con un fuerte estirón siguió entrando y saliendo a un ritmo frenético. El dolor de mi pelo hacía que se me saltasen las lágrimas pero no era nada comparado con el frenético placer que aquel hombre me estaba proporcionando. Esta vez yo me corrí primero. Aun estremecida y con mi vagina contrayéndose espasmódicamente gire mi cabeza intentando ver como aquella polla bombeaba dentro de mí.

 

-Ya se tu secreto, no te lavas nunca. –dije yo entre jadeos fijándome en su torso cubierto de sudor y polvo del viaje…
-Muy bueno. -dijo  él sin parar de embestirme y quitando sus manos de mis caderas para apartar aquella brillante melena de su cara justo antes de correrse… otra vez.
El semen resbalaba por mis piernas procedente de mi vagina ya rebosante. Una fugaz mirada me permitió asegurarme de que él seguía empalmado.
El cansancio no mermo mi determinación. Salí de la cama y lo tumbé con un empujón. Me quedé parada ante el cogiendo aire con fuerza y dejando que admirase mi cuerpo moreno y sinuoso.
-Sé que me has mentido pero me da igual. Yo si te voy a enseñar mi secreto. –Dije poniéndome a horcajadas sobre él.
-Seguro que ninguna de tus novias judías te ha hecho esto nunca. –dije cogiendo su verga e introduciendo la punta en mi ano.
El Juez se puso rígido pero no intentó rechazarme. Yo con un gemido de dolor lo fui introduciendo pulgada a pulgada, tratando de respirar lentamente como me habían enseñado y así poder relajar mi cuerpo. Finalmente la tenía entera dentro de mí. Empecé a moverme lentamente, mientras me concentraba en la respiración  mi ano se contraía furiosamente intentando expulsar aquel cuerpo extraño. El dolor se atenuó permitiéndome aumentar el ritmo con el que subía y bajaba por aquella polla dura y candente. Comenzaba a divertirme, soltando quedos gemidos empecé a acariciarme el clítoris y lo que empezó con mucha precaución se convirtió en una cabalgada salvaje. El Juez gemía anonadado  y recorría mi cuerpo  con sus manos.   Sus manos sobaban mi cuerpo, sus dedos  entraban en mi boca, acariciaban mi vulva totalmente abierta para él y retorcían y tironeaban de los pezones haciéndome hervir la sangre de deseo.
Me incliné para besarle y al apartar su pelo un denso olor a mirra se quedó prendido a mis manos. Un nuevo orgasmo tenso mi cuerpo y me hizo olvidarme por unos segundos. Pero una vez repuesta lo recordé y agarre un mechón con una sonrisa traviesa en mi cara:
-¡El pelo! ¡Es tu melena! –dije aumentando aún más el ritmo de mis caderas.
-Sí, sí… -respondió el intentando parecer lo más falso posible, pero con una inequívoca mirada de fastidio en la cara.
-Esta vez estoy segura, -dije mientras el comenzaba a correrse otra vez – ¿Puedo cogerla?
Sin esperar su respuesta cogí su melena con una mano y tire de ella, el eyaculando con violencia en mi interior no hizo nada por evitarlo. Metiendo mi mano libre entre los cojines, con un movimiento fulminante, saque una daga y se la corte de un sólo tajo llevándome con ella un trozo de cuero cabelludo.
Sorprendido, se quedó quieto mientras la sangre resbalaba por su frente y su erección desaparecía  aliviando mi culo ardiente.
Finalmente reaccionó y me dio un blando empujón al mismo tiempo que yo gritaba con todas mis fuerzas llamando a  la guardia.
Se levantó dispuesto a atacarme y yo retrocedí al fondo de la habitación con la cabellera aún en mi mano.
En ese momento entraron en la habitación los guardias aún temerosos de la fuerza de aquel superhombre. Sin embargo dos porrazos en el vientre bastaron para convencerles de que había perdido toda su energía.
Al fin, Sansón, el hombre que había esclavizado a mi pueblo estaba atado ante mí como un fardo recibiendo una paliza y llorando, no de dolor, sino de frustración.
-Yo, Dalila de los Filisteos, te he vencido –dije limpiándome los restos de semen del interior de mis piernas con  su melena para luego tirarla al suelo.
 

 

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Relato erótico: “Enemigo público III” (POR ALEX BLAME)

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La sala de conferencias de una cárcel de alta seguridad es un puñetero asco, la mayoría de los teléfonos o no funcionan o están tan pringosos de todo tipo de detritus que preferiría acercar su oreja al culo del puto más tirado del correccional.  Además había que olvidarse  de tener cualquier tipo de  intimidad para decir nada y menos para concretar un plan de fuga.
Pero gracias a San Internet y un corrupto funcionario venezolano Ingrid consiguió un título de derecho por la universidad de Caracas en cuarenta y ocho horas, eso sí, previo pago de dos mil quinientos dólares USA. El titulo no le permitía  ejercer,  pero con ese papel y un justificante de que había comenzado los trámites para convalidar el título podía solicitar una visita abogado-cliente.
La sala que les proporcionaron no era muy grande pero era mucho más cómoda. Tenía una mesa de formica y dos sillas de oficina que obviamente provenían de una sustitución de mobiliario que se habría producido hace tiempo en administración. Se las veía baqueteadas pero bastante cómodas. El único adorno de la habitación era un colorido poster que advertía de las consecuencias de practicar el sexo “consentido” sin protección y un gigantesco espejo en la pared de la derecha que obviamente ocultaba una ventana para vigilar discretamente a los asistentes y que no hubiese contactos no autorizados.
Cuando llegó, Ingrid aún no estaba allí, así que se dedicó a inspeccionar detenidamente las aviesas fotografías del poster y a saludar al tipo que estaba detrás del espejo,  antes de tantear las sillas y esparrancarse cómodamente en la que le pareció mejor, a espaldas del espejo.
La paciencia nunca había sido una de sus virtudes pero reconocía que los cuatros meses que llevaba en este pútrido agujero le habían ayudado a cultivarla con esmero, de forma que los veinte minutos que pasó allí sentado no le resultaron demasiado pesados. Cuando estás planeando una fuga todos los tiempos muertos  los ocupas dándole  vueltas al asunto y  pensando en todo lo que puede fallar y en cómo prevenirlo.
La puerta se abrió finalmente e Ingrid entró en la sala precedida por un funcionario que se dedicó a escudriñar todos los rincones de la vacía estancia antes de irse y dejarnos solos.
El aspecto de Ingrid le hizo sonreír. Como siempre, a todos los disfraces les tenía que aportar su nota. Sólo ella podía arreglárselas para que un gris traje chaqueta de buena marca, pero de lo más convencional me provocara una erección. Había recortado la falda casi un palmo de manera que en vez de estar ligeramente por encima de la rodilla le llegaba únicamente a la mitad del muslo y se ceñía tanto a su culo que Mario, el guarda que acababa de irse, el tipo del espejo y  hasta un ciego podían notar el relieve que marcaban en el fino tejido las trabillas del liguero. Las medias de un color claro, con un dibujo en forma de costura negra adornando  la parte posterior de sus piernas largas y flexibles,  acababan en unos zapatos negros con tacones de aguja y la suela color rojo corazón aplastado. La chaqueta era dos tallas pequeña y sólo llevaba los dos botones inferiores abrochados apretujando y juntando sus pechos que se podían entrever a través del escote de una fina blusa blanca cerrada en la parte superior por un pomposo lazo. Para más inri se había pintado la cara a conciencia y sus labios destellaban con su habitual rojo cereza.
En cuanto el guarda cerró la puerta tras de sí, ella, ignorando a Mario por completo, posó el maletín que llevaba en la mano sobre la mesa y se dirigió directamente al espejo, se colocó el pelo  se apretujó la chaqueta inclinándose ligeramente para que los mirones del otro lado pudiesen tener una buena panorámica de sus pechos y se dio la vuelta:
-Hola querido, soy Conchita, tu nueva bogada. Estoy encantada de conocerte. –comenzó alargándome la mano para simular un saludo profesional.
El contacto con aquellas manos de dedos largos suaves y delgados, desprovistos de anillos pero con las uñas largas, afiladas y teñidas de intenso color rojo desbordaron su cerebro con recuerdos. Ella lo notó y sonrió frunciendo los labios con descaro para  desesperación de Mario.  En ese momento, su único anhelo era levantarle las faldas y sodomizarla haciéndola gritar de dolor y deseo.
Después del saludo, él se volvió a sentar pero ella siguió de pie y dio una vuelta por la habitación examinando todos los recovecos con atención buscando cualquier cosa sospechosa de ser un micro  o una cámara. Mientras ella inspeccionaba, él lo hacía también. Seguía igual que el día que la conoció, sus movimientos elásticos y contundentes desde lo alto de esos tacones le recordaban lo mucho que le gustaba follarle con ellos puestos. Mario seguía hipnotizado por la superficie aterciopelada y roja que recubría la parte inferior, entre el tacón y la suela.
Finalmente se dio por satisfecha y se sentó frente a él. Abrió el maletín y saco un block y un lapicero y se puso a hacer dibujitos mientras hablaba en voz baja y escondía su cara de los mirones detrás de mi cabeza:
-Bien cariño, ahora cuéntame.
-Me ha surgido una oportunidad que quizás podamos aprovechar. –Respondió él –resulta que han contratado una nueva psiquiatra, es una buena chica, recién salida de la facultad, pero un poco inocente. La verdad es que no me ha costado demasiado seducirla.
-¿Y hará ese bicho todo lo que le mandes?
-Por las buenas o por las malas. El caso es que está jodida. Puede hacerlo porque yo se lo pida o puedo chantajearla. Además no le voy a pedir nada excesivamente comprometedor. Estos días me estoy portando de la forma más inestable posible. Le sugeriré que pida una evaluación psiquiátrica de mi personalidad con vistas a llevarme a un bonito sanatorio y poder visitarme todos los días y no sólo un día por semana como hasta ahora. Probablemente eso sea suficiente. Ese tipo de reconocimientos se suele hacer siempre en el mismo lugar, no te costará mucho encontrarme. Tenemos dos opciones, uno, que me liberes en el viaje de ida o de vuelta del lugar de reconocimiento o dos que me saques de allí en mitad del reconocimiento.
-Creo que la primera opción tiene más riesgos, habrá más personal pendiente de mí, sin embargo en la clínica donde me realicen el reconocimiento, lo difícil será entrar,  pero una vez dentro será todo coser y cantar.
-No parece mala idea, -aprobó Ingrid – yo y otras dos personas disfrazados de personal, con armas cortas… Podemos interceptarte en uno de los traslados por el interior del complejo, vestirte de paisano y salir por una puerta lateral. Si vemos que la cosa se pone un poco dura siempre podemos activar la alarma de incendios. De todas maneras, para estar seguros deberíamos llevarnos a la chica como rehén.
-Ya lo había pensado pero no sé, quizás nos retrase en nuestra huida. Y luego ¿Qué haríamos con ella?
-Matarla, por supuesto ya sabes que no me gustan los testigos. –Dijo fríamente Ingrid – ¿O le estás cogiendo cariño?
Antes de que pudiese responder note como su zapato se había colado entre mis piernas y me acariciaba con suavidad el paquete.
-Quizás ahora esa furcia te gusta más que yo. –me reprochó Ingrid haciendo un mohín.
-Sabes que eso es una tontería –respondió  ofendido bajándose la bragueta disimuladamente.
 -Más te vale,  -replicó ella clavándome con una fuerza cuidadosamente calculada el tacón de aguja en el escroto –porque lo más probable es que tenga que morir.
Mario soltó un respingo pero no dijo nada, concentrado únicamente en su erección.
Con su habitual maestría, se las arregló para introducir el pene en el puente del zapato y empezó a acariciárselo con suavidad. De vez en cuando giraba el tobillo y haciendo palanca con el tacón presionaba y doblaba su polla erecta para luego soltarla de un golpe y dejarla moviéndose sola, dura y desconsolada en busca de sexo.
Con un movimiento lento y aparentemente casual separó un poco la silla hacía atrás lo suficiente como para que pudiese verle las rodillas y el principio de las piernas desde el otro lado de la mesa. Poco a poco y sin dejar de observar la expresión ansiosa de Mario, fue separando las piernas milímetro a milímetro. La suave banda elástica de las medías adornada con motivos vegetales daba paso a la pálida piel del interior de sus muslos. Cuando termino de abrirse para él, descubrió que no llevaba bragas y Mario pudo ver como de su sexo rojo e hinchado escapaba una gota de líquido claro que resbalaba poco a poco por su piel en dirección a la silla.
Le costó horrores contenerse y no tirarse encima de ella como un animal. Sus manos se agarraron al canto de la mesa hasta que los nudillos se pusieron blancos. La visión del coño húmedo y cuidadosamente arreglado de Ingrid tan cerca y tan lejos le devolvió a los salvajes encuentros que habían tenido en el pasado.
Ingrid volvió a acercarse a la mesa y quitándose el zapato comenzó a acariciarle la polla con sus dedos y con sus medias de seda.
-¿Recuerdas mis polvos? –Comenzó sin parar de recorrer toda la longitud de aquel pene con sus pies -¿Recuerdas cómo jugaba con tu pene en mi boca? ¿Cómo me lo metía entero y me lo sacaba poco a poco atrapado entre mis dientes?
-Si recuerdo alguna vez las marcas de tus dientes en mi glande, recuerdo tu cuerpo retorciéndose cada vez que te penetraba, recuerdo tus gritos, tus arañazos y tus mordiscos cada vez que mis bolas golpeaban contra tu sexo… -continué yo, intentando apretarme contra sus pies calientes y agiles.
-Quiero que cuando te folles a esa mosquita muerta rememores las veces en que me penetrabas por detrás y me follabas sin contemplaciones, cubriéndome con tu cuerpo y mordiéndome la nuca y la espalda como si fuese una leona…
El movimiento de sus pies se hizo más rápido, lo mismo que la respiración de Mario. Ingrid con sorprendente habilidad engancho la punta del pene con su media y tiro hacia abajo envolviendo parte de la polla con el suave tejido. Cada vez que tiraba hacia abajo la malla de seda se le clavaba con deliciosa suavidad en el pene, cuando subía los dedos de Ingrid recorrían su verga y jugaban con sus partes más sensibles mientras que con el otro pie le acariciaba los huevos.
Incapaz de contenerse por más tiempo Mario se corrió empapando la punta de la media y los dedos con su semen espeso y caliente.  Ingrid siguió acariciándole unos segundos más hasta que el pene termino de moverse y comenzó a contraerse lentamente.
Sin decir una palabra se puso los zapatos, recogió el block metiéndolo en la cartera, se levantó y colocándose la ropa le saludo con formalidad mientras que con sus ojos de gata le decía todo tipo de guarradas.
Sin levantarse de la silla, Mario la vio alejarse maravillándose de cómo podía mantener aquel paso ágil y felino con aquellos zapatos húmedos y aquellas medias pringosas de sexo.

Pasaron los días sin que Cat tomase ninguna decisión. Finalmente lo dejo pasar y se juró a sí misma que no volvería a cometer ninguna locura parecida en su vida… 


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Relato erótico: “Enemigo público IV” (POR ALEX BLAME)

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Después de la reunión con Ingrid, Mario tenía dos objetivos en mente, seguir con su campaña de hombre violento y peligroso y aliviar su tensión sexual creciente sin recurrir a sodomizar ningún puto.
La mañana siguiente,  cuando paseaba en el patio, se presentó la oportunidad.  Edu el majadero  estaba  sentado en un  banco haciendo pesas.
Edu era un viejo conocido, había hecho algunos trabajitos con el hacía años pero le daba tanto a los porros y a los esteroides que se terminó convirtiendo en un tío imprevisible. Llevaba en la cárcel dos años y aún le quedaban otros tres. Su novia era una colombiana más caliente que la superficie del sol y no se había logrado adaptar a la nueva situación de pseudoviudez. Seguía visitándole todos los fines de semana y gastando su dinero pero no podía evitar ir saltando de cama en cama cada vez que tenía picor de ingles, cosa que le ocurría con cierta frecuencia.
Antes de hacer el último atraco Mario estuvo vigilando el banco un par de días con un tal Antonio que además de ser uno de los amantes ocasionales de la colombiana era un gran narrador de historias. Entre todas las historias que le contó, una de las que más le gustó fue precisamente la de un polvo que echó con Opalina que así se llamaba la mujer.
La narración fue tan detallada y minuciosa que sólo un video podía haber mejorado la imagen que tenía de la novia de Edu.
Aunque sólo la había visto una vez y por unos segundos en una fiesta hacía años,  gracias a Antonio ahora Mario conocía hasta el lunar del lugar más recóndito de su anatomía, e iba a aprovecharlo.
Tras dar cuatro vueltas al patio corriendo y lanzando golpes con sus puños al aire como todas las mañanas, se acercó a Edu que seguía concentrado en lo suyo, levantar pesas y besar sus bíceps:
-Hola Edu ¿Qué tal te va?  -dijo a modo de saludo.
-Bien, bien. Aquí haciendo un poco de ejercicio.
-¡Ah! Eso está bien, no hay que dejarse sólo porque estés en este cuchitril –Dijo en tono conciliador antes de soltarle la bomba. –pero en realidad no quería hablarte de eso.
-Verás  -dijo Mario empezando una disculpa al más puro estilo “Me llamo Earl” –resulta que hace dos meses justo antes del juicio estaba estresadisimo y me encontré con tu mujer.
Edu dejo las pesas de repente y le miró fijamente con el ceño fruncido pero no dijo nada.
-No me mires así tío  –dijo Mario levantando las manos en actitud defensiva  -la culpa no fue del todo mía. ¿Quién se pude resistir a un culo y unas tetas así?
-Me estás tomando el pelo –replicó Edu levantándose del banco de pesas.
-¡Ojalá! –dijo Mario mientras  alrededor de ambos se formaba un corro que ya era capaz de oler la sangre. –no sabes cuánto lo siento y precisamente por eso y porque te considero mi colega tengo que contártelo.
-El caso es que yo estaba a punto de entrar en la vista para mi libertad condicional y me la encontré saliendo de un juicio rápido por unas multas de tráfico impagadas. Así que ella cabreada y yo nerviosísimo colisionamos en el pasillo provocando una nube de papeles en forma de hongo. Al agacharnos a recogerlos nuestras cabezas chocaron y en ese momento nos reconocimos y nos echamos a reír.
-La verdad es que en aquella cena apenas le puse los ojos encima –continuó Mario –pero en los juzgados los nervios y la conmoción cerebral no fueron capaces de evitar admirarme de lo buena que está tu mujer. La piel color tabaco, los labios gruesos, los ojos oscuros y profundos, el culo enorme y prieto que tienen las mulatas y esos pechos enormes. Encima llevaba un minúsculo vestidito amarillo  que dejaba ver sus muslos firmes y atléticos y que se cruzaba justo por debajo de su busto levantando y apretujando sus enormes melones contra un escote profundo haciendo que el Cañón del Colorado, comparado con su canalillo, pareciese un surco para plantar espárragos…
En ese momento Edu no pudo contenerse más y se lanzó contra Mario con toda la fuerza y la torpeza que le proporcionaba su ira. Mario, excampeón provincial de peso Crucero en su juventud, lo esquivó sin dificultad y aprovechó para hacerle la zancadilla cuando  aquella inmensa mole de ciento diez quilos de puro músculo pasaba a su lado  trastabillando levantando una nube de polvo y detritus al caer.
 -…Nos pusimos a charlar y en unos minutos Opalina me había contado su triste…  vuestra triste situación. –Dijo Mario sin inmutarse mientras dos buenos samaritanos ayudaban a levantarse a Edu y le sacudían el polvo del mono penitenciario mientras la parroquia sonreía disimuladamente –Me contó lo mal que lo pasaba por las noches y se echó a llorar desconsoladamente en mis brazos. Yo sin saber que hacer la abracé y en el justo momento que sus pechos y sus caderas se apretujaron contra mí me di cuenta de mi error…
Edu recuperado del batacazo, esta vez fue más listo y se acercó a Mario con más prudencia.
-… La reacción de mi polla fue instantánea y me hubiese muerto de vergüenza allí mismo si no fuese por la mirada y la sonrisa lujuriosas de tu hembra. –continuó Mario a la vez que esquivaba dos directos demoledores de Edu y le largaba un directo al plexo solar que le hacía retroceder unos pasos jadeante. –inmediatamente se dio la vuelta y apretó su enorme culo contra mi polla dura y caliente como un hierro al rojo…
A todo esto, no hay nada mejor para reunir a una multitud en una cárcel que la sangre y el sexo. Hasta los guardias se acercaron dispuestos a disfrutar del espectáculo y con las porras preparadas para evitar que la cosa se desmandase.
Tras los dos primeros minutos la gente ya estaba apostando, no sólo por el resultado de la pelea, cuantos heridos habría aparte de ellos dos o en que parte de su anatomía descargaría el contenido de sus testículos. Mientras tanto Mario seguía hablando, esquivando puñetazos y bailando alrededor de Edu sin siquiera jadear:
-… La casualidad quiso que justo enfrente de nosotros saliese una mujer de una pequeña habitación con material de oficina. Sin parar de frotarnos y sobarnos el uno contra el otro cogimos la puerta antes de que se cerrase y nos colamos dentro. La habitación era oscura cuadrada y pequeña pero estaba iluminada con una bombilla de sesenta vatios y lo mejor, contra la pared había apiladas tres cómodas sillas de oficina. Cogí una de ellas y me senté a ver como Opalina se meneaba y se iba desnudando poco a poco…
-¡Hijo la gran puta! ¡Cabrón! ¡Voy a arrancarte  los ojos y te los meteré por el culo! –Chilló Edu fuera de sí lanzándole un gancho que no le dio por milímetros.
Mario, sin perder su sangre fría interrumpió su relato para lanzarle un directo que impacto con un desagradable crujido en la nariz de Edu, la cual se puso inmediatamente a sangrar.
-El rápido estriptease termino con el orondo y turgente culo de tu novia a la justa altura de mi cara, -reanudo Mario su relato –así que separe sus nalgas dejándome obnubilado la vista del interior de su sexo rosado y húmedo contrastando con el intenso moreno de su piel y el abundante matojo de pelo negro que lo rodeaba. Ella, creyendo que yo dudaba agitó su culo como una avispa  gimiendo con el placer anticipado…
La sangre manaba en abundancia de la nariz torcida de Edu pero esto no impedía que redoblara sus ataques aunque siempre con escaso éxito. Mario mientras tanto, se limitaba, gracias a su envergadura, a mantenerlo a distancia con combinaciones de jabs y directos.
-…No me hice esperar y recorrí su sexo con mi lengua hasta terminar aprisionando su clítoris entre mis labios. Ella grito y se sujetó a una estantería temblando. Continué explorando su anatomía con mis dedos y mi boca, su sexo vibraba y expulsaba fluidos que yo chuperreteaba golosamente…
Edu seguía insultándole y con un buen amago logró superar la guardia de Mario impactando con su puño en el pecho. Mario vaciló y se dejó caer contra el círculo de espectadores para recuperarse. Edu se lanzó sobre él como una bestia y le lanzó un directo capaz de derribar un árbol pero Mario ya se había movido y en lugar de él,  un gilipollas del bloque tres volaba por un lado y sus dientes por el otro.
-… ¡Caray! Eso ha dolido Edu. –Dijo Mario sonriendo –Por dónde íbamos… ¡Ah! Sí. Como ambos teníamos algo de prisa ella se giró y se sentó encima de mí a la vez que se metía mi polla en su coño con un largo suspiro…
-Tan largo como tu polla, ¿eh tío? –dijo un payaso en primera fila justo antes de que Edu se volviese y le rompiese la mandíbula.
 -Gracias por pedir silencio Edu –dijo Mario ante la rechifla general –no sabes lo que me cuesta contarte esto y que me interrumpan constantemente lo hace más duro todavía.
-… Con toda mi polla en su interior comenzó a bailar una cumbia sobre mí. Su culo se agitaba y se retorcía a un ritmo endiablado mientras yo chupaba y mordisqueaba sus pezones duros y grandes con esas areolas del tamaño de galletas María…
-Tu chorba es tan caliente que en pocos minutos ya se había corrido  un par de veces y ante mi estupefacción  se levantó y agarrándose a la estantería y separando las piernas me dijo “follame el culo”.
-Ni corto ni perezoso lubrique un poco mi polla y la introduje poco a poco, suavemente en el culo de tu compañera. –Continuó Mario –A pesar de tener un culo tan grande Opalina tiene un ojete deliciosamente estrecho, su esfínter se contrajo varias veces intentando expulsar aquel cuerpo duro y caliente pero rápidamente se dilató permitiéndome penetrarla sin dificultad. Los primeros gemidos y lamentos de dolor  de Opalina rápidamente se convirtieron en suplicas para que entrase más rápido y más profundo…
Mario, que se estaba empezando a cansar, cambio de táctica y empezó a machacar a Edu a conciencia para poder derribarlo con el fin de la historia.
-…  Con cada nueva acometida, Opalina se agarraba con más fuerza a la estantería hasta que un nuevo orgasmo, más fuerte que los anteriores, le recorrió todo el cuerpo haciéndole temblar de pies a cabeza con una violencia tal, que acabó con la mayor parte del contenido de la estantería en el suelo.
La cara de Edu era un poema. Tenía un ojo hinchado y por el otro apenas podía ver y la sangre corría, proveniente de su nariz, por su mono manchando todo el pecho de un rojo intenso, arterial.
-… Sudorosa y jadeante Opalina se arrodilló ante mí y mirándome a los ojos se metió mi polla profundamente en su boca,  hasta casi atragantarse. Cuando la sacó, la rodeó delicadamente con sus manos  y empezó a jugar con sus labios y su lengua en mi glande. Mi polla palpitaba y se retorcía a punto de reventar. Opalina, consciente de que ya no podía aguantarme un segundo más, se la metió de nuevo en la boca y la chupó con fuerza hasta que me corrí.
-…Esta vez fue ella la que sorbió con gusto mi semen mientras me acariciaba los huevos con suavidad como queriendo exprimir hasta la última gota de su contenido…
En ese momento un último intento de Edu por alcanzarle falló estrepitosamente y  Mario aprovecho para sacudirle un violento crochet de derechas que le dio entre la sien y la oreja dejándole totalmente sonado. Un último directo acabó con Edu en el suelo totalmente inconsciente.
En pocos segundos la gente empezó a cobrar sus apuestas. Un pequeño malentendido degeneró en una reyerta que acabó con otras tres personas más en la enfermería, una por un pincho y las otras dos por las porras y los táseres de la policía.
No estaba mal, había empezado una pelea con innumerables testigos que había terminado con seis reclusos en la enfermería, uno de los cuales, Edu, estaba bastante más que abollado.
Dentro de dos días vería a Cat, y dentro de una semana… la libertad.
 
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Relato erótico: “Enemigo público V” (POR ALEX BLAME)

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Nunca en su vida Cat se había puesto a fumar antes de desayunar pero se despertó tan ansiosa que su primer movimiento al sonar el despertador fue acercar la mano al paquete de tabaco. Sólo después de dar dos intensas caladas se serenó lo suficiente para darse cuenta que el despertador seguía aullando. Lo apagó y se dirigió al baño para darse una ducha.
La determinación de los primeros días se había ido esfumando y las noches se llenaban  de pesadillas violentas y lujuriosas.
Al  final, el día que tanto ansiaba y temía había llegado. Desnuda delante del espejo notaba como todo su cuerpo hormigueaba y bullía de una excitación que ni siquiera la nicotina había conseguido calmar. Se acercó al armario y se miró al espejo que cubría uno de sus paneles.  Allí parada y desnuda ante el espejo se rindió y se preparó para un nuevo encuentro con Mario.
Con el cuerpo aun tibio por la ducha eligió un conjunto de ropa interior con medias a juego que había comprado carísimo y que aún no había estrenado. El día prometía ser tórrido así que se decantó por una minifalda negra que  llegaba justo por debajo  del elástico de las medias y una blusa de seda blanca y translúcida que se cerraba por detrás. Satisfecha se miró una vez más al espejo y tras maquillarse, hacerse un apretado moño con su pelo y ponerse una gabardina y los zapatos de tacón negros salió suspirando a la calle.
Cuando entró en el Alfa notó como le temblaban las manos al introducir la llave en el contacto. Se había entretenido demasiado preparándose, así que excitada por la prisa y por el inminente reencuentro, se deslizó entre el tráfico velozmente esquivando coches y camionetas de reparto, adelantando por la derecha e incluso saltándose un par de semáforos.
Aún así llego diez minutos tarde. Cuando pasó el control de la entrada ya había un funcionario esperándola.
-Hola Caterina, hoy llegas un poco tarde. –dijo el funcionario a modo de saludo.
-Hola Melecio, me dormí y el tráfico está fatal. ¿Está Mario esperando ya? –preguntó intentando que no le temblara la voz.
-Sí, pero antes tienes que pasar un momento por el despacho del alcaide, quiere verte por no sé qué asunto urgente.
-Dios –pensó Cat tragando saliva mientras seguía en silencio al guardia hasta el despacho del alcaide.
A medida que se acercaba la angustia le atenazaba y no podía imaginar otra razón para ir allí que no fuese su sesión de sexo ilícito. Intentó preparar un discurso de disculpa y un modo de despedirse de aquel trabajo con dignidad pero su mente era un revoltijo y lo único en lo que podía pensar era en que ya no podría volver a abrazar el cuerpo desnudo  de Mario.
Melecio abrió la puerta del despacho del alcaide sin ceremonias y le franqueó el paso.
-Hola Cat,  –dijo el alcaide saliendo de detrás del escritorio y dándole la mano. – adelante quítate la gabardina y siéntate por favor.
Cat se sentó pero no se atrevió a quitarse la gabardina enseñando su atrevida indumentaria y  dio una excusa imprecisa para dejarla puesta mientras se sentaba. Ante ella, con su impecable traje de raya diplomática y sus gafas redondas en la mano, el alcaide la miraba con algo más que curiosidad.
-Te preguntaras por qué estás aquí –comenzó el alcaide mientras echaba una fugaz mirada a Cat en el momento en que ésta cruzaba las piernas y estiraba su gabardina. –Bien, ¿Ves ese montón de expedientes en mi mesa? Son los candidatos que se han presentado para tu puesto.   Entre ellos hay muchos con mejor currículo y otros tantos con insistentes recomendaciones, hasta he recibido la llamada de un secretario de estado, pero te he elegido a ti.
-No entiendo…
-¡Oh! Es muy sencillo. –le interrumpió posando sus gordezuelas manos en los hombros de Cat.

-Eres una mujer muy hermosa –continuó el alcaide acariciando la mandíbula de Cat haciéndola recurrir a toda su fuerza de voluntad para no crispar todo su cuerpo ante el contacto. –y eso no abunda por aquí. Yo soy de la opinión de que en una población de setecientos reclusos salidos,  esto puede llegar a ser muy útil. Precisamente he estado pensando estos días en uno de tus pacientes ese tal Frías.

-Si Mario Frías, un tipo de cuidado. –intervino Cat intentando fingir desapego y profesionalidad. –pero si lo que quiere es saber algo de lo que hablamos en las sesiones, sabe de sobra que está amparado por el secreto profesional.
-Mmm, sí, eso  es un pequeño inconveniente, pero deje que le explique y luego podemos volver a lo del secreto profesional. Supongo que ya habrá leído su expediente,  así que no hace falta que le recuerde que ese hombre atracó un banco con extrema violencia. Lo que no conoce son las circunstancias de la detención. Ese hombre acompañado de dos cómplices, uno de ellos una mujer entraron en el Barclays y después de reducir a los guardias  se dirigieron directamente al despacho del director y le arrebataron la llave de la sala de las cajas de seguridad. Una vez allí ignorando un montón de dinero en efectivo abrieron solamente tres cajas y se llevaron todo su contenido. En tres minutos estaban fuera, se largaron en un RS3 robado y no le hubiésemos pillado si no se hubiese demorado a la hora de cambiar de coche. Según parece fueron al polígono industrial donde tenían escondido el segundo coche pero éste no arrancó, así que Mario optó por dejar a sus compinches en distintos puntos del barrio e ir a deshacerse del coche a otro lugar. Entonces fue cuando tuvo el accidente, nadie resultó herido pero tres personas le vieron la cara, con lo que sabiendo que tarde o temprano iba a ser identificado, abandonó  el coche y escondió el botín.
-Un día después fue detenido, se le sometió a un escrupuloso interrogatorio, se registró su apartamento y se interrogó a todos sus familiares y conocidos pero no se consiguió dar ni con sus cómplices ni con el botín.  Nadie sabe lo que había en las cajas de seguridad pero la aseguradora ofrece casi dos millones de recompensa por su contenido y ahí es dónde entras tú. Estaría dispuesto a ofrecerte, digamos, el treinta por ciento de esa recompensa por tu colaboración.
Fingiendo meditarlo, Cat se tomó su tiempo para contestar.  Cambió de postura descruzando las piernas para ganar un poco más de tiempo y tras lanzar una mirada valorativa al alcaide dijo:
-El cincuenta.
-Imposible, el plan es mío y estoy asumiendo muchos riesgos.
-No tanto como los que yo voy a tomar. Tú puedes acabar despedido pero yo voy a la cárcel de cabeza, además el setenta por ciento de cero es cero, bastante menos que el cincuenta por ciento de dos millones.
-Está bien –replicó el alcaide mortificado –pero quiero resultados rápido. Haz lo que haga falta, si necesitas algo…
-De momento no necesito nada –dijo Cat evasivamente
– ¿En qué piensas?
-En que esto va a llevar su tiempo. Ese hombre es astuto, obstinado y extremadamente violento. Debemos hacerlo con cautela. Si se huele algo incluso podría correr peligro. Si se me ocurre algo ya te llamaré.
-Muy bien pero el tiempo no nos sobra,  no lo desperdicies. –dijo el hombre intentando ocultar sin éxito el brillo de avaricia de sus ojos tras los redondos cristales de sus gafas. –Hay mucha gente detrás de esa recompensa.
Cuando Cat entró en su despacho, Mario ya estaba cómodamente repantigado en el tresillo con los ojos cerrados pero indudablemente alerta. Sin hacer caso de su taconeo el hombre siguió tumbado con sus manos encadenadas reposando en su regazo.
-¿Estás cómodo? –preguntó Cat mientras se sentaba al otro lado del escritorio.
-Llegas tarde –respondió Mario lacónico.
-Tuve una reunión con el alcaide. –dijo Cat ligeramente irritada por la actitud del hombre.
-Ajá, -dijo Mario incorporándose. –Me imagino de que habrás hablado con ese viejo verde.  ¿Te gusta la sensación de  esas manos gordezuelas sobre tu cuerpo? Por lo que me han dicho tiene especial fijación por los pezones y tú los tienes muy bonitos…
Cat no respondió ante la provocación y cogió el expediente de Mario que por lo visto no paraba de crecer. En él se incluía un nuevo y detallado informe sobre la pelea en el patio hacía dos días.
-Tú también has estado entretenido por lo que veo –dijo Cat  hojeando el informe para aparentar una calma que no sentía.
-¿De veras quieres hablar de eso? –replicó Mario levantándose y acercándose a Cat. –Si quieres podemos matar el tiempo que tenemos hablando sobre mi infancia. Sobre cómo me violaba mi abuelito y como eso llevo a un niño inocente a convertirse en un delincuente sin escrúpulos o…
Sin terminar la frase agarró a Cat por la gabardina y levantándola la beso con intensidad.  Cat intento separarse para respirar pero Mario tenía aprisionada su cabeza entre sus manos. Notó como Mario le quitaba las horquillas que mantenían su moño sin dejar de explorar su boca provocando una avalancha de pelo rubio por su espalda.
Cat se separó y se quitó la gabardina tirándola sobre la silla, Mario se quedó parado  admirándola y haciendo sonar las cadenas de sus esposas.
El tiempo inactivo no había mermado sus capacidades y en cuestión de medio minuto las horquillas de Cat le sirvieron para abrir las esposas.  Sin darle tiempo a que  la joven se apercibiera, Mario se acercó y la besó de nuevo, todavía con las esposas puestas pero no cerradas. Con un movimiento rápido se sacó las esposas y tirando de las muñecas de Cat la esposo con las manos  a la espalda.
-¿Qué haces? –Preguntó Cat de nuevo sorprendida por aquel hombre. –¡Quítame esto ahora mismo!
-Tranquila sólo te estoy proporcionando una valiosa experiencia. –Dijo Mario con una mueca de diversión –Quiero que experimentes lo que se siente ante la privación de libertad.
Cat intentó decir algo pero Mario le tapó la boca:
-Uno de las primeras consecuencias es que no siempre puedes decir lo que deseas.
-Tampoco puedes defenderte –continuó Mario agarrando a Cat por el pelo y obligándola a arrodillarse.
Humillada Cat permaneció arrodillada en silencio mientras observaba como Mario se desnudaba. Un gran cardenal adornaba el centro de su pecho  recordándole la violencia de que era capaz aquel hombre. Sin saber por qué le vino a la memoria un artículo de un viejo libro de la biblioteca de la facultad en la que se asociaba la asimetría de los rostros con la brutalidad de los asesinos.
-En la vida pocas veces tienes lo que quieres, en la cárcel conseguir una sola cosa es la excepción que confirma la regla. Hasta la más pequeña minucia que en una vida normal no apreciarías aquí se convierte en un privilegio. –dijo Mario mientras terminaba de quitarse toda la ropa.
Cat vio cómo su pene casi totalmente erecto se balanceaba mientras Mario se acercaba a ella. Arrodillada y con las manos a la espalda no pudo evitar que Mario le agarrase de nuevo del pelo y le metiese la polla en la boca sin contemplaciones. Sin sus manos para controlar la profundidad de su penetración. Notó como la polla de Mario se alojaba en el fondo de su garganta y crecía de tamaño hasta sofocarla.
-Lo primero que notas cuando te privan de la libertad es lo poco que la valoras cuando disfrutas de ella, y cuando te la quitan es como si te faltase el aire. ¿No crees? –dijo Mario mientras retiraba un poco su pene para permitirla respirar.
Cat, medio ahogada tosió y escupió sin decir nada, únicamente concentrada en respirar. A pesar de todo el maltrato y lo incómodo de su situación, todo su cuerpo hervía de deseo por aquel hombre. Aún jadeante acerco su cara al miembro cárdeno y palpitante de Mario y lo acarició suavemente con la lengua recorriendo y chupando lentamente toda su longitud hasta llegar al escroto.
Mario se dejó hacer cerrando los ojos para concentrarse en el placer profundo y primario que le proporcionaba Cat al chupar sus testículos. Poco a poco volvió a la realidad y cogiendo su pelo lo utilizó para obligarla a ponerse de pie.
El dolor de su cuero cabelludo al levantarse utilizando el pelo como único puto de apoyo le hizo soltar a Cat un gritito ahogado. Una vez en pie Mario empujo su cuerpo indefenso hasta topar con el escritorio.
-Otra cosa que experimentas casi desde el primer momento es que la fuerza es la que gobierna todo tu mundo.
Cat indefensa como estaba con la mano de él pegándole el rostro contra la brillante superficie del escritorio no hubiese podido evitar que Mario hiciese lo que le viniese en gana aunque hubiese querido. Inmovilizada y con el culo al aire  no pudo evitar que Mario le separase las piernas con varios cachetes en la sensible piel del interior de sus muslos y acariciase rudamente e exterior de su sexo estremeciéndola de placer. Cat  agito el culo  y gimió excitada intentando incitar a Mario a follarla.
Ignorándola pero sin soltarla, Mario le acaricio la vulva y el ano sin poder apartar la mirada de sus piernas torneadas enfundadas en las finas medias, y  con los muslos rojos por sus azotes. Incapaz de resistirse pellizcó y mordió su culo con fuerza arrancándole gritos de dolor y excitación.
Cuando Mario la penetró finalmente, todo su cuerpo se estremeció. Su polla dura y caliente resbalaba en su interior excitando todas sus terminaciones nerviosas y provocándole una avalancha de sensaciones que apenas podía abarcar.  No se movía, no pensaba, sólo se dejaba llevar  y gemía al ritmo de las embestidas de Mario incapaz de contener su placer.
Mientras Cat se abandonaba al placer Mario tiro de su pelo  y con un empujón calculado, la estrello contra la pared. Con satisfacción vio como Cat trastabillando e incapaz de parar su caída impacto contra la pared con el pecho perdiendo el aliento.
-Otra cosa que crispa los nervios a una persona cautiva son los registros. –dijo Mario mientras aprovechaba la sorpresa de Cat para arrancarle los botones de la blusa y desabrocharle el sujetador.– Suelen ser sorpresivos y violentos. No sólo tienen el objetivo de detectar objetos o substancias ilícitas también son un eficaz medio de coerción y humillación.
Las manos de Mario la abrazaban por dentro de la blusa amasando sus pechos, acariciando y pellizcando sus pezones. En ese momento Mario  cogió su polla y con un empujón seco  la introdujo en el culo de Cat.
Cat grito de dolor e intentó apartarse pero Mario la aprisiono con su cuerpo contra la pared inmovilizándola con lo que Cat sólo podía hacer leves intentos con las manos que tenía inmovilizadas a su espalda.
Cat, con todos los músculos contraídos por el dolor intento relajarse y respirar con normalidad para mitigarlo. Poco a poco su ano fue adaptándose al miembro de Mario y el dolor se hizo soportable. Antes de empezar a moverse en su interior Mario comenzó a acariciar su sexo con habilidad inflamándola. Sin darse cuenta fue ella la que empezó a moverse acompañando las caricias de Mario. Pronto comenzó a sentir un contraste delicioso. Por detrás el dolor que le producía el pene de Mario abriéndose paso por sus entrañas, por delante sus manos acariciándola, encendiéndola y excitándola, por detrás el calor y la suavidad firme del cuerpo de Mario, por delante   la dureza fría y húmeda de la pared de la oficina.
Esta vez con más delicadeza Mario comenzó a empujar dentro de Cat. Su culo virgen rodeaba y apretaba su miembro con fuerza haciéndole gemir. Cogiéndole de los brazos la separo de la pared y siguió penetrándola cada vez con más fuerza. Cat  emitía leves quejidos y contraía los músculos de  las piernas intentando instintivamente mantener el  equilibrio. Sin dejar de penetrarla finalmente le quito las esposas.
Cat se separó  de  él inmediatamente y sin dejar de frotarse las muñecas maltratadas se volvió  y le escupió. Le escocia el culo pero ya no podía parar. Le quería otra vez en su interior pero se tomó su tiempo.
-¿A qué adivino que es lo peor? –dijo ella dándole la espalda y quitándose la falda y las bragas. –Lo peor es la espera, cuanto menos tiempo queda más lento se arrastra el tiempo y más locuras se te pasan por la cabeza. Ahora te quedan más de diez años y no lo piensas –dijo acercándose a él de nuevo y acariciando y observando a su antojo el cuerpo desnudo de Mario.
Haciéndole una seña con la mano para que se sentase se sacó el sujetador quedándose desnuda delante de él salvo por la tenue blusa y empezó a masturbarse. Se acercó a Mario y dándole la espalda se inclinó para que  pudiese ver su sexo dolorosamente excitado justo antes de que volviese a meter el pene en su culo. El dolor había quedado ya muy atrás y Cat subía y bajaba con fuerza sintiendo oleadas de placer cada vez más intenso.
Finalmente Cat se corrió pero Mario, incansable, siguió acariciándole su sexo abierto hasta que Cat con un segundo orgasmo noto como su coño se inundaba  y expulsaba un chorro de líquido al exterior.
Cat se levantó, sus pierna brillaban  y su blusa se pegaba a sus pechos como en un concurso de camisetas mojadas. Adivinando sus deseos, Cat le acerco los pechos  y le dejo chupar los pezones. Después del segundo orgasmo había quedado satisfecha y sólo quería que el disfrutase. Se agachó y sin dejar de mirarle con esos ojos profundos y avellanados metió su polla bajo la blusa y la introdujo entre sus pechos tibios y suaves. Ayudándose con sus manos los apretó contra la polla  de Mario dejando que el la deslizase entre ellos hasta que Mario empezó a dar señales de que no iba  aguantar mucho más.
Cat volvió a coger la polla de Mario   y se la metió en la boca chupándola y lamiéndola con suavidad mientras Mario eyaculaba  con todo su cuerpo crispado por el placer…
-¿De qué hablaste con el alcaide? –pregunto Mario mientras se abrazaban y descansaban desnudos en el tresillo.
-Oh, nada, tiene la estúpida idea de que te puedo sacar información a base de polvos. Peor para él. Así podre pedir una supervisión más frecuente de un  caso tan límite como el tuyo.
-Mmm –intento disimular Mario sin terminar de creer en su buena suerte.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta la idea? –Preguntó Cat incorporándose y mirándole a los ojos.
-No, es que se me acaba de ocurrir que si me ingresases en una institución psiquiátrica podrías someterme a una observación constante y el alcaide no podría interrumpir nuestra relación a su capricho.
-No te soltará tan fácilmente. Cree que eres la gallina de los huevos de oro.
-Puedes sugerirle que me puedes sacar la vedad más rápidamente con las drogas.
-¡Joder como no se me había ocurrido! Mañana mismo le llamo. Estoy segura de que esa garrapata avariciosa aceptara sin pensarlo dos veces. Pero hay un inconveniente, para hacerlo hay que pasar por un tribunal médico en el que no puedo influir. Tendré que prepararte para que lo pases.
-¿Y dónde es?
-Suelen hacerse todos en el Hospital de la Piedad, a unos quince quilómetros de aquí. Está relativamente cerca y tienen un buen servicio de psiquiatría siempre dispuesto a colaborar.
Cuando finalmente se separaron la satisfacción de Cat era enorme pero la de Mario no podía medirse. Estaba a dos pasos de la libertad. Sólo un detalle  ensombrecía su exultante alegría, la imagen del cuerpo frio y muerto de Cat…
 
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Relato erótico: “Desafio extremo” (POR ALEX BLAME)

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Debe ser mi pasado como deportista, pero cuando veo un desafío soy como Jesús Calleja, no cejo hasta que lo conquisto y la primera vez que la vi, acompañada de su vigilante madre, sabía que era gordo como los catorce ochomiles.
Cuando me crucé con ella por primera vez, el pañuelo blanco severamente ajustado al delicado óvalo de su  cabeza no impedía que un pequeño mechón negro y brillante como el ala de un cuervo escapase por el borde superior. Aprovechando mis gafas de espejo, disminuí un poco el ritmo de mis pasos y me dediqué  a observar a la joven.  Durante los escasos segundos que tardo en pasar ante mí, pude apreciar unos ojos grandes redondos y expresivos de color caramelo  enmarcados por unas cejas finas y unas pestañas largas y rizadas. Su nariz era pequeña y respingona, sus labios gruesos y rojos  y su cutis era pálido y suave,  sin ninguna mancha aparte de un pequeño lunar en el pómulo izquierdo, todo sin una  gota de maquillaje.
Me aparté para dejarlas pasar por la estrecha acera y aproveché para echarle un último vistazo a su cuerpo, tan rotundo y voluptuoso que el vestido largo y basto como un saco no era capaz de disimular.
A partir de aquel día comencé a acecharlas, y digo bien acecharlas porque la madre,  un esperpento pelirrojo y de malignos ojos verdes la vigilaba como un halcón y no se separaba de ella ni veinte centímetros.
Salían todos los días a caminar con aquella especie de hábitos. La única concesión que hacían en su indumentaria era un paraguas negro y grande como una carpa si llovía y unos abrigos gruesos de lana en lo más crudo del invierno.
Al principio me limité a observarlas de lejos con ropas discretas y sin quitarme las gafas de sol, pero cuando me sentí un poco más seguro,  me puse un sobrio traje negro,  me afeité  la perilla y comencé a coincidir con ellas y a saludarlas amablemente en la calle, en el supermercado o en la iglesia de santo Tomás Apóstol a la que acudían casi todos los días a oír misa a las ocho de la tarde. Cuando me las encontraba me mostraba exquisitamente solícito y jamás olvidaba saludar antes a la madre,  de dirigirme a ella cuando charlaba sobre cualquier fruslería y nunca me paraba más de dos minutos.
Poco a poco y con el paso del tiempo la relación fue afianzándose pero el avance era desesperantemente lento así que decidí  darle un empujón al asunto. Para ello le pedí un favor a mi amigo Dani que participó con mucho gusto previo pago de treinta euros y una birra.
Cuando  entraron las dos del brazo en la plaza de la iglesia,  puntualmente como todas las tardes,  se pararon en seco embargadas por el espectáculo. Allí estábamos Dani y yo discutiendo a grito pelado. Como habíamos quedado le llamé desalmado, pecador y asesino de bebes y el me propinó un izquierdazo al que yo respondí cayéndome al   suelo como un saco intentando hacerme el menor daño posible. A continuación Dani escapó corriendo con cara de gran satisfacción.
Las mujeres finalmente reaccionaron y se acercaron a mí. Yo fingí estar mareado y necesitar auxilio para levantarme y entre las dos me ayudaron a incorporarme. Por primera vez,  en cuanto la joven me tocó, ignore a la vieja harpía y le dedique una mirada de profundo agradecimiento. Enseguida  aparté la mirada y me dediqué a darle las gracias a la vieja pero no antes de comprobar en su mirada y en el ligero temblor de sus labios  la profunda emoción que había conseguido despertar en la jovencita.
Intentando no desaprovechar el momento y con una pose de profundo desaliento les conté la historia que había preparado minuciosamente.
Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada  les conté a las dos mujeres cómo mi hermano Dani había traicionado y deshonrado el nombre de la familia yéndose a vivir con una mujer divorciada, practicando el sexo con preservativo y usando la píldora del día después en repetidas ocasiones. Tras el relato y fingiéndome algo más recuperado les dejé ir a misa. Esperé un cuarto de hora y entre en la iglesia. Me senté en uno de los últimos bancos y  aguardé.

Cuando terminó  el cura y sabiendo que madre e hija se quedaban unos minutos reflexionando me acerque a él  y le pedí confesión. El cura, que no me conocía, puso cara de  escepticismo pero accedió.  Una vez arrodillado en el confesionario  y vigilando por el rabillo del ojo que era objeto de atención por parte de las dos mujeres le conté la escena de ira que había tenido lugar momentos antes así como varios pecadillos bochornosos pero sin importancia y con mi carga de avemarías y padrenuestros me dirigí al banco más cercano para hacer penitencia mientras las dos mujeres se iban de retirada sin apartar los ojos de mi atribulado personaje.
El empujón había surtido efecto y ahora cuando me encontraba a las dos “monjitas” nos parábamos a hablar durante un buen rato. A estas alturas ya me atrevía a soltar alguna mirada de casto interés a María, que así se llamaba la joven, ruborizándola y provocando miradas de fingido reproche por parte de la astuta madre.
Finalmente un día de abril, después de Semana Santa, contando con la subida de hormonas primaveral y con la prolongada separación que suponía el haberme ido a esquiar a Baqueira (para ellas una semana de profunda meditación alternada con largos periodos de ayuno en Santo Domingo de Silos) le pedí permiso a la madre para salir con su hija a pasear.
Después de cinco días de deliberaciones familiares obtuve permiso para pasear  por el parque e ir a misa, eso sí, cogidos de la mano y  vigilados estrechamente por Casilda que así se llamaba la vieja bruja.
Debíamos de ser un espectáculo de lo más chocante, incluso notaba algunas risas a mis espaldas…  también se reían de Juanito Oiarzabal cuando decía que iba a subir los catorce ochomiles.
Lo que no sabía Casilda es que como a Messi,  si me los dejan,  dos metros me bastan para hundir cualquier defensa y más si se trata de una joven de veintipocos totalmente inocente en lo que al juego amoroso se refiere.
El primer paso era hacerla reír, lo cual conseguía contándole  inocentes chistes para niños que sacaba de internet. Luego poco a poco fui elevando el tono y la seriedad de mis relatos eso si manteniendo la vista al frente y simulando total naturalidad, pero notando como la mano de la chica ardía, sudaba y se estremecía.
El domingo, después de misa  invité a Casilda y a su hija a cenar un potaje de garbanzos y un poco de pescado para agradecerles su paciencia conmigo. Ellas aceptaron sin sospechar para nada que una peligrosa trampa se estaba cerrando entorno a ellas.
Las invité a entrar,  entré cortésmente tras ellas y con discreción di dos vueltas a la cerradura  y guarde la llave en el bolsillo.
La mesa estaba puesta en el salón comedor y sin dejar a Casilda rechistar la senté delante del televisor a ver el DVD que había regalado El Progreso  con la toma de posesión del nuevo obispo, mientras me llevaba a María a la cocina con la excusa de que me ayudase a freír los jureles.
En cuanto entramos en la cocina la agarré por el cuello y utilizando mi cuerpo para inmovilizarla contra la pared  la besé.  María respondiendo a años de adoctrinamiento ultracatólico reaccionó intentando debatirse, pero en cuanto  solté su cuello e introduje  mi lengua en  su boca la sorpresa se convirtió en excitación.
Con las mejillas ruborizadas y la respiración agitada me abrazo y me devolvió el beso, primero con timidez, sin saber muy bien que hacer, luego dejándose llevar por su deseo y su instinto. Sabía a canela y clavo.
Desde el comedor llegó la voz de su madre preguntando si necesitábamos ayuda rompiendo el hechizo. Separé los labios para decirle  que estaba todo controlado y aprovechando el momento María se escurrió y se dirigió hacia el frigorífico para sacar el pescado.
Aparentando haberme calmado saqué la sartén y el aceite mientras ella enharinaba el pescado. Le deje la iniciativa y enseguida se adueñó de los fogones con una sonrisa, consciente de que le miraba el culo con descaro. Me acerqué y le quité el pañuelo, una suave cascada de pelo negro y brillante se derramó por su espalda hasta casi rozar su cintura. Tiré suavemente de el para descubrir su cuello y poder besarlo, ella soltó el mango de la sartén y se dobló dócilmente gimiendo de placer. Mientras acariciaba su pelo con una mano, ceñí su cintura con la otra apretando mi incipiente erección contra su culo. El pescado crujía, chisporroteaba y se doraba  lentamente igual que mi entrepierna. Incapaz de contenerme agarre sus pechos con fuerza.  María se puso rígida un momento pero se dejó hacer. Sus pechos, grandes como cantaros me resultaron blandos y acogedores incluso a través del basto tejido del vestido.
Con una disculpa me separe de ella y aparentando turbación por mi osadía cogí la fuente del pan y la llevé al salón. Como me había imaginado, Casilda pudiendo elegir entre varios cómodos butacones, escogió una silla pesada y de respaldo recto, sin cojín y con unos reposabrazos labrados, incómodos y duros como piedras. Totalmente abrumada por la ceremonia que estaba viendo en la tele no se dio cuenta como me acercaba por detrás. Con dos movimientos rápidos y repetidamente ensayados le até con unas bridas los brazos a los reposabrazos y antes de que se le ocurriese protestar,  estaba amordazada con un  trozo de sábana. La mujer intentó debatirse pero la silla de madera de castaño vieja y maciza apenas se movió. Con una sonrisa y un guiño la dejé y fui a la cocina.
Cuando volví a la cocina María estaba sacando los peces de la sartén. Con suavidad la aparte del pescado frito y maloliente mientras le acariciaba la cara, le besaba suavemente y le susurraba palabras de amor.
Cogiéndola de la mano y tirando suavemente de ella la llevé al salón. Cuando vio a su madre atada se sobresaltó pero un nuevo beso largo, húmedo y profundo acabó con su voluntad. Sin dejar de mirarla a los ojos le quite el burdo vestido y la sencilla ropa interior de algodón.
María,  avergonzada y temblorosa por la mirada reprobadora de su madre, intento tapar su cuerpo  rotundo y voluptuoso pero yo, tranquilizándola con palabras suaves y arrulladoras, le aparte los brazos hasta que se quedó allí, en el medio del salón, quieta como una estatua, con los brazos inertes a los lados mientras yo disfrutaba  admirando su cuerpo turgente y juvenil.
María bajo la cabeza y esperó. Yo me limite a disfrutar del momento y a observar sus pechos grandes y pesados con los  pezones rosados y pequeños, su vientre liso y sus piernas largas y torneadas. Avance unos pasos y la rodeé rozando su pubis con la punta de mis dedos provocándole un estremecimiento.
Tuve que contenerme para no dar un tremendo estrujón a ese culo y tomarla en ese mismo momento pero conteniéndome a duras penas,  me acerqué a la madre, la cual no paraba de moverse intentando liberarse.
-¿Verdad qué es una auténtica belleza? ¿Verdad que parece haber sido creada para pecar? –Le susurre a Casilda al oído –El hecho de haber esperado durante tanto tiempo la hace aún más apetitosa.
-¿Te acuerdas de tu primera vez? –Continué mientras observaba como María esperaba pacientemente con la mirada baja –seguramente tenías tan poca idea como la tiene ella ahora mismo. Igual que tú se asustará y temblará de miedo como un pajarillo cuando vea mi cuerpo desnudo y mi verga empalmada. Para cuando entierre mi miembro en su coño seguirá temblando, pero será de placer.
La vieja harpía se debatía e intentaba gritar atragantándose con la tela que tenía alojada en su garganta, tosiendo y moqueando. Sin hacer caso de su furia me quité toda la ropa hasta quedar totalmente desnudo y me acerqué a María. Ésta, acobardada por mi miembro erecto balanceándose obscenamente, dio un paso atrás.
Cuando me acerqué la tome por la nuca y la besé dejando que mi  polla rozara su vientre. El contacto con su piel suave y cálida fue exquisito. Le cogí la mano y la guie hacia mi polla. María la agarró, primero con dudas y luego con curiosidad. Al descubrir el glande se inclinó para ver mejor. Su boca estaba a escasos centímetros de mi polla y aprovechando el momento acerque mi glande a sus labios y lo metí en su boca.  Acostumbrada a obedecer María no opuso resistencia y arrodillándose empezó a chupar y a lamer siguiendo mis instrucciones mientras yo miraba malévolamente a los ojos desorbitados de su madre.
María, olvidada toda vergüenza, se incorporó y subiéndose a la mesa abrió sus piernas dejando a la vista su sexo excitado y anhelante. Me acerqué y acaricié con mis manos la mata salvaje de pelo que cubría su pubis y su sexo. Con mis dedos acaricié su vulva que reaccionó inmediatamente congestionándose y los metí en el interior de su vagina hasta chocar con el himen. María suspiro y levantó levemente las caderas intentando incitarme a seguir adelante.
Me incliné y le besé los muslos que olían a agua de rosas. Poco a poco mi lengua fue avanzando hasta que todo su sexo estuvo en el interior de mi boca.  María abrió más las piernas y tirando de mi pelo y gimiendo acompañó los movimientos de mi lengua con sus caderas. Me erguí y dejé que mi miembro erecto y brillante por la saliva de María descansase sobre su vientre  golpeando su vulva  suavemente  con mis testículos.
Tiré de ella para besarla y mi polla quedo aprisionada entre nuestros vientres. Cuando noto que mi polla superaba ampliamente la altura de su ombligo se asustó un poco y tuve que tranquilizarla. La besé y estrujé sus pechos disfrutando esta vez sin impedimentos de la suavidad de su piel. Con mis labios agarre sus pezones y se los chupe arrancándole nuevos gemidos.
Con la voz ronca por el deseo se volvió a tumbar y me pidió que fuese dulce con ella. Excitado como un burro le separé las piernas y lubricando mi pene a conciencia lo introduje en su vagina. Casi inmediatamente la punta de mi glande chocó con su virginidad. Tomándome mi tiempo y preparando a María lo tanteé un par de veces para comprobar su resistencia y luego con un movimiento seco  atravesé su himen.  María soltó un breve grito, yo continúe empujando poco a poco hasta que toda mi polla estuvo enterrada en su coño. Con suavidad empecé a entrar y salir, disfrutando de su sexo estrecho caliente y suave. María gemía y loca de placer me suplicaba que le diese más. Mi ritmo se fue acelerando,  abriéndome paso sin piedad en su interior , “citius altius fortius” hasta inundar su vagina con mi corrida.
María, al notar como mi pene escupía  el semen en su interior  paro de moverse, creyéndose satisfecha pero  tiré de ella y poniéndola de pie le di la vuelta y la penetré por detrás. Con cada embestida su culo temblaba y sus piernas vacilaban. María gritaba cada vez más fuerte a medida que iba acercándose al climax hasta que el orgasmo la dejó totalmente muda y sin aliento. Con el cuerpo temblando y paralizado por las descargas del orgasmo no pudo impedir que yo continuase penetrándola esta vez con una furia salvaje.  Enseguida note que tras un leve momento de duda separo las piernas y poniéndose de puntillas, levanto las caderas para hacer más profunda mi penetración.  Ahora ambos jadeábamos con el esfuerzo y nuestros cuerpos estaban cubiertos de sudor como dos purasangres.
Le pregunté si le gustaba y girando la cabeza con los ojos empañados por el deseo me respondió afirmativamente y me dijo que me amaba. Yo aprovechándome sin escrúpulos de su inocencia le dije que me tenía que dar una última prueba de su amor.
Sin esperar su respuesta  acaricie su culo y separe los cachetes dejando a la vista la diminuta abertura de su ano. Con firmeza pero con suavidad fui introduciendo mi pene poco  a poco hasta que estuvo dentro en su totalidad. María se limitó a adoptar una  postura más cómoda mientras soltaba un largo y quedo gemido.
Su culo era aún más estrecho y delicioso, y mientras la penetraba lentamente notaba como se contraía involuntariamente estrujándome aún más la polla. Con mis manos rodeé  su cintura y le acaricié el clítoris mientras aumentaba la fuerza de mis penetraciones.  Enseguida noté  que se relajaba y comenzaba a disfrutar.
En ese momento María me aparto y me sentó en una silla. Poniéndose de espaldas a mí, se agachó enseñándome su sexo ardiente y el interior de sus piernas por el que resbalaban sangre sudor y semen.  Sin esperar a que yo tomase la iniciativa pasó su mano entre las piernas y agarrando mi pene volvió a metérselo por el culo. Con todo el peso de su cuerpo se dejaba caer sobre mi verga cada vez más rápido mientras con las manos se acariciaba el clítoris. Mis manos recorrían su cuerpo a placer estrujando sus pechos, tirando de sus pezones  y explorando con mis dedos su boca y su coño húmedos y calientes.
Momentos después María se corrió, sin darle tregua me levanté,  con mi polla aún en su culo la guie contra la pared y tirando de su pelo con fuerza empuje salvajemente hasta  que, sacando mi polla de su culo me corrí sobre su cuerpo contraído y palpitante por el placer y la incómoda postura que le obligaba a adoptar.
Cuando la solté María calló en el suelo desmadejada. Su cara surcada por un reguero de lágrimas me miraba con sacrílega adoración.
-¿Verdad que hacemos buena pareja suegra? –Dije acercándome a Casilda y poniendo mi miembro aún erecto y  a la altura de sus ojos.
La mujer echaba fuego y relámpagos por los ojos, yo ignorándola me acerqué a María y le ayude a levantarse. Al  ver la mirada acusadora de su madre María se puso a temblar arrepentida    pero  yo  le abracé con ternura y la tranquilicé diciéndole que todo estaba bien, que no había hecho nada malo.
A continuación me la llevé a  mi dormitorio donde le esperaba un regalo.
María abrió la caja de cartón más sorprendida que ilusionada. Cuando vio el vestido de tirantes y las bailarinas a juego se quedó mirándolos sin saber muy bien que hacer. La animé a ponérselos y a mirarse al espejo. Había acertado con la talla y estaba fantástica. La luz proveniente de la ventana atravesaba el vaporoso vestido veraniego  perfilando la sinuosa silueta de la  muchacha.
-Ahora vamos a charlar con tu madre.
Cogí su mano y tiré suavemente de ella para que me siguiese, cosa que hizo a regañadientes. Cuando entramos de nuevo en el salón Casilda estaba un poco más calmada.
-Ante todo no quiero  gritos ni escándalos. Con esto sólo conseguirás perjudicarte a ti y a tu hija. – comencé mientras le quitaba la mordaza.
-Has convertido a mi hija en una Jezabel –dijo Casilda con voz áspera.
– Te equivocas la he dado a una mujer de veintitrés  años la capacidad de elegir. De sentirse, independiente, hermosa y deseada.
-Es demasiado joven y tú te has aprovechado de ella. La has mancillado y ahora es una mujer vulgar, una puta a la que todo el mundo mirará con desprecio. –Dijo Casilda intentando que María se encogiese con cada palabra.

-Despierta, ya no estamos en el siglo diecinueve, la gente que os encontráis por la calle ya os mira con desprecio, -repliqué rodeando los hombros de María para darle valor. – y María tiene derecho a decidir con su vida…
-¡Basta ya! –Estalló María deshaciéndose de mi abrazo. –Madre, ya soy mayor de edad. Puedo hacer con mi vida lo que quiera. Te quiero y también amo a Dios, pero no estoy dispuesta a vivir como una monja el resto de mi vida, ni a vestir como un esperpento, ni a someterme a normas absurdas.
-Y tú, cerdo, -se dirigió a mí clavándome el dedo en el pecho -¿Cómo te atreves a atar a mi madre como un fardo y obligarla a presenciar todo esto? Eres un cabrón y quiero que sepas que me están entrando ganas de denunciarte por secuestro y violación.
Las cosas se estaban poniendo feas y un sudor frio comenzaba a recorrer mi espalda.
-Yo no…
– ¡Tú te callas!
-Bien dicho hija vamos ahora mismo al juzgado. –dijo la vieja oliendo la sangre.
-¡Y tú también! Aquí nadie va a ir al juzgado a menos que me vea obligada. Lo que vamos a hacer es ir a hablar con el cura inmediatamente y después de confesar todo lo que hemos hecho mañana mismo nos casamos…
-Un momento… -intenté objetar  acorralado.
-¿Prefieres ir a la cárcel mi amor? Si quieres llamamos ahora mismo a la policía y arreglamos esto. –dijo María mientras cortaba las bridas y soltaba a su madre.
Casilda y yo nos miramos compungidos, aquella chica supuestamente inocente nos había vencido a los dos. No sé cómo se sentiría la vieja pero yo me sentí igual que Mallory al perder el pie después de haber estado en la cima del mundo.
María me cogió de la mano y agachándose para recoger su antigua ropa salió de casa con su madre pisándonos los talones.
Cuando salimos a la calle María se dirigió con paso decidido al contenedor y tiro la ropa que  había aborrecido durante tanto tiempo.
-Tranquilo mi amor –dijo mirando mi atribulado rostro, pegando su cuerpo contra el mío y cogiéndome los huevos por encima del pantalón –si hace falta iré a confesarme todos los días, pero voy a hacerte muy feliz.

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Relato erótico: “Verano del 44” (POR ALEX BLAME)

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El bombardeo duraba ya cuarenta y cinco minutos. Los obuses caían cada vez más cerca rociándolos con tierra y metralla.

-Baja la cabeza idiota. –le dijo al chico a la vez que empujaba su casco hasta el fondo del pozo de tirador. –Y sigue practicando con el cañón de la MG, dentro de un rato nuestra  vida dependerá de lo rápido que lo hagas.
-A sus órdenes  Feldwebel  March  -respondió el chico cogiendo el arma y el cañón de repuesto con sus manos temblorosas.
-No, así no. Con los guantes ignífugos estúpido, y repite los pasos en voz alta.
El bombardeo seguía sin interrupción, cuando acabase, los rusos volverían a asaltar sus trincheras y un montón de tipos anónimos se masacrarían unos a otros  de nuevo por el capricho de dos cerdos bigotudos. Kurt intentó ponerse lo más cómodo posible en el fondo de la estrecha trinchera  e intentó relajarse un poco alejando su mente de aquel infierno, con los estallidos de los proyectiles y la  cantinela del  joven recluta de fondo:
-1º Abrir el cerrojo y bloquearlo.
-2º Girar cerrojo del cilindro hacia la derecha y hacia adelante.
-3º Coger el cañón y tirar hacia atrás y hacia fuera del revestimiento.
-4º Introducir el cañón nuevo hasta el fondo y colocarlo en el lugar de alineación.
-5º Tirar del cerrojo hacia atrás y a la izquierda.
Con el tiempo, se las había arreglado para poder aislarse de los estampidos,  el olor a cordita y  a carne corrompida. Sin mucha dificultad, su mente se alejó  y voló de nuevo a casa, a su último permiso. Una casa que con cada batalla estaba un poco más cerca de él, un poco más cerca de  la muerte.
 Está de nuevo, durmiendo entre  sábanas limpias, al lado de Greta, con Fritz gorjeando al lado en su cuna. Un agudo chillido les despierta, Kurt, descolocado se incorpora inmediatamente y busca un refugio entre las tinieblas de la habitación, su mente sólo piensa en Sturmoviks  y Katiushas. Greta se levanta y con una mano sobre su pecho le obliga  a acostarse de nuevo. Kurt obedece y la observa levantarse y acercarse al pequeño bulto berreante. Lo saca de la cuna con delicadeza  llevándolo entre sus brazos y sentándose en un pequeño sofá. Los ojos de Kurt ya habituados a la penumbra observan a Greta bajarse un tirante del camisón mostrando un pecho blanco, grande y tenso, cargado de leche. Fritz se agarra con ansia al oscuro pezón y chupa. Greta le sujeta la cabeza y levanta la mirada. Sus ojos  azules se sorprenden al cruzarse sus miradas. No está acostumbrada a tenerle a su lado. Sonríe y se ruboriza ligeramente. Fritz ajeno a todo chupa golosamente la vida que le proporciona su madre. Greta comienza a cantar suavemente  una antigua canción campesina. Aquella pequeña granja de Silesia es un  oasis en la guerra, por el momento.
Durante mucho tiempo habían deseado tener un hijo sin éxito, ahora  que lo habían conseguido se preguntaba qué sería de él con el enemigo cada vez más cerca. Había visto las burradas que habían cometido las SS y no se hacía ninguna ilusión de que el ejército rojo no fuese a vengarse.

Greta se baja el otro tirante y cambia al bebe de pecho sin parar de cantar, ajena a sus oscuros  pensamientos. Su cuerpo ya no es tan esbelto ni elástico como cuando se casaron, pero  la edad y la maternidad   han suavizado los ángulos de su cara y ha hecho que sus curvas sean más rotundas y femeninas. Kurt la desea,  no hacen falta palabras para que Greta se dé cuenta de ello y se incorpora dando a su hijo pequeños golpecitos en la espalda. Dos sonoros  eructos después Greta deposita al pequeño en la cuna. Está dormido antes de que Greta termine de arroparlo.

Greta se acuesta  de lado y apartando la sábana acaricia el pecho de Kurt distraídamente. Con una sonrisa mete la mano bajo el calzoncillo y coge su polla erecta masturbándole suavemente mientras le besa.  Kurt responde al beso mientras acaricia los suaves rizos de ella. Sus labios se separan el tiempo justo para mirarse a los ojos. La mirada de ella es dulce y apaciguadora, la de él es oscura y melancólica.
-¿Qué están haciendo contigo, mi amor? –pregunta ella sin esperar una respuesta.
Sin responder,  Kurt se quita los calzoncillos y se tumba sobre ella. La besa de nuevo con suavidad pero profundamente intentando fijar entre sus recuerdos el sabor a fruta y a especias de su boca. Greta separa ligeramente las piernas y se deja hacer sin apremiarlo, intentando reprimir su excitación. El suave tejido del camisón y los movimientos de las caderas de Greta acarician su polla devolviéndole a la realidad y haciendo a Kurt consciente del deseo de su mujer. Con lentitud, saboreando cada gesto, levanta la falda del camisón y la penetra lentamente hasta que todo su pene está envuelto por el calor y la suavidad húmeda del coño de Greta.
Greta suspira  y  abraza el cuerpo duro de Kurt mientras él se mueve dentro de ella.  Con cada penetración se muerde los labios para ahogar los gritos de placer. Recuerda como antes de la guerra el sexo era apresurado y escandaloso, pero no lo echa de menos, solo echa de menos los gestos despreocupados y alegres de Kurt.
Kurt disfruta tanto del sexo de Greta como de sus uñas hundiéndose en su espalda o el aroma de su cuerpo. Baja la cabeza y le besa los pechos a través del encaje de la combinación. Greta se baja los tirantes, Kurt se los lame con cuidado intentado no irritar aún más los pechos doloridos por el amamantamiento, pero Greta los estruja excitada y le acerca los pezones a la boca.  Kurt los chupa, unas pocas gotas de leche salen del pezón inundando su boca con un sabor denso y dulce.    Greta gime y aprieta su cuerpo aún más contra el de él.  Kurt empuja más rápido y más fuerte, los muelles del somier crujen y Greta jadea y le pide más.  Kurt se separa y con el sabor de su leche en la boca mete la cabeza entre las piernas de Greta.

El cuerpo de Greta se crispa entero al sentir los labios de Kurt sobre su sexo. Abre sus piernas y cerrando los ojos disfruta de la boca de su marido lamiendo y chupando su sexo haciéndola olvidarse de todo haciéndola olvidarse de un mundo en llamas.  A punto de correrse se da la vuelta y levantando el culo y separando las piernas le invita a entrar de nuevo  en ella. Kurt la penetra, esta vez con rudeza, azuzado por el deseo. Greta da un respingo pero aguanta firme las embestidas de Kurt  agarrándose a las sábanas y disfrutando de aquel miembro duro y caliente moviéndose en su interior. Kurt no puede aguantar y se corre dentro de Greta sin parar de empujar hasta que momentos después  ella se paraliza, tiembla y grita incapaz de reprimirse.

Agotados y sudorosos se acuestan y con su pene aun dentro de ella se quedan dormidos.
La mañana les sorprende en la misma postura en la que se acostaron rendidos, la luz se filtra por los postigos  iluminando tenuemente la habitación. Sobre una silla, en la esquina está el uniforme de artillero de Kurt.
-No vuelvas.
-¿Qué no vuelva dónde? –pregunta Kurt aunque sabe de sobra la contestación.
-Al frente, esta vez tengo un mal presentimiento.
-Como siempre que marcho tras un permiso. –rezonga Kurt.
-Escucha, podríamos irnos, ponte ropa de paisano, nos esconderemos en Dresde con mi tía Dora. La ciudad apenas ha sido bombardeada. Allí estaremos seguros hasta que termine la guerra.
-Por nada del mundo te pondría en peligro a ti o a la familia. ¿Sabes lo que os harían si me pillaran escondido? A mí solo me fusilarían pero vosotros acabaríais colgando de una farola con un cartel al cuello.
-¡Me da lo mismo!  -grita Greta con lágrimas en los ojos. –Te amo, no quiero que te vayas, no quiero que mueras,  no quiero que Fritz crezca sin padre, prefiero morir contigo…
Kurt la interrumpe con un abrazo, ella desesperada intenta soltarse. Kurt imperturbable la sujeta mientras ella le golpea y le araña hasta convertirse en un bulto inerte y sollozante entre sus brazos.
Fritz se ha despertado de nuevo  y vuelve a aullar pidiendo comida de nuevo…
El súbito y atronador silencio que se produjo al terminar el bombardeo le sacó de sus ensoñaciones.
-Vamos, coloca el arma en posición. –le ordenó al recluta. –empieza el baile.
El joven recluta aún impresionado de estar  todavía vivo tras el monstruoso bombardeo tiró de la MG, desplegó el trípode e intentó reparar el maltrecho parapeto. Mientras tanto Paul y Hermann se acercaban con más cintas de munición.
-Hijo, puedes mearte y cagarte encima pero no dejes de cambiar el cañón.
En ese momento los rusos salieron gritando de sus refugios, estimulados por el vodka y las Nagan de los comisarios, atacando las posiciones alemanas  oleada tras oleada. Kurt las segaba con su sierra circular, con eficiencia y profesionalidad. Ráfagas cortas de veinte disparos. Cada siete ráfagas  el joven recluta cambiaba el cañón a la vez que repetía de nuevo la  misma cantinela:
-Primero abrir el cerrojo y bloquearlo…
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Relato erótico: “el Mister” (POR ALEX BLAME)

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Te preguntas por esta racha de éxitos que parece no tener fin y te contaré que todo empezó aquel  día hace cinco años  gracias a aquel viejo cuervo gritón.

Nadie que no haya estado  ahí abajo recibiendo una soberana paliza lo entendería. Al final del primer tiempo nos ganaban por tres  a cero, no nos habíamos acercado al área contraria ni una sola vez y si no llega a ser por el portero que paro varios goles cantados, hubiese sido la debacle.

Cuando entramos en el vestuario  cabizbajos y arrastrando los pies el viejo ya estaba allí, de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho. Vestía unos vaqueros desteñidos por el uso y  un jersey de lana grueso de cuello alto y color verde botella horrible, pero lo que más destacaba de su atuendo eran unas vetustas gafas de carey con unos cristales más gruesos que los del papamóvil y que hacía que sus ojos pareciesen tan grandes como los de una piraña.

-¡Miradme a los ojos, coño! –grito el entrenador  con todas sus fuerzas. – ¿Se puede saber que puñetas habéis estado haciendo hay fuera?  

-Lo siento míster, hacemos lo que podemos –intento defendernos Julio, el capitán.

-¡Si hicieseis lo que os he indicado ahora estaríais machacando a esos macacos! –Dijo el entrenador encendiendo un cigarrillo, haciendo caso omiso de los cientos de carteles repartidos por todo el estadio –A esos inútiles les ha caído la lotería con vosotros.

– ¿Qué podemos hacer? –pregunto Julio, el único que se atrevía a hablar.

-Podría daros una nueva táctica. Podría llenar esa pizarra que tengo detrás de mí de garabatos y flechas, pero la verdad es que no hay nada que corregir porque ninguno de vosotros y tú el que menos, se ha ajustado a lo que os había ordenado que hicierais. –Respondió el entrenador señalando con el pitillo humeante al capitán –Todos tenéis culpa de lo que está pasando pero tú el que más. Tú tienes que ser la prolongación de mis gritos en el campo. Corrige posiciones y grita, cojones. Que todos te escuchen y te respeten.

-Y vosotros malnacidos –se volvió dirigiéndose al resto – dejad de lloriquear como eunucos y echadle un par de cojones. Es vuestra primera final y por mis santos huevos que la vais a ganar.

-Pero míster eso es imposible…

-¡Imposible! – Le interrumpió el entrenador con un gesto de enojo–También creeréis que es imposible cuando meéis sangre después de los próximos entrenamientos que os voy a programar como perdáis este partido.

-Son tres goles…

-Os contaré una historia que quizá os convenza de que nada es imposible, pandilla de nenazas:

Corría el año 61,  yo acababa de cumplir los diecisiete años y Pamela los veinte. Era hermosa y digo hermosa de verdad, no como los espantapájaros de ahora, todo morros y huesos. Su piel mulata era de color caramelo y sus ojos eran grandes y oscuros.  Vosotros diréis vaya mierda de historia pero dejad que os cuente que Pamela era la hija de un Capitán de la base aérea americana de Torrejón. Yo la veía todos los días, desde el campo de futbol improvisado,  pasear al otro lado de la valla de la base. Normalmente ni me hubiese mirado, pero aquel día  acabábamos de meter un  gol y el barullo que montamos le sacó de sus pensamientos y nos miró con curiosidad. Y dio la casualidad de  que ahí estaba yo, en primera fila, alto y delgado como un esparrago con la pelota debajo del brazo y la mirada de trascendencia que pone un delantero cuando acaba de meter un gol que sabe que le conducirá irremisiblemente a la victoria.

Cuando cruzamos nuestras miradas noté en ella un destello de interés. Dejando caer la pelota para que los compañeros siguieran jugando me acerqué a la valla que nos separaba.

-Hola, soy Luis ¿y tú? –dije encendiendo un Peninsular para hacerme el interesante.

-Yo… soy Pamela. –respondió ella con un español vacilante y cargado de acento yanqui.

-¿Te gusta el futbol? –pregunté yo más para evitar que se fuera que por verdadero interés.

-No sé, en mi país… no juegan al football así.

-¿De dónde eres?

-Nací en Mobile, Alabama pero mi padre es piloto de aviones de…  ¿Cómo se dice? ¿Cargo? 

-Aviones de carga,  -respondí yo mientras paseábamos uno a cada lado de la valla.

-Eso,  aviones de carga –repitió ella para sí misma – hemos cambiado tanto de destino que no sé muy bien de dónde soy…

 El caso es que estuvimos charlando y caminando hasta que  un muro de hormigón de tres metros y medio de alto que nos obligó a separarnos.

Al día siguiente, como todos los días Pamela paso por delante de nosotros pero esta vez se paró un rato y estuvo estudiando nuestras evoluciones por el campo con mucho interés. Cuando  no pude contenerme más  abandoné el juego y me acerqué a ella. Iba a encender mi Peninsular cuando ella me pasó medio paquete de Luckys a través de la valla. A pesar de intentar disimular, ella no pudo evitar reírse ante la cara de adoración que puse al ver aquellos cigarrillos, los mismos  que Rick fumaba mientras pensaba en Paris. Cogí uno, lo encendí, aspiré el humo suave y aromático y echamos a andar.

Así pasaban los días,  jugaba al futbol mientras la esperaba, ella aparecía y luego paseábamos cada uno a un lado de la alambrada. Cuando llegábamos al muro nos despedíamos y cada uno iba por su lado.

Finalmente una semana después a base de vender parte de los cigarrillos que ella me daba conseguí reunir lo suficiente para invitarla a un refresco en una cantina cercana. Fue entonces cuando ella me dijo que no podía salir del recinto de la base y que yo no podía entrar sin una autorización previa que ninguno de los dos podría conseguir.  Yo le repliqué,  totalmente convencido, no como vosotros,  que tenía ganas de ver la base por dentro y que ya me las arreglaría para entrar.

La verdad es que no fue tan complicado.  Pronto averigüé por mis propios medios que la base se dividía en dos partes, la zona militar en la cual ni necesitaba ni podría entrar con los medios de los que disponía y la zona residencial con la seguridad mucho más relajada y a la que entraban algunos españoles para proporcionar a los americanos ciertos servicios que necesitaran. Un cartón de Marlboro del economato de la base para que el repartidor de periódicos habitual contrajese una oportuna gripe y otro para que su jefe me contratara, permitió conseguir un pase de acceso restringido a la zona residencial. El pase era sencillo tenía mi nombre y una foto y no especificaba ni la tarea a desarrollar ni el tiempo que podía quedarme en el recinto, así que el mismo día que conseguí  el pase quede con Pamela para ir a la última sesión  del cine de la base.

 La zona residencial era un pequeño pueblo de calles dispuestas en forma de damero con una treintena de casas unifamiliares con jardincito para los oficiales y varios bloques de pisos de cinco alturas para el resto de la tropa y el personal administrativo. En el centro rodeada por los bloques de pisos había una plaza con un  cine, una bolera, la cantina y el economato.

Cuando llegué a las puertas del cine Pamela ya me esperaba con una sonrisa y una falda de tubo oscura, en la marquesina había un gigantesco cartel con el perfil de hitchcock y la carátula de Psicosis.

Los americanos tenían la costumbre de acostarse muy temprano así que en la sala había media docena de personas. Nos sentamos en la última fila y esperamos en un silencio incómodo a que se apagasen las luces.

Curiosamente la única parte que recuerdo de aquella proyección es la escena de amor del principio, escena que los españoles tardarían diez años en poder ver.  Acostumbrado a la censura,  aquella corta escena que no revelaba apenas nada me puso como una moto, y por la mirada de Pamela a ella también.  Consciente de que era mi oportunidad y sobreponiéndome a la intimidante presencia de Pamela, la miré a los ojos y le acaricié la cara con mis manos. Ella sonrió de nuevo haciendo resplandecer sus dientes como perlas en la oscuridad de la sala. Con lentitud, disfrutando del momento,  acercamos nuestros rostros y nos besamos.

No era la primera vez que besaba a una chica, en realidad eso de ligar se me daba bastante bien en aquella época,  aunque no os lo creáis, pero nunca había estado con una mujer mayor que yo y evidentemente con mucha más experiencia y eso era a la vez excitante y turbador. Pamela segura de lo que hacía introdujo su lengua en mi boca explorándola y dejando en la mía un ligero sabor a Coca Cola. Yo, un poco intimidado al principio, le devolví el beso un poco incómodo sin saber muy bien qué hacer con mis manos. Pamela juguetona se separó y aparento ver la película con interés. Anthony Perkins estaba dando la bienvenida a la protagonista evidentemente en un inglés que yo no entendía. De vez en cuando le hacia una pregunta a Pamela para enterarme un poco de la historia y  poco a poco nos fue absorbiendo. La verdad es que ya no recuerdo muy bien quien abrazó a quien cuando el cuchillo de Norman atravesó la cortina de la ducha , lo único que recuerdo de aquel momento eran los generosos pechos de Pamela apretándose contra mi mientras la volvía besar. En esta ocasión ni siquiera el genio de Alfred ni los chirridos de los violines de Bernard Hermann consiguieron distraer nuestros labios ni nuestras manos.

Cuando salimos del cine entre el magreo y el inglés no tenía ni puñetera  idea de lo que le había pasado a esa nenaza llorona de Norman. Intente invitar a Pamela a tomar una Coca Cola pero como pude ver con evidente desilusión la cantina ya estaba cerrada.

Ya estaba resignado a irme a casa a pelármela como un mono cuando cogiéndome de las manos Pamela me pregunto si quería que la tomáramos en su casa.

La casa de Pamela era uno de los pequeños chalets de la zona de oficiales,  blanco amplio y con un coqueto jardín. La casa por dentro era la más limpia y moderna que jamás había visto pero cuando entramos a la cocina y vi la gigantesca nevera Westinghouse  me quedé de una pieza. De aquel gigantesco armario saco Pamela un par de Coca Colas heladas. Yo que nunca había visto cosa igual, me acerqué al  infernal ingenio y con un gesto divertido Pamela me invitó a saciar mi curiosidad. En la parte de abajo había una serie de baldas de plástico llenas a reventar de carne,  lácteos,  pan de molde, refrescos y cerveza y arriba había un cajón herméticamente cerrado. Cuando lo abrí y una corriente ártica salió de aquel cajón tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no parecer un memo. Pamela, que ya se había divertido bastante cerró la puerta de la nevera y con el descorchador de la puerta abrió los dos refrescos. Mientras me daba una a mí cogió la suya e inclinando la cabeza comenzó a beberla de un trago. Yo, hipnotizado, me quede mirando su cuello largo y moreno  tragando el refresco, sin poder evitar acercar mi mano y acariciarlo. Ella paró y me sonrió ahogando un chispeante eructo.

Con un suave empujón me sentó en una silla mientras encendía la radio. Tenía sintonizada la emisora de la base y la voz de Sinatra se filtraba entre crujidos y crepitaciones. Pamela comenzó a tararear la canción mientras se desabrochaba los botones de la blusa.

Yo en la silla me revolví expectante, sin poder creer en mi suerte.   Incapaz de quedarme quieto un segundo más, me aproxime y la ayudé a despojarse de la ropa interior hasta que estuvo totalmente desnuda ante mí. Contrariamente a lo que me esperaba se paró allí, delante de mí, orgullosa de su cuerpo y satisfecha del efecto que provocaba en mí. Yo no podía apartar los ojos de sus pechos firmes y exquisitos con los pezones pequeños y negros, ni del triángulo de suave vello rizado que cubría su pubis.  Se giró con deliberada lentitud, dejando que mis ojos se deslizasen por su larga melena negra su culo firme y potente y sus piernas esbeltas.

Cuando me acerque por su espalda y la abracé noté como todo su cuerpo hervía y vibraba de deseo. Me apreté contra ella y besándole el cuello aproxime mis manos a sus pechos sopésanoslos y acariciando los pezones con suavidad.

Pamela dándose la vuelta me dio un largo beso mientras me quitaba la camisa y me desabrochaba los pantalones. Cuando deslizó su mano en el interior de mi pantalón y palpo mi gigantesca erección sonrió satisfecha.  Después de desnudarme se apartó y disfrutó de mi incomodidad dando una vuelta completa a mí alrededor y rozándome con la punta del dedo.

Cuando terminó, sin mediar palabra, se arrodillo y se metió mi polla en la boca.  Yo no era virgen de aquellas pero jamás me habían hecho nada parecido así que, cuando ella empezó a acariciarme la polla con sus labios jugosos y su lengua inquieta no pude contenerme y apenas me dio tiempo a apartar mi miembro de su boca antes de correrme. Impotente y avergonzado vi como mi leche se derramaba  entre sus pechos y resbalaba poco a poco por su cuerpo.

Estaba a punto de salir corriendo como vosotros ahora pero ella divertida cogió un poco de mi corrida con un dedo y sin dejar de mírame a los ojos se la llevó a la boca juguetona. 

Yo totalmente descolocado no sabía muy bien que hacer pero consciente de que lo único que no debía hacer era quedarme parado  la levante en volandas y la senté sobre la mesa besándola con una furia vengadora y magreando y pellizcando todo su cuerpo.

¡Bendita juventud! En tres minutos volvía a estar empalmado mientras que ahora necesito un par de pastillas azules para que se me ponga morcillona…

 Mmm ¿dónde estaba? ¡Ah, sí! Sin miramientos, aún un poco enfadado conmigo mismo la tumbe sobre la mesa. La botella de Coca Cola vacía rodo y calló al suelo sin llegar a romperse mientras introducía mi mano entre sus piernas. Su sexo ya estaba húmedo y caliente y cuando mis dedos entraron en su interior Pam dio un respingo y gimiendo de placer abrió sus piernas anhelante. El contraste de color oscuro de su piel con el del interior de su vagina era espectacular y nunca ningún coño me ha vuelto a parecer tan bonito. Excitado por la visión empecé a meter y sacar mis dedos de su sexo cada vez más deprisa mientras con mis labios acariciaba y besaba su pubis.

Entre jadeos y exclamaciones tipo ¡Oh my god! Pamela estiro el brazo y me indico uno de los cajones de la encimera. A regañadientes me separé de ella y lo abrí, sin saber que quería saque varios objetos mientras ella negaba divertida hasta que finalmente acerté al coger una caja de condones. Yo un adolescente de un país ultracatólico no tenía ni idea de que era aquello, así que se la di y la deje hacer. Pam, incorporándose,  arrancó el envoltorio con los dientes y con suavidad cogió mi pene y deslizó el preservativo por toda su longitud. 

Sin darme tiempo a pensar cogió mi pene y me guio hasta su coño. Mi polla se deslizó en su interior acompañada de un largo gemido de satisfacción de la muchacha.  Durante un instante nos quedamos parados, mirándonos a los ojos con mi polla caliente y dura como una estaca alojada hasta el fondo en su vagina. Sin apartar los ojos empecé a moverme en su interior con golpes duros y secos. Ella respondía apretándose contra mí, gimiendo y arañando mi espalda como una gata en celo. Recuperada la confianza seguí penetrándola con fuerza mientras manoseaba sus pechos y exploraba todos sus recovecos con mi lengua haciéndola gemir y gritar desesperada.

Me separé y con un tirón la saque de la mesa y le di la vuelta. Me aparté un poco para admirar aquel cuerpo oscuro, brillante y jadeante. Pam apoyó sus brazos en la mesa y poniéndose de puntillas comenzó a balancear el culo grande y prieto lentamente intentando atraerme. No me hice esperar y separando sus piernas le metí de nuevo mi polla hasta el fondo.

-Mmm, me gusta –dijo ella jadeando y poniéndose de puntillas. –dame más, please.

Consciente de que Pam estaba casi  a punto de correrse la cogí por las caderas y empuje con todas mis fuerzas hasta que note como todo su cuerpo se tensaba y vibraba mientras soltaba un gemido largo y  primitivo cargado de placer y satisfacción.

Con delicadeza Pam me cogió la polla,  se la saco de su coño aún vibrante y rebosante de los jugos producto del orgasmo y me quito el condón. Mi polla aún estaba dura y se movía en sus manos espasmódicamente cuando se la metió de nuevo en la boca. Esta vez estaba preparado y disfruté del interior cálido y aterciopelado de su boca y su lengua. Pam sorbía y lamía mi miembro  subiendo y bajando a lo largo de él sin darme tregua. Cuando intenté apartarme de nuevo para correrme ella mantuvo mi polla dentro de su boca. Loco de placer le metí la polla hasta el fondo de su boca y me corrí salvajemente.  Cuando aparté mi pene ella tosió y escupió parte de mi leche. 

Con un movimiento casual le acerqué mi refresco mediado que ella apuró de un trago.

-¿Qué pasó luego? –Preguntó  Rubén –rompiendo el silencio que se había adueñado del vestuario.

-Lo importante no es que pasó después mono salido –respondió el Míster –lo importante es que después de un inicio desastroso, me recuperé le eché huevos y terminé follándomela cuatro veces aquella noche. Y eso es lo que tenéis hacer  vosotros ahora cuando salgáis al campo. –Dijo mirando el reloj –Quiero que los once salgáis al campo y deis por el culo a esos maricones al menos cuatro veces. ¿Entendido? Ahora a jugar.

Cuando saltamos al campo  más que enchufados, estábamos empalmados. Nos dirigimos al centro de nuestro terreno y nos abrazamos formando una piña. Cuando nos separamos nos fuimos cada uno a nuestro puesto y nos plantamos exudando una tranquilidad  y una confianza que desconcertó al equipo contrario.

A los tres minutos el capitán, con un tiro desde fuera del área les metió el primero. Cuando los contrarios colocaron el balón en el centro del campo su gesto era de contrariedad.

Cuando a los diez minutos les metimos el segundo, su gesto era de incertidumbre. Su capitán, el mejor jugador del equipo contrario, intentó calmarlos y hacerles tocar la pelota para  cambiar el ritmo del partido, pero nosotros respondimos con dos tiros al palo y un balón que consiguió rechazarlo el portero in extremis cuando toda la grada ya cantaba el gol.

Entonces  nos dimos cuenta. Casi a la vez,  miramos todos hacía la grada, donde la multitud hervía con la emoción de la remontada. Cualquiera diría que en esos momentos sólo veíamos rostros de niños emocionados, pero lo único que veíamos en realidad era mujeres en éxtasis… jóvenes saltando haciendo que sus pechos subiesen y bajasen…

Fue Julio el que con un par de gritos nos sacó de ese estado de despiste general para seguir asediando la portería contraria.

El empate llegó en el minuto setenta y dos y con él los nervios y los reproches en el equipo contrario. Nosotros nos dedicábamos a presionarlos contra su portería y a rondarlos como  lobos alrededor de un ciervo herido. Ellos impotentes rechazaban balones e intentaban salir a la contra sin ningún éxito.

En el minuto ochenta y tres, Rubén,  con una internada de  por la banda derecha penetró  en el área y me dio el pase de la muerte a dos metros escasos de la portería. El estadio se caía con el cuatro tres. El equipo contrario era el que miraba al suelo ahora. Su capitán y su entrenador desesperados, intentaban poner orden y animar a un equipo que ya se había rendido.

La batalla estaba ganada pero no estábamos dispuestos a hacer prisioneros y con el enemigo rendido fusilamos otras dos veces al portero contrario dejando el marcador en un humillante seis a tres.

La recogida de la copa fue apoteósica, los aficionados gritaban y cantaban extasiados el himno del Club haciendo temblar los cimientos del estadio. El presidente de la federación nos felicitó y comentó alguna de las jugadas con nosotros mientras repartía las medallas. Cuando el entrenador recibió la medalla, le preguntaron cómo había conseguido levantarnos la moral, él, con la colilla medio apagada colgando del labio inferior sonrió y se encogió de hombros sin decir nada.

 

Relato erótico: “Hermana… mia ” (POR ALEX BLAME)

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El trabajo que habían hecho con Maya había sido perfecto, apenas se notaban las terribles heridas que había sufrido en el accidente. Lamentablemente nada podría devolverla a la vida. Ahora estaba disfrutando de la gloria de Dios. En ese momento, deseaba estar con ella más que cualquier otra cosa en el mundo, pero tanto ella como su hermana gemela tendrían que esperar para volver a estar juntas.

Siempre habían hecho una pareja chocante, parecían las dos caras de una estatua de Juno, ella siempre contenida, paciente y reflexiva mientras que Maya que siempre se autoproclamaba, medio en broma, medio en serio, como la gemela mala, era impulsiva y extrovertida.

Aún recordaba el día que le dijo que había sentido la vocación. La muerte de sus padres en un plazo de seis meses,  en vez de alejarla, le acercó aún más a Dios y a su misericordia, pero Maya no lo entendió así y estalló como una erupción volcánica, le llamo idiota santurrona y dejo de hablarla durante meses, pero finalmente lo aceptó y estuvo presente el día que tomó los votos. Desde ese momento, aunque apenas se veían, mantenían contacto diario por  email. Así se enteró de su primer novio, el aviador, de su segundo novio el submarinista, de su tercer novio el geo… Ella le felicitaba cuando se enamoraba y le consolaba y daba gracias a Dios porque su querida hermana se hubiese librado del patán de turno.

Hasta que una vez perdida la cuenta y la esperanza, apareció Salva. En un principio le pareció otro zumbado más. Piloto profesional, corría en carreras de resistencia y conducía un corvette en las 24 horas de Le Mans. Pero a pesar de la velocidad y el riesgo, el primer día que lo conoció en un pequeño restaurante cerca del convento, resulto ser sorprendentemente equilibrado, inteligente y sensible. Además era un hombre extremadamente atractivo, incluso ella sintió una ligera sensación de apremio en las ingles cuando lo vio por primera vez. Dieciocho meses después estaban casados; aquel día, Dios le perdone, se emborrachó con el vino blanco y lloró como una magdalena. Fueron años felices, la carrera de Salva iba viento en popa, en el campeonato del mundo de resistencia conducía un Ferrari oficial y había logrado ganar dos veces Le Mans en la categoría LMP-2. Maya, mostrando un fino olfato para los negocios, se había convertido en su representante y hacía poco le había conseguido una plaza en el segundo equipo de Le Mans  de Audi mientras escurría el bulto cada vez que la hermana le preguntaba cuando iba a ser tía.

La entrada de Salva en el tanatorio interrumpió el hilo de sus pensamientos. Su robusto cuerpo se apoyaba en una muleta y su rostro magullado reflejaba un profundo dolor, tanto físico como espiritual.

Todos los presentes se callaron y le miraron fijamente, unos con compasión, otros acusadoramente. Antes de que la situación se volviese incomoda de verdad, ella se adelantó y le abrazo con fuerza. Aquel cuerpo  fuerte y decidido intento resistir pero enseguida se puso a temblar y le devolvió el abrazo en medio de profundos sollozos.

-Lo siento Mía… perdón… hermana Teresa, -dijo sin soltarla –es mi culpa, yo conducía, no sé cómo pudo pasar, yo, yo…la niebla…  debí ir más despacio…

La inconexa explicación se vio interrumpida por un nuevo acceso de llanto, ella no pudo contenerse y ambos lloraron abrazados ante los ojos tristes y anegados en lágrimas de los presentes. Podían haber pasado unos segundos o mil años. El tiempo permanecía suspendido mientras los brazos magullados la rodeaban con tenaz desconsuelo. Finalmente se dio cuenta de la situación y le separó suavemente mientras Salva se disculpaba con torpeza.

-No tienes que pedirme perdón Salva, un accidente es un accidente. –dijo la monja sin soltarle las manos para no perder el contacto –y no debes torturarte pensando en lo que podrías haber o no haber hecho. El pasado no se puede cambiar y es la voluntad de Dios que ahora mi hermana este junto a él en el cielo. –continuó intentando que no le temblara demasiado la voz. –Conozco… conocía a Maya tan bien como a mí misma y sé que lo que desearía es que la recordases pero también que continuases con tu vida y con tu carrera. Tienes que ser fuerte, tienes que amarla y recordarla, pero la mejor forma de honrarla es rehacerte y no dejarte caer en la depresión. La vida también es una carrera de resistencia y debes  rezar y confiar en que Dios te ayudará. Él siempre tiene un plan para todo, aunque lo parezca, la muerte de Maya no es una muerte sin sentido.

-Quizás tengas razón pero ahora mismo no puedo pensar en nada y cada vez que cierro  los ojos sólo veo su rostro  ensangrentado e inerte… ¿Por qué no fui yo? ¿Por qué no se llevó a mí? –dijo Salva comenzando a sollozar de nuevo. –Soy yo el que se juega la vida todos los días a trescientos kilómetros por hora…

-Ya sé que es una perogrullada, pero los caminos del Señor son insondables… -replicó la monja volviendo a darle un corto abrazo.

La conversación entre los cuñados contribuyo a rebajar la tensión y la incomodidad entre los presentes que se acercaron a ambos ya sin ánimo de juzgar nada ni a nadie.

El resto del velatorio, la ceremonia y la cremación transcurrieron en un ambiente de dolor y recogimiento. Salva se mantuvo en pie, estoico, aguantando el dolor apoyado en su muleta y ayudado por Sor Teresa en los momentos en que tenía dificultades para desplazarse.

Finalmente  dieron sepultura a sus cenizas y la gente fue despidiéndose y alejándose discretamente hasta que quedaron ellos dos solos frente a la tumba cubierta de flores. La niebla, la misma niebla que había contribuido al accidente se movía por efecto del viento creando sombras y difuminando el paisaje en la creciente oscuridad.

-¿Te vas esta tarde? –Pregunto Salva rompiendo el silencio.

-No, tengo un billete de tren para mañana por la noche. Tengo una habitación reservada en el centro…

-Oh, no, de eso nada, quiero que vengas a casa, aún sigo considerándote de la familia. Además querría pedirte un último favor. No sé muy bien qué hacer con la ropa de Maya. Me preguntaba si podrías ayudarme a empaquetarla y supongo que tú sabrás como darle  buen uso.

-De acuerdo, que haríais los hombres sin nosotras –dijo Sor Teresa mientras comenzaban a caminar lentamente en dirección al coche abrazados por una densa niebla que lo cubría todo.

La casa de Salva era una pequeña edificación sin pretensiones en las afueras de la ciudad. Constaba un edificio principal de una planta y cien metros cuadrados con enormes ventanales y un garaje casi tan grande como la casa con espacio para tres o cuatro coches.

Al entrar en el jardín Ras salió a recibirles moviendo la cola alegremente ajeno al drama que le rodeaba. Olisqueó a Sor Teresa con curiosidad y tras informarse detenidamente se dirigió al coche y dio varias vueltas alrededor como esperando que saliese alguien más. Salva le llamó y después de recibir unas caricias, el joven labrador se alejó de ellos sin dejar de mover el rabo.

Sor Teresa nunca había estado allí y cuando entró en la casa, le maravilló la luminosidad de su interior que contrastaba con la frialdad de la piedra y la oscuridad del convento. El pequeño hall daba paso a un enorme salón dominado por un ventanal y una enorme chimenea. A la derecha se abrían dos puertas, que,  por lo que le había contado Maya en sus correos, debían ser la cocina y el baño, quedando la única habitación de la casa tras la última puerta al fondo del salón.

-Dormirás en la habitación, ya he cambiado las sabanas –dijo Salva indicándole la puerta del fondo –yo dormiré en el sofá.

-No te preocupes por mí, yo dormiré en el sofá.

-De eso nada, eres mi huésped, además ahí está la ropa de Maya. Así podrás empaquetarla sin que te moleste. –replicó Salva cogiendo el ligero equipaje de la monja con la mano libre e hincando la muleta en la moqueta mientras se dirigía al dormitorio.

El dormitorio era amplio y luminoso con una enorme cama, una mesita y un sofá de lectura de cuero donde descansaba su bolso y  una novela de un escritor alemán que no conocía. A la derecha, un vestidor daba paso a un baño moderno y de colores discretos.

La monja entro en la habitación y sin darse cuenta de lo que hacía se sentó en la cama. Inmediatamente sintió que la calidez y comodidad del colchón le envolvían y le invitaban a tumbarse y descansar tras aquel día tan duro. A la vez, saber que era allí donde su hermana muerta dormía, reía, lloraba y hacía el amor, le producía una intensa tristeza. Entendía por qué Salva le había cedido la habitación.

Finalmente tras unas cortas explicaciones Salva le dejó allí mientras iba a cocinar algo para cenar.

Cuarenta minutos después Salva le despertó. Se había quedado dormida sin darse cuenta. El largo viaje desde el convento y las emociones del día le habían dejado exhausta. Con un pelín de desconcierto se levantó del edredón y siguió el renqueante cuerpo del hombre hasta la cocina.

El color blanco de los muebles salpicado con toques de colores vivos en los tiradores y encimera le daban a la cocina un aire alegre y desenfadado. Se sentó a la mesa en la que Salva había dispuesto dos servicios separados por una ensalada de aguacate de un aspecto delicioso.

-Como ya es algo tarde supuse que te apetecería algo ligero –dijo salva sirviéndole ensalada –espero que te guste.

-Muchas gracias me encantan las verduras, las comemos en el convento casi constantemente, estas también son caseras como las nuestras. ¿También tenéis un huerto?

-En realidad viajamos tanto que, aunque nos lo planteamos, no podíamos atenderlo adecuadamente así que se las compramos a unos vecinos. Son un matrimonio de ancianos que  consiguen un pequeño sobresueldo para complementar su pensión vendiendo huevos y hortalizas. Todo delicioso y superfresco. Creo que somos sus mejores clientes, nunca regateo los precios con ellos y ellos siempre apartan para mí los mejores productos. Lo único que hay de supermercado es la ensalada es el aguacate.

-Por cierto, ahora que estamos solos ¿Cómo debo llamarte? Teresa, Sor Teresa, hermana Teresa…

-Basta  con que me llames hermana. –replicó ella mirándole a los ojos.

La cena transcurrió en un apacible silencio. Tras la ensalada, a pesar de sentirse satisfecha se permitió el pecadillo de comer un poco de helado de chocolate que Salva le ofreció de postre. Hacía más de un lustro que no probaba algo tan delicioso. La cara de la hermana fue tan expresiva que por un momento Salva sonrió.

-Es curioso ella ponía exactamente la misma cara cuando comía algo sabroso. –dijo Salva con la mirada perdida.

-A pesar de esto –replicó Sor Teresa cogiéndose el hábito –seguíamos siendo hermanas gemelas, teníamos multitud de gestos y manías comunes. No sé si te has fijado alguna vez la peculiar manera que teníamos de lavarnos las manos, levantándolas hacia arriba como cirujanos antes de coger la toalla, el ser diestras para todo menos para hablar por teléfono… en fin siempre creímos parecernos tanto que cuando empezamos a pensar en chicos  temíamos  enamorarnos del mismo tipo… y ya ves, al final no fue así y yo me quede con el mejor -dijo tocándose la sencilla alianza que le habían dado al tomar los votos.

Salva no contesto y se quedó mirándola, a pesar del hábito podía ver en aquella mujer los ojos oscuros, la fina línea de la mandíbula, los dientes blancos y regulares, los labios rojos y gruesos que tantas veces había besado… Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no alargar la mano y acariciar la cara de la monja… la cara de Maya. Consciente de repente de la incomodidad de la hermana se levantó y se apresuró a recoger la mesa. Ella también se levantó y le ayudó a meter los platos en el lavavajillas. Trabajaron en silencio y terminaron rápidamente.

-Bueno, creo que me voy a retirar. –Dijo ella mientras se secaba las manos –mañana me espera un día muy agitado si quiero tenerlo todo listo antes de coger el tren.

-¡Oh!  Por supuesto, tu como si estuvieras en tu casa. Y una vez más gracias por todo. No sé cómo hubiese podido sobrellevar todo esto sin ti. –dijo Salva dándole un corto abrazo – Que descanses.

-Si Dios quiere. –dijo la monja mientras se dirigía a la habitación.

Cuando entró finalmente en la habitación se sentía emocionalmente exhausta, afortunadamente cuarenta y cinco minutos de oraciones y meditación le ayudaron a relajarse y seguramente el mullido colchón haría el resto. La ensalada estaba rica pero como en el convento no usaban sal sentía la boca seca así que  fue hacia la cocina para tomar un vaso de agua fresca. La casa estaba oscura y en silencio así que se desplazó a tientas suponiendo que Salva ya estaría durmiendo, pero al llegar al salón le vio a través de los ventanales sentado en las sillas del porche acariciando al perro y con una botella de glenfiddich mediada y un vaso con hielo al lado.

Se quedó parada mirando a su espalda, estuvo a punto de acercarse y soltarle un sermón sobre el alcohol y sus peligros, pero decidió que no era el momento y se retiró a su habitación con su vaso de agua en silencio.

Se desnudó, se puso el tosco camisón que usaba a diario y se acostó. Después de una hora de dar vueltas en la cama se dio cuenta de que aquella noche no iba a dormir mucho, así que decidió levantarse y ganar tiempo empezando a  empaquetar la ropa de su hermana.

No sabiendo por dónde empezar abrió el primer armario de la derecha  y comenzó a sacar ropa de invierno. La clasificaba en montones listos para empaquetar la mañana siguiente cuando Salva le diese las cajas.

Cuando llegó al zapatero no pudo dejar de preguntarse cómo sería su hermana capaz de pasar un día entero encaramada en aquellos tacones. Picada por la curiosidad cogió unos zapatos negros con unos tacones particularmente altos y se los puso. Cuando se puso en pie, casi perdió el equilibrio. Instintivamente enderezo la espalda y tenso sus glúteos para adaptarse al cambio del centro de gravedad. Dio dos pasos cortos y quedo frente al espejo, de repente su culo y su busto destacaban a pesar del informe camisón. Ruborizada aparto la mirada y continuó con el trabajo.

Siguió sacando prendas. Maya siempre había tenido un gusto exquisito para la ropa, todo lo que sacaba de los cajones era precioso y de excelente calidad. De vez en cuando cogía un vestido o un jersey y lo apoyaba contra su cuerpo mirándose al espejo e imaginándose con ella puesto.

Cuando abrió el cajón de la lencería se quedó parada meditando. Finalmente pensó que sería la última vez en su vida que podría sucumbir a la vanidad y se quitó el camisón y la sencilla ropa interior que llevaba puesta. Sin dejar de pensar en cómo se lo iba a explicar al cura que la confesaba desde hacía casi diez años escogió un sencillo conjunto de corpiño y tanga de raso negro. El conjunto le apretaba un poco. A pesar de ser prácticamente iguales, la relativa inactividad del convento hacía que sintiera los pechos un poco aprisionados en el conjunto que, por lo demás, era increíblemente cómodo  y suave. Recordó el bolso y revolviendo en su interior encontró rimmel y pintalabios. Se volvió hacia el espejo y se pintó los ojos y los labios. Estaba ensimismada observando como el conjunto y  su pelo negro, largo y encrespado contrastaba con su piel extremadamente pálida y sus labios gruesos y rojos cuando oyó un fuerte golpe proveniente del salón.

Sin pensarlo se puso una bata de seda que colgaba del armario y anudándola descuidadamente en torno a su cintura salió tan rápido como los tacones se lo permitían en dirección al salón.

En el suelo del salón Salva se debatía intentando levantarse sin dejar de agarrar la botella de whisky casi vacía en su mano izquierda. La monja se apresuró en la oscuridad a echarle una mano a Salva. Estaba acostumbrada a lidiar con personas enfermas y disminuidas físicamente así que la mayor dificultad consistía en mantener el equilibrio con los tacones mientras tiraba de un poco cooperativo Salva.

En cuanto lo puso en pie se dio cuenta del problema; Salva estaba bastante borracho. Antes de que volviese a caer se hecho un brazo de Salva sobre sus hombros, mientras le quitaba con habilidad la botella de la mano. En tres rápidos pasos acabaron cayendo blandamente sobre el sofá. El cuerpo de salva cayó encima del suyo inmovilizándola. Al intentar moverse para salir de debajo de aquel cuerpo, la ligera bata de seda resbalo abriéndose y dejando la parte inferior de su cuerpo a la vista. Salva se quedó mirando sus piernas largas y esbeltas y cuando sus ojos subieron hasta su entrepierna la monja se sintió tremendamente vulnerable, primero porque por primera vez en su vida un hombre le  observaba  con lascivia y después porque fue consciente de como los pelos rizados, largos y negros de su pubis superaban incontenibles  la escueta capacidad del tanga.

Antes de que pudiese taparse, Salva ya tenía su mano entre sus piernas. Su primer instinto fue sacudirle un bofetón, pero en vez de eso soltó un gemido y se puso rígida cuando las manos de él avanzaron y le rozaron el tanga con suavidad.

-¡Oh, Dios! –Exclamó Salva súbitamente consciente -¿Qué estoy haciendo? Lo siento tanto… Yo no… -dijo intentando retirar las manos.

Pero algo en el cuerpo de Teresa había despertado finalmente y relámpagos de placer irradiaban de entre sus piernas hacia todos los puntos de su cuerpo electrizándolo. La monja cerró sus piernas para impedir que él retirase sus manos y mirándole a los ojos deshizo el nudo del cinturón abriendo poco a poco el resto de la bata.

-No, no puedo. –Dijo Salva sin retirar la mano del cálido sexo de la mujer –eres la hermana teresa…

-Hoy no soy sor Teresa, hoy soy Mía. –se oyó decir la monja a si misma mientras le besaba.

Fue como si las compuertas de un embalse cedieran ante una tormenta. La lengua de Salva se introdujo en su boca abrumándola por un momento con el fuerte aroma a roble y vainilla del whisky pero el deseo volvió abrirse paso y le devolvió el beso con violencia mientras con su mano le acariciaba la mejilla magullada.

Sin dejar de besarle se sentó a horcajadas. Salva metió sus manos por debajo de la bata para abrazarla y apretar su cuerpo contra él.

Era como si estuviese en terreno conocido, era el cuerpo de Maya pero no lo era. Era más pálido, más generoso, más blando. Sus pechos pálidos y grandes surcados por finas venas pujaban por escapar del corpiño. Atraído por ellos, bajo un tirante y tirando de la copa hacia abajo dejo uno de ellos al descubierto para acariciarlo. Los pezones se erizaron inmediatamente arrancando a Mía un gritito de sorpresa. Salva le estrujo el pecho con la mano y se metió el pezón en la boca chupando con fuerza.

Mía grito de nuevo y arqueó la espalda retrasando las manos para desabrocharse el bustier. Con un gesto de impaciencia se quitó la bata y el corpiño, quedándose totalmente desnuda salvo por el minúsculo  tanga.

Salva se paró y se quedó mirando. La luz de la luna atravesaba el ventanal y le daba al cuerpo pálido y sinuoso de Mía una textura casi fantasmal. Salva acercó sus manos al cuerpo de Mía recorriendo las marcas que había dejado la ropa interior en su piel.

Consciente del deseo de Salva, se levantó y dejó que él la observase a placer. Mía siempre había sido consciente de la belleza de su cuerpo, así que después de lustros intentando disimular sus curvas, se sentía un poco rara exhibiéndolo de esa manera. Por otra parte, por primera vez veía en los ojos de un hombre un deseo salvaje por poseerla que le excitaba tremendamente. Con todo su cuerpo palpitando, sus pechos ardiendo por los chupetones de Salva y el tanga húmedo por su apremio, se inclinó y le quitó los pantalones dejando a la vista, lo que a ella le pareció una erección enorme. Intentando no parecer intimidada, Mía aparto el calzoncillo y cogió el pene entre sus manos. Estaba húmedo y caliente como su sexo pero duro como una estaca.

Las manos de Mía acariciando su polla  sacaron a Salva de su ensimismamiento y con un movimiento brusco la cogió entre sus brazos y la deposito en el sofá bajo él. Mía le recibió separando sus piernas para acogerle, besándole de nuevo y desabotonándole la camisa.  Salva se quitó la camisa con un leve gesto de dolor mostrándole a Mía un aparatoso vendaje en torno a las costillas. Mía no pudo evitar recorrer con sus manos las vendas y el oscuro verdugón que le había hecho el cinturón de seguridad en el amplio pecho.

-Debe de doler –dijo Mía notando la cálida presión del pene de Salva sobre su tanga.

-La vida es dolor –replico Salva apartando el tanga y aprovechando el despiste de ella para romper su virgo. –pero también es placer.

Mía apenas noto el  ligero tirón y el   escozor. Solo sentía el miembro de Salva deliciosamente duro y caliente moviéndose en su interior. Nunca había sentido nada parecido. El peso del cuerpo desnudo de Salva sobre ella cada vez que se dejaba caer para penetrarla. Su pene abriéndose paso en su interior, hasta el fondo de su vagina, provocándole un placer tan intenso que no era capaz de reprimir los gemidos.

Dándose un respiro Salva se apartó un poco y con dos fuertes tirones le quitó el tanga a Mía.  Aparto  con las manos el abundante vello púbico y acarició su sexo con los labios. Mía, grito y alzó su pubis deseando aquellas húmedas caricias. Entre jadeos no paraba de pedir más a lo que Salva respondió introduciéndole los dedos en su coño y masturbándola hasta que llego al orgasmo.

La descarga del orgasmo cortó los jadeos de Mía hasta dejarla sin respiración, todo su cuerpo se crispo y tembló durante unos segundos mientras una intensa descarga de placer lo recorría. Toda su piel ardía y se contraía mientras Salva seguía masturbándola haciendo que el efecto se prolongase. Finalmente los relámpagos del orgasmo pasaron aunque aún seguía excitada.

Salva no necesitaba preguntárselo, sabía perfectamente que ella seguía excitada y agarrándola por la cintura le dio la vuelta de un tirón y le separo las piernas. Cogiendo la polla con la mano empezó a acariciar su sexo con la punta del glande. Con suavidad recorría la abertura de su sexo rebosante de los jugos del orgasmo y continuaba hacía delante presionando su clítoris haciéndola estremecer.

Mía separo aún más sus piernas y se agacho un poco más intentando atraerle de nuevo a su interior. Salva reacciono retrasando su pene y acariciándole el ano con él. Mía se asustó  un poco, aunque la caricia era placentera no estaba segura de querer hacerlo, pero confiaba totalmente en Salva así que cerro los ojos le dejo hacer.

Salva con una sonrisa notó el placer y la incomodidad de la mujer así que se demoró un poco más en sus caricias antes de volver a penetrar su coño con un golpe seco. Al notar el pene en su vagina Mía gimió y se relajó acompañando los embates de Salva con el movimiento de sus caderas.

No sabía si estaba en el cielo o en el infierno. En esos momentos sólo sentía como Salva le penetraba cada vez más rápido y con más fuerza mientras sus manos parecían multiplicarse acariciando sus pechos y sus caderas hasta llevarle de nuevo al éxtasis.

Segura de que Salva estaba a punto de correrse también, se separó y se arrodilló ante el tirando de su pene. Con timidez empezó a acariciarlo con sus manos y sus pechos arrancando roncos gemidos de la garganta de Salva. Torpemente se metió la punta de la polla en la boca y la chupó  hasta que Salva la apartó en el momento en que notaba como un jugo caliente y espeso salpicaba sus pechos y escurría entre ellos hasta quedar atrapado por la maraña de su pubis.

Satisfechos se tumbaron abrazados y desnudos  en el sofá. Cuando Mía se durmió aún sentía el calor de la semilla de Salva sobre su vientre.

Por el interior sin airbag ni cachivaches electrónicos sabía que estaba en un coche antiguo aunque el salpicadero de madera y la palabra fulvia que destacaba cromada en la parte del acompañante no le decía nada. Al volante estaba Salva que conducía el coche con gesto sereno en una noche oscura y con una espesa niebla. Maya parecía dormir con la cabeza apoyada en el cristal. Salva conducía por aquella carretera estrecha y revirada con prudencia y aplomo, sin salirse de su carril ni siquiera en las curvas más cerradas. Tras unos minutos llegó a una curva especialmente cerrada y sin visibilidad y tirando del freno de mano dejo el coche cruzado en medio de la estrecha calzada. Con el brusco movimiento del coche la cabeza de Maya oscilo bruscamente y fue entonces cuando pudo ver el gran golpe que tenía en la cabeza y los ojos de su hermana que la miraban sin ver. Sus labios temblaron un poco justo antes de que Salva le pegase de nuevo la cabeza contra el cristal, pero –Mía ya sabía lo que su hermana quería decir ¡AYUDAME!

Apenas repuesta de la sorpresa vio como unas luces pugnaban por rasgar la espesa cortina de niebla que cubría la carretera mientras se acercaban a la curva. El conductor del autobús, sin tiempo para reaccionar sólo pudo cruzar los brazos en una postura defensiva mientras impactaba contra el lateral del coche con un estrepito de cristales rotos.

El autobús, un viejo cacharro pintado de color verde casi había partido el pequeño cochecito por la mitad pero lo peor se lo había llevado la zona del acompañante, su hermana yacía muerta atrapada entre los hierros con una mano extendida hacia ella, suplicando…

Despertó bruscamente jadeando y cubierta de sudor. Salva ajeno a todo aún dormía y roncaba suavemente. Mía se levantó escalofriada y se dirigió a la ducha, confusa por la pesadilla.

Mientras el agua caliente resbalaba por su cuerpo llevándose con ella las esencias de la noche anterior Mía intentaba quitarse de la mente las imágenes de la pesadilla pero en vez de eso una sombra de duda comenzaba a crecer en su interior.

Ni la ducha, ni volver a vestir el hábito, ni la hora y media de rezos y meditación lograron terminar con aquel estremecedor desasosiego.

Cuando Salva despertó incómodo y resacoso la hermana Teresa le recibió en la cocina con un abundante desayuno. Él intentó disculparse por lo pasado la noche anterior pero ella le respondió que la culpa no era sólo suya y  era ella la que estaba sobria y la que podía haberlo parado y no hizo nada para hacerlo. Salva más tranquilo pero aún incapaz de mirar a los ojos a la monja termino el desayuno y le dio las cajas a sor Teresa para que empaquetase la ropa.

La mañana transcurrió apaciblemente, ella doblando y embalando ropa mientras él trasteaba en un jardín bastante descuidado.

Cuando se sentaron a comer la monja incapaz de contener más su desasosiego le pregunto:

-Sé que es muy duro para ti, pero también era mi hermana y necesito saber cómo murió. Cuéntame lo que pasó, por favor.

-No hay mucho que contar en realidad. Era una noche un poco aburrida con la niebla y el frio así que decidimos ir a una fiesta que había en un pueblo a diez quilómetros, al otro lado de ese monte. –Empezó Salva con evidente desgana – Subíamos tranquilamente el pequeño puerto, ni siquiera iba deprisa por culpa de la niebla así que no puedo explicarme todavía como perdí el control. El caso es que  a punto de coronar hay una curva a la izquierda, la más cerrada de todas y cuando la tomé note como la parte de atrás derrapaba y evitando todos mis intentos de enderezarlo el coche se quedaba cruzado en la carretera y se me calaba. Íbamos en un Lancia antiguo sin ayudas electrónicas y con todos los sentidos puestos en intentar arrancarlo sin ahogarlo no me di cuenta lo que se nos acercaba y … sólo me di cuenta del autobús un par de segundos antes de que impactara contra la parte derecha del coche.

-A partir de ahí todo se vuelve negro y lo siguiente que recuerdo es la cara de incomodidad del médico justo antes de decirme que Maya había muerto. –termino Salva con un hilo de voz.

La hermana Teresa escuchó con atención sin interrumpirle y recurriendo a toda su fuerza de voluntad para  contener el escalofrío que recorría su espalda. Mientras comía los últimos bocados intentaba racionalizar inútilmente todo aquello.

Tras terminar y ayudar a recoger la cocina a Salva se retiró a la habitación y se puso a rezar como nunca lo había hecho. Jamás se había sentido tan confusa y desconsolada. ¿Era el sueño un mensaje de su hermana o era sólo una casualidad? ¿Era Salva un asesino? No  podía creer que ese hombre aparentemente tan dulce fuese capaz de asesinar a nadie a sangre fría.

Rezó toda la tarde esperando una respuesta pero Dios no habló.

Terminó de empaquetar las cosas de su hermana y llamó un taxi. A pesar de los intentos de Salva por llevarla, la hermana se negó y le recomendó que descansara. Cuando se despidieron Salva confundió con incomodidad el miedo y la confusión de la monja.

-A la estación –le dijo Teresa al conductor mientras se despedía.

Cuando diez minutos después llegaron a la estación de autobuses estaba tan ensimismada que casi no se dio cuenta de la confusión del chofer.

-Perdone, quizás ha sido culpa mía por no especificarlo, pero me refería a la estación de trenes.

-¡Oh! Disculpe madre. Yo también debí preguntar. Enseguida estamos allí, no se preocupe. –dijo el chofer engranando la primera marcha.

-¡No! Espere, déjeme aquí de todas formas. –dijo la monja sintiendo que al fin Dios le había contestado.

Sor Teresa se apeó del taxi y cogiendo su pequeña maleta y agradeciendo a Dios se dirigió a información.

-Disculpe señorita, sé que no es frecuente pero puedo hacerle algunas preguntas sobre uno de sus choferes.

-Depende de cuales sean las preguntas –respondió la azafata con un guiño cargado de rimmel.

-Sólo quería hablar con un chofer que se vio envuelto en un accidente mortal hace un par de días.

-¿Para qué? –pregunto la azafata frunciendo el ceño. –no parece periodista.

-No, no creo que este sea su uniforme –replicó la monja intentando romper el hielo.

-Desde luego –dijo la azafata con una sonrisa rojo chillón. –Manolo, andén nueve. Si se da prisa podrá pillarlo antes de que embarquen. Yo no le he dicho nada madre.

Cuando llego al andén vio a un tipo gordo con un espeso mostacho al pie de un vetusto autobús pintado del mismo verde que el del sueño. Después de que pasase el escalofrío la monja se acercó al hombre que fumaba su puro abstraído.

-Si va a Grajales equipaje a la izquierda, si va a Vilela por la derecha. –dijo el hombre sin apartar el puro de sus labios.

-¡Oh! Perdone, pero no es eso, sólo quería hacerle un par de preguntas sobre el accidente que tuvo.

-Disculpe madre pero ¿Cuál es su interés? –preguntó el chofer más afligido que mosqueado.

-Soy hermana de la víctima.

-¡Ah! Lo siento madre, ¿Qué es lo que quiere saber? –dijo el hombre temiéndose la respuesta.

-¿Cómo ocurrió el accidente?

-Fue haciendo el recorrido. -comenzó apagando el puro contra la carrocería del autobús – Era de noche y la niebla era bastante espesa. Iba puntual así que me lo estaba tomando con calma, pero me encontré el cochecito en el medio de la peor curva y aunque intente reaccionar los frenos de estos cacharros no son precisamente de última generación así que les embestí con bastante fuerza para volcarlos de lado. Salí inmediatamente del autobús e intenté ayudarlos pero estaban atrapados y no pude hacer más que llamar a emergencias. Al conductor no lo veía pero la chica murió en el acto, tenía un fuerte golpe en la cabeza y no respiraba ni tenía pulso. No sabe cuánto lo siento. Le acompaño en el sentimiento madre.

-Muchas gracias. Ahora está en un lugar mejor. Una última pregunta, ¿sabe que coche conducían?

-Mejor que eso, le voy a enseñar uno igual –dijo el chofer cogiendo su Smartphone y tecleando furiosamente. –Era un Lancia Fulvia de principios de los setenta. Ahí tiene –dijo alargándole el teléfono.

Cuando la monja miró la pantalla vio un pequeño y bonito deportivo de dos plazas y tracción trasera. Fue pasando las fotos hasta que una foto del interior la dejo helada. El mismo salpicadero de madera y las mismas letras cromadas del sueño estaban ante ella…

-Una pregunta más ¿Se fijó en los ocupantes antes del accidente?

-No sé, ocurrió todo muy rápido, fue apenas un suspiro…

-Cierre los ojos y vuelva a aquel momento. ¿Que vio a través de la ventanilla del Lancia?

-Mmm… Sólo pude ver a la pasajera que era la que estaba de mi lado. Estaba dormida, con la cabeza apoyada contra el cristal. Ahora recuerdo que pensé que debía estar bastante incómoda con el cuello tan estirado. Es terrible, tienes un accidente mortal y lo que piensas en ese momento es en torticolis. –dijo el hombre visiblemente azorado.

-Ya sé que es difícil, pero no se sienta culpable, son accidentes porque son imprevisibles e inevitables, que Dios le bendiga y no le haga pasar nunca más por un trago semejante.

-Gracias madre –respondió el hombre sintiéndose extrañamente reconfortado.

Cuando salió de la estación tuvo que sentarse un momento en un banco abrumada. Como era posible que todos los detalles que había comprobado del sueño coincidiesen con lo que había pasado. ¿Por extensión podía dar por hecho el resto de detalles que no podía comprobar o todo esto era una broma del diablo? Mientras más información obtenía, más confundida estaba. Pensar en Salva como en un asesino le parecía inconcebible pero mientras más datos obtenía más culpable parecía. Tenía la sensación de estar aún dormida envuelta en una terrible pesadilla.

Pero ahora que había llegado hasta allí no iba a detenerse hasta conocer toda la verdad. Se levantó del banco y se puso a caminar sin rumbo fijo mientras meditaba cual debía ser su siguiente acción. Sus pasos la llevaron ante una iglesia y sin pensarlo entró. La atmosfera fresca y silenciosa enseguida le envolvió serenándola. La iglesia estaba completamente vacía salvo por la  La Virgen que le miraba con el Niño en sus brazos desde lo alto de un sencillo retablo cubierto de pan de oro. Se sentó en uno de los bancos y rezó a La Virgen durante unos minutos ajena al mundo exterior.

Al salir de la iglesia, una hora después, ya tenía un plan.

Buscar a una persona era  más difícil que antes. Cuando era adolescente sólo tenía que coger una guía telefónica y conseguía los datos sin problemas pero ahora había poca gente con línea fija y había tantas empresas proveedoras que no era práctico tener una guía por cada uno. Lo que sí seguía siendo igual es que nadie se atreve a negarle una respuesta a una mujer con hábito.

Afortunadamente sus padres aún vivían en el mismo sitio que cuando eran amigas y le proporcionaron la dirección de Vanesa aunque ya no se acordaban de ella. Recordaban las dos simpáticas gemelas que eran las mejores amigas de su hija, pero después de tanto tiempo no recordaban sus caras.

Vanesa era una adolescente alta, desgarbada y extremadamente inteligente. Durante aquellos años las tres habían sido inseparables y por las cartas de Maya la monja, sabía que seguían siendo intimas amigas y mantenían una estrecha relación.

Con la esperanza de que Maya le hubiese contado algo a Vanesa que le ayudara a comprender un poco mejor aquella situación se plantó ante la puerta de   la vieja amiga.

Cuando Vanesa abrió la puerta le costó reconocer a su vieja amiga. La chica alta y desgarbada se había convertido en una mujer elegante y atractiva ayudada por unos pequeños retoques quirúrgicos aquí y allá. Vanesa en cambio la reconoció al instante y le dio un fuerte abrazo mientras rompía a llorar incapaz de contener sus emociones. Una vez hubo pasado el acceso de llanto Vanesa le invitó a pasar y se sentaron en la cocina delante de sendos vasos de té verde.

-Siento mucho lo que le ocurrió a tu hermana –comenzó Vanesa –desde que éramos niñas era mi mejor amiga. Era un gran apoyo y con su eterno optimismo me ayudaba siempre en los peores momentos.

-Sé que manteníais una relación muy estrecha y que es una gran pérdida para ti –replicó sor Teresa –pero quiero que sepas que a pesar de la distancia que imponen mis obligaciones sigo considerándote mi amiga y que si me necesitas te ayudaré en todo lo que este en mis manos.

-¡Uf! ¡Que tonta! Tu pierdes a tu hermana y en vez de consolarte me dedico a llorar y a contarte más penas –dijo Vanesa limpiándose con un clínex.

-Ambas hemos sufrido una gran pérdida. No será fácil vivir sin Maya. Fue todo tan repentino que apenas me lo puedo creer.

-Tienes toda la razón, apenas puedo creerlo, la semana pasada estábamos riendo y contándonos banalidades  en esta misma cocina y ahora está…

-Con Dios –terminó la monja cuando a Vanesa se le corto la voz por la emoción.

-Sí, eso, con Dios.

-Perdona si me meto donde no me llaman, pero no pude evitar ver que ayer en el tanatorio no te acercaste a Salva en ningún momento…

-Ese tipo no me cae bien. –Le interrumpió Vanesa tajante – Al principio me pareció el marido perfecto pero luego vi que no era trigo limpio. Tiene algo que hace que cualquier mujer se sienta automáticamente atraída por él. Y él se aprovecha de ello. Incluso intentó liarse conmigo y cuando se lo conté a Maya se enfadó muchísimo y casi nos cuesta nuestra amistad. Aún a estas alturas no sé si lo hizo porque le atraía o porque  quería separarnos. Afortunadamente, Maya al fin abrió los ojos y nuestra relación no se resintió.

-¿Cuándo ocurrió aquello?

-Fue hace ocho meses aproximadamente. –respondió Vanesa percibiendo el súbito interés de la monja.

-¿Notaste algo raro en la pareja desde aquel momento?

-Claro que sí. Maya no iba tan a menudo a las carreras con Salva. Hasta aquel día eran inseparables pero últimamente se quedaba los fines de semana en casa y aprovechábamos para ir juntas por ahí de compras, al cine, lo que fuese. Se la veía preocupada y por lo que me contaba los fines de semana eran un oasis de paz en medio de una tormenta de discusiones continuas.

-¿Estaba muy deteriorada su relación con Salva?

-Bastante, Maya sospechaba de sus constantes salidas Después de meses de continuas discusiones y gritos, hace quince días Maya me dijo que iba a divorciarse, que no aguantaba más.

-¿Alguna vez mostró alguna herida o contusión? –pregunto Sor Teresa intentando parecer casual.

-No, pero hubo dos ocasiones en las que dejamos de vernos durante diez días. Según ella por culpa de una gripe, pero cuando me ofrecí a visitarla y llevarla un caldo de pollo ella me rechazo nerviosa, como si tuviese algo que ocultar.

-Entiendo.

-¿Sabes algo que yo debería saber?

-Yo…

-No lo intentes las monjas no tenéis suficiente práctica en eso de mentir.

-Aún no tengo ninguna prueba…

-Lo sabía, quién puede creer que un tipo acostumbrado a conducir bestias de setecientos caballos no pueda controlar un cochecito que tiene desde su juventud –le interrumpió Vanesa de nuevo. –y que casualidad que ocurre en la peor curva de todo el puerto en el momento en que pasa el autobús de una línea regular.

-El destino…

-El destino, ¡Una polla!… Perdón madre. –exclamo Vanesa inmediatamente arrepentida.

-Sea o no una casualidad, con Maya incinerada no tengo ni una prueba sólida.

-De todas maneras déjaselo todo a la policía y no intentes ninguna tontería, Salva es un tipo peligroso…

Tras unos momentos de silencio Sor Teresa decidió cambiar de tema y mientras apuraban el té ya casi frío recordaron viejas anécdotas de su infancia. Antes de despedirse con un fuerte abrazo Vanesa le hizo prometer que no haría ninguna tontería y la monja se lo prometió con la certeza de que era una promesa que no iba a poder mantener.

Cuando salió de la casa de Vanesa sólo le quedaba una cosa que hacer. Cogió un autobús que le llevó al centro y tras preguntar a tres personas finalmente dio con la jefatura de tráfico.

Las oficinas estaban situadas en el entresuelo de un edificio de los años setenta. Unas escaleras estrechas y oscuras conducían a unas oficinas enormes pero aun así atestadas de gente.

Se dirigió a información y un amable funcionario le señalo la ventanilla correspondiente recordándole que debía sacar un número en una pequeña máquina dispensadora.

Afortunadamente las colas más nutridas eran la de los permisos y la de las multas. Tras veinte minutos de espera le llego su turno y se acercó a la ventanilla.

-Buenos días, ¿En qué puedo ayudarle hermana? –le preguntó una funcionaria de aspecto cansado.

-Buenos días hija, vera uno de los ancianos de la residencia era pasajero en un autobús que se vio implicado en un accidente hace unos días. El caso es que en un primer momento estaba perfectamente pero  ha empezado a quejarse del cuello y cuando hemos ido al médico nos ha dicho que todo es consecuencia del accidente. El hombre está empeñado en reclamar a la aseguradora y quiere  una copia del atestado. Me da a mí que es más por aburrimiento que por otra cosa, pero me resulta tan difícil negarles nada…

-Rellene esta solicitud y abone treinta euros en caja. Necesito la fecha y la vía y el punto quilométrico del accidente. –dijo la mujer interrumpiendo la bonita historia que había estado elaborando durante la travesía en autobús.

Cumplimentó el formulario y tras abonar los treinta euros se puso de nuevo a la cola. Tras otros veinticinco minutos de espera la mujer sacó unos cuantos folios de la impresora los selló y se los entregó recibiendo un “Dios le bendiga” a cambio.

El atestado era bastante detallado. El informe de la guardia civil no aportaba nada nuevo. Aparentemente el accidente había ocurrido tal como  le habían contado y como el suelo estaba húmedo no había apenas marcas de frenazos que pudieran contradecir lo que Salva le había contado. Pero lo que realmente le interesaba era el informe judicial. Como había sido mortal, un juez se había personado en el lugar y había realizado un informe detallado. En esencia se limitaba a certificar lo que los guardias habían plasmado en su informe, pero afortunadamente aquel juez, no sé si por rutina, o llevado por una corazonada había hecho un registro del automóvil siniestrado. En la lista de objetos que habían encontrado no estaba , tal como esperaba. Para cerciorarse decidió hacer una visita al teniente de la guardia civil que firmaba el atestado.

El cuartel de la guardia civil era aún más viejo. Cuando entró le informaron de que el teniente Ribas estaba de servicio y no volvería hasta la tarde. Como disponía de tiempo y se dio cuenta de que no había comido nada desde el desayuno decidió comer algo. Enfrente del cuartel había una pizzería en la que dio buena cuenta de una pizza prosciutto una ración de pan de ajo y una coca cola light.

Con el estómago lleno, se dirigió a un parque cercano y sentándose en un banco se dedicó a meditar y a observar las palomas.

Cuando volvió de nuevo al cuartel el teniente ya había sido avisado y estaba esperándola. El guardia la recibió vestido de calle e impecablemente afeitado. Era un tipo alto y fuerte, pelirrojo y de ojos claros fríos y duros pero la trato con una educación que hacía tiempo que no veía.

-¿En qué puedo ayudarla madre? Preguntó el guardia con curiosidad.

-Es por el accidente del autobús el otro día, según el atestado fue usted el que realizó la investigación.

-En efecto madre, un desgraciado accidente, no pudimos hacer nada por su hermana.

-¿Cómo sabe que era su hermana? –pregunto la monja.

-No se los demás compañeros, pero la cara de una mujer muerta no la olvido de un día para otro y usted es su viva imagen. –respondió el guardia.

-Tengo entendido que el juez realizó una investigación…

-En efecto, ya había empezado cuando llegó el juez.

-¿Había algo que le diese mala espina? –preguntó la hermana Teresa.

-No y sí. En realidad estaba todo en orden, demasiado en orden. El coche en la peor curva en la situación perfecta, en el momento exacto… Lo hice por precaución, por instinto y finalmente no encontré nada que me hiciese sospechar que no había sido un accidente.

-¿Puedo hacerle un par de preguntas?

-Por supuesto hermana, dispare.

-Hizo una lista de todos los objetos que había encontrado en el coche y en la cuneta. –Dijo la monja mostrándole el atestado – ¿Encontró el  bolso de mi hermana?

-Ahora que lo dice no lo encontré por ninguna parte.

-Una última cosa; ¿Estaba mi hermana maquillada?

-No la examiné a conciencia pero por lo que recuerdo ni siquiera llevaba los labios pintados. –Respondió el guardia frunciendo el ceño  –Madre, ¿Hay algo que deberíamos saber?

-¡Oh! No, simple curiosidad. Es sólo que no encontramos el bolso de mi hermana por ninguna parte. –replicó sor Teresa intentando ser convincente.

-No le voy a robar más tiempo, muchas gracias por todo y que dios le bendiga. –dijo la monja intentando cortar la conversación ante el súbito interés del guardia.

-Gracias hermana, ¿quiere que le llamemos un taxi?

Cuando subió al taxi ya no le quedaba ninguna duda. Sólo le quedaba una última pregunta y sólo Salva podía contestarla. Con un plan perfectamente delineado en la cabeza le dijo al taxista que la llevase al centro.

No entraba en Zara desde que tenía catorce años. El aspecto de la tienda no había cambiado demasiado; las mismas paredes blancas, los mismos colgadores metálicos, la música suave, las dependientas discretamente uniformadas y las mismas colas quilométricas en las cajas. Cuando entró, empleados y clientes le dedicaron una corta mirada de curiosidad y enseguida volvieron a sus quehaceres contribuyendo a mantener la sociedad de consumo. La ropa sí que había cambiado y ahora también vendían zapatos y todo tipo de accesorios.

Sin perder tiempo escogió un traje sastre de color negro y unos zapatos de tacón del mismo color y una blusa blanca semitransparente con escote en uve. Camino de los vestuarios se encontró con la sección de lencería donde cogió un sencillo conjunto lycra negro. A pesar de los años transcurridos no había perdido el ojo para la ropa y todo lo que probó le sentaba como un guante.  Antes de dirigirse a la caja eligió un pequeño bolso plateado y se dispuso a hacer cola.

Sobre el mostrador al lado de la caja había una serie de artículos de cosmética, estuvo a punto de pasarlos por alto pero un pintalabios de color azul petróleo oscuro llamó su atención y le dio una idea. Pagó y le pidió permiso a la cajera para cambiarse en los probadores, a lo que ésta accedió un poco alucinada. De camino paso por la sección masculina y cogió una camisa y aparentando observarla con detenimiento le quitó los clips que la mantenían sujeta y doblada en torno al cartón.

Por segunda vez en veinticuatro horas estaba desnuda frente a un espejo, pero esta vez no se paró a contemplarse, se vistió rápidamente y se puso los vertiginosos tacones introduciendo el uniforme en la bolsa. Se perfiló las pestañas con rimmel  y se pintó los labios. El color azul oscuro destacaba en la tez pálida y limpia de la hermana dándole un aspecto casi sobrenatural. Termino su cambio de look recogiendo su melena en un apretado y tirante moño que sujeto con los clips que había cogido de la camisa.

Cuando la mujer salió del probador el único rastro que quedaba de la hermana Teresa era una bolsa llena de ropa gastada abandonada en una esquina.

A pesar de estar frente a la puerta, casi se esfumo ante sus narices. De no ser por que como hombre que era, se paró a hacerle una radiografía completa, no se hubiese dado cuenta de que era ella. Mientras la seguía por el centro comercial hacía la salida se preguntó como una monja podía caminar  con tanta naturalidad y estilo con aquellos tacones. A pesar de que  había comprobado los datos de la hermana, le costaba pensar en ella como en una monja cada vez que su culo se  meneaba y vibraba  al ritmo de aquellos tacones.

Mientras se acercaba a la  salida, Mía no podía evitar pensar en la ropa que había dejado en el probador. Cada paso que daba y se alejaba de ella sentía que se alejaba un poco más de sor Teresa, del convento, de sus hermanas… de Dios. Dándole vueltas  a la sobria alianza que le unía a Dios y a la congregación repasaba todo lo que le había ocurrido en su vida y sentía que había llegado a un punto de inflexión en su vida. Desde que se enteró de la muerte de su hermana y salió del convento, en lo más profundo de su alma sabía que  que iba a ser  muy difícil que volviera. No es que hubiese perdido la fe en Dios, pero la temprana muerte de su hermana a la que estaba indisolublemente unida le apremiaba  a experimentar y a vivir la vida por las dos, para las dos.  Hurgando en el pequeño bolso sacó la cartera y conto el dinero que le quedaba; Aún tenía para una última cena.

Eligió un bar restaurante de aspecto discreto y semivacío y se sentó en una mesa dispuesta a cenar y dejar pasar el tiempo hasta que llegase el momento adecuado. Cenó una menestra de verduras bastante buena y una zarzuela de pescado bastante congelado, mientras masticaba lentamente notaba como todos los parroquianos que entraban se le quedaban mirando un par de minutos y luego se volvían hacia su plato. Tras dar cuenta de una porción de tarta de chocolate y una menta poleo de dirigió a la barra y pidió un gin-tonic. Nunca lo había probado pero el calor de la ginebra le reconforto y le tranquilizo los crispados nervios.

Un tipo se le acercó y decidió charlar con  él para pasar el rato, cuando le preguntó a que se dedicaba y después de pensarlo le dijo que trabajaba para una O.N.G. Por suerte llegó la hora justo antes de que se pusiese demasiado pesado, así que se despidió rápidamente y salió a la calle a buscar un taxi.

La noche era clara pero muy fría, el conductor le aconsejó que cerrase las ventanillas pero después de un tercer intento infructuoso se limitó a encogerse de hombros y conectar el asiento calefactable del Mercedes. Mía se limitaba a acercar la cabeza y las manos a la corriente de aire helado que entraba por la ventanilla trasera sin decir nada.

Cuando llegó a la casa de su hermana la cancela estaba abierta y sólo Ras apareció silenciosamente a saludarla. Llamó al timbre y esperó sin resultado alguno. Tuvo que volver a hacerlo tres veces para conseguir oír algún ruido en el interior. Cuando apareció Salva ante la puerta con la mente nublada por el estupor alcohólico Mía se le echo encima:

-¿Por qué? –preguntó Mía entrando en la casa.

-¿Maya? –dijo Salva reculando confundido sin cerrar la puerta siquiera.

Salva adelantó su mano incrédulo sin poder dejar de mirar la tez pálida y los labios azules de la mujer. Cuando su mano tocó la cara helada de Mía la retiró como si quemara y ella aprovechó para cogerle la cara con sus manos heladas e imitando la voz de Maya volvió a preguntar:

-¿Por qué?

-Yo, no, no quería, fue un accidente…

-Así que un accidente que parece un asesinato y un asesinato que parece un accidente…

-No lo entiendes cuando empezamos a discutir y tú me lanzaste el florero –replico Salva con la lengua pastosa. –yo reaccione instintivamente y te lance el trofeo, con la intención de romper algo y descargar tensión pero te di con el justo en la sien. El crujido del hueso fue horrible e inequívoco.

-Y en vez de llamar a emergencias lo resolviste tú sólo.

-Compréndelo. –Dijo asustado –No podía permitirme un escándalo y un juicio, no ahora que estoy tan cerca de…

-Que Dios se apiade de tu alma. –dijo Mía arrepintiéndose inmediatamente.

-¡Mía! ¡Eres tú! ¡Puta! –dijo Salva súbitamente despejado.

Con un rápido empujón la acorraló contra la pared y le agarró por el cuello. Con la mano libre metió su mano por dentro del pantalón de mía y le apretó su sexo con fuerza. Los dedos de Salva resbalaron sobre la lycra que cubría su sexo despertando en la mujer flashes de lo ocurrido la noche anterior.

-Nunca había oído de un fantasma con el chocho caliente.

-Entrégate Salva –dijo Mía con un hilo de voz –permite que mi hermana descanse en paz…

Salva apretó un poco más el cuello de mía y la levanto a pulso contra la pared. Mía, con la punta de los zapatos apenas rozando el suelo y estrellas en el fondo de sus ojos, alargo el brazo y le dio  un flojo golpe en el tórax.

Salva se dobló por el dolor en las costillas rotas y dio un paso atrás permitiendo a Mía tomar una deliciosa bocanada de aire.

-Zorra acabaré contigo como lo hice con tu hermana –dijo propinándole un bofetón tan fuerte que acabo con Mía por el suelo y manando sangre de sus labios.

Sin darle tiempo a levantarse Salva cogió el pesado de trofeo de bronce y lo enarbolo por encima de su cabeza como un leñador, dispuesto a terminar su trabajo de un golpe…

-¡Teniente Ribas de la Guardia Civil! ¡Salvador Peña queda detenido por el asesinato de Maya Vela! –Gritó el teniente sosteniendo su Beretta reglamentaria en la mano derecha –suelte eso y apártese de esa mujer o le pego un tiro.

Aprovechando el desconcierto de Salva Mía se apartó a gatas para ver como este se quedaba quieto y miraba el trofeo en su mano durante unos segundos para finalmente dejarlo caer en la moqueta.

Envuelta en una manta y sentada en la parte trasera de una ambulancia mientras una enfermera le curaba la herida del labio, Mía no podía dejar de pensar en cómo su vida había cambiado en cuarenta y ocho horas… para siempre.

-¿Cómo se encuentra? –preguntó el joven teniente mientras se acercaba.

-Algo magullada, pero gracias a usted perfectamente.  Apareció en el momento justo, un segundo más y estaría muerta.

-En realidad la he estado observando todo el día desde que me hizo aquellas dos preguntas. Parece mentira que no cayese en ello, pero en fin ya sabe cómo somos los hombres, a pesar de verlo continuamente, hasta ahora no había sido realmente consciente de que ninguna mujer saldría de fiesta sin su bolso y menos sin un mínimo de maquillaje.

-Deberían tener más mujeres en el cuerpo.

-¿Me está pidiendo trabajo? Porque por lo que veo a dejado su viejo uniforme…

La conversación se vio interrumpida por el paso del coche que llevaba a Salva a comisaría. Del  otro lado del cristal no vio culpabilidad, sólo ira y resentimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Relato erótico: » La revisión» (POR ALEX BLAME)

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Odio los médicos y todo bicho viviente que lleve bata blanca, hasta al tipo de la carnicería le tengo ojeriza. Así que os podéis imaginar el ánimo con el que entré en la clínica para hacerme la revisión anual de la empresa.

Sólo hay una cosa que odio más que los médicos y es esperar sentado en una incómoda silla ojeando aburrrrridisimos folletos sobre seguridad en el trabajo,  así que a pesar de estar citado a primera hora ya llevaba diez minutos aguardando cuando una tipa gorda y rubicunda me abrió la puerta con cara de enojo.  Con un gesto de irritación me invito a pasar, me tomó los datos y me dio el mismo formulario que llevo rellenando desde que empecé mi vida laboral en esta santa empresa.

¿Hace ejercicio? ¿Fuma? ¿Toma bebidas alcohólicas? ¿Se droga? ¿Drogas duras o drogas blandas? ¿Con que frecuencia? ¿Se masturba con fotos de Montoro?

Tras quince minutos de tediosa encuesta la recepcionista me llamó y me hizo pasar al despacho del médico.

El tipo era un mozambiqueño muy simpático y más negro que el carbón. Charlamos un rato mientras intercalaba hábilmente las mismas preguntas estúpidas  que ya había respondido en el cuestionario. Me tomó la tensión, observó el interior de mis oídos con atención y me auscultó con detenimiento. En su favor tengo que decir que en los diez años que llevo haciéndome este estúpido reconocimiento fue el primero en detectar un leve soplo que tengo en el corazón desde mi más tierna infancia.

Una vez hubo terminado conmigo me despidió con cordialidad y me indicó con un ademán la consulta de enfermería.

Cuando entré en la consulta unos ojos azules y grandes me miraron un pelín sobresaltados.  Sentada en un pequeño escritorio estaba una enfermera rubia de ojos extraordinariamente azules y de apariencia menuda. Sobreponiéndose a una especie de duda con un carraspeo, me saludó dándome la mano, una mano pálida pequeña y delicada. Sobre la pechera de su inmaculada bata blanca tenía cogida con un clip una tarjeta identificativa con su nombre; Natacha Vázquez Mirto, enfermera.

-Hola Natacha. -dije incapaz de apartar mis ojos de los suyos.

-Hola… Señor Lobos,  -respondió tímidamente –siéntese por favor.

Y de nuevo, otra vez, la misma batería de preguntas absurdas que yo respondía mecánicamente sin poder apartar mis ojos de la joven.

Tras terminar el cuestionario me tomó la tensión de nuevo y me hizo unas pruebas de agudeza visual y auditiva que superé sin demasiados inconvenientes.

-Ahora siéntese aquí y remánguese una de las mangas por favor –dijo indicándome una pequeña mesita con una silla a cada lado.

Yo, para facilitar las cosas me quité el pesado jersey que me protegía del frío mañanero y me quede en camiseta dejándole ambos brazos sobre la mesa para que eligiese.

Abrió un cajón que tenía a su lado y sacó una aguja un par de tubos de ensayo y un porta agujas. Enseguida me fijé en que sus manos temblaban y me di cuenta de que era novata.

-¿Es tu primer día? –le pregunté suavemente  mientras ella montaba la aguja y el tubo en el porta agujas temblando ligeramente.

-¿Tanto se me nota? –Preguntó ella a su vez un poco azorada –nunca he hecho una extracción de sangre sin tener a alguien supervisándome y ayudándome.

-No te preocupes, -le susurré mirándola de nuevo a los ojos –deja todo eso encima de la mesa y respira tres veces profundamente.

La muchacha dudo un momento pero finalmente me hizo caso. Al respirar sus pechos subieron y bajaron haciéndose más patentes bajo la bata y provocándome  un ligero escalofrío.

-Ahora, coge de nuevo ese cacharro y procede. –Continué sin apartar mi mirada de la hermosa enfermera –Si es necesario repite en voz alta los pasos que te enseñaron en la facultad para realizar la técnica correctamente. Confío plenamente en ti.

Natacha cogió mi brazo izquierdo y murmurando algo casi inaudible me puso un torniquete en la parte alta del brazo y mientras me pedía que abriese y cerrase el brazo empezó a palpar el interior de la articulación del codo en busca de una vena adecuada. Después de decidirse por una me desinfectó un poco la zona y con firmeza y sumo cuidado a la vez, introdujo la aguja poco a poco en el brazo, empujó el tubo de ensayo contra la  parte opuesta de la aguja y este comenzó a llenarse inmediatamente de sangre. Natacha levanto ligeramente la mirada, jamás en mi vida había visto unos ojos tan azules irradiando tanta calidez. Con un movimiento preciso sacó el tubo e introdujo el último. Apenas tuvo que hacer una ligera corrección para que la sangre volviese a surgir llenando el segundo tuvo. Una vez acabada la tarea se inclinó para quitarme el torniquete y sin querer rozó la palma abierta de mi mano con uno de sus pechos. Nos quedamos quietos,  con nuestras caras a pocos centímetros uno del otro mirándonos a los ojos.  Finalmente fui yo el que apartó la mano, pero sólo para adelantarla hacia su rostro y acariciarle la cara mientras la besaba con suavidad.

Sus labios eran tibios, suaves y sabían a barra de cacao. Natacha respondió con timidez pero no me rechazó así que aparté la mesita de un empujón y  la abracé mientras continuaba besándola  con suavidad, sin precipitación, saboreándola a ella, saboreando el momento.

Como saliendo de un sueño Natacha puso sus manos entre su cuerpo y el mío apoyándolas contra mi pecho y respondiendo a mi beso con entusiasmo.

No me acordaba haber deseado tanto a u una mujer en mi vida. Quería desnudarla, acariciarla y tomar su cuerpo allí mismo y que ella se derritiese de placer.

-Yo… normalmente no soy así –dijo ella con la voz entrecortada mientras me dejaba que le quitase la bata. –no sé qué demonios me pasa…

Con un beso interrumpí sus torpes justificaciones. Bajo la bata llevaba una blusa blanca semitransparente que no impedía ver un bonito sujetador de encaje y una minifalda negra y sin adornos  envolvía sus caderas y sus muslos ajustada  como un guante.

Sin preocuparme demasiado de sus débiles protestas  recorrí con mis manos su espalda hasta terminar con ellas en su culo. La empujé con suavidad hacía la camilla de observación y sin dejar de besar sus labios, su cara y su cuello tire de su falda hacia arriba. A través del tejido del minúsculo tanga blanco se adivinaba una pequeña mata de pelo rubio y rizado. Absorto en la visión acerqué mi mano a su sexo y rocé suavemente el tejido de la braguita, enseguida noté como su cuerpo respondía.  Natacha, con la respiración entrecortada intentó resistirse mientras miraba con aprensión a la puerta cerrada pero no asegurada.

Ignorando sus miedos seguí acariciándola, sintiendo como los jugos de su sexo mojaban el tanga.

-Eres un loco –dijo ella apartando por fin su mirada de la puerta y fijándola en mis ojos.

-No soy loco, estoy loco…  de deseo. Me faltan ojos para mirarte, manos para acariciarte, labios para besarte, te deseo y deseo tomarte aquí mismo –dije desabrochándome los pantalones y apartando los calzoncillos de mi pene erecto.

Sin dejar de nadar en aquellos ojos azules y profundos levante su cuerpo pequeño y ligero como una pluma para sentarla en la camilla. La bese de nuevo y ella abrió las piernas para acogerme. El contacto de mi pene con sus braguitas mojadas me puso frenético. Por un momento pensé de nuevo en arrancarle el tanga y penetrar con violencia  en todas sus cavidades naturales pero en vez de eso me limité a apartar el tanga  sólo lo suficiente para que nuestros sexos entraran en contacto.

Natacha suspiró y dejó que tirase de ella hacia mí. Yo, aparentando no tener ninguna prisa, le abrí un poco la blusa para acariciarle los pechos a través del sujetador mientras le susurraba al oído sin dejar de frotar mi pene contra su pubis.

Con un movimiento rápido que me cogió por sorpresa me apartó ligeramente y cogiendo mi pene lo introdujo en su interior sin dejar de mirarme a los ojos. Su expresión fue cambiando del anhelo a la satisfacción a medida que mi verga resbalaba sin dificultad en su interior.

Por un momento nos quedamos quietos disfrutando de la expresión de placer que se pintaba en el rostro del otro. Con deliberada lentitud comencé a penetrarla mientras ella ceñía mis caderas con sus piernas.

Nos besamos de nuevo, nos tocamos y nos acariciamos pero nuestras miradas seguían congeladas el uno en la del otro. Mientras la penetraba escrutaba su cara intentando descubrir en ella gestos de placer. Deseaba más su placer que el mío propio.

-Más deprisa –gimió ella mordiéndose ligeramente los labios.

Sin hacerme de rogar separé un poco sus piernas y comencé a follarla con un poco más de dureza. A cada embestida ella respondía con un gemido quedo y una mirada de lujuria satisfecha que me volvía loco. Sólo por un momento logre apartar mi mirada de la suya para ver como mi polla se abría paso en   su sexo húmedo y abierto para mí, empujando hasta hacer tope y conmoviendo todo su cuerpo con cada embestida. 

Consciente de que estaba a punto de correrme me separe y retire mi polla. Natacha hizo un mohín e intento atraerme de nuevo abriendo sus piernas y moviendo provocativamente las caderas. 

Besándola una vez más para acallar sus protestas bajé mis manos e introduje tres de mis dedos en su interior tan dentro como fui capaz. Ella sonrió, jadeó y me mordió el labio con suavidad.

Liberándome por fin de su mirada le bese la mandíbula y  el cuello antes de meter mi cabeza entre sus piernas. El olor a sexo se hizo aún más intenso excitándome aún más. Sin ceremonias recorrí con mi lengua su sexo  y su clítoris sin dejar de penetrar en su interior con mis dedos.

-¡Mas fuerte cabrón!  -Susurraba Natacha entre jadeos – ¡follame!

Yo callaba y chupaba, palpaba, acariciaba….

Me incorporé de nuevo. Estábamos de nuevo frente a frente; sin dejar de mirarla alargué mi brazo y apartando su pelo con suavidad le cogí de la nuca. Con la otra mano guie mi polla a su interior y se la hinque hasta el fondo de un solo golpe. Natacha se estremeció y me abrazo para acercar aún más su cuerpo al mío.

Esta vez no hubo prisioneros, entraba y salía de su coño tan rápido como podía espoleado por su respiración agitada y su mirada velada por el placer.

Ni siquiera en el momento del orgasmo aparto su mirada de la mía, con el cuerpo crispado y arqueado por las oleadas de placer y sus uñas clavadas en mi espalda, luchaba por mantener su ojos fijos en los míos, intentando transmitirme con su mirada el placer que estaba arrasando su cuerpo.

Tras unos segundos, pasado el mágico momento  la besé y  abracé olvidando mi propio placer por un instante. Natacha aún jadeaba y se estremecía levemente entre mis brazos.

Con un leve movimiento involuntario de mi pene en su interior Natacha volvió a la realidad y se deshizo de mi abrazo. Con un ligero empujón me apartó y cogió mi polla entre sus manos.

Con satisfacción notó como yo me estremecía de placer y no pude evitar un suspiro ronco cuando se metió la polla en la boca. Con suavidad chupaba y lamía mi miembro cada vez más duro y excitado sin apartar su mirada de mí.

Incorporándose pero sin soltar mi miembro erecto me volvió a besar y continuó masturbándome. Siguió acariciando y tirando de mi polla con rapidez, golpeando mi glande contra el interior de sus muslos hasta que me corrí entre ellos. Sin decir palabra le cogí la cabeza y  la acerqué contra mi pecho aspirando con fruición el perfume de su pelo.

Natacha se quedó quieta esperando pacientemente mientras mi semen resbalaba por el interior de sus muslos.

Finalmente el momento pasó y nos separamos aturdidos. Natacha se acercó a un dispensador de toallitas desechables y sacó unas cuantas para limpiarnos.

-Creerás que soy una furcia –dijo Natacha un poco compungida mientras se limpiaba la mezcla de semen y sus propios jugos orgásmicos que había en el interior de sus muslos.

-No seas tonta –dije yo bajándole la falda y ayudándole a colocarse la blusa –no sé tú, pero yo no te he follado, te he hecho el amor. He disfrutado tanto con tu placer como con el mío.

-¿Cómo puedes estar tan seguro?

-Bueno, esa es la diferencia entre los hombres y las mujeres; no sólo nos corremos antes –dije sonriendo – también nos enamoramos antes, y yo, desde que entré por esa puerta sabía que tenías que ser mía, y no hablo de un polvo rápido –continué abrochándome los tejanos – si no fuese porque sé que serias capaz de pedir una consulta en psiquiatría te pediría aquí mismo que compartieses el resto de tu vida conmigo.

-En efecto, pediría una consulta a psiquiatría. La doctora Peñón es muy maja aunque más fea que un babirusa me temo.

-¿Un babi qué?…

Un suave toque en la puerta interrumpió nuestra conversación y Felipe, un compañero que tenía cita un poco más tarde entró en la consulta.

-¡Oh! Hola Lobos –dijo Pipe saludándome –perdona, creí que no había nadie.

-No te preocupes Natacha ya ha terminado conmigo, yo ya me iba –repliqué sonriendo a la enfermera.

-¿Qué tal? ¿Salió todo bien? –preguntó Felipe con curiosidad.

-Sí, sí, aunque creo que probablemente tenga que volver mañana, no sé por qué me da la impresión de que estoy incubando algo –respondí yo viendo sonreír esos ojos azules antes de cerrar la puerta tras de mí.   

Relato erótico: «Groom Lake» (POR ALEX BLAME)

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Cuando  pasó la furgoneta la primera vez ninguno le prestó atención. La segunda vez frenó y paso a nuestra altura casi arrastrándose, pero hasta que Ron no bajo la ventanilla de la vieja furgoneta Ford  y gritó ¡NOS VAMOS AL LAGO! no se dieron cuenta de que era él.

-¿Esto es todo lo que has podido conseguir? –preguntó Candy nada  convencida.

-Cuando quieres alquilar un coche con diecinueve años tienes dos opciones, o lo gastas todo en el coche o dejas un par de pavos para la bebida. –respondió Ron abriendo el portón trasero y mostrando un montón de bolsas de la licorería llenas de vodka, bourbon, varias marcas distintas de ginebra y refrescos varios.

-¿Y sabéis lo mejor? Esta belleza pertenecía a un veterinario y como no pudo pagar la factura dejo el depósito de semen. –dijo mostrando orgulloso un recipiente de aspecto mugriento.

-No sé tú, Ron –intervino Jack –pero yo no necesito ayuda para inseminar a mi chica.

-¡Calla estúpido! –Dijo Darla –sigue así y está noche te harás el amor a ti mismo.

-No idiotas, los depósitos mantienen las pajuelas de semen congeladas en nitrógeno líquido. Así que usaremos la cántara para hacer unos gin-tonics de muerte. Además el frío durara todo el fin de semana. Si llevásemos cubitos tendríamos que estar cada cuatro horas dando paseos a la gasolinera más cercana.

-¡Brillante! –Exclamó Terry- Podemos usar bolsas de cubitos del súper para congelarlas inmediatamente o incluso gajos de lima o limón para sustituir los cubitos…

-Sí, sí –dijo Ron volviendo a montar en la Ford y arrancando su asmático motor-ahora volved a clase mientras yo voy a buscar el nitrógeno.

Mientras el grupo se iba, Ron se quedó mirando cómo Jack, Candy, Darla y Terry volvían a la facultad de ciencias políticas. A pesar de que ellos le trataban como un igual, siempre que les veía alejarse se sentía un poco desplazado. Les había conocido en una cafetería dónde estaba arreglando el aire acondicionado. Justo al acabar de repararlo,  decidió tomar una cerveza mientras hacía la factura cuando Candy, Jack y Darla entraron por la puerta. El sólo se fijó en Candy, y la cosa no hubiese pasado de un par de miradas tan fugaces como lujuriosas si no hubiese sido porque Jack tropezó y le tiró un vaso a una de las estrellas del equipo de futbol de la universidad. El tipo se revolvió y a pesar de que Jack le pidió disculpas y se ofreció a pagarle otra copa, el futbolista lo derribó de un empujón dispuesto a patearle el culo.

Ron intervino y acostumbrado a salir adelante en su vida a base de pelea callejera y ganó  con un par de bofetones en los oídos y una patada en los testículos. El resultado final fue que perdió un cliente y ganó cuatro amigos.

Desde aquel momento se hicieron inseparables. Jack y Darla eran la pareja perfecta siempre juntos, siempre sobándose, siempre de buen humor. Terry  había tenido un rollo de una noche con Candy, pero no había pasado de ahí, y a pesar de fingir que seguían siendo amigos él seguía colado por ella y veía en Ron a un competidor y Ron sólo pensaba en divertirse y disfrutar  de cada momento antes de que ellos terminasen su carrera y abandonasen aquel lugar para siempre.

Con un suspiro arrancó la vetusta Ford y se alejó del campus.

En cuanto a Candy, Ron no se hacía ilusiones. Sabía que Candy lo admiraba por su capacidad para tener una amplia cultura a pesar de no tener estudios y trabajar como una animal desde los dieciséis años, pero una mujer así no estaba a su alcance. Su belleza era tan fría y perfecta con esos ojos azules y el pelo largo, rubio, casi blanco y lacio, que su sola presencia le amedrentaba y el desdén con el que respondía  a los acercamientos de los tipos más populares de la universidad no le animaba a decirle lo que sentía cada vez que la tenía cerca.  Porque a pesar de negarlo todas las noches cuando se acostaba, todas las mañanas amanecía con el rostro de Candy en su mente y reconocía que estaba total y estúpidamente enamorado de ella.

La gasolinera era tan antigua y mugrienta como el hombre que la regentaba. Tras ciento ochenta kilómetros los cinco amigos habían podido constatar que a pesar de su edad la furgoneta gozaba de un excelente apetito y se había ventilado tres cuartas partes del depósito.

Mientras el depósito se llenaba y el abuelo limpiaba el parabrisas los chicos entraron para curiosear en la tienda. El local no estaba en mucho mejor estado que los surtidores  aunque al menos estaba limpio. Por el pasillo central, una mujer menuda oscura y arrugada como una pasa barría el suelo del local con tanta lentitud como determinación.

-Hola chicos –dijo con voz chillona -¿Vais de excursión?

-Si –respondió Terry siempre dispuesto a comenzar una conversación –vamos a Groom Lake.

-Mmm, no es un lugar apropiado para pasar un fin de semana –dijo la abuela frunciendo el ceño. –deberíais ir a otro lugar, el Cerro del  Pino es muy bonito y dicen que hay restos de antiguas tribus indias.

-Vamos señora, -intervino Jack –No me diga que está intentando amedrentarnos. Ahora nos contará una vieja historia y los niñatos de ciudad saldremos corriendo a refugiarnos  bajo las faldas de nuestras mamas.

-¡Un respeto! –Exclamó la anciana –Lo que pasó en Groom Lake no es ninguna tontería. En la cabaña del lago vivía un hombre querido por todos en la comarca. Duke era un gigante bonachón que se desvivía por ayudar y le encantaba trabajar duro. Era leñador y decían que con su enorme hacha podía talar en una hora lo que diez hombres en un día. En cierta ocasión consiguió trabajo para talar una finca en el bosque a una milla del lago. Junto a él contrataron a otros cuatro hombres de los alrededores. Era la gran depresión y en aquella época tener un trabajo de más de dos semanas era un lujo así que, cuando vieron trabajar  a Duke y temieron por que se acortara la duración del contrato intentaron hablar con él para que no fuese tan rápido. Duke era todo corazón pero no era muy listo y no sabía trabajar de otra manera así que siguió al mismo ritmo. Aquella misma noche los otros leñadores le atacaron mientras dormía. –sólo querían hacerle unos cuantos moratones y así conseguir que entendiera, pero la cosa se salió de madre y acabaron a hachazos. Los cuatro leñadores murieron a manos de Duke, pero éste no salió indemne y aunque pudo arrastrarse hasta el lago terminó muriendo desangrado a pocos metros de la orilla.

-Una historia escalofriante, pero tiene tanto polvo como esa alacena. Gracias por la advertencia pero vamos a pasar un fin de semana perfecto en el lago –dijo Candy lanzando un enigmática mirada a Ron.

 El camino que llegaba hasta el lago estaba descuidado y lleno de baches pero una vez allí todos concluyeron que había merecido la pena. El lago era pequeño y tenía forma de lágrima y estaba rodeado  por un bosque ralo de robles y arces.  En el extremo más ancho de la lágrima había una pequeña bahía con un embarcadero y a diez metros de la orilla estaba la cabaña que habían alquilado. Para ser una cabaña de principios de siglo era bastante amplia tenía  dos habitaciones y una sala con una gigantesca chimenea que servía de salón y de cocina. Los muebles eran toscos y escasos pero suficientes y se completaban con  un campingas y un par de lámparas de petróleo.

Al entrar en la cabaña Darla no pudo evitar un escalofrío.

-¿No me digas que te has creído la mezcla de la leyenda de Bunyan y Viernes trece que te ha contado   la vieja? –le preguntó Jack.

-No, claro que no, pero eso no impide que se me pongan los pelos de punta con una buena historia de miedo.

Tras vaciar la furgoneta y repartir las habitaciones, salieron todos en bañador para aprovechar los últimos rayos vespertinos. Era un día caluroso pero una suave brisa venia del lago refrescando el ambiente y haciendo susurrar las hojas de los árboles, los rayos de sol caían sobre la superficie del lago reverberando e inundando los alrededores de una intensa luz dorada, pero Ron apenas se daba cuenta  y solo tenía ojos para el delicioso cuerpo de Candy enfundando en un minúsculo bikini rojo.

A los pocos minutos Jack y Darla habían desaparecido y quedaron Candy, Terry y Ron sentados en el embarcadero.

-¡Al agua! –dijo Terry lanzándose al lago rompiendo el incómodo silencio con el chapuzón.

Candy y Ron le siguieron, al principio de mala gana pero el agua estaba fresca y disfrutaron del baño. Como siempre Terry el famélico fue el primero en salir. Aunque quedaba más de una hora para que se fuese el sol se dirigió a la cabaña y les mandó ir en busca de los “dos monos salidos” como los llamaba siempre.

Ron y Candy se internaron en el bosque tras las huellas de los dos enamorados. Tras quince minutos de caminata Ron se paró extrañado.

-¿Seguro que se fueron por aquí? –preguntó Ron.

-Estoy totalmente segura de que no –respondió Candy cogiéndole de la mano.

-Pero entonces…

-¿No tienes nada que decirme?

-Yo… no se  a qué te refieres…

-Mira que llegáis a ser obtusos los hombres –dijo Candy poniéndose de puntillas y besándole.

-Yo… ¿cómo sabías que…? –dijo Ron.

-Creo que a estas horas todo el  mundo lo sabe.  Y creo que tú eres el único que no estaba enterado de que me gustas. –replicó Candy besándole de nuevo.

En esta ocasión Ron la abrazó y respondió al beso con entusiasmo. Su piel estaba fresca  y los pezones todavía erectos por el contacto con el bikini húmedo se clavaron en su pecho. Los labios de Candy se abrieron y  Ron exploró su boca con un deseo mil veces contenido.

-Besas muy bien –dijo Candy con voz ronca – ¿qué tal haces lo demás? –preguntó mientras acariciaba el paquete de Ron.

Ron no respondió sino que la empujó contra un árbol y entrelazando sus manos con las de ella, comenzó a recorrer su cuerpo con los labios. A cada beso de él, Candy respondía con un quedo gemido. Deshaciéndose de las manos de Ron tiro de los lazos y el húmedo bikini calló al suelo del bosque.

Ron se separó un poco para admirar aquel cuerpo antes de hacerlo suyo. Esta vez fueron sus ojos los que recorrieron su cuello largo sus senos turgentes, deliciosamente redondos con los pezones rosados, su cintura, su ombligo, sus caderas rotundas y sus piernas largas, y torneadas. Con miedo a romper el hechizo se acercó lentamente,  acarició su piel pálida y suave y jugueteó con los rizos rubios de su pubis. Candy suspiró y se apretó contra Ron. Los dedos de Ron resbalaron y rozaron el sexo de Candy provocando en ella un escalofrío de placer.

-Hazme tuya –dijo Candy volviendo a besarle.

Con rapidez Ron se sacó el bañador. Candy se acercó un poco más y le cogió la polla erecta y palpitante. El tacto duro y a la vez frío por el baño en el lago le hicieron sonreír y pensar que eso es lo que sentiría Bella al cepillarse a los Cullen.

Ron la agarró y le dio la vuelta sacándola de sus ensoñaciones. Cogiéndola por la cintura se pegó a ella, con lentitud fue besándole, primero la nuca y luego la espalda, bajando poco a poco hasta llegar a su culo. Instintivamente Candy separó las piernas y retrasó el cuerpo. Ron no se hizo de rogar y envolvió el sexo de ella con su boca. Candy dio un respingo y tembló extasiada. Recorrió los labios mayores con su lengua, disfrutando del calor y del ligero sabor acido de su sexo. Mientras tanto  Candy se acariciaba el clítoris y le pedía que le penetrase.

Ron entró en ella con un golpe seco. Candy gimió al sentir la polla de Ron abrirse paso dentro de ella dejando un rastro de ardiente placer a su paso. Ron la agarró por la mandíbula para besarla mientras la penetraba con deliberada lentitud disfrutando de cada centímetro de su coño como si no hubiese un después.

Candy jadeaba y le pedía que se apresurase. Ron la sujetó por el cuello y empezó a penetrarla con fuerza. Candy,  entre los salvajes empeñones y la suave presión de las manos de Ron en su cuello se sentía en las nubes y unos segundos después se corría con un grito estrangulado.

Ron se separó y la beso con dulzura. Estaba caliente y sofocada y por su mirada supo que deseosa de más.

Sin miramientos Candy se tumbó sobre la verde alfombra del sotobosque y se abrió de piernas mostrándole a Ron su sexo húmedo y tumultuoso con desvergüenza.

Ron se inclinó entre sus piernas y le penetró con los dedos, con rápidos movimientos circulares haciéndola gemir y revolverse como poseída.

Finalmente con un gemido Ron hundió  su miembro en Candy. Candy le abrazaba con fuerza y le susurraba al oído entre gemidos. Cuando se corrió de nuevo dejo que Ron siguiese con sus empujones aún más fuertes y rápidos hasta que sacó su polla y dos inmensos chorreones de semen salpicaron su vientre y su pecho.

Se quedaron allí unos segundos tumbados, juntos, jadeando…

-No te asustes, pero estoy enamorado de ti.

-¡Vaya! –Exclamó Candy jugando con el semen que bañaba su vientre –te ha costado decirlo.

Tras un par de minutos se incorporaron, se pusieron la ropa mojada y emprendieron el camino de vuelta a la cabaña. No habían recorrido cincuenta metro cuando un movimiento entre los arbustos les sobresaltó. Candy se agarró a Ron temiendo que apareciera un oso, pero en vez de eso la cara de Terry con un gesto raro apareció a su derecha.

-Hola Terry –dijo Candy un poco avergonzada –creo que nos equivocamos de camino.

Terry, sin aparentar haber escuchado siguió andando a trompicones hasta quedar abrazado a Ron.  Al sujetarlo Ron notó algo viscoso que brotaba de su espalda. Sólo cuando Candy vio la enorme herida de la espalda y grito aterrorizada se dio cuenta de que estaba tocando la sangre de su amigo.

-Yo… el leñador… ¡huid insensatos! –exclamó Terry antes  de exhalar el último suspiro.

Ron sabía que si se paraba a pensar todos morirían así que reaccionando por instinto, como en los viejos tiempos, agarró a una catatónica Candy por la muñeca y tiro de ella hacia la cabaña. Cuando llegaron a la cabaña no había ni rastro de Jack, Darla o el asesino.

-Bien aquí está todo en orden –dijo Ron después de registrar la cabaña -¿Te encuentras bien?

-Sí –respondió Candy aún escalofriada- ¿qué vamos a hacer?

-Yo voy a buscar a Jack y Darla –dijo cogiendo un atizador de  hierro forjado que había al lado de la  chimenea- tú llama a emergencias, coge las llaves de la furgo y espérame con el motor en marcha. ¿Podrás hacerlo?

-Sí, creo que sí –dijo enjugándose las lágrimas que anegaban sus bonitos ojos.-Ten cuidado.

-Descuida –dijo Ron guiñando un ojo y dándole un beso para tranquilizarla.

Jack nunca se explicaba como aquel cuerpo tan pequeño era capaz de acoger su gigantesco pene por completo. Mientras permanecía apoyado de espaldas contra el árbol con los ojos cerrados la pequeña Darla subía y bajaba por su polla con más que evidentes signos de placer. Otra cosa que le encantaba de ella es que nunca se cortaba a la hora de expresar lo que sentía y por eso se habían alejado para hacer el amor en la espesura del bosque donde solo los pájaros podían escandalizarse.

Darla estaba encantada con su novio. Además de sincero amable y tierno tenía un pollón que la ponía órbita. Incluso en la incomodidad de aquel lugar al que había ido sólo por él estaba disfrutando. El susurro del viento en los árboles, los insectos zumbando y moviéndose como motas de polvo a la luz del atardecer hacían de que todo fuera  casi  mágico. Deseosa por complacer a Jack se separó y arrodillándose y cogiendo su polla entre sus manos comenzó a metérsela en la boca poco a poco. El grosor del miembro de Jack obligaba a Darla a abrir la boca hasta casi descoyuntar sus mandíbulas pero no cejó en su esfuerzo hasta que  toda la polla de Jack estuvo alojada en su interior. Jack gimió y acarició el pelo de Darla mientras sacaba la polla de su boca para dejarla respirar. Sin darle tregua cogió su miembro de nuevo y lo lamió y lo chupó con fuerza, metiéndoselo de nuevo en la boca. Comenzó a subir y bajar rápidamente hasta que Jack se puso rígido y con un golpe que hizo temblar el árbol  se corrió en la boca de Darla.

-¿Qué coño haces? –dijo Darla enfadada mientras escupía la leche de Jack –ya sabes que no me gusta que te corras en mí…

La frase murió en la boca de Darla cuando ésta levanto la cabeza para seguir echándole la bronca y solo vio la hoja de un gigantesco hacha atravesando el cuello de su novio hasta quedar alojado profundamente en el tronco del árbol.

Darla se giró y grito con todas sus fuerzas, ante ella se erguía  un hombre de tamaño colosal con su cara oculta bajo un harapiento gabán. No pudo hacer más, en cuanto se volvió para salir corriendo, el leñador desencajó el hacha del árbol y descargó el instrumento sobre la cabeza de Darla con tanta fuerza que quedó enterrado en su pecho. Los dos amantes cayeron a la vez al suelo…

Ron estaba comenzando a desesperar cuando oyó el grito de  Darla veinte metros a su izquierda. Cuando llego al claro la escena era dantesca. El cuerpo de Jack estaba separado de la cabeza y el hacha del leñador estaba hundida profundamente en el frágil cuerpo de Darla.

El leñador se volvió sorprendido por el grito ahogado de Ron e intentó enarbolar el hacha de nuevo pero este estaba enganchado en las costillas de Darla y Ron no lo pensó, con todas sus fuerzas  clavó el atizador en cuello del gigante. El leñador trastabilló y dejo caer el hacha, con Darla aún prendida a él, al suelo pero ante la alucinada mirada del chico se arrancó el atizador y poniendo el pie sobre el cuerpo de su amiga  liberó el hacha y le dirigió una torva sonrisa.

Ron no se quedó para ver lo que pasaba. Con la fuerza extra que le proporcionaba la adrenalina salió corriendo en dirección a la furgoneta.

Cuando llego vio a Candy mirando estupefacta lo que antes había sido la furgoneta. El leñador la había partido por la mitad  a base de hachazos.

Sabiéndose sin tiempo  para pensar tiro de la chica y se metieron en la cabaña atrancando puertas y ventanas. Ron sabía que con eso sólo ganarían tiempo y se temía que no suficiente hasta que llegase la ayuda. Miró a su alrededor con desesperación buscando un arma y no encontró nada aparte de un vieja pala.

Los golpes en la puerta principal eran inequívocos, el leñador venía a cobrarse su deuda por haberse reído de su historia.

Al ver la cántara lo primero en que pensó fue en hacerse un último Gin-tonic pero enseguida un plan se fue formando en su mente.

-Candy, escucha, tengo un plan pero necesito que me ayudes. –dijo Ron agitándola para que reaccionase.

-Sí… sí, ¿qué quieres que haga?

-Necesito que te pongas al fondo, al lado de la chimenea mientras me escondo en esa habitación. Tranquila, no te pasará nada.

Candy accedió aún medio en trance y se colocó en su lugar, estremeciéndose con cada golpe que el leñador descargaba sobre la puerta.

Finalmente la puerta cayó y el leñador entró agachándose para no golpearse con el marco de la puerta. Enseguida vio a Candy y se acercó a ella con el hacha en alto. En ese momento Ron salió de la habitación como una exhalación y descargo el contenido de la cántara de semen sobre el cuerpo del gigante que se congeló en un par de segundos. Ron se volvió triunfante hacia Candy pero su sonrisa se le congeló en el rostro, justo antes de quedar paralizado, el asesino había lanzado su hacha acertándole a Candy en el pecho.

Ron se acercó y aparto la melena de la cara de Candy. Ya estaba muerta. Le acarició la cara con ternura por última vez y le cerró los ojos con sendos besos.  Tras unos segundos arrodillado se levantó y, sacando el hacha del pecho de Candy con suavidad la descargó con todas sus fuerzas una y otra vez llorando y riendo sobre el cuerpo congelado del leñador.

                                                                                      ***

-Cómo van a poder ver a continuación éste es el más sorprendente de nuestros pacientes –dijo el director del psiquiátrico ante los alumnos –sufre una elaborada paranoia. Durante una excursión a Groom Lake Mató a sus amigos. Le encontraron con el arma asesina en la mano. Un hacha enorme que según los dueños de la cabaña colgaba encima de la chimenea como recuerdo de un vecino fallecido y estaba cubierto de sangre de las víctimas de la cabeza a los pies. Aun así, a pesar de las evidencias insiste en que fue el leñador, el antiguo dueño del hacha, muerto durante la gran depresión. Cundo le preguntamos por el tipo en cuestión dijo que lo había matado en la cabaña pero la policía no logró encontrar restos de nadie más en el lugar del crimen. Por los demás razona perfectamente y su comportamiento es totalmente normal, cosa que casi le cuesta la vida en el juicio, pero afortunadamente para la ciencia, mi testimonio como psiquiatra experto nos permite estudiar este curioso caso. Creo Bernadette que éste sería un excepcional sujeto para su tesis ¿No le parece?

Relato erótico: «Hércules. Capítulo 17. Adiestramiento.» (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 17: Adiestramiento.

El día siguiente comenzaron los entrenamientos. Era despertado todos los días a las seis de la mañana y tras el desayuno ya le estaba esperando Afrodita con unas ceñidas mayas y escueto top desafiando el frío mañanero.

Los primeros días los dedicaron a evaluar sus funciones físicas, velocidad, resistencia, agudeza visual e inteligencia. Al principio Hércules intentó disimular sus capacidades tal y como sus madres le habían aconsejado siempre, pero Afrodita lo sabía todo y le obligó a emplearse a fondo.

Tras la evaluación, ambos llegaron a la conclusión de que no necesitaba adiestramiento en cuestiones de lucha cuerpo a cuerpo, pero Afrodita le señaló que no era invulnerable y le enseñó a manejar armas de todo tipo, especialmente las de tipo personal. En pocos días consiguió ser un experto en el manejo de pistolas, fusiles y rifles de francotirador.

—Pensarás que ya estás preparado, —dijo Afrodita cuando la parte física del adiestramiento hubo concluido— pero aun queda la parte más importante, durante los siguientes días te enseñaré a desenvolverte en distintos ambientes desde los barrios más bajos hasta la alta sociedad…

—¿Y qué te hace creer que no puedo hacer esas cosas yo solo? —replicó Hércules— Ya sabes que mi abuelo es una de las personas más ricas del país.

—En efecto —respondió ella— pero hace tiempo que está alejado de las esferas de poder y el pertenecer a una familia como la tuya no te garantiza que seas admitido automáticamente en esos círculos reducidos. Yo haré que eso te resulte más fácil.

—Bien, ¿Y por dónde empezamos?

—¿Qué te parece por las mujeres? —dijo Afrodita— Eres un hombre fuerte y atractivo. Y eso puede ser una herramienta muy útil con las mujeres.

—¿Ahora es cuando me vas a contar que los niños no vienen de París…?

—Algo parecido, en este trabajo te vas a tener que valer de todos los trucos que tengas a tu alcance para cumplir tus misiones y seducir mujeres es uno de ellos.

—¿Y me vas a decir qué es lo que les gusta a las mujeres?

—Soy una mujer, es normal que pueda hablar de ello con cierta autoridad.

—De acuerdo. —dijo Hércules sentándose— Soy todo oídos.

—Lo primero que tienes que saber que el principal órgano erógeno en la mujer es este —dijo Afrodita señalándose la cabeza.

—¿El cabello? —preguntó él con sorna.

—Vamos Hércules, no seas infantil. Sabes perfectamente de lo que hablo. Por muy moderna e independiente que sea una mujer a todas nos encanta que nos halaguen, eso sí, sin pasarse. Mantener el equilibrio en la fina línea que separa el halago de la adulación es un arte que debes aprender y lamentablemente en eso no puedo ayudarte demasiado.

—¿Y entonces en que puedes ayudarme?

—Te contaré que es lo que sentimos las mujeres al hacer el amor para que puedas aprovechar esos conocimientos. Ahora calla y escucha.

—En realidad no somos tan diferentes de los hombres. Cuando vemos un hombre que nos gusta nos sentimos atraídas por él, igual que vosotros aunque no lo demostremos tan visiblemente. En general preferimos que nos traten con delicadeza, nos gustan los mimos y las caricias antes de entrar en faena, ahora te voy a contar un par de secretillos.

—Eso espero, porque hasta ahora no me has contado nada que no sepa o por lo menos suponga.

—Las mujeres no somos como las actrices porno, no nos corremos chupándoos la polla o haciéndoos una cubana, no nos gusta que intentéis sincronizar Radio Nacional con nuestros pezones y tampoco nos gusta que nos frotéis el clítoris como si estuvieseis sacándole el brillo a la plata.

—Es cierto que tenemos un punto G en la pared superior de nuestra vagina, una pequeña zona casi inapreciable, salvo porque cuando nos la acariciáis nos volvemos locas. Para encontrarla normalmente necesitáis que os digamos donde está porque, en esto, cada mujer somos un mundo.

— Pero el punto G y el clítoris no son los únicos lugares que nos producen un intenso placer En el fondo de la vagina hay dos zonas, son el cérvix y los fórnices vaginales, si los estimulas suavemente nos producen un intenso placer y son particularmente utiles porque también se estimula la producción de secreciones que lubrifican el canal vaginal. El punto A, que está entre el cérvix y el punto G y el punto U en los alrededores de la uretra también son especialmente sensibles.

—Joder, creo que voy a tener que tomar apuntes. Se te van a acabar las letras del alfabeto.

—Usa tus dedos y posturas adecuadas, —continuó Afrodita ignorando la interrupción— estimula estos puntos con suavidad y conseguirás que cualquier mujer se vuelva loca de placer.

—En general estamos más dotadas para el sexo que vosotros, al contrario que vosotros, tras el orgasmo volvemos a estar preparadas para continuar. Normalmente no tenemos un periodo refractario como vosotros o es muy pequeño. Por otra parte, todas somos capaces con un poco de entrenamiento de ser multiorgásmicas y al igual que vosotros, somos capaces de eyacular.

—Habla con nosotras antes, durante y después del acto. Averigua lo que nos gusta y no te cortes, háznoslo.

—El sexo anal puede ser placentero, pero no lo hagas a lo bestia. Tomate tu tiempo para lubricar y dilatar el esfínter, eso permitirá que el dolor sea mínimo y se eviten accidentes. Trátanos con respeto, incluso con el sexo duro hay límites. Si nos llevas hasta él sin sobrepasarlo, haremos lo que quieras por ti.

—¿Y eso es todo? —preguntó Hércules con aire cansino.

—Básicamente sí. Ahora practicaremos unas cuantas posturas especialmente placenteras para nosotras y verás por qué lo son.

Hércules se quedó paralizado, con los ojos abiertos, como un ciervo ante los faros de un coche. Afrodita le miró con una sonrisa malévola y le indicó con un dedo que se acercara. Finalmente el joven se acercó y se plantó frente a ella sin poder evitar echar un vistazo a su cuerpo enfundado en uno leggins negros y un escueto top que no dejaba nada a la imaginación.

Flashes de la noche de su llegada con Afrodita desnudándose y acariciandose asaltaron su mente, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no empalmarse.

Fingiendo no darse cuenta Afrodita le invitó a tumbarse:

—Empezaremos por la más básica, la fusión, —dijo sentandose sobre Hércules—probablemente la habrás experimentado más de una vez. Permite una penetración profunda y al tener nosotras el control nos resulta especialmente placentero.

Hércules se limitó a asentir mientras su profesora le golpeaba suavemente el pubis con su sexo.

—Si te sientas conmigo encima, hacemos la medusa, esta permite las caricias y los besos en nuestras principales zonas erogénas, pechos, labios, cuello, muslos… Es una de mis preferidas para iniciar la relación sexual. —dijo ella frotandose de nuevo contra Hércules que ya había renunciado a luchar contra su erección— Como ves puedo excitar a mi pareja acariciando su glande con mi clítoris y decidir cuando dejo que me penetre…

Hércules aguantó la tortura como mejor pudo. Deseó arrancarle la ropa a esa belleza y follarla. Demostrarla que el sexo duro y apresurado tambien podía ser placentero.

Sin hacer caso, la mujer se separó y se tumbó de lado indicando a Hércules que se colocase a sus espaldas.

—La postura de la somnolienta, también es muy placentera. Me penetras desde atrás y yo retraso la pierna y rodeo tu cintura con ella, así tu tienes acceso a mi clitoris y mis pechos. —dijo cogiendo sus manos y obligandole a entrelazarlas con las suyas de modo que las plamas de Hercules tocaran el dorso de sus manos y acariciandose a continuación las ingles y los pechos para demostraselo— ¿Ves?

—Sí ya veo. —respondió él con la voz ronca y desesperado por tener los pechos y el coño de aquella mujer tan cerca pero tan lejos.

Sin darle tregua, Afrodita se puso en pie, se recolocó los leggins que se habían incrustando en la raja de su sexo y le ordenó que se sentase en una silla.

Apenas se hubo sentado, ella se colocó encima y rodeando el cuello de Hércules con sus brazos comenzó a dar saltitos sobre su erección, mirandole a los ojos con una mirada aprentemente inexpresiva.

—Esta se llama la doma y siempre ha sido una de mis favoritas nos permite acariciarnos y besarnos, en fin muy tierna, Y con solo darme la vuelta tienes acceso de nuevo a mi clitoris. —dijo volviendo a coger sus manos y a acariciarse el sexo.

Hércules creía que iba a enloquecer, pero Afrodita no se dio por enterada y a continuación se puso a cuatro patas señalandole que la postura del perrito era una de las preferidas por todas las parejas y que se podía continuar con el tornillo.

—Ves me tumbo bocarriba y giro mis caderas poniendo las piernas juntas a un lado. Tu de rodillas me penetras presionando mi clitoris y penetrandome profundamente…

Justo cuando creyó que no podría aguantar más Afrodita se levantó y se colocó la ropa. Hércules supiró y se levantó más lentamente dejando que su erección se fuese extinguiendo como un conato de incendio que no acaba de prosperar.

—Ahora tratemos otros asuntos, —dijo Afrodita sonriendo satisfecha por el mal rato que le había hecho pasar a aquel joven y abriendo a la puerta y franqueando el paso a dos tipos que aparentaban un sexo indefinido.

—¡Oh! !Por Dios! ¿Qué es esto? Jamás había visto una melena semejante, está totalmente estropajosa. —dijo el más viejo y delgado con voz afectada—¿Cuánto hace que no te aplicas una mascarilla nutritiva? —añadió tocando su pelo con dos de sus dedos, como si se tratase algún tipo de alga pútrida y maloliente.

Sin dejar de parlotear dio instrucciones al otro hombre que, con gesto resuelto, arregló y cortó el pelo de Hércules, le aplicó mascarillas y le afeitó cuidadosamente la barba.

Tras varias horas de tratamiento no se reconocía a sí mismo. Los siguientes días, como si se tratase de My Fayr Lady, Afrodita le instruyó en la manera de comportarse en sociedad con qué tipo de personas debía tratar y de cuales huir y la mayoría de sutilezas que un hombre vulgar no entendería y todo amante del arte y la literatura debía conocer.

Un día, tras un entrenamiento, el director se le apareció como por ensalmo y le cogió delicadamente con el brazo.

—He seguido tus avances con interés. —dijo el anciano con voz cascada— Afrodita opina que ya estás preparado. Y tú, ¿Te sientes en condiciones de acometer tu primera misión? ¿Quieres comenzar a redimir tus delitos?

—Estoy preparado.

—Perfecto. —dijo deslizando un sobre en la mano de Hércules y abandonándole sin despedirse.

Ya en su habitación, con un leve temblor en sus manos, abrió el sobre. En él había un dossier sobre una mujer. Observó la foto. Tez olivácea, rostro atractivo aunque un poco descarnado, de pómulos altos y ojos grandes y oscuros. Su nariz era recta y respingona y sus labios gruesos y jugosos.

Apartó la foto y leyó el dossier con interés. Para ser la primera misión no le parecía demasiado difícil.

***

—¿Se puede saber que haces con ese aspecto de viejo carcamal? ¿ Y quién es ese hombre al que está ayudando tu hija? —Dijo Hera interrumpiendo su observación.

—Vamos, ya me demostraste que lo sabes de sobra. —respondió Zeus fastidiado.

—Te recuerdo que hicimos un pacto para no interferir con los humanos…

—Que tú mediante subterfugios has roto. —le interrumpió su marido.

—¡Eres un cerdo! —estalló Hera— ¿Cómo te atreves a acusarme de nada mientras tu andas fornicando con humanas igual que un burro salido?

—No lo entiendes, no he tenido más remedio, mujer. Aparta ya de una vez esa desconfianza patológica. No tientes la suerte.

—Entonces permíteme entenderlo. ¿Por qué ayudas a ese joven después de haber cometido esos horribles crímenes? —preguntó ella indignada.

—Porque lo necesitamos. Nuestro pacto nos ata de pies y manos y no puedo reuniros a todos y solventar nuestras rencillas a tiempo para salvar a la humanidad. Así que he tenido que valerme de subterfugios y de la ayuda de Afrodita, que como nadie la toma en serio, puede moverse con más libertad.

—¿De qué demonios hablas?

—Hablo de la caja. Una humana está a punto de encontrarla y necesitamos que alguien la detenga.

—¿La caja? ¿Te refieres a esa caja que le regalaste a Pandora? ¿Y qué importancia tiene? Ella la abrió y ya liberó todos los males del mundo. Además, Epimeteo la enterró en un lugar, lejos del alcance de cualquier hombre.

—Sí, bueno. No todos los males fueron liberados, Pandora cerró la tapa antes de que se liberase el peor de todos. El que acabará con la humanidad entera. Y el gilipollas de Epimeteo la enterró profundamente, pero no pudo evitar jactarse de lo que tenía y dejar pistas por todas las Cícladas. Ahora una humana con vastos recursos está sobre la pista y es como un perro con un hueso. —replicó Zeus echando chispas por los ojos— Y ahora no puedo intervenir directamente ya que alertaría a Hades y este intervendría ansioso por tener un montón de nuevos inquilinos en el averno.

—Maldito seas, tú y tus jueguecitos. —dijo Hera sin poder ocultar su satisfacción— Siempre actuando sin pensar y ahora la vida de millones de inocentes pende de un hilo.

—¿Guardarás el secreto? —preguntó Zeus fastidiado por tener que pedir un favor a su mujer.

—Está bien. No se lo diré a nadie e intentare despistar a Hades. ¿Llegará a tiempo tu hijo para evitar este desastre?

—Eso espero, Hera. Aun tenemos algo de margen y Afrodita le está entrenando bien. Un par de misiones y estará listo. Confía en mí.

—Si me diesen un dracma por cada vez que he escuchado esa frase…

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO TRANSEXUALES

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: «El tatuaje» (POR ALEX BLAME)

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Me gusta pasear por la cafetería de la universidad, los cafés  son baratos y siempre encuentro alguien que me inspire un nuevo trabajo. La gente que acude allí viene atraída por las discusiones, los menús baratos, las mujeres jóvenes y hermosas o las timbas de mus y tute.
Me acodé en la barra y pedí un capuchino. A esas horas no había mucha gente y la enormidad del recinto junto con los muebles baratos y de color claro lo hacían parecer aún más vacío. Me giré y eché un vistazo a la parroquia. A la derecha, al fondo, había un grupito de jóvenes que murmuraban en tono conspirativo con unas cervezas en la mano. En el centro, cuatro aspirantes a veterinarios, los mismos de siempre, jugaban una partida de mus y se insultaban con furia a intervalos regulares.  A la izquierda, y lo más alejadas posible de los ruidosos tahúres tres pijas con tacones quilométricos y trajes chaqueta repasaban apuntes mientras tomaban café y soltaban miradas asesinas a los veterinarios.
Sin  embargo sólo ella llamó mi atención. Sentada en una mesa, delante de unos apuntes a  los que no hacía ningún caso, miraba al vacío a través de mí como si fuese transparente. Y eso no suele ser frecuente, con mi metro ochenta y cinco, mi pelo largo y desteñido por la práctica de deporte al aire libre y mis ojos color acero, podía crear atracción o rechazo pero pocas veces indiferencia.
Me moví inquieto y eso le sacó de sus ensoñaciones. Me miró con atención y aproveché para dedicarle una espléndida sonrisa. Durante un instante creí que habíamos conectado. Ella sonrió, pero enseguida recordó algo y su rostro adquirió tal tinte de melancolía que me conmovió y atrajo toda mi atención

.

Era una joven bellísima, o eso me lo pareció, la cara perfectamente ovalada enmarcaba unos ojos grandes y oscuros, una nariz recta y pequeña y unos labios gruesos y rojos a pesar de la ausencia de maquillaje. Sus pestañas eran largas negras y suavemente rizadas, lo mismo que su pelo, lo mismo que el ala del cuervo. Al saberse objeto de mi escrutinio, bajó la vista azorada y pasando el pelo por detrás de sus preciosas orejas, se concentró por fin en sus apuntes.
Unos segundos después aquella expresión  que mezclaba sonrisa y desconsuelo, me había convencido de que tenía mi musa. Me levante del taburete y me acerque a su mesa con un nuevo café en la mano.
-Hola  ¿Esta libre? Está todo tan lleno…  –dije con una sonrisa mirando la sala medio vacía.
Ella levantó la vista un poco descolocada. Era evidente que no era frecuente que nadie se atreviera a penetrar esa muralla invisible que había levantado a su alrededor.
 -Gracias, eres un sol. –continué, ignorando su mirada desesperada.
Bebí un sorbo de café y me quedé mirándola fijamente, ella miraba fijamente sus apuntes.  Un mechón de su pelo se escapó y calló sobre su cara. Yo sin pensarlo demasiado, se lo aparté con naturalidad con mis manos sucias de óleo y trementina.
Ella apartó bruscamente la cabeza  mirándome a los ojos por fin.
-Pensaba pegar la hebra un rato antes de proponerte nada pero como veo que eres mujer de pocas palabras iré al grano, necesito algo de ti. –dije  con una sonrisa intentando desarmarla.
-Por el aspecto de mis manos y mi ropa ya habrás llegado a la conclusión de que soy pintor, y resulta que tu rostro me resulta inspirador y me pregunto si te gustaría posar para mí.
El rostro de sorpresa que puso me pareció realmente encantador. Antes de que ella pudiese negarse o siquiera replicar continué:
-Sé que no es una petición muy común, así que,  ¿Qué te parece si vienes conmigo a mi estudio, te enseño mi obra y luego decides. No está muy lejos y puedes preguntar a cualquiera si no te fías de lo que te digo, todas las camareras me conocen.
-No lo dudo.
-Menos mal, creí que eras sordomuda, –replique con otra sonrisa –odio desperdiciar saliva.
-Venga, ¿Qué me dices? No te voy a obligar a nada, y aunque al final no poses, por lo menos pasaras un buen rato admirando las mejores obras que se han pintado desde la Gioconda.
-Al menos autoestima no te falta. –replicó ella ligeramente divertida.
-Tanta que nunca recuerdo que aún no soy mundialmente famoso. –dije riéndome –mi nombre es Jaime aunque todo el mundo me llama Jam.
-Yo soy Carolina y nadie me llama Carol.
-Encantado Carol, ahora que ya nos conocemos vamos de museos. –dije recogiendo sus apuntes y ayudándola a levantarse.
Salimos de la cafetería. Yo iba ligeramente por delante. Tenía a Carolina agarrada de la muñeca y tiraba de ella con suavidad. Ella se dejaba hacer medio hipnotizada por la seguridad que tenía en mí mismo. Yo no paraba de hablar y de hacerle preguntas, que ella, sólo en ocasiones respondía con  monosílabos. Afortunadamente el estudio estaba lo suficientemente cerca como para no hacerme pesado.
Mi taller era en realidad la buhardilla de un edificio de cinco pisos  de los años setenta roído por la aluminosis. Era bajo, caluroso en verano y frío en invierno y tenía manchas de humedad en todas las paredes, pero era barato, muy luminoso y lo bastante amplio como para que cupiesen todos mis trastos.
Abrí la puerta metálica y le franqueé el paso. Carolina entró y le echó un vistazo a la estancia.
-No parece el taller de Picasso precisamente –dijo con sorna acercándose al montón de lienzos que había apilados en la única pared que no rezumaba humedad.
Los repaso uno por uno, lentamente, parándose a inspeccionar los que le gustaban, haciendo preguntas y comentarios. Yo respondía lo mejor que sabía cada vez más atraído por su misteriosa actitud.
-Bueno ¿Qué opinas, soy digno de inmortalizarte para la posteridad?
-La verdad es que me has sorprendido, algunos son geniales, siempre teniendo en cuenta que no entiendo casi nada de arte.
-Estupendo,  ponte aquí –dije sentándola inmediatamente en un taburete antes de que pudiese negarse.
Al principio estaba tranquila y sonreía ligeramente, yo me limite a simular que esbozaba un boceto mientras esperaba. La sombra de melancolía que había nublado su mirada volvió y pude al fin captarla en el block. Durante los siguientes minutos me dedique a rellenar hojas del block con el carboncillo sin decir nada para no alterar aquel frágil estado de ánimo.
Finalmente no pude aguantar más deje el block en el suelo y la besé. Por un instante sus labios se quedaron quietos y fríos pero en seguida de cerraron sobre los míos y me devolvieron el beso. La timidez dejo paso a la avidez. Nuestras bocas sólo se separaban para respirar jadeantes.
Con un movimiento casual acerque mis manos a su pecho y acaricie su seno derecho a través de la blusa.
El efecto fue inmediato  y se separó dando un respingo:
-Lo siento pero no puedo –dijo mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.
-¿He hecho algo mal? –pregunté confuso.
-No, de veras, no es por ti –dijo cruzando los brazos sobre su pecho en actitud protectora.
Sin dejar que terminara de explicarse me acerqué de nuevo a ella y la abracé con fuerza. Carolina no se resistió, pero tampoco dejo de llorar. Le besé de nuevo, esta vez en  las mejillas, saboreando la sal de sus lágrimas mientras ella gemía quedamente y se intentaba resistir sin fuerza ninguna.
Puse una mano bajo su barbilla y  levantándole la cara, obligándole a mirarme a los ojos le besé de nuevo en la boca. El sabor de su boca inundo la mía  mezclándose con las sal de sus lágrimas. Esta vez dirigí mis manos hacía su melena. Ella notó que era un gesto forzado y se apartó una vez más de mí. Pero en vez de huir, como me esperaba, respiro hondo y empezó a desabotonarse la blusa.
Jamás olvidare los minutos siguientes.
Temblando como una hoja se desabrochó la blusa y se la quitó mostrándome un sencillo sujetador de color blanco. Con un movimiento de rabia tiro del cierre y el sujetador calló a sus pies. En el lado izquierdo, dónde debería estar su pecho, había una  prótesis de silicona con un par de feas cicatrices en vez de pezón.
Me acerqué lentamente y dudé. Finalmente decidí agarrar el toro por los cuernos y acaricié las dos  cicatrices.
-Ha debido ser duro.
-Ni te lo puedes imaginar –dijo Carol un poco más relajada al ver que reaccionaba con normalidad –fueron ocho meses horribles, pero ahora ya estoy perfectamente.
-¿Sabes por qué son hermosas? –pregunte sin dejar de acariciarlas –Porque son el símbolo de tu victoria sobre la enfermedad. No lo olvides cada vez que te despelotes delante de mí.
Del resto de su ropa me encargué yo con un masculino toque de precipitación y torpeza. Cuando la tumbé sobre la cama aún estaba un poco nerviosa, así que opté por recostarme a su lado admirando y acariciando todo su cuerpo  esbelto y juvenil como si fuese una obra de arte. Cada vez más segura de sí misma  se giró hacia mí mientras  me desabrochaba los pantalones y buscaba mi pene erecto en su interior.
Sus manos suaves y cálidas me hicieron hervir de excitación. Con dos patadas me quite los pantalones y los calzoncillos. Carolina me acarició la polla un poco más y se la metió en la boca. Sus labios gruesos y cálidos envolviendo mi verga y me arrancaron un gemido de placer. Su lengua caliente y húmeda me acariciaba el glande haciéndome temblar. Aparté su cabeza con delicadeza para evitar correrme inmediatamente y la tumbé debajo de mí.  Besando de nuevo su boca introduje mi mano entre su piernas acariciando su pubis. Su sexo se excitó y ella gimió con lujuria. Poco a poco mi boca fue bajando por su cuerpo mordisqueando y lamiendo mientras mis dedos jugueteaban con su sexo haciéndola retorcerse.
 Incapaz de contenerme un segundo más separé sus piernas y la penetré. Carol se apretó contra mí  y me arañó gimiendo con fuerza. Su coño estaba caliente y húmedo y mi polla se abría paso  con delicadeza en su interior.
Por fin su mirada era limpia, no había dolor, no había remordimiento, solo había deseo.
Me pidió ponerse encima y obedientemente la levanté y puse su cuerpo ligero sobre mi regazo. Sin dejar de mirarme a los ojos me cogió la polla y se la introdujo milímetro a milímetro en su interior. Con una sonrisa maliciosa comenzó a subir y bajar por mi polla con una lentitud desesperante. Si yo intentaba aumentar el ritmo ella hacia el gesto de separarse y volvía a tomar el control. A pesar de ello sólo verla disfrutar, estirando su cuerpo sudoroso y dejando que  lo acariciase sin vacilaciones era para mí suficiente.
Cuando creyó que me había hecho sufrir suficiente un rápido empujón dio paso a una frenética cabalgada,  sudorosa y jadeante subía y bajaba, se retorcía, gemía, gritaba y me insultaba.
Aún estaba encima de mi cuando me corrí. Mi pene se retorció y expulso su contenido en su interior excitándola aún más. Yo, con un movimiento rápido, me giré y me tumbe sobre ella penetrándola con todas mis fuerzas. A los pocos segundos noté como mi pene vibraba debido a los espasmos incontrolados de su vagina. Sólo un orgasmo brutal le obligo a apartar sus ojos de los míos.
Instantes después estábamos uno al lado del otro mirando al techo borrachos de sexo.
-Quiero hacerte un regalo –dije reflexionando en voz alta.
-¿Me vas a regalar un cuadro?
-No exactamente –respondí mientras le vendaba los ojos con un trapo casi limpio. – Y nada de trampas.
Después de asegurarme de que no veía nada fui a uno de los rincones de la habitación y cogí el carrito. Con un algodón extendí la solución antiséptica por su torso y lo que quedaba de su pecho izquierdo.
-Ahora no te muevas –dije mientras encendía la máquina de tatuar.
-Qué romántico? ¿Me vas a empastar una muela? –replicó Carolina entre risas. –¿Con esto te ganas la vida?
 

-No, con la pintura me gano la vida y con esto pago todo lo demás. –respondí  -Avísame si te duele.
-Muy bueno –dijo Carol cuando empecé mi tarea –¿Esto es de lo que se quejan tanto los que se hacen tatuajes? Tendrían que probar con sesiones de seis semanas de quimioterapia y una de descanso, y otras seis de quimioterapia y así varios meses.
-Debió de ser muy duro. –dije yo mientras avanzaba por su ombligo en dirección a sus pechos.
-Lo gracioso es que para mí era mucho peor la semana de descanso. El dolor no te deja pensar en lo que realmente estas pasando. Sin embargo cuando estas un poco mejor te planteas si todo este sufrimiento merecerá la pena o peor aún en la posibilidad real de que puedes morir cuando apenas has empezado a vivir.
La sesión de tatuaje, no fue tan dolorosa pero sí fue tan larga como una de quimioterapia, así que cuando terminé yo estaba rendido y ella acalambrada de estar obligada a no moverse.
Finalmente moví ligeramente su cuerpo para admirar como la piel de su torso agitaba las hojas y las flores que había tatuado igual que lo hubiese hecho el viento. Antes de quitarle la venda de los ojos embadurné el tatuaje con abundante crema antibiótica y lo tape con varios apósitos.
-Bueno, lista. –dije quitándole la venda de los ojos.
-Cabrón. ¿No me lo vas a dejar ver?
-Hasta dentro de tres días no puedes dejarlo al aire, si no podría infectarse y  se estropearían los colores. –replique maliciosamente.
-Dios mío. Es tardísimo. –Dijo Carol mientras se ponía la ropa a toda prisa y me daba un beso de despedida.
-¿Volveremos a vernos? Aún no he terminado contigo. –pregunté mientras me levantaba y la acompañaba a la puerta en pelota picada.
-Terminar, ¿En qué sentido? –replicó con una sonrisa maligna.
-En todos. Toma mi tarjeta, llámame cuando quieras o ven a verme. Lo he pasado muy bien Carol.
-Yo también –dijo Carolina con un mohín –y no me llames Carol.
Los días siguientes los pase bastante ocupado preparando una exposición pero eso no me impidió hablar con Carol por teléfono.  A duras penas conseguí mantenerla engañada para que no se quitase los vendajes.
El martes a las siete de la mañana finalmente se quitó los apósitos y me despertó al quinto intento. Estaba encantada con el tatuaje. Dijo que era lo más bonito que había visto jamás y casi entre lágrimas me dijo que nunca lo olvidaría. Me dijo que se pasaría por mi casa a la tarde y me colgó antes de que pudiese responder nada diciendo que tenía que hacer algo en ese momento.
El resto de la mañana lo pase superexcitado esperando a Carol, así que cuando recibí una segunda llamada de un número desconocido,  no estaba ni mucho menos preparado para lo que iba a oír.
-Diga –contesté intentando imaginar quién podía tener tanta prisa para hablar conmigo antes de la una de la tarde.
-Hola, -dijo una voz suave, aparentemente de una mujer de mediana edad, desde el otro lado de la línea – no me conoces pero yo acabo de conocerte a ti. Soy Julia, la madre de Carolina y quiero que sepas lo que has hecho.
Toda la excitación que había acumulado durante la mañana hasta ese momento, se me paso al instante. Me encogí instintivamente y estuve a punto de colgar pero no estaba dispuesto a renunciar a Carol tan fácilmente así que intente replicar:
-Señora, quiero que sepa…
-Lo siento, pero prefiero que no me interrumpas mientras te hable, porque si no,  no sé si podré terminar. –continuó  Julia dejándome con la palabra en la boca.
-Antes de tener la enfermedad Carolina era una chica preciosa y una hija perfecta. Siempre alegre y dispuesta a ayudar. Y entonces, hace tres años le diagnosticaron el cáncer. –comenzó Julia tomándose un segundo para coger aire – Durante la enfermedad luchó como una leona, se sometió a los ciclos de quimioterapia sin quejas. Incluso animándonos a nosotros en  nuestros momentos bajos. Incluso cuando le dijeron que iban a tener que operarle y vaciarle el pecho izquierdo, no pareció afectarse y siguió adelante con una fortaleza que nos sorprendió. Pero todo cambió tras la  operación. Cuando vio esas dos…. terribles cicatrices se echó a llorar y aunque totalmente curada del cáncer se sumió en una profunda depresión
A partir de ese momento en el relato, la voz de la mujer comenzó a temblar ligeramente:
-Pagamos la cirugía de la prótesis por nuestra cuenta para acortar al máximo el tiempo de espera, pero con las cicatrices los médicos no pudieron hacer nada. Durante el siguiente año y pico se encerró en sí misma y prácticamente cortó todo contacto con lo que antes le interesaba, amigas, lectura, estudios todo quedo aparcado, aparentemente para siempre. La llevamos a  dos psiquiatras sin resultado, hasta que hace seis meses conocimos al Dr. Blanco. Con una paciencia infinita logró sacarla de su mutismo y aunque no volvió a ser la misma por lo menos comenzó a interesarse por lo que le rodeaba. Y entonces apareciste tú.
-El viernes ya estábamos a punto de volvernos locos cuando llego. Mi marido, policía jubilado, ya estaba a punto de llamar a sus excompañeros. Íbamos a echarle una bronca de campeonato por no habernos avisado, pero la sonrisa que llevaba puesta en su rostro nos congeló los nuestros. La primera sonrisa franca en dos años y medio. Los días siguientes, al contrario de lo que esperábamos la sonrisa se mantuvo junto con algo más que sólo podíamos definir como expectación.
-Para nosotros cualquier cosa era mejor que el infierno que habíamos pasado, así que cuando esta mañana nos reunió vestida únicamente con un albornoz estábamos preparados para casi todo.  
-Cuando se abrió el albornoz no pudimos creerlo. –dijo la mujer con un profundo sollozo –Toda la parte izquierda del torso de Carolina estaba ocupada por una masa de vegetación y flores que se enredaban y se movían con cada respiración y cada movimiento de su torso. En vez de cicatrices ahora había flores e insectos de colores extraños, en vez de una mujer con un pecho mutilado había una mujer hermosa con una belleza única. Una mujer que por primera vez estaba orgullosa de ser como era.
El irrefrenable llanto  de la mujer interrumpió la narración y me dejo azorado sin saber qué hacer con el móvil. El momento se estaba alargando y estaba a punto de dar una excusa y colgar cuando una voz masculina se puso al aparato.
-Hola hijo, quiero que sepas que me has hecho pasar el momento más bochornoso de mi vida. No veía el cuerpo desnudo de mi hija desde que tenía seis años. En cualquier otra situación esto hubiera bastado para pegarte un tiro, pero lo que has le has hecho a mi hija  es el regalo más bonito que nadie le ha hecho ni nadie le hará en su vida. Y puedes hacer lo que quieras, dejarla tirada sin explicaciones incluso, que no bastara para que olvide que nos la has devuelto.
-A propósito ¿cómo ha dado conmigo?
-Oh, eso no importa. Aún conozco mucha gente en la policía. A propósito nos gustaría que… esto quedase entre nosotros, ya sabes, que no se enterase de que hemos hablado. Sólo queríamos agradecerte lo que has hecho, no sólo por ella sino también por toda la familia.
Cuando llamó a la puerta aún estaba un poco superado por los acontecimientos.  Era gracioso, ahora era yo el que parecía confuso y ella la que rezumaba alegría y vitalidad por todos sus poros.
-Hola Jam, ¿Me has echado de menos? ¿Quieres que pose para ti?
-Si te digo la verdad Carol, -dije cogiéndola entre mis brazos  –voy a hacerte el amor toda la noche, y luego quizás llore entre polvo y polvo. No hay mayor condena para un artista que no poder exponer su obra maestra.
-Míralo de otra manera, también  es la única oportunidad  de que un artista no se aleje nunca demasiado  de ella –replicó Carolina comenzando a desnudarse…
 

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Relato erótico: » Hércules. Capítulo 18. Primera Misión.» (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 18: Primera misión.

El dossier no decía mucho de la mujer. Se llamaba Francesca Lobato y cantaba en un sórdido club de las afueras. No tenía antecedentes de arrestos, pero el club en el que trabajaba era famoso por ser un lugar de encuentro de las mafias chinas.

Los servicios secretos habían puesto el club bajo vigilancia, y sospechaban que usaban a las mujeres como correo para pasar secretos industriales y militares, el problema es que eran extremadamente cautos y no sabían exactamente como lo hacían, ni cual era la mujer que lo hacía.

Tras unos meses de vigilancia habían restringido las sospechosas a cuatro mujeres. Una de ellas era especialmente prometedora. A principios de mes, nunca el mismo día, la mujer llegaba al trabajo con un bolso especialmente grande y salía a la hora del cierre con el bolso más abultado de lo normal.

Su misión era seducir a la mujer y hurgar en el contenido del bolso hasta encontrar el material, fotografiarlo y dejarlo todo en su sitio para detenerla posteriormente en caso de que resultase ser lo que esperaban.

Revisó el resto de las hojas del informe. Estaba claro que habían hecho un extenso trabajo de documentación, aunque curiosamente, la mayoría de la información era bastante reciente, no había apenas nada que tuviese más de cinco años de antigüedad.

Observó de nuevo la foto y se preguntó que ocultaban esos ojos grandes enmarcados por unas pestañas largas y rizadas. ¿Por qué no había datos anteriores? ¿Cómo haría para acercarse a ella?

Se acostó en la cama mirando al techo pensativo. Era su primera misión y no quería cagarla. Aunque dudaba mucho que aquello mejorase su estado de ánimo, estaba dispuesto a cumplir las misiones que le encomendasen. Al menos no tenía que matar a nadie, no quería empezar su nueva vida como había terminado al anterior.

Se acercó al teléfono y estuvo tentado de llamar a sus madres, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarse de nuevo a ellas. Volvió a colgar el aparato y se quedó mirando al techo, con la mente en blanco, hasta que se quedo dormido.

Aquel garito era bastante más acogedor por dentro de lo que parecía por fuera. La iluminación era suave y la música disco de los ochenta y noventa no estaba demasiado alta, solo lo suficiente para que las bailarinas semidesnudas que se agarraban a las barras, contorsionando sus cuerpos, pudiesen seguir el ritmo.

Entre el público había bastantes individuos de aspecto oriental que veían evolucionar a las mujeres con lujuria y esperaban ganarse su favor a base de introducir billetes entre las tiras de sus tangas.

Hércules se dirigió a la barra, pidió un Glennfidich con hielo y acodado en ella esperó a que Francesca saliese al escenario que ocupaba el fondo del establecimiento.

Antes de su actuación tuvo que fingir interés en una torpe imitación del baile de Flashdance por parte de una rubia cuya enorme pechuga estaba más dotada para usar los pechos como los flotadores de un hidroavión que para realizar los relativamente complicados pasos de un baile moderno. Todo quedó compensado cuando el agua cayó sobre la mujer haciendo que la camiseta revelase el tamaño real de los pechos y erizase unos pezones de tamaño titánico.

Cuando se hubieron apagado los silbidos y los aplausos, la mujer se retiró dejando que un operario recogiese el agua del suelo con una fregona.

Pidió otra copa mientras observaba como el hombre dejaba la fregona y cogiendo un micrófono presentaba a Francesca. Después de describirla como la heredera de Sade y ensalzar su belleza se retiró para dejar paso a la mujer que aparecía en ese momento en el escenario.

Llevaba un vestido rojo de lentejuelas cruzado en la cintura con un escote en v estrecho y profundo. La falda era larga y tenía una raja en el lado derecho que le llegaba casi hasta la cintura y se cerraba justo en la cadera con un bordado plateado.

Hércules observó el pelo largo, negro y ligeramente ondulado que reposaba sobre su hombro izquierdo, tapando aquella parte de su pecho. La mujer se inclinó para saludar y sus pechos se movieron pesados y jugosos evidenciando que no llevaba sujetador.

El público aplaudió hasta que la cantante, con un ligero mohín de sus labios gruesos y rojos como la sangre, les invitó a callar y comenzó a cantar. Su voz era suave y acariciadora, pero Francesca le añadía un toque grave y ligeramente ronco que hacía que la canción de Sade tuviese un punto más sensual.

Apenas se movía, pero sus ojos recorrían la sala con intensidad haciendo que cada hombre presente se sumergiese en la melodía y creyese ser el protagonista. Durante unos instantes calló y dejó que el saxofonista que la acompañaba se marcase un solo. La melancolía del instrumento llenó la sala haciendo que todo el mundo se sintiese embargado por una profunda emoción.

Francesca fijó el micrófono al pie y acariciándolo con unas manos de dedos largos y suaves comenzó a cantar de nuevo, esta vez meciéndose suavemente, sin dejar de envolver con sus manos el aparato y acercando sus labios sensualmente hasta casi tocar la superficie cromada, dejando que la raja de su vestido se abriese dando a los presentes una visión de unas piernas largas y morenas encaramadas a unas sandalias de tacón alto.

Hércules bebió el resto del whisky de un trago mirando a la mujer fijamente a los ojos a pesar de que sabía perfectamente de que ella no le podía ver, cegada como estaba por los focos.

Cuando la canción terminó se impuso un silencio que se prolongó un instante antes de que la parroquia prorrumpiese en una sonora aclamación.

Hércules dejó el dinero sobre la barra y se escabulló antes de que las luces volvieran a encenderse.

A la mañana siguiente se dirigió al domicilio de Francesca, que figuraba en el informe y aparcó dos puertas más abajo su coche alquilado. Como esperaba, Francesca no se levantó hasta tarde y hacia el mediodía la vio salir del portal vestida con uno vaqueros, una sencilla blusa y calzando unas bailarinas. Abandonó la terraza del bar de la esquina en el que había pasado buena parte de la mañana y la siguió calle abajo. Tras unos doscientos metros dobló una esquina y entró en un supermercado.

Hércules entró a su vez y cogió un carrito. Paseó por los pasillos y eligió varios productos al azar mientras la buscaba. Finalmente la encontró en la sección de congelados. Se colocó a su lado y hurgó con interés entre las terrinas de helados mientras la observaba de reojo.

Era la primera vez que la observaba de cerca, aun en bailarinas era casi tan alta como él. Llevaba el pelo atado en una apretada cola de caballo dejando a la vista una tez morena y tersa, sin apenas arrugas o imperfecciones. Dos grandes aros de oro colgaban de sus orejas y una pequeña piedra en la aleta de su nariz junto con sus ojos grandes y ligeramente rasgados le daban un aire exótico y un inconfundible atractivo.

—Una mujer tan bella merece algo más que una comida congelada. —dijo Hércules mientras fingía inspeccionar una terrina de stracciatella.

—¿De veras? —preguntó ella con una sonrisa escéptica mientras metía una pizza y un par de cajas de canelones.

Su voz ronca y sensual, y la forma pausada de hablar hizo que Hércules sintiese como crecía su excitación.

—Pues claro, hay un montón de comida prefabricada sin tener que comerla ardiendo por fuera y hecha un témpano de hielo por dentro.

Sabía que no era una respuesta muy inteligente, pero había conseguido que ella le mirase por fin y rápidamente detectó en sus ojos una chispa de interés. Continuó charlando con ella y haciendo chistes malos sobre la comida preparada mientras elegían productos de los estantes.

Francesca hablaba poco y escuchaba lo que Hércules decía con una sonrisa irónica, pero se dejaba guiar por el supermercado en un tortuoso circuito por los distintos pasillos del establecimiento. Finalmente Hércules se presentó y le invitó a tomar algo en una terraza.

La mujer miró el reloj frunciendo el ceño pero finalmente aceptó y le sugirió el local dónde había pasado la mañana. Hércules fingió un poco de embarazo y le dijo que en aquel bar había hecho un simpa hacía poco para forzarla a elegir otro.

Finalmente acabaron en la terraza de una cafetería a un par de manzanas de allí. El calor del mediodía empezaba a ser intenso así que Hércules pidió una caña mientras ella pedía una cola sin hielo.

Fingiendo inocencia le dijo que se le iba a calentar muy rápido el refresco. Ella respondió que tenía que proteger su garganta ya que era cantante. Hércules aprovechó para interrogarla y mostrar su admiración. Inmediatamente le preguntó dónde podía ir a oírla cantar. Ella, al principio quiso negarse a contárselo, lo que le dio indicios de que quizás se avergonzaba un poco del lugar donde cantaba, pero al final terminó confesándolo.

Tras apurar las bebidas, Hércues pagó la cuenta y se despidieron con dos besos. El cálido contacto con su piel provocó otro pequeño chispazo como si la atracción creciente entre ellos se descargase con el contacto.

—¿No me vas a pedir el número de mi móvil? —preguntó ella al ver que él se daba la vuelta dispuesto a alejarse de ella.

—¿Para qué si ya sé dónde encontrarte? —respondió Hércules girándose y despidiéndose de ella para a continuación seguir su camino.

Aquella misma noche se presentó en el local de nuevo. Había cambiado de indumentaria. Se había puesto uno de los trajes de Armani del armario y se había llevado un Porsche Cayenne del garaje de La Alameda.

Esta vez había elegido un lugar cerca del escenario para poder ver a la mujer más de cerca y que ella pudiese verle a él. Francesca no tardó en salir de nuevo. Esta vez llevaba un vestido de seda de corte oriental color marfil con una raja en el lateral tan vertiginosa como la del día anterior.

Antes de que comenzasen los primeros acordes y la luz volviese a cegarla, la mujer exploró el lugar con la mirada y no tardó en localizarle. Con un sonrisa se acercó al micrófono y comenzó a cantar Sweetest Taboo. Al contrario que en otras ocasiones, la mirada de Francesca casi no se apartó del lugar donde estaba Hércules mientras acariciaba el micrófono posesivamente.

La canción terminó y el público rugió unos segundos antes de volver su interés de nuevo a las bailarinas. Francesca bajó del escenario y repartió algunos besos y confidencias con empleados y clientes hasta que por fin llegó a él.

—¿Te ha gustado? —pregunto ella sin poder disimular su interés por la respuesta.

—Has estado fantástica, derrochas tanta sensualidad que me han entrado ganas de lanzarme al escenario y hacerte el amor allí mismo, delante de todo el mundo.

La cantante sonrió satisfecha durante un instante pero su gesto se volvió rápidamente entre ansioso e inseguro.

Notaba que estaba a punto de echarse atrás así que Hércules se adelantó y mientras acariciaba su pelo negro y sedoso le preguntó a qué hora terminaba.

Francesca dudó, estaba claro que había algo que parecía sumirla en la indecisión. La mano de Hércules se desplazó por su cara y rozó los labios de la mujer recorriendo la abertura de su boca acabando por convencerla.

—Tengo otra actuación dentro de una hora y habré terminado. —respondió ella con un ronco suspiro.

Charlaron un rato más y él la invitó a una copa de Champán antes de que se retirara a prepararse para la siguiente actuación. Cuando salió de nuevo al escenario, Hércules había abandonado el local. Francesca lo buscó entre el público sin éxito así que terminó sumida en un mar de dudas.

Al salir se encontró con el joven apoyado en el todoterreno con una sonrisa traviesa consciente de que ella, por un momento, había dudado que se hubiese quedado a esperarla.

Con un «estúpido» se introdujo en el Cayenne dejando que el hombre cerrase la puerta. El acogedor interior y el olor a cuero se mezclaron con el aroma del perfume del hombre aumentando su excitación. Mientras se dejaba llevar, no le importaba dónde, Francesca pensaba en el siempre crítico momento de descubrir su secreto.

Odiaba ser así, odiaba tener que pasar por aquel trago cada vez que conocía a un hombre que le interesaba. Nunca sabía lo que pasaría. En ocasiones había terminado muy mal y viendo los músculos que amenazaban con romper el traje de Armani de Hércules un escalofrío recorrió su espalda.

Hércules la llevó a un pub del centro. Pidieron un par de copas y charlaron, la música estaba tan alta que les obliga a acercar la boca a la oreja del otro para poder entenderse y él lo aprovechó rozándola con sus labios y sus dientes mientras le hablaba.

Tras unos minutos Hércules no se contuvo más y abrazando a la mujer por la cintura le besó el cuello y la mandíbula. Francesca suspiró excitada, pero a pesar de todo Hércules notó cierta resistencia. Ignorando las indecisiones de la mujer la abrazó y la besó en la boca, explorándola con suavidad y saboreándola sin apresurarse, mientras sus manos acariciaban su espalda.

Sin dejar de besarla deslizó las manos por la resbaladiza seda del vestido hasta agarrar su culo apretándolo y acercando sus caderas contra él, deseoso de que ella pusiese sentir la erección que ocultaban sus pantalones.

—No, aquí no. —dijo Francesca apartándose sofocada como si las caderas de Hércules le quemaran.

Hércules estaba tan excitado que hubiese ido al mismo infierno con aquella mujer. Asiéndola por la cintura la llevó fuera del ruidoso pub y la guio hasta el todoterreno. Antes de arrancar se inclinó sobre ella y la besó mientras acariciaba el muslo que asomaba por la raja del vestido. Ella suspiró y le apartó diciéndole que le llevase a un sitio más íntimo.

Aun tenía las llaves de su viejo apartamento así que la llevó allí. Cuando abrió la puerta la imagen de Akanke recibiéndolo con una sonrisa le asaltó haciéndole vacilar. Francesca lo notó y para evitar unas preguntas que no quería responder se lanzó sobre ella y acorralándola contra la pared la besó con violencia. La mujer sorprendida respondió al beso con la misma ansia dejando que las manos de Hércules estrujaran con violencia sus pechos a través de la seda del vestido.

Abrazándose y tropezando avanzaron hacia el dormitorio. Por el camino Francesca fue quitándole hábilmente la ropa hasta que cuando llegaron a la cama Hércules se vio totalmente desnudo.

Aquel hombre tenía el cuerpo de un héroe griego. Sus músculos se marcaban bajo su piel incitándole a arañarlos y mordisquearlos. Lo tumbó sobre la cama y tras ponerse encima de él le besó durante unos instantes antes de comenzar a recorrer su cuerpo con su boca, sabia a sal y a perfume. Mordisqueó sus tetillas haciéndole suspirar y fue bajando por su vientre, acariciando con sus uñas cada uno de los abultados músculos antes de llegar a su pubis.

Levantó la vista y con una sonrisa traviesa cogió el tallo de su polla con una mano. Sin dejar de mirarle levantó el miembro y lamió su base para continuar con sus huevos. Hércules suspiró de nuevo dejándole hacer y acariciándole suavemente el cuello.

Poco a poco, con desesperante lentitud fue avanzando por el tronco de su polla hasta que al fin llego a su glande. Lo recorrió juguetona con la punta de su lengua, rozándola con sus dientes, sintiendo como crecía por momentos.

Sin aguantarse más lo rozó ligeramente con sus labios antes de abrir la boca y meterse la polla dentro. Dejándose llevar comenzó a chuparla primero suavemente, luego con más fuerza subiendo y bajando por aquel mástil palpitante y sintiendo como todo el cuerpo de Hércules se estremecía y sus músculos se contraían debido al intenso placer.

Había llegado la hora de la verdad. El momento que más odiaba, pero si lo retrasaba más sabría que no sería capaz. Ese chico le gustaba de verdad y lo deseaba con todo su ser. Esperando que los estremecimientos de miedo los interpretara como excitación se puso en pie y se desabrochó los botones que tenía el vestido en el hombro izquierdo.

Intentando librarse de la desagradable sensación de vulnerabilidad que sentía al descubrir su secreto, se bajó la cremallera del vestido quedando desnuda salvo por un culotte delicadamente bordado y las sandalias de tacón.

Sintió los ojos de él clavados en sus pechos redondos, del tamaño de pomelos con los pezones pequeños y erectos por su intensa excitación. Le miró un instantes a los ojos antes de inclinarse para bajarse el culotte. Se incorporó con las piernas muy juntas dejando que observara el pelo oscuro y rizado que cubría sus piernas.

Respiro hondo y cerrando los ojos separó las piernas.

Mudo de sorpresa, Hércules observó como de su entrepierna caía un pene semierecto. Francesca se quedó quieta esperando, con los ojos cerrados y temblando de la cabeza a los pies. Por un momento no supo qué hacer, se quedó petrificado, pero luego se centró en la misión y hasta agradeció que fuese tan diferente a Akanke. Eso le ayudaría a apartar las constantes comparaciones entre las dos mujeres de su mente.

Se levantó y se acercó a Francesca que seguía esperando con la cabeza baja y los ojos cerrados. La mujer, al sentir su presencia, se puso rígida y tembló expectante. Hércules adelantó la mano y acarició su mejilla con suavidad. Francesca reaccionó defensivamente ante el contacto hasta que se dio cuenta de que era una caricia, se relajó y abrió los ojos.

Las manos de Hércules rozaron sus labios antes de introducirlos en su boca. Sintió como los chupaba con fuerza envolviéndolos con su densa y cálida saliva. Al fin relajada, Francesca se dio la vuelta y apoyando las manos sobre un viejo tocador separó las piernas.

Hércules acarició los muslos de Francesca y separó sus cachetes introduciendole con suavidad los dedos embadurnados en su propia saliva en el ano. La mujer soltó un ronco gemido mientras dejaba que Hércules explorara y dilatara su esfínter.

Los gemidos y los estremecimientos de Francesca hicieron que su deseo creciese. Con suavidad acercó la punta de su polla al oscuro y estrecho agujero y con delicadeza la penetró. El calor y la estrechez del culo de Francesca eran deliciosos. Poco a poco comenzó a meter y sacar el miembro de las entrañas de la mujer, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, viendo la cara de intenso placer de ella en el espejo.

Asiendo su melena empujó con todas sus fuerzas mientras Francesca se agarraba con desesperación al tocador para no perder el equilibrio.

Dándose un descanso Hércules tiró de su melena y obligó a la artista a volver la cabeza para besarle de nuevo el cuello la mandíbula y la boca. Cuando se separaron, ella soltó un gemido de insatisfacción al sentir como escapaba el miembro de su culo.

Dándose la vuelta lo besó desviando la atención de Hércules de su miembro semierecto y lo tumbó en la cama. Dándole la espalda se ensartó su polla de nuevo con un largo gemido. Deshaciéndose de las sandalias coloco piernas y brazos a ambos lados del cuerpo de Hércules y comenzó a subir y bajar cada vez más rápido mientras su polla erecta se balanceaba golpeando su vientre.

El placer volvía a ser intenso y apenas se dio cuenta cuando las manos de Hércules agarraron su miembro y comenzaron a sacudirlo con fuerza mientras se corría en su culo. El calor de la semilla del joven unido a sus caricias hicieron que no pudiese contenerse más y se corriese derramando su semilla sobre su propio vientre.

Durante esos instantes sintió una intensa felicidad que pronto se vio disminuida por la sensación de no sentirse una mujer completa.

Hércules apartó a Francesca con suavidad y se tumbó de lado, abrazando su cuerpo para quedarse casi inmediatamente dormido.

Los días siguientes fueron una vorágine de sexo. Hércules la atosigaba y buscaba su contacto constantemente, haciendo el amor una y otra vez hasta que ella rendida y dolorida le pedía una tregua.

Él insistía en ir a todas sus actuaciones fingiendo no poder separarse de ella ni un minuto hasta que por fin un día la llevó al trabajo y observó que llevaba el bolso que aparecía en las fotos del dossier. Era tan grande que bromeó preguntándole qué diablos llevaba allí dentro. Francesca consiguió ocultar bastante bien la tensión cuando escuchó la broma, pero a Hércules no le pasó desapercibida.

No volvió a hablar del tema durante toda la noche y cuando llegaron al piso le hizo el amor consiguiendo que se corriera dos veces y acabara durmiéndose totalmente exhausta.

En total silencio, cogió el bolso y se lo llevó a la cocina. Una vez allí, en la oscuridad, lo abrió descubriendo varios fajos de documentos. Los inspeccionó y los fotografío con el móvil antes de volver a colocarlos en su interior, junto con un diminuto dispositivo de localización por GPS.

Dos días después unos hombres se encargaron de llevársela. Nunca la volvió a ver.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: SEXO CON MADUROS

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Relato erótico: » Hércules. Capítulo 19. Joanna.» (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 19: Joanna.

—Hola, ¿Cómo te sientes? —preguntó Afrodita mientras se sentaba a desayunar a su lado.

—La verdad es que no muy orgulloso. He mentido y traicionado la confianza de una mujer. Espero que haya valido la pena y los papeles fuesen realmente los que buscabais. —respondió Hércules contemplando el cuerpo de la mujer enfundado en una bata de satén gris perla.

—En realidad era más de lo que pensábamos y no te preocupes por Francesca, ha obtenido un buen trato a cambio de contar todo lo que sabe, que no es poco.

—Me alegro, no me gustaría que se pudriese en la cárcel. Espero que le vaya bien. A pesar de que no era mi tipo, ya sabes a que me refiero, no quiero que sufra y deseo que sea feliz.

—Hablando de felicidad y de parejas disfuncionales, —dijo la mujer untando una tostada— tengo una nueva misión para ti.

—¿Ah, Sí? —Preguntó el dominado por la curiosidad.

—Joanna Sorensen. —dijo chupándose los dedos antes de alargarle una carpeta— Es la hija del embajador Danés; se ha liado con un playboy treinta y pico años mayor que él y vinculado con el tráfico de drogas. El embajador ha intentado abrirle los ojos, pero no hay manera y ha recurrido a nosotros desesperado.

—Mmm, no sé, ¿Qué derecho tenemos a inmiscuirnos en la vida de una mujer mayor de edad?

—No es tu función valorar eso, pero si te sirve de consuelo tu otra función es mantenerla viva. Hemos investigado un poco al novio y últimamente no le ha ido muy bien. Ha perdido un par de envíos y los colombianos están cabreados…

—Entiendo. —replicó Hércules con la conciencia un poco más aliviada— Me pondré en ello.

—No me has contado que sentiste al hacer el amor con un hombre. —dijo afrodita con una sonrisa provocativa.

—No era una mujer, pero tampoco era un hombre, era… Francesca. Al principio pensé que era una putada, luego vi que era una mujer en todo menos por esa mierda que le colgaba y una mujer atractiva dulce y sensual. En otra vida podría haberme enamorado de ella.

—Vaya, es una lástima. Y yo que creía que tenía alguna oportunidad contigo. —dijo Afrodita metiendo las manos por el escote de la bata y frunciendo los labios a modo de despedida.

En cuanto terminó de desayunar se puso manos a la obra. Vigiló la casa de Joanna hasta que esta y su novio salieron a comer por ahí y aprovechó para colarse en su casa y poner micros por todas las habitaciones. Para cuando volvieron, al parecer para cambiarse y salir de nuevo, ya estaba en un piso que había alquilado en el edificio de enfrente con un telescopio terrestre.

Ser una especie de superhombre tenía sus ventajas. En cuanto vio que la pareja salía y montaba en el taxi subió a la azotea y les siguió saltando de edificio en edificio y corriendo por las cumbres de los tejados.

Podía haberlo hecho como todo el mundo cogiendo un coche o una moto, pero la sensación de libertad que sentía cuando saltaba y dejaba que el impulso y la gravedad le llevasen a su siguiente objetivo eran inigualables. Cuando el taxi paró a la puerta de una discoteca del centro casi sintió un deje de desilusión al no tener que seguir haciéndolo.

En la puerta había una cola considerable de gente que esperaba pacientemente ser seleccionada como una res. Sus objetivos pasaron delante y el hombre deslizó un par de billetes en el bolsillo del portero que les facilitó el pase sin tener que hacer cola.

Hércules tampoco estaba dispuesto a esperar así que de un salto se plantó en el techo de la discoteca y tras inspeccionarla un par de minutos encontró un tragaluz abierto por el que se coló sin dificultad.

Acabó en un pequeño almacén lleno de trastos y polvo. Orientándose con la linterna del móvil encontró la puerta que daba a un pasillo estrecho y bastante oscuro que acababa en una esquina de una de las pistas de baile.

Se coló tratando de no llamar la atención y buscó a Joanna y a su novio entre la multitud de cuerpos gritando y contorsionándose. No parecía estar por allí así que atravesó la pista en dirección a la que estaba en el otro extremo. Forcejeó con una multitud de hombres que le miraban con mala cara y mujeres que intentaban seducirle e incluso tocarle, aprovechando los pocos instantes que tenían antes de que se escurriese y siguiese su camino.

Al llegar a la segunda pista, la música cambió. Era más suave y lenta y el ambiente invitaba a la intimidad y a las confesiones. Estaba menos concurrida y no le costó encontrar a sus tortolitos enganchados y meciéndose en el centro de la pista. Procurando no llamar la atención se dirigió a la barra y pidió un bourbon.

Durante la siguiente hora y media se dedicó a beber y a observar como la pareja se dedicaba continuas muestras de afecto. Eran una pareja un tanto extraña. Ella era rubía, alta, con una figura robusta y un rostro angelical. Hércules se detuvo a observar sus grandes ojos azules su nariz pequeña y sus labios gruesos y perfectamente perfilados. Vestía una minifalda de vuelo que le llegaba un poco más abajo de unos muslos gruesos y potentes y una blusa oscura que se cruzaba en torno a un busto grande que temblaba lujurioso con cada movimiento de la joven.

Julio era un poco más alto que ella y a pesar de sus cincuenta y pico años se mantenía en bastante buena forma. Tenía el rostro afilado y moreno y una sonrisa chuloputas que a Hércules le daban ganas de aplastar. Con el pelo oscuro y engominado y la cadena de oro, gruesa como el cabo de un trasátlantico que asomaba por la abertura de su camisa de seda, tenía un aire de playboy ochentero trasnochado que le hacía muy dificil imaginar como una chica joven y sofisticada como Joanna se había enamorado de él.

En fin suponía que el amor era así. Tampoco Akanke y él habían sido una pareja convencional. Observó como se abrazaban y se besaban, preguntándose si alguna vez volvería a sentir una sensación parecida.

Desde que Akanke había desaparecido de su vida había sentido atracción por otras mujeres como Francesca y sobre todo Afrodita, pero en lo más hondo de su corazón sabía que lo que sentía por ellas era puramente físico, nada parecido a la comunión de almas que sintió el corto periodo de tiempo que estuvo con la joven nigeriana antes de que desapareciese de su vida.

En ese momento el hombre le dijo algo al oído de Joanna. La joven negó con la cabeza, pero él se puso serió y la sacudió con fuerza antes de cogerla por el brazo y arrastrarla sin contemplaciones a los baños.

Más curioso que preocupado los siguió con el tiempo justo para ver como se colaban en el servicio de caballeros. La estancia estaba vacía salvo por el ultimo de los retretes cuya puerta estaba cerrada.

Hércules entro en silencio y ocupó el retrete de al lado, cerrando con el pasador lo más silenciosamente que pudo, aunque por las risas y los susurros que emitían los dos enamorados en el cubículo adyacente hubiese dado igual que hubiese entrado un pelotón de infantería.

—Mmm, si. ¡Dios! ¡Como lo necesitaba! Julio, eres el demonio. —oyó decir a la chica con un fuerte acento escandinavo.

—Entonces, ¿Harás eso por mí? —preguntó el hombre sin dejar de besar a la joven.

—No puedo… es un delito. Yo no…

—Vamos, sabes que tienes carnet diplomático. En caso de que te pillasen, que no va a pasar, no podrían hacerte nada. No corres ningún riesgo. —le interrumpió él.

—¡Ja! No conoces a mi padre. Es capaz de enviarme a las autoridades con un lazooooh. —dijo ella a la vez que sonaba un golpe que hacía temblar el mamparo de aglomerado—¡Eres malo!

—Y lo seré más si no haces lo que te pido. —dijo con voz impaciente.

Un nuevo golpe y un apagado gemido de la joven le hicieron temer a Hércules por la seguridad de la joven así que sacó una pequeña cámara espía que iba dotada con un alargador y que manejaba mediante un pequeño joystick y la acercó a una pequeña grieta que había donde la mampara se unía a la pared.

Con precaución la fue introduciendo poco a poco hasta que tuvo una buena visión del cubículo. El hombre se había echado encima de Joanna y rodeaba su fino cuello con sus manos. Hércules estuvo a punto de tirar abajo la endeble tabla de aglomerado, pero se relajó al ver que el tipo acercaba su boca y besaba los delicados labios de la joven con lujuria. Joanna respondió con otro gemido ahogado mientras dejaba que las manos de su novio se colaran bajo su falda y sobaran su muslos pálidos y juveniles.

Aun en la pequeña pantalla de la cámara, Hércules no pudo por menos que volver a admirar la belleza de la joven. Su pálida piel y su melena corta y rubia contrastaban con la tez morena y el pelo teñido y engominado de su amante.

Mientras tanto, Julio seguía insistiendo en que le hiciese el favor, estrujando el culo de la joven y haciéndola gemir excitada.

Joanna le empujó un instante y se arrodilló en el sucio suelo del excusado con una sonrisa de suficiencia.

—Prefiero hacerte otro tipo de favores. —dijo ella bajando la bragueta de Julio y sacando una polla de considerables dimensiones.

Con una mirada de adoración la joven apartó la media melena de la cara y se metió la polla de él, aun morcillona, en la boca, comenzando a chuparla con determinación.

Poco a poco el miembro creció, sobre todo en grosor hasta que no pudo mantenerlo en la boca. Apartándose un instante para coger aire, la joven acarició aquel pene grande, grueso y brillante de saliva.

Continuó jugando unos instantes con él, lamiendo y chupando el glande, haciendo que el hombre gimiese y le acariciase el cabello agradecido antes de obligarla a incorporarse y ponerse de cara a la pared.

El hombre, a pesar de sus cincuenta y pico años sonrió como un chiquillo al levantar la falda de la joven y descubrir un culo blanco, grande y terso. Lo acarició como si fuese un preciado juguete antes de acercarse y golpearlo con su polla.

La joven dio un respingo y separó sus piernas mostrando a su novio una vulva depilada y congestionada por el deseo. El hombre acercó su miembro al jugoso coño y rozó sus labios con suavidad. Joanna gimió y se puso un instante de puntillas tensando sus muslos y haciéndolos aun más apetecibles.

Julio los agarró con las manos y dejando que su polla se deslizase entre los cachetes de la joven una y otra vez volviéndola loca de deseo. Tremendamente excitada giró la cabeza y fijó en él una mirada suplicante que se transformó en una de alivio y placer cuando el tipo metió su miembro dentro de ella, con parsimonia, dejando que disfrutase de cada centímetro.

Joanna se estremeció de pies a cabeza y gimió ajena al mundo exterior. Los empujones del hombre se hicieron más duros y profundos. La joven clavaba las uñas en la pared y gemía desesperada pidiendo más.

Julio se inclinó sobre ella y abriéndole la blusa estrujó sus pechos con fuerza. A continuación deslizó sus manos hasta asir sus caderas y aumentó su ritmo hasta que la joven estuvo a punto de correrse.

En ese momento se detuvo y se apartó con una sonrisa maligna.

—¿Qué haces? —dijo ella dándose la vuelta.

—No sé… estaba pensando. —respondió él balanceando su polla— Ya sabes cómo somos los hombres mayores necesitamos un estimulo para seguir con la bandera enhiesta…

—¿Ah? ¿Sí? —dijo ella apartando la blusa y exhibiendo y acariciando sus pechos— No seas gilipollas y ven aquí.

—¿Me harás ese favor? —dijo Julio acercándose y pellizcando con suavidad unos pezones grandes y rosados.

—Sí, sí. Pero termina lo que has empezado. —aceptó ella poniendo una pierna sobre la cadera de su novio.

Con una sonrisa de triunfo cogió a la joven por las mejillas y la obligó a besarle. Chupó su boca y sus labios disfrutando de la ansiedad de la mujer.

Finalmente fue ella misma la que cogió el miembro de Julio y lo guió a su interior. Esta vez no hubo interrupciones el tipo comenzó a penetrarla con fuerza mientras ella le abría la camisa y arañaba su pecho y enredaba sus finos dedos en las canas que lo cubrían.

Con una mano el hombre cogió a su novia por la nuca mientras que con la otra hincaba los dedos en el muslo que rodeaba su cintura sin dejar de follarla.

El aglomerado crujía y amenazaba con desintegrarse cuando con un grito estrangulado la joven se puso a temblar asaltada por un orgasmo. Julio siguió empujando con fuerza hasta que finalmente se separó instantes antes de correrse sobre su falda.

Hércules recogió la cámara y se retiró mientras los dos enamorados se recomponían la ropa. Cuando finalmente salieron ya estaba de nuevo en la barra, con una cerveza, apartando a una morena bajita que insistía en llevarle con él para hacerle la mamada de su vida.

Afortunadamente a los dos tortolitos se les había acabado las ganas de fiesta y tras un par de zumos para reponer líquidos salieron del local. Hércules se les acercó lo suficiente para escuchar como Julio le daba al taxista la dirección de Joanna, así que sin temor a perderles de vista se dirigió a la parte posterior de un edificio cercano para poder subirse a la azotea y seguir a la pareja a su casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: FETICHISMO

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: «La colaboracionista» (POR ALEX BLAME)

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Sin títuloDespués de novecientos kilómetros por fin tenían un descanso. El Teniente Giggs se pasó dos días enteros durmiendo pero el tercero de sus cinco días de permiso se levantó con ganas de pillar una buena borrachera. Cuando buscó a Carter y a Gennaro descubrió que se le habían adelantado así que cogió un jeep y se dirigió sólo al pueblo.

Era una localidad pequeña a treinta kilómetros de Metz. Con apenas tres mil habitantes y lejos de cualquier cruce de carreteras o infraestructura de importancia, había sufrido relativamente poco. La mayor parte de la población se dedicaba al trabajo del campo y aunque habían sufrido escasez no habían pasado verdadera penuria.

Era mediodía cuando aparcó en la plaza del ayuntamiento. Salió del jeep y estiró su raído aunque inmaculadamente limpio uniforme. Se colocó la gorra bajo la hombrera y se acomodó el Colt. A las mujeres francesas les encantaba el aire de vaqueros que les daba la automática enfundada en su cadera. Se giró sobre sí mismo buscando una tasca, era mediodía y tenía hambre. En una esquina de la plaza, bajo unos soportales de piedra había un bistró típico de la zona.  Se sentó en la terraza y pidió queso, pan y una botella de calvados.

Le encantaba la comida francesa. Esos malditos franceses hacían delicias con cualquier cosa y desde que había llegado en julio había aprendido lo que era el vino de verdad. El sol de agosto brillaba con fuerza y le obligó a refugiarse a la fresca sombra de los soportales de piedra. El pueblo había sido liberado mientras descansaba,  hacía apenas doce horas, así que toda la gente que pasaba a su lado le saludaba efusivamente y le invitaba a una ronda de calvados.

Un  tumulto que se acercaba por una de las calles interrumpió su plácido almuerzo.  Giggs se incorporó y apoyándose en una de las columnas de los soportales observó cómo unas cien personas entraban en la plaza y llevaban a alguien medio a rastras. Con disgusto comprobó que era una mujer. Harto de venganzas estúpidas se acercó al grupo con las manos apoyadas en las cachas de nácar de la automática.

-¿Qué demonios pasa aquí? –dijo el teniente levantando la voz para poder hacerse oír entre el tumulto.

-Es una colaboracionista –dijo un hombre gordo que llevaba puesto un mandil blanco con restos de sangre  en la pechera. –vamos a darle su merecido.

Giggs desvió la mirada del cabecilla y la dirigió hacia la víctima. La mujer ofrecía un aspecto lastimoso. Los dedos gordos como morcillas del carnicero sujetaban la larga melena rubia  de la chica y tiraba de ella para mantenerla en un equilibrio precario. La mujer era joven, apenas debía superar los veinte años. Su bonito rostro crispado y el rimmel corrido mostraban dolor y humillación pero sus gruesos y rojos labios apretados en una fina línea horizontal revelaban la determinación de la joven de no soltar el más mínimo gemido. La ropa que llevaba, bonita y de calidad estaba sucia,  rota y descolocada por los agarrones y empujones de que había sido objeto mostrando parte de su ropa interior. Sus medias estaban rotas y había perdido uno de los zapatos de tacón.

-¿De que la acusáis? –pregunto Giggs.

-Ha confraternizado con soldados alemanes. –respondió una anciana furibunda escupiendo al suelo.

-¿Con cuántos?

-¿Qué importancia tiene eso? –pregunto el carnicero.

-¿Con  cuántos? –Repitió el teniente empezando a mosquearse con los aldeanos.

-Con uno. Un Capitán de la Wehrmacht–dijo un hombre bajito vestido con ropa de los domingos.

-Aja. Ya veo…  Un gran  peligro para el esfuerzo de guerra aliado. ¿Puedo haceros unas preguntas?

-¿Cuántos de vosotros pertenecéis a la resistencia? –continuó sin esperar la respuesta.

Los presentes se miraron unos a otros dudando durante un momento y luego levantaron las manos unánimemente.

-Ya veo, este debe ser el pueblo más heroico de Francia. Ojalá en todos los lugares de Francia hubiese el mismo nivel de amor a la patria, los nazis las hubiesen pasado canutas. –dijo el teniente con sorna.

-Y usted ha debido pasarlo verdaderamente mal –continuó el teniente señalando la panza del carnicero -¿Acaso no ha vendido usted carne a los alemanes?

-Sí, pero estaba obligado a ello…

-Y también estaba obligado a aceptar su dinero. Saben, estoy harto de ver estos actos de venganza pueriles. Siempre con las mujeres solas e indefensas. ¿Qué pensabais hacer? ¿Raparle el pelo?

-Nosotros…

-¿Sabéis que es eso lo que hacen los alemanes con las mujeres que se acuestan con judíos o prisioneros de guerra? ¿Queréis ser como los nazis? Dentro de tres semanas me agradeceréis por no haberos dejado hacer semejante estupidez.

Poco a poco la resolución del grupo fue mermando hasta que soltaron a la joven y se retiraron lentamente de la plaza. La única que parecía sinceramente decepcionada era la anciana que fue la última en irse, no sin antes soltar sendas miradas llenas de inquina  a Giggs y a la joven.

Finalmente quedaron los dos solos en el centro de la plaza. El sol caía de plano haciéndole sudar bajo su pesado uniforme. La joven se mantenía en pie a duras penas dolorida y agotada.

-Vamos. Te llevaré a casa –dijo el teniente señalando el jeep.

La joven estuvo a punto de rechazar la invitación pero luego miro el aspecto de su ropa y no tuvo más remedio que admitir para sí misma que subir al todoterreno era la mejor opción. Sin decir nada,  siguió al oficial hasta el jeep y se sentó tapándose como mejor pudo.

El viaje transcurrió en silencio. La joven intentaba arreglarse el pelo y quitarse el rímel de la cara. Mientras conducía por el pueblo siguiendo las indicaciones de la muchacha, Giggs no pudo evitar pensar que aquel capitán alemán era un hombre afortunado. Los labios gruesos, los pómulos altos, los ojos grandes y claros y la nariz pequeña; todo en ella era bello y armonioso.

Dos minutos después salieron del pueblo y cogieron un pequeño camino de tierra que les llevó a una granja entre los árboles. El aspecto del edificio era un poco ajado. La guerra también se había cobrado su tributo allí. Cuando llegaron ante la puerta la joven se apeó. Giggs pensó que iba a irse sin decir nada pero la joven se volvió le dijo que se llamaba Aimee y dándole las gracias se despidió con dos besos. Mientras arrancaba, Aimee se quedó a la puerta observando como el  jeep  se iba con un zapato de tacón en  la mano.

El cabo Bonner le despertó a la mañana siguiente, su semblante serio y su brazalete de la policía militar le ayudaron a despejarse y vestirse rápidamente. No era la primera vez que le escoltaba la policía militar y como se imaginaba cual era el problema no se puso demasiado nervioso. Giggs intentó sonsacarle la razón por la que lo escoltaba pero no consiguió nada aparte de un Lucky.

Cuando pasaron de largo el viejo edificio semiderruido que hacía de cuartel de la policía militar  empezó a ponerse nervioso y cuando Bonner le invitó a subir en el jeep, el asunto le empezó a oler bastante mal.

Tras quince minutos de paseo ya estaba empezando a relajarse de nuevo y a disfrutar de la cálida mañana de agosto cuando el jeep se paró delante del cuartel general del tercer ejército americano.

-Chico, no sé qué has hecho, -dijo el PM con una sonrisa malévola, pero tienes una cita con el mismísimo general Patton.

La sangre  abandonó repentinamente de la cara del teniente. Sabía que tenían terminantemente prohibido intervenir en la vida de los pueblos liberados.  Los propios franceses se ocupaban de su seguridad interior y eran muy celosos al respecto, pero no se imaginaba que callo había podido pisar para que el propio Patton se ocupara de echarle la bronca en persona. Por un momento se le pasó por la cabeza darle un empujón a Bonner y salir corriendo con el  jeep, pero su entrenamiento se impuso y haciendo de tripas corazón entró en el despacho del general tras su asistente personal.

La oficina era  lujosa, con techos altos y muebles rococó que no pegaban para nada con el carácter del general.

-Ese maldito remilgado de   Monty*, en vez del bastón de mariscal deberían haberle dado un tutú. –Dijo el general revolviendo formularios de un cartapacio mientras Giggs permanecía de pie en postura de firmes –Ese jodido gilipollas nos ha obligado a frenar nuestro avance para poder alcanzarnos. Si fuese por él, aún estaríamos acampados comiendo ese queso asqueroso en las afueras de Caen.

-Descanse teniente –continuó el general cerrando el cartapacio y levantándose –-entre otras jodiendas tengo un informe de la PM sobre un incidente ocurrido ayer por la tarde en el que usted se vio envuelto.

-Lo siento señor yo sólo…

-Cierre el pico no le he dado autorización para hablar –le interrumpió Patton sin ceremonias  –el caso es que el alcalde de la villa ha venido aquí hecho un basilisco. Estos jodidos franceses salieron corriendo como gallinas asustadas cuando los nazis entraron en el país y ahora se pasean por mi cuartel general como si fuesen ellos los que les han echado a patadas. ¿Me puede explicar que cojones pasó ayer?

-Vera señor…

-Rapidito muchacho, tengo mucha gente que abroncar está mañana.

-A sus órdenes mi general. Yo estaba en la plaza del pueblo almorzando. Aparecieron un grupo de garrulos, perdón…

-No se disculpe, es lo que son; unos garrulos y unos tocapelotas. –volvió a interrumpirle el general.

-Si bueno, los tipos llevaban arrastrando a una mujer por el pelo con la intención de hacer en ella escarnio público. Yo les detuve y les mandé a casa, luego escolté a la señorita hasta su casa…

-Vale, vale, ya me hago una idea. – Volvió a interrumpirle Patton impaciente -¿Sabe quién es esa mujer?

-Sólo se su nombre Aimee.

-Bueno muchacho, te he llamado porque quiero que sepas que en otras circunstancias te hubiese despellejado como a un castor pero te ha tocado la lotería y sin saberlo has prestado un gran servicio a la causa aliada. –Dijo el general sacando un pequeño paquete de un cajón – Quiero que vuelvas a su casa y le lleves esto de parte del estado mayor aliado y de paso que vas, llévale algo de comida y  chucherías. Los de abastecimiento ya están avisados. Puede retirarse.

-¡Ah! –Dijo antes de que Giggs se escurriese por la puerta –si se te vuelve a ocurrir algo parecido  te juro que yo mismo te devolveré a patadas al otro lado del Atlántico.

 Los jeeps son rápidos, manejables y relativamente cómodos pero su fuerte no es su marcha silenciosa, así que cuando Giggs llego al claro donde estaba situada la granja de Aimee, la joven ya estaba esperándole apoyada en el quicio de la puerta con un ligero vestido de verano agitándose ligeramente con la brisa vespertina.

-Vaya, ha llegado Papa Noel –dijo la chica viendo como bajaba Giggs del todoterreno cargado de paquetes. –aunque no sabía que fuese verde.

-Puede que no lo sepas pero el original era verde, fue Coca Cola quién le cambio el color hace unos años por motivos publicitarios. –respondió el teniente mientras entraba en la cocina de la granja y depositaba tres paquetes sobre la mesa.

-¿A qué se debe tanto agasajo? –preguntó Aimee.

-Tú lo sabrás. Con lo de ayer me he ganado una entrevista con el general Patton en persona y en vez de cubrirme de insultos y patadas me da un regalito para ti. –Dijo sentándose y alargándole el pequeño paquete –De parte del alto mando aliado.

-¡Vaya! O mucho me equivoco o  eso son medias de nylon –dijo la joven apartando el paquete que le daba el teniente y cogiendo un par de cajas planas con el dibujo de unas piernas en la tapa.

-Vi como habían quedado las suyas ayer y pensé que…

Aimee  cogió una silla y sentándose levanto ligeramente la falda del vestido, lo justo para soltar unas medias raídas y mil veces zurcidas de las trabillas del liguero. Con un movimiento rápido se las quitó ante la mirada atenta de Giggs.

Las piernas largas y delgadas de la mujer quedaron expuestas  en toda su gloria. Aunque el teniente lo intentó, no pudo evitar lanzarle una mirada cargada de lujuria.

Aimee se dio cuenta inmediatamente y se giró ligeramente para que Giggs tuviese una buena panorámica del interior de sus muslos mientras ella se ponía lentamente las medias nuevas.

-¿Te gustan? –preguntó terminando de colocarse las trabillas y cruzando las piernas.

-Me gustan, me gustas, eres una mujer muy hermosa. –respondió el soldado recreándose en los grises ojos de la muchacha.

Aimee se levantó y se sentó sobre la mesa indicándole con un dedo a Giggs que se acercara. Los labios de Giggs se cerraron sobre los de la mujer mientras ella se desabotonaba el vestido. La  mujer  detectó la urgencia del hombre en sus besos violentos y sus manos apresuradas. Aquel hombre probablemente no había tocado una mujer desde antes del desembarco y después de jugarse la vida varias veces estaría sediento de sexo, así que abrió sus piernas y le dejo hacer.

Giggs estaba tan excitado que casi  no fue capaz de bajarse la bragueta y sacar su pene erecto. La joven le ayudó librándose de las bragas con un gracioso movimiento. El Teniente no esperó y acercando el cuerpo de la joven hacia él la penetró sin más ceremonias. La joven se recostó sobre la mesa y dejo que Giggs la penetrara con fuerza. Su mirada dulce y sus gemidos de placer evitaron que  el teniente se muriese de vergüenza cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Intentó separarse pero la joven aprovechó para darse la vuelta y apoyando los pies en el suelo dejar que la penetrase por detrás. Su vagina caliente y estrecha recibió la polla de Giggs estremeciendo a la mujer de placer. El teniente tiró del vestido y lo arrojó lejos acariciando su culo blanco y suave mientras penetraba profunda y rápidamente en su interior. Segundos después se corrió.

Giggs se sintió un poco avergonzado por haberse apresurado tanto e intentó balbucear una disculpa, pero la mujer le calló poniéndole el dedo índice sobre sus labios y cogiéndole de la mano le llevó  a la habitación en el piso superior.

Ahora que el apremio se había ido, pudo pararse y observar el cuerpo de Aimee.  El fresco aire vespertino proveniente del bosque se colaba por la ventana inundando la habitación con un aroma fresco y poniendo a la joven la piel de gallina.  Giggs  se acercó y mirándola a los ojos le acaricio la larga melena rubia platino. Su pelo era suave y brillante, Aimee sonrió y poniéndose de puntillas besó levemente al teniente. Giggs le soltó el pelo y abrazó su cuerpo suave y elástico. Las manos de la mujer se movieron rápidamente quitando botones y corchetes hasta que quedo totalmente desnudo como ella. Giggs subió las manos de la cintura de la joven y comenzó a acariciarle la espalda, el costado y los pechos. La respiración de la mujer volvió a ser anhelante y un hondo suspiro surgió de su garganta cuando el teniente le acaricio los pezones y se los chupó suavemente.

La joven estremecida se pegó al cuerpo del teniente en un movimiento reflejo. El pene flácido del soldado contactó contra el muslo de ella. El calor y la excitación de la mujer parecieron pasar por ese punto de contacto haciendo que su pene se irguiera de nuevo, pero él no se movió, siguió besándola suavemente, aspirando el aroma de su cuerpo y dejando que el deseo siguiese creciendo en ambos.

Aimee fue la que tomo la iniciativa y con un suave empujón sentó a Giggs en la cama.  La joven se arrodilló y  cogió su miembro palpitante. Sus manos pequeñas y ligeras lo acariciaron y tantearon antes de metérselo en la boca. Todo el cuerpo de Giggs se estremeció ante el suave y cálido contacto de la lengua de Aimee.  La boca y la lengua de la joven se movían arriba y abajo por su pene con la misma suavidad con la que hace un momento le besaba, haciéndole sentir un placer  intenso que el hombre sólo pensaba en devolver.

Levantándola como si fuera una pluma se la colocó en el regazo y la penetró. Aimee soltó un largo suspiro de satisfacción cuando tuvo el pene en lo más hondo  de su vientre. Apoyando las manos en sus hombros comenzó a subir y bajar lentamente, disfrutando de cada  chispazo de placer. Giggs  le dejó hacer limitándose a acariciarla y besar sus pechos, sus labios, su cuello…

Poco a poco los movimientos de la joven se hicieron más apresurados y unos instantes después la joven gimió intensamente y cayo desmadejada y sudorosa sobre Giggs.

Giggs  abrazó su cuerpo jadeante y la dejo recuperarse unos segundos antes de tumbarla sobre la cama. Aimee hizo unos leves intentos por apartar los labios del teniente de su sexo aún estremecido por el orgasmo, pero Giggs no le hizo caso y su lengua y sus manos acariciaron su cuerpo ignorando los gritos y los tirones de pelo de la joven. El sexo se convirtió en una pelea dura y placentera. Aimee jadeaba e intentaba  resistir con su frágil cuerpo en tensión mientras Giggs avanzaba poco a poco en silencio lamiendo, mordisqueando, sorbiendo…  Cuando llegó a la altura de su cara la agarró por las muñecas y colocándole las manos sobre la cabeza la beso violentamente, sorbiéndola, saboreándola, sofocándola… La joven levantaba su pelvis golpeando su polla, intentando incitarle a penetrarla. Finalmente sin soltarle las muñecas cogió su pene con la otra mano y se lo hincó profundamente en el coño.  Aimee se estremeció e intentó liberarse pero con una sonrisa el teniente la mantuvo inmovilizada mientras la follaba a placer  con movimientos  bruscos, primero espaciados, haciendo resonar el choque de sus cuerpos bañados en sudor, luego se fueron acelerando hasta que se convirtieron en un fuerte aplauso acompañado por la ovación de gemidos e insultos que le lanzaba la joven. Aimee incapaz de contenerse más se corrió y las contracciones de su vagina electrizada por el placer provocaron que el teniente se derramase de nuevo en su interior excitándola de nuevo y prolongando aún más su placer.

-¿Me vas a contar que rollo tienes con Ike**? –preguntó Giggs mientras compartía un Lucky con la joven.

-¿Estás celoso? –pregunto la joven divertida dando una calada al cigarrillo.

-No, sólo siento curiosidad…

-Está bien, algo hay que hacer antes de que vuelva  a estrujar esa polla a conciencia. –dijo la joven acariciándole el miembro con picardía.

-En realidad –comenzó Aimee –el carnicero no deja de tener una pizca de razón. Yo vivía aquí con mi padre, en la granja hasta que el ejército francés lo movilizó en enero de 1940. La última noticia que tuve de él fue una carta fechada el uno de mayo diciendo que estaban preparados y que iban a espabilar a esos cabezacuadradas. No he vuelto a saber nada más de él.

 El ejército alemán paso de largo pero dejo una pequeña guarnición en la villa. Diez hombres bajo el mando de un capitán, un hombre alto rubio y un poco crápula. Las primeras semanas se limitó a dejar todas las tareas en manos de un viejo cabo veterano de la primera guerra mundial y a correr de cama en cama. Yo me crucé en su vida como cualquier otra mujer del pueblo antes que yo, pero a pesar de que no hice nada especial salvo acostarme con él y aceptar unos vales de comida se encaprichó de mí y yo joven y sola en el mundo le acepté. La vida  a partir de ese momento fue más fácil. Fritz era un calavera y un perezoso pero tenía buen corazón y odiaba  sinceramente a Hitler y a los nazis. Me encariñé de él y nos instalamos los dos en la granja.  Un día hablándole de mi padre se ofreció a investigarlo explicándome que era sobrino de  Wilhelm Canaris***y que se llevaba muy bien con él.

-¿El almirante Canaris?

-El mismo. -respondió Aimee –Cuando me enteré de ello fui andando hasta Metz y contacté con un viejo amigo de mi padre que pertenecía a la resistencia. A partir de ese momento me dediqué a informar regularmente de todo lo que me contaba el capitán. Era cierto que se llevaba bien con su tío y resulto ser una mina de información y sobre todo permitió a los aliados valorar la efectividad de su sistema de contrainteligencia.   En junio todo cambio, se volvió más irritable y bebía casi todo el tiempo. Finalmente me contó que ibais a desembarcar. Gracias a él, el Alto mando supo que los alemanes estaban convencidos de que atacaríais por Calais. Pocos días después se marchó, dijo que su tío le había impuesto una tarea, que iba a acabar con la guerra de una vez y que volvería pronto, pero sus palabras y su beso me sonaron más a una despedida. Ese fue mi último  informe,  dos semanas después nos enteramos del atentado contra Hitler del mes pasado, supongo que participaría en él y probablemente a estas horas esté muerto.

-Lo siento, ¿Lo amabas?

-Si te digo la verdad no lo sé. Cuando me enteré de lo que tenía que hacer me propuse no enamorarme de él, pero no puedo evitar entristecerme por su destino. Nunca fue un soldado como tú, era leal como demostró cuando su tío lo llamó, pero no era un hombre violento ni un nazi.

-¿Y a mí? ¿Podrías llegar a amarme? –preguntó el teniente.

-Yanquis, siempre con prisas. No quiero perder a nadie más. Cuando termine esta estúpida mierda puedes venir y hacerme una visita, si es que no te has olvidado de mí para entonces. Sólo en ese momento decidiré…

El claro era totalmente diferente en mayo, el color dorado de la hierba agostada de hace  meses atrás había sido sustituido por el blanco, el amarillo y el rojo de las flores que cubrían la pradera verde y fragante. Una  solitaria vaca deambulaba de un lado a otro cogiendo los bocados más apetitosos. Giggs se bajó del jeep pensando si sería lo mismo ser granjero allí que en Arkansas.

*Apodo del mariscal Sir Bernard Law Montgomery  jefe de las fuerzas británicas en Normandía, era de sobra conocida entre los aliados la mala relación que mantenía con  el General Patton. Al igual que éste murió en extrañas circunstancias.

**General Dwight David Eisenhower Comandante supremo aliado en Europa en la segunda guerra mundial y 34º presidente de los EEUU.

***Almirante Wilhelm Canaris jefe de la Abwehr el servicio secreto nazi, implicado en varios complots para acabar con Hitler tras el atentado de julio del 44 fue apresado y condenado a la horca.

Relato erótico: » La pequeña Savannah» (POR ALEX BLAME)

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SOMETIENDO 4Sin título2 de Septiembre de 2008

-Hola Jack, ¿Qué es ese rumor de que Lehman Brothers va a anunciar la suspensión de pagos?

-Larry, no hagas caso de esas tonterías, ya sabes que Barclays está a punto de comprarnos. –la voz de Jack sonaba apurada pero no temerosa desde el otro lado de la línea –Tranquilo tío, sabes que somos colegas, te dije que te avisaría con tiempo si había algún problema y lo haré confía en mí.

-Por favor no me dejes tirado, ya sabes               que somos una firma pequeña y tenemos más del sesenta y cinco por ciento de nuestros activos en vuestros fondos. Si hay un problema más nos  caemos con todo el equipo.

-Tranquilo, somos amigos ¿No? –replicó Jack.

Cuando colgó Larry deseó haber tenido esa conversación en persona. Necesitaba tratar de esas cosas cara a cara. En el mundo de los negocios nada era blanco o negro y el gris plomizo de aquella situación exigía saber que parte de lo que le contaban era verdad.

15 de Septiembre de 2008

¡Jack, maldito cabrón! ¡Me mentiste! ¡Sabías perfectamente que Barclays se iba  a retirar! ¡Ahora tengo un montón de vuestros bonos que no son más que papel higiénico!

-Oye tío, lo siento, yo estoy tan sorprendido como tú. La dirección lo mantuvo todo en secreto para intentar dar sensación de fortaleza y tentar al Barclays para que subiese su oferta. Te juro que no sabía nada.

-Y yo  me lo creo. Por eso acabo de enterarme que dos de vuestros mejores clientes vendieron  dos mil millones de dólares de vuestros fondos. Perdieron mucho dinero, pero no están arruinados. ¿Qué coños les digo ahora a mis clientes? Si estuviese ahí te rompería la cara. ¡Cabrón, hijo de p…!

2 de Octubre de 2008

 

 

Larry se bajó del John Deere y escupiendo en el suelo observó con detenimiento la gigantesca pila de estiércol que tenía ante él. A pesar de estar ya en pleno otoño el sol caía de plano calentando y resecando la tierra y haciéndole sudar. Su viejo siempre había tenido la puñetera manía de amontonar el estiércol para que madurase lo más cerca posible del límite de su granja, “que huelan esa basura esa pandilla de jodidos negros”, decía siempre luciendo  la más apreciada característica de la gente de la América profunda. Y es que no a todos los afroamericanos de Harrison les había ido mal en la vida y los Jewison (curioso apellido para una familia de color) habían conseguido comprar esa pequeña granja de cincuenta hectáreas al lado de la suya a principios de los setenta y a base de trabajo duro y astucia la habían hecho prosperar.

Cogió la horca y empezó a cargar estiércol en el remolque. Cuando era joven recordaba como ese trabajo lo hacían casi todos sus vecinos de forma mecanizada mientras que él tenía que joderse y hacerlo a la manera tradicional. Finalmente tuvo que darle la razón a su padre. Mientras sus vecinos se hipotecaban y arruinaban poco a poco, el viejo zorro como lo llamaban en el pueblo, mantuvo los gastos al mínimo y consiguió mantenerse a flote en los peores momentos. Cuando casi todos se arruinaron él incluso fue capaz de   comprar algo más de tierra y maquinaria a buen precio, pero el estiércol que usaba para abonar sus productos ecológicos seguía manejándolo de la misma manera.

Larry dejó un momento el apero y se miró las manos, las mismas que no hacía tres meses recibían todas las semanas una manicura de cincuenta pavos ahora estaban enrojecidas tras unos pocos minutos de esfuerzo. Se las escupió y olvidando una vida que le pareció ya muy lejana, siguió con su ardua tarea.

Un ligero carraspeó le hizo volver la cabeza. Al otro lado de la valla de madera,  una silueta oscura y una sonrisa amplia y blanca se recortaba contra el sol vespertino. La joven, tenía unos ojos grandes y almendrados y el pelo, negro como el futuro de Larry, lo tenía peinado en una tirante cola de caballo de la que sólo un mechón rebelde escapaba a su control haciéndole cosquillas en la frente. La mujer lo soplaba frecuentemente mostrando a Larry unos labios gruesos y jugosos que estaban pintados de un rojo llamativo pero no estridente. Su indumentaria fue lo que más llamo su atención, acostumbrado a los ambientes más pijos de Nueva York donde ninguna mujer se atrevía a salir de casa sin sus Manolos, su Cartier, su Dolce & Gabanna y su Iphone, aquellas botas de montar gastadas y el sombrero Stetson que aparentaba ser centenario colgando de su cuello, le descolocaron por un momento. Sin embargo el  vestido de verano ligero abrochado por delante, exudaba feminidad. Su sencillo escote en v dejaba ver una piel suave y oscura y  el sol lo atravesaba desde atrás haciéndolo traslúcido y revelando la figura en forma de reloj de arena de la joven. Larry clavó la horca en el suelo y poniendo las manos sobre la base del mango, esperó acomodado en ellas su barbilla.

-¡Vaya! Así que es verdad lo que dicen en el pueblo, el gran Larry Lynch ha vuelto a casa. –dijo la joven fingiendo sorpresa.

-Y tú debes ser  la pequeña Savannah Jewison, –dijo Larry escarbando profundamente en su memoria.

-Muy bien, aunque debes reconocer que he crecido algo. –dijo haciendo una pirueta exhibiendo unas piernas largas y atléticas bajo el vuelo del vestido.

-Recuerdo cuando eras tan pequeña como un guisante y te colabas en el huerto para robarnos los tomates.

-Sí, tu padre es un imbécil y un malnacido, pero tengo que reconocer que sus tomates son únicos, aún sigo entrando a robárselos de vez en cuando. –dijo ella guiñando uno de sus ojos y mostrando unas pestañas largas y rizadas. -Pero cuéntame,  ¿Qué es de tu vida?

-La verdad es que te lo puedo resumir en tres o cuatro frases. –dijo Larry mientras veía como Savannah se tumbaba de lado sobre una paca de alfalfa del montón que habían puesto allí probablemente para ocultar la pila de estiércol. –Salí del pueblo con una beca de fútbol de la universidad de Notre Damme, termine económicas, me lesioné, trabajé durante dieciséis horas al día en una gran consultora por un sueldo irrisorio en Boston, dos años después me contrataron como jefe de la sección de fondos de inversión en una firma pequeña pero con muy buena reputación. Durante cinco años me fue de perlas, trabajaba menos y ganaba dinero a espuertas hasta que hace dos semanas, lo perdí casi todo,  afortunadamente, con lo que me dieron por el loft y el Mercedes clase S pagué mis deudas y aún me sobraron unos miles. Y ahora aquí estoy, de nuevo de vuelta con el rabo entre las piernas. Y tú ¿Qué cuentas?

-Aún menos que tú. Terminé el instituto y estudié dos años agronomía en la universidad de Arkansas y volví para ayudar a mis padres con los animales. Mis hermanos trabajan en el negocio del gas y se mueven por todo el país, así que cuando mi padre murió de cáncer hace cuatro años me dejó a mí la granja.

-Vaya, siento mucho lo de tu padre, el mío decía que era un negro piojoso que le robó la granja a los Carson, pero en mi opinión los Carson eran una pandilla de garrulos perezosos y semianalfabetos.

-Bah. –Dijo haciendo un gesto con la mano –es la vida. Ahora crio vacas lecheras y hago queso que vendo por todo el Condado de Madison y en algunas tiendas de Little Rock.

La conversación languidecía y Larry estaba a punto de comenzar a palear mierda de nuevo cuando Savannah intervino de nuevo:

-¿Sabes que de pequeña estaba enamorada de ti? –preguntó mientras se estiraba como una pantera en lo alto de un árbol.

-¿De veras? –preguntó Larry curioso por saber dónde quería llegar la joven.

-¡Oh! Sí, iba  a todos los partidos, me encantaba verte atravesar el campo apartando defensas con un brazo mientras que en el otro acunabas el balón con la suavidad de una matrona. Soñaba con ser yo la que estaba en tus brazos en vez de ese trozo de cuero con forma de melón. En  las vacaciones,  cada vez que ibas a cargar estiércol, me escondía tras los arbustos y observaba tu torso desnudo y musculoso contraerse y sudar con el esfuerzo.

-Pues nunca me di cuenta.

-No me extraña, en aquella época yo tenía doce años. Igual no quieres saber esto, –dijo ella tumbándose boca arriba y dejando que sus manos descansasen entre sus piernas –pero mi primer orgasmo fue pensando en ti.

-Seguro que no fue pensando únicamente –dijo Larry riendo.

-Desde luego que no, todas las noches durante dos años acaricié mi cuerpo desnudo soñando con que eran tus manos y tu cuerpo el que estaba sobre mí, poseyéndome como un animal enloquecido…

Aparentando no darse cuenta de lo que hacía, Savannah soltó dos de los botones del vestido en introdujo una de sus manos entre sus piernas. Intentando ocultar el movimiento de sus manos dobló una de sus piernas. La falda del vestido resbaló hacia abajo dejando a la vista una pierna larga, oscura, brillante y perfectamente torneada y un culo grande y musculoso.

Larry se quedó petrificado notando como su pene crecía bajo los pantalones rozando el mango de la horca. Con un supremo esfuerzo se mantuvo quieto poniendo cara de póquer mientras la joven le miraba con el deseo y el placer marcado en su rostro.

Savannah entreabrió sus labios y dejo salir la punta de su lengua entre ellos. Se negaba a hacerle ninguna señal, si quería tomarla tendría que ser él el que diese el primer paso. Fingiendo ignorarle, cerró los ojos y se concentró en el movimiento de sus dedos en su sexo. Pasaron unos instantes, no sabía si fueron unos segundos o unos minutos, pero cuando los volvió  a abrir tenía a Larry a sus pies, observándola. Savannah fijo sus ojos color caramelo en Larry y siguió acariciándose con suavidad.

-Aún de vez en cuando me masturbo pensando en ti… -dijo ella entreabriendo sus piernas dejando a Larry vislumbrar un tanga translúcido y húmedo de deseo.

Larry sin decir nada tiro de los tobillos de la mujer y sacándole las  botas comenzó a besar y a chupar la  punta de sus pies.

-… imagino que soy una  bella esclava en una plantación de algodón donde mi amo, un tipo muy parecido a tu padre, me folla todas las noches con su polla gorda y venosa y después de utilizarme me devuelve a mi humilde choza porque es incapaz de aceptar  que está enamorado de una cochina negra… -continúa mientras ronronea y tensa sus largas piernas cuando los besos suben por ellas y se internan entre sus muslos.

-…finalmente, un día llegas tú, un empresario del norte, forrado de dinero, al que no le importa de dónde venga el algodón mientras le salga barato. Después de una opípara comida el amo le invita a inspeccionar a caballo la propiedad. Cuando me veis enseguida te quedas prendado de mí y mi amo celoso por la mirada preñada de lujuria que te lanzo a mi vez, se inventa una excusa y me ata a un árbol totalmente desnuda para azotarme. Mi cuerpo entero desnudo y brillante de sudor tiembla de horror ante el terrible castigo que me espera, hasta el punto de que apenas noto como la áspera corteza del árbol y la apretada cuerda de cáñamo laceran mi piel. Tú te colocas al lado del  amo, intentando pensar únicamente en el extraordinario beneficio que el algodón de ese hombre te va  a proporcionar. El primer latigazo silva y se estrella en mi espalda haciéndome gritar de dolor, un fino hilo de sangre recorre mi espalda desde el lado derecho de mi omóplato hasta la parte baja izquierda de mi espalda. Jadeo, gimo y pongo todo mi cuerpo en tensión esperando el siguiente azote, pero este nunca llega. Muerta de miedo giro la cabeza lo poco que me lo permiten las ataduras para ver como aquel desconocido de ojos dulces sujeta el antebrazo del amo impidiéndole que descargue un nuevo golpe sobre mí. Poco a poco su voluntad y su fuerza van imponiéndose y retorciendo el brazo al amo consigue desarmarlo. Mi amo, furioso, hace el gesto de desenfundar  su Colt pero tú eres más rápido y de dos puñetazos lo tumbas inconsciente en el suelo. Sin perder un segundo me desatas, tapas mi cuerpo con los restos de mis harapos y huimos a galope tendido. Corremos y corremos, no paramos ni miramos atrás hasta cruzar la frontera del estado. Exhaustos y con los caballos a punto de reventar, paramos en un soto al lado de un riachuelo. Tú, solícito, coges tu caro pañuelo de encaje, lo humedeces en la fresca agua del riachuelo y me limpias la herida con suavidad. Yo me muerdo los labios y trato de no gritar de dolor. Cuando terminas ves como una gruesa lágrima escapa a mi control y resbala por mi mejilla, tú la recoges con un beso, mis harapos caen al suelo y hacemos el amor, te entrego mi cuerpo con todo mi ardor y en plena libertad…

De un tirón  Larry incorporó a Savannah y besó sus labios encendidos por el deseo interrumpiendo su narración, su boca le supo a fresas y a canela. Mientras exploraba los labios y la boca de la joven, Larry atacó su vestido, unos botones se soltaron, otros saltaron ante su precipitación.

Larry se separó unos segundos para poder admirar el cuerpo de la joven, el sujetador blanco de encaje y escote bajo, destacaba sobre sus piel oscura y brillante como el ébano y contenía unos pechos grandes y turgentes que subían y bajaban con la agitada respiración de la mujer, pugnando por escapar  de su encierro.  Larry bajó las copas del sujetador  y admiró los pezones grandes y negros que agresivos apuntaban hacia él. Sin poder contenerse y los pellizcó suavemente…

-¡Eh cuidado! –refunfuñó Savannah entre jadeos arañando su pecho.

Larry la besó de nuevo mientras acariciaba los flancos de la joven.  Con suavidad atrajo a la mujer hacia ella hasta que sus sexos se rozaron. Savannah gimió y se retorció frotando su sexo excitada. Él tirando de su cola de caballo hacia atrás, le besó el cuello y los hombros y le estrujó los pechos.

 La muchacha  apartó el tanga a un lado y cogiendo la polla de Larry trató de acercarla a su coño rosado y húmedo. Sus manos eran bonitas con dedos finos y largos aunque el trabajo manual las había vuelto un poco ásperas…

-Vamos, vamos, vamos… -imploró  ella.

Larry la ignoró  y se dedicó a jugar con ella dejándole que su glande entrara en ella pero apartándose cada vez que Savannah quería profundizar. Tras un breve y delicioso forcejeo Larry se rindió y clavó su miembro profundamente en el interior de la joven. Con su miembro profundamente alojado en el interior de Savannah, abrazó a la joven y la besó, eliminando cualquier distancia entre ellos, formando con sus cuerpos uno sólo. Poco a poco Larry empezó a moverse dentro de ella primero despacio, luego ante las súplicas de la mujer y su propio deseo empezó a moverse más deprisa pero sin dejar de abrazarla ni besar todo lo que estaba al alcance de su boca.

Larry se separó de ella, aún no quería correrse. Savannah adivinándolo se quedó allí sentada, expectante, con las piernas abiertas y su sexo rojo y húmedo. Larry volvió a contemplarla y acercándose a ella le acarició su piel suave, le besó los pechos y le chupó los pezones. La joven suspiró y con sus manos sobre la cabeza de él fue siguiendo el recorrido de los labios de Larry hasta el interior de sus piernas. Cuando la lengua de él rozó su clítoris Savannah gritó y arqueo su espalda hasta casi romperse. Larry siguió chupando y lamiendo su sexo mientras ella movía sus caderas  hasta que los gemidos y jadeos de ella se interrumpieron con el orgasmo…

-Dios… -fue lo único que acertó a decir ella cuando los relámpagos de placer comenzaban a disiparse.

Savannah se bajó de las pacas y apoyando sus manos en ellas le dio la espalda a Larry. Con un pequeño estremecimiento retraso el culo y junto las piernas dejando atrapada entre sus muslos su vulva aun congestionada. Un fino hilillo, producto de su orgasmo resbalaba de su interior por efecto de la gravedad.  Larry se acercó y adelantando una mano evitó que cayera al suelo mientras que con la otra acariciaba el culo redondo y los muslos suaves de la mujer.

Cuando acercó de nuevo su boca  al sexo de Savannah, esta vez no fue tan delicado, sus labios se cerraron ante su vulva empujando, chupando con fuerza y golpeando su clítoris con toda la fuerza que le permitía su lengua.

-Sí, así, más fuerte –dijo ella mientras movía las caderas al ritmo de lo lametones.

Larry se incorporó y apoyó su verga dura y caliente como un hierro al rojo sobre el culo de Savannah que inmediatamente vibro a su contacto. La joven separó sus piernas y se puso de puntillas para atraerle hacia su interior. Larry la acaricio y metió dos de sus dedos en su coño haciéndola gemir y retorcerse.

-¡Vamos cabrón, follame de una…!

 La frase quedo suspendida en el aire por la bestial acometida de Larry, Savannah gritó y hubiese perdido el equilibrio de no estar agarrada a la alfalfa, pero enseguida se rehízo y cerrando los ojos se concentró en el salvaje placer que le proporcionaba aquel miembro duro que se clavaba en su interior sin contemplaciones.

Larry siguió penetrándola con fuerza, tiro de su cola de caballo hacia atrás para incorporarla y poder besarla y acariciar sus pechos. La joven, de puntillas y sin apoyos se tambaleó pero él la cogió por la cintura y siguió follándola hasta que su cuerpo quedó relajado e inerme sobre la paca de hierba tras su segundo orgasmo.

Savannah, satisfecha se giró y poniéndose de rodillas le cogió la polla. Sus labios gruesos y rojos envolvieron el glande arrancando a Larry una palabrota, poco a poco toda la longitud del pene fue despareciendo en el interior de la boca de la joven hasta casi hacerlo desaparecer. Larry, casi sin darse cuenta, comenzó a acompañarla con los movimientos de sus caderas.

Savannah sacó el pene de su boca y comenzó a lamerlo y mordisquearlo  sin dejar de mirar a Larry a los ojos.

Con un suave empujón Larry apartó un poco a la joven y apuntando a sus pechos se corrió. Tres largos chorreones blancos se derramaron con la fuerza  de un torrente entre los pechos oscuros de la mujer.

Savannah cogió el miembro aún palpitante de Larry y se lo metió en la boca con una sonrisa satisfecha.

-¿Qué pasó con la joven esclava? Preguntó Larry mientras permanecían tumbados desnudos uno al lado del otro.

-La verdad es que con el tiempo la trama se ha hecho más enrevesada  y te prometo que no te decepcionará, pero para saber el final tendrás qué ganártelo. –respondió ella acariciando su miembro ahora flácido e inerme.

Un rato después Larry comenzó a palear de nuevo abono mientras Savannah le contemplaba desde la alfalfa con un aire de hembra satisfecha.

Relato erótico: «Supervivencia» (POR ALEX BLAME)

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Sin título

Nunca pensé que lo que acabaría con la humanidad sería la avaricia. Siempre pensé que sería la escasez de recursos, el petróleo, el agua… los nacionalismos y/o la religión, cristianos contra musulmanes, judíos contra musulmanes, cristianos contra judíos, cienciólogos contra cristianos, actores contra mimos…

Pero en cuanto a las élites que manejaban el mundo, siempre creí que el fuerte instinto de conservación de los ricos les alertaría de cuando era el momento de dejar de estrujar a los pobres, sin embargo su fe ciega en la tecnología les perdió, y de paso también nos perdió a nosotros.

Y es que por muy eficaces que fuesen utilizando satélites para vigilarnos y por mucho que abusasen de la propaganda para vendernos que la recuperación estaba a la vuelta de la esquina, la realidad se imponía y finalmente, y con la ayuda de internet, la gente se dio cuenta de que no había futuro para ellos. Y claro, la desesperación es el motor de las revoluciones.

Ellos, desde sus altas torres pensaron que podrían controlarlo sin dificultad, pero estaban equivocados. Al fin y al cabo cuando se enfrentan doce millones acostumbrados a que otro les haga el trabajo sucio, contra siete mil millones hipermotivados, y sedientos de venganza, no hace falta que a uno le cuenten el resultado. Acabamos con ellos. Pero no sin un coste, nos dejaron un regalo envenenado, la anarquía.

Porque cuando has vivido durante décadas viendo como los que te gobiernan sólo procuran su propio bien, cada vez que aparecía una figura que pudiese sacarnos de aquella vorágine, por las buenas o por las malas, acababa sucumbiendo antes de que su influencia pudiera extenderse.

El ser humano se volvió una especie individualista y solitaria y no estamos biológicamente dotados para ello. En cinco años la población mundial se redujo en un treinta por ciento. A simple vista no parecería mucho, pero la asquerosa verdad es que se impuso la selección natural, el mundo se convirtió en el patio de un colegio, y en estos años sobrevivieron los abusones, mientras que los enfermos, los débiles y los cerebritos desaparecieron. Se impuso la fuerza bruta;  y  las mejores mentes, los únicos que podían habernos sacado del atolladero, ya no estaban para repararnos el ordenador o curarnos una neumonía, así que cuando las máquinas empezaron a fallar y la comida  y las medicinas a escasear, la desintegración se aceleró.  Algunos lugares del mundo quedaron totalmente despoblados y las ciudades, una vez fueron vaciadas de sus recursos, abandonadas.

 Siendo optimistas y por lo que tengo paseado en este último año sin ver un alma,  quedaremos entre veinticinco y cien millones, eso parece bastante pero en realidad supone que la densidad de habitantes ha pasado de unos cincuenta habitantes por km cuadrado a uno y medio por cada diez km cuadrados en el caso más optimista.. Para  la humanidad ha sido una catástrofe , pero para el resto del mundo ha sido una bendición. La contaminación, la sobreexplotación de los recursos naturales, las guerras, las películas de Jim Carrey,  hay que reconocerlo, el mundo es ahora un lugar mejor.

Ahora os preguntaréis cómo he sobrevivido yo. Muy sencillo con una mezcla de fuerza, astucia, suerte y desapego. Yo era un mensajero, me dedicaba a recorrer la ciudad en una fixie a toda velocidad escurriéndome entre el tráfico. Lo que en una sociedad normal es un trabajo mal pagado y con una enorme tasa de accidentes mortales, cuando sobrevino el apocalipsis fue una ventaja. Podía moverme con velocidad y en silencio por toda la ciudad, sin depender del carburante que rápidamente empezó a escasear, conocía todos los rincones de la ciudad y por lo tanto cuando la mayoría pensó que era mejor largarse yo aguanté casi diez años a base de sus recursos. Mi familia estaba muy lejos  y con mi trabajo y mi sueldo las mujeres no me tocaban ni con un palo, así que no tenía cargas ni responsabilidades, era el perfecto superviviente.

Ahora estoy fuera. Al final, ver todos los días lo que habíamos llegado a ser y en lo que habíamos acabado convirtiéndonos me obligó a abandonarla.

 Hace poco tiempo todo cambió. Desde que abandoné la ciudad, he estado vagabundeando por aquí y por allá, evitando las ciudades y estableciéndome, siempre por poco tiempo en sitios tranquilos y alejados de posibles problemas. Durante mis andanzas, en alguna ocasión he divisado columnas de humo, pero he preferido no unirme a ningún grupo. Sólo en una ocasión me encontré con otro humano. Jacob era, además de un nombre muy apropiado para alguien en estos tiempos, un hombre bastante majo, con casi setenta años debía de ser ahora la persona más anciana de la tierra. A pesar de tener el pelo y la barba blancos como la nieve, se mantenía en plena forma e irradiaba una vitalidad fuera de lo común. Había sido guardabosques en un parque nacional. Cuando comenzaron los disturbios se dirigió a la capital para proteger a los suyos pero llegó tarde, así que volvió a dirigirse a los bosques y vivía como trampero  en lo más profundo de los bosques de coníferas del norte del estado.

Después de los primeros minutos de desconfianza mutua descubrimos que no teníamos nada que el otro pudiese ambicionar, así que congeniamos y vivimos un par de meses juntos recorriendo el bosque y cazando animales. El me enseñó a seguir un rastro, a vigilar una presa y a cazar con ballesta para ahorrar municiones de la 45 y del SAM-R*.  Un sueño, en el que el trampero y yo nos mirábamos a los ojos y hacíamos manitas me convenció de que había llegado el momento de separarnos. Nos despedimos como amigos, deseándonos lo mejor;  él se fue hacia el norte y yo hacia el sur.

Seguí hacia el sur durante tres semanas por un bosque que parecía interminable. La primavera estaba dando paso al verano y el calor del mediodía junto con la humedad que emanaba del suelo del bosque hacia el ambiente opresivo y asfixiante, así que cuando encontré el río me bañé y decidí seguirlo. El cauce no era muy ancho y la corriente rápida y cristalina. Durante dos días comí truchas hasta hartarme pescándolas a mano en los huecos  que la corriente hacia debajo de las rocas del lecho, hasta que la tarde del tercer día me sorprendió el rumor de una cascada. Cuando me asomé por el borde vi como la corriente caía a plomo treinta o cuarenta metros formando un estanque  en lecho blando de roca caliza de la base.

Estaba valorando si me atrevería a saltar desde lo alto al pequeño estanque cuando unos movimientos entre los matorrales a la izquierda me hicieron tumbarme y sacar el rifle instintivamente.

En la orilla del lago apareció una joven de unos veinte años, no más. Me quedé quieto y apunté con mi mira telescópica a la deliciosa figura. La mujer se paró en el borde y escudriño todos los rincones del lugar, obligándome a agacharme y retirarme un par de metros del borde. Luego fue quitándose el arco, la pistolera, las botas, los pantalones, la camiseta y la ropa interior hasta quedar totalmente desnuda. Desmonté la mira del rifle y la observé mientras vacilaba al borde del frío estanque. Era rubia y tenía los ojos de un azul tan profundo como el estanque. Su pelo largo y ligeramente rizado tapaba uno de sus pechos pequeños y apetitosos con los pezones rosados y erectos por el frescor del agua. Entre sus piernas largas y moldeadas por el continuo ejercicio había una espesa mata  de rizado vello, casi blanco de tan rubio, que no podía ocultar su vulva de mi ansiosa mirada. Por un momento pensé en tirarme al agua y sorprenderla, pero luego me puse a pensar. Con veinte años, veintidós como mucho. Cuando ocurrió todo, ella debía tener entre cinco y siete años. Alguien tenía que cuidar de ella, no podía estar sola. Eso quería decir más gente, y con más gente más problemas, así que decidí ser cauto y vigilarla para ver adonde me llevaba.

 Pero para no variar todo se fue  a la mierda. Justo por dónde había aparecido la joven, supongo que siguiendo su rastro, apareció un grizzly gigantesco. Cuando La joven lo vio se quedó durante un momento helada sin saber qué hacer. Con la ropa y las armas bajo el cuerpo de aquel animal sólo le quedó una alternativa huir desnuda. El oso la vio inmediatamente y se lanzó al agua tras ella mientras yo montaba la mira en el rifle apresuradamente.

Era una chica lista, porque en vez de salir corriendo en dirección al bosque se acercó a la pared de la cascada e intento trepar por ella sabiendo que el oso no podría seguirla por allí.

Ya estaba casi a salvo, a pocos centímetros de una repisa, a cuatro metros de altura, cuando su pie resbaló en una roca mojada y aunque intentó asirse desesperadamente a la pared húmeda resbaló y calló a los pies del animal. El oso se levantó sobre sus patas traseras y enseñando sus aterradoras mandíbulas soltó un rugido atronador. Fue lo último que hizo antes de que una de mis balas atravesase su cerebro y cayese a los pies de la chica muerta de miedo.

Instantes después me tiré a la laguna y me acerqué al oso. Haciéndome el macho ignoré a la chica mientras le arrancaba las zarpas al oso y le sacaba un par de buenas tajadas de carne.

-¿Estás bien? –le pregunté en plena faena.

-Sí, creo que sí –dijo intentando levantarse y cayendo al suelo de nuevo con un grito de dolor.

-Ya veo,  -dije mientras terminaba y guardaba la carne y el cuchillo.

Con naturalidad y procurando mirar lo menos posible el cuerpo desnudo y hecho un ovillo de la joven me acerqué a ella. Un rápido vistazo me reveló que el tobillo derecho estaba dislocado.

-La buena noticia es que no está roto –dije mientras palpaba su piel tibia y suave, -la mala es que voy a tener que hacerte un poco de daño.

Ella asintió sin decir nada con los ojos fijos en mí y los orificios de su nariz dilatados por el terror. Sin aviso previo  tiré con fuerza del pie y haciendo palanca logré colocar el tobillo de nuevo en su sitio antes de que la joven me dejase sordo con sus gritos de dolor. Con el tobillo en su sitio y el pie dentro del agua fría del estanque el dolor pareció disminuir aunque no lo suficiente para poder volver sola a lugar de donde había venido. Se vistió mientras yo le daba gentilmente  la espalda y apoyándose en mí, emprendimos el camino.

Me ofrecí a llevarla en brazos, es más, hubiésemos ido más rápido, pero ella se obstinó en ir cojeando, apoyándose en mi cuerpo, mientras yo la sujetaba por su cintura. Después de años sin ver a una mujer, el sólo peso de su cuerpo y el aroma que despedía su piel me provocaron una erección que a duras penas pude esconder.

-¡Alto! ¡Suéltala ahora mismo o te levanto la tapa de los sesos! –dijo una mujer alta y pelirroja apuntándome con una escopeta de repetición del calibre doce.

-Yo sólo…   -intenté decir levantando las manos.

Sin decir nada más la mujer se acercó a mí sin dejar de apuntarme y cuando estuvo a mi lado con un rápido movimiento descargó un culatazo en mi sien. Oí unas débiles protestas por parte de la joven a la que había ayudado justo antes de que todo se volviera negro.

Me desperté desorientado y con un furioso dolor de cabeza en el suelo de una  pequeña habitación pintada de blanco. Intenté moverme pero alguien me había atado muñecas y tobillos con bridas.

-Hola, ¿Hay alguien? ¿Podéis darme un poco de agua?

Tras un par de minutos unos pasos desacompasados se acercaron, un grifo se abrió y finalmente la joven rubia me trajo un vaso de agua que me ayudó a beber. Tenía el tobillo vendado y parecía haberse calmado un poco, aunque en su cara todavía se reflejaba el susto.

-¿Qué tal te encuentras? Pregunté carraspeando e intentando incorporarme.

-Bien –dijo ella ayudándome a sentarme. –Hiciste un buen trabajo, apenas se me ha hinchado.

-Yo sin embargo tengo un dolor de cabeza terrible. ¿Podrías soltarme? –dije intentando que pareciese la pregunta lo más casual posible.

-Lo siento pero Erika me dio órdenes de que no lo hiciera bajo ningún concepto. Me dijo que intentarías embaucarme.

-¿Acaso os he hecho algún daño? ¿Por qué me tratáis así?

-Erika dice que eres peligroso.

-Y tú haces todo lo que te manda Erika… -repliqué yo – ¿y cuál es tu nombre o también te prohíbe Erika decirlo?

-Soy Lou Anne.

-Encantado Lou Anne, soy Mortimer, pero los cuervos me llaman Morty.

-¡Lou Anne, te dije que no te acercaras a él! ¡Apártate de él inmediatamente!

Lou Anne vio cómo se acercaba Erika dejando sobre el suelo un buen trozo del grizzly que yo había matado y se apartó de mi con rapidez diciéndole que solo le  había ayudado a beber un poco de agua.

Erika le dijo que volviese a poner el pie en alto y se quedó en la habitación mirándome como si fuese un jeroglífico que se obstinaba en permanecer sin solución.

Durante este tiempo aproveché para  observarla. Era mayor que Lou Anne, andaría por los treinta y pocos, era bastante alta, casi tanto como yo y los pantalones vaqueros y el sencillo jersey de Lana tejido a mano no ocultaba un cuerpo con generosas curvas. Lo que más llamaba la atención de ella era su larga melena lisa, color caoba, que enmarcaba un rostro ligeramente alargado y de tez extraordinariamente pálida. Sus ojos de color verde y ligeramente rasgados estaban fijos en él dándome la sensación de ser observado por un peligroso felino.

-Solos al fin –dije para romper el pesado silencio que se estableció entre nosotros.

-¿Quién eres? –preguntó Erika sin dejar de fruncir el ceño.

-Motimer  Lawrence, pero puedes llamarme Morty…

-Motimer, ¿Qué clase de nombre es ese?

-Ya lo sé, es un poco ridículo, pero es el peso que uno debe llevar por tener antepasados en la vieja nobleza inglesa. Pensé mil veces en cambiarlo, pero ahora es el único recuerdo que me queda de mi familia.

-¿Estás sólo? –dijo ella aparentando no escuchar lo que yo decía.

-¿Ves a alguien por aquí? –Respondí a mi vez –Por cierto creo que al menos podrías darme las gracias.

-Lou Anne me contó lo que hiciste, por eso aún  estás vivo…

-Así que es eso, no sabes que hacer conmigo. –le interrumpí,  no recuerdo si molesto o divertido.

-Básicamente.

-Mira, lo primero que podrías hacer es soltarme. Si hubiese querido haceros daño no hubiese llevado a tu hija, tu amiga o lo que sea, hasta ti. Pude haberla raptado y habérmela llevado antes de que tú pudieses hacer nada, pero no lo hice, te la traje de vuelta. –dije mostrándole de nuevo mis muñecas atadas.

Erika sacó un cuchillo de combate, del tamaño de un machete y lo asió con tal fuerza que los  nudillos se volvieron blancos. Se acercó poco a poco y con un movimiento rápido cortó las bridas que me sujetaban.

Antes de que pudiera reaccionar me abalancé sobre ella y la desarmé. Erika intentó darme un rodillazo pero la esquive y cogiendo su propio cuchillo se lo acerqué al cuello. Todo el cuerpo de Erika se tensó y una pequeña lágrima de sangre mano dónde el cuchillo había entrado en contacto con su piel.

-Me bastaría un segundo y un poco más de presión para acabar contigo. –dije susurrándole fríamente al oído. –y luego cazar a tu joven amiga sería coser y cantar… Pero no he venido a eso. –dije separándome de mala gana de su excitante cuerpo  y devolviéndole el cuchillo por el mango.

Erika cogió el cuchillo que le daba y lo blandió con furia ante mí. Sus labios fruncidos en una estrecha línea y sus ojos clavándose en los míos revelaron lo cerca que estuvo durante unos segundos de hincarme el cuchillo en el pecho.

-Está bien, no quieres hacernos daño, aunque se me ocurren otras formas de demostrarlo.

-Seguro pero no tan rápidas como ésta. –repliqué yo.

-Y ahora ¿Qué? –preguntó Erika guardando el cuchillo en la funda de la cadera.

-Creo que contar como hemos llegado hasta aquí sería una buena idea… -dije yo.

-… Está bien, empezaré yo –dije al ver la cara de póquer de Erika – Por lo menos podrás darme algo de comer, prometo no hablar con la boca llena.

Erika me guio a la cocina y dejo un plato de espaguetis fríos delante de mí. Durante los siguientes diez minutos le conté mi historia con todo lujo de detalles, ni siquiera escatimé mi escabroso sueño con el guardabosques. Después de haber terminado,  Erika pareció relajarse un poco y esperó que terminase la comida antes de empezar a hablar:

-Nuestra historia es bastante más sencilla. Yo vivía en una granja, no muy lejos de aquí, tenía diecisiete, no dieciocho años Cuando todo ocurrió, fui al pueblo a conseguir munición para la escopeta y la pistola. Cuando entré en la armería no había nadie y conseguí lo que necesitaba. Estaba a punto de salir cuando llegaron tres tipos con una niña de seis años. Los tíos se pusieron contentísimos a ver todos aquellos fusiles al alcance de la mano, así que se pusieron a trastear con las armas y se olvidaron de la niña que se puso a recorrer los pasillos del establecimiento sin rumbo fijo.

-Yo me había escondido y estaba a punto de salir por la puerta del almacén cuando llegó otro grupo, obviamente con las mismas intenciones y te podrás imaginar. El tiroteo acabó con cinco cadáveres en el suelo de la armería, incluidos los tres hombres que habían llegado primero.  La niña empezó a correr por los pasillos con las balas volando a su alrededor. Empujada por un instinto estúpido la seguí y cogiéndola de la mano y disparando la escopeta para cubrirnos salí por el almacén y nos escabullimos.

-Volvimos a mi granja, pero cuando la situación empeoró en las ciudades, la gente empezó a huir al campo y mi granja era demasiado visible al lado de la carretera. Cuando logré deshacerme del segundo grupo que intentó tomar la granja por la fuerza preparé los bártulos y nos fuimos. Conocía la existencia de esta pequeña granja de mis paseos nocturnos para bañarme en la cascada. Sabía que los dueños, unos ancianos habían sido desahuciados cinco años antes. La granja está aislada y con el viejo tractor me encargué de destruir y ocultar el camino de acceso,  además   tiene todo lo necesario, un pozo con agua, unas placas solares para tener electricidad, incluso pude traerme unos cuantos animales y semillas. La tierra de aquí no es demasiado buena pero no es lo mismo una granja rentable que una que te dé de comer. Y ahora, después de diez años de tranquilidad has llegado tú.

Cuando terminó de contar su historia, Erika comenzó a preparar la cena. Enseguida me levanté y le ayudé a lavar unas verduras mientras hablábamos. La charla empezó versando sobre la forma en la que se la habían arreglado para mantener la granja pero poco a poco fue derivando hacia la soledad. No es fácil vivir durante años sin  contacto humano y le dije que no me extrañaba que hubiese reaccionado así cuando me vio. Con una sonrisa un poco culpable se disculpó al recordar cómo me había sacudido en la cabeza y yo acepté las disculpas tratando de no darle ninguna importancia al chicón que seguía latiendo dolorosamente en mi sien.

Nos miramos y una corriente pasó a través de nosotros. Percibí su deseo y la besé, pero ella se despegó rápidamente.

-Lo siento –dijo pasándose los lengua por los labios excitada –pero no puedo… A Lou Anne no le parecería bien…

-¿Qué es lo que no me parecería bien? –dijo Lou Anne mientras entraba cojeando en la cocina.

-¡Oh! –dije yo para ganar un poco de tiempo a la vez que intentaba algo. –quería irme está noche pero Erika ha dicho que no te gustaría.

-Por supuesto que no. –Dijo Lou Anne sentándose  y poniendo el tobillo en alto –me salvaste la vida. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras ¿Verdad Erika?

-Claro que sí –respondió con una sonrisa.

Durante la cena tuve que volver a contar le historia de mi vida, esta vez para Lou Anne. Se interesó mucho por lo que me había enseñado el guardabosques y me preguntó si la había descubierto mientras seguía el rastro al grizzly. Durante un segundo medité largarle una trola pero finalmente opté por la verdad y le conté que estaba espiándola mientras se bañaba.

La joven se ruborizó inmediatamente, y su primer gesto fue de enfado, pero tras este primer momento de confusión me pregunto con curiosidad si le parecía que era bonita. Erika y yo no pudimos por menos que reír y la explosión de carcajadas contribuyo a eliminar la tensión del momento. Después de asegurarla Erika y yo que no era bonita, sino que era preciosa Lou Anne se dio por satisfecha aún más ruborizada que antes. No hay nada que siente mejor a una mujer que un piropo. A partir de ese momento la joven dejo de cojear y empezó a pasearse por la casa  como si flotara.

 Dejamos a  Lou Anne fregando y nos fuimos a preparar los animales para la noche. El frescor de la noche me sentó bien y me ayudó a desembarazarme del dolor de cabeza.  Hicimos las tareas rápidamente y en silencio, no hacía falta que habláramos nuestras miradas lo decían todo. Por un momento me planteé acercarme e intentar follármela allí mismo, pero tenía la impresión de que todo aquello era una especie de prueba así que me limite a dar de comer y a ordeñar las cabras como mejor supe.

Cuando volvimos a la casa todo estaba recogido y Lou Anne nos esperaba con un té. Charlamos un rato más, de tonterías, sólo por el placer de escuchar una voz diferente y nos fuimos a dormir.

Había dos habitaciones en la parte de arriba. Una me la ofrecieron a mí y ellas se fueron juntas a la otra.

La habitación estaba limpia y ordenada pero sus muebles tenían una fina capa de polvo y al abrir la cama y meterme en ella sólo con unos calzoncillos y una camiseta la humedad que noté en las sábanas me dio la impresión de que no se usaba a menudo.

 No sé si fue el té o las emociones del día pero no podía dormir. Al otro lado de la pared no dejaba de oír susurros y risas, eso acompañado de la conciencia de tener dos hembras tan cerca y a la vez tan lejos no contribuyó a serenarme. De repente se hizo el silencio, yo pensé que por fin se habrían dormido pero me equivoqué, unos suaves gemidos venían de la habitación contigua.

Aplicando todas las lecciones de mi viejo amigo el guardabosques salí de la habitación en total silencio. Cuando salí al pasillo vi que la puerta de su habitación estaba ligeramente abierta. De ella salía un tenue haz de luz. Poco a poco, con desesperante lentitud, me fui acercando a su puerta hasta que pude espiar el interior de su habitación. El ángulo de visión desde allí no era bueno, sólo se veía un pesado armario ropero de finales del diecinueve, pero una de las dos había dejado una de las puertas abiertas y el espejo de cuerpo entero que contenía apuntaba directamente a la cama donde las dos mujeres,  hacían el amor. Erika estaba sentada sobre el borde de la cama mientras Lou Anne frotaba su sexo sobre el muslo de Erika gimiendo y dejando un rastro de humedad a su paso. El ritmo era pausado como si ambas esperasen algo.

Con cada respiración los pequeños pechos de Lou Anne subían,  sus costillas se movían y su culo temblaba, haciéndome desear que fueran mis manos y nos las de Erika las que le acariciaran.

Lou Anne desmontó y besó a Erika con delicadeza mientras acariciaba sus pechos opulentos y sus pezones rojos y tiesos. Sus manos fueron bajando poco a poco hasta que desaparecieron entre las piernas de Erika provocándole un grito de placer. Erika abrió las piernas y a través del reflejo del espejo pudo ver como los dedos de Lou Anne entraban y salían rápidamente del coño de Erika forzándola a doblarse con el placer del orgasmo. Tras unos segundos, Erika se levantó y abrazando a Lou Anne me miró desde el espejo y sonrió.

Estaba a punto de largarme con mi rabo erecto entre las piernas cuando Erika levantó el brazo y me hizo una señal inequívoca para que me acercase.

Con la prisa que dan quince años sin probar hembra me quité la ropa y me acerqué sigilosamente a ellas. Cuando abracé a Lou Anne por detrás  haciendo que mi polla descansara sobre el culo y la espalda de la joven esta dio un respingo,  se apretó instintivamente contra mí y gimió revelando su deseo. Erika me miró a los ojos y sonrió sin dejar de abrazar Lou Anne. Cogí con mis manos los pequeños pechos  de Lou Anne y presioné con mi cuerpo para apretarlo un poco más contra el de Erika. La joven volvió a gemir y noté como sus pezones se endurecían haciendo que volvieran como en un flash  las imágenes de la joven desnuda en el estanque. Besé a Erika por encima de la cabeza de Lou Anne  mientras frotaba mi polla contra el culo y la espalda de la jovencita.

Con suavidad separé sus piernas y ante la mirada aprobadora de la pelirroja, introduje con suavidad mi polla en el  coño de Lou Anne. Esta soltó un largo gemido y se agarró a  Erika para mantener el equilibrio.

Metía y sacaba mi polla con suavidad, disfrutando  de la estrechez de su vagina y acariciando su vulva con rápidos movimientos.

Erika se acercó a mí y comenzó a besarme con violencia mientras me acariciaba los huevos. Sintiendo que estaba a punto de correrme apartó a Lou Anne y tumbándose en la cama se abrió de piernas mostrándome su pubis y su sexo incendiados por el deseo.

Con Erika no fui tan delicado, de un solo empujón le metí mi polla entera  mientras Lou Anne le besaba los pechos y le mordisqueaba los pezones.

-Vamos cabrón dame tu leche… -dijo sabiendo que eso me excitaría aún más.

Comencé a penetrarla cada vez más rápido, cada vez más fuerte hasta que exploté eyaculando semen contenido durante años sin dejar de empujar salvajemente hasta que noté que ella también se corría.

Me separé de Erika que quedo tumbada jadeando y Lou Anne me cogió la polla aún palpitante y se la metió en la boca.

-Aún me debes algo –dijo mientras se tomaba un respiro y miraba mi miembro  con curiosidad.

Me senté en la cama mientras ella me chupaba la polla con fuerza hasta que estuvo de nuevo dura como una estaca, entonces se sentó encima de mí, se metió mi polla lentamente y, cerrando los ojos, concentro sus sentidos en las caricias de mis manos y de mi polla. A medida que su excitación iba en aumento comenzó a moverse más rápido unas veces deslizándose por mi polla otras veces con movimientos circulares,  sin dejar de mirarme a los ojos, como queriendo cerciorarse de que me estaba haciendo disfrutar tanto como disfrutaba ella. Sus jadeos y sus gemidos fueron haciéndose más frecuentes y anhelantes hasta que la elevé en el aire y la tiré en la cama bajo mi cuerpo penetrándola con fuerza  hasta que todo su cuerpo se crispó y tembló con las oleadas del orgasmo.

Me separé y Erika aprovechó para tumbarse sobre la joven,  acariciarla con suavidad y besarla. Yo, ante la visión del culo grande y blanco de Erika con el coño aun rebosante de mi semen volví a penetrarla varias veces y jadeando por el esfuerzo me corrí de nuevo en su interior.

Sin darme cuenta caí sobre Erika medio desmayado y sólo las protestas de Lou Anne nos hicieron darnos cuenta de que la estábamos aplastando. Al oír sus débiles protestas nos apartamos de ella riendo y resollando.

Minutos después las dos mujeres dormían mientras yo, incapaz de hacerlo, acariciaba sus cuerpos suaves, cálidos y llenos de vida, con la sensación de que no éramos más que  los rescoldos de una humanidad casi muerta.

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